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Se han encontrado 83 poemas con la palabra pecho

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Andrés Eloy Blanco

Luna de abril

-- de Andrés Eloy Blanco --

Luna de abril, descotada,
con aguazal circunscrito,
desnuda, con desnudez
pura de pecho con niño.
Luna llena, ubre de vaca,
con lucero becerrillo;
¡qué puro se pone el pecho
cuando se le cuelga el niño!

Esta noche yo no siento
ni sombra de odio por nadie
ni pena de verme preso,
ni ganas de que me quiten
los grillos que me pusieron.

Nada hay más impuro, nada,
que el pecho de las mujeres,
pero no hay nada más puro
ni mejor para mirarlo
que un pecho fuera del pecho
y un niño al lado.

Poema Luna de abril de Andrés Eloy Blanco con fondo de libro

Andrés Eloy Blanco

Luna de abril (poema)

-- de Andrés Eloy Blanco --

Luna de abril, descotada,
con aguazal circunscrito,
desnuda, con desnudez
pura de pecho con niño.
Luna llena, ubre de vaca,
con lucero becerrillo;
¡qué puro se pone el pecho
cuando se le cuelga el niño!

Esta noche yo no siento
ni sombra de odio por nadie
ni pena de verme preso,
ni ganas de que me quiten
los grillos que me pusieron.

Nada hay más impuro, nada,
que el pecho de las mujeres,
pero no hay nada más puro
ni mejor para mirarlo
que un pecho fuera del pecho
y un niño al lado.

Poema Luna de abril (poema) de Andrés Eloy Blanco con fondo de libro

San Juan de la Cruz

Otras canciones a lo divino

-- de San Juan de la Cruz --

Un pastorcico solo está penando
Ajeno de placer y de contento
Y en su pastora puesto el pensamiento
Y el pecho del amor muy lastimado.

No llora por haberle amor llagado
Que no le pena verse así afligido
Aunque en el corazón está herido
Mas llora por pensar que está olvidado.

Que sólo de pensar que está olvidado
De su bella pastora con gran pena
Se deja maltratar en tierra ajena
El pecho del amor muy lastimado.

Y dice el pastorcico: "¡Ay desdichado
De aquel que de mi amor ha hecho ausencia
Y no quiere gozar la mi presencia
Y el pecho por su amor muy lastimado!"

Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado
Sobre un árbol do abrió sus brazos bellos
Y muerto se ha quedado asido de ellos
Del pecho del amor muy lastimado.

Poema Otras canciones a lo divino de San Juan de la Cruz con fondo de libro

Despídese de su musa amor

-- de Luis Carrillo y Sotomayor --

Ya no compuesto hablar, ya no que aspire
a laurel docto o a sagrada musa;
mándalo, ¡oh Musa!, Amor, que en mí rehúsa
menos que el pecho su rigor suspire.
Ya va fuera de mí verso que admire
en pulido decir; mi llama excusa,
¡oh, sagrados despojos de Medusa!
que en vuestras aguas este ardor respire.
Otro alentad en el licor dichoso,
que ya, ausente de voz, al mal presente,
desata el pecho un río caudaloso.
Adiós, pues trueca Amor por vuestra fuente,
(mirad cual cantaré) de mi lloroso
pecho, en su ausencia larga, la corriente



César Vallejo

fue domingo en las claras orejas de mi burro...

-- de César Vallejo --

Fue domingo en las claras orejas de mi burro,
de mi burro peruano en el perú (perdonen la tristeza)
mas hoy ya son las once en mi experiencia personal,
experiencia de un solo ojo, clavado en pleno pecho,
de una sola burrada, clavada en pleno pecho,
de una sola hecatombe, clavada en pleno pecho.
Tal de mi tierra veo los cerros retrasados,
ricos en burros, hijos de burros, padres hoy de vista,
que tornan ya pintados de creencias,
cerros horizontales de mis penas.
En su estatua, de espada,
voltaire cruza su capa y mira el zócalo,
pero el sol me penetra y espanta de mis dientes incisivos
un número crecido de cuerpos inorgánicos.
Y entonces sueño en una piedra
verduzca, diecisiete,
peñasco numeral que he olvidado,
sonido de años en el rumor de aguja de mi brazo,
lluvia y sol en europa, y ¡cómo toso! ¡cómovivo!
¡cómo me duele el pelo al columbrar los siglos semanales!
y cómo, por recodo, mi ciclo microbiano,
quiero decir mi trémulo, patriótico peinado.



Fernando de Herrera

No es tan duro mi pecho que no sienta

-- de Fernando de Herrera --

No es tan duro mi pecho que no sienta
la fuerza del dolor que en él desciende;
mas amor, por más daño, me defiende
que descubra las llagas de mi afrenta.

Quiere que calle el mal y que consienta
la pena que me aqueja y siempre ofende,
y en fuego desusado tarde enciende
el corazón, que en llama se sustenta.

Si esta grave pasión no perturbara
el pecho, bien pudiera confiado
llegar al dulce fin de la alegría;

mas ¡ay, cuánto es esta esperanza cara!
y por mirar su bien ¡cuánto ha pasado
de afán y de tormento la alma mía!



José Martí

aquí está el pecho, mujer,

-- de José Martí --

xxxvii
aquí está el pecho, mujer,
que ya sé que lo herirás;
¡más grande debiera ser,
para que lo hirieses más!
porque noto, alma torcida,
que en mi pecho milagroso,
mientras más honda la herida,
es mi canto más hermoso.



Abraham Valdelomar

En mi dolor pusisteis...

-- de Abraham Valdelomar --

En mi dolor pusisteis vuestro cordial consuelo;
en vuestro hogar mis penas encontraron un nido;
para mi soledad, vuestras almas han sido
como dos alas blancas bajo la paz del cielo.

Dios os pague la sombra que me dio vuestro pecho,
y el vino generoso que me dio vuestra mesa,
y aquella dulce paz de vuestras almas, y esa
serenidad de lago que disteis a mi pecho.

Por el beso de amor, por el pan de cariño,
por el trino del ave, por el llanto del niño,
por los dulces poemas que vuestro hogar me dio,

dirá mi corazón esta prez cotidiana,
al morir el crepúsculo y al nacer la mañana:
que el Señor os bendiga como os bendigo yo...



Abraham Valdelomar

L'enfant

-- de Abraham Valdelomar --

A Francis Jammes.

Sollozante y medroso, vuelve al fin a su nido,
llorando como un niño, mi pobre Corazón.
-¡Vienes lleno de sangre, Corazón! ¿Te han herido?
¿Qué ojos te hicieron daño, mi pobre Corazón?

Con una herida has vuelto cada vez que te has ido,
y dejaste tu nido, mi pobre Corazón.
Cobíjate en mi pecho. Yo solo te he querido.
Yo solo te comprendo, mi pobre Corazón.

¡Arrorró, pobrecito! Conmigo estás de nuevo.
Acuéstate en el pecho que adolorido llevo.
Te dormiré con una dulce y nueva canción.

¡Arrorró, pobrecito! Ven. No sigas llorando.
Besaré tus heridas, pero no llores... ¡Cuándo
dormirás para siempre, mi pobre Corazón!



Adelardo López de Ayala

Insulto

-- de Adelardo López de Ayala --

Yo perdonara la traición artera,
huésped eterno de tu pecho ingrato,
si alguna vez en tu amoroso trato
me hubieses dicho una verdad siquiera.

¿Yo perdonarte, infame?... ¡Cuando adquiera
todos los bienes que te di insensato,
el ardor de mi cándido arrebato,
el noble arranque de mi edad primera!

¡Pido al cielo que, en cambio de tu calma,
te dé mi pena, y que tu pecho herido
llore con sangre la perdida palma!...

Mas ¡ay! en vano la venganza pido;
que estos males se sienten en el alma,
¡y tú, perversa, nunca la has tenido!



Alfonsina Storni

Pasión

-- de Alfonsina Storni --

Unos besan las sienes, otros besan las manos,
otros besan los ojos, otros besan la boca.
Pero de aquél a éste la diferencia es poca.
No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

Pero, encontrar un día el espíritu sumo,
la condición divina en el pecho de un fuerte,
el hombre en cuya llama quisieras deshacerte
¡como al golpe de viento las columnas de humo!

La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
haga noble tu pecho, generosa tu falda,
y más hondos los surcos creadores de tus sesos.

¡Y la mirada grande, que mientras te ilumine
te encienda al rojoblanco, y te arda, y te calcine
hasta el seco ramaje de los pálidos huesos!



Alfonsina Storni

Olvido

-- de Alfonsina Storni --

Lidia Rosa: hoy es martes y hace frío. En tu casa,
De piedra gris, tú duermes tu sueño en un costado
De la ciudad. ¿Aún guardas tu pecho enamorado,
Ya que de amor moriste? Te diré lo que pasa:

El hombre que adorabas, de grises ojos crueles,
En la tarde de otoño fuma su cigarrillo.
Detrás de los cristales mira el cielo amarillo
Y la calle en que vuelan desteñidos papeles.

Toma un libro, se acerca a la apagada estufa,
En el tomacorriente al sentarse la enchufa
Y sólo se oye un ruido de papel desgarrado.

Las cinco. Tú caías a esta hora en su pecho,
Y acaso te recuerda... Pero su blando lecho
Ya tiene el hueco tibio de otro cuerpo rosado.



Alfonsina Storni

Pasión (Storni)

-- de Alfonsina Storni --

Unos besan las sienes, otros besan las manos,
otros besan los ojos, otros besan la boca.
Pero de aquél a éste la diferencia es poca.
No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

Pero, encontrar un día el espíritu sumo,
la condición divina en el pecho de un fuerte,
el hombre en cuya llama quisieras deshacerte
¡como al golpe de viento las columnas de humo!

La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
haga noble tu pecho, generosa tu falda,
y más hondos los surcos creadores de tus sesos.

¡Y la mirada grande, que mientras te ilumine
te encienda al rojoblanco, y te arda, y te calcine
hasta el seco ramaje de los pálidos huesos!



Lope de Vega

quien dice que en mujeres no hay firmeza

-- de Lope de Vega --

Quien dice que en mujeres no hay firmeza,
no os puede haber, señora, conocido,
ni menos el que dice que han nacido
de un parto la crueldad y la belleza.
Un alma noble, una real pureza
de un cuerpo de cristal hicieron nido;
el mismo ser está con vos corrido,
y admirada de sí naturaleza.
Firme sois, y mujer, si son contrarios,
hoy vuestro pecho con victoria quede,
de que es sujeto que los ha deshecho.
Bronce, jaspe, metal, mármoles parios,
consume el tiempo; vuestro amor no puede:
que es alma de diamante en vuestro pecho.



Lope de Vega

Liñan, el pecho noble sólo estima

-- de Lope de Vega --

Liñán, el pecho noble sólo estima
bienes que el alma tiene por nobleza;
que, como vos decís, torpe riqueza
esté muy lejos de comprar su estima.

¿A cuál cobarde ingenio desanima
segura, honesta y liberal pobreza;
ni cual, por ver pintada la corteza,
quiere que otro señor su cuello oprima?

No ha menester fortuna el virtüoso;
la virtud no se da ni se recibe,
ni en naufragio se pierde, ni es impropia.

¡Mal haya quien adula al poderoso,
aunque fortuna humilde le derribe,
pues la verdad es premio de sí propia!



Lope de Vega

Por ver si queda en su furor deshecho

-- de Lope de Vega --

Por ver si queda en su furor deshecho,
Leandro arroja el fuego al mar de Abido,
que el estrecho del mar, al encendido
pecho, parece mucho más estrecho.

Rompió las sierras de agua largo trecho,
pero el fuego, en sus límites rendido,
del mayor elemento fue vencido,
más por la cantidad, que por el pecho.

El remedio fue cuerdo; el amor loco:
que como en agua remediar espera
el fuego que tuviera eterna calma,

bebióse todo el mar, y aún era poco:
que si bebiera menos, no pudiera
templar la sed desde la boca al alma.



Enmudeció el Amor la pluma y mano

-- de Luis Carrillo y Sotomayor --

Enmudeció el Amor la pluma y mano;
volvió el Amor a pluma y mano, lengua,
¡ay de mí!, quiere llore, por mi mengua,
agravios de sus manos con mi mano.

Tal Guadarrama, por su escarcha cano,
agravios del sol llora cuando mengua
sus nevados tesoros; tal, sin mengua
mis ojos trata Amor, Amor tirano.

Llorad, ojos, llorar, pues desatando
parte del mal, por quien estoy muriendo
irá en mi pecho su furor menguando.

En vano alivio con llorar pretendo,
si vuelve al pecho, por su mal, volando,
lo que de él sale, por su bien, corriendo.



Luis Cañizal de la Fuente

en el trasmundo tiembla una bombilla

-- de Luis Cañizal de la Fuente --

I
¡valtellina aprendida de memoria
hace diez años, sobre los papeles,
en figura cambiante de lo que nunca fuiste!:
ni pergamino casi transparente,
ni ternilla de un blanco repulsivo
ni trémula cuajada para fauces.
Ii
valtellina bufanda sin sombrero,
malhumor ascendente desde el amanecer,
humor agrio de sol entre las barbas,
minuto centelleante carretera abajo.
Iii
y cuando nada importas a tirios ni a troyanos,
y trescientos deshielos han comido
la melena de piedra del león de tu historia,
y cuando ya tus hombres
no queman, ya no bregan
ni obedecen a dios ni se sublevan
a lo sumo, sestean
ante un vaso de blanco
y dicen en dialecto que regalan un gato
al español que pasa y curiosea,
entonces encontrar el pecho de san pablo
en tu valle zurrado de peleas,
ya sólo cicatrices recubiertas de hierba.
Iv
descubrirlo esta tarde, cuando nadie hace caso;
descubrirlo pulido
por la lluvia, entre el barro resbalado.
Y entonces abrazarse
contra el pecho de tabla de san pablo
en figura de pueblo y desconcierto de animales mojados
entre establos cerrados
y bombilla penosa y apenada



Góngora

A cierta dama que se dejaba vencer antes del interés que del gusto

-- de Góngora --

Mientras Corinto, en lágrimas deshecho,
la sangre de su pecho vierte en vano,
vende Lice a un decrépito indïano
por cien escudos la mitad del lecho.

¿Quién, pues, se maravilla deste hecho,
sabiendo que halla ya paso más llano,
la bolsa abierta, el rico pelicano,
que el pelícano pobre, abierto el pecho?

Interés, ojos de oro como gato,
y gato de doblones, no Amor ciego,
que leña y plumas gasta, cien arpones

le flechó de la aljaba de un talego.
¿Qué Tremecén no desmantela un trato,
arrimándole al trato cien cañones?



Ignacio María de Acosta

Consejos a Fileno

-- de Ignacio María de Acosta --

Lloras Fileno? y de Dorina ausente
doblas la cuita que tu pecho aqueja
porqué a los ruegos vislumbrar no deja
un solo rayo que tu amor aliente...?

Quiéres que débil, a tu ardor presente
su altivo pecho a tu primera queja
cuando el que pide, el desamor semeja
atras volviendo la cobarde frente...?

Calma ese llanto: los pesares calma
y ese temor que por tu mal mantiene
turbada la razón, sin fuerza el alma.

Vuelve a Dorila y tu pasión previene,
pide, insta, ruega, y te dará la palma
que lleva siempre el que constancia tiene.



Jacinto de Salas y Quiroga

La amistad peligrosa

-- de Jacinto de Salas y Quiroga --

¿Por qué, Corina, has engañado
con tu candor mi tierno pecho?
De ti yo estaba satisfecho...
El encanto se ha disipado.
¡Con qué dulzura la esperanza
me ha consolado en mi dolor!
¡Ah! Me engañó la semejanza
de la amistad y del amor.

Cuando a mirarte yo acertaba
tú con placer te sonreías,
y algunas veces conocías
cuánto mi pecho te adoraba.
Yo conseguí tu confianza,
dulce premio del amador.
¡Ah! Me engañó la semejanza
de la amistad y del amor.
Más de una vez miré tu llanto,
cuando de ti yo me apartaba,
y en mis angustias encontraba
amables lloros mi quebranto.
¡Ay infelice, qué mudanza
me reservaba tu rigor!
Sí, me engañó la semejanza
de la amistad y del amor.

Ya que, en pago de mi ternura,
no quieres darme el corazón,
ya que me quitas la ilusión,
amarte más fuera locura.
A Dios, amor... ¡Ay esperanza,
cual te burlas de mi dolor!
Sí, me engañó la semejanza
de la amistad y del amor.



Jaime Sabines

vieja la noche...

-- de Jaime Sabines --

Vieja la noche, vieja,
largo mi corazón antiguo.

¡Qué de brazos adentro
del pecho, fríos,
se mueven y me buscan,
viejo amor mío!

la noche, vieja, cae
como un lento martirio,
sombra y estrella, hueco
del pecho mío.

Y yo entretanto, ausente
de mi martirio,
entro en la noche, busco
su cuerpo frío.

No hay luna, locos,
desde hace siglos.
Sólo un breve milagro
cuando hace frío.



Jaime Sabines

los días inútiles

-- de Jaime Sabines --

Los días inútiles son como una costra
de mugre sobre el alma.
Hay una asfixia lenta que sonríe,
que olvida, que se calla.
¿Quién me pone estos sapos en el pecho
cuando no digo nada?
hay un idiota como yo andando,
platicando con gentes y fantasmas,
echándose en el lodo y escarbando
la mierda de la fama.
Puerco de hocico que recita versos
en fiestas familiares, donde mujeres sabias
hablan de amor, de guerra,
resuelven la esperanza.
Puerco del mundo fácil
en que el engaño quiere hacer que engaña
mientras ácidos lentos
llevan el asco a la garganta.
Hay un hombre que cae días y días
de pie, desde su cara,
y siente que en su pecho van creciendo
muertes y almas.
Un hombre como yo que se avergüenza,
que se cansa,
que no pregunta porque no pregunta
ni quiere nada.
¿Qué viene a hacer aquí tanta ternura fracasada?
¡díganle que se vaya!



César Vallejo

quiere y no quiere su color mi pecho

-- de César Vallejo --

Quiere y no quiere su color mi pecho,
por cuyas bruscas vías voy, lloro con palo,
trato de ser feliz, lloro en mi mano,
recuerdo, escribo
y remacho una lágrima en mi pómulo.
Quiere su rojo el mal, el bien su rojo enrojecido
por el hacha suspensa,
por el trote del ala a pie volando,
y no quiere y sensiblemente
no quiere aquesto el hombre;
no quiere estar en su alma
acostado, en la sien latidos de asta,
el bimano, el muy bruto, el muy filósofo.
Así, casi no soy, me vengo abajo
desde el arado en que socorro a mi alma
y casi, en proporción, casi enaltézcome.
Que saber por qué tiene la vida este perrazo,
por qué lloro, por qué,
cejón, inhábil, veleidoso, hube nacido
gritando;
saberlo, comprenderlo
al son de un alfabeto competente,
sería padecer por un ingrato.
¡Y no! ¡no! ¡no! ¡qué ardid, niparamento!
congoja, sí, con sí firme y frenético,
coriáceo, rapaz, quiere y no quiere, cielo y pájaro;
congoja, sí, con toda la bragueta.
Contienda entre dos llantos, robo de una sola ventura,
vía indolora en que padezco en chanclos
de la velocidad de andar a ciegas.



César Vallejo

lomos de las sagradas escrituras

-- de César Vallejo --

Sin haberlo advertido jamás, exceso por turismo
y sin agencias
de pecho en pecho hacia la madre unánime.
Hasta parís ahora vengo a ser hijo. Escucha,
hombre, en verdad te digo que eres el hijo eterno,
pues para ser hermano tus brazos son escasamente iguales
y tu malicia para ser padre, es mucha.
La talla de mi madre moviéndome por índole de movimiento,
y poniéndome serio, me llega exactamente al corazón:
pesando cuanto cayera de vuelo con mis tristes abuelos,
mi madre me oye en diámetro callándose en altura.
Mi metro está midiendo ya dos metros,
mis huesos concuerdan en género y en número
y el verbo encarnado habita entre nosotros
y el verbo encarnado habita, al hundirme en el baño,
un alto grado de perfección.



José María Blanco White

A Dorila

-- de José María Blanco White --

Te engañas, mi Dorila,
si juzgas que rendido
de amar sin esperanza
se verá el pecho mío;
que no, no es tan tirano,
cual dicen, el Dios niño,
y sabe aun con las ansias
dar premios exquisitos.
Son necios los amantes
que llaman su dominio
cruel, y que maldicen
sus cadenas y grillos.
Dorila, yo te adoro;
y el ardor en que vivo,
es el premio y la gloria
que el adorarte pido.
Peno ¡ay triste! mas tengo
en tu rostro divino
de mis crueles ansias
un dulce y cierto alivio:
pues aun cuando mi pecho
más agitado miro,
volviendo a ti los ojos
ledo que da y tranquilo.
Y si del rostro amable
el influjo benigno
me es negado, y ausente
mi fuego es más activo,
tu dulce nombre entonces
tiernamente repito,
y un nuevo fuego enciendo,
con que aplaco el antiguo.
¡Ay! de esta suave llama
los amantes deliquios
sólo es dado gozarlos
a quien sabe sentirlos.
Zagala, no te engañes,
que aun el más afligido
pagado está, si logra
dar a tiempo un suspiro.



Pablo Neruda

tus manos

-- de Pablo Neruda --

Tus manos
cuando tus manos salen,
amor, hacia las mías,
qué me traen volando?
por qué se detuvieron
en mi boca, de pronto,
por qué las reconozco
como si entonces, antes,
las hubiera tocado,
como si antes de ser
hubieran recorrido
mi frente, mi cintura?
su suavidad venía
volando sobre el tiempo,
sobre el mar, sobre el humo,
sobre la primavera,
y cuando tú pusiste
tus manos en mi pecho,
reconocí esas alas
de paloma dorada,
reconocí esa greda
y ese color de trigo.
Los años de mi vida
yo caminé buscándolas.
Subí las escaleras,
crucé los arrecifes,
me llevaron los trenes,
las aguas me trajeron,
y en la piel de las uvas
me pareció tocarte.
La madera de pronto
me trajo tu contacto,
la almendra me anunciaba
tu suavidad secreta,
hasta que se cerraron
tus manos en mi pecho
y allí como dos alas
terminaron su viaje.



Pedro Bonifacio Palacios

El soñador

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

Le aserraron el cráneo;
le estrujaron los sesos,
y el corazón ya frío
le arrancaron del pecho.
Todo lo examinaron
los oficiales médicos
mas no hallaron la causa
de la muerte de Pedro;
de aquel soñador pálido
que escribió tantos versos,
como el espacio azules
y como el mar acerbos.
¡Oíd! Cuando yo muera,
cuando sucumba, ¡oh, médicos!
ni me aserréis el cráneo
ni me estrujéis los sesos,
ni el corazón ya frío
me arrebatéis del pecho,
que jamás hasta el alma,
llegó vuestro escalpelo.
Y mi mal es el mismo,
es el mismo de Pedro;
de aquel soñador pálido
que escribió tantos versos,
y como el espacio azules
y como el mar acerbos.



Pedro Soto de Rojas

Ausencia triste

-- de Pedro Soto de Rojas --

¿De qué te quejas, corazón? Resiste
los golpes duros de la ausencia fuerte,
pues dejaste la vida por la muerte,
cuyo triunfo en tu dolor consiste.

Mas, ay, que tanto la memoria asiste
-guerrero vigilante- en ofenderte,
que es fuerza que mi amor para valerte
en llanto te desate, en llanto triste.

Muda ya en mares, pues, los ojos míos
y este mi pecho en fuego: fuertes luchen
el agua y fuego con mi pecho roto;

viva muriendo en abrasados fríos,
donde los ecos de su voz escuchen
ausente Fénix y presente Cloto.



Pedro Soto de Rojas

Deprecación al tiempo

-- de Pedro Soto de Rojas --

Si quiebras, tiempo, los peñascos duros,
si aceros comes, si metales bebes,
si firmes montes con tus fuerzas mueves
y a brazos rindes invencibles muros,

si los anfiteatros mal seguros
están al golpe de tus filos breves,
si Troyas das al viento en polvos leves
y Cartagos al suelo en llantos puros,

muda aquel pecho que a mi llanto ha sido
duro peñasco, alcanza tú la gloria
de un triunfo a los mortales prohibido,

goza la pompa de tan gran victoria;
pues tienes tanta fuerza y tanto olvido,
muda aquel pecho o vence mi memoria.



Juan Bautista Arriaza

El no

-- de Juan Bautista Arriaza --

¡Ay, cuántas veces a tus pies postrado,
en lágrimas el rostro sumergido,
a tus divinos labios he pedido
un sí, cruel, que siempre me han negado!

Y pensando ya ver tu pecho helado
de mi tormento a compasión movido,
en vez de sí, ¡ay dolor! he recibido
un no, que mi esperanza ha devorado.

Mas si mi llanto no es de algún provecho,
si contra mí su indignación descarga,
y si una ley de aniquilarme has hecho,

quítame de una vez pena tan larga,
escóndeme un puñal en este pecho,
y no me des un no que tanto amarga.



Juan de Arguijo

Artemisa

-- de Juan de Arguijo --

Labra Artemisa el grande mausoleo,
Que los altos pirámides afrenta
Del egipcio soberbio, y no contenta,
Busca á su ilustre fe mayor trofeo.

Del tierno y casto pecho en nuevo empleo
Hacer sepulcro al nuevo esposo intenta,
Cuyas cenizas, de su amor sedienta,
Bebe con ansias de inmortal deseo.

«En vano, dice, pretendió la muerte
De tí, dulce Mausolo, dividirme,
Y en largo olvido sepultar tu gloria;

»Que de su injuria hasta á defenderte
Mi pecho, mas que el bronce y mármol firme,
Y eternizar mi amor y tu memoria.



Gabriela Mistral

la tierra

-- de Gabriela Mistral --

Niño indio, si estás cansado,
tú te acuestas sobre la tierra,
y lo mismo si estás alegre,
hijo mío, juega con ella...
Se oyen cosas maravillosas
al tambor indio de la tierra:
se oye el fuego que sube y baja
buscando el cielo, y no sosiega.
Rueda y rueda, se oyen los ríos
en cascadas que no se cuentan.
Se oyen mugir los animales;
se oye el hacha comer la selva.
Se oyen sonar telares indios.
Se oyen trillas, se oyen fiestas.
Donde el indio lo está llamando,
el tambor indio le contesta,
y tañe cerca y tañe lejos,
como el que huye y que regresa...
Todo lo toma, todo lo carga
el lomo santo de la tierra:
lo que camina, lo que duerme,
lo que retoza y lo que pena;
y lleva vivos y lleva muertos
el tambor indio de la tierra.
Cuando muera, no llores, hijo:
pecho a pecho ponte con ella,
y si sujetas los alientos
como que todo o nada fueras,
tú escucharás subir su brazo
que me tenía y que me entrega,
y la madre que estaba rota
tú la verás volver entera.



Gabriela Mistral

el niño solo

-- de Gabriela Mistral --

A sara hübner
como escuchase un llanto, me paré en el repecho
y me acerqué a la puerta del rancho del camino.
Un niño de ojos dulces me miró desde el lecho.
¡Y una ternura inmensa me embriagó como un vino!
la madre se tardó, curvada en el barbecho;
el niño, al despertar, buscó el pezón de la rosa
y rompió en llanto... Yo lo estreché contra el pecho,
y una canción de cuna me subió, temblorosa...
Por la ventana abierta la luna nos miraba.
El niño ya dormía, y la canción bañaba,
como otro resplandor, mi pecho enriquecido...
Y cuando la mujer, trémula, abrió la puerta,
me vería en el rostro tanta ventura cierta
¡que me dejó el infante en los brazos dormido!



Gabriela Mistral

corderito

-- de Gabriela Mistral --

Corderito mío,
suavidad callada:
mi pecho es tu gruta
de musgo afelpada.
Carnecita blanca,
tajada de luna:
lo he olvidado todo
por hacerme cuna.
Me olvidé del mundo
y de mí no siento
más que el pecho vivo
con que te sustento.
Y sé de mí sólo
que en mí te recuestas.
Tu fiesta, hijo mío,
apagó las fiestas.



Garcilaso de la Vega

SONETO XXII

-- de Garcilaso de la Vega --

Con ansia extrema de mirar qué tiene
vuestro pecho escondido allá en su centro,
y ver si a lo de fuera lo de dentro
en apariencia y ser igual conviene,

en él puse la vista: mas detiene
de vuestra hermosura el duro encuentro
mis ojos, y no pasan tan adentro
que miren lo que el alma en sí contiene.

Y así se quedan tristes en la puerta
hecha, por mi dolor, con esa mano
que aun a su mismo pecho no perdona;

donde vi claro mi esperanza muerta.
Y el golpe, que os hizo amor en vano
non esservi passato oltra la gona.



Garcilaso de la Vega

Con ansia extrema de mirar qué tiene

-- de Garcilaso de la Vega --

Con ansia extrema de mirar qué tiene
vuestro pecho escondido allá en su centro,
y ver si a lo de fuera lo de dentro
en apariencia y ser igual conviene,

en él puse la vista; mas detiene
de vuestra hermosura el duro encuentro
mis ojos, y no pasan tan adentro,
que miren lo que el alma en sí contiene.

Y así se quedan tristes en la puerta
hecha, por mi dolor, con esa mano,
que aun a su mismo pecho no perdona;

donde vi claro mi esperanza muerta,
y el golpe, que en vos hizo amor en vano
''non esservi passato oltra la gona''.



Gaspar Melchor de Jovellanos

a la mañana

-- de Gaspar Melchor de Jovellanos --

Ven, ceñida de rayos y de flores
la rósea frente, ¡oh plácida mañana!
ve; ven, y ahuyenta con tu faz galana
la perezosa noche y sus horrores.
Ven, y vuelve a los cielos sus ardores,
su frescura a la tierra, y su temprana
gloria a mi pecho, en clori soberana;
en clori mi delicia y mis amores.
Ven, ven, que si piadosa me escuchares,
yo te alzaré un altar sobre el florido
suelo que honrare clori con su planta.
Y en él, después te ofreceré a millares
las víctimas mi pecho agradecido,
y los devotos himnos mi garganta.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xciii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Para que los leas con tus ojos grises,
para que los cantes con tu clara voz,
para que llenen de emoción tu pecho,
hice mis versos yo.
Para que encuentren en tu pecho asilo
y les des juventud, vida, calor,
tres cosas que yo no puedo darles,
hice mis versos yo.
Para hacerte gozar con mi alegría,
para que sufras tú con mi dolor,
para que sientas palpitar mi vida,
hice mis versos yo.
Para poder poner ante tus plantas
la ofrenda de mi vida y de mi amor,
con alma, sueños rotos, risas, lágrimas,
hice mis versos yo.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lxxxix

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Si copia tu frente
del río cercano la pura corriente
y miras tu rostro del amor encendido,
soy yo, que me escondo
del agua en el fondo
y, loco de amores, a amar te convido;
soy yo, que, en tu pecho buscada morada,
envío a tus ojos mi ardiente mirada,
mi blanca divina...
Y el fuego que siento la faz te ilumina.
Si en medio del valle
en tardo se trueca tu amor animado,
vacila tu planta, se pliega tu talle...
Soy yo, dueño amado,
que, en no vistos lazos
de amor anhelante, te estrecho en mis brazos;
soy yo quien te teje la alfombra florida
que vuelve a tu cuerpo la fuerza de la vida;
soy yo, que te sigo
en alas del viento soñando contigo.
Si estando en tu lecho
escuchas acaso celeste armonía
que llena de goces tu cándido pecho,
soy yo, vida mía...;
Soy yo, que levanto
al cielo tranquilo mi férvido canto;
soy yo, que, los aires cruzando ligero
por un ignorado, movible sendero,
ansioso de calma,
sediento de amores, penetro en tu alma.



Sor Juana Inés de la Cruz

Detente sombra

-- de Sor Juana Inés de la Cruz --

Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho

que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.



Antonio Machado

La vida tiene hoy ritmo

-- de Antonio Machado --

La vida hoy tiene ritmo
de ondas que pasan,
de olitas temblorosas
que fluyen y se alcanzan.
La vida hoy tiene el ritmo de los ríos,
la risa de las aguas
que entre los verdes junquerales corren,
y entre las verdes cañas.
Sueño florido lleva el manso viento;
bulle la savia joven en las nuevas ramas;
tiemblan alas y frondas,
y la mirada sagital del águila
no encuentra presa..., Trema el campo en sueños,
vibra el sol como un arpa.
¡Fugitiva ilusión de ojos guerreros
que por las selvas pasas
a la hora del cenit: tiemble en mi pecho
el oro de tu aljaba!
En tus labios florece la alegría
de los campos en flor; tu veste alada
aroman las primeras velloritas,
las violetas perfuman tus sandalias.
Yo he seguido tus pasos en el viejo bosque,
arrebatados tras la corza rápida,
y los ágiles músculos rosados
de tus piernas silvestres entre verdes ramas.
¡Pasajera ilusión de ojos guerreros
que por las selvas pasas,
cuando la tierra reverdece y ríen
los ríos en las cañas!
¡Tiemble en mi pecho el oro
que llevas en tu aljaba!



Manuel Machado

El caballero de la mano en el pecho

-- de Manuel Machado --

Este desconocido es un cristiano
de serio porte y negra vestidura,
donde brilla no más la empuñadura,
de su admirable estoque toledano.

Severa faz de palidez de lirio
surge de la golilla escarolada,
por la luz interior, iluminada,
de un macilento y religioso cirio.

Aunque sólo de Dios temores sabe,
porque el vitando hervor no le apasione
del mundano placer perecedero,

en un gesto piadoso, y noble, y grave,
la mano abierta sobre el pecho pone,
como una disciplina, el caballero.



Mariano Melgar

Yaraví VIII

-- de Mariano Melgar --

Ya mi triste desventura
No deja
Esperanza de tener
Alivio;
Y el buscarlo solo sirve
De darme
El tormento de mirarlo
Perdido.

En vano huiré buscando
Regiones
Donde olvidar á mi dueño
Querido:
Con la distancia tendrá
Mi pecho
Sus recelos y su amor
Más fijos.

Lloraré cuando estes lejos
Mis males;
Y emitiré los más tristes
Gemidos;
Y ya no tendré el consuelo
De verte,
Ni que sepas mis crueles
Martirios.

Ay! Dime, querido dueño:
¿Que causa
Pudo mudar ese pecho
Tan fino?
No te mueve á compasión
El verme
Que huyendo de tus crueldades
Espiro?

¿Con qué corazón oirás
Decir
Que por tí murió quien firme
Te quiso?
No seas, amada prenda,
No seas
De mi desdichada vida
Martirio.



Medardo Ángel Silva

Voces

-- de Medardo Ángel Silva --

Cuando retornas, divina Primavera,
solloza el alma presa en su dolor cobarde...
Y una voz fresca y pura dice en mi oído: ¡Espera!
Y una voz melancólica grita en mi pecho: ¡Es tarde!...

En piélagos de duda boga mi pensamiento.
¿Y qué hallaré —suspira— tras la dura jornada?
De la voz fresca y pura no percibo el acento
y la voz melancólica grita en mi pecho: ¡Nada!



Miguel Unamuno

Nuestro secreto I

-- de Miguel Unamuno --

No me preguntes más, es mi secreto,
secreto para mí terrible y santo;
ante él me velo con un negro manto
de luto de piedad; no rompo el seto

que cierra su recinto, me someto
de mi vida al misterio, el desencanto
huyendo del saber y a Dios levanto
con mis ojos mi pecho siempre inquieto.

Hay del alma en el fondo oscura sima
y en ella hay un fatídico recodo
que es nefando franquear; allá en la cima

brilla el sol que hace polvo al sucio lodo;
alza los ojos y tu pecho anima;
conócete, mortal, mas no del todo.



Juan Meléndez Valdés

El remordimiento

-- de Juan Meléndez Valdés --

Perdona, bella Cintia, al pecho mío,
si evita cauto tu adorable llama;
que Fili solo su fineza inflama,
y él la idolatra aun en el mármol frío.

Si amarte intento, del silencio umbrío
su voz infausta por venganza clama:
«¿Así, me dice, ¡oh pérfido!, se ama?
¡Ay!, ¡tiembla mi furor, impío!

Vuélveme a mi inocencia y a mi pura
candidez virginal; tú de mi pecho,
¡aleve, aleve!, has la virtud lanzado.

Vuélveme a mi virtud...» Su sombra oscura
me sigue así; y en lágrimas deshecho,
me hallo en el duro suelo desmayado.



Julio Flórez

entonces

-- de Julio Flórez --

Jamás con mi recuerdo estarás sola:
viviré sin cesar en tu presencia,
mientras el lago aquél tenga una ola;
mientras el bosque aquél... Guarde una esencia.
Mientras que de tu pecho en los ardores
des a mi imagen cariñoso abrigo;
mientras reces por mí, mientras me implores,
mientras me quieras, estaré contigo.
¿Sabes cuándo, en la vida, estarás sola?
¿cuándo no me verás en tu presencia?
cuando en el lago aquél no haya una ola.
Cuando el bosque aquél no haya una esencia.
¡Ay...! Cuando de tu pecho en los ardores
a mi imagen no des cálido abrigo,
cuando por mí no reces, ni me implores,
ni me quieras, tú, sí estarás conmigo.
Julio flórez



Julio Zaldumbide Gangotena

Al dolor (Zaldumbide)

-- de Julio Zaldumbide Gangotena --

Hiere, hiere, ¡oh Dolor! He, aquí desnudo
mi inerme pecho: el protector escudo
que en otro tiempo rechazó tus dardos,
roto en pedazos estalló a tus golpes,
y contra ti ya nada me defiende.
¡A ti me entrego en mi fatal despecho!
Hiere, pues, rompe, hiende,
destroza sin piedad mi inerme pecho.
Pero sabe, oh Dolor, que, aunque rendido,
a ti me doy perdida la esperanza;
no me verás doblar la erguida frente
y el rudo bote de tu ardiente lanza
del corazón herido
no arrancará ni queja ni gemido
ni de su llanto hará correr la fuente.
Y acaso el solo ruego
que escuchen de mis labios tus oídos,
será que de tu brazo formidable
en mí descargues tan tremendo y fuerte
que con sólo ese golpe me des muerte,
dando fin a esta vida miserable.



Federico García Lorca

el amor duerme en el pecho del poeta

-- de Federico García Lorca --

Tú nunca entenderás lo que te quiero
porque duermes en mí y estás dormido.
Yo te oculto llorando, perseguido
por una voz de penetrante acero.
Norma que agita igual carne y lucero
traspasa ya mi pecho dolorido
y las turbias palabras han mordido
las alas de tu espíritu severo.
Grupo de gente salta en los jardines
esperando tu cuerpo y mi agonía
en caballos de luz y verdes crines.
Pero sigue durmiendo, vida mía.
¡Oye mi sangre rota en los violines!
¡mira que nos acechan todavía!
regresar a sonetos del amor oscuro



Federico García Lorca

llagas de amor

-- de Federico García Lorca --

Esta luz, este fuego que devora.
Este paisaje gris que me rodea.
Este dolor por una sola idea.
Esta angustia de cielo, mundo y hora.
Este llanto de sangre que decora
lira sin pulso ya, lúbrica tea.
Este peso del mar que me golpea.
Este alacrán que por mi pecho mora.
Son guirnalda de amor, cama de herido,
donde sin sueño, sueño tu presencia
entre las ruinas de mi pecho hundido.
Y aunque busco la cumbre de prudencia,
me da tu corazón valle tendido
con cicuta y pasión de amarga ciencia.
Regresar a sonetos del amor oscuro



Federico García Lorca

gacela del recuerdo del amor

-- de Federico García Lorca --

No te lleves tu recuerdo.
Déjalo solo en mi pecho,
temblor de blanco cerezo
en el martirio de enero.
Me separa de los muertos
un muro de malos sueños.
Doy pena de lirio fresco
para un corazón de yeso.
Toda la noche, en el huerto
mis ojos, como dos perros.
Toda la noche, corriendo
los membrillos de veneno.
Algunas veces el viento
es un tulipán de miedo,
es un tulipán enfermo,
la madrugada de invierno.
Un muro de malos sueños
me separa de los muertos.
La niebla cubre en silencio
el valle gris de tu cuerpo.
Por el arco del encuentro
la cicuta está creciendo.
Pero deja tu recuerdo
déjalo solo en mi pecho.
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Federico García Lorca

Sorpresa

-- de Federico García Lorca --

Muerto se quedó en la calle
con un puñal en el pecho.
No lo conocía nadie.

¡Cómo temblaba el farol!
Madre.
¡Cómo temblaba el farolito
de la calle!

Era madrugada. Nadie
pudo asomarse a sus ojos
abiertos al duro aire.

Que muerto se quedó en la calle
que con un puñal en el pecho
y que no lo conocía nadie.



Fernando de Herrera

Cuando mi pecho ardió en su dulce fuego

-- de Fernando de Herrera --

Cuando mi pecho ardió en su dulce fuego,
osé cantar, Mosquera, el mal que siento,
y diome al tierno canto ufano aliento
el sol en cuyo ardor estuve ciego.

Osé mostrar mi llanto en blando ruego
a quien amor desprecia y su tormento,
y el humilde quejar de mi lamento
me dio osadía y dio esperanza luego.

Ahora, que la luz yo pierdo ausente,
y crece mi dolor con su belleza,
notad el grande error de mi porfía.

Lloro el pasado bien y el mal presente,
y puesto en soledad de mi tristeza,
la esperanza me falta y la osadía.



Fernando de Herrera

Duro es este peñasco levantado

-- de Fernando de Herrera --

Duro es este peñasco levantado,
que no teme el favor del bravo viento,
fría esta nieve, que el soberbio aliento
del Aquilón arroja apresurado;

más duro es vuestro pecho y más helado,
en quien la piedad no ha hecho asiento,
ni el fuego de amoroso sentimiento
en él jamás, por culpa vuestra, ha entrado.

Sordas las ondas son de aqueste río,
pero más sorda vos a mis clamores,
que aún poco os pareció ser dura y fría.

Mas todo este dolor del pecho mío
no causa tantas penas y dolores
cuanto la soledad del alma mía.



Fernando de Herrera

Triste esperanza, incierta, en blando pecho

-- de Fernando de Herrera --

Triste esperanza, incierta, en blando pecho
por luengo tiempo inútil engendrada,
que mi descanso y gloria aventurada
en temor truecas vano y en estrecho,

huye de mí, que sobra el daño hecho;
sigue en otra ocasión mejor entrada;
porque en vida tan mísera y cansada
es toda tu porfía sin provecho.

Si este lugar lloroso te contenta,
busca mejor fortuna al pobre estado,
y sosiego al furor del dolor mío;

que atendiendo el deseo me atormenta,
y caído y sin fuerzas mi cuidado,
me estrecha el corazón con torpe frío.



Fernando de Herrera

Yo vi en sazón alegre un tierno pecho

-- de Fernando de Herrera --

Yo vi en sazón alegre un tierno pecho
ufano dulcemente con mi pena,
y que anudarnos pudo en su cadena
el ya cortés amor con lazo estrecho.

Yo veo el bien que tuve ya deshecho,
y mi segura fe de cuitas llena,
y que el ingrato en impío afán condena
a quien halla en su agravio satisfecho.

Yo vi que no fui indigno de la gloria
que en su rigor me usurpa la mudanza,
y en sombra del olvido ya me veo.

Entristézcome siempre en la memoria,
desfallezco medroso en la esperanza,
y al fin pierdo la vida en el deseo.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 12

-- de Francisco de Quevedo --

Amor, prevén el arco y la saeta
que enseñó a navegar y dar amante
al rayo, cuando jove fulminante,
bruta deidad, bramó llama secreta.
La vulgar cuerda que tu mano aprieta,
para el pecho de lisi no es bastante:
otra cosa más dura que el diamante
dudo que la victoria te prometa.
Prevén toda la fuerza al pecho helado,
pues menos gloria, en menos hermosura,
te fue bajar al sol del cielo al prado.
Y pues de ti no supo estar segura
tu madre, no permitas, despreciado,
que tu poder desmienta lisis dura.



Francisco de Quevedo

salmo xxii quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

Pues le quieres hacer el monumento
en mis entrañas a tu cuerpo amado,
limpia, suma limpieza, de pecado,
por tu gloria y mi bien, el aposento.
Si no, retratarás tu nacimiento,
pues entrado en mi pecho disfrazado,
te verán en pesebre acompañado
de brutos apetitos que en mí siento.
Hoy te entierras en mí con propia mano,
que soy sepulcro, aunque a tu ser estrecho,
indigno de tu cuerpo soberano.
Tierra te cubre en mí, de tierra hecho;
la conciencia me presta su gusano;
mármol para cubrirte dé mi pecho.
Esta obra se encuentra en dominio público.
Esto es aplicable en todo el mundo debido a que su autor falleció hace
más de 100 años. La traducción de la obra puede no estar en dominio
público.



José Cadalso

injuria el poeta al amor

-- de José Cadalso --

Amor, con flores ligas nuestros brazos;
los míos te ofrecí lleno de penas,
me echaste tus guirnaldas más amenas,
secáronse las flores, vi los lazos,
y vi que eran cadenas.
Nos guías por la senda placentera
al templo del placer ciego y propicio;
yo te seguí, más viendo el artificio,
el peligro y tropel de tu carrera,
vi que era un precipicio.
Con dulce copa, al parecer sagrada,
al hombre brindas, de artificio lleno;
bebí; quemóse con su ardor mi seno;
con sed insana la dejé apurada
y vi que era veneno.
Tu mar ofrece, con fingida calma,
bonanza sin escollo ni contagio;
yo me embarqué con tan falaz presagio,
vi cada rumbo que se ofrece al alma,
y vi que era un naufragio.
El carro de tu madre, ingrata diosa,
vi que tiraban aves inocentes;
besáronlas mis labios imprudentes,
el pecho me rasgó la más hermosa
y vi que ran serpientes.
Huye, amor, de mi pecho ya sereno,
tus alas mueve a climas diferentes,
lleva a los corazones imprudentes
cadenas, precipicios y veneno,
naufragios y serpientes.



José Cadalso

injurial el poeta al amor

-- de José Cadalso --

Amor, con flores ligas nuestros brazos;
los míos te ofrecí lleno de penas,
me echaste tus guirnaldas más amenas,
secáronse las flores, vi los lazos,
y vique eran cadenas.
Nos guías por la senda placentera
al templo del placer ciego y propicio;
yo te seguí, mas viendo el artificio,
el peligro y tropel de tu carrera,
vique era un precipicio.
Con dulce copa al parecer sagrada,
al hombre brindas, de artificio lleno;
bebí; quemose con su ardor mi seno;
con sed insana la dejé apurada
y vi que era veneno.
Tu mar ofrece, con fingida calma,
bonanza sin escollo ni contagio;
yo me embarqué con tal falaz presagio,
vi cada rumbo que se ofrece al alma,
y vi que era unnaufragio.
El carro de tu madre, ingrata diosa,
vi que tiraban aves inocentes;
besáronlas mis labios imprudentes,
el pecho me rasgó la más hermosa
y vi que eranserpientes.
Huye amor, de mi pecho ya sereno,
tus alas mueve a climas diferentes,
lleva a los corazones imprudentes
cadenas, precipicios y veneno,
naufragios yserpientes.



Abraham Valdelomar

Abre el pozo...

-- de Abraham Valdelomar --

Abre el pozo su boca, como vieja pupila
sin lágrimas. El ñorbo se envejeció trepando.
El horno que en la pascua cociera el bollo blando,
como una gran tortuga, silenciosa, vigila.

La araña en los rincones, nerviosa y pulcra, hila
la artera geometría de su malla enredando.
Las abejas no vienen de libar, como cuando
miel destilaba el pecho que ahora dolor destila.

Los restos de mi dulce niñez busco en la oscura
soledad de las salas, en el viejo granero,
y sólo encuentro la honda tristeza del pasado.

El corazón me lleva por el viejo granero
y encuentro en los despojos, viejo, decapitado
el caballo de pino del que fui caballero.



Abraham Valdelomar

Cobardía (Valdelomar)

-- de Abraham Valdelomar --

Abre el pozo su boca, como vieja pupila
sin lágrimas. El ñorbo se envejeció trepando.
El horno que en la pascua cociera el bollo blando,
como una gran tortuga, silenciosa, vigila.

La araña en los rincones, nerviosa y pulcra, hila
la artera geometría de su malla enredando.
Las abejas no vienen de libar, como cuando
miel destilaba el pecho que ahora dolor destila.

Los restos de mi dulce niñez busco en la oscura
soledad de las salas, en el viejo granero,
y sólo encuentro la honda tristeza del pasado.

El corazón me lleva por el viejo granero
y encuentro en los despojos, viejo, decapitado
el caballo de pino del que fui caballero.



Abraham Valdelomar

La danza de las horas

-- de Abraham Valdelomar --

Hoy, que está la mañana fresca, azul y lozana;
hoy, que parece un niño juguetón la mañana,
y el sol parece como que quisiera subir
corriendo por las nubes, en la extensión lejana,
hoy quisiera reír...

Hoy, que la tarde está dorada y encendida;
en que cantan los campos una canción de vida,
bajo el cóncavo cielo que se copia en el mar,
hoy, la Muerte parece que estuviera dormida,
hoy quisiera besar...

Hoy, que la Luna tiene un color ceniciento;
hoy, que me dice cosas tan ambiguas el viento,
a cuyo paso eriza su cabellera el mar;
hoy, que las horas tienen un sonido más lento,
hoy quisiera llorar...

Hoy, que la noche tiene una trágica duda,
en que vaga en la sombra una pregunta muda;
en que se siente que algo siniestro va a venir,
que se baña en el pecho la Tristeza desnuda,
hoy quisiera morir...



Adelardo López de Ayala

Al oído

-- de Adelardo López de Ayala --

Déjame penetrar por este oído,
camino de mi bien el más derecho,
y en el rincón más hondo de tu pecho
deja que labre mi amoroso nido.

Feliz eternamente y escondido,
viviré de ocuparlo satisfecho...
¡De tantos mundos como Dios ha hecho,
este espacio no más a Dios le pido!

Yo no codicio fama dilatada,
ni el aplauso que sigue a la victoria,
ni la gloria de tantos codiciada...

Quiero cifrar mi fama en tu memoria;
quiero encontrar mi aplauso en tu mirada;
y en tus brazos de amor toda mi gloria.



Adelardo López de Ayala

El olvido

-- de Adelardo López de Ayala --

¿Por qué me has olvidado? ¿Por qué, ingrata,
niegas tu corazón a mi gemido,
y, afligiendo mi pecho comprimido,
tu inhumano silencio se dilata?

No le roba la muerte al que arrebata,
ni el nombre ni el recuerdo agradecido...-
¡Tumba sin epitafio es el olvido,
que traga al muerto y hasta el nombre mata!-

¡Háblame, por piedad; aunque al hablarme
destruyas mi esperanza y sea mi suerte
vivir llorando tu rigor eterno!...

Acuérdate siquiera de matarme;
que odio más el olvido que la muerte,
y más temo la nada que el infierno.



Adelardo López de Ayala

La cita (López de Ayala)

-- de Adelardo López de Ayala --

¡Es ella!... Amor sus pasos encamina...
Siento el blando rumor de su vestido...
Cual cielo por el rayo dividido,
mi espíritu de pronto se ilumina,

Mil ansias, con la dicha repentina,
se agitan en mi pecho conmovido,
cual bullen los polluelos en el nido
cuando la tierna madre se avecina.

¡Mi bien! ¡Mi amor! ¡Por la encendida y clara
mirada de tus ojos, con anhelo
penetra el alma, de tu ser avara!...

¡Ay! ¡Ni el ángel caído más consuelo
pudiera disfrutar, si penetrara
segunda vez en la región del cielo!



Adelardo López de Ayala

Sin palabras

-- de Adelardo López de Ayala --

Mil veces con palabras de dulzura
esta pasión comunicarte ansío:
mas ¿qué palabras hallaré, bien mío,
que no haya profanado la impostura?

Penetre en ti callada mi ternura
sin detenerse en el menor desvío;
como rayo de luna en claro río,
como aroma sutil en aura pura.

Ábreme el alma silenciosamente,
y déjame que inunde satisfecho
sus regiones, de amor y encanto llenas.

Fiel pensamiento, animaré tu mente;
afecto dulce, viviré en tu pecho;
llama suave, correré en tus venas.



Adelardo López de Ayala

La rosa de la aldeana

-- de Adelardo López de Ayala --

Donosa aldeana
de negro cabello,
de rostro más bello
que fresca mañana:
detente; te llamo
temblando de amor;
desata ese ramo
y dame una flor.

Marchito y sin vida
tu ramo, aldeana,
acaso mañana
ninguno lo pida;
mas hoy que lo pinta
la luz del amor,
desata esa cinta
y dame una flor.

No llores, amada,
no muestres despecho;
que llevo en el pecho
tu imagen grabada.
¡Dichosa mañana!
¡Dichoso mi amor!
Me dio la aldeana
la rosa mejor.



Alberti

EL ÁNGEL BUENO

-- de Alberti --

Vino el que yo quería
el que yo llamaba.
No aquel que barre cielos sin defensas.
Luceros sin cabañas,
lunas sin patria,
nieves.
Nieves de esas caídas de una mano,
un nombre,
un sueño,
una frente.
No aquel que a sus cabellos
ató la muerte.
El que yo quería.
Sin arañar los aires,
sin herir hojas ni mover cristales.
Aquel que a sus cabellos
ató el silencio.
Para sin lastimarme,
cavar una ribera de luz dulce en mi pecho
y hacerme el alma navegable.



Alberto Lista

A Delia

-- de Alberto Lista --

Si vi tus ojos, Delia, y no abrasaron
mi corazón en amorosa llama;
si en tus labios, que el abril inflama
de ardiente rosa, y no me enajenaron;

si vi el seno gentil, do se anidaron
las gracias; do el carmín, que Venus ama,
sobre luciente nieve se derrama,
e inocentes mis ojos lo miraron;

no es culpa, no, de tu beldad divina,
culpa es del infortunio que ha robado
la ilusión deliciosa al pecho mío.

Mas si en el tuyo la bondad domina,
más querrás la amistad que un desgraciado
que de un dichoso el tierno desvarío.



Alberto Lista

A Filis

-- de Alberto Lista --

En vano, Filis bella, afectas ira,
que es dulce siendo tuya, y más en vano
nos insulta ese labio soberano
do entre claveles la verdad respira.

Un tierno pecho que por ti suspira
esa linda esquivez adora en vano,
y por ser tuyo se contenta insano
si, no pudiendo amor, desdén te inspira.

No esperes que ofendidos tus amores
huyan de tu halagüeño menosprecio
ni de sufrir se cansen tus rigores;

aun más esclavos los tendrás que amores,
pues vale más, oh Filis, tu desprecio
que de mil hermosuras mil favores.



Alberto Lista

A la amistad

-- de Alberto Lista --

La ilusión dulce de mi edad primera,
del crudo desengaño la amargura,
la sagrada amistad, la virtud pura
canté con voz ya blanda, ya severa.

No de Helicón la rama lisonjera
mi humilde genio conquistar procura;
memorias de mi mal y mi ventura,
robar al triste olvido sólo espera.

A nadie, sino a ti, querido Albino,
debe mi tierno pecho y amoroso
de sus afectos consagrar la historia.

Tú a sentir me enseñaste, tú el divino
canto y el pensamiento generoso:
Tuyos mis versos son y esa es mi gloria.



Alberto Lista

La belleza

-- de Alberto Lista --

¿Dónde cogió el Amor, o de qué vena,
el oro fino de su trenza hermosa?
¿En qué espinas halló la tierna rosa
del rostro, o en qué prados la azucena?

¿Dónde las blancas perlas con que enfrena
la voz suave, honesta y amorosa?
¿Dónde la frente bella y espaciosa
más que el primer albor pura y serena?

¿De cuál esfera en la celeste cumbre
eligió el dulce canto, que destila
al pecho ansioso regalada calma?

Y ¿de qué sol tomó la dulce lumbre
de aquellos ojos que la paz tranquila
para siempre arrojaron de mi alma?



Alberto Lista

La ausencia

-- de Alberto Lista --

Nace la aurora y el hermoso día
brilla de rojas nubes coronado;
en mi pecho, de penas abrumado,
la sonrosada luz es noche umbría.

De las aves la plácida armonía
es para mí graznido malhadado,
y estruendo ronco y son desconcertado
el blando ruido de la fuente fría.

Brotan rosas el soto y la ribera;
para mí solo, triste y dolorido,
espinas guarda el mayo floreciente.

Que esta es, oh niño dios, tu ley primera;
no hay mal para el amor correspondido,
no hay bien que no sea mal para el ausente.



Alberto Lista

La duda (Alberto Lista)

-- de Alberto Lista --

¿Si será de amistad, Filis hermosa,
la grata llama que en el pecho siento;
que como propio tu dolor lamento,
y soy feliz, cuando eres venturosa?

¿O será amor? Tu imagen deliciosa
grabada está en el alma, y el momento,
que obligado la deja el pensamiento,
me es ingrato el pensar, la vida odiosa.

Amor es. Este ardor de verte, este
inefable placer cuando te veo,
¿quién sino el dulce amor puede inspirarlo?

Mas ¡ay! es como tú puro y celeste;
e ignorando los fuegos del deseo,
halaga el corazón sin abrasarlo.



Alberto Lista

La esperanza

-- de Alberto Lista --

Dulce esperanza, del prestigio amado
pródiga siempre, que el mortal adora,
ven, disipa piadosa y bienhechora
las penas de mi pecho acongojado.

Vuelve a mi mano el plectro ya olvidado,
y al seno la amistad consoladora;
y tu voz, oh divina encantadora,
mitigue o venza la crueldad del hado.

Mas ¡ay! no me presentes lisonjera
aquellas flores que cogiste en Gnido,
cuyo jugo es mortal, aunque es sabroso.

Pasó el delirio de la edad primera,
y ya temo el placer, y cauto pido,
no la felicidad, sino el reposo.



Alfonsina Storni

El hombre

-- de Alfonsina Storni --

No sabe cómo: un día se aparece en el orbe,
hecho ser; nace ciego; en la sombra revuelve
los acerados ojos. Una mano lo envuelve.
Llora. Lo engaña un pecho. Prende los labios. Sorbe.

Más tarde su pupila la tiniebla deslíe
y alcanza a ver dos ojos, una boca, una frente.
Mira jugar los músculos de la cara a su frente
y aunque quién es no sabe, copia, imita y sonríe.

Da una larga corrida sobre la tierra luego.
Instinto, sueño y alma trenza en lazos de fuego,
los suelta a sus espaldas, a los vientos. Y canta.

Kilómetros en alto la mirada le crece
y ve el astro, se turba, se exalta, lo apetece:
una Mano le corta la mano que levanta.



Alfonsina Storni

El hombre (Storni)

-- de Alfonsina Storni --

No sabe cómo: un día se aparece en el orbe,
hecho ser; nace ciego; en la sombra revuelve
los acerados ojos. Una mano lo envuelve.
Llora. Lo engaña un pecho. Prende los labios. Sorbe.

Más tarde su pupila la tiniebla deslíe
y alcanza a ver dos ojos, una boca, una frente.
Mira jugar los músculos de la cara a su frente
y aunque quién es no sabe, copia, imita y sonríe.

Da una larga corrida sobre la tierra luego.
Instinto, sueño y alma trenza en lazos de fuego,
los suelta a sus espaldas, a los vientos. Y canta.

Kilómetros en alto la mirada le crece
y ve el astro, se turba, se exalta, lo apetece:
una Mano le corta la mano que levanta.



Alfonsina Storni

Faro en la noche

-- de Alfonsina Storni --

Esfera negra el cielo
y disco negro el mar.

Abre en la costa, el faro,
su abanico solar.

¿A quién busca en la noche
que gira sin cesar?

Si en el pecho me busca
el corazón mortal.



Alfredo Espino

El nido (Alfredo Espino)

-- de Alfredo Espino --

Es porque un pajarito de la montaña ha hecho,
en el hueco de un árbol su nido matinal,
que el árbol amanece con música en el pecho,
como que si tuviera corazón musical...

Si el dulce pajarito por el hueco asoma.
Para beber rocío, para beber aroma,
el árbol de la sierra me da la sensación
de que se le ha salido cantando el corazón...



Amado Nervo

lejanía

-- de Amado Nervo --

¡parece mentira que hayas existido!
te veo tan lejos...
Tu mirada, tu voz, tu sonrisa,
me llegan al fondo de un pasado inmenso...
Eras más sutil
que mi propio ensueño;
eres el fantasma de un fantasma,
eres el espectro de un espectro...
Para reconstruír tu imagen remota
he menester ya de un enorme esfuerzo.
¿De veras me quisiste? ¿de veras me besabas?
¿de veras recorrías la casa, hoy en silencio?
¿de veras, en diez años, tu cabecita rubia
reposó por las noches, confiada en mi pecho?
¡ay qué perspectivas esas de la muerte!
¡qué horizontes tan bellos!
¡cuál os divinizan, oh difuntas jóvenes,
con sus lejanías llenas de misterio!
¡qué consagraciones tan definitivas
las que da el silencio!...
¡Cuál os vuelve míticas, casi fabulosas!
¡qué tristes mujeres de carne y de hueso,
con sus pobres encantos efímeros,
podrían venceros?
tenéis un augusto prestigio de estatua,
y por un fenómeno de rareza lleno,
mientras más distantes, más imperïosas
vais agigantandoos en el pensamiento.



Amado Nervo

el resto, ¿qué es

-- de Amado Nervo --

Tú eras la sola verdad de mi vida,
el resto, ¿qué es?
humo... Palabras, palabras, palabras...
¡Mientras la tumba me hace enmudecer!
tú eras la mano cordial y segura
que siempre estreché
con sentimiento de plena confianza
en tu celeste lealtad de mujer.
Tú eras el pecho donde mi cabeza
se reposó bien,
oyendo el firme latir de la entraña
que noblemente mía sólo fue.
Tú lo eras todo: ley, verdad y vida...
El resto, ¿qué es?



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