Buscar Poemas con Opulento


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Se han encontrado 7 poemas con la palabra opulento

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Pedro Antonio de Alarcón

En el muladar

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Mendigo: tu blasfemia me estremece...
Deja que olvide a Dios el venturoso;
pero tu labio hambriento y asqueroso
con renovada fe bendiga y rece:

Todo, menos su Dios, le pertenece
al opulento, sano y poderoso,
y el pobre, enfermo, triste y haraposo,
de todo, excepto de su Dios, carece

Dios es al cabo el único enemigo
del vano, del audaz, del sibarita,
y la sola esperanza, el solo amigo

del que llora, padece y necesita...
¡Sin Dios, el universo se anonada!
¡Sin Dios, el rico es Dios, y el pobre nada!

Poema En el muladar de Pedro Antonio de Alarcón con fondo de libro

Salvador Díaz Mirón

La canción del paje

-- de Salvador Díaz Mirón --

Tan abierta de brazos como de piernas,
Tocas el harpa y ludes madera y oro.
Dejo al mueble la plaza por el decoro,
Y contemplo caricias a hurgarme tiernas.

A tu ardor me figuras y subalternas
En la intención del alma que bien exploro,
Y en el roce del cuerpo con el sonoro
Y opulento artefacto que mal gobiernas.

Y tanto me convidas, que ya me infiernas;
Y refrenado y mudo finjo que ignoro,
Para que si hay ultraje no lo disciernas.

Por fiel a un noble amigo pierdo un tesoro...
Tan abierta de brazos como de piernas,
Tocas el harpa y ludes madera y oro.

Poema La canción del paje de Salvador Díaz Mirón con fondo de libro

Francisco de Quevedo

contiene una elegante enseñanza

-- de Francisco de Quevedo --

Falleció césar, fortunado y fuerte;
ignoran la piedad y el escarmiento
señas de su glorioso monumento:
porque también para el sepulcro hay muerte.
Muere la vida, y de la misma suerte
muere el entierro rico y opulento;
la hora, con oculto movimiento,
aun calla el grito que la fama vierte.
Devanan sol y luna, noche y día,
del mundo la robusta vida, y lloras
las advertencias que la edad te envía!
risueña enfermedad son las auroras;
lima de la salud es su alegría:
licas, sepultureros son las horas.

Poema contiene una elegante enseñanza de Francisco de Quevedo con fondo de libro

Francisco Villaespesa

la sabia mano a cuyo tacto ardiente

-- de Francisco Villaespesa --

La sabia mano a cuyo tacto ardiente
vibra la carne como un instrumento,
prolongó la agonía del momento
en una languidez intermitente...
¡Oh, el cálido contacto de tu frente!
¡oh, tu dorso desnudo y opulento
echado sobre mí, como un sediento
sobre la superficie de una fuente!
mis besos perfumaron el vacío
de un húmedo y mortal escalofrío...
¡Y bajo tu melena estremecida
en un áureo manojo de serpientes,
sentí sangrar y sucumbir mi vida,
entre el canibalismo de tus dientes!



Clemente Althaus

A una viuda (Althaus)

-- de Clemente Althaus --

En su gruta la fiera, y en su nido
reposa el ave; yace el mar sin olas;
vierte el Sueño do quier sus amapolas
y de los males el sabroso olvido.

Pero, por más que asalte tu sentido,
cerrar no logra tus pupilas solas;
tú solamente su precepto violas,
dando al trabajo lo que suyo ha sido.

Mas de ti vanamente se querella;
con tan crecida prole, sin esposo,
es bien que veles sin cesar por ella;

y el insomnio prefieras al reposo
con que, viéndote aún joven y bella,
te convida opulento voluptuoso.



Clemente Althaus

A París

-- de Clemente Althaus --

Nada presta tu ruido a mi contento,
París, de gente y de placeres lleno:
¡Vasta y altiva capital! no cuento
ni un solo amigo en tu gigante seno.
Gozan en ti os ojos y la mente
con lo grandioso y opulento y vario:
mas siempre gime el corazón doliente,
en ti sin alimento y solitario.
Con tus fiestas y pompas y placeres
y vasta agitación que nunca calma,
Babel segunda a mis sentidos eres,
pero eres un desierto para mi alma.



Ramón López Velarde

Color de cuento

-- de Ramón López Velarde --

¡Oh qué gratas las horas de los tiempos lejanos
en que quiso la infancia regalarnos un cuento!
Dormida por centurias en un bosque opulento,
despertaste a la blanda caricia de mis manos.

Y después, sin que fueran los barbudos enanos
o las almas en pena a turbar el contento
del señorial palacio, en dulce arrobamiento
unimos nuestras vidas como buenos hermanos.

Hoy se ha roto el encanto: ya la Bella Durmiente
no eres tú; la ilusión de trinos musicales
se fue para otros climas, y pacíficamente

celebraré contigo mis regios esponsales,
al rendir el espíritu, de rostro hacia el poniente,
en la paz evangélica de los campos natales.



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