Buscar Poemas con Rasgados


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Se han encontrado 7 poemas con la palabra rasgados

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Amado Nervo

¿qué más me da

-- de Amado Nervo --

In angello cum libello
kempis
¡con ella, todo; sin ella, nada!
para qué viajes,
cielos, paisajes,
¡qué importan soles en la jornada!
qué más me da
la ciudad loca, la mar rizada,
el valle plácido, la cima helada,
¡si ya conmigo mi amor no está!
que más me da...
Venecias, romas, vienas, parises:
bellos sin duda; pero copiados
en sus celestes pupilas grises,
¡en sus divinos ojos rasgados!
venecias, romas, vienas, parises,
qué más me da
vuestra balumba febril y vana,
si de mi brazo no va mi ana,
¡si ya conmigo mi amor no está!
qué más me da...
Un rinconcito que en cualquier parte me
preste abrigo;
un apartado refugio amigo
donde pensar;
un libro austero que me conforte;
una esperanza que sea norte
de mi penar,
y un apacible morir sereno,
mientras más pronto más dulce y bueno:
¡qué mejor cosa puedo anhelar!

Poema ¿qué más me da de Amado Nervo con fondo de libro

Diego Hurtado de Mendoza

Aquestos vientos ásperos y claros

-- de Diego Hurtado de Mendoza --

Aquestos vientos ásperos y claros,
De espesas nubes y tinieblas llenos.
De ardientes rayos y terribles truenos
Con súbitos relámpagos rasgados,

Aunque en mi daño siempre conjurados,
Ya fueron tiempos claros y serenos,
De mi dudoso bien terceros buenos,
Y en esperar mi gloria prosperados.

¡Cuán presto pasa un temple del verano,
Y cuán despacio destemplados tiempos,
Y cuánto cuesta un bien no conocido!

¡Ay buena suerte y venturoso! en vano
Triste la larga en breves pasatiempos
Del tiempo bien llorado y mal perdido.

Poema Aquestos vientos ásperos y claros de Diego Hurtado de Mendoza con fondo de libro

José Tomás de Cuellar

La ceniza en la frente

-- de José Tomás de Cuellar --

NIÑA de la ebúrnea tez
Y de los rasgados ojos:
De tus hechos esta vez
Voy á ser el recto juez
Si no he de causarte enojos.

Poema La ceniza en la frente de José Tomás de Cuellar con fondo de libro

Andrés Héctor Lerena Acevedo

Aquellos ojos

-- de Andrés Héctor Lerena Acevedo --

Eran aquellos ojos, inmensos y rasgados.
Los conocí hace tiempo, siempre puros e iguales,
quietos, como el ensueño de los claustros sellados.
En las horas de éxtasis vibraban musicales
al igual de esos pozos frescos, de aguas cantantes.
Jamás los vi cerrados. Fijos en los caminos
contemplaban, absortos, el ir de los viandantes
con la ignota indulgencia de los rostros divinos.

Solía verlos, ya tarde, bajo un rayo postrero;
y cuando me miraban, mi alma ardiente y gozosa
se sustraía al frágil tiempo perecedero.
Pero han pasado lustros. La rueca silenciosa
sobre mi adolescencia devanó su telar.
Los antiguos ensueños de mi alcázar interno,
como las naves nómadas que buscan cielo y mar,
se han perdido, uno a uno, rumbo al azul eterno.
Como las naves nómadas, bogan, lejos, remotos...
Sólo del fondo ambiguo de los tiempos vividos
siguen, siempre, mirándome esos ojos devotos
quietos, como la vida de los claustros dormidos!



Rosalía de Castro

a

-- de Rosalía de Castro --

Ya que me abandonaste, ¡oh tú, esperanza!,
«volved a mí», les dije a mis recuerdos;
mas mi voz resonó hueca y profunda
en un sepulcro abierto.
Cuando me veas pensativo y triste,
no indagues en qué pienso;
del ángel de las tumbas,
tú, ángel de luz, ¿pudieras tener celos?
ella alzó entonces los rasgados ojos
y preguntó con miedo:
«¿será verdad que alguna vez, bien mío,
resucitan los muertos?»



Rosalía de Castro

A *** (Rosalía de Castro)

-- de Rosalía de Castro --

Ya que me abandonaste, ¡oh tú, esperanza!,
«volved a mí», les dije a mis recuerdos;
mas mi voz resonó hueca y profunda
en un sepulcro abierto.

Cuando me veas pensativo y triste,
no indagues en qué pienso;
del ángel de las tumbas,
tú, ángel de luz, ¿pudieras tener celos?

Ella alzó entonces los rasgados ojos
y preguntó con miedo:
«¿Será verdad que alguna vez, bien mío,
resucitan los muertos?»



Clemente Althaus

A Elena (1 Althaus)

-- de Clemente Althaus --

Labios tienes cual púrpura rojos,
tez de rosa y de fresco azahar,
y rasgados dulcísimos ojos
del color de los cielos y el mar.
Oro es fino la riza madeja
que hollar puede el brevísimo pie,
y flor tierna tu talle semeja
que temblar al favonio se ve.
La hija bella del Cisne y de Leda,
te pudiera envidiar cuerpo tal;
pero en él más bella alma se hospeda,
Que no empaña ni sombra de mal.
Prole augusta tal vez me pareces
de himeneo entre dios y mujer:
¡ah! ¡dichoso, dichoso mil veces
quien amado de ti logre ser!
No yo, indigno de tanta ventura,
a cuya alma pesó, cada vez
que te viera, no ser ya tan pura
cual lo fue en su primera niñez.



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