Buscar Poemas con Olores


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Se han encontrado 16 poemas con la palabra olores

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Góngora

Inscripción para el sepulcro del Greco

-- de Góngora --

Esta, en forma elegante, oh peregrino,
de pórfido luciente dura llave,
el pincel niega al mundo más süave
que dio espíritu a leño, vida a lino.

Su nombre, aún de mayor aliento dino
que en los clarines de la Fama cabe,
el campo ilustra de ese mármol grave;
venérale, y prosigue tu camino.

Yace el Griego. Heredó Naturaleza
Arte, y el Arte, estudio; Iris, colores;
Febo, luces —si no sombras, Morfeo.—

Tanta urna, a pesar de su dureza,
lágrimas beba y cuantos suda olores
corteza funeral de árbol sabeo.

Poema Inscripción para el sepulcro del Greco de Góngora con fondo de libro

Jorge Isaacs

LA CORONA DEL BARDO

-- de Jorge Isaacs --

Desata de mi frente esta diadema
De rojos mirtos y lujosas flores,
Que ya mis sienes fatigadas quema
Y emponzoñan el alma sus olores:

De fugitiva gloria vano emblema,
Valiome de la envidia los furores;
De los del oro vil adoradores,
El rencor y sacrílego anatema.

¿Mas, por qué tristes a la tierra inclinas,
Muda ante mí, los ojos virginales
Inundados de lágrimas divinas?

El amor inmortal, hace inmortales;
y al llegar del sepulcro a los umbrales,
Coronas, ¡ay!. .. Me sobrarán de espinas.

Poema LA CORONA DEL BARDO de Jorge Isaacs con fondo de libro

Jorge Manrique

coplas por la muerte de su padre 17

-- de Jorge Manrique --

¿qué se hicieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
sus olores?
¿qué se hicieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
que traían?

Poema coplas por la muerte de su padre 17 de Jorge Manrique con fondo de libro

Pedro Antonio de Alarcón

Una flor menos

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Á la orilla de un plácido árroyuelo,
que en sus cristales nítidos retrata
el verde margen y el tranquilo cielo...
—Lengua armoniosa de fulgente plata,
que siempre está contando sin recelo
de aquella soledad la vida grata,—
una noche clarísima y serena
nació una melancólica azucena.

Esto pasó en Abril. —El sol de Mayo
miróla ya, formada y entreabierta,
beber ansiosa el matutino rayo,
cual alma jóven que al amor despierta...
Y ya las brisas, con falaz desmayo,
de su fragancia virgen, leve, incierta,
los primeros efluvios le robaban...
Que con frias lisonjas le pagaban.

En Junio... La magnífica azucena,
sultana favorita entre las flores,
gala y encanto de la orilla amena,
hechizo de los céfiros traidores,
ya prodigaba, de ufanía llena,
al aire... Sus balsámicos olores,
su candidez... Al sol, su risa... Al cielo
y su imágen... Al lúbrico arroyuelo.



Rafael María Baralt

A un plagiario

-- de Rafael María Baralt --

Tranquilízate, amigo, tus escritos
libres están de crítica y censores;
pocas habrá de clásicos autores
quien, docto y fiel, no los aplauda a gritos.

Conviene de buen grado los peritos
en llamar a tus versos lindas flores
y añaden que recuerdan sus olores
a nuestros padres del Parnaso invictos.

Yo de mí sé decir que a Garcilaso.
León, Rioja, en tus escritos veo
y también a la estrella sin ocaso.

Divino Herrera, el hispalense Orfeo,
¿Mas que mucho bribón, si a cada paso
sus versos copias y sus versos leo?



A la Magdalena

-- de José Somoza --

A la virtud, cuando habitara el suelo,
su imperio la belleza sometía,
la faz encantadora que atraía
el mundo al sonreír, lloró ante el Cielo.

Calmose el huracán que en raudo vuelo
el mar de las pasiones embestía;
fue la tiniebla luz, la noche día,
alzando la verdad su eterno velo.

La paz logró en la tierra una victoria,
y a las plantas del Justo por trofeos
se vieron los placeres, los amores;

las insignias del triunfo de más gloria,
las armas de la lid de los deseos,
suspiros, besos, lágrimas, olores.



Antonio Machado

Canción

-- de Antonio Machado --

Ya va subiendo la luna
sobre el naranjal.
Luce Venus como una
pajarita de cristal.
Ámbar y berilo,
tras de la sierra lejana,
el cielo, y de porcelana
morada en el mar tranquilo.
Ya es de noche en el jardín
—¡el agua en sus atanores!—
y sólo huele a jazmín,
ruiseñor de los olores.
¡Cómo parece dormida
la guerra, de mar a mar,
mientras Valencia florida
se bebe el Guadalaviar!
Valencia de finas torres
y suaves noches, Valencia,
¿estaré contigo,
cuando mirarte no pueda,
donde crece la arena del campo
y se aleja la mar de violeta?



Medardo Ángel Silva

Hoja de álbum

-- de Medardo Ángel Silva --

Atraviesas la vida como un jirón de bruma
—tan exquisita y tan crepuscular—
celeste y vaporosa, con levedad de espuma
o de aroma lunar.

No basta el verso diáfano para tu gracia suma,
ni la cadencia rítmica del misterioso mar,
ni el trino de la alondra que sonrosa su pluma
en el parque de sol y aroma de azahar.

Es tuyo el melodioso imperio de la Aurora:
el grupo de los cisnes que el estanque decora
canta el advenimiento de tu azul primavera;

la noche se detiene, al umbral del ocaso,
por la embriaguez de olores que da tu cabellera...
¡Y el corazón del mundo late bajo tu paso!



Miguel Hernández

Mis ojos

-- de Miguel Hernández --

Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
que son dos hormigueros solitarios,
y son mis manos sin las tuyas varios
intratables espinos a manojos.

No me encuentro los labios sin tus rojos,
que me llenan de dulces campanarios,
sin ti mis pensamientos son calvarios
criando cardos y agostando hinojos.

No sé qué es de mi oreja sin tu acento,
ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
y mi voz sin tu trato se afemina.

Los olores persigo de tu viento
y la olvidada imagen de tu huella,
que en ti principia, amor, en mí termina.



Julio Herrera Reissig

las horas graves

-- de Julio Herrera Reissig --

Sahúmase el villaje de olores a guisados;
el párroco en su mula pasa entre reverencias;
laten en todas partes monótonas urgencias,
al par que una gran calma inunda los sembrados.

Niñas en las veredas cantan... En los porfiados
cascotes de la vía gritan las diligencias,
mientras en los contornos zumba hacia las querencias,
el cuerno de los viejos pastores rezagados.

Lilas, violadas, lóbregas, mudables como ojeras,
las rutas, poco a poco, aparecen distintas;
cuaja un silencio oscuro, allá por las praderas

donde cantando el día se adormeció en sus tintas...
Y adioses familiares de gritas lastimeras
se cambian al cerrarse las puertas de las quintas.



Fernando de Herrera

En sortijas y flores de oro ardiente

-- de Fernando de Herrera --

En sortijas y flores de oro ardiente,
de perlas y rubíes coronada,
con hermosas figuras enlazada,
cercó mi Luz la bella blanca frente.

Los olores que siembran en oriente,
y la ámbar que en sus hebras fue sagrada,
se movieron con la aura sosegada,
cual en el manso mar el sol luciente.

Espíritus de amor en aquel fuego
armaron las saetas y cadena
y ardió el cruel, herido preso cuello.

Yo, traspasado el pecho quedé ciego;
mas fue mucho mayor mi acerba pena
que en llama eterna me enredó el cabello.



Francisco Sosa Escalante

En un álbum (Sosa Escalante IV)

-- de Francisco Sosa Escalante --

No importa que con vívidos colores
La vista halague primorosa y bella
La camelia gentil, si no hay en ella
Un cáliz lleno siu cesar de olores.

No importan los plumajes seductores
En cuyos íris su fulgor destella
La luz del astro rey, preciada aquella
Ave que entona querellar de amores.

Las ricas galas, la belleza suma
En la mujer así que nos cautiva,
Son colores de flor, del ave pluma.

Si quieres, Laura, que tu encanto viva,
Ave canora sé, flor que perfuma,
Modesta cual humilde sensitiva.



Francisco Sosa Escalante

Resignación (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

No importa; sigue, mísera fortuna
Hiriendo sin piedad con tus rigores,
Y cual secaste las primeras flores
Que brotaron á orillas de mi cuna,

Seca así las demás; cuando ninguna
Mi senda alfombre ni me brinde olores,
El consuelo hallaré de mis dolores
En la virtud y fé que mi alma aduna.

Pasan los goces de la breve vida,
La amistad, el amor, cuanto hay de hermoso,
Y acaba el débil cual sucumbe el fuerte.

Mas el que lleva la virtud de egida
Feliz encuentra bienhechor reposo
En el seno tranquilo de la muerte.



Francisco Villaespesa

los jardines de afrodita III

-- de Francisco Villaespesa --

Hay rosas que se abren en selvas misteriosas
y mustias languidecen, nostálgicas de amores,
sin que haya quien aspire sus púdicos olores...
¡Hay almas que agonizan lo mismo que esas rosas!
las mariposas tienden sus alas temblorosas
y en alegría loca de luces y colores,
ebrias de amor expiran en tálamos de flores...
¡Hay vidas que se acaban como esas mariposas!
¡oh, púdicas vestales! ¡oh, locas meretrices!
¿quiénes son más hermosas? ¿quiénesson más felices?
los hombres preguntaron, en una edad lejana,
a un fauno que en las frondas oculto sonreía...
Hace ya muchos siglos... Y en la conciencia humana
el fauno, a esa pregunta, sonríe todavía.



José Asunción Silva

idilio

-- de José Asunción Silva --

Sencilla y grata vida de la aldea
levantarse al nacer de la mañana
cuando su luz en la extensión clarea
y se quiebra en la cúpula lejana,
vagar a la ventura en el boscaje...
Espiar en los recodos del camino
el momento en que el ave enamorada
oculta en el follaje
sus esperanzas y sus dichas canta.
En rústicavasija
coronada de espuma
libar la leche, contemplar la bruma
que en el fondo del valle se levanta,
el aire respirar embalsamado
con los suaves olores
de la savia y lasflores,
tomar fuerza en la calma majestuosa
donde la vida universal germina,
en ignotos lugares
que no ha hollado la vana muchedumbre
en el bosque de cedros seculares
del alto monte en la empinada cumbre;
después, tranquilamente
bañarse en el remanso de la fuente.
Con el rural trabajo
que a los músculos da fuerza de acero
y que las fuentes abre de riqueza
endurecer el brazo fatigado
y devolverle calma a la cabeza,
sin fatigas, sin penas, sin engaños
dejar correr los años
y en la postrera
descansar, no en lujoso monumento
sino bajo el follaje
del verde sauce a su tranquila sombra,



José Asunción Silva

La calavera

-- de José Asunción Silva --

En el derruido muro
de la huerta del convento,
en un agujero oscuro
donde, al pasar, silba el viento,

y, como una dolorida
queja a las piedras arranca,
hay, en el fondo, escondida
una calavera blanca.

De algún fraile soñador
de vida ejemplar y bella
y dedicada al Señor,
en el mundo única huella.

Abre los ojos, sin fondo,
como a visiones extrañas,
y del vacío en lo hondo
forjan telas las arañas.

Húmedo musgo grisoso
recubre la antigua grieta,
donde, en supremo reposo,
descansa ignorada y quieta.

Pero hasta aquella escondida
mansión la brisa ligera
lleva murmullos de vida
y olores de primavera.

Golondrinas, que en sus marchas
dejaron el patrio río,
huyendo de las escarchas,
de las brumas y del frío,

cuando la luz del Poniente
filtra por el hondo hueco
y hace parecer viviente
el cráneo rígido y seco,

desde las negras ruïnas,
alzan sosegado vuelo,
en sus vueltas peregrinas
tocan las ramas y el suelo,

como buscando en el prado,
ya por la tarde, sombrío,
el espíritu elevado
que habitó el cráneo vacío.



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