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Ramón López Velarde

Mi prima Águeda

-- de Ramón López Velarde --

A Jesús Villalpando

Mi madrina invitaba a mi prima Águeda
a que pasara el día con nosotros,
y mi prima llegaba
con un contradictorio
prestigio de almidón y de temible
luto ceremonioso.

Águeda aparecía, resonante
de almidón, y sus ojos
verdes y sus mejillas rubicundas
me protegían contra el pavoroso
luto...

Yo era rapaz
y conocía la o por lo redondo,
y Águeda, que tejía
mansa y perseverante en el sonoro
corredor, me causaba
calosfríos ignotos...
(Creo que hasta la debo la costumbre
heroicamente insana de hablar solo).

A la hora de comer, en la penumbra
quieta del refectorio,
me iba embelesando un quebradizo
sonar intermitente de vajilla
y el timbre caricioso
de la voz de mi prima.

Águeda era
(luto, pupilas verdes y mejillas
rubicundas) un cesto policromo
de manzanas y uvas
en el ébano de un armario añoso.

(De La sangre devota, 1916)

Poema Mi prima Águeda de Ramón López Velarde con fondo de libro

Lope de Vega

El cabello tendido por el manto

-- de Lope de Vega --

El cabello tendido por el manto,
que humilde el sol para corona estima,
María llega a que en su prima imprima,
amor los brazos, que ella baña en llanto.
«Bendito el fruto de tu vientre santo»,
dice Isabel a su querida prima,
y ella responde: «Mi humildad sublima
Dios, que por ella me engrandece tanto».
El monte se conmueve a su alabanza,
y los pastores tan alegremente,
que reventaba por hablar un mudo.
Juan de contento salta, baila y danza,
que el maestro que entonces tiene enfrente,
es el más primo que tocar le pudo.

Poema El cabello tendido por el manto de Lope de Vega con fondo de libro

Jorge Manrique

A una prima suya que le estorbaba unos amores

-- de Jorge Manrique --

Cuanto el bien temprar concierta
al buen tañer y conviene,
tanta daña y desconcierta
la prima falsa que tiene;
pues no aprovecha templalla,
ni por ello mejor suena,
por no estar en esta pena,
muy mejor será quebralla
que pensar hacella buena.

Poema A una prima suya que le estorbaba unos amores de Jorge Manrique con fondo de libro

Adelardo López de Ayala

Improvisación a una prima mía

-- de Adelardo López de Ayala --

Tomar pretendo la expresión guerrera:
miro la luz de tus brillantes ojos,
y al punto se convierten mis enojos
en endecha meliflua y lisonjera.

Me animo, y pienso, cual la vez primera,
en batallas, soldados y despojos...:
Te contemplo otra vez, y mis arrojos
otra vez se derriten cual la cera.

Guerras ya de mi numen no demando:
mas tú no formes contra mí querella,
si voy tus peticiones dilatando:

culpa no más a la piadosa estrella
que a mí me diera corazón tan blando,
o a ti, primita, te formó tan bella.



Alberti

A ROSA DE ALBERTI

-- de Alberti --

Rosa de Alberti allá en el rodapié
del mirador del cielo se entreabría,
pulsadora del aire y prima mía,
al cuello un lazo blanco de moaré.

El barandal del arpa, desde el pie
hasta el bucle en la nieve, la cubría.
Enredando sus cuerdas, verdecía,
alga en hilos, la mano que se fue.

Llena de suavidades y carmines,
fanal de ensueño, vaga y voladora,
voló hacia los más altos miradores.

¡Miradla querubín de querubines,
del vergel de los aires pulsadora.
Pensativa de Alberti entre las flores!



Lope de Vega

Los que en sonoro verso y dulce rima

-- de Lope de Vega --

Los que en sonoro verso y dulce rima
hacéis conceto de escuchar poeta
versificante en forma de estafeta,
que a toda dirección número imprima,

oíd de un caos la materia prima
no culta como cifras de receta,
que en lengua pura, fácil, limpia y neta,
yo invento, Amor escribe, el tiempo lima.

Estas, en fin, reliquias de la llama
dulce que me abrasó, si de provecho
no fueren a la venta, ni a la fama,

sea mi dicha tal, que, a su despecho,
me traiga en el cartón quien me desama
que basta por laurel su hermoso pecho.



César Vallejo

Trilce: XI

-- de César Vallejo --

He encontrado a una niña
en la calle, y me ha abrazado.
Equis, disertada, quien la halló y la halle,
no la va a recordar.

Esta niña es mi prima. Hoy, al tocarle
el talle, mis manos han entrado en su edad
como en par de mal rebocados sepulcros.
Y por la misma desolación marchóse,
delta al sol tenebloso,
trina entre los dos.

“Me he casado”,
me dice. Cuando lo que hicimos de niños
en casa de la tía difunta.
Se ha casado.
Se ha casado.

Tardes años latitudinales,
qué verdaderas ganas nos ha dado
de jugar a los toros, a las yuntas,
pero todo de engaños, de candor, como fue.



César Vallejo

guitarra

-- de César Vallejo --

El placer de sufrir, de odiar, me tiñe
la garganta con plásticos venenos,
mas la cerda que implanta su orden mágico,
su grandeza taurina, entre la prima
y la sexta
y la octava mendaz, las sufre todas.
El placer de sufrir... ¿Quién? ¿a quién?
¿quién, las muelas? ¿a quién la sociedad,
los carburos de rabia de la encía?
¿cómo ser
y estar, sin darle cólera al vecino?
vales más que mi número, hombre solo,
y valen más que todo el diccionario,
con su prosa en verso,
con su verso en prosa,
tu función águila,
tu mecanismo tigre, blando prójimo.
El placer de sufrir,
de esperar esperanzas en la mesa,
el domingo con todos los idiomas,
el sábado con horas chinas, belgas,
la semana, con dos escupitajos.
El placer de esperar en zapatillas,
de esperar encogido tras de un verso,
de esperar con pujanza y mala poña;
el placer de sufrir: zurdazo de hembra
muerta con una piedra en la cintura
y muerta entre la cuerda y la guitarra,
llorando días y cantando meses.



César Vallejo

he encontrado a una niña

-- de César Vallejo --

xi
he encontrado a una niña
en la calle, y me ha abrazado.
Equis, disertada, quien la halló y la halle,
no la va a recordar.
Esta niña es mi prima. Hoy, al tocarle
el talle, mis manos han entrado en su edad
como en par de mal rebocados sepulcros.
Y por la misma desolación marchóse,
delta al sol tenebloso,
trina entre los dos.
«Me he casado»,
me dice. Cuando lo que hicimos de niños
en casa de la tía difunta.
Se ha casado.
Se ha casado.
Tardes años latitudinales,
qué verdaderas ganas nos ha dado
de jugar a los toros, a las yuntas,
pero todo de engaños, de candor, como fue.



Pablo Neruda

soneto xxxiv cien sonetos de amor (1959) mediodía

-- de Pablo Neruda --

Soneto xxxiv
eres hija del mar y prima del orégano,
nadadora, tu cuerpo es de agua pura,
cocinera, tu sangre es tierra viva
y tus costumbres son floridas y terrestres.
Al agua van tus ojos y levantan las olas,
a la tierra tus manos y saltan las semillas,
en agua y tierra tienes propiedades profundas
que en ti se juntan como las leyes de la greda.
Náyade, corta tu cuerpo la turquesa
y luego resurrecto florece en la cocina
de tal modo que asumes cuanto existe
y al fin duermes rodeada por mis brazos que apartan
de la sormbra sombría, para que tú descanses,
legumbres, algas, hierbas: la espuma de tus sueños.



Anónimo

Romance del alcaide de Alhama

-- de Anónimo --

-Moro alcaide, moro alcaide,
el de la barba vellida,
el rey os manda prender
porque Alhama era perdida.
-Si el rey me manda prender
porque Alhama se perdía,
el rey lo puede hacer,
mas yo nada le debía,
porque yo era ido a Ronda
a bodas de una mi prima;
yo dejé cobro en Alhama
el mejor que yo podía.
Si el rey perdió su ciudad,
yo perdí cuanto tenía:
perdí mi mujer y hijos,
las cosas que más quería.



Manuel Machado

Cantares

-- de Manuel Machado --

Vino, sentimiento, guitarra y poesía
hacen los cantares de la patria mía.
Cantares...
Quien dice cantares dice Andalucía.

A la sombra fresca de la vieja parra,
un mozo moreno rasguea la guitarra...
Cantares...
Algo que acaricia y algo que desgarra.

La prima que canta y el bordón que llora...
Y el tiempo callado se va hora tras hora.
Cantares...
Son dejos fatales de la raza mora.

No importa la vida, que ya está perdida,
y, después de todo, ¿qué es eso, la vida?...
Cantares...
Cantando la pena, la pena se olvida.

Madre, pena, suerte, pena, madre, muerte,
ojos negros, negros, y negra la suerte...
Cantares...
En ellos el alma del alma se vierte.

Cantares. Cantares de la patria mía,
quien dice cantares dice Andalucía.
Cantares...
No tiene más notas la guitarra mía.



Manuel Reina

María Stuart

-- de Manuel Reina --

Pálida la color, en la alba frente,
un surco que revela el desconsuelo,
la azul pupila dirigida al cielo,
el paso firme, el ademán prudente,

baña su hermosa faz el llanto ardiente.
Marcado en su semblante está el desvelo,
y un vestido de negro terciopelo
aprisiona sus formas ricamente.

Así María Stuart camina lenta,
el pudoroso pecho destrozado,
a la picota lúgubre y sangrienta;

y al rodar su cabeza en el tablado,
rodó en el suelo, para eterna afrenta,
el nombre de su prima deshonrado.



Evaristo Carriego

Como en los buenos tiempos

-- de Evaristo Carriego --

A veces, miro un poco entristecido
la fiel evocación de ese retrato
donde estás viva, aunque mucho rato,
digo bien, mucho rato ha que te has ido.

¡Y apenas la impresión que nada deja!
Tal vez he preferido más perderte
que haber seguido amándote, hasta verte
con la vergüenza de sentirte vieja.

Y, sin embargo, acaso mentiría,
si quisiera decir que todavía
no he cesado de oirte junto al piano

que nadie ha vuelto a abrir, como en ninguna
emoción de aquel tiempo tan lejano
cuando aún eras prima de la luna.



Evaristo Carriego

De invierno (Carriego)

-- de Evaristo Carriego --

Frío y viento. Ya en la casa miserable,
tiritando se durmió la viejecita,
y en la pieza, abandonada como siempre,
gime y tose, sin alivio, la enfermita.

¡Oh, qué noche! Se me antoja ver extraños
rojos cirios en las calles solitarias...
¡Con qué lúgubre sigilo van pasando
las angustias, en sus rondas silenciarias!

Madre, hermana, prima, santas compasivas
de las trágicas miserias sollozantes:
¿qué será de los enfermos esta noche,
tan adusta de presagios inquietantes?

¡Oh, las vidas, condenadas en el lecho
al suplicio de las fiebres horrorosas...
¡Pobrecitos los pulmones que no llegan
al dorado mes del sol y de las rosas!



Evaristo Carriego

La guitarra

-- de Evaristo Carriego --

Porque en las partituras de su garganta
ella orquesta la risa con el lamento,
porque encierra una musa que todo canta,
es la polifonista del sentimiento.

Por la prima aflautada vuelan las aves
de las notas chispeantes y juguetonas,
y, poblando el ambiente de voces graves,
braman las roncas iras en las bordonas.

Arco de mil envíos. Carcaj de amores,
hacen sus flechas raudas líricas presas,
así como, en la pauta de los rencores,
suele rugir el pueblo sus marsellesas.

Ella lauda en su solfa los caballeros
del valor o del arte, y aun hay un gajo
de laurel para todos los cancioneros
de la fértil Provenza del barrio bajo.



Evaristo Carriego

Leyendo a dumas

-- de Evaristo Carriego --

— Ya es hora, prima: las nueve.
Empieza, pues, la lectura.
Ruge el viento afuera: llueve,
y el viejo caño murmura
un son constipado... Un son...
Empieza ya, que la abuela
te ha prometido atención.
Abre la dulce novela
donde tanta bella historia
nos cuenta el novelador,
que cuando uno hace memoria
no sabe cual es mejor:
El embozado que ama
a una que no conoce
y a quien dio cita la dama
cerca del Louvre, a las doce.
La cena de la hostería...



Evaristo Carriego

Por el corazón

-- de Evaristo Carriego --

¡Tan colorada la sandía!
¿Será más rica que el melón?
Esta primer tajada es mía:
para ti, prima, el corazón.

Ya salió la otra... ¡No digo!
Ayer fué lo mismo ... ¡Es gracioso!
Comenzó a llorar por el higo
que le arrebatara el mocoso

del hermano. ¿Más? ¡En seguida!
¿Volvemos? ¡Pues no se figura
que hay que brindarle cuanto pida:
caramba con la criatura!

¡Linda se ha puesto! ¡Sí, señor!
se ha puesto lo más regalona...
No quiere sino lo mejor,
como si tuviese corona!



Evaristo Carriego

Por ella

-- de Evaristo Carriego --

...Déjala, prima! Deja que suspire
la tía: ella también tiene su pena,
y ríe alguna vez, siquiera. ¡Mira
que no te ríes hace tiempo!
Suena
de improviso tu risa alegre y sana
en la paz de la casa silenciosa
y es como si se abriera una ventana
para que entrase el sol.
Tu contagiosa
alegría de antes! La de entonces, esa
de cuando eras comunicativa
como una hermana buena que regresa
después de un largo viaje.
La expansiva
alegría de antes! Se la siente
sólo de tiempo en tiempo, en el sereno
olvidar de las cosas...



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 46

-- de Francisco de Quevedo --

Cuando con atención miro y contemplo
la soberana raza, y compostura
de esta divina, y celestial figura,
que de su hacedor es vivo ejemplo.
La prima con razón bajo, y contemplo
del indigno instrumento, que procura
tocar los puntos de mayor altura,
que la madre de amor oyó en su templo.
Pues no es bien ofenderos, y agraviaros
cortamente alabando la riqueza
de los raros extremos, que en vos veo.
Sólo se ocupe el alma en contemplaros,
y estos ojos en ver esta belleza,
que es último sujeto del deseo.



Ramón de Campoamor

La opinión

-- de Ramón de Campoamor --

A mi querida prima Jacinta White de Llano,

en la muerte de su hija

¡Pobre Carolina mía!
¡Nunca la podré olvidar!
Ved lo que el mundo decía
viendo el féretro pasar:
Un clérigo. Empiece el canto.
El doctor. ¡Cesó el sufrir!
El padre. ¡Me ahoga el llanto!
La madre. ¡Quiero morir!
Un muchacho. ¡Qué adornada!
Un joven. ¡Era muy bella!
Una moza. ¡Desgraciada!
Una vieja. ¡Feliz ella!
—¡Duerme en paz!—dicen los buenos.
—¡Adiós!—dicen los demás.
Un filósofo. ¡Uno menos!
Un poeta. ¡Un ángel más!



Ramón López Velarde

El campanero

-- de Ramón López Velarde --

Me contó el campanero esta mañana
Que el año viene mal para los trigos.
Que Juan es novio de una prima hermana
Rica y hermosa. Que murió Susana.
El campanero y yo somos amigos.

Me narró amores de sus juventudes
Y con su voz cascada de hombre fuerte,
Al ver pasar los negros ataúdes
Me hizo la narración de mil virtudes
Y hablamos de la vida y de la muerte.

-¿Y su boda, señor? -Cállate, anciano.
-¿Será para el invierno? -Para entonces,
y si vives, aun cuando su mano
me dé la Muerte, campanero hermano,
haz doblar por mi ánima tus bronces.



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