Buscar Poemas con Obediente


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Se han encontrado 10 poemas con la palabra obediente

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Diego de Torres Villarroel

Respuesta a Filis

-- de Diego de Torres Villarroel --

Mísero, pobre, solo y abatido,
vivo en este infeliz yermo poblado,
y no siendo elección ser desdichado
de ser tan desdichado estoy corrido:

no sirve la razón ni le ha servido
a quien domina lo cruel del hado,
que es infeliz a veces el cuidado,
como glorioso a veces el descuido.

En mandarme que viva alegremente
añades más tormentos a mis sustos,
pues no puedo ser, Filis, obediente.

¿Cómo podré esconderme a los disgustos
si es mártir cada cual del mal que siente,
y nadie es arquitecto de sus gustos?

Poema Respuesta a Filis de Diego de Torres Villarroel con fondo de libro

Pedro Soto de Rojas

Lisonjea al Genil porque tercie en su amor

-- de Pedro Soto de Rojas --

Saca, Genil, de tu nevada gruta
los corvos cuernos de cristal luciente;
alza con los remansos la corriente
y echa la vista en tu ribera enjuta:

a Flora en flores y a Pomona en fruta
coronando verás tu anciana frente,
y a la ninfa que es menos obediente
tus pies besando, humilde más que astuta.

En tu arena verás mi ingrata hermosa,
pomposa causa de tu honor florido,
y dirásle mi herida lastimosa.

Mi herida... Y guarda si te niega oído:
del pie veloz la estampa rigurosa
será consuelo de mi amor perdido.

Poema Lisonjea al Genil porque tercie en su amor de Pedro Soto de Rojas con fondo de libro

Gertrudis Gómez de Avellaneda

Al destino

-- de Gertrudis Gómez de Avellaneda --

Escrito estaba, sí: se rompe en vano
Una vez y otra la fatal cadena,
Y mi vigor por recobrar me afano.
Escrito estaba: el cielo me condena
A tornar siempre al cautiverio rudo,
Y yo obediente acudo,
Restaurando eslabones
Que cada vez más rígidos me oprimen;
Pues del yugo fatal no me redimen
De mi altivez postreras convulsiones.

¡Heme aquí! ¡Tuya soy! ¡Dispón, destino,
De tu víctima dócil! Yo me entrego
Cual hoja seca al raudo torbellino
Que la arrebata ciego.
¡Tuya soy! ¡Heme aquí! ¡Todo lo puedes!
Tu capricho es mi ley: sacia tu saña...
Pero sabe, ¡oh cruel!, que no me engaña
La sonrisa falaz que hoy me concedes.

Poema Al destino de Gertrudis Gómez de Avellaneda con fondo de libro

Gutierre de Cetina

mientras las tiernas alas, pequeñuelo

-- de Gutierre de Cetina --

Mi nuevo desear firmes hacía,
mientra de mí alejarse no podía,
por ser nueva la pluma, a mayor vuelo,
obediente me estaba, y al señuelo,
a la primera voz, luego acudía,
ni de volar tan alto presumía,
que con los pies no fuese por el suelo.
Hasta que con el tiempo ya crecida
la pluma, por su mal, de puro ufano,
sacándolo a volar mi mala suerte,
le lanzó a una esperanza tan perdida
que ni el deseo vuelve ya la mano,
ni parará hasta hallar la muerte.



Sor Juana Inés de la Cruz

Detente sombra

-- de Sor Juana Inés de la Cruz --

Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho

que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.



Marilina Rébora

san goar

-- de Marilina Rébora --

San goar
preséntase san goar y suspende la capa
en un rayo de sol, al suponerlo un «palo»,
pues que no advierte cómo desde un cristal escapa,
satisfecho, después de encontrar tal regalo.
Del haz de luz entonces el atavío cuelga,
frente al mirar atónito de todo circunstante
que conviene en silencio, ya que la duda huelga
al ver aquel prodigio que tiene por delante.
San goar nada ve: obediente se inclina
ante el obispo trémulo que se ha quedado mudo
y para quien el santo la información termina.
Luego y mientras testigos lanzan voces a coro
de la percha de luz, toma, con un saludo,
la capa que lo envuelve en un halo de oro.



Francisco de Quevedo

a la mar

-- de Francisco de Quevedo --

La voluntad de dios por grillos tienes,
y escrita en la arena, ley te humilla;
y por besarla llegas a la orilla,
mar obediente, a fuerza de vaivenes.
En tu soberbia misma te detienes,
que humilde eres bastante a resistilla;
a ti misma tu cárcel maravilla,
rica, por nuestro mal, de nuestros bienes.
¿Quién dio al pino y la haya atrevimiento
de ocupar a los peces su morada,
y al lino de estorbar el paso al viento?
sin duda el verte presa, encarcelada,
la codicia del oro macilento,
ira de dios al hombre encaminada.
Esta obra se encuentra en dominio público.
Esto es aplicable en todo el mundo debido a que su autor falleció hace
más de 100 años. La traducción de la obra puede no estar en dominio
público.



Francisco de Quevedo

parnaso español 9

-- de Francisco de Quevedo --

Escondido debajo de tu armada
gime el ponto, la vela llama al viento,
y a las lunas de tracia con sangriento
eclipse ya rubrica tu jornada.
En las venas sajónicas tu espada
el acero calienta, y, macilento,
te atiende el belga, habitador violento
de poca tierra, al mar y a ti robada.
Pues tus vasallos son el etna ardiente
y todos los incendios que a vulcano
hacen el metal rígido obediente,
arma de rayos la invencible mano:
caiga roto y deshecho el insolente
belga, el francés, el sueco y el germano.



José Joaquín de Olmedo

Oración de la infancia

-- de José Joaquín de Olmedo --

Señor, tu nombre santo
celebra la voz mía
en armonioso canto,
cuando brilla la luz del nuevo día.

Tú mandaste a tu sol que disipara
las sombras de la noche, y obediente
por la inflamada esfera
emprende su magnífica carrera.

Vida, belleza, acción, todos los seres
recobran ya; la tierra se engalana
de flores, y presenta
una nueva creación cada mañana.

Señor, tu nombre santo
celebra la voz mía
en armonioso canto,
cuando brilla la luz del nuevo día.

El sol llena los cielos,
y del trono gobierna
los astros que su marcha
siguen cumpliendo con su ley eterna.

Así también, oh Dios, pues el Sol eres
verdadero del mundo, ocupa, enciende
todos los corazones,
y dirige a tu ley nuestras acciones.

Si te es grata la voz de la inocencia,
escúchanos, Señor, bajo tus alas
pon a los que te adoran
y tu luz, tu piedad, tu gracia imploran.

Señor, tu nombre santo
celebra la voz mía
en armonioso canto,
cuando brilla la luz del nuevo día.



Clemente Althaus

El paso del mar Rojo

-- de Clemente Althaus --

Alza el caudillo de Israel la mano,
tendiendo al mar la portentosa vara,
y obediente a Moisés, el océano
en dos mitades su caudal separa;
y cual paredes de cristal, levanta
a un lado y otro un gigantesco muro,
y por el centro con enjuta planta,
el pueblo de Israel pasa seguro.
El fiero egipcio, que escaparse mira
la presa que ya toca su venganza,
al prodigio cegándole la ira,
en seguimiento de Israel se lanza.
Y cuando el postrimer Israelita
huella con salvo pié la otra ribera,
y ya la hueste de Jehová maldita
el camino del mar ocupa entera,
dócil de nuevo de Moisés al mando,
torna la mar a su nivel primero,
en su profundo seno sepultando
«el carro y el caballo y caballero».



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