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Se han encontrado 70 poemas con la palabra plantas

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Releyendo tus páginas

-- de Vicenta Castro Cambón --

POR salvar de la seca a tres rosales,
aunque estaba cansada y era noche,
olvidéme un instante de mis males
y “agua —dije— he de darles a derroche”.

Y busqué los rosales. Busqué en vano:
del cantero, esa vez, todas las plantas
parecieron rosales a mi mano;
¡y las plantas regadas fueron tantas!

En tallos que jamás dieron espinas
tocó mi mano espinas enconosas
y mi mano halló rosas peregrinas
en ramas donde nadie verá rosas.

Si alguien mi confusión adivinara
tal vez, creyéndome a1 dolor ajena,
ebria de poesía me juzgara.
Tú lo sabes: yo estaba ebria de pena...

Poema Releyendo tus páginas de Vicenta Castro Cambón con fondo de libro

Rosalía de Castro

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros

-- de Rosalía de Castro --

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros;
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
De mí murmuran y exclaman:
— Ahí va la loca, soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

— Hay canas en mi cabeza; hay en los prados escarcha;
Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Poema Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros de Rosalía de Castro con fondo de libro

Medardo Ángel Silva

Soneto (Silva, 2)

-- de Medardo Ángel Silva --

Llamé a tu corazón y no me has respondido
Pedí a drogas fatales sus mentiras piadosas
¡En vano! Contra ti nada puede el olvido:
¡he de seguir esclavo a tus plantas gloriosas!

Invoqué en mi vigilia la imagen de la Muerte
y del Werther germano, el recuerdo suicida
¡Y todo inútilmente! ¡El temor de perderte
siempre ha podido más que mi horror a la vida!

Bien puedes sonreír y sentirte dichosa:
el águila a tus plantas se ha vuelto mariposa;
Dalila le ha cortado a Sansón los cabellos;

mi alma es un pedestal de tu cuerpo exquisito;
y las alas, que fueron para el vuelo infinito,
¡como alfombra de plumas están a tus pies bellos!

Poema Soneto (Silva, 2) de Medardo Ángel Silva con fondo de libro

Adelardo López de Ayala

A Emilia (López de Ayala)

-- de Adelardo López de Ayala --

Cuando cantas en dulce melodía
la Oración de la Virgen, me parece
que otra vez el Arcángel aparece
y se postra a las plantas de María.

De aquel hondo misterio la alegría
mi espíritu levanta y ennoblece;
la niebla se disipa, y se esclarece
la estrecha senda que al Empíreo guía.

Hoy que tu pura voz ha enmudecido,
entre el cielo y el mundo denso velo
van poniendo las sombras del olvido...

¡Ay! Canta, Emilia, que escucharte anhelo,
para mirar de nuevo establecido
el contacto del mundo con el cielo.



Alfonsina Storni

Sábado

-- de Alfonsina Storni --

Me levanté temprano y anduve descalza
Por los corredores: bajé a los jardines
Y besé las plantas
Absorbí los vahos limpios de la tierra,
Tirada en la grama;
Me bañé en la fuente que verdes achiras
Circundan. Más tarde, mojados de agua
Peiné mis cabellos. Perfumé las manos
Con zumo oloroso de diamelas. Garzas
Quisquillosas, finas,
De mi falda hurtaron doradas migajas.
Luego puse traje de clarín más leve
Que la misma gasa.
De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo
Mi sillón de paja.
Fijos en la verja mis ojos quedaron,
Fijos en la verja.
El reloj me dijo: diez de la mañana.
Adentro un sonido de loza y cristales:
Comedor en sombra; manos que aprestaban
Manteles.
Afuera, sol como no he visto
Sobre el mármol blanco de la escalinata.
Fijos en la verja siguieron mis ojos,
Fijos. Te esperaba.



Amado Nervo

nadie conoce el bien

-- de Amado Nervo --

Había un ángel cerca de mí,
mas no le vi...
Posó las plantas maravillosas
entre las zarzas de mi erial, y
yo, en tanto, estaba viendo otras cosas.
Cuando, callado, tendió su vuelo
y quedó al irse torvo mi cielo,
mi vida huérfana, mi alma vacía,
comprendí todo lo que perdía.
Alcé los ojos despavorido,
llamé al ausente con un gemido,
plegó mis labios convulso gesto...
Mas pronto el ángel dejó traspuesto,
con vuelo de ímpetu soberano,
las lindes negras del mundo arcano,
y todo vano fué... ¡Todo vano!
¡quién del espacio devuelve un ave!
¡qué imán atrae a un dios ya ido!
dice el proloquio que nadie sabe
el bien que tiene... ¡Sino perdido!



Amado Nervo

delicta carnis

-- de Amado Nervo --

Carne, carne maldita que me apartas del cielo;
carne tibia y rosada que me impeles al vicio;
ya rasgué mis espaldas con cilicio y flagelo
por vencer tus impulsos, y es en vano, ¡te anhelo
a pesar del flagelo y a pesar del cilicio!
crucifico mi cuerpo con sagrados enojos,
y se abraza a mis plantas afrodita la impura;
me sumerjo en la nieve, mas la templan sus ojos;
me revuelco en un tálamo de punzantes abrojos,
y sus labios lo truecan en deleite y ventura.
Y no encuentro esperanza, ni refugio ni asilo,
y en mis noches, pobladas de febriles quimeras,
me persigue la imagen de la venus de milo,
con sus lácteos muñones, con su rostro tranquilo
y las combas triunfales de sus amplias caderas.
.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .... .. .. ..
¡Oh señor jesucristo, guíame por los rectos
derroteros del justo; ya no turben con locas
avideces la calma de mis puros afectos
ni el caliente alabastro de los senos erectos,
ni el marfil de los hombros, ni el coral de las bocas!



Leopoldo Lugones

El amor eterno

-- de Leopoldo Lugones --

Deja caer las rosas y los días
una vez más, segura de mi huerto.
Aún hay rosas en él, y ellas, por cierto,
mejor perfuman cuando son tardías.

Al deshojarse en tus melancolías,
cuando parezca más desnudo y yerto,
ha de guardarse bajo su oro muerto
las violetas más nobles y sombrías.

No temas al otoño, si ha venido.
Aunque caiga la flor, queda la rama.
La rama queda para hacer el nido.

Y como ahora al florecer se inflama,
leño seco, a tus plantas encendido,
ardientes rosas te echará en la llama.



Lope de Vega

¿qué tengo yo, que mi amistad procuras

-- de Lope de Vega --

¿qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿qué interés se te sigue, jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?
oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí!, ¡qué extraño desvarío
si de mi ingratitud de hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡cuántas veces el ángel me decía:
«alma, asómate agora a la ventana;
verás con cuánto amor llamar porfía»
¡y cuántas, hermosura soberana,
«mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!



Lope de Vega

De hoy más las crespas sienes de olorosa

-- de Lope de Vega --

De hoy más las crespas sienes de olorosa
verbena y mirto coronarte puedes,
juncoso Manzanares, pues excedes
del Tajo la corriente caudalosa.
Lucinda en ti bañó su planta hermosa;
bien es que su dorado nombre heredes
y que con perlas por arenas quedes
mereciendo besar su nieve y rosa.
Y yo envidiar pudiera tu fortuna,
mas he llorado en ti lágrimas tantas,
(tú, buen testigo de mi amargo lloro),
que mezclada en tus aguas pudo alguna
de Lucinda tocar las tiernas plantas,
y convertirse en tus arenas de oro.



Lope de Vega

La madre de las ciencias, donde a tantos

-- de Lope de Vega --

La madre de las ciencias, donde a tantos
verde laurel por únicos publica,
dos corderos al cielo sacrifica,
primicias ya de innumerables santos.
Bárbara mano entre dichosos cantos
hierro cruel a su marfil aplica,
y la ribera, de sus plantas rica,
himnos al cielo ofrece en vez de llantos.
Henares, lastimado de que dentro
de sus términos Roma entrar procura,
saliéndole dos niños al encuentro,
rompió la margen, y la sangre pura
bebió a la tierra, y retirando el centro
le dio en arenas de oro sepultura.



Lope de Vega

Tu ribera apacible, ingrato río

-- de Lope de Vega --

Tu ribera apacible, ingrato río,
y las orillas que en tus ondas bañas,
se vuelven peñas cóncavas y extrañas,
y fuego tu licor sabroso y frío.

Abrase un rayo tu frescor sombrío,
los rojos lirios y las verdes cañas,
niéguente el agua sierras y montañas,
y sólo te acompañe el llanto mío.

Hasta la arena, que al correr levantas
se vuelvan fieros áspides airados;
mas, ¡ay!, ¡cuán vana maldición espera!,

que cuando en ti mi sol baño sus plantas,
con ofenderla tú, dejó sagrados
lirios, orilla, arena, agua y riberas.



Lope de Vega

Vos conocéis, Señor la compostura

-- de Lope de Vega --

Vos conocéis, Señor, la compostura
del hombre y sus primeros fundamentos;
Vos, de sus encontrados elementos
la guerra vil que hasta acabarle dura.
Vos, de qué suerte corre y se apresura
a convertirse en nada, y los intentos
con que fabrica en locos pensamientos
fantástica de error arquitectura.
Todo os obliga, cuando más airado,
a perdonarle, habiendo conocido
su culpa a vuestras plantas humillado.
Porque vos, vencedor esclarecido,
como sois noble, nunca habéis probado
lo que corta la espada en un rendido.



Lope de Vega

Vos, de Pisuerga nuevamente Anfriso

-- de Lope de Vega --

Vos, de Pisuerga nuevamente Anfriso,
vivís, claro Francisco, las riberas,
las plantas atrayendo, que ligeras
huyeron de él, con vuestro dulce aviso.

Yo triste en vez de Dafne a Cipariso
tuerzo en la frente, y playas extranjeras
a vista de las ánglicas banderas
donde Carlos tomó su empresa, piso.

Vos coronado de la excelsa planta
por quien suspira el sol, no veis, Francisco,
si canta la Sirena o Circe encanta.

Y yo sin mí y sin vos atado a un risco,
no habiendo hurtado al sol la llama santa,
sustento de mi sangre un basilisco.



Lope de Vega

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?

-- de Lope de Vega --

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?

Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí!, ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate agora a la ventana;
verás con cuánto amor llamar porfía»

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!



Luis Cernuda

te quiero.

-- de Luis Cernuda --

Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalillo en la arena
o iracundo como órgano impetuoso;
te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;
te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;
te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes
que se cubren de rubor repentino;
te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.



Góngora

En la muerte de una señora que murió moza en Córdoba

-- de Góngora --

Fragoso monte, en cuyo vasto seno
duras cortezas de robustas plantas
contienen aquel nombre en partes tantas
de quien pagó a la tierra lo terreno:

así cubra de hoy más cielo sereno
la siempre verde cumbre que levantas,
que me escondas aquellas letras santas
de que a pesar del tiempo has de estar lleno.

La corteza do están desnuda, o viste
su villano troncón de hierba verde,
de suerte que mis ojos no las vean.

Quédense en tu arboleda, ella se acuerde
de fin tan tierno, y su memoria triste,
pues en troncos está, troncos la lean.



Góngora

Suspiros tristes, lágrimas cansadas

-- de Góngora --

Suspiros tristes, lágrimas cansadas,
que lanza el corazón, los ojos llueven,
los troncos bañan y las ramas mueven
de estas plantas, a Alcides consagradas;

más del viento las fuerzas conjuradas
los suspiros desatan y remueven,
y los troncos las lágrimas se beben,
mal ellos y peor ellas derramadas.

Hasta en mi tierno rostro aquel tributo
que dan mis ojos, invisible mano
de sombra o de aire me le deja enjuto,

porque aquel ángel fieramente humano
no crea mi dolor, y así es mi fruto
llorar sin premio y suspirar en vano.



Ignacio María de Acosta

Al plan de Matanzas

-- de Ignacio María de Acosta --

¿Quién eres tú, gigante, en cuya frente
se detienen las nieblas apiñadas,
en tanto que a tus plantas, humilladas
rugen las tempestades sordamente?...

Tu fantástica forma sorprendente,
tus crestas a los cielos levantadas,
tus abismos, tus rocas despeñadas,
¿qué misterios encubren a la mente?...

¿Y pretendo tu origen misterioso
penetrar, al través del tiempo inmenso
que miraste pasar?... De luz un rayo

ilumina mi espíritu; y lloroso,
que eres la tumba perdurable pienso
del pueblo antiguo que habitó en Yucayo.



Joaquín Nicolás Aramburu

Plácido

-- de Joaquín Nicolás Aramburu --

Tranquila el alma, la mirada quieta,
inocente, sin miedo y resignado,
llega al suplicio, a muerte condenado,
el gran mestizo, Plácido el poeta.

Rota la lira que cantó discreta
las glorias de su pueblo infortunado,
yace bajo las plantas de un soldado
que ni talento ni virtud respeta.

Ya cae el buen cubano sin mancilla;
Dios no ha escuchado su dolor profundo
por más que le invocara en la capilla.

Pero del genio que brillo fecundo
aún repite la voz en nuestra Antilla:
¡Ay, que me llevo en la cabeza un mundo!



César Vallejo

he aquí que hoy saludo...

-- de César Vallejo --

He aquí que hoy saludo, me pongo el cuello y vivo,
superficial de pasos insondable de plantas.
Tal me recibo de hombre, tal más bien me despido
y de cada hora mía retoña una distancia.
¿Queréis más? encantado.
Políticamente, mi palabra
emite cargos contra mi labio inferior
y económicamente,
cuando doy la espalda a oriente,
distingo en dignidad de muerte a mis visitas.
Desde totales códigos regulares saludo
al soldado desconocido
al verso perseguido por la tinta fatal
y al saurio que equidista diariamente
de su vida y su muerte,
como quien no hace la cosa.
El tiempo tiene un miedo ciempiés a los relojes.
(Los lectores pueden poner el título que quieran a este poema)



César Vallejo

Ascuas

-- de César Vallejo --

Para Domingo Parra del Riego

Luciré para Tilia, en la tragedia,
mis estrofas en ópimos racimos;
sangrará cada fruta melodiosa,
como un sol funeral, lúgubres vinos.
Tilia tendrá la cruz
que en la hora final será de luz!

Prenderé para Tilia, en la tragedia,
la gota de fragor que hay en mis labios;
y el labio, al encresparse para el beso,
se partirá en cien pétalos sagrados.
Tilia tendrá el puñal,
el puñal floricida y auroral!

Ya en la sombra, heroína, intacta y mártir,
tendrás bajo tus plantas a la Vida;
mientras veles, rezando mis estrofas,
mi testa, como una hostia en sangre tinta!
Y en un lirio, voraz,
mi sangre, como un virus, beberás!



Delmira Agustini

El intruso

-- de Delmira Agustini --

Amor, la noche estaba trágica y sollozante
cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,
tu sombra fue una mancha de luz y de blancura.

Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante;
bebieron en mi copa tus labios de frescura,
y descansó en mi almohada tu cabeza fragante;
me encantó tu descaro y adoré tu locura.

Y hoy río si tu ríes, y canto si tú cantas;
y si tú duermes, duermo como un perro a tus plantas.
Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera;

y tiemblo si tu mano toca la cerradura,
¡y bendigo la noche sollozante y oscura
que floreció en mi vida tu boca tempranera!



Delmira Agustini

Ofrendando el libro

-- de Delmira Agustini --

Porque haces tu can de la leona
más fuerte de la Vida, y la aprisiona
la cadena de rosas de tu brazo.

Porque tu cuerpo es la raíz, el lazo
esencial de los troncos discordantes
del placer y el dolor, plantas gigantes.

Porque emerge en tu mano bella y fuerte,
como en broche de míticos diamantes
el más embriagador lis de la Muerte.

Porque sobre el espacio te diviso,
pueste de luz, perfume y melodía,
comunicando infierno y paraíso
-con alma fúlgida y carne sombría...



Emilio Bobadilla

El zar Nicolás II

-- de Emilio Bobadilla --

Zar de todas las Rusias, autócrata que el oro
de su pueblo derrocha sin medida ni fechas;
que destierra a Siberia, burlándose del foro,
a nobles y plebeyos, por fútiles sospechas;

que a intrigas y amenazas de palaciegos cede;
zar de todas las Rusias, más que Dios en la tierra;
que todo lo pequeño y lo grande lo puede
¡y a un gesto del nihilismo aterrador se aterra!

Honores y riquezas, depravaciones viles,
—compensaciones áulicas de infames componendas-
se postran a sus plantas cual míseros reptiles;

fingidos regicidios alimentan su espanto,
¡que este dueño absoluto de vidas y de haciendas
tiembla como una liebre bajo su regio manto!



Oliverio Girondo

fiesta en dakar

-- de Oliverio Girondo --

La calle pasa con olor a desierto, entre un friso de negros sentadossobre el cordón de la vereda.
Frente al palacio de la gobernación:
¡calor! ¡calor!
europeos que usan una escupidera en la cabeza.
Negros estilizados con ademanes de sultán.
El candombe les bate las ubres a las mujeres para que al pasar, elministro les ordeñe una taza de chocolate.
¡Plantas callicidas! negras vestidas de papagayo, con suscrías en uno de los pliegues de la falda. Palmeras, que de nochese estiran para sacarle a las estrellas el polvo que se les ha entradoen la pupila.
¡Habrá cohetes! ¡cañonazos! un nuevo impuestoa los nativos. Discursos en cuatro mil lenguas oscuras.
Y de noche:
¡iluminación!
a cargo de las
constelaciones.



Pablo Neruda

quién era aquella que te amó

-- de Pablo Neruda --

Quién era aquella que te amó
en el sueño, cuando dormías?
dónde van las cosas del sueño?
se van al sueño de los otros?
y el padre que vive en los sueños
vuelve a morir cuando despiertas?
florecen las plantas del sueño
y maduran sus graves frutos?



Pablo Neruda

soneto xcix cien sonetos de amor (1959) noche

-- de Pablo Neruda --

Otros días vendrán, será entendido
el silencio de plantas y planetas
y cuántas cosas puras pasarán!
tendrán olor a luna los violines!
el pan será tal vez como tú eres:
tendrá tu voz, tu condición de trigo,
y hablarán otras cosas con tu voz:
los caballos perdidos del otoño.
Aunque no sea como está dispuesto
el amor llenará grandes barricas
como la antigua miel de los pastores,
y tú en el polvo de mi corazón
(en donde habrán inmensos almacenes)
irás y volverás entre sandías.



Pablo Neruda

soneto xxxviii cien sonetos de amor (1959) mediodía

-- de Pablo Neruda --

Tu casa suena como un tren a mediodía,
zumban las avispas, cantan las cacerolas,
la cascada enumera los hechos del rocío,
tu risa desarrolla su trino de palmera.
La luz azul del muro conversa con la piedra,
llega como un pastor silbando un telegrama
y entre las dos higueras de voz verde
homero sube con zapatos sigilosos.
Sólo aquí la ciudad no tiene voz ni llanto,
ni sin fin, ni sonatas, ni labios, ni bocina
sino un discurso de cascada y de leones,
y tú que subes, cantas, corres, caminas, bajas,
plantas, coses, cocinas, clavas, escribes, vuelves,
o te has ido y se sabe que comenzó el invierno.



Pedro Bonifacio Palacios

Avanti

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas:
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.

Con el hambre genial con que las plantas
asimilan el humus avarientas,
deglutiendo el rencor de las afrentas
se formaron los santos y las santas.

Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
nada más necesita la criatura,
y en cualquier infeliz se me figura

que se mellan los garfios de la suerte...
¡Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de su muerte!



Pedro Bonifacio Palacios

Letanías a Jesús

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

I

Jesús de Galilea
para mí no eres Dios,
eres sólo una idea
de la que marcho en pos.

II

No me humillo ni ruego
a tus plantas Jesús,
llego a ti como un ciego
que va en busca de luz.

III

Jesucristo eres nuestro
más grande innovador,
Profeta ¡no! Maestro
de piedad y de amor.

IV

No le niegues al mundo
la gloria de tu ser,
que en su vientre fecundo
te engendró una mujer.

V

Pastor de la gleba,
sabio teorizador,
de la turba que lleva
el signo del dolor.

VI

¡Oh, si fuera divino
el destello de tu luz
que alumbró tu camino!
¿Qué valdría tu cruz?

VII

Tu doctrina redime,
de ella vamos en pos,
como hombre eres sublime,
¡Pequeño como Dios!



Pedro Bonifacio Palacios

Pobre Juan

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

Te argüirán, entre muecas desdeñosas,
los nenitos, de Juan el carpintero:
que sería más útil un obrero
si ambas manos tuviese habilidosas".
Y después de soltar tan graves cosas,
como quien echa migas a un jilguero,
te dirán: "que rosal y duraznero
son rosáceos los dos, porque dan rosas".
Pero ven cuatro plantas florecidas
esos grandes filósofos enanos
¡y van y las destrozan inhumanos
cual rapaces querubes homicidas!
Niños: en cada flor hay muchas vidas
y las manos que matan no son manos.



Pedro Miguel Obligado

ausencia

-- de Pedro Miguel Obligado --

La rama de los astros se estremece en la altura,
movida por el viento de la eterna armonía,
y el silencio murmura
su vaga poesía.

Tú ya no estás conmigo para hacerme dichoso,
y te hallas tan lejana, que eres una tristeza;
pero todo, esta noche, se vuelve más hermoso,
tal como si estuviese pensando en tu belleza.

Un arroyito claro por la pradera, ondula,
el temblor de las plantas le descubre su anhelo,
y la tierra se azula
deseando ser un cielo

siento que te aproximas en esta noche tierna;
pues aunque vives lejos, el ensueño nos une,
como a dos estrellitas una misma cisterna,
donde la fantasía del agua las reúne.

La belleza es misterio, que tu amor profundiza,
tu recuerdo, en guiadora claridad se convierte;
y la ausencia idealiza
la pena de quererte.

¡Si no sólo en mis versos, si en realidad vinieras!
¿no oyes la melodía que, de cariño, llora?
se muestra el mundo bueno, como si me quisieras
¿dónde estarás ahora? ¿dónde estarás ahora?



Rafael Barrett

Decadente

-- de Rafael Barrett --

¡Oh vírgenes desnudas!
¡Oh cabelleras de color de otoño!
¡Oh rocío inocente
Que luce en la sonrisa de los ojos,
Ojos silvestres, ágiles y nuevos,
Los más dulces de todos!
¡Oh pies desnudos, caricia de la tierra,
Pies que besa el arroyo
Temblando! ¡Oh senos en capullo, dond,
El sol hace bailar sus manchas de oro
Debajo de las hojas! ¡Oh muchachas!
Jugad. Os reconozco,
Tropel de mis lejanas primaveras...
Dejadme contemplaros. Ya no corro
Con mi pasado a cuestas tras vosotras,
Y a la sombra que baja me abandono.
Huisteis, maliciosas, con las alas
De mi propia ilusión, dejando plomo
En mis plantas cansadas, y en mi vida
Amargura sin fondo...
¡Oh vírgenes desnudas!
¡Oh cabelleras de color de otoño!



A la Magdalena

-- de José Somoza --

A la virtud, cuando habitara el suelo,
su imperio la belleza sometía,
la faz encantadora que atraía
el mundo al sonreír, lloró ante el Cielo.

Calmose el huracán que en raudo vuelo
el mar de las pasiones embestía;
fue la tiniebla luz, la noche día,
alzando la verdad su eterno velo.

La paz logró en la tierra una victoria,
y a las plantas del Justo por trofeos
se vieron los placeres, los amores;

las insignias del triunfo de más gloria,
las armas de la lid de los deseos,
suspiros, besos, lágrimas, olores.



José Tomás de Cuellar

El placer

-- de José Tomás de Cuellar --

DIRÍJEME tus ojos, amor mío,
Dame tus labios á besar, hermosa,
Reclínate en mi pecho cariñosa,
Cura en tus brazos mi pesar impío.

Encadena á tus plantas mi albedrío;
Hazme feliz, criatura bondadosa...
¡Cuál me enagena la expansión dichosa!
¡Con qué magia disipas el hastío!

Quiero gozar contigo hasta la muerte,
Quiero siempre vivir para adorarte
Y bendecir unidos nuestra suerte.

¡Ay! ya siento un dolor al apartarte,
Ya el tedio me consume, y al perderte...
Me aborrezco, ¡ay de mí! ¡no puedo amarte!



José Ángel Buesa

soneto

-- de José Ángel Buesa --

Te encontré en la mitad de mi camino
cuando ya desmayaban mis pesquisas,
cuando oficiaba en mis paganas misas
con ablandadas hostias y agrio vino.
¿Me aguardabas? no sé... Quizás el destino
guió a ti mis pisadas indecisas,
y abandonando mis sacerdotisas,
te consagré mi altar de peregrino.
¿Quién eres? ¿qué esperabas en mi senda?
¿por qué humear haces mi incensario de oro
y cual dueña penetras en mi tienda?
no sé... Te amo... Lo demás lo ignoro
y, pues mi corazón te di en ofrenda,
los ojos cierro y a tus plantas oro!



Gabriel García Tassara

El nardo

-- de Gabriel García Tassara --

El nardo, el blanco nardo
que me prendiste al seno,
se marchitó, amor mió,
del corazón al fuego.

Marchito, está, marchito,
aquí, mi bien, lo llevo
donde en su noble orgullo
se desplegó primero.

Y qué ¿nada le queda
de aquel primor excelso
que del jardín y el aura
fue gala y embeleso?

¿Nada de aquel encanto
con que en el tallo enhiesto
él mismo dulcemente
brindóse á tu deseo?

Quédale siempre aquella,
que atesoraba dentro
su cáliz de alabastro,
esencia de los cielos.

Asi, cuando un destino
ya á nuestra dicha adverso,
venga á romper el lazo
que hoy á tus plantas beso;

Aunque el helado soplo
del enemigo tiempo
temple la ardiente llama
en que abrasar me siento;

Nardo será mi alma
de un temple mas egregio
que, si á perder llegare
su albor perecedero,

No temas, no, que pierda,
mientras en mí haya aliento,
el inmortal perfume
del inmortal recuerdo.

Gabriel G. Tassara.



Garcilaso de la Vega

SONETO XII

-- de Garcilaso de la Vega --

Si para refrenar este deseo
loco, imposible, vano, temeroso,
y guarecer de un mal tan peligroso,
que es darme a entender yo lo que no creo.

No me aprovecha verme cual me veo,
o muy aventurado o muy medroso,
en tanta confusión que nunca oso
fiar el mal de mí que lo poseo,

¿qué me ha de aprovechar ver la pintura
de aquél que con las alas derretidas
cayendo, fama y nombre al mar ha dado,

y la del que su fuego y su locura
llora entre aquellas plantas conocidas
apenas en el agua resfríado?



Garcilaso de la Vega

Si para refrenar este deseo

-- de Garcilaso de la Vega --

Si para refrenar este deseo
loco, imposible, vano, temeroso,
y guarecer de un mal tan peligroso,
que es darme a entender yo lo que no creo.

No me aprovecha verme cual me veo,
o muy aventurado o muy medroso,
en tanta confusión que nunca oso
fiar el mal de mí que lo poseo,

¿qué me ha de aprovechar ver la pintura
de aquél que con las alas derretidas
cayendo, fama y nombre al mar ha dado,

y la del que su fuego y su locura
llora entre aquellas plantas conocidas
apenas en el agua resfrïado?



Gaspar María de Nava Álvarez

A un oficial en campaña

-- de Gaspar María de Nava Álvarez --

Entrégate al reposo ya en buen hora,
que cesaron del burro los roznidos,
y en dulce paz descansan tus oídos
de su música atroz altisonora.

Vendrá riendo la fragante Aurora,
los montes se verán del Sol heridos
y mostrarán tus miembros aún dormidos
que el placer tras la pena se mejora.

Juzguen otros feliz al que, cercado
de pompa, eleva su orgullosa frente
sobre un pueblo a sus plantas humillado,

o al que apura de Amor la copa ardiente,
que yo te juzgo a ti, pues has logrado
librarte de un borrico impertinente.



Gertrudis Gómez de Avellaneda

A una joven madre en la pérdida de su hijo

-- de Gertrudis Gómez de Avellaneda --

¿Por qué lloras ¡oh Emilia! con dolor tanto?
— ¡Ay! he perdido el ángel que era mi encanto...
Ni aun leves huellas
Dejaron en el mundo sus plantas bellas.

— Te engañas, jóven madre; templa tu duelo.
Que ese ángel —aunque libre remonta el vuelo-
Te sigue amante
Do quiera que dirijas tu paso errante.

¿No admiras, cuando baña la tibia esfera
Del alba sonrosada la luz primera,
Con qué armonía
Cielo y tierra saludan al nuevo dia?

Pues sabe, jóven madre, que cada aurora
Por las manos de un ángel su faz colora,
y aquel concento
Se lo enseña á natura su dulce acento.

Cuando del sol el rayo postrero espira,
¿No escuchas un suspiro que en torno gira?
Y un soplo leve
¿No acaricia tu rostro, tus rizos mueve?...



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xciii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Para que los leas con tus ojos grises,
para que los cantes con tu clara voz,
para que llenen de emoción tu pecho,
hice mis versos yo.
Para que encuentren en tu pecho asilo
y les des juventud, vida, calor,
tres cosas que yo no puedo darles,
hice mis versos yo.
Para hacerte gozar con mi alegría,
para que sufras tú con mi dolor,
para que sientas palpitar mi vida,
hice mis versos yo.
Para poder poner ante tus plantas
la ofrenda de mi vida y de mi amor,
con alma, sueños rotos, risas, lágrimas,
hice mis versos yo.



Gutierre de Cetina

mientra el fiero león, fogoso, ardiente,

-- de Gutierre de Cetina --

Con furioso calor nos mueve guerra,
mientra la madre de aristeo atierra
los árboles, las plantas, la simiente,
entre altos montes de soberbia gente,
que al helvecio feroz el paso cierra,
me hallo en otra clima, en otra tierra
de la mi cara patria diferente.
Allá febo no tiene hora reparo;
acá muestra mudar orden el cielo,
y con helada nieve nos castiga.
Entre estas diferencias se ve claro
cuál es mi mal, pues ardo en medio el hielo
y en el fuego se hiela mi enemiga.



Vicente Huidobro

La poesía es un atentado celeste

-- de Vicente Huidobro --

Yo estoy ausente pero en el fondo de esta ausencia
Hay la espera de mí mismo
Y esta espera es otro modo de presencia
La espera de mi retorno
Yo estoy en otros objetos
Ando en viaje dando un poco de mi vida
A ciertos árboles y a ciertas piedras
Que han esperado muchos años

Se cansaron de esperarme y se sentaron

Yo no estoy y estoy
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
Y yo querría el de ellos para expresarlos
He aquí el equívoco el atroz equívoco

Angustioso lamentable
Me voy adentrando en estas plantas
Voy dejando mis ropas
Se me van cayendo las carnes
Y mi esqueleto se va revistiendo de cortezas

Me estoy haciendo árbol
Cuántas veces me he ido convirtiendo en otras cosas...
Es doloroso y lleno de ternura

Podría dar un grito pero se espantaría la transubstanciación
Hay que guardar silencio Esperar en silencio.



Vicente Wenceslao Querol

A un árbol

-- de Vicente Wenceslao Querol --

El día en que yo vi la luz primera,
plantó mi padre en su risueño huerto
ese árbol que admiráis en primavera,
de tiernas hojas y de flor cubierto.

Yo entré en la sociedad, donde hoy batallo,
con la esperanza audaz de los mancebos,
cuando él ennoblecía el fuerte tallo
cada nueva estación con ramos nuevos.

Yo abandoné, buscando horas felices,
mi pobre hogar por la mansión extraña,
y él, inmutable, ahondaba sus raíces
junto al arroyo que sus plantas baña.

Hoy, rugosa la frente y seca el alma,
cuando hasta el eco de mi voz me asombra,
vengo a encontrar la apetecida calma
del tronco amigo a la propicia sombra.

Y evoco las memorias indecisas
de la edad juvenil, sueños perdidos,
mientras juegan sus ramas con las brisas
y al alegre rumor cantan los nidos.

Mi vida agosta ese dolor interno
con que los ojos y la frente enluto:
él abre en mayo su capullo tierno
y da en octubre el aromado fruto.



Rosalía de Castro

Los muertos van de prisa

-- de Rosalía de Castro --

«Los muertos van de prisa»,
El poeta lo ha dicho;
Van tan de prisa, que sus sombras pálidas
Se pierden del olvido en los abismos
Con mayor rapidez que la centella
Se pierde en los espacios infinitos.

«Los muertos van de prisa»; mas yo creo
Que aún mucho más de prisa van los vivos.
¡Los vivos!, que con ansia abrasadora,
Cuando apenas vivieron
Un instante de gloria, un solo día
De júbilo, y mucho antes de haber muerto,
Unos a otros sin piedad se entierran
Para heredarse presto.

A sus plantas se agitan los hombres,
Como el salvaje hormiguero,
En cualquier rincón oculto



Rosalía de Castro

Mientras el hielo las cubre

-- de Rosalía de Castro --

Mientras el hielo las cubre
Con sus hilos brillantes de plata,
Todas las plantas están ateridas,
Ateridas como mi alma.

Esos hielos para ellas
Son promesa de flores tempranas,
Son para mí silenciosos obreros
Que están tejiéndome la mortaja.

Pensaban que estaba ocioso
En sus prisiones estrechas,
Y nunca estarlo ha podido
Quien firme al pie de la brecha,
En guerra desesperada,
Contra sí mismo pelea.

Pensaban que estaba solo,
Y no lo estuvo jamás



Medardo Ángel Silva

Después

-- de Medardo Ángel Silva --

Se extinguirán mis años, ardiendo como cirios,
a tus plantas; las rosas
de mis sueños, mustias por los días,
regarán a tus pies sus difuntas corolas.

Y habrá un sol que ilumine
mi cuerpo —ya sin alma—, negra copa
vacía de una esencia de infinito... Y el sueño
será definitivo...

¡Pero, entonces, tú sola,
releyendo los versos en que me llamo tuyo,
mis versos, hechos llanto, sentirás en tu boca,
y escucharás, de súbito, reteniendo tus lágrimas,
una voz que te llama, despacito, en la sombra!



Medardo Ángel Silva

Ofrenda a la Muerte

-- de Medardo Ángel Silva --

Muda nodriza, llave de nuestros cautiverios,
¿oh, Tú, que a nuestro lado vas con paso de sombra,
Emperatriz maldita de los negros imperios,
cuál es la talismánica palabra que te nombra?

Punta sellada, muro donde expiran sin eco
de la humillada tribu las interrogaciones,
así como no turba la tos de pecho hueco
la perenne armonía de las constelaciones.

Yo cantaré en mis odas tu rostro de mentira,
tu cuerpo melodioso como un brazo de lira,
tus plantas que han hollado Erebos y Letheos;

y la serena gracia de tu mirar florido
que ahoga nuestras almas exentas de deseos,
en un mar de silencio, de quietud y de olvido.



Meira Delmar

cedros

-- de Meira Delmar --

Mis ojos niños vieron
ha mucho tiempo alzarse
hasta la nube un vuelo
de sucesivos verdes
que el aire en torno
embalsamaban
con tranquila insistencia.
El silencio se oía como una
música suspendida de repente,
y en mi pecho crecía
el asombro.
La voz del padre, entonces,
inclinóse a mi oído
para decirme, quedo:
son los cedros del líbano
hija mía.
Mil años hace, acaso
mil más, que medran
a las plantas de dios.
Guarda su imagen
en la frente y la sangre.
Nunca olvides
que miraste de cerca
la belleza.
Y desde aquella hora
tan lejana,
algo en mí se renueva
y estremece
cuando topo en las hojas
de algún libro
su memoriosa estampa.
!--Img



Miguel Ángel Corral

Un vuelo de mi alma

-- de Miguel Ángel Corral --

Sopla el austro. Las cumbres despejadas
lucientes se alzan tras dorado velo,
y las plantas y flores en el suelo
a los rayos del sol están dobladas.

En tanto que las nubes incrustadas
en el inmenso azul del claro cielo,
montañas fingen de escarpado hielo
por las manos de un Dios acá lanzadas.

Y yo volviendo mi tostada frente
miro el mundo en la bóveda vacía,
del sur a septentrión, de ocaso a oriente;

pero al cruzarle audaz el alma mía
con desprecio le ve, porque se siente
más grande aun que el mundo todavía.



Juan Nicasio Gallego

Al nacimiento de Pradina

-- de Juan Nicasio Gallego --

Cuando al morir el poderoso estío
el Otoño asomó la rubia frente,
frescura dando al congojoso ambiente,
vida a las plantas, movimiento al río,

nació Pradina, y celestial rocío
vivificó las flores de repente;
arrullolas Favonio blandamente,
y el sol brilló con nuevo señorío.

Alegre al verla el ruiseñor trinaba,
y de su boca de coral salía
fragante olor que el aire embalsamaba.

¡Triste de ti, Casinio! (cuando abría
los bellos ojos, el Amor clamaba).
¡Ay, de tu libertad, y aun de la mía!».



Evaristo Ribera Chevremont

el jíbaro

-- de Evaristo Ribera Chevremont --

En su casa de campo, que es sencilla y pequeña,
veo al jíbaro nuestro. Triste es, como su casa.
Gris, cae sobre su frente, que es rugosa, la greña.
Su cuerpo es amarillo, de escasísima grasa.

Enfrente de la casa brilla un fuego de leña;
y, al calor de la brasa, plátano verde asa.
Mísero y dolorido, con lo más puro él sueña.
El es una gran forma de la más pobre masa.

Amante del terruño, con el terruño muere.
A un bienestar sin honra, pobreza honrosa quiere.
Su hierro, que es templado, dice de su bravura.

Su lengua es rural, pero muy abundante en tinos.
Barro dan a sus plantas los peores caminos.
Y es su deleite único la amarga mascadura.



Francisco de Quevedo

salmo vii quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

¿dónde pondré, señor, mis tristes ojos
que no vea tu poder divino y santo?
si al cielo los levanto,
del sol en los ardientes rayos rojos
te miro hacer asiento;
si al manto de la noche soñoliento,
leyes te veo poner a las estrellas;
si los bajo a las tiernas plantas bellas,
te veo pintar las flores;
si los vuelvo a mirar los pecadores
que tan sin rienda viven como vivo,
con amor excesivo,
allí hallo tus brazos ocupados
más en sufrir que en castigar pecados.
Esta obra se encuentra en dominio público.
Esto es aplicable en todo el mundo debido a que su autor falleció hace
más de 100 años. La traducción de la obra puede no estar en dominio
público.



Francisco Sosa Escalante

Adelina Patti

-- de Francisco Sosa Escalante --

Bella maga gentil y seductora
Que hechizas con acento nunca oïdo:
¿La alondra fuiste del Eden perdido,
Nuncio feliz de la primer aurora?

Al dulce arpegio de tu voz, señora,
El corazón suspende su latido,
Y de sublime admiración rendido
Queda á tus plantas el que al arte adora.

¡Feliz quien logra de tu voz divina
Disfrutar una vez, cuando te inflama
La excelsa inspiración que en tí fascina!

Del canto reina el orbe te proclama,
Y tu nombre repiten, Adelina,
Los ecos sonorosos de la Fama.



José Gautier Benítez

el manzanillo

-- de José Gautier Benítez --

Hay en los campos de mi hermosa antilla
en el suelo feliz donde he nacido
como un error de la natura, un bello
arbusto que se llama el manzanillo.

Tiene el verde color de la esmeralda
y su tupida, su redonda copa
esparce a su alredor en la llanura
fresca, apacible, deliciosa sombra.

Mas, ¡ay!, el ave al acercarse tiende
para otros sitios el cansado vuelo
porque su instinto natural le indica
que su sombra es mortífero veneno.

Todas las plantas en la selva umbría
entrelazan sus ramas y sus hojas
y al halago del viento se acarician
y se apoyan las unas en las otras.

Y unidas crecen en amante lazo
y unidas dan al aire su fragancia
y el manzanillo solo en la ribera
y el manzanillo solo en la montaña.

¡Ay!, cuántas veces al mirarlo, cuántas
con honda pena, con dolor he dicho
¿si será mi existencia en esta vida
la existencia fatal del manzanillo?



Abate Marchena

El sueño engañoso

-- de Abate Marchena --

Al tiempo que los hombres y animales
en hondo sueño yacen sepultados,
soñé ante mí los pueblos ver postrados
alzarme rey de todos los mortales.

Rendí el cetro a las plantas celestiales
de Alcinda, y mis suspiros inflamados
benignamente fueron escuchados;
me envidiaron los dioses inmortales.

Huyó lejos el sueño, mas no huyeron
las memorias con él de mi ventura,
la triste imagen de mi bien fingido.

El mando y el poder desparecieron.
¡Oh de un desventurado suerte dura!
Amor quedó, mas lo demás es ido.



José Martí

¿cómo me has de querer

-- de José Martí --

¿cómo me has de querer? como el animal
que lleva en sí a sus hijos,
como al santo en el ara envuelve las lenguas de humo.
La lengua de humo oloroso del incienso,
como la luz del sol baña la tierra llana.
¿Que no puedes? yo lo sé. De estrellas
añorándome está la novia muda;
yo en mis entrañas tallaré una rosa,
y como quien engarza en plata una
mi corazón engarzaré en su seno:
caeré a sus pies, inerme, como cae
suelto el león a los pies de la hermosa
y con mi cuerpo abrigaré sus plantas
como olmo fecundo, que aprieta
la raíz de un mal; mi planta humana
mime en plata, mi mujer de estrella,
hacia mí tenderá las ramas pías
y me alzará, como cadáver indio,
me tendrá expuesto al sol, y de sus brazos
me iré perdiendo en el azul del cielo,
¡pues así muero yo de ser amado!



José Martí

pomona

-- de José Martí --

Pomona
¡oh ritmo de la carne, oh melodía,
oh licor vigorante, oh filtro dulce
de la hechicera forma! ¡no hay milagro
en el cuento de lázaro, si cristo
llevó a su tumba una mujer hermosa!
¿qué soyquién es, sinomemnón en donde
toda la luz del universo canta,
y cauce humilde en el que van revueltas,
las eternas corrientes de la vida?
iba, como arroyuelo que cansado
de regar plantas ásperas fenece,
y, de amor por el noble sol, transido,
a su fuego con gozo se evapora:
iba,cual jarra que el licor ligero
hinche, sacude, en el fermento rompe.
Y en silenciosos hilos abandona:
iba,cual gladiador que sin combate
del incólume escudo ampara el rostro
y el cuerpo rinde en la ignorada arena.
... ¡Y súbito,las fuerzas juveniles
de un nuevo mar, el pecho rebosante
hinchan y embargan,el cansado brío
arde otra vez,y puebla el aire sano
música suave y blando olor de mieles!
porque a mis ojos los brazos olorosos
en armónico gesto alzó pomona.



Carolina Coronado

el espino

-- de Carolina Coronado --

Yo no quiero de los campos
los árboles ni las parras
ni la multitud vistosa
de sus bellísimas plantas;
pero un espino florido
que hay, emilio, entre las zarzas,
es la envidia de mis ojos
la codicia de mi alma.
Viste su tronco ramaje
de verdes hojas lozanas.
Y entre sus brazos airosos
flores como espumas alza.
Más ansiosa que la abeja
es su perfume embriagada
vago errante, sin aliento
en torno de sus guirnaldas.
Mas, tiendo en vano los brazos
que antes que llegue a alcanzarlas
las punzadoras espinas
de sus ramos me desgarran.
Huye la flor de mis manos;
crece de mi pecho el ansia;
la flor queda en el espino
y en el espino mis lágrimas.



Carolina Coronado

en un álbum portugués. la amapola de la raya

-- de Carolina Coronado --

Siempre al tender mi vista por el llano
del ámbito campestre que me encierra,
he visto el horizonte lusitano
lindando con los prados de mi tierra;
y he dibujado con mi propia mano
su hermoso valle y su cercana sierra
y he cogido las dobles amapolas
que ni son portuguesas ni españolas.
Una corona roja que mecía
la fresca brisa del humilde caya,
de una amapola que nació en la raya
el nombre de ambos reinos confundía;
yo la tomé con súbita alegría
y deshojando su corola gaya
las hojas hice tremolar al viento
haciendo por su vida un juramento...
Juramento de dama que en las flores
deteniendo pueril su vaga idea
con la más olvidada se recrea
suspendida admirando sus colores;
juré que porque nacen las mejores
plantas sobre el arroyo que serpea
uniendo a lusitania con castilla
iba a llenar la raya de semilla.
¡Oh qué placer reproducir la planta
y verla florecer en primavera
a la orilla de plácida ribera
que con sus gotas puras la abrillanta!
¡oh ya veréis entre sus brotes cuánta
amapola nos da la venidera
blanda estación, cuando ilumine el llano
nuestro sol español y lusitano!



Carolina Coronado

oración a la virgen que cantan los niños en una escuela

-- de Carolina Coronado --

Hazme buena, madre mía,
dame paciencia y virtud,
porque tú santa maría
has de ser la mejor guía
que tenga mi juventud.
Del corazón inocente
protege tú los amores,
y antes que empañen mi frente,
que me cieguen de repente
tus divinos resplandores.
Consuélame, madre mía,
cuando a tus plantas me veas,
porque yo no dejo un día
de decir «santa maría»
«¡bendita en el cielo seas!»



Catalina Clara Ramírez de Guzmán

Romance (Catalina Clara de Guzman)

-- de Catalina Clara Ramírez de Guzmán --

Si quieres vivir contenta,
Lisarda,que Dios te valga;
olvida,que la memoria
es un verdugo del alma.
No imagines que te adora
el que te dio su palabra,
que mueve un gusto las lenguas
y no hay gusto sin mudanza.
De palabras no te fies,
que son ladrones de casa;
y la palabra mejor,
al fin,viene a ser palabra.
Si vive amor en tu dueño,
querrá sin duda otra dama,
que,como el amor es niño,
todo cuanto ve le agrada.
No mires lo que entregaste,
y si lo miras repara
que el bien es su posesión
es menos que su esperanza.
Goza de las ocasiones
y en gozándolas te aparta,
que no hay placer que en su busca
muchos pesares no traiga.
Fácil cosa es querer bien,
que amor al descuido asalta;
lo díficil es que puedas
despidille si le llamas.
No admitas a amor de veras,
que vende su gloria cara;
y el menor dolor de ausencia
con su gusto no le paga.
Menosprecia el bien que estimas
y rendirás e a tus plantas,
que el despereciar en amantes
es conocida ventaja.



Clemente Althaus

Al mismo (Colón)

-- de Clemente Althaus --

Gloria suprema del linaje humano,
que al griego excedes y al valor latino,
Oh tú en quien plugo al Hacedor divino
juntar sus dones con profusa mano:

¡Oh grande vencedor del océano,
y vencedor más grande del destino,
descubridor de un mundo y adivino,
tipo ideal del héroe y del cristiano!

Sin duda el mundo ante grandezas tantas
absorto, y grato a tan heroicas penas,
del orbe el cetro colocó a tus plantas...

Mas ¡ay! de asombro y de dolor me llenas,
cuando indignadas tus cenizas santas
agitan en la tumba tus cadenas!



Clemente Althaus

Dido a Eneas

-- de Clemente Althaus --

Y ¡partes y me dejas, enemigo!
Y, por más que a tus plantas en un lago
de lágrimas ardientes me deshago,
¡ablandar tus entrañas no consigo!

¡Oh de tanta merced inicuo pago!
Aquí náufrago y prófugo y mendigo
llegaste, ingrato, y yo partí contigo
mi lecho y el imperio de Cartago.

¡Ah! pues no basta a detenerte nada,
permitan las deidades justicieras
que, al presentarse al fin a tu mirada

de esa tu ansiada Italia las riberas,
súbita tempestad hunda tu armada,
y, como yo, desesperado mueras.



Clemente Zenea

A Fornaris, en la muerte de Lola

-- de Clemente Zenea --

Poem A Fornaris, en la muerte de Lola

Fermossi al tin il cor che balzó tanto!

Pindemonte.

Ley es morir: es preciso que encuentre asilo seguro en el seno de una rosa el insecto vagabundo.

Es preciso que descansen peces, pájaros y brutos, y que el polvo vuelva al polvo y el hombre baje al sepulcro.

Aprende a sufrir: contempla lo que pasa en torno tuyo, y conociendo a la muerte no temas su golpe rudo.

No te indignes porque venga envuelta en manto de luto, ni te amedrente su aspecto ni su voz te cause susto;

no llores porque a las plantas arrebate hojas y frutos, y a la blanca mariposa la flor que buscó en el musgo.

No gimas porque te robe lo que en verdad no era tuyo, ni tiembles porque te quedas abandonado en el mundo;

confórmate con sus fallos, y aunque el consuelo es muy duro, no hay árbol que dé más sombra que un sauce sobre un sepulcro.



Clemente Zenea

¡Ay de mí!

-- de Clemente Zenea --

¡Oh! si tú hubieras nacido
en una tierra que existe
lejos, lejos de aquí,
entonces hubieras sabido
por qué estoy siempre triste,
¡ay de mí! ¡ay de mí!

En vano busco consuelo
y bálsamo a mis enojos
cerca, cerca de ti,
porque me hace falta un cielo
aún más azul que tus ojos...
¡Ay de mí! ¡ay de mí!

En mis continuas congojas
no adivinas, dueño mío,
¡cuánto, cuánto sufrí!
viendo esas plantas sin hojas
y ese sol pálido y frío,
¡ay de mí! ¡ay de mí!

De tu corazón llagado
haz que un canto al éter suba,
y expire, expire allí,
y en tu pecho reclinado
déjame llorar por Cuba!
¡ay de mí! ¡ay de mí!



Rubén Darío

rima xiii

-- de Rubén Darío --

-allá está la cumbre.
-¿Qué miras? -un astro.
-¿Me amas? -¡te adoro!
-¿subimos? -¡subamos!
-¿qué ves? -una aurora
fugitiva y pálida.
-¿Qué sientes? -anhelo.
-Ésa es la esperanza.
-¡Qué alientos de vida!
¡qué fuegos de sol!
¡qué luz tan radiante!
-¡ése es el amor!
-¿qué ves a tus plantas?
-un profundo abismo.
-¿Tiemblas? -tengo miedo...
-¡Ése es el olvido!
pero no tiembles ni temas:
bajo el sacro cielo azul,
para el que ama, no hay abismos,
porque tiene alas de luz



Rubén Darío

Rima XIII (Rubén Darío)

-- de Rubén Darío --

-Allá está la cumbre.
-¿Qué miras? -Un astro.
-¿Me amas? -¡Te adoro!
-¿Subimos? -¡Subamos!
-¿Qué ves? -Una aurora
fugitiva y pálida.
-¿Qué sientes? -Anhelo.
-Ésa es la esperanza.
-¡Qué alientos de vida!
¡Qué fuegos de sol!
¡Qué luz tan radiante!
-¡Ése es el amor!
-¿Qué ves a tus plantas?
-Un profundo abismo.
-¿Tiemblas? -Tengo miedo...
-¡Ése es el olvido!
Pero no tiembles ni temas:
bajo el sacro cielo azul,
para el que ama, no hay abismos,
porque tiene alas de luz



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