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Se han encontrado 11 poemas con la palabra ofrecer

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Lope de Vega

Peniso amigo, codiciar mi muerte

-- de Lope de Vega --

Peniso amigo, codiciar mi muerte,
y ofrecer que, a mis honras funerales,
harás una oración como otras tales
de que tu ingenio, acción y voz me advierte,

es amistad que yo quisiera hacerte.
Todos para morir somos iguales,
que por la condición de ser mortales
también te puede a ti tocar la suerte.

No tomo la palabra, aunque me arguyas
de ingrato a los favores que me hacías,
que cuando eternidades constituyas,

mejor es que yo escriba en tales días
sonetos tristes a la honras tuyas,
que no que tú prediques a las mías.

Poema Peniso amigo, codiciar mi muerte de Lope de Vega con fondo de libro

Ignacio María de Acosta

Por más que quiera la prudencia mia

-- de Ignacio María de Acosta --

Por mas que quiera la prudencia mia
reflexiva y sumisa a la cordura,
sujetarse a la ley terrible y dura
que le impuso a mi amor tu tiranía;

un oculto poder, la simpatía,
a que llamas, cruel, fatal locura,
impide el olvidarte, y su ternura
será en mi pecho hasta la tumba fria.

Si ofreciera tranquilo obedecerte
en tan duro precepto y tan terrible,
fuera mi vida prolongada muerte:

Fuera yo entonces como tú, insensible
al fuego del amor, pues de otra suerte
ofrecer olvidarte, es imposible.

Poema Por más que quiera la prudencia mia de Ignacio María de Acosta con fondo de libro

Juan Bautista Arriaza

A unos amigos

-- de Juan Bautista Arriaza --

Ceden del tiempo a la voraz corriente
recias pilastras y columnas duras,
las cúpulas rindiendo que seguras
se sustentaban en su excelsa frente.

Caduco desde el Líbano eminente
baja el añoso cedro a las llanuras,
ayer frondoso adorno en las alturas,
hoy triste cebo en el hogar ardiente.

Contra la destrucción tan poco abrigos
halló mi musa; que si busca ansiosa
versos que ya la esquivan enemigos,

sólo a ofrecer se atreve, afectuosa,
verdad, y no ilusión, a mis amigos;
caricias, no cantares, a mi esposa.

Poema A unos amigos de Juan Bautista Arriaza con fondo de libro

El sueño de la enredadera

-- de Vicenta Castro Cambón --

A Dolores Caeiro de Castro,

filialmente.

¡OH tierra que alimentas mis raíces!
alejarme de ti es mi vivo anhelo;
por eso, aunque muy débiles, mis ramas
suben y suben, cual buscando el cielo.

Varas enjutas que formáis mi zarzo,
aunque no alcance yo la ansiada altura
os ceñiré con fraternales brazos
y luciréis alegre vestidura.

Nadie en breve podré reconoceros
cubiertas por mis hojas y mis flores,
y a nuestra fresca sombra muchos seres
vendrán a refugiarse en los calores.

Y vendrán, confundiendo sus encantos,
picaflores y lindas mariposas
a buscar el sustento de su vida
en la miel de mis flores olorosas.

¡Cuán alegre seré la vida, entonces,
cuando pueda ofrecer mi seno amigo
a vivientes tan bellos e inocentes,
dulce alimento y protector abrigo!

¡Oh tierra que alimentas mis raíces!
alejarme de ti es mi vivo anhelo.
Elevarme, dar flores, muchas flores:
es esa mi misión y ese es mi cielo.

Y lo mismo que muere sin temores
el hombre que fué activo, honrado y bueno,
cumplida mi misión, oh madre tierra,
trocada en polvo volveré a tu seno.



Esteban Echeverría

la diamela

-- de Esteban Echeverría --

Dióme un día una bella porteña,
que en mi senda pusiera el destino,
una flor cuyo aroma divino
llena el alma de dulce embriaguez;
me la dio con sonrisa halagüeña,
matizada de puros sonrojos,
y bajando hechicera los ojos,
incapaces de engaño y doblez.

En silencio y absorto toméla
como don misterioso del cielo,
que algún ángel de amor y consuelo
me viniese, durmiendo, a ofrecer;
en mi seno inflamado guardéla,
con el suyo mezclando mi aliento,
y un hechizo amoroso al momento
yo sentí por mis venas correr.

Desde entonces, do quiera que miro
allí está la diamela olorosa,
y a su lado una imagen hermosa
cuya frente respira candor;
desde entonces por ella suspiro,
rindo el pecho inconstante a su halago,
con su aroma inefable me embriago,
a ella sola consagro mi amor.

Iii



Francisco Sosa Escalante

A Carmen (Sosa Escalante I)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Si al marchitarse tu gentil belleza
De impuros goces al embate fuerte,
Como beso postrer el de la muerte
Sintieras, sin pesares ni tristeza;

Si al reclinar tu lánguida cabeza
En el lecho de amor, quedase inerte,
¿Qué dicha cual la tuya? ¿mejor suerte
Te pudiera ofrecer Naturaleza?

Mas no; que el tiempo al trascurrir impío
Reserva para tí tormento y llanto,
Desprecio, olvido, sinsabor y hastío;

De tantos sueños y delirio tanto
Recuerdo amargo en hospital sombrío
Y el último rincon del camposanto.



Carolina Coronado

en un álbum de una dama con genio y sin pretensión

-- de Carolina Coronado --

De ti, señora, me contó la fama
que con ingenio vivo y alma inquieta
renuncias a la gloria del poeta
por no arriesgar el de modesta dama:
pero dicen también que el dios del arte
al verte abandonar su templo santo
sintió la ausencia de tu ingenio tanto
que a los poetas ordenó cantarte.
Uno por uno con afán, señora,
de apolo te transmiten los favores,
y yo también aunque infeliz cantora
vengo a ofrecer a tu corona flores.
Admite entre el laurel y la violeta
este ramo no más de siemprevivas;
aunque por ser modesta nada escribas,
siempre tendrás renombre de poeta.



Clemente Althaus

A *** (1 Althaus)

-- de Clemente Althaus --

Tu beldad seductora me convida
con un mundo de dicha y de placer:
pero yo, en cambio, a tu serena vida
sólo puedo dolores ofrecer.

¡Ah! no juntes tu suerte con mi suerte,
ve que te diera mi destino horror:
mi amor, señora, es el dolor, la muerte;
huye por Dios de mi fatal amor.

Digno no soy de tu beldad celeste,
no merezco tu puro corazón:
nunca, un suspiro este infeliz te cueste;
básteme tu amistosa compasión.

Sólo te pido que en mi triste losa
esos ojos que afrentan al zafir
derramen una lágrima piadosa
«que haga mi helado polvo rebullir».



Clemente Zenea

Adiós (JCZ)

-- de Clemente Zenea --

¿Qué te puedo ofrecer? –De un alma inquieta
un suspiro de amor desesperado,
mis pálidos laureles de poeta
y mis sueños de mártir emigrado!

Vengo a brindarte una esperanza tierna
para pagarle a mi pasión tributo,
y a pronunciar mi despedida eterna
vistiendo el arpa con crespón de luto.

Amargo adiós entre mis labios vaga,
como rueda en el aire el eco incierto
del gemido de un hombre que naufraga
cuando corta el bajel ondas del puerto.

¡Ya no más te veré! –Ronco murmullo
levanta mi conciencia, y yo indignado
imponiendo cadenas a mi orgullo
perdón te pido por haberte amado!

¡Perdón! ¡Perdón! –No pienses, inhumana,
que mi tormento y mi dolor mitiga
la promesa de hallar en ti una «hermana,»
o el pensamiento de llamarte «amiga.»

Olvida el loco afán y el entusiasmo
con que tu imagen adoré de hinojos,
y no pagues con risas de sarcasmo
las gotas más acerbas de mis ojos.

Olvida si es posible, las pasadas
noches, en que al cruzar junto a tus rejas
blanquearon mis cabellos las nevadas,
y el viento se llevó mis tristes quejas!



Ramón López Velarde

transmútase mi alma...

-- de Ramón López Velarde --

Transmútase mi alma...
Transmútase mi alma en tu presencia
como un florecimiento,
que se vuelve cosecha.
Los amados espectros de mi rito
para siempre me dejan;
mi alma se desazona
como pobre chicuela
a quien prohíben en el mes de mayo
que vaya a ofrecer flores en la iglesia.
Mas contemplo en tu rostro
la redecilla de medrosas venas,
como una azul sospecha
de pasión, y camino en tu presencia
como en campo de trigo en que latiese
una misantropía de violetas.
Mis lirios van muriendo, y me dan pena;
pero tu mano pródiga acumula
sobre mí sus bondades veraniegas,
y te respiro como a un ambiente
frutal; como en la fiesta
del corpus respiraba hasta embriagarme
la fruta del mercado de mi tierra.
Yo desdoblé mi facultad de amor
en liviana aspereza
y suave suspirar de monaguillo;
pero tú me revelas
el apetito indivisible, y cruzas
con tu antorcha inefable
incendiando mi pingüe sementera.



Ramón López Velarde

Trasmútase mi alma

-- de Ramón López Velarde --

Trasmútase mi alma en tu presencia
como un florecimiento,
que se vuelve cosecha.

Los amados espectros de mi rito
para siempre me dejan;
mi alma desazona
como pobre chicuela
a quien prohiben en el mes de mayo
que vaya a ofrecer flores en la iglesia.

Mas contemplo en tu rostro
la redecilla de medrosas venas,
como un azul sospecha
de pasión, y camino en tu presencia
como en campo de trigo en que latiese
una misantropía de violetas.

Mis lirios van muriendo, y me dan pena;
pero tu mano pródiga acumula
sobre mí sus bondades veraniegas,
y te respiro como a un ambiente
frutal; como en la fiesta
del Corpus respiraba hasta embriagarme
la fruta del mercado de mi tierra.

Yo desdoblé mi facultad de amor
en liviana aspereza
y suave suspirar de monaguillo;
pero tú me revelas
el apetito indivisible, y cruzas
con tu antorcha inefable
incendiando mi pingüe sementera.



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