Buscar Poemas con Palo


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Se han encontrado 18 poemas con la palabra palo

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Lope de Vega

Si palos dais con ese palo hermoso

-- de Lope de Vega --

Si palos dais con ese palo hermoso,
ya no es afrenta dar de palos, Juana;
la ley del duelo bárbara, inhumana,
ya es gloria militar, ya es acto honroso.

Aquel toro de Europa fabuloso
volviera tal garlocha en forma humana.
Si tal fuera el venablo de Dïana,
¿quién fuera, entonces, jabalí cerdoso?

Yo te ofrezco oraciones, desde luego,
si me das, por poeta entre los malos,
con ese palo, Amor, palo de ciego.

En Tesalia los tuvo por regalos
el asno de oro que compuso el griego
tu bestia soy, Amor, dame de palos.

Poema Si palos dais con ese palo hermoso de Lope de Vega con fondo de libro

Alfonsina Storni

Alta mar

-- de Alfonsina Storni --

Fantasma negro,
cabeceando en el azul de la noche,
cruz del palo mayor:
vigila.

Tiburones escoltan
el buque
y asoman sus cabezas:
llama!

Está solo el cielo,
está solo el mar,
está solo el hombre...
Cruz del palo mayor:
¡grita!

Poema Alta mar de Alfonsina Storni con fondo de libro

César Vallejo

el libro de la naturaleza

-- de César Vallejo --

Profesor de sollozo he dicho a un árbol
palo de azogue, tilo
rumoreante, a la orilla del mame, un buen alumno
leyendo va en tu naipe, en tu hojarasca,
entre el agua evidente y el sol falso,
su tres de copas, su caballo de oros.
Rector de los capítulos del cielo,
de la mosca ardiente, de la calma manual que hay en los asnos;
rector de honda ignorancia, un mal alumno
leyendo va en tu naipe, en tu hojarasca,
el hambre de razón que le enloquece
y la sed de demencia que le aloca. .
Técnico en gritos, árbol consciente, fuerte,
fluvial, doble, solar, doble, fanático,
conocedor de rosas cardinales, totalmente
metido, hasta hacer sangre, en aguijones, un alumno
leyendo va en tu naipe, en tu hojarasca,
su rey precoz, telúrico, volcánico, de espadas.
¡Oh profesor, de haber tánto ignorado!
¡oh rector, de temblar tánto en el aire!
¡oh técnico, de tánto que te inclinas!
¡oh tilo! ¡oh palo rumoroso junto al marne!

Poema el libro de la naturaleza de César Vallejo con fondo de libro

José Cadalso

epigrama. a un aragonés

-- de José Cadalso --

En la cabeza le dio
un palo juan a ginés
¿y rompióselo? al revés.
El palo se le rompió.
Ginés era aragonés.



Lope de Vega

En un arco de perlas una flecha

-- de Lope de Vega --

En un arco de perlas una flecha
puso el Amor, con un coral por mira
(si es que en los arcos por coral se mira),
vista que fue de dos corales hecha.

Ninguna de morir me dio sospecha
como esta de tu boca dulce vira,
entre cuantas de plomo y oro tira,
que se me vino al corazón derecha.

Viendo que el hurto a tantos obligara,
con lanza en ristre Amor os ha guardado,
Juana, las perlas, porque nadie osara.

Yo las codicio y veo el arco armado,
mas, ¿qué dicha mayor si yo quedara,
flechas de amor, a vuestro palo atado?



Lope de Vega

Sirvan de ramo a sufridora frente

-- de Lope de Vega --

Sirvan de ramo a sufridora frente
las aspas de la tuya, hosquillo fiero,
no a sepancuantos de civil tintero,
ni en pretina escolástica pendiente.

Jamás humano pie la planta asiente
sobre la piel del arrugado cuero,
antes al mayo que vendrá primero
corra dos toros el planeta ardiente.

Tú solo el vulgo mísero vengaste
de tanto palo, y con tu media esfera,
la tudesca nación atropellaste;

pues desgarrando tanta calza y cuera
tantas con el temor calzas dejaste
tan amarillas dentro como fuera.



César Vallejo

aniversario

-- de César Vallejo --

¡cuánto catorce ha habido en la existencia!
¡qué créditos con bruma, en una esquina!
¡qué diamante sintético, el del casco!
¡cuánta más dulcedumbre
a lo largo, más honda superficie:
¡cuánto catorce ha habido en tan poco uno!
¡qué deber,
qué cortar y qué tajo,
de memoria a memoria, en la pestaña!
¡cuanto más amarillo, más granate!
¡cuánto catorce en un solo catorce!
acordeón de la tarde, en esa esquina,
piano de la mañana, aquella tarde;
clarín de carne,
tambor de un solo palo,
guitarra sin cuarta ¡cuánta quinta,
y cuánta reunión de amigos tontos
y qué nido de tigres el tabaco!
¡cuánto catorce ha habido en la existencia!
¿qué te diré ahora,
quince feliz, ajeno, quince de otros?
nada más que no crece ya el cabello,
que han venido por las cartas,
que me brillan los seres que he parido,
que no hay nadie en mi tumba
y que me han confundido con mi llanto.
¡Cuánto catorce ha habido en la existencia!



César Vallejo

quiere y no quiere su color mi pecho

-- de César Vallejo --

Quiere y no quiere su color mi pecho,
por cuyas bruscas vías voy, lloro con palo,
trato de ser feliz, lloro en mi mano,
recuerdo, escribo
y remacho una lágrima en mi pómulo.
Quiere su rojo el mal, el bien su rojo enrojecido
por el hacha suspensa,
por el trote del ala a pie volando,
y no quiere y sensiblemente
no quiere aquesto el hombre;
no quiere estar en su alma
acostado, en la sien latidos de asta,
el bimano, el muy bruto, el muy filósofo.
Así, casi no soy, me vengo abajo
desde el arado en que socorro a mi alma
y casi, en proporción, casi enaltézcome.
Que saber por qué tiene la vida este perrazo,
por qué lloro, por qué,
cejón, inhábil, veleidoso, hube nacido
gritando;
saberlo, comprenderlo
al son de un alfabeto competente,
sería padecer por un ingrato.
¡Y no! ¡no! ¡no! ¡qué ardid, niparamento!
congoja, sí, con sí firme y frenético,
coriáceo, rapaz, quiere y no quiere, cielo y pájaro;
congoja, sí, con toda la bragueta.
Contienda entre dos llantos, robo de una sola ventura,
vía indolora en que padezco en chanclos
de la velocidad de andar a ciegas.



César Vallejo

un hombre pasa con un pan al hombro

-- de César Vallejo --

Un hombre pasa con un pan al hombro
¿voy a escribir, después, sobre mi doble?
otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila,mátalo
¿con qué valor hablar del psicoanálisis?
otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
¿hablar luego de sócrates al médico?
un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿voy, después, a leer a andré bretón?
otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿cabrá aludir jamás al yo profundo?
otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿cómo escribir, después del infinito?
un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿innovar, luego, el tropo, la metáfora?
un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿hablar, después, de cuarta dimensión?
un banquero falsea su balance
¿con qué cara llorar en el teatro?
un paria duerme con el pie a la espalda
¿hablar, después, a nadie de picasso?
alguien va en un entierro sollozando
¿cómo luego ingresar a la academia?
alguien limpia un fusil en su cocina
¿con qué valor hablar del más allá?
alguien pasa contando con sus dedos
¿cómo hablar del no-yó sin dar un grito?



César Vallejo

Piedra negra sobre una piedra blanca

-- de César Vallejo --

Me moriré en París con aguacero,

un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
talvez un jueves, como es hoy de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos



Emilio Bobadilla

Ah, la Historia

-- de Emilio Bobadilla --

¡La Historia...! Abro la Historia: delirante desfile
de crímenes, de intrigas, de relatos de guerras;
heroico al que de un golpe más hombres aniquile
y viole más mujeres y se robe más tierras.

Al que la paz propone o a la concordia induce,
cuatro tiros o al palo por traidor y cobarde;
honores, lauros, oro, al que a matar azuce
o en patriótica fiebre de latrocinios arde.

Retórica opulenta, tribunicios arranques,
sofismas y denuncias del odio y de la envidia
que en lagunas de púrpura convierten los estanques...

El déspota triunfante, vencido el inocente
y ambos al fin vencidos por la misma perfidia:
¡Robespierre asesino y Jesús impotente!



Emilio Bobadilla

El valor de la vida

-- de Emilio Bobadilla --

Del frío y de la nieve con temor te resguardas
y al amago tan sólo de una fiebre benigna,
llamas de prisa al médico, cual si fuese maligna,
y arropado hasta el cuello, cama afligido guardas.

Si te roban o atentan a tu vida, castigan
a presidio o al palo al audaz delincuente,
y si cualquiera en público te grita o te desmiente
le mandas los padrinos y a batirse le obligan.

Aun en defensa propia matar a alguien te aterra.
En la guerra, al contrario, matar es un deporte:
no es lo mismo la vida en la paz que en la guerra.

Qué más da que te maten, que caigas prisionero,
o que un médico ignaro una pierna te corte...
En la paz eres alguien; en la guerra eres cero...



Enrique Lihn

nocturno

-- de Enrique Lihn --

Eres la primera que te me paseas por aquí
en mucho tiempo a la redonda:
«víveme, víveme, yo soy inagotable»,
con tu absurda existencia al desnudo:
«has visto tú qué linda soy dímelo chico»
pequeños senos duros rompeolas y el juego de las nalguitas:
«me canso en todo, menos en esto»
y apruebo lo de mulata canela que te dicen, el relajo
ése de «óyeme, enfermona, tú,
que no somos de palo ni de hierros»
vaya, como en cada uno de tus condenadas historias
jálate también aquí una conga del carajo.



Anónimo

Romance de Fernán d'Arias

-- de Anónimo --

Por aquel postigo viejo
que nunca fuera cerrado,
vi venir pendón bermejo
con trescientos de a caballo;
en medio de los trescientos
viene un monumento armado,
y dentro del monumento
viene un ataúd de palo,
y dentro del ataúd
venía un cuerpo finado.
Que era el de Fernán d'Arias,
hijo de Arias Gonzalo.
Llorábanle cien doncellas,
todas ciento hijosdalgo;
todas eran sus parientas
en tercero y cuarto grado;
las unas le dicen primo,
otras le llaman hermano,
las otras decían tío,
otras lo llaman cuñado.
Sobre todas lo lloraba
aquesa Urraca Hernando.
¡Y cuán bien que la consuela
ese viejo Arias Gonzalo!
-¿Por qué lloráis, mis doncellas?
¿por qué hacéis tan grande llanto?
No lloréis así, señoras,
que no es para llorarlo,
que si un hijo me han muerto,
ahí me quedaban cuatro.
No murió por las tabernas,
ni a las tablas jugando,
mas murió sobre Zamora
vuestra honra resguardando;
murió como caballero
con sus armas peleando.



Marilina Rébora

san goar

-- de Marilina Rébora --

San goar
preséntase san goar y suspende la capa
en un rayo de sol, al suponerlo un «palo»,
pues que no advierte cómo desde un cristal escapa,
satisfecho, después de encontrar tal regalo.
Del haz de luz entonces el atavío cuelga,
frente al mirar atónito de todo circunstante
que conviene en silencio, ya que la duda huelga
al ver aquel prodigio que tiene por delante.
San goar nada ve: obediente se inclina
ante el obispo trémulo que se ha quedado mudo
y para quien el santo la información termina.
Luego y mientras testigos lanzan voces a coro
de la percha de luz, toma, con un saludo,
la capa que lo envuelve en un halo de oro.



Juan Gelman

ruiseñores de nuevo

-- de Juan Gelman --

«en el gran cielo de la poesía,
mejor dicho
en la tierra o mundo de la poesía que incluye cielos
astros
dioses
mortales
está cantando el ruiseñor de keats
siempre
pasa rimbaud empuñando sus 17 años como la llama de amorviva de san juan
a la teresa se le dobla el dolor y su caballo triza el polvo enamoradofrancisco de quevedo y villegas
el dulce garcilaso arde en los infiernos de john donne
de césar vallejo caen caminos para que los pies de lapoesía caminen
pies que pisan callados como un burrito andino
baudelaire baja un albatros de su reino celeste
con el frac del albatros mallarméva a la fiesta de la nadaposible
suena el violín de verlaine en la fiesta de la nada posible
recuerda que la sangre es posible en medio de la nada
que girondo liublimará perrinunca lamora
y girarán los barquitos de tuñón contra el metalde espanto que abusó a apollinaire
oh lou que desamaste la eternidad de viaje
el palacio del exceso donde entró la sabiduría de blake
el paco urondo que forraba en lamé la felicidad para evitarlefríos de la época
mientras roque dalton trepaba por el palo mayor de su alma y gritaba».



Julio Herrera Reissig

el guardabosque

-- de Julio Herrera Reissig --

La mesnada que aúlle o la sierpe se enrosque,
vela impávido, y sólo que un mal sueño lo exija,
suspicaz corno un gato, duérmese el guardabosque
con su brazo de almohada y el buen sol por cobija...

Él se mira en su selva como un padre en su hija.
Y aunque cruja la nieve y aunque el cielo se enfosque
la primera instantánea del oriente lo fija
como a un genio hierático, sacerdote del bosque.

Los domingos visita la cocina del noble,
y al entrar, en la puerta deja el palo de roble.
De jamón y pan duro y de lástimas toscas,

cuelga al hombro un surtido y echa a andar taciturno;
del cual comen, durante la semana, por turno
él, los gatos y el perro, la consorte y las moscas...



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 79

-- de Francisco de Quevedo --

A maldecir el pueblo, en un jumento,
parte balán profeta, acelerado;
que a maldecir cualquiera va alentado:
tal es el natural nuestro violento.
Dios, que mira del pueblo el detrimento,
rey en guardar su pueblo desvelado,
clemente, opone a su camino, armado
de su milicia, espléndido portento.
Obedece el jumento, no el profeta;
y cuando mereció premio y regalo,
más obstinado a caminar le aprieta.
Teme la asnilla al ángel, sufre el palo:
y halló el cielo obediencia más perfecta
en mala bestia que en ministro malo.



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