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Se han encontrado 23 poemas con la palabra oriental

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Lope de Vega

Codro, el temor con la piedad venciendo

-- de Lope de Vega --

Codro, el temor con la piedad venciendo,
el tronco helado de Pompeyo espera,
que, impelido del mar, a la ribera
sacó en los brazos y lloró diciendo:

«No está soberbio túmulo pidiendo
el gran Pompeyo aquí, Fortuna fiera,
ni que en la llama funeral postrera
suba aroma oriental el sol cubriendo».

No pide el hombre a su familia y gente.
Sepultura común y honor plebeyo
sin fuego y triunfo a sus desdichas basta.

«Ya basta, dioses, que, del cuerpo ausente,
no cubra las heridas de Pompeyo
el tierno llanto de Cornelia casta».

Poema Codro, el temor con la piedad venciendo de Lope de Vega con fondo de libro

Jorge Luis Borges

1972

-- de Jorge Luis Borges --

Temí que el porvenir (que ya declina)
sería un profundo corredor de espejos
indistintos, ociosos y menguantes,
una repetición de vanidades,
y en la penumbra que precede al sueño
rogué a mis dioses, cuyo nombre ignoro,
que enviaran algo o alguien a mis días.
Lo hicieron. Es la patria. Mis mayores
la sirvieron con largas proscripciones,
con penurias, con hambre, con batallas,
aquí de nuevo está el hermoso riesgo.
No soy aquellas sombras tutelares
que honré con versos que no olvida el tiempo.
Estoy ciego. He cumplido los setenta;
no soy el oriental francisco borges
que murió con dos balas en el pecho,
entre las agonías de los hombres,
en el hedor de un hospital de sangre,
pero la patria, hoy profanada quiere
que con mi oscura pluma de gramático,
docta en las nimiedades académicas
y ajena a los trabajos de la espada,
congregue el gran rumor de la epopeya
y exija mi lugar. Lo estoy haciendo.

Poema 1972 de Jorge Luis Borges con fondo de libro

Emilio Bobadilla

A oscuras

-- de Emilio Bobadilla --

En la mano un espejo con marco malaquita;
vestida de princesa oriental; otra viste
de oro con sombrero de plata; la marchita
cara bajo el reflejo de un cansancio muy triste...

De terciopelo verde Veronés, otra surge,
cenefa piel de lobo al ras de los tobillos;
apurando se aduerme capitoso menjurge
que de piedras preciosas tiene los verdes brillos...

De pronto cae una bomba y los violines callan
y luego cae otra bomba y horrísonas, sangrientas
en medio de la orgía delicuecente estallan;

a las risas histéricas sucede la congoja,
y se apagan las luces y París anda a tientas
guiado de su torre por la pupila roja...

Poema A oscuras de Emilio Bobadilla con fondo de libro

José Zorrilla

Lectura del cuento de las flores

-- de José Zorrilla --

Episodio de la mía
es la historia de una rosa,
tan punzante como hermosa;
una Rosa a quien yo amé.
En mi huerto se abrió un día;
de mi huerto la arrancaron,
a la corte la llevaron,
y tras ella mi alma fué.

De una reina al pie del trono
la pusieron, y aromaba
el palacio donde estaba
como un búcaro oriental;
a la corte daba tono
y adorada era en la corte:
era la luz, era el norte,
el encanto universal.

No había noble mancebo
ni millonario hacendista
que a la suprema conquista
no aspirara de su amor.
No salía un libro nuevo
que su nombre no llevara,
ni un poeta que cantara
ni otra mujer ni otra flor.

Yo era pobre, mas mi acento
que melódico y canoro
encerraba en sí un tesoro
de armonía y de pasión,
una noche fió al viento
esta amante serenata,
que al oído de mi ingrata
penetró por un balcón.



Gutierre de Cetina

a una dama quedando viuda

-- de Gutierre de Cetina --

Como joya oriental rica y preciosa
entre vil tierra envuelta y encerrada,
descubre su valor de ella sacada
y se muestra más clara y más hermosa;
como parece el sol tras tenebrosa
nube, que su beldad tuvo ocupada;
cual va nave segura y descargada,
salida de tormenta peligrosa;
como queda mejor el peregrino
que en bosque obscuro y con peligro ha entrado,
cuando, salido del, halla el camino;
como oro de metal bajo apartado,
tal, señora, vuestro ánimo divino
queda, de sujeción baja librado.



Hernando de Acuña

Faetón

-- de Hernando de Acuña --

Con tal instancia siempre demandaba
el gobierno del sol por solo un día,
que, aunque no convenirle conocía,
Febo al hijo Faetón se lo otorgaba.

Ya el carro y los caballos le entregaba
con que la luz al mundo repartía,
poniéndole delante el mal que habría
si en el camino o en el gobierno erraba.

Mas él, de la oriental casa salido,
fue el orbe y hemisferio traspasando
con furia y con desorden tan extraña,

que el carro, los caballos y él, perdido,
sobre el lombardo Po cayó, abrasando
riberas, aguas, montes y campaña.



Antonio Lussich

Sumario

-- de Antonio Lussich --

La Inscripción electoral en la República Oriental. La abstención del Partido Nacional. Muertos apareciendo para votar. El fraude en Canelones. Las elecciones. Polémica Gómez y Ramírez. Deuda Castro reconocida. Interesante discurso del juez Marcial. Los buenos patriotas. Instalación del Club Juventud. Corrida del General Borjes por Saavedra. El prolífico juez Manuel Rovira. Muñoz, Ellauri, Gomenzoro y Varela. Los traidores. Polémica Bustamante y Herrera. Consejos a Ellauri y biografía de Luciano Santos, con sus impresiones amorosas, etc., Etc.



Manuel Machado

Al sable del Caudillo

-- de Manuel Machado --

¡Bienvenido, Capitán!
Bienvenido a tu Madrid,
con la palma de la lid
y con la espiga del pan.
Dios bendice el santo afán
que tu espada desnudó
y la victoria te dio,
poniendo en esa victoria
toda la luz de la gloria
de un mundo que se salvó.

Con esa hueste triunfal
que tras tu enseña desfila
-y que lleva en la mochila
estrellas de general-,
de la barbarie oriental
vencer supiste el espanto,
y alcanza tu gloria tanto
que con tu invencible tropa
fue España escudo de Europa
como en Granada y Lepanto.

De tu soberbia campaña,
Caudillo noble y valiente,
ha resurgido esplendente
una y grande y libre España.
Que hoy sean tu nueva hazaña
estas paces que unirán
en un mismo y puro afán
al hermano y el hermano...
Con la sombra de tu mano
es bastante, ¡Capitán!



Manuel Reina

El pañuelo

-- de Manuel Reina --

(ORIENTAL)
La sultana Amina llora,
llena de horror y tristeza,
porque en una pica mora
ve clavada la cabeza
del hombre a quien ella adora.
Sus sedas, gasas y tul,
rasga, iracunda y furiosa;
tira su turbante azul
y su diadema preciosa
que vale más que Stambul.
Pisa joyas y diamantes,
destroza su rico velo,
y las de color de cielo
telas, que adornan brillantes,
su lecho de terciopelo.
Llega Mahomet ultrajado;
a la llorosa sultana
mira con rostro irritado,
y echa en su falda de grana
un pañuelo ensangrentado.
«¡Es su sangre!», dice Amina;
y con una damasquina
daga, su garganta hiere;
la hermosa cabeza inclina,
nombra a su amador... Y muere.



Marilina Rébora

khalil gibrán

-- de Marilina Rébora --

Khalil gibrán
no es suficiente dar, ni dar con alegría;
ni tampoco es bastante dar con renunciamiento;
menos, dar con dolor, un poco cada día,
esperando de otros el reconocimiento.
Y no basta siquiera el dar por ser virtuoso,
aunque el alma egoísta, aleccionada, calle;
hay que dar, simplemente, como el mirto oloroso
que esparce, sin saberlo, su fragancia en el valle.
Más aún: es forzoso merecer ser donante,
que a través de esas manos diga dios lo que piensa
y sonría dichoso detrás de la mirada.
El poeta oriental nos pone por delante
la sola realidad de la íntima conciencia,
testigos, como somos, sin ser dueños de nada.



Medardo Ángel Silva

Danza oriental

-- de Medardo Ángel Silva --

Danza la danza caprichosa...
(¿Tórtola...?) ¿Salomé...?
Y tras el fino velo rosa
sonríe Astarté.

En el crepúsculo amatista
llena la gracia del jardín
Bablbul saluda la imprevista
danza... ¡Salve Mahanaím...!

Panderos y timbalería.
Kaleidoscopio es el pie
rosa vibrante de harmonía
(Tórtola y Samolé).

Es Occidente y es el Asia,
pálida y desnuda,
si bien se mira esa su gracia
es un don de Buda.

Acompaña a sus deliciosas
maneras rituales,
un desplegar de alas fastuosas,
de pavos reales.

Como a compás de una rapsodia
mueve las túnicas brillantes;
son su custodia
ceremoniosos elefantes.

Junta a los graves ademanes
burla de los labios;
y saben más que los brahamanes
esos labios sabios.

Hipnotizados la ven los
siete vicios —siete leopardos—
Y, en cada mano, mueren dos
sedientos nardos.



Nicolás Fernández de Moratín

Dorisa en traje magnífico

-- de Nicolás Fernández de Moratín --

¡Qué lazos de oro desordena el viento,
entre garzotas altas y volantes!
¡Qué riqueza oriental y qué cambiantes
de luz que envidia el sacro firmamento!

¡Qué pecho hermoso do el Amor su asiento
puso, y de allí fulmina a los amantes,
absortos al mirar sus elegantes
formas, su delicioso movimiento!

¡Qué vestidura arrastra, de preciado
múrice tinta y recamada en torno
de perlas que produjo el centro frío!

¡Qué extremo de beldad, al mundo dado
para que fuese de él gloria y adorno!
¡Qué heroico y noble pensamiento el mío!



Juan Nicasio Gallego

A Bernardina el día que cumplió catorce años

-- de Juan Nicasio Gallego --

Dorando alegre en la oriental ribera
frescos racimos que el otoño cría,
otra vez torna el apacible día
que abrió tus ojos a la luz primera.

¡Oh si tan grande mi ventura fuera
que en él gozar te viese, Dina mía,
esa edad de inocencia y alegría
triscando como sílfide ligera!

Si de tu vida en el risueño oriente
el dulce nombre de tu madre bella
formar te oí con labio balbuciente,

¿por qué me ha de negar infausta estrella
te mire ufano en tu verdor naciente,
y en gracias tantas competir con ella?



Julio Herrera Reissig

el suspiro

-- de Julio Herrera Reissig --

Quimérico a mi vera concertaba
tu busto albar su delgadez de ondina,
con mística quietud de ave marina
en una acuñación escandinava...

Era mi pena de tu dicha esclava;
y en una loca nervazón divina,
el tropel de una justa bizantina
en nuestro corazón tamborilaba...

Strauss soñó desde el atril del piano
con la sabia epilepsia de tu mano...
¡Mendigo del azul que me avasalla

-en el hosco trasluz de aquel retiro-
de la noche oriental de tu pantalla
bajó en silencio mi primer suspiro!...



Francisco Villaespesa

ensueño de opio

-- de Francisco Villaespesa --

Es otra señorita de maupin. Es viciosa
y frágil como aquella imagen del placer,
que en la elegancia rítmica de su sonora prosa
nos dibujó la pluma de theófilo gautier.
Sus rojos labios sáficos, sensitivos y ambiguos,
a la par piden besos de hombre y de mujer,
sintiendo las nostalgias de los faunos antiguos
cuyos labios sabían alargar el placer.
Ama los goces sádicos. Se inyecta de morfina;
pincha a su gata blanca. El éter la fascina,
y el opio le produce un ensueño oriental.
De súbito su cuerpo de amor vibra y se inflama
al ver, entre los juncos, temblar como una llama
la lengua roja y móvil de algún tigre real.



Francisco Villaespesa

por tierras de sol y sangre viii. el albaicín

-- de Francisco Villaespesa --

viii. El albaicín
con pereza oriental, en la colina dormita,
ebrio de sol, el albaicín.
Torcida higuera su ramaje inclina
entre rojos tapiales de un jardín.
Una acritud de fruta ya madura
y podrida trasciende del vergel,
mientras el fuego de la calentura
va esculpiendo las venas en la piel.
El arco de una arábiga cisterna
nos brinda el eco de su agua interna,
que nunca doró el sol, y la frescura
de su sombra antiquísima... ¡Y advierte
la carne en su pesada calentura
la fiebre de la vida y de la muerte!



José Gautier Benítez

oriental

-- de José Gautier Benítez --

Hermosísima sultana
de los jardines de hiram,
sonrisa de la mañana,
por mirarte a la ventana
diera su reino un sultán;

sus jardines orientales,
sus alfombras y pebetes,
ruiseñores y turpiales,
sus cachemiras y chales,
sus zegríes y zenetes;

diera sus galas y flores,
sus esclavas y su harén,
sus sueños embriagadores
y la existencia de amores
prometida en el edén.

Mas, ¡ah!, maldice su oro,
y su pompa, y su esplendor:
no puede el monarca moro
pagar, con todo un tesoro,
una sonrisa de amor.

Por eso lanza su gente
en algara a la frontera,
por eso nubla su frente
y va buscando impaciente
una lanza que lo hiera.

Por eso el monarca moro
quiere morir con honor,
pues ha tornado a desdoro
que no alcance su tesoro
para pagarte su amor.



Carlos Pezoa Véliz

Cuerdas heridas

-- de Carlos Pezoa Véliz --

Semejante al fulgor de la mañana,
en las cimas nevadas del oriente,
sobre el pálido tinte de tu frente
destácase tu crencha soberana.

Al verte sonreír en la ventana
póstrase de rodillas el creyente
porque cree mirar la faz sonriente
de alguna blanca aparición cristiana.

Sobre tu suelta cabellera rubia
cae la luz en ondulante lluvia.
Igual al cisne que a lo lejos pierde

su busto en sueños de oriental pereza,
mi espíritu que adora la tristeza
cruza soñando tu pupila verde.



Rubén Darío

abrojo vi

-- de Rubén Darío --

Puso el poeta en sus versos
todas las perlas del mar,
todo el oro de las minas,
todo el marfil oriental;
los diamantes de golconda,
los tesoros de bagdad,
los joyeles y preseas
de los cofres de un nabad.
Pero como no tenía
por hacer versos ni un pan,
al acabar de escribirlos
murió de necesidad.



Rubén Darío

venus

-- de Rubén Darío --

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.
En el obscuro cielo venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín,
o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.
¡Oh, reina rubia! -díjele, mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia a ti, y tus labios de fuego besar;
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,
y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar .
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.



Rubén Darío

Venus (Darío)

-- de Rubén Darío --

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.

En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.

En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía,

como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,

que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín,

o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,

triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

"¡Oh, reina rubia! -díjele, mi alma quiere dejar su crisálida

y volar hacia a ti, y tus labios de fuego besar;

y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar".

El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.

Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.



Rubén Darío

Abrojo VI (Rubén Darío)

-- de Rubén Darío --

Puso el poeta en sus versos
todas las perlas del mar,
todo el oro de las minas,
todo el marfil oriental;
los diamantes de Golconda,
los tesoros de Bagdad,
los joyeles y preseas
de los cofres de un Nabad.
Pero como no tenía
por hacer versos ni un pan,
al acabar de escribirlos
murió de necesidad.



Rubén Darío

Leconte de Lisle

-- de Rubén Darío --

De las eternas musas el reino soberano
Recorres, bajo un soplo de vasta inspiración,
Como un rajá soberbio en su elefante indiano
Por sus dominios pasa de rudo viento al son.

Tú tienes en tu canto como ecos de Oceano;
Se ven en tu poesía la selva y el león;
Salvaje luz irradia la lira que en tu mano
Derrama su sonora, robusta vibración.

Tú el faquir conoces secretos y avatares;
A tu alma dio el Oriente misterios seculares,
Visiones legendarias y espíritu oriental.

Tu verso está nutrido con savia de la tierra;
Fulgor de Ramayanas tu viva estrofa encierra,
Y cantas en la lengua del bosque colosal.



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