Buscar Poemas con Raso


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Se han encontrado 39 poemas con la palabra raso

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Ramón López Velarde

himeneo

-- de Ramón López Velarde --

Himeneo
a la señora laura martínez de alba
resígnanse los novios
con subconsciente pánico,
al soso parabién
del concurso inórganico.
Al fin, va la consorte
al pecho del anciano, cuyo porte
patriarcal solemniza
las bodas de su vástago
que lo trajeron de su hogar del norte.
Y la agobiada mano agricultora
sumérgese en el raso de la espalda,
como la tradición en el dechado
de la aurora.
Sobre la luz del raso
se retarda y se engríe
la mano, como una rancia pena
en un tablero vívido que ríe.
Mano agrietada, rígida y terrosa,
que en el vaso metálico se posa,
cual si fuera una nuez
sobre la nitidez
de prístina bandeja inoficiosa...

Poema himeneo de Ramón López Velarde con fondo de libro

Lope de Vega

Más eres sol que sastre (¡extraño caso!)

-- de Lope de Vega --

Más eres sol que sastre (¡extraño caso!),
Jaime, pues sólo el sol dicen que ha sido
quien a la aurora le cortó vestido
con randas de oro, en turquesado raso.

Tú le mides el pecho, aunque de paso,
y yo en mis versos mis desdichas mido,
cortando galas en papel perdido,
a manera de sastre del Parnaso.

Este soneto, Jaime, cosa es clara,
que si dijese aquí lastre o arrastre
el consonante dice en lo que para.

Mas si envidiar un sastre no es desastre,
cuando te acerques a su hermosa cara,
sé tú el poeta y déjame ser sastre.

Poema Más eres sol que sastre (¡extraño caso!) de Lope de Vega con fondo de libro

Góngora

Raya, dorado Sol, orna y colora

-- de Góngora --

Raya, dorado Sol, orna y colora
del alto monte la lozana cumbre,
sigue con agradable mansedumbre
el rojo paso de la blanca Aurora;

suelta las riendas a Favonio y Flora,
y usando al esparcir tu nueva lumbre
tu generoso oficio y real costumbre,
el mar argenta, las campañas dora,

para que de esta vega el campo raso
borde, saliendo Flérida, de flores;
mas si no hubiere de salir acaso,

ni el monte rayes, ornes ni colores,
ni sigas de la Aurora el rojo paso,
ni el mar argentes ni los campos dores.

Poema Raya, dorado Sol, orna y colora de Góngora con fondo de libro

Jorge Guillén

ars vivendi

-- de Jorge Guillén --

Presentes sucesiones de difuntos
quevedo
pasa el tiempo y suspiro porque paso,
aunque yo quede en mí, que sabe y cuenta,
y no con el reloj, su marcha lenta
nunca es la mía bajo el cielo raso.
Calculo, sé, suspiro no soy caso
de excepción y a esta altura, los setenta,
mi afán del día no se desalienta,
a pesar de ser frágil lo que amaso.
Ay, dios mío, me sé mortal de veras.
Pero mortalidad no es el instante
que al fin me privará de mi corriente.
Estas horas no son las postrimeras,
y mientras haya vida por delante,
serás mis sucesiones de viviente.



Dulce María Loynaz

la mujer de humo

-- de Dulce María Loynaz --

Hombre que me besas,
hay humo en tus labios.
Hombre que me ciñes,
viento hay en tus brazos.

Cerraste el camino,
yo seguí de largo;
alzaste una torre,
yo seguí cantando...

Cavaste la tierra,
yo pasé despacio...
Levantaste un muro
¡yo me fui volando!...

Tu tienes la flecha:
yo tengo el espacio;
tu mano es de acero
y mi pie es de raso...

Mano que sujeta,
pie que escapa blando...
¡Flecha que se tira!...
(El espacio es ancho...)

Soy lo que no queda
ni vuelve. Soy algo
que disuelto en todo
no está en ningún lado...

Me pierdo en lo oscuro,
me pierdo en lo claro,
en cada minuto
que pasa... En tus manos.

Humo que se crece,
humo fino y largo,
crecido y ya roto
sobre un cielo pálido...

Hombre que me besas,
tu beso es en vano...
Hombre que me cines:
¡nada hay en tus brazos!



Julián del Casal

juana borrero

-- de Julián del Casal --

Tez de ámbar, labios rojos,
pupilas de terciopelo
que más que el azul del cielo
ven del mundo los abrojos.
Cabellera azabachada
que, en ligera ondulación,
como velo de crespón
cubre su frente tostada.
Ceño que a veces arruga,
abriendo en sus alma una herida,
la realidad de la vida
o de una ilusión la fuga.
Mejillas suaves de raso
en que la vida fundiera
la palidez de la cera,
la púrpura del ocaso.
¿Su boca? rojo clavel
quemado por el estío,
mas donde vierte el hastío
gotas amargas de hiel.
Seno en que el dolor habita
de una ilusión engañosa,
como negra mariposa
en fragante margarita.
Manos que para el laurel
que a alcanzar su genio aspira,
ora recorren la lira,
ora mueven el pincel.
¡Doce años! mas sus facciones
veló ya de honda amargura
la tristeza prematura
de los grandes corazones.



Julián del Casal

crepuscular

-- de Julián del Casal --

Como vientre rajado sangra el ocaso,
manchando con sus chorros de sangre humeante
de la celeste bóveda el azul raso,
de la mar estañada la onda espejeante.
Alzan sus moles húmedas los arrecifes
donde el chirrido agudo de las gaviotas,
mezclado a los crujidos de los esquifes,
agujerea el aire de extrañas notas.
Va la sombra extendiendo sus pabellones,
rodea el horizonte cinta de plata,
y, dejando las brumas hechas jirones,
parece cada faro flor escarlata.
Como ramos que ornaron senos de ondinas
y que surgen nadando de infecto lodo,
vagan sobre las ondas algas marinas
impregnadas de espumas, salitre y yodo.
Ábrense las estrellas como pupilas,
imitan los celajes negruzcas focas
y, extinguiendo las voces de las esquilas,
pasa el viento ladrando sobre las rocas.



Julián del Casal

una maja

-- de Julián del Casal --

Muerden su pelo negro, sedoso y rizo,
los dientes nacarados de alta peineta
y surge de sus dedos la castañeta
cual mariposa negra de entre el granizo.
Pañolón de manila, fondo pajizo,
que a su talle ondulante firme sujeta,
echa reflejos de ámbar, rosa y violeta
moldeando de sus carnes todo hechizo.
Cual tímidas palomas por el follaje,
asoman sus chapines bajo su traje
hecho de blondas negras y verde raso,
y al choque de las copas de manzanilla
riman con los tacones la seguidilla,
perfumes enervantes dejando al paso.



Octavio Paz

madrugada al raso

-- de Octavio Paz --

Los labios y las manos del viento
el corazón del agua
uneucalipto
el campamento de las nubes
la vida que nace cada día
la muerte que nace cada vida
froto mis párpados:
el cielo anda en la tierra



Pedro Bonifacio Palacios

A la Libertad

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

Como del fondo mismo de los cielos
el sol eterno rutilante se alza,
como el seno turgente de una virgen
al fuego de la vida se dilata:
Así radiosa,
y así gallarda
se levantó del mar donde yacía
la exuberante tierra americana.
Como prende su túnica de raso
con su joya mejor, la soberana,
como entre todas las estrellas reina
el lucero magnífico del alba;
Así pulida,
y así gallarda
sobre todos los pueblos de su estirpe,
resplandor y joyel, ¡surge mi patria!
Como buscan la luz y el aire libre
las macilentas hierbas subterráneas,
como ruedan tenaces y tranquilas
al anchuroso piélago, las aguas;
Así sedienta,
y así porfiada,
la triste humanidad se precipita
al pie de la bandera azul y blanca.
¡Allí van congregándose a la sombra,
para formar después una montaña!
¡Allí van adhiriéndose en el tiempo
partícula a partícula las razas!
Allí se funde,
y allí se amasa
el hombre, tal como surgió en la mente
del autor de los orbes y las almas.
Que así pulida,
y así gallarda
sobre todos los pueblos de su estirpe,
resplandor y joyel, ¡surgió mi patria!



Vicente Aleixandre

juventud

-- de Vicente Aleixandre --

Estancia soleada:
¿adónde vas, mirada?
a estas paredes blancas,
clausura de esperanza.
Paredes, techo, suelo:
gajo prieto de tiempo.
Cerrado en él, mi cuerpo.
Mi cuerpo, vida, esbelto.
Se le caerán un día
límites. ¡Qué divina
desnudez! peregrina
luz. ¡Alegría, alegría!
pero estarán cerrados
los ojos. Derribados
paredones. Al raso,
luceros clausurados.



Antonio-Plaza-Llamas

a una niña

-- de Antonio-Plaza-Llamas --

Niña gentil que a la vida
despertaste alegre ayer,
como en oriente despierta
la luz al amanecer.

Niña, que del oro cielo
viniste al mundo a caer,
como aljofarada gota
del nítido rosicler.

Y en inmaculada cuna
te remeciste después,
como ilusión que se mece
del sueño al dulce vaivén.

Niña de cabellos de oro
y de labios de clavel
son de rosa tus mejillas
es de raso tu alba tez.

Es tu sonrisa inconsciente,
de ángel tu mirada es,
y como brilla una estrella
brilla el candor en tu sien.

Dichosa tú que del mundo
pasando vas el dintel,
sin sospechar que las flores
espinas tienen también.

En mi canto, bella niña,
le ruego al dios de israel,
que la virtud de tus años
tierno, en otros te dé.

Para que ese mundo, nunca,
con su lodo y fetidez,
ensucie de tu pureza
el blanquísimo glasé;

qué siempre tú, mariposa
en primoroso vergel
hueles y en las flores halles
ánforas ricas de miel;

que dé calor a tus alas
el santo sol de la fe,
y que jamás una espina
tus alas llegue a romper.



Antonio-Plaza-Llamas

¡déjala!

-- de Antonio-Plaza-Llamas --

Toma niña, este búcaro de flores;
tiene azucenas de gentil blancura
lirios fragantes y claveles rojos,
tiene también camelias, amaranto
y rosas sin abrojos,
rosas de raso, cuyo seno ofrecen
urnas de almíbar con esencia pura,
que en sus broches de oro se estremecen.

Admítelas, amor de mis amores,
admítelas, mi encanto;
las cristalinas gotas de mi llanto,
tibio llanto que brota
del alma de una madre que en ti piensa,
y por eso hallarás en cada gota
emblema santo de ternura inmensa.

Una tarde de abril, así decía,
mi esposa sollozante, mi esposa infortunada,
a mi hija indiferente que dormía
en su lecho de tablas reclinada;
y como herminia, ¡nada!;
nada en su egoísmo respondía
a esa voz que me estaba asesinando.
La madre entonces se alejó llorando,
y ella en la tumba continuó durmiendo.
Déjala dije, -tu dolor comprendo. . .



Manuel Reina

Canción árabe

-- de Manuel Reina --

Lejos está la hermosa de la gentil garganta
y de ojos centelleantes.
Corcel, vuela conmigo; condúceme a su planta;
por ella te he comprado la peregrina manta
de raso y de brillantes.

Por ella de preciosos regalos te he colmado
que valen un tesoro;
tus bridas son de plata; tu silla, de brocado,
y en tus ijares nunca tu dueño te ha clavado
el espolín de oro.

Por ella están tus crines rizadas y sedosas,
y brilla tu herradura,
y está por manos hábiles, en sedas muy lujosas,
bordada de guirnaldas, de pájaros y rosas,
tu espléndida montura.

Por ella todo el mundo te admira y te decanta;
por ella soy tu amigo;
corcel, corcel ligero, condúceme a su planta;
por ella te he comprado tu peregrina manta.
¡Corcel, vuela conmigo!



Manuel Reina

Flores secas

-- de Manuel Reina --

No extrañéis que conserve, cual tesoro,
esas pálidas flores;
sus hojas son las páginas de oro
de una historia de amores.

Esas páginas traen a mi memoria
la ventura perdida;
el tiempo del placer y de la gloria,
mañana de la vida.
........................................
El fuego en tu corola ya no arde,
despedazada rosa;
lindo adorno tú fuiste, cierta tarde,
del pecho de una hermosa.

Este mustio clavel, bella Dolores,
borró nuestros enojos;
aún me parece ver, en sus colores,
los de tus labios rojos.

Esos nardos, con pétalos brillantes,
Adelina hechicera,
bañaron en aromas penetrantes
tu blonda cabellera.

Amelia regalome esta camelia
con lúbrico embeleso,
dando a la flor la encantadora Amelia
un encendido beso.

Tus pétalos de plata, raso y oro,
marchitada azucena,
aún parecen regados por el lloro
de la dulce Filena.
........................................
Las flores están ya tristes y yertas;
sus hojas, en jirones;
todo pasó; las flores están muertas
como mis ilusiones.



Mario Benedetti

una mujer desnuda y en lo oscuro

-- de Mario Benedetti --

Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra
de modo que si ocurre un desconsuelo
un apagón o una noche sin luna
es conveniente y hasta imprescindible
tener a mano una mujer desnuda
una mujer desnuda y en lo oscuro
genera un resplandor que da confianza
entonces dominguea el almanaque
vibran en su rincón las telarañas
y los ojos felices y felinos
miran y de mirar nunca se cansan
una mujer desnuda y en lo oscuro
es una vocación para las manos
para los labios es casi un destino
y para el corazón un despilfarro
una mujer desnuda es un enigma
y siempre es una fiesta descifrarlo
una mujer desnuda y en lo oscuro
genera una luz propia y nos enciende
el cielo raso se convierte en cielo
y es una gloria no ser inocente
una mujer querida o vislumbrada
desbarata por una vez la muerte.



Medardo Ángel Silva

Velada

-- de Medardo Ángel Silva --

Tú —cuyo amor ha sido como un lecho de plumas
para mi corazón, en las difuntas horas
o como un sol de invierno que ha dorado mis brumas—
ángel anunciador de las nuevas auroras,

mientras la lluvia pone su vaho en las vidrieras,
hablemos en voz baja de los muertos queridos,
y se abrirán las rosas de las falsas primaveras
a la débil penumbra de los sueños huídos...

Es nuestra alma lo mismo que una estancia desierta,
de polvosas molduras, de raso desteñido
y de espejos que copian una imagen ya muerta;

por ella los recuerdos dejan sus sepulturas
y en la alcoba sin nadie, ¡sus blancas vestiduras
vierten un suave olor de ultratumba y olvido!



Meira Delmar

el árbol en flor

-- de Meira Delmar --

Contra el azul del cielo este cielo tan limpio
que parece lavado por la mano de dios
¡qué bien luce aquel árbol, dulcemente inclinado,
bajo el rosado peso de su ramaje en flor!
apoyada la frente en los cristales blancos
del ventanal, lo miro: y me recuerda, así
todo lleno de flores, mariposas y trinos,
un pequeño poema que él solía decir...
¡Quién sabe qué de cosas le contará la luna
cuando en las noches viene a conversar con él!
muchas veces lo he visto extasiado, escucharla
extrañamente quieto hasta el amanecer...
¡Y ya no va la brisa desnuda por los campos!
él, todas las mañanas, cuando la ve pasar,
una capa muy linda de pétalos de raso
a los hombros le tira, con gentil ademán.
¡Somos hace ya tiempo, los mejores amigos!
y yo, que a nadie digo mi secreto de amor,
he dejado que el alma se me acerque a los labios,
¡y se lo he dado todo al buen árbol en flor!...
!--Img



Miguel Unamuno

Al tramontar del sol

-- de Miguel Unamuno --

La agonía del sol en el ocaso
sobre el negro verdor de las encinas
de su lecho detrás de las cortinas
de leves nubes de purpúreo raso.

Y allá en levante, ya de luz escaso,
en el luto agonizan las colinas
mientras del cielo en cúpula y pechinas
se asienta el polvo del febeo paso.



Miguel Unamuno

La virgen del camino

-- de Miguel Unamuno --

Oh alma sin hogar, alma andariega
que duermes al hostigo á cierro raso
trillando los senderos al acaso
bajo la fé de una esperanza ciega.

Ese cielo, tu padre, que te niega
paz y reposo, bríndate al ocaso
roja torre de nubes en que el vaso
que ha de aplacar tu sed al fin te entrega.



Miguel Ángel Corral

La mañana (Corral)

-- de Miguel Ángel Corral --

El tenue resplandor del sol naciente
poco a poco los cielos ilumina,
y al fresco soplo de vital ambiente
va huyendo presurosa la neblina.

En los árboles húmedos resbalan
trémulos visos de carmín y de oro,
y aleteando los pájaros exhalan
en trino alegre su cantar sonoro.

La flor, que el aura revolando toca,
entreabre su pétalo fragante,
como una virgen su olorosa boca
al casto beso de su tierno amante.

Y mil murmullos pueblan armoniosos
de músicas errantes el espacio,
mientras el sol en rayos luminosos
ostenta ya su disco de topacio.

Y en medio de tan plácido concierto,
lleno de pena, y de ilusión desnudo,
en mi pecho infeliz ¡ay! casi muerto
sólo mi corazón palpita mudo.

Y ya el sol despejado se levante
por entre un cielo de purpúreo raso,
o luzca su diadema vacilante,
suspenso en los abismos del ocaso,

¡nada me importa a mí! Su rayo ardiente
que el sauce tiñe y dora la arirumba,
viene a quebrarse, pálido, en mi frente
como en la triste piedra de una tumba.



Nicasio Álvarez de Cienfuegos

A un valiente andaluz

-- de Nicasio Álvarez de Cienfuegos --

Narices y pescuezo me cortara
con ligera presteza y buen talante
si soldado mayor, más fuete Andante
que yo, aunque pobre raso se encontrara.

¿Cuándo la fuerte Roma se entregara
al español ejército triunfante
si aquesta mi tizona machacante
en aquel fiero asalto no se hallara?

Metido en su garita un buen soldado
aquesto tiritando refería;
mas al estar sus hechos él diciendo

ve un ratón, y corriendo desbocado,
al arma, al arma, a voces repetía,
que mil moros me vienen persiguiendo.



Julio Flórez

En el salón

-- de Julio Flórez --

Poem

En tu melena, do la noche habita, temblaba una opulenta margarita como un astro fragante entre la sombra; de pronto, con tristeza, doblaste la cabeza y rodó la la alta flor sobre la alfombra.

Sin verla, diste un paso y la flor destrozaste blandamente con tu escarpín de refulgente raso.

Yo, que aquello miraba, de repente con angustia infinita, al ver que la tortura deliciosa se alargaba de aquella flor hermosa, con voz que estrangulaba mi garganta

dije a la flor ya exánime y marchita: «¡Quién fuera tú... Dichosa margarita, para morir así... Bajo su planta!»



Julio Herrera Reissig

El genio de los campos

-- de Julio Herrera Reissig --

Por donde humea el último arado en los cultivos,
agrias interjecciones el eco desentona.
De tarde en tarde el ámbito trasunta en su bordona
la égloga que sueñan los campos subjetivos.

Alamos oxidados y sauces compasivos...
Aldeanas con cestos de fruta. Una amazona...
El silencio en la inerte Cartuja congestiona
de mística Edad Media los panoramas vivos.

Insinúase un vaho de fresales maduros,
con sabrosas resinas y violentos sulfuros...
Bajo el vetusto puente, clásica linfa corre,

holgándose entre vegas de ópalo y de raso;
mientras, muecín sonámbulo, la esquila de la torre
traspasa de ultratumba y de Dios el ocaso.



Julio Herrera Reissig

Epitalamio ancestral

-- de Julio Herrera Reissig --

Con la pompa de brahmánicas unciones,
abrióse el lecho de sus primaveras,
ante un lúbrico rito de panteras,
y una erección de símbolos varones...

Al trágico fulgor de los hachones,
ondeó la danza de las bayaderas
por entre una apoteosis de banderas
y de un siniestro trueno de leones.

Ardió al epitalamio de tu paso,
un himno de trompetas fulgurantes...
Sobre mi corazón, los hierofantes

ungieron tu sandalia, urna de raso,
a tiempo que cien blancos elefantes,
enroscaron su trompa hacia el ocaso.



Julio Herrera Reissig

decoración heráldica

-- de Julio Herrera Reissig --

Señora de mis pobres homenajes,
débote amar aunque me ultrajes.
Góngora

soñé que te encontrabas junto al muro
glacial donde termina la existencia,
paseando tu magnífica opulencia
de doloroso terciopelo oscuro.

Tu pie, decoro del marfil más puro,
hería, con satánica inclemencia,
las pobres almas, llenas de paciencia,
que aún se brindaban a tu amor perjuro.

Mi dulce amor que sigue sin sosiego,
igual que un triste corderito ciego,
la huella perfumada de tu sombra,

buscó el suplicio de tu regio yugo,
y bajo el raso de tu pie verdugo
puse mi esclavo corazón de alfombra.



Julio Herrera Reissig

consagración

-- de Julio Herrera Reissig --

Surgió tu blanca majestad de raso,
toda sueño y fulgor, en la espesura;
y era en vez de mi mano -atenta al caso
mi alma quien oprimía tu cintura...

De procaces sulfatos, una impura
fragancia conspiraba a nuestro paso,
en tanto que propicio a tu aventura
llenóse de amapolas el ocaso.

Pálida de inquietud y casto asombro,
tu frente declinó sobre mi hombro...
Uniéndome a tu ser, con suave impulso,

al fin de mi especioso simulacro,
de un largo beso te apuré convulso,
¡hasta las heces, como un vino sacro!



Evaristo Carriego

La lluvia en la casa vieja

-- de Evaristo Carriego --

Hoy es un día horrible. Ya es valiente
quien se atreve a salir de su agujero...
¡Qué modo de llover! Furiosamente
en el techo de zinc el aguacero

tamborilea sin cesar. Lo grave
es que se llueve aquí peor que afuera,
y hay para rato, es natural... Quién sabe
como diablos se ha abierto esta gotera.

¡Esta gotera! Por el cielo raso
se filtra el agua: baja a las paredes,
se divide en las grietas, y, de paso,
alcanza a las aranas en sus redes.

Pero hay que ver el patio... La fangosa
reciente lagunita que rodea
el pozo, y la tinaja que rebosa
mientras el viejo caño canturrea.



Federico García Lorca

Alma ausente

-- de Federico García Lorca --

No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.

No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.



Federico García Lorca

El lagarto está llorando

-- de Federico García Lorca --

El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.

El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.

Han perdido sin querer
su anillo de desposados.

¡Ay, su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!

Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.

El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.

¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!

¡Ay, cómo lloran y lloran,
¡ay! ¡ay! cómo están llorando!



Francisco Villaespesa

convalecencia

-- de Francisco Villaespesa --

¡qué suavidad, qué suavidad de raso,
qué acariciar de plumas en el viento;
en terciopelos se apagó mi paso
y en remansos de seda el pensamiento!
todo impreciso es como en un cuento,
se desborda en silencio como un vaso,
y en esta tibia languidez de ocaso
desfallecer hasta morir me siento.
Como un panal disuélvome en dulzura,
desfallezco de todo: de ternura,
de claridad, del éxtasis de verte...
Y todo tan lejano, tan lejano...
En este atardecer tu frágil mano
pudiera con un lirio darme muerte...



José Asunción Silva

nocturno

-- de José Asunción Silva --

Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
a quien los másaudaces, en locos devaneos
jamás se hanacercado con carnales deseos;
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos velados por sedosas pestañas,
y en cuyos dulceslabios abiertos sólo al rezo
jamás se habráposado ni la sombra de un beso...
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
si entrevieras ensueños a aquél con quien tú sueñas
tras las horas debaile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en su lascivia loca
besar todos sus plieguesde tibio aroma llenos
y las rígidaspuntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñaras de placer en sus brazos,
por aquel de quieneres todas las alegrías,
¡oh dulce niñapálida!, di, ¿te resistirías?...



José Asunción Silva

Nocturno 1 (Silva)

-- de José Asunción Silva --

Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
a quien los más audaces, en locos devaneos
jamás se han acercado con carnales deseos;
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos velados por sedosas pestañas,
y en cuyos dulces labios -abiertos sólo al rezo-
jamás se habrá posado ni la sombra de un beso...
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
si entrevieras en sueños a aquél con quien tú sueñas
tras las horas de baile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en su lascivia loca
besar todos sus pliegues de tibio aroma llenos
y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñaras de placer en sus brazos,
por aquel de quien eres todas las alegrías,
¡oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías?...



José Cadalso

unos pasan, amigo

-- de José Cadalso --

Unos pasan, amigo,
estas noches de enero
junto al balcón de cloris,
con lluvia, nieve y hielo;
otros la pica al hombro,
sobre murallas puestos,
hambrientos y desnudos,
pero de gloria llenos;
otros al campo raso,
las distancias midiendo
que hay de venus a marte,
que hay de mercurio a venus;
otros en el recinto
del lúgubre aposento,
de newton o descartes
los libros revolviendo;
otros contando ansiosos
sus mal habidos pesos,
atando y desatando
los antiguos talegos.
Pero acá lo pasamos
junto al rincón del fuego,
asando unas castañas,
ardiendo un tronco entero,
hablando de las viñas,
contando alegres cuentos,
bebiendo grandes copas,
comiendo buenos quesos;
y a fe que de este modo
no nos importa un bledo
cuanto enloquece a muchos,
que serían muy cuerdos
si hicieran en la corte
lo que en la aldea hacemos.
Esta obra se encuentra en dominio público.
Esto es aplicable en todo el mundo debido a que su autor falleció hace
más de 100 años. La traducción de la obra puede no estar en dominio
público.



José Cadalso

anacreóntica II

-- de José Cadalso --

Unos pasan, amigo,
estas noches de enero
junto al balcón de cloris,
con lluvia, nieve y hielo;
otros la pica al hombro,
sobre murallas puestos,
hambrientos y desnudos,
pero de gloria llenos;
otros al campo raso,
las distancias midiendo
que hay de venus a marte,
que hay de mercurio a venus;
otros en el recinto
del lúgubre aposento,
de newton o descartes
los libros revolviendo;
otros contando ansiosos
sus mal habidos pesos,
atando y desatando
los antiguos talegos.
Pero acá lo pasamos
junto al rincón del fuego,
asando unas castañas,
ardiendo un tronco entero,
hablando de las viñas,
contando alegres cuentos,
bebiendo grandes copas,
comiendo buenos quesos;
y a fe que de este modo
no nos importa un bledo
cuanto enloquece a muchos,
que serían muy cuerdos
si hicieran en la corte
lo que en la aldea hacemos.



Carlos Pellicer

iv

-- de Carlos Pellicer --

Nadie llegó hasta mí con este paso
de tu esbeltez en mármoles reflejos.
Tu sangre lio a sus vínculos espejos
de imágenes ligeras al acaso.
Cristal de sangre cuya luz traspaso,
tu cuerpo enardecido de reflejos;
tu cuerpo de reflejos circunflejos,
tu cuerpo oscuro desenvuelto en raso.
Tendí la voz al horizonte puesto
como el pan en el cielo de tu ausencia.
Me envuelve tu llegar, tu voz, tu gesto,
tu crueldad, tu tristeza y la terrible
certidumbre de estar en tu presencia
lleno de amor y muerte inextinguible.



Claudio Rodríguez

don de la ebriedad ii

-- de Claudio Rodríguez --

ii
yo me pregunto a veces si la noche
se cierra al mundo para abrirse o si algo
la abre tan de repente que nosotros
no llegamos a su alba, al alba al raso
que no desaparece porque nadie
la crea: ni la luna, ni el sol claro.
Mi tristeza tampoco llega a verla
tal como es, quedándose en los astros
cuando en ellos el día es manifiesto
y no revela que en la noche hay campos
de intensa amanecida apresurada
no en germen, en luz plena, en albos pájaros.
Algún vuelo estar quemando el aire,
no por ardiente sino por lejano.
Alguna limpidez de estrella bruñe
los pinos, bruñir mi cuerpo al cabo.
¿Qué puedo hacer sino seguir poniendo
la vida a mil lanzadas del espacio?
y es que en la noche hay siempre un fuego oculto,
un resplandor areo, un día vano
para nuestros sentidos, que gravitan
hacia arriba y no ven ni oyen abajo.
Como es la calma un yelmo para el río
así el dolor es brisa para el lamo.
Así yo estoy sintiendo que las sombras
abren su luz, la abren tanto,
que la mañana surge sin principio
ni fin, eterna ya desde el ocaso.



Ramón López Velarde

un lacónico grito...

-- de Ramón López Velarde --

Un lacónico grito...
Yo te digo: «alma mía, tú saliste
con vestido nupcial de la plomiza
eternidad, como saldría una ala
del nimbus que se eriza
de rayos; y una mañana has de volver
al metálico nimbus,
llevando, entre tus velos virginales,
mi ánima impoluta
y mi cuerpo sin males».
Mas mi labio, que osa
decir palabras de inmortalidad,
se ha de pudrir en la húmeda
tiniebla de la fosa.
Mi corazón te dice: «rosa intacta,
vas dibujada en mí con un dibujo
incólume, e irradias en mi sombra
como un diamante en un raso de lujo».
Mi corazón olvida
que engendrará al gusano
mayor, en una asfixia corrompida.
Siempre que inicio un vuelo
por encima de todo,
un demonio sarcástico maúlla
y me devuelve al lodo.
Tú misma, blanca ala que te elevas
en mi horizonte, con la compostura
beata de las palomas de los púlpitos,
y que has compendiado en tu blancura
un anhelo infinito,
sólo serás en breve
un lacónico grito
y un desastre de plumas, cual rizada
y dispersada nieve.



Ramón López Velarde

Un lacónito grito

-- de Ramón López Velarde --

Yo te digo: "Alma mía, tú saliste
con vestido nupcial de la plomiza
eternidad, como saldría una ala
del nimbus que se eriza
de rayos; y una mañana has de volver
al metálico nimbus,
llevando, entre tus velos virginales,
mi ánima impoluta
y mi cuerpo sin males."
Mas mi labio, que osa
decir palabras de inmortalidad,
se ha de pudrir en la húmeda
tiniebla de la fosa.

Mi corazón te dice: "Rosa intacta,
vas dibujada en mi con un dibujo
incólume, e irradias en mi sombra
como un diamante en un raso de lujo."

Mi corazón olvida
que engendrará al gusano
mayor, en una asfixia corrompida.

Siempre que inicio un vuelo por encima de todo,
un demonio sarcástico maúlla
y me devuelve al lodo.

Tú misma, blanca ala que te elevas
en mi horizonte, con la compostura
beata de las palomas de los púlpitos,
y que has compendiado en tu blancura
un anhelo infinito,
sólo serás en breve
un lacónico grito
y un desastre de plumas, cual rizada
y dispersada nieve.



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