Buscar Poemas con Pasar


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Se han encontrado 75 poemas con la palabra pasar

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León Felipe

vencidos

-- de León Felipe --

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de don quijote pasar.
Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar,
va cargado de amargura,
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar.
Va cargado de amargura,
que allá «quedó su ventura»
en la playa de barcino, frente al mar.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de don quijote pasar.
Va cargado de amargura,
va, vencido, el caballero de retorno a su lugar.
¡Cuántas veces, don quijote, por esa misma llanura,
en horas de desaliento así te miro pasar!
¡y cuántas veces te grito: hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura,
caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar!
ponme a la grupa contigo,
caballero del honor,
ponme a la grupa contigo,
y llévame a ser contigo
pastor.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de don quijote pasar...

Poema vencidos de León Felipe con fondo de libro

César Vallejo

acaba de pasar el que vendrá

-- de César Vallejo --

Acaba de pasar el que vendrá
proscrito, a sentarse en mi triple desarrollo;
acaba de pasar criminalmente.
Acaba de sentarse más acá,
a un cuerpo de distancia de mi alma,
el que vino en un asno a enflaquecerme;
acaba de sentarse de pie, lívido.
Acaba de darme lo que está acabado,
el calor del fuego y el pronombre inmenso
que el animal crió bajo su cola.
Acaba
de expresarme su duda sobre hipótesis lejanas
que él aleja, aún más, con la mirada.
Acaba de hacer al bien los honores que le tocan
en virtud del infame paquidermo,
por lo soñado en mi y en él matado.
Acaba de ponerme (no hay primera)
su segunda aflixión en plenos lomos
y su tercer sudor en plena lágrima.
Acaba de pasar sin haber venido.

Poema acaba de pasar el que vendrá de César Vallejo con fondo de libro

César Vallejo

El que vendrá

-- de César Vallejo --

Acaba de pasar el que vendrá
proscrito, a sentarse en mi triple desarrollo;
acaba de pasar criminalmente.

Acaba de sentarse más acá,
a un cuerpo de distancia de mi alma,
el que vino en un asno a enflaquecerme;
acaba de sentarse de pie, lívido.

Acaba de darme lo que está acabado,
el calor del fuego y el pronombre inmenso
que el animal crió bajo su cola.

Acaba
de expresarme su duda sobre hipótesis lejanas
que él aleja, aún más, con la mirada.

Acaba de hacer al bien los honores que le tocan
en virtud del infame paquidermo,
por lo soñado en mi y en él matado.

Acaba de ponerme (no hay primera)
su segunda aflixión en plenos lomos
y su tercer sudor en plena lágrima.

Acaba de pasar sin haber venido.

Poema El que vendrá de César Vallejo con fondo de libro

Federico García Lorca

Gacela del mercado matutino

-- de Federico García Lorca --

Por el arco de Elvira
quiero verte pasar
Para saber tu nombre
y ponerme a llorar.

¿Qué luna gris de las nueve
te desangró la mejilla?
¿Quién recoge tu semilla
de llamarada en la nieve?
¿Qué alfiler de cactus breve
asesina tu cristal?

Por el arco de Elvira
voy a verte pasar
para beber tus ojos
y ponerme a llorar.

¡Qué voz para mi castigo
levantas por el mercado!
¡Qué clavel enajenado
en los montones de trigo!
¡Qué lejos estoy contigo!
¡qué cerca cuando te vas!

Por el arco de Elvira
voy a verte pasar
para sufrir tus muslos
y ponerme a llorar.



Líber Falco

El viaje (Falco)

-- de Líber Falco --

Desde este tren de ensueño,
ferrocarril, humo negro, vía,
mirad a las gallinas picoteando en la tierra.
El rancho en la hondonada.
La vaca triste.
Y el alma mía que les canta.
La vaca triste. El rancho en la hondonada.
Desde este tren de ensueño,
nada...

He de cantarle entonces
a las tinas solas.
Se fueron las lavanderas
hacia una eterna siesta.

He de cantarle a las tinas solas.
Junto a las cachimbas,
las tinas solas.

Desde este ferrocarril de ensueño,
he de cantarle a las muchachas de las estaciones.
¿Quién dijo que las muchachas
en los andenes,
no lloran y ríen
viendo pasar los trenes,
en los andenes?
Yo he visto a Pancha Pérez,
secarse una lágrima con el puño de la bata,
y decir adiós con el pañuelo.
–Ah, no, muchacha, óyeme.
Este ferrocarril es un ferrocarril de hierro.
Este ferrocarril escupe un humo negro.
Y va hacia la ciudad,
y la ciudad tiene también
un corazón de hierro.

Ah, no.
Deja que te sueñe en los andenes.
Viendo pasar los trenes,
en los andenes.



César Vallejo

Bordas de hielo

-- de César Vallejo --

Vengo a verte pasar todos los días,
vaporcito encantado siempre lejos...
Tus ojos son dos rubios capitanes;
tu labio es un brevísimo pañuelo
rojo que ondea en un adiós de sangre!

Vengo a verte pasar; hasta que un día,
embriagada de tiempo y de crueldad,
vaporcito encantado siempre lejos,
la estrella de la tarde partirá!

Las jarcias; vientos que traicionan;
vientos de mujer que pasó!
Tus fríos capitanes darán orden;
y quien habrá partido seré yo...



Ernesto Cardenal

epigrama XXXIX

-- de Ernesto Cardenal --

Todas las tardes paseaba
con su madre por la landetrasse
y en la esquina
de la schmiedtor
todas las tardes
estaba hitler
esperándola para verla pasar
los taxis y los omnibus
iban llenos de besos
y los novios alquilaban botes
en el danubio.
Pero él no sabía
bailar. Nunca se atrevió
a hablarte
después pasaba sin su madre
con un cadete.
Y después
no volvió a pasar.
De ahí más tarde
la gestapo
la anexión de australia,
la guerra mundial.



Salomé Ureña

el ave y el nido

-- de Salomé Ureña --

¿por qué te asustas, ave sencilla?
¿por qué tus ojos fijas en mí?
yo no pretendo, pobre avecilla,
llevar tu nido lejos de aquí.

Aquí, en el hueco de piedra dura,
tranquila y sola te vi al pasar,
y traigo flores de la llanura
para que adornes tu libre hogar.

Pero me miras y te estremeces,
y el ala bates con inquietud,
y te adelantas, resuelta, a veces,
con amorosa solicitud.

Porque no sabes hasta qué grado
yo la inocencia sé respetar,
que es, para el alma tierna, sagrado
de tus amores el libre hogar.

¡Pobre avecilla! vuelve a tu nido
mientras del prado me alejo yo;
en él mi mano lecho mullido
de hojas y flores te preparó.

Mas si tu tierna prole futura
en duro lecho miro al pasar,
con flores y hojas de la llanura
deja que adorne tu libre hogar.



José Ángel Buesa

poema vulgar

-- de José Ángel Buesa --

La vi pasar con otro... Su semblante
resplandecía de felicidad.
Y me subió a los labios mi sonrisa galante,
con algo de impotencia y algo de vanidad.
En las manos del otro palpitaban sus manos;
en el brazo del otro se apoyaba feliz...
Y me envolvió una niebla de recuerdos lejanos,
y sentí que sangraba mi vieja cicatriz.
La vi pasar con otro, risueña y arrogante.
Me pareció más bella, más gallarda... No sé.
Sólo sé que de nuevo la amé en aquel instante,
más que cuando fue mía, si es que entonces laamé...
Y, de esa llamarada que aún me quema,
de ese dolor amargo como un golpe de mar,
ya lo veis: ha nacido este poema
deplorablemente vulgar...



Gabriela Mistral

balada

-- de Gabriela Mistral --

Él pasó con otra;
yo le vi pasar.
Siempre dulce el viento
y el camino en paz.
¡Y estos ojos míseros
le vieron pasar!
él va amando a otra
por la tierra en flor.
Ha abierto el espino;
pasa una canción.
¡Y él va amando a otra
por la tierra en flor!
el besó a la otra
a orillas del mar;
resbaló en las olas
la luna de azahar.
¡Y no untó mi sangre
la extensión del mar!
el irá con otra
por la eternidad.
Habrá cielos dulces.
(Dios quiera callar.)
¡Y él irá con otra
por la eternidad!



Idea Vilariño

pasar

-- de Idea Vilariño --

Quiero y no quiero
busco
un aire negro un cieno
relampagueante
un alto
una hora absoluta
mía ya para siempre.

Quiero y no quiero
espero
y no
y desespero
y por veces aparto
con todo olvido todo abandono toda
felicidad
ese día completo
esa huida ese más
ese desdén entero
esa destituida instancia
ese vacío
más allá del amor
de su precario don
de su no
de su olvido
esa puerta sin par
el solo paraíso.

Quiero y no quiero
quiero
quiero sí y cómo quiero
dejarlo estar así
olvidar para siempre
darme vuelta
pasar
no sonreír
salirme
en una fiesta grave
en una dura luz
en un aire cerrado
en un hondo compás
en una invulnerable
terminada figura.



Anónimo

Yo me levantara, madre...

-- de Anónimo --

Yo me levantara, madre,
mañanica de San Juan,
vide estar una doncella
ribericas de la mar.
Sola lava y sola tuerce,
sola tiende en un rosal;
mientras los paños se enjugan
dice la niña un cantar:
-¿Dó los mis amores, dó los,
¿dó los andaré a buscar?
Mar abajo, mar arriba,
diciendo iba el cantar,
peine de oro en las sus manos
por sus cabellos peinar:
-Dígasme tú, el marinero,
sí, Dios te guarde de mal,
si los viste mis amores,
si los viste allá pasar.

Derivación

Yo me levantara, madre,
mañanica de San Juan,
vide estar una doncella
ribericas de la mar.
Sola lava y sola tuerce,
sola tiende en un rosal;
mientras los paños s'enjugan
dice la niña un cantar:
-¿Dó los mis amores, dó los,
¿dónde los iré a buscar?
Mar abajo, mar arriba,
diciendo iba un cantar,
peine de oro en las sus manos
por sus cabellos peinar:
-Dígasme tú, el marinero,
sí, Dios te guarde de mal,
si los viste mis amores,
si los viste allá pasar.



Nicolás Guillén

agua del recuerdo

-- de Nicolás Guillén --

¿cuándo fue?
no lo sé.
Agua del recuerdo
voy a navegar.
Pasó una mulata de oro,
y yo la miré al pasar:
moño de seda en la nuca,
bata de cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente andar.
Caña
(febril le dije en mí mismo),
caña
temblando sobre el abismo,
¿quién te empujará?
¿qué cortador con su mocha
te cortará?
¿qué ingenio con su trapiche
te molerá?
el tiempo corrió después,
corrió el tiempo sin cesar,
yo para allá, para aquí,
yo para aquí, para allá,
para allá, para aquí,
para aquí, para allá...
Nada sé, nada se sabe,
ni nada sabré jamás,
nada han dicho los periódicos,
nada pude averiguar,
de aquella mulata de oro
que una vez miré al pasar,
moño de seda en la nuca,
bata de cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente andar.



Alejandro Tapia y Rivera

A monte Edén

-- de Alejandro Tapia y Rivera --

¿Porqué al trepar la colina
que de ti fiera me aparta,
¡oh grata mansión! mis ojos
se llenan de tristes lágrimas?
¿Será que, ay de mí, no vuelva
hacia ti, mansión amada?
Quién lo sabe, que la muerte
do quier al hombre acompaña,
y acaso de este adiós tierno
un adiós eterno haga;
o tal vez quieran los cielos,
dulce mansión de mi infancia,
que allá cuando fiero el tiempo
mi cabeza vuelva cana,
venga a buscar en tu seno
una tumba solitaria.
Entonces tú, hogar querido,
con tus seibas y tus palmas
darás apacible sombra
a mi fúnebre morada-.
O quizás la dura mano
de la mísera desgracia
te haga pasar de los míos
a las manos ¡ay! extrañas,
y al volver yo peregrino
de mi fatigosa marcha,
no encuentre en ti los semblantes
que en otra edad me halagaban;
quizá el huracán impío
o el tiempo que ruinas ama,
te trueque en dolientes ruinas,
sin piedad para mi alma.
¡Ah! que entonces quiera el cielo
ya que a tu seno me traiga,
que tu nuevo posesor
o del huracán la saña,
respeten del desterrado
los recuerdos de la infancia.

(Puerto-Rico, 1849.)



Alfonsina Storni

Dolor

-- de Alfonsina Storni --

Quisiera esta tarde divina de octubre
Pasear por la orilla lejana del mar;

Que la arena de oro, y las aguas verdes,
Y los cielos puros me vieran pasar.

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
Como una romana, para concordar

Con las grandes olas, y las rocas muertas
Y las anchas playas que ciñen el mar.

Con el paso lento, y los ojos fríos
Y la boca muda, dejarme llevar;

Ver cómo se rompen las olas azules
Contra los granitos y no parpadear

Ver cómo las aves rapaces se comen
Los peces pequeños y no despertar;

Pensar que pudieran las frágiles barcas
Hundirse en las aguas y no suspirar;

Ver que se adelanta, la garganta al aire,
El hombre más bello; no desear amar...

Perder la mirada, distraídamente,
Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;

Y, figura erguida, entre cielo y playa,
Sentirme el olvido perenne del mar.



Alfonsina Storni

La mirada

-- de Alfonsina Storni --

Mañana, bajo el peso de los años,
Las buenas gentes me verán pasar,
Mas bajo el peño oscuro y la piel mate
Algo del muerto fuego asomará.

Y oiré decir: ¿quién es esa que ahora
Pasa? Y alguna voz contestará:
-Allá en sus buenos tiempos
Hacía versos. Hace mucho ya.

Y yo tendré mi cabellera blanca,
Los ojos limpios, y en mi boca habrá
Una gran placidez y mi sonrisa
Oyendo aquéllo no se apagará.

Seguiré mi camino lentamente,
Mi mirada a los ojos mirará,
Irá muy hondo la mirada mía,
Y alguien, en el montón, comprenderá.



Alfonsina Storni

Dolor (Storni)

-- de Alfonsina Storni --

Quisiera esta tarde divina de octubre
Pasear por la orilla lejana del mar;

Que la arena de oro, y las aguas verdes,
Y los cielos puros me vieran pasar.

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
Como una romana, para concordar

Con las grandes olas, y las rocas muertas
Y las anchas playas que ciñen el mar.

Con el paso lento, y los ojos fríos
Y la boca muda, dejarme llevar;

Ver cómo se rompen las olas azules
Contra los granitos y no parpadear

Ver cómo las aves rapaces se comen
Los peces pequeños y no despertar;

Pensar que pudieran las frágiles barcas
Hundirse en las aguas y no suspirar;

Ver que se adelanta, la garganta al aire,
El hombre más bello; no desear amar...

Perder la mirada, distraídamente,
Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;

Y, figura erguida, entre cielo y playa,
Sentirme el olvido perenne del mar.



Alfonsina Storni

La mirada (Storni)

-- de Alfonsina Storni --

Mañana, bajo el peso de los años,
Las buenas gentes me verán pasar,
Mas bajo el peño oscuro y la piel mate
Algo del muerto fuego asomará.

Y oiré decir: ¿quién es esa que ahora
Pasa? Y alguna voz contestará:
-Allá en sus buenos tiempos
Hacía versos. Hace mucho ya.

Y yo tendré mi cabellera blanca,
Los ojos limpios, y en mi boca habrá
Una gran placidez y mi sonrisa
Oyendo aquéllo no se apagará.

Seguiré mi camino lentamente,
Mi mirada a los ojos mirará,
Irá muy hondo la mirada mía,
Y alguien, en el montón, comprenderá.



Amado Nervo

7 de noviembre (1912)

-- de Amado Nervo --

La noche en que estaba tendida hoy hace diez meses era la nocheúltima que iba a pasar en su casa, bajo nuestro techo acogedor.¡En su casa, donde siempre había sido el alma, y la luz, ytodo! ¡en su casa, donde la adorábamos con la másvieja, noble y merecida ternura; donde cuanto la rodeaba era suyo,afectuosamente suyo!
¡y habría que echarla fuera al día siguiente!fuera, como a una intrusa... Fuera el pleno invierno, entre eltrágico sollozar de los cierzos. Y habría que alejarla denosotros como a una cosa impura, nefanda; ¡que esconderla en uncajón enlutado y hermético!, y llevarla lejos, por elcampo llovido, por los barrizales infectos, para meterla en un agujerosucio y glacial. ¡A ella, que había disfrutado pormás de diez años la blancura tibia de la mitad de milecho! ¡a ella, que había tenido mi hombro viril y segurocomo almohada de su cabecita luminosa! ¡a ella, que vio misolicitud tutelar encendida siempre como una lámpara sobre suexistencia!
¡oh, dios , dime si sabes de una más despiadada angustia,y si no merezco ya que brille para mí tu misericordia!...



Amado Nervo

buscando

-- de Amado Nervo --

Entre el dudoso cortejo
de sombras, peregrinando
voy una sombra buscando.
En el místico reflejo
de la noche constelada
quiero hallar una mirada.
Asir anhela mi oído
una voz que se ha extingido
entre los ecos lejanos.
Al pasar por un jardín
finge el roce de un jazmín
la caricia de sus manos.
¡Oh sombra, mirada, voz,
manos!; el vórtice atroz
de la eternidad callada
os sorbió. ¡Triste de mí,
que no tengo nada, nada;
que ya todo lo perdí!



Amado Nervo

tanto amor

-- de Amado Nervo --

Hay tanto amor en mi alma que no queda
ni el rincón más estrecho para el odio.
¿Dónde quieres que ponga los rencores
que tus vilezas engendrar podrían?
impasible no soy: todo lo siento,
lo sufro todo... Pero como el niño
a quien hacen llorar, en cuanto mira
un juguete delante de sus ojos
se consuela, sonríe,
y las ávidas manos
tiende hacia él sin recordar la pena,
así yo, ante el divino panorama
de mi idea, ante lo inenarrable
de mi amor infinito,
no siento ni el maligno alfilerazo
ni la cruel afilada
ironía, ni escucho la sarcástica
risa. Todo lo olvido,
porque soy sólo corazón, soy ojos
no más, para asomarme a la ventana
y ver pasar el inefable ensueño,
vestido de violeta,
y con toda la luz de la mañana,
de sus ojos divinos en la quieta
limpidez de la fontana...



Amado Nervo

cobardía

-- de Amado Nervo --

Pasó con su madre. ¡Qué rara belleza!
¡qué rubios cabellos de trigo garzul!
¡qué ritmo en el paso! ¡qué innata realeza
de porte! ¡qué formas bajo el fino tul...!
Pasó con su madre. Volvió la cabeza:
¡me clavó muy hondo su mirada azul!
quedé como en éxtasis...
Con febril premura,
«¡síguela!», gritaron cuerpo y alma al par.
...Pero tuve miedo de amar con locura,
de abrir mis heridas, que suelen sangrar,
¡y no obstante toda mi sed de ternura,
cerrando los ojos, la dejé pasar!



Amado Nervo

Cobardía (Nervo)

-- de Amado Nervo --

Pasó con su madre, qué rara belleza,
qué rubios cabellos de trigo garzul,
qué ritmo en el paso, que innata realeza
de porte, qué formas bajo el fino tul.
Pasó con su madre, volvió la cabeza,
me clavó muy hondo su mirada azul.

Quedé como en éxtasis; con febril premura
¡Síguela! gritaron cuerpo y alma al par.
Pero tuve miedo de amar con locura,
de abrir mis heridas, que suelen sangrar,
y no obstante toda mi sed de ternura,
cerrando los ojos, la dejé pasar.



Leopoldo Lugones

la cachila

-- de Leopoldo Lugones --

Un gemidito titila.
Por el aire, donde en vilo,
como colgada de un hilo
va subiendo la cachila.

Allá cerca ha hecho su nido,
de la huella que en el barro
deja la mula del carro
al pasar cuando ha llovido.

Y así el pajarillo blando,
entre el riesgo y el estruendo,
vive volando y gimiendo,
muere gimiendo y volando.



Leopoldo Lugones

La palmera

-- de Leopoldo Lugones --

Al llegar la hora esperada
en que de amarla me muera,
que dejen una palmera
sobre mi tumba plantada.

Así cuando todo calle,
en el olvido disuelto,
recobrará el tronco esbelto
la elegancia de su talle.

En la copa, que su alteza
doble con melancolía,
se abatirá la sombría
dulzura de su cabeza.

Entregará con ternura
la flor, al viento sonoro,
el mismo reguero de oro
que dejaba su hermosura.

Como un suspiro al pasar,
palpitando entre las hojas,
murmurará mis congojas
la brisa crepuscular.

Y mi recuerdo ha de ser,
en su angustia sin reposo,
el pájaro misterioso
que vuelve al anochecer.



Luis Cañizal de la Fuente

definición

-- de Luis Cañizal de la Fuente --

Definición
también hay un silencio enamorado.
Existe entre las cosas. Existe entre nosotros.
En un patio con luz hipnotizada
(las dos del día) yendo hacia septiembre.
En el suspiro misericordioso
del pecho de un enfermo.
En lo que hablan en voz baja los amantes:
cuando callan
y no se oye ni pasar el viento,
silencio enamorado.
Silencio enamorado
el que dejan las horas del reloj
cuando verbera el toque entre suspiros.
Silencio enamorado el que azotan
las alas de un ave pinariega
si entre agüero y agüero de su canto agreste
penetran las aristas resinosas
de callar un perfume.
De callar... Y volver el aroma
como un dicho suertudo.
(Desde el río al pueblo, a pie. 29 De agosto 2001. Las doce



Manuel del Palacio

El mayor dolor

-- de Manuel del Palacio --

Coger sin sospecharlo un hierro ardiendo,
Estrenar unas botas apretadas,
Reñir con un inglés á bofetadas,
Andar uno ó dos años pretendiendo.

Hallarse frente á frente de un berrendo
Sin sentir en la yerba sus pisadas,
tener cuatro carreras acabadas
Y no poder vivir sino pidiendo.

Pasar entre beatos por hereje,
Amar la libertad y ser soldado,
Y tener por rival quien nos protege,

Disgustos son que al hombre dan enfado;
Mas ¿qué disgusto habrá que se asemeje
Al disgusto de amar sin ser amado?



Manuel del Palacio

En la entrada en Madrid

-- de Manuel del Palacio --

Ese pueblo que llora entusiasmado
Y que alegre al pasar os victorea,
Tan firme y decidido en la pelea
Como noble en el triunfo y reposado:

Hoy al mirar su intento realizado,
Con sólo una esperanza se recrea:
La de que vuestra unión eterna sea
Y acabe de los vicios el reinado.

¡Viva la libertad! En cuanto abarca
La tierra á la que disteis nuevo abono,
Del bien y la virtud poned la marca:

Nada de fanatismo ni de encono;
¿De qué sirve arrojar un mal monarca
Si quedan los errores en el trono?



Manuel del Palacio

La Vénus de Médicis

-- de Manuel del Palacio --

Por la fuerza del genio concebida,
En un delirio de placer creada,
Eres la imágen del amor soñada
Que á la ventura celestial convida.

Nada te falta para ser querida;
Hermosura, candor, juventud, nada:
¡Ay! ¡quién al mármol de que estás formada
Llevar pudiera el fuego de la vida!

Más de una vez, cuando al pasar te veo
Del pedestal queriendo desprenderte
Buscando á tu belleza digno empleo,

Los brazos vuelvo á tí para cogerte:
¡Aberracion sublime del deseo
Que cura pronto el hielo de la muerte!



Manuel del Palacio

Un máscara

-- de Manuel del Palacio --

El martes fué cuando le vi en el Prado,
Llevaba una peluca medio cana,
Un casco de guerrero, una sotana,
Y el Código civil en el costado.

Uno al pasar le dijo: ¡moderado!
De verte sin careta tengo gana;
Y otro añadió: tu empresa será vana,
Que aun conserva las muchas que ha cambiado.

— ¿Quién es, pues, este máscara discreto?
Á un hombre pregunté que le seguia
Con mezcla de ansiedad y de respeto.

— ¿Quién es? De buena gana lo diría;
Pero aquí entre nosotros y en secreto,
Me han nombrado hace un mes de policía.



Ignacio María de Acosta

Al plan de Matanzas

-- de Ignacio María de Acosta --

¿Quién eres tú, gigante, en cuya frente
se detienen las nieblas apiñadas,
en tanto que a tus plantas, humilladas
rugen las tempestades sordamente?...

Tu fantástica forma sorprendente,
tus crestas a los cielos levantadas,
tus abismos, tus rocas despeñadas,
¿qué misterios encubren a la mente?...

¿Y pretendo tu origen misterioso
penetrar, al través del tiempo inmenso
que miraste pasar?... De luz un rayo

ilumina mi espíritu; y lloroso,
que eres la tumba perdurable pienso
del pueblo antiguo que habitó en Yucayo.



Ignacio María de Acosta

Mustia la rosa

-- de Ignacio María de Acosta --

Mustia la rosa, lánguida y marchita
al soplo de la brisa de deshoja;
publicando del bosque la congoja,
la rama seca que al pasar visita:

Apenada la dulce tortolita
de su seno el dolor cantando arroja,
a par que el alba la pradera moja
de tierno llanto que al pesar imita.

Porqué tanta aflicción, tal desconsuelo
el valle todo lúgubre deplora
con muestras tales de tan triste duelo...?

El campo y flor, la tóttola y la aurora,
si levantan sus quejas hasta el cielo,
es porque Iselia en su retiro llora.



Jacinto de Salas y Quiroga

Emilia

-- de Jacinto de Salas y Quiroga --

Todas al baile se entregan,
todas ríen de contento,
y la música festiva
hace palpitar los pechos.
Muchachas de quince abriles,
no dejéis huir el tiempo
sin robarle dulces ratos...
Mirad que no vuelve luego.
-Ah, Rosa, canta conmigo;
ven, que después bailaremos.
-Y cantan las dos muchachas
sin compás, mas con empeño.
-¿Te acuerdas, Adela mía,
cuanto el Carnaval postrero
la máscara nos sirviera
para gozar ratos bellos?
-¿Fuistes anoche al teatro?
Pues mañana volveremos.
-Mañana iremos al prado.
-Mañana baile, refresco,
diversión hasta las cuatro.
-Te acabaste el traje nuevo?

Todas así son dichosas
halagando sus deseos,
sólo Emilia pensativa
ve pasar sin gozo el tiempo;
suspira bajo, se oculta,
y recuerda a su Fileno.



Jaime Sabines

primera parte. xii

-- de Jaime Sabines --

Xii
morir es retirarse, hacerse a un lado,
ocultarse un momento, estarse quieto,
pasar el aire de una orilla a nado
y estar en todas partes en secreto.
Morir es olvidar, ser olvidado,
refugiarse desnudo en el discreto
calor de dios, y en su cerrado
puño, crecer igual que un feto.
Morir es encenderse bocabajo
hacia el humo y el hueso y la caliza
y hacerse tierra y tierra con trabajo.
Apagarse es morir, lento y aprisa
tomar la eternidad como a destajo
y repartir el alma en la ceniza.



Jorge Guillén

ya se acortan las tardes

-- de Jorge Guillén --

Ya se acortan las tardes
ya se acortan las tardes, ya el poniente
nos descubre los más hermosos cielos,
maya sobre las apariencias velos
pone, dispone, claros a la mente.
Ningún engaño en sombra ni en penumbra,
que a los ojos encantan con matices
fugitivos, instantes muy felices
de pasar frente al sol que los alumbra.
Nos seduce este cielo de tal vida,
el curso de la gran naturaleza
que acorta la jornada, no perdida
si hacia la luz erguimos la cabeza.
Siempre ayuda la calma de esta hora,
lenta en su inclinación hasta lo oscuro,
y se percibe un ritmo sobre el muro
que postrero fulgor ahora dora.
Este poniente sin melancolía
nos sume en el gran orden que nos salva,
preparación para alcanzar el alba,
también serena aunque mortal el día.



Jorge Manrique

coplas por la muerte de su padre 2

-- de Jorge Manrique --

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera,
más que duró lo que vio
porque todo ha de pasar
por tal manera.



Josefina Pla

nadie le empuja

-- de Josefina Pla --

Nadie le empuja nadie lo retiene
nadie le advierte nadie le cede el paso ni le espera

indiferentes
le ven pasar con su sentencia
oculta como un zorro robado en la cintura
royéndole hasta el hueco de los dientes

nadie le impide el paso ni le espera
porque todos quisieran ser los últimos.

Nadie le toca. Nadie
le empuja. Llega solo
llenándose sin nadie del silencio
de todos los que llegaron antes
tapiándose de nombres olvidados
y de palabras sin respuesta

llega solo
nadie le empuja nadie le retiene
porque todos quisieran ser los últimos



César Vallejo

Trilce: III

-- de César Vallejo --

Las personas mayores
¿a qué hora volverán?
Da las seis el ciego Santiago,
y ya está muy oscuro.

Madre dijo que no demoraría.

Aguedita, Nativa, Miguel,
cuidado con ir por ahí, por donde
acaban de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
hacia el silencioso corral, y por donde
las gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.
Mejor estemos aquí no más.
Madre dijo que no demoraría.

Ya no tengamos pena. Vamos viendo
los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe de ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.

Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros no pudiésemos partir.

Aguedita, Nativa, Miguel?
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a haber dejado solo,
y el único recluso sea yo.



César Vallejo

las personas mayores

-- de César Vallejo --

iii
las personas mayores
¿a qué hora volverán?
da las seis el ciego santiago,
y ya está muy oscuro.
Madre dijo que no demoraría.
Aguedita, nativa, miguel,
cuidado con ir por ahí, por donde
acaban de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
hacia el silencioso corral, y por donde
las gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.
Mejor estemos aquí no más.
Madre dijo que no demoraría.
Ya no tengamos pena. Vamos viendo
los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe de ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.
Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros
no pudiésemos partir.
Aguedita, nativa, miguel?
llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a haber dejado solo,
y el único recluso sea yo.



César Vallejo

al fin, un monte

-- de César Vallejo --

Al fin, un monte
detrás de la bajura; al fin, humeante nimbo
alrededor, durante un rostro fijo.
Monte en honor del pozo,
sobre filones de gratuita plata de oro.
Es la franja a que arrástranse.
Seguras de sus tonos de verano,
las que eran largas válvulas difuntas;
el taciturno marco de este arranque
natural, de este augusto zapatazo,
de esta piel, de este intrínseco destello
digital, en que estoy entero, lúbrico.
Quehaceres en un pie, mecha de azufre,
oro de plata y plata hecha de plata
y mi muerte, mi hondura, mi colina.
¡Pasar
abrazado a mis brazos,
destaparme después o antes del corcho!
monte que tántas veces manara
oración, prosa fluvial de llanas lágrimas;
monte bajo, compuesto de suplicantes gradas
y, más allá, de torrenciales torres;
niebla entre el día y el alcohol del día,
caro verdor de coles, tibios asnos
complementarios, palos y maderas;
filones de gratuita plata de oro.



Delmira Agustini

La sed

-- de Delmira Agustini --

-Tengo sed, sed ardiente- dije a la maga, y ella
me ofreció de sus néctares-. Eso no: ¡me empalaga!-
Luego una rara fruta, con sus dedos de maga
exprimió en una copa, clara como una estrella;

y un brillo de rubíes hubo en la copa bella.
Yo probé.- ¡Es dulce, dulce! Hay días que me halaga
tanta miel, pero hoy me repugna, me estraga-.
Vi pasar por los ojos del hada una centella.

Y por un verde valle perfumado y brillante,
llevóme hasta una clara corriente de diamantes.
-¡Bebe!- dijo. Yo ardía; mi pecho era un fragua.

Bebí, bebí, bebí la linfa cristalina...
¡Oh frescura!, ¡oh pureza!, ¡oh sensación divina!
-Gracias, maga; y bendita la limpieza del agua.



Delmira Agustini

Desde lejos

-- de Delmira Agustini --

En el silencio siento pasar hora tras hora,
como un cortejo lento, acompasado y frío...
¡Ah! Cuando tú estás lejos, mi vida toda llora,
y al rumor de tus pasos hasta en sueños sonrío.

Yo sé que volverás. Que brillará otra aurora
en mi horizonte, grave como un ceño sombrío;
revivirá en mis bosques tu gran risa sonora
que los cruzaba alegre como el cristal de un río.

Un día, al encontrarnos tristes en el camino,
yo puse entre tus manos pálidas mi destino
¡y nada de más grande jamás han de ofrecerte!

Mi alma es frente a tu alma como el mar frente al cielo:
pasarán entre ellas, tal la sombra de un vuelo,
¡la Tormenta y el Tiempo y la Vida y la Muerte!



Delmira Agustini

El arroyo

-- de Delmira Agustini --

¿Te acuerdas? El arroyo fue la serpiente buena...
Fluía triste y triste como un llanto de ciego,
cuando en las piedras grises donde arraiga la pena,
como un inmenso lirio se levantó tu ruego.

Mi corazón, la piedra más gris y más serena,
despertó en la caricia de la corriente y luego
sintió como la tarde, con manos de agarena,
prendía sobre él una rosa de fuego.

Y mientras la serpiente del arroyo blandía
el veneno divino de la melancolía,
tocada de crepúsculo me abrumó tu cabeza,

la coroné de un beso fatal, en la corriente
vi pasar un cadáver de fuego... Y locamente
me derrumbó en tu abrazo profundo la tristeza.



Delmira Agustini

Fue al pasar

-- de Delmira Agustini --

Yo creí que tus ojos anegaban el mundo...
Abiertos como bocas en clamor... Tan dolientes
que un corazón partido en dos trozos ardientes
parecieron... Fluían de tu rostro profundo

como dos manantiales graves y venenosos...
Fraguas a fuego y sombra, ¡tus pupilas!... Tan hondas
que no sé desde dónde me miraban, redondas
y oscuras como mundos lontanos y medrosos.

¡Ah, tus ojos tristísimos como dos galerías
abiertas al Poniente!... ¡Y las sendas sombrías
de tus ojeras donde reconocí mis rastros!...

¡Yo envolví en un gran gesto mi horror como en un velo,
y me alejé creyendo que cuajaba en el cielo
la medianoche húmeda de tu mirar sin astros!



Delmira Agustini

El vampiro (Agustini)

-- de Delmira Agustini --

En el regazo de la tarde triste
yo invoqué tu dolor... Sentirlo era
¡Sentirte el corazón! Palideciste
hasta la voz, tus párpados de cera.

Bajaron...Y callaste...Pareciste
oír pasar la muerte...Yo que abriera
tu herida mordí en ella -¿Me sentiste?-
¡Como en el oro de un panal mordiera!

Y exprimí más, traidora, dulcemente
tu corazón herido mortalmente;
por la cruel daga rara y exquisita
de un mal sin nombre, ¡Hasta sangrarlo en llanto!
y las mil bocas de mi sed maldita
tendí a esa fuente abierta en tu quebranto

¿Por qué fui tu vampiro de amargura?
¿Soy flor o estirpe de una especie oscura
que come llagas y que bebe el llanto?



Dulce María Loynaz

tiempo

-- de Dulce María Loynaz --

El beso que no te di
se me ha vuelto estrella dentro.
¡Quién lo pudiera tornar
-y en tu boca...-Otra vez beso!

2

quién pudiera como el río
ser fugitivo y eterno:

partir, llegar, pasar siempre
y ser siempre el río fresco...

Es tarde para la rosa.
Es pronto para el invierno.
Mi hora no está en el reloj...
¡Me quedé fuera del tiempo!...

4

Tarde, pronto, ayer perdido...
Mañana inlogrado, incierto
hoy... ¡Medidas que no pueden
fijar, sujetar un beso!...

5

Un kilómetro de luz,
un gramo de pensamiento...
(De noche el reloj que late
es el corazón del tiempo...)

6

Voy a medirme el amor
con una cinta de acero:
una punta en la montaña.
La otra..., ¡Clávala en el viento!



Emilio Bobadilla

Derroche nocivo

-- de Emilio Bobadilla --

Millones y millones derrochas en cañones
—¡con qué placer te aprestas a matar al vecino!—
y en tus vicios derrochas millones y millones
porque naciste loco, criminal, libertino.

Haces el bien a gritos porque lo sepan todos;
en lo privado, injusto; en público, altruísta;
para lograr tus fines ¡qué variedad de modos!
y siéndolo, no quieres pasar por egoísta.

Las fachadas ¡qué limpias y lo interno qué sucio!
¿Por qué en engañarte y engañarnos te aferras,
tú, que invocas lo bueno de un Cristo o de un Confucio?

¡Cuánto de paradójico tu pensamiento tiene:
siempre tienes dinero para vicios y guerras;
nunca tienes dinero para escuelas e higiene!



Ernesto Cardenal

epigrama XXI

-- de Ernesto Cardenal --

Somoza desveliza
la estatua de somoza
en el estadio somoza.
No es que yo crea
que el pueblo
me erigió esta estatua
porque yo sé mejor
que vosotros
que la ordené yo mismo
ni tampoco
que pretenda pasar
con ella a la posteridad
porque yo sé que
el pueblo la derribará
un día
ni que haya querido
erigirme a mí mismo
en vida
el monumento que muerto
no me erigiréis vosotros:
sino que erigí
esta estatua
porque sé que la odiáis



Ernesto Cardenal

epigrama XXII

-- de Ernesto Cardenal --

Recuerdo tantas
muchachas bellas
que han existido
todas las bellazas
de troya y las de acava
y las de tebas y
de la roma de propercio
y muchas de ellas
dejaron pasar el amor,
y murieron, y hace
siglos que no existen
tú que eres bella
ahora en las calles de
managua
un día serás como ellas
de un tiempo lejano,
cuando las gasolineras
sean ruinas románticas.
¡Acuérdate de las
bellezas de las
calles de troya!
ah tu despiada
más cruel



Julián del Casal

las horas

-- de Julián del Casal --

¡qué tristes son las horas! cual rebaño
de ovejas que caminan por el cielo
entre el fragor horrísono del trueno,
y bajo un cielo de color de estaño.
Cruzan sombrías en tropel huraño,
de la insondable eternidad al seno,
sin que me traigan ningún bien terreno,
ni siquiera el temor de un mal extraño.
Yo las siento pasar sin dejar huellas,
cual pasan por el cielo las estrellas,
y aunque siempre la última acobarda,
de no verla llegar ya desconfío,
y más me tarda cuanto más la ansío
y más la ansío cuanto más me tarda.



Octavio Paz

aquí

-- de Octavio Paz --

Mis pasos en esta calle
resuenan
en otra calle
donde
oigomis pasos
pasar en esta calle
donde
sólo es real la niebla.



Rafael Obligado

laetitia

-- de Rafael Obligado --

Con tu sonrisa embelleces
y haces tus quince lucir;
te lo habrán dicho mil veces:
blanco pimpollo pareces
que comienza a entreabrir.

Sobre tu seno palpitan
no sé qué lumbres dudosas;
cuando tus formas se agitan,
a respirarlas incitan
como un manojo de rosas.

En tu infantil hermosura,
llena de vivos sonrojos,
hay tal hechizo y frescura,
que hasta la luz es más pura
en el cristal de tus ojos.

Cuando caminas, tu traje
hace susurro de espumas;
y, por rendirte homenaje,
de tu sombrero en las plumas
canta la brisa salvaje.

Los que te miran pasar
con esa audacia triunfante
y esa sonrisa sin par,
juran, al ver tu semblante,
que tú no sabes llorar.

Juran verdad. ¡Pues mejor!
¡fuera pesares y engaños,
y no contraiga el dolor
esos dos labios en flor
donde sonríen quince años!



Oliverio Girondo

corso

-- de Oliverio Girondo --

La banda de música le chasquea el lomo
para que siga dando vueltas
cloroformado bajo los antifaces
con su olor a pomo y a sudor
y su voz falsa
y sus adioses de naufragio
y su cabellera desgreñada de largas tiras de papel
que los árboles le peinan al pasar
junto al cordón de la vereda
donde las gentes
le tiran pequeños salvavidas de todos los colores
mientras las chicas
se sacan los senos de las batas
para arrojárselos a las comparsas
que espiritualizan
en un suspiro de papel de seda
su cansancio de querer ser feliz
que apenas tiene fuerzas para llegar
a la altura de las bombitas de luz eléctrica.



Oliverio Girondo

otro nocturno

-- de Oliverio Girondo --

La luna, como la esfera luminosa del reloj de un edificiopúblico.
¡Faroles enfermos de ictericia! ¡faroles con gorras deapache, que fuman un cigarrillo en las esquinas!
¡canto humilde y humillado de los mingitorios cansados decantar!;y silencio de las estrellas, sobre el asfalto humedecido!
¿por qué, a veces, sentiremos una tristeza parecida a lade un par de medias tirado en un rincón?, y ¿porqué, a veces, nos interesará tanto el partido de pelotaque el eco de nuestros pasos juega en la pared?
noches en las que nos disimulamos bajo la sombra de los árboles,de miedo de que las casas se despierten de pronto y nos vean pasar, yen las que el único consuelo es la seguridad de que nuestra camanos espera, con las velas tendidas hacia un país mejor.



Oliverio Girondo

pedestre

-- de Oliverio Girondo --

En el fondo de la calle, un edificio público aspira el mal olorde la ciudad.
Las sombras se quiebran el espinazo en los umbrales, se acuestan parafornicar en la vereda.
Con un brazo prendido a la pared, un farol apagado tiene lavisión convexa de la gente que pasa en automóvil.
Las miradas de los transeúntes ensucian las cosas que se exhibenen los escaparates, adelgazan las piernas que cuelgan bajo las capotasde las victorias.
Junto al cordón de la vereda un quiosco acaba de tragarse unamujer.
Pasa: una inglesa idéntica a un farol. Un tranvía que esun colegio sobre ruedas. Un perro fracasado, con ojos de prostituta quenos da vergüenza mirarlo y dejarlo pasar (1).
De repente: el vigilante de la esquina detiene de un golpe de batutatodos los estremecimientos de la ciudad, para que se oiga en un solosusurro, el susurro de todos los senos al rozarse.



Oliverio Girondo

fiesta en dakar

-- de Oliverio Girondo --

La calle pasa con olor a desierto, entre un friso de negros sentadossobre el cordón de la vereda.
Frente al palacio de la gobernación:
¡calor! ¡calor!
europeos que usan una escupidera en la cabeza.
Negros estilizados con ademanes de sultán.
El candombe les bate las ubres a las mujeres para que al pasar, elministro les ordeñe una taza de chocolate.
¡Plantas callicidas! negras vestidas de papagayo, con suscrías en uno de los pliegues de la falda. Palmeras, que de nochese estiran para sacarle a las estrellas el polvo que se les ha entradoen la pupila.
¡Habrá cohetes! ¡cañonazos! un nuevo impuestoa los nativos. Discursos en cuatro mil lenguas oscuras.
Y de noche:
¡iluminación!
a cargo de las
constelaciones.



Oliverio Girondo

venecia

-- de Oliverio Girondo --

Se respira una brisa de tarjeta postal.
¡Terrazas! góndolas con ritmos de cadera. Fachadas quereintegran tapices persas en el agua. Remos que no terminan nunca dellorar.
El silencio hace gárgaras en los umbrales, arpegia unpizzicato en las amarras, roe el misterio de las casas cerradas.
Al pasar debajo de los puentes, uno aprovecha para ponerse colorado.
Bogan en la laguna, dandys que usan un lacrimatorio en el bolsillocon todas las iridiscencias del canal, mujeres que han traídosus labios de viena y de berlín para saborear una carne de coloraceituna, y mujeres que sólo se alimentan de pétalos derosa, tienen las manos incrustadas de ojos de serpiente, y la quijadafatal de las heroínas d'annunzianas.
¡Cuando el sol incendia la ciudad, es obligatorio ponerse un almade nerón!
en los piccoli canali los gondoleros fornican con la noche,
anunciando su espasmo con un triste cantar, mientras la luna engorda,como en cualquier parte, su mofletudo visaje de portera.
Yo dudo que aún en esta ciudad de sensualismo, existan falosmás llamativos, y de una erección más precipitada,que la de los badajos del campanile de san marcos.



Oliverio Girondo

biarritz

-- de Oliverio Girondo --

El casino sorbe las últimas gotas de crepúsculo.
Automóviles afónicos. Escaparates constelados deestrellas falsas. Mujeres que van a perder sus sonrisas albacará.
Con la cara desteñida por el tapete, los croupiers ofician,los ojos bizcos de tanto ver pasar dinero.
¡Pupilas que se licuan al dar vuelta las cartas!
¡collares de perlas que hunden un tarascón en lasgargantas!
hay efebos barbilampiños que usan una bragueta en el trasero.Hombres con baberos de porcelana. Un señor con un cuello queterminará por estrangularlo. Unas tetas que saltarán deun momento a otro de un escote, y lo arrollarán todo, como dosenormes bolas de billar.
Cuando la puerta se entreabre, entra un pedazo de foxtrot.



Oliverio Girondo

exvoto

-- de Oliverio Girondo --

A las chicas de flores
las chicas de flores, tienen los ojos dulces, como las almendrasazucaradas de la confitería del molino, y usan moños deseda que les liban las nalgas en un aleteo de mariposa.
Las chicas de flores, se pasean tomadas de los brazos, paratransmitirse sus estremecimientos, y si alguien las mira en laspupilas, aprietan las piernas, de miedo de que el sexo se les caiga enla vereda.
Al atardecer, todas ellas cuelgan sus pechos sin madurar del ramaje dehierro de los balcones, para que sus vestidos se empurpuren alsentirlas desnudas, y de noche, a remolque de sus mamas empavesadascomo fragatas van a pasearse por la plaza, para que los hombres leseyaculen palabras al oído, y sus pezones fosforescentes seenciendan y se apaguen como luciérnagas.
Las chicas de flores, viven en la angustia de que las nalgas se lespudran, como manzanas que se han dejado pasar, y el deseo de loshombres las sofoca tanto, que a veces quisieran desembarazarse deél como de un corsé, ya que no tienen el coraje decortarse el cuerpo a pedacitos y arrojárselo, a todos los queles pasan la vereda.



Pablo Neruda

soneto xxii cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Soneto xxii
cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,
sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,
en regiones contrarias, en un mediodía quemante:
eras sólo el aroma de los cereales que amo.
Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa
en angol, a la luz de la luna de junio,
o eras tú la cintura de aquella guitarra
que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.
Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.
En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.
Pero yo ya sabía cómo era. De pronto
mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:
frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas.
Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.



Pablo Neruda

soneto lxxxix cien sonetos de amor (1959) noche

-- de Pablo Neruda --

Soneto lxxxix
cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos:
quiero la luz y el trigo de tus manos amadas
pasar una vez más sobre mí su frescura:
sentir la suavidad que cambió mi destino.
Quiero que vivas mientras yo, dormido, te espero,
quiero que tus oídos sigan oyendo el viento,
que huelas el aroma del mar que amamos juntos
y que sigas pisando la arena que pisamos.
Quiero que lo que amo siga vivo
y a ti te amé y canté sobre todas las cosas,
por eso sigue tú floreciendo, florida,
para que alcances todo lo que mi amor te ordena,
para que se pasee mi sombra por tu pelo,
para que así conozcan la razón de mi canto.



Pedro Salinas

versos 702 a 739

-- de Pedro Salinas --

Versos 702 a 739
¡sí, todo con exceso:
la luz, la vida, el mar!
plural todo, plural,
luces, vidas y mares.
A subir, a ascender
de docenas a cientos,
de cientos a millar,
en una jubilosa
repetición sin fin,
de tu amor, unidad.
Tablas, plumas y máquinas,
todo a multiplicar,
caricia por caricia,
abrazo por volcán.
Hay que cansar los números.
Que cuenten sin parar,
que se embriaguen contando,
y que no sepan ya
cuál de ellos será el último:
¡qué vivir sin final!
que un gran tropel de ceros
asalte nuestras dichas
esbeltas, al pasar,
y las lleve a su cima.
Que se rompan las cifras,
sin poder calcular
ni el tiempo ni los besos.
Y al otro lado ya
de cómputos, de sinos,
entregamos a ciegas
¡exceso, qué penúltimo!
a un gran fondo azaroso
que irresistiblemente
está
cantándonos a gritos
fúlgidos de futuro:
«eso no es nada, aún.
Buscaos bien, hay más.»



Pedro Salinas

versos 1237 a 1265

-- de Pedro Salinas --

Versos 1237 a 1265
lo que eres
me distrae de lo que dices.
Lanzas palabras veloces,
empavesadas de risas,
invitándome
a ir adonde ellas me lleven.
No te atiendo, no las sigo:
estoy mirando
los labios donde nacieron.
Miras de pronto a los lejos.
Clavas la mirada allí,
no sé en qué, y se te dispara
a buscarlo ya tu alma
afilada, de saeta.
Yo no miro adonde miras:
yo te estoy viendo mirar.
Y cuando deseas algo
no pienso en lo que tú quieres,
ni lo envidio: es lo de menos.
Lo quieres hoy, lo deseas;
mañana lo olvidarás
por una querencia nueva.
No. Te espero más allá
de los fines y los términos.
En lo que no ha de pasar
me quedo, en el puro acto
de tu deseo, queriéndote.
Y no quiero ya otra cosa
más que verte a ti querer.



Pedro Salinas

versos 201 a 236

-- de Pedro Salinas --

Versos 201 a 236
«mañana». La palabra
iba suelta, vacante,
ingrávida, en el aire,
tan sin alma y sin cuerpo,
tan sin color ni beso,
que la dejé pasar
por mi lado, en mi hoy.
Pero de pronto tú
dijiste: «yo, mañana...»
Y todo se pobló
de carne y de banderas.
Se me precipitaban
encima las promesas
de seiscientos colores,
con vestidos de moda,
desnudas, pero todas
cargadas de caricias.
En trenes o en gacelas
me llegaban agudas,
sones de violines
esperanzas delgadas
de bocas virginales.
O veloces y grandes
como buques, de lejos,
como ballenas
desde mares distantes,
inmensas esperanzas
de un amor sin final.
¡Mañana! qué palabra
toda vibrante, tensa
de alma y carne rosada,
cuerda del arco donde
tú pusiste, agudísima,
arma de veinte años,
la flecha más segura
cuando dijiste: «yo...»



José María Eguren

la pensativa

-- de José María Eguren --

En los jardines otoñales,
bajo palmeras virginales,
miré pasar muda y esquiva
la pensativa.

La vi en azul de la mañana,
con su mirada tan lejana;
que en el misterio se perdía
de la borrosa celestía.

La vi en rosados barandales
donde lucía sus briales;
y su faz bella vespertina
era un pesar en la neblina...

Luego marchaba silenciosa
a la penumbra candorosa;
y un triste orgullo la encendía,
¿qué pensaría?

¡oh su semblante nacarado
con la inocencia y el pecado!
¡oh, sus miradas peregrinas
de las llanuras mortecinas!

era beldad hechizadora;
era el dolor que nunca llora;
¿sin la virtud y la ironía
qué sentiría?

en la serena madrugada,
la vi volver apesarada,
rumbo al poniente, muda, esquiva
¡la pensativa!



José Tomás de Cuellar

El suspiro y la lágrima

-- de José Tomás de Cuellar --

— A donde vas? — una furtiva lágrima
Le preguntó á un suspiro —
¿Cual todos tus hermanos vas al viento
Sin rumbo y sin destino?

— Voy en alas del viento do me manda
Un pecho conmovido —
Dijo al pasar junto á la tibia lágrima
El íntimo suspiro —
Voy á un punto del cielo muy remoto,
Pero con rumbo fijo,
Y nadie vé la senda misteriosa
Por donde yo camino.
Tiene poder sobrado quien me manda,
De la piedad soy hijo



José Ángel Buesa

sembrar

-- de José Ángel Buesa --

Alza la mano y siembra, con un gesto impaciente,
en el surco, en el viento, en la arena, en el mar...
Sembrar, sembrar, sembrar, infatigablemente:
en mujer, surco o sueño, sembrar, sembrar, sembrar...
Yérguete ante la vida con la fe de tu siembra;
siembra el amor y el odio, y sonríe al pasar...
La arena del desierto y el vientre de la hembra
bajo tu gesto próvido quieren fructificar...
Desdichados de aquellos que la vida maldijo,
que no soñaron nunca ni supieron amar...
Hay que sembrar un árbol, una ansia, un sueño, un hijo.
Porque la vida es eso: ¡sembrar, sembrar, sembrar!



José Ángel Buesa

poema del olvido

-- de José Ángel Buesa --

Viendo pasar las nubes fue pasando la vida,
y tú, como una nube, pasaste por mi hastío.
Y se unieron entonces tu corazón y el mío,
como se van uniendo los bordes de una herida.
Los últimos ensueños y las primeras canas
entristecen de sombra todas las cosas bellas;
y hoy tu vida y mi vida son como estrellas,
pues pueden verse juntas, estando tan lejanas...
Yo bien sé que el olvido, como un agua maldita,
nos da una sed más honda que la sed que nos quita,
pero estoy tan seguro de poder olvidar...
Y miraré las nubes sin pensar que te quiero,
con el hábito sordo de un viejo marinero
que aún siente, en tierra firme, la ondulación del mar.



José Ángel Buesa

canción del amor que pasa

-- de José Ángel Buesa --

M'apporte le parfum et te laisse la rose...
H. De regnier
yo soy como un viajero que no duerme
más de una vez en la misma casa.
Dame un beso y olvídame. No intentes retenerme:
soy el amor que pasa...
Yo soy como una nube que da sombra un instante;
soy una hoguera efímera que no deja una brasa.
Yo soy el buen amor y el mal amante.
Dime adiós y sonríeme: soy el amor que pasa...
Soy el amor que olvida, pero que nunca miente,
que muere sonriendo porque nace feliz.
Yo paso como un ala,fugazmente;
y, aunque se siembre un ala, nunca tendrá raíz.
No intentes retenerme: déjame que me vaya
como el agua de un río, que no vuelve a pasar...
Yo soy como una ola en una playa,
pues las olas se acercan, pero vuelven al mar...
Soy el amor de amar, que nadie odia lo inerme,
que se lleva el perfume, pero deja la flor...
Dime adiós, y no intentes retenerme:
soy el amor que pasa... ¡Pero soy el amor!



José Ángel Buesa

poema del secreto

-- de José Ángel Buesa --

Puedo tocar tu mano sin que tiemble la mía,
y no volver el rostro para verte pasar.
Puedo apretar mis labios un día y otro día...
Y no puedo olvidar.
Puedo mirar tus ojos y hablar frívolamente,
casi aburridamente, sobre un tema vulgar,
puedo decir tu nombre con voz indiferente...
Y no puedo olvidar.
Puedo estar a tu lado como si no estuviera,
y encontrarte cien veces, así como al azar...
Puedo verte con otro, sin suspirar siquiera,
y no puedo olvidar.
Ya vez: tú no sospechas este secreto amargo,
más amargo y profundo que el secreto del mar...
Porque puedo dejarte de amar, y sin embargo...
¡No te puedo olvidar!



José Ángel Buesa

acuérdate de mí

-- de José Ángel Buesa --

Cuando vengan las sombras del olvido
a borrar de mi alma el sentimiento,
no dejes, por dios, borrar el nido
donde siempre durmió mi pensamiento.
Si sabes que mi amor jamás olvida
que no puedo vivir lejos de ti
dime que en el sendero de la vida
alguna vez te acordarás de mí.
Cuando al pasar inclines la cabeza
y yo no pueda recoger tu llanto,
en esa soledad de la tristeza
te acordarás de aquel que te amó tanto.
No podrás olvidar que te he adorado
con ciego y delirante frenesí
y en las confusas sombras del pasado,
luz de mis ojos, te acordarás de mí.
El tiempo corre con denso vuelo
ya se va adelantando entre los dos
no me olvides jamás. ¡Dame un recuerdo!
y no me digas para siempre adiós.



José Ángel Buesa

poema del amor imposible

-- de José Ángel Buesa --

Esta noche pasaste por mi camino
y me tembló en el alma no sé qué afán,
pero yo estoy consciente de mi destino
que es mirarte de lejos y nada más.
No, tú nunca dijiste que hay primavera
en las rosas ocultas de tu rosal.
Ni yo debo mirarte de otra manera
que mirarte de lejos y nada más.
Y así pasas a veces tranquila y bella,
así como esta noche te vi pasar.
Más yo debo mirarte como una estrella
que se mira de lejos y nada más.
Y así pasan las rosas de cada día,
dejando las raíces que no se van.
Y yo con mi secreta melancolía
de mirarte de lejos y nada más.
Y así seguirás siempre, siempre prohibida,
más allá de la muerte, si hay más allá.
Porque en esa vida, si hay otra vida,
te miraré de lejos y nada más...



José Ángel Buesa

poemas del renunciamiento

-- de José Ángel Buesa --

Mon ame a son secret...
Arvers
pasarás por mi vida sin saber que pasaste.
Pasarás en silencio por mi amor y, al pasar,
fingiré una sonrisa como un dulce contraste
del dolor de quererte... Y jamás lo sabrás.
Soñaré con el nácar virginal de tu frente,
soñaré con tus ojos de esmeraldas de mar,
soñaré con tus labios desesperadamente,
soñaré con tus besos... Y jamás lo sabrás.
Quizás pases con otro que te diga al oído
esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,
te amaré más que nunca... Y jamás lo sabrás.
Yo te amaré en silencio... Como algo inaccesible,
como un sueño que nunca lograré realizar;
y el lejano perfume de mi amor imposible
rozará tus cabellos... Y jamás lo sabrás.
Y si un día una lágrima denuncia mi tormento,
el tormento infinito que te debo ocultar,
te diré sonriente: «no es nada... Ha sido el viento».
Me enjugaré una lágrima... ¡Y jamás lo sabrás!



José Ángel Buesa

mejor no quiero verte

-- de José Ángel Buesa --

Mejor no quiero verte...
Sería tan sencillo cruzar dos o tres calles
y tocar en tu puerta...
Y tú me mirarías con tus ojos sin brillo,
sin poder sonreírme:
con tu sonrisa muerta.
Mejor no quiero verte;
porque va a hacerme daño
pasar por aquel parque
de la primera cita.
Y no sé si aún florecen
los jazmines de antaño,
ni sé quién es ahora
la mujer más bonita.
Mejor no quiero verte;
porque andando en tu acera,
sentiré casi ajeno
todo lo que fue mío.
Aunque es sólo una esquina
donde nadie me espera,
y unos cristales rotos
en un balcón vacío.
Sí. Seguiré muriendo
de mi pequeña muerte
de hace ya tantos años,
el día que me fui.
Pues por no verte vieja,
mejor no quiero verte.
Pero tampoco quiero
que me veas tú a mí.



José Ángel Buesa

tercer poema de la despedida

-- de José Ángel Buesa --

Llamarada de ayer, ceniza ahora,
ya todo será en vano,
como fijar el tiempo en una hora
o retener el agua en una mano.
Ah, pobre amor tardío,
es tu sombra no más lo que regresa,
porque si el vaso se quedó vacío
nada importa que esté sobre la mesa.
Pero quizás mañana,
como este gran olvido es tan pequeño,
pensaré en ti, cerrando una ventana,
abriendo un libro o recordando un sueño...
Tu amor ya está en mi olvido,
pues, como un árbol en la primavera,
si florece después de haber caído,
no retoña después de ser hoguera;
pero el alma vacía
se complace evocando horas felices,
porque el árbol da sombra todavía,
después que se han secado sus raíces;
y una ternura nueva
me irá naciendo, como el pan del trigo:
pensar en ti una tarde, cuando llueva,
o hacer un gesto que aprendí contigo.
Y un día indiferente,
ya en olvido total sobre mi vida,
recordaré tus ojos de repente,
viendo pasar a una desconocida...



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