Buscar Poemas con Nidos


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Se han encontrado 35 poemas con la palabra nidos

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Julio Arboleda

Resto del bosque inmemorial

-- de Julio Arboleda --

Resto del bosque inmemorial; testigo
de mil y unicazos que la ciencia ignora,
roble imperial de bóveda sonora,
tiende en la plaza su ondulante abrigo.

En rumorosas pláticas consigo
sus muertas hojarascas rememora:
¡cuánta fugaz generación canora
labró colonias en su techo amigo!

Pasaron esos nidos y esas aves;
vinieron otras aves y otros nidos
y otras hojas y cantigas suaves;

y en los gajos del céfiro mecidos,
vagar parecen con cadencias graves
ecos dolientes de los tiempos idos.

Poema Resto del bosque inmemorial de Julio Arboleda con fondo de libro

Rubén Darío

¡Aleluya!

-- de Rubén Darío --

Rosas rosadas y blancas, ramas verdes,
corolas frescas y frescos
ramos, Alegría!
Nidos en los tibios árboles,
huevos en los tibios nidos,
dulzura, Alegría!
El beso de esa muchacha
rubia, y el de esa morena,
y el de esa negra, Alegría!
Y el vientre de esa pequeña
de quince años, y sus brazos
armoniosos, Alegría!
Y el aliento de la selva virgen,
y el de las vírgenes hembras,
y las dulces rimas de la Aurora,
Alegría, Alegría, Alegría!

Poema ¡Aleluya! de Rubén Darío con fondo de libro

Alfonsina Storni

Buque - Escuela (Jeanne d'Arc)

-- de Alfonsina Storni --

Azul gris,
hería tu mole
el pulmón blando
de las aguas.

Pero te acunaban,
ignorantes
de tus nidos
de obuses.

Tornillo sobre tornillo,
Plancha sobre plancha,
torre sobre torre.
Te lanzabas al aire
en un esfuerzo
de catapulta.

Poema Buque - Escuela (Jeanne d'Arc) de Alfonsina Storni con fondo de libro

Alfonsina Storni

Esta tarde

-- de Alfonsina Storni --

Ahora quiero amar algo lejano...
Algún hombre divino
Que sea como un ave por lo dulce,
Que haya habido mujeres infinitas
Y sepa de otras tierras, y florezca
La palabra en sus labios, perfumada:
Suerte de selva virgen bajo el viento...

Y quiero amarlo ahora. Está la tarde
Blanda y tranquila como espeso musgo,
Tiembla mi boca y mis dedos finos,
Se deshacen mis trenzas poco a poco.

Siento un vago rumor... Toda la tierra
Está cantando dulcemente... Lejos
Los bosques se han cargado de corolas,
Desbordan los arroyos de sus cauces
Y las aguas se filtran en la tierra
Así como mis ojos en los ojos
Que estoy sonañdo embelesada...

Pero
Ya está bajando el sol de los montes,
Las aves se acurrucan en sus nidos,
La tarde ha de morir y él está lejos...
Lejos como este sol que para nunca
Se marcha y me abandona, con las manos
Hundidas en las trenzas, con la boca
Húmeda y temblorosa, con el alma
Sutilizada, ardida en la esperanza
De este amor infinito que me vuelve
Dulce y hermosa...



Alfredo Mario Ferreiro

El árbol taciturno

-- de Alfredo Mario Ferreiro --

El árbol tenía un letrero
que solo los pájaros podían leer:

”Se alquilan ramas para nidos”,
decían las letras
que un hombre no habría podido leer.

A pesar del anuncio,
ningún pájaro vino
a hacer su nido
en este árbol, que muere de tristeza,
gacha la cabeza,
al borde del camino.



Amado Nervo

Doctrinando

-- de Amado Nervo --

«Ya que de Dios en conversar te empeñas,
ya que desprecia tu cerebro helado
el amor que te di por el que sueñas,
háblame de ese Dios, mi bien amado!»

Y el teólogo de faz de crucifijo,
de gran melena y de mirar profundo,
feliz de doctrinar, «¡Oh! Blanca, dijo,
Dios es el alma inmaterial del mundo».

«Existe dondequiera en vario modo:
per se, por su virtud y su presencia;
per se, ya que lo invade y llena todo,
penetrándolo todo de su esencia»;

«por su virtud también, que sometidos
a Dios están y su mandato arguyen,
Favonio blando si columpia nidos
o Boreas y Aquilón si los destruyen»;

«y en presencia, porque es omnividente:
su pupila equilátera fulgura
en el disco del sol indeficiente,
en Arturo, en Capella, en Cinosura».

«¿Qué, no adivinas con instinto infuso
de su eterna mirada el embeleso
alumbrando tu espíritu confuso?»

Y respondió: -«Tu Dios es muy abstruso,
yo prefiero tus labios... ¡Dame un beso!»



Lope de Vega

Fugitivo cristal, el curso enfrena

-- de Lope de Vega --

Fugitivo cristal, el curso enfrena
en tanto que te cuento mis pesares;
pero ¿cómo te digo que te pares,
si lloro y creces por la blanda arena?

Ya de la sierra que de nieves llena
te da principio humilde Manzanares,
por dar luz al que tiene tantos mares,
mi sol hizo su ocaso en la Morena.

Ya del Betis la orilla verde adorna
en otro bosque de árboles desnudos,
que en aire dan por fruto plata en barras.

Yo, triste, en tanto que a tu margen torna,
de aquestos olmos, a mis quejas mudos,
nidos deshago y desenlazo parras.



Góngora

En la muerte de dos señoras mozas hermanas, naturales de Córdoba

-- de Góngora --

Sobre dos urnas de cristal labradas,
de vidrio en pedestales sostenidas,
llorando está dos ninfas ya sin vidas
el Betis en sus húmidas moradas,

tanto por su hermosura de él amadas,
que, aunque las demás ninfas doloridas
se muestran, de su tierno fin sentidas,
él, derramando lágrimas cansadas,

«Almas -les dice-, vuestro vuelo santo
seguir pienso hasta aquesos sacros nidos,
do el bien se goza sin temer contrario,

que, vista esa belleza y mi gran llanto,
por el cielo seremos convertidos,
en Géminis vosotras, yo en Acuario».



Manuel Acuña

la brisa

-- de Manuel Acuña --

A mi querido amigo j.C. Fernandez.
Aliento de la mañana
que vas robando en tu vuelo
la esencia pura y temprana
que la violeta lozana
despide en vapor al cielo:
dime, soplo de la aurora,
brisa inconstante y ligera,
¿vas por ventura a esta hora
al valle que te enamora
y que gimiendo te espera?
¿o vas acaso a los nidos
de los jilgueros cantores
que en la espesura escondidos
te aguardan medio adormidos
sobre sus lechos de flores?
¿o vas anunciando acaso,
sopla del alba naciente,
al murmurar de tu paso,
que el muerto sol del ocaso
se alza un niño en oriente?
recoge tus leves alas,
brisa pura del estío,
que los perfumes que exhalas
vas robando entre las galas
de las violetas del río.
Detén tu fugaz carrera
sobre las risueñas flores
de la loma y la pradera,
y ve a despertar ligera
al ángel de mis amores.
Y dile, brisa aromada,
con tu murmullo sonoro,
que ella es mi ilusión dorada,
y que en mi pecho grabada
como a mi vida la adoro.



Manuel Acuña

La brisa (Manuel Acuña)

-- de Manuel Acuña --

Aliento de la mañana
que vas robando en tu vuelo
la esencia pura y temprana
que la violeta lozana
despide en vapor al cielo:

Dime, soplo de la aurora,
brisa inconstante y ligera,
¿vas por ventura a esta hora
al valle que te enamora
y que gimiendo te espera?

¿O vas acaso a los nidos
de los jilgueros cantores
que en la espesura escondidos
te aguardan medio adormidos
sobre sus lechos de flores?

¿O vas anunciando acaso,
sopla del alba naciente,
al murmurar de tu paso,
que el muerto sol del ocaso
se alza un niño en oriente?

Recoge tus leves alas,
brisa pura del estío,
que los perfumes que exhalas
vas robando entre las galas
de las violetas del río.

Detén tu fugaz carrera
sobre las risueñas flores
de la loma y la pradera,
y ve a despertar ligera
al ángel de mis amores.

Y dile, brisa aromada,
con tu murmullo sonoro,
que ella es mi ilusión dorada,
y que en mi pecho grabada
como a mi vida la adoro.



Jaime Torres Bodet

la primavera de la aldea

-- de Jaime Torres Bodet --

La primavera de la aldea
bajó esta tarde a la ciudad,
con su cara de niña fea
y su vestido de percal.
Traía nidos en las manos
y le cantaba el corazón
como en los últimos manzanos
el trino del primer gorrión.
Tenía, como los duraznos,
de nieve y rosa hecha la piel
y sobre el lomo de los asnos
llevaba su panal de miel.
A la ciudad, la primavera
trajo del campo un suave olor
en las tinas de la lechera
y los jarros del aguador...



Jaime Torres Bodet

invitación al viaje I

-- de Jaime Torres Bodet --

Por el caminito
de la tarde clara,
con las manos juntas,
vámonos amada.
Con las manos juntas,
en la tarde clara,
vámonos al bosque
de la sien de plata.
Cogeremos rosas,
cortaremos ramas,
buscaremos nidos,
romperemos bayas...
Bajo los pinares,
junto a la cañada,
hay un agua limpia
que hace dulce el alma.
Bajaremos juntos,
juntos a mirarla
y a mirarnos juntos
en sus ondas claras...
Bajo el cielo de oro,
hay en la montaña
una encina negra
que hace oscura el alma:
subiremos juntos
a tocar sus ramas
y oler el perfume
de sus mieles ásperas...
Otoño nos cita
con su son de flautas:
vámonos al bosque
de la sien de plata,
besaré tu boca
con mi boca amarga:
vámonos cantando
por la tarde clara.



Jaime Torres Bodet

confianza

-- de Jaime Torres Bodet --

Esta tarde ya sé que me quieres.
Me lo dicen tus ojos dormidos,
que el silencio es, en ciertas mujeres,
una fronda cargada de nidos...
Hay palabras que el alma retiene
en tus ojos brumosos y vagos
como el cielo de otoño que viene
a morir en la paz de los lagos.
Esta tarde tu amor me penetra
como llanto de lluvia en negrura,
o, más bien, ese ritmo sin letra
que de un verso olvidado perdura.
Y me torna profundo y sencillo
como el oro de un sol tamizado
que renueva, en las tardes, el brillo,
del barniz de algún mueble apagado.



Pedro Bonifacio Palacios

Invernal

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

La tarde es lluviosa; del ramaje
penden como harapos destrozados,
los nidos de las aves enlutados
como el pálido verde del follaje.
Solo y silencioso aquel boscaje
de plumeros verdosos y mojados,
de áspides, de prados desolados,
parece un escuálido paisaje.
Donde se encierra la grandeza humana
con todos sus achaques y certezas,
con la infinita vanidad insana
de todas las antorchas de nobleza.
¡Bosque do se funde la campana
que tañerá mis horas de tristezas!



Gastón Fernando Deligne

cantiga

-- de Gastón Fernando Deligne --

Cuando el viento ladra;
cuando gruñe el trueno;
a pares se miran
los nidos repletos.

Si el mal confinante
fulmina certero
sobre un ala sola,
¡herirá dos pechos!

así de las almas:
con doblados nexos
se juntan y ligan,
cuando gruñe el trueno,
cuando el viento ladra,
cuando oprime el cerco
de egolatrías sordas
e intereses ciegos.

Viandantes amables,
vosotros -¡sea presto!-
seréis de la vida
conjuntos viajeros;
¡y el mal circunstante
no podrá soberbio
descargar un golpe,
sin alzar dos ecos!

que sólo os fulminen
(¡mi voto oiga el cielo!)
nublados de rosas,
granizos de ensueño.

Y ya de partida,
vosotros -¡sea presto!-
hagáis el gran viaje,
cantando y riendo.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima liii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
ésas... ¡No volverán!
volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día....
Ésas... ¡No volverán!
volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a dios ante su altar,
como yo te he querido..., Desengáñate,
¡así no te querrán!



Tirso de Molina

Al molino del amor

-- de Tirso de Molina --

Al molino del amor
alegre la niña va
a moler sus esperanzas;
quiera Dios que vuelva en paz;
en la rueda de los celos
el amor muele su pan,
que desmenuzan la harina,
y la sacan candeal.
Río con sus pensamientos,
que unos vienen y otros van,
y apenas llego a la orilla,
cuando ansí escucho cantar:
Borbollicos hacen las aguas
cuando ven a mi bien pasar;
cantan, brinca, bullen, corren
entre conchas de coral;
y los pájaros dejan sus nidos,
y en las ramas del arrayán
vuelan, cruzan, saltan, pican
toronjil, murta y azahar.

Los bueyes de las sospechas
el río agotando van;
que donde ellas se confirman,
pocas esperanzas hay;
y viendo que a falta de agua
parado el molino está,
desta suerte le pregunta
la niña que empieza a amar:

-Molinico, ¿por qué no mueles?

-Porque me beben el agua los bueyes.

Vió el amor lleno de harina
moliendo la libertad
de las almas que atormenta,
y ansí le cantó al llegar:

-Molinero sois, amor,
y sois moledor.

-Sí lo soy, apártense,
que le enharinaré.



Vicente Huidobro

noche

-- de Vicente Huidobro --

Sobre la nieve se oye resbalar la noche
la canción caía de los árboles
y tras la niebla daban voces

de una mirada encendí mi cigarro

cada vez que abro los labios
inundo de nubes el vacío

en el puerto
los mástiles están llenos de nidos
y el viento

gime entre las alas de los pájaros

las olas mecen el navío muerto

yo en la orilla silbando

miro la estrella que humea entre mis dedos



Vicente Huidobro

Noche (Huidobro)

-- de Vicente Huidobro --

Sobre la nieve se oye resbalar la noche.

La canción caía de los árboles,
y tras la niebla daban voces.

De una mirada encendí mi cigarro.

Cada vez que abro los labios
inundo de nubes el vacío.
En el puerto,
los mástiles están llenos de nidos,
y el viento
gime entre las alas de los pájaros.



Vicente Wenceslao Querol

A un árbol

-- de Vicente Wenceslao Querol --

El día en que yo vi la luz primera,
plantó mi padre en su risueño huerto
ese árbol que admiráis en primavera,
de tiernas hojas y de flor cubierto.

Yo entré en la sociedad, donde hoy batallo,
con la esperanza audaz de los mancebos,
cuando él ennoblecía el fuerte tallo
cada nueva estación con ramos nuevos.

Yo abandoné, buscando horas felices,
mi pobre hogar por la mansión extraña,
y él, inmutable, ahondaba sus raíces
junto al arroyo que sus plantas baña.

Hoy, rugosa la frente y seca el alma,
cuando hasta el eco de mi voz me asombra,
vengo a encontrar la apetecida calma
del tronco amigo a la propicia sombra.

Y evoco las memorias indecisas
de la edad juvenil, sueños perdidos,
mientras juegan sus ramas con las brisas
y al alegre rumor cantan los nidos.

Mi vida agosta ese dolor interno
con que los ojos y la frente enluto:
él abre en mayo su capullo tierno
y da en octubre el aromado fruto.



Vicente Wenceslao Querol

Rimas (Querol)

-- de Vicente Wenceslao Querol --

A orillas del ancho río
se levanta un árbol muerto,
que arraiga en húmeda tierra
y alza los brazos al cielo.
¿Para qué pasan las aguas
su pie nudoso lamiendo?
¿Para qué las tibias brisas
de abril le prodigan besos?
¿Para qué en las ramas secas
detiene el pájaro el vuelo?
Ni henchirá el tronco la savia,
ni hojas moverán los vientos,
ni el dulce fruto o el nido
hallará el ave allí dentro.
..........................................
¡Savia, frutos, nidos, hojas!
¡Vida, amor, nobles intentos!



Antonio Machado

Pascua de Resurrección

-- de Antonio Machado --

Mirad: el arco de la vida traza
el iris sobre el campo que verdea.
Buscad vuestros amores, doncellitas,
donde brota la fuente de la piedra.
En donde el agua ríe y sueña y pasa,
allí el romance del amor se cuenta.
¿No han de mirar un día, en vuestros brazos,
atónitos, el sol de primavera,
ojos que vienen a la luz cerrados,
y que al partirse dé la vida ciegan?
¿No beberán un día en vuestros senos
los que mañana labrarán la tierra?
¡Oh, celebrad este domingo claro,
madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas!
Gozad esta sonrisa de vuestra ruda madre.
Ya sus hermosos nidos habitan las cigüeñas,
y escriben en las torres sus blancos garabatos.
Como esmeraldas lucen los musgos de las peñas.
Entre los robles muerden
los negros toros la menuda hierba,
y el pastor que apacienta los merinos
su pardo sayo en la montaña deja.



Mario Benedetti

elegir mi paisaje

-- de Mario Benedetti --

Si pudiera elegir mi paisaje
de cosas memorables, mi paisaje
de otoño desolado,
elegiría, robaría esta calle
que es anterior a mí y a todos.
Ella devuelve mi mirada inservible,
la de hace apenas quince o veinte años
cuando la casa verde envenenaba el ciclo.
Por eso es cruel dejarla recién atardecida
con tantos balcones como nidos a solas
y tantos pasos como nunca esperados.
Aquí estarán siempre, aquí, los enemigos,
los espías aleves de la soledad,
las piernas de mujer que arrastran a mis ojos
lejos de la ecuación de dos incógnitas.
Aquí hay pájaros, lluvia, alguna muerte,
hojas secas, bocinas y nombres desolados,
nubes que van creciendo en mi ventana
mientras la humedad trae larnentos y moscas.
Sin embargo existe también el pasado
con sus súbitas rosas y modestos escándalos
con sus duros sonidos de una ansiedad cualquiera
y su insignificante comezón de recuerdos.
Ah si pudiera elegir mi paisaje
elegiría, robaría esta calle,
esta calle recién atardecida
en la que encarnizadamente revivo
y de la que sé con estricta nostalgia
el número y el nombre de sus setenta árboles.



Juan Gelman

qué hicieron...

-- de Juan Gelman --

Qué hicieron de aquel día lleno de tigres suaves
como tu pielo nidos locos
donde temblaban tus telitas
dando a entender otra canciónno ésta
llena de hojas de sal
ojos de sol te habían crecido
en tus pies empezaban las piernas de la luz
y nadie recibía cartitas de la nada
qué hicieron de aquel tigre
lleno de díassuavidadesvos
como los árboles que dibujabas
para dar sombra en medio de la noche
contra este fuego que crepita
triste en el ojo de pensar



Evaristo Carriego

A Carlos de Soussens

-- de Evaristo Carriego --

Caballero de Friburgo, de un castillo de aventuras,
cuyas águilas audaces remontaron el Ideal,
soñadoras de los nidos de las líricas futuras,
la pupila al sol abierta, coronando las alturas
en el vuelo de armonías de una musa: la orquestal.

Visionario de un ensueño que inspiró un vino divino,
melancólicas vendimias de las uvas de tu Abril...
Tú también tendrás un Murger, y verá el barrio Latino
perpetuarse tu bohemia; milagroso peregrino,
compañero de prisiones en la Torre de marfil...

Que se cumpla, por tu gloria, la promesa de Darío,
al decirte de una estatua sobre firme pedestal;
que relinchen tus corceles los clarines de su brío;
que la Virgen del sudario no desole con su frío
el jardín de poesía de un eterno Florel.



Federico García Lorca

Alba

-- de Federico García Lorca --

Mi corazón oprimido
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.
La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Para ocultar con el día
La inmensa cumbre estrellada.

¡Qué haré yo sobre estos campos
Cogiendo nidos y ramas
Rodeado de la aurora
Y llena de noche el alma!
¡Qué haré si tienes tus ojos
Muertos a las luces claras
Y no ha de sentir mi carne
El calor de tus miradas!
¿Por qué te perdí por siempre
En aquella tarde clara?
Hoy mi pecho está reseco
Como una estrella apagada.



Federico García Lorca

Canción primaveral

-- de Federico García Lorca --

I

Salen los niños alegres
De la escuela,
Poniendo en el aire tibio
Del abril, canciones tiernas.
¡Que alegría tiene el hondo
Silencio de la calleja!
Un silencio hecho pedazos
por risas de plata nueva.

II

Voy camino de la tarde
Entre flores de la huerta,
Dejando sobre el camino
El agua de mi tristeza.
En el monte solitario
Un cementerio de aldea
Parece un campo sembrado
Con granos de calaveras.
Y han florecido cipreses
Como gigantes cabezas
Que con órbitas vacías
Y verdosas cabelleras
Pensativos y dolientes
El horizonte contemplan.

¡Abril divino, que vienes
Cargado de sol y esencias
Llena con nidos de oro
Las floridas calaveras!



José Asunción Silva

triste

-- de José Asunción Silva --

Cuando al quererlo la suerte
se mezclan a nuestras vidas,
de la ausencia o de la muerte,
las penas desconocidas,
y, envueltos en el misterio
van, con rapidez que asombra,
amigos al cementerio,
ilusiones a la sombra,
la intensa voz de ternura
que vibra en el alma amante
como entre la noche oscura
una campana distante,
saca recuerdos perdidos
de angustias y desengaños
que tienen ocultos nidos
en las ruinas de los años.
Y que al cruzar aleteando
por el espacio sombrío
van en el ser derramando
sueños de angustia y de frío
hasta que alguna lejana,
idea consoladora,
que irradia en el alma humana
como con lumbre de aurora,
en su lenguaje difuso
entabla con nuestros duelos
el gran diálogo confuso
de las tumbas y los cielos.



José Asunción Silva

Triste (Silva)

-- de José Asunción Silva --

Cuando al quererlo la suerte
se mezclan a nuestras vidas,
de la ausencia o de la muerte,
las penas desconocidas,

y, envueltos en el misterio
van, con rapidez que asombra,
amigos al cementerio,
ilusiones a la sombra,

la intensa voz de ternura
que vibra en el alma amante
como entre la noche oscura
una campana distante,

saca recuerdo perdidos
de angustias y desengaños
que tienen ocultos nidos
en las ruinas de los años,

y que al cruzar aleteando
por el espacio sombrío
van en el ser derramando
sueños de angustia y de frío

hasta que alguna lejana,
idea consoladora,
que irradia en el alma humana
como con lumbre de aurora,

en su lenguaje difuso
entabla con nuestros duelos
el gran diálogo confuso
de las tumbas y los cielos.



José Gautier Benítez

las aves de paso

-- de José Gautier Benítez --

El cielo está en calma, la tarde serena,
y el sol declinando;
y al valle tranquilo dirigen su vuelo
las aves de paso.

Se ignoran sus nombres, que vienen de lejos,
de climas extraños,
y todos las miran, mas nadie conoce
las aves de paso,

las blancas palomas, que siempre tranquilas
el valle habitaron,
reciben alegres, con tiernos arrullos,
las aves de paso.

Que al fin ellas vienen de incógnitos valles
y es dulce su canto;
tal vez es por raras, que halagan, seducen,
las aves de paso.

Y aunque hay en el valle rendidos amantes
de cuello nevado,
prefieren las blancas palomas sencillas,
las aves de paso.

Mas ¡ay!, que saciadas al fin de caricias,
de nidos y granos,
de nuevo levantan su rápido vuelo
las aves de paso.

Y al verse burladas las pobres palomas,
exclaman cantando:
malhaya la incauta que alberga en su nido
las aves de paso.



José Martí

antes de trabajar

-- de José Martí --

Antes de trabajar, como el cruzado
saludaba a la hermosa en la arena,
la lanza de hoy, la soberana pluma
embrazo, a la pasión, corcel furioso
con mano ardiente embrido, y de rodillas
pálido domador, saludo al verso.
Después, como el torero, al circo salgo
a que el cuerno sepulte en mis entrañas
el toro enfurecido. Satisfecho
de la animada lid, el mundo amable
merendará, mientras expiro helado,
pan blanco y vino rojo, y los esposos
nuevos se encenderán con las miradas.
En las playas el mar dejará en tanto
nuevos franos de arena: nuevas alas
asomarán ansiosas en los huevos
calientes de los nidos: los cachorros
del tigre echarán diente: en los preñados
arboles de la huerta, nuevas hojas
con frágil verde poblarán las ramas.
Mi verso crecerá: bajo la yerba
yo también creceré: ¡cobarde y ciego
quien del mundo magnífico murmura!



José Martí

abril

-- de José Martí --

Juega el viento de abril gracioso y leve
con la cortina azul de mi ventana:
da todo el sol de abril sobre la ufana
niña que pide al sol que se la lleve.
En vano el sol contemplará tendidos
hacia su luz sus brazos seductores,
estos brazos donde cuelgan las flores
como en las ramas cuelgan los nidos.
También el sol, también el sol ha amado
y como todos los que amamos, miente:
puede llevar la luz sobre la frente,
pero lleva la muerte en el costado.



Ramón López Velarde

mientras muere la tarde...

-- de Ramón López Velarde --

Mientras muere la tarde...
Noble señora de provincia: unidos
en el viejo balcón que ve al poniente,
hablamos tristemente, largamente,
de dichas muertas y de tiempos idos.
De los rústicos tiestos florecidos
desprendo rosas para ornar tu frente,
y hay en los fresnos del jardín de enfrente
un escándalo de aves en los nidos.
El crepúsculo cae soñoliento,
y si con tus desdenes amortiguas
la llama de mi amor, yo me contento
con el hondo mirar de tus arcanos
ojos, mientras admiro las antiguas
joyas de las abuelas en tus manos.



Ramón López Velarde

Mientras muere la tarde

-- de Ramón López Velarde --

Noble señora de provincia: unidos
en el viejo balcón que ve al poniente,
hablamos tristemente, largamente,
de dichas muertas y de tiempos idos.

De los rústicos tiestos florecidos
desprendo rosas para ornar tu frente,
y hay en los fresnos del jardín de enfrente
un escándalo de aves en los nidos.

El crepúsculo cae soñoliento,
y si con tus desdenes amortiguas
la llama de mi amor, yo me contento

con el hondo mirar de tus arcanos
ojos, mientras admiro las antiguas
joyas de las abuelas en tus manos.



Ramón López Velarde

Una viajera

-- de Ramón López Velarde --

En mi ostracismo acerbo me alegré esta mañana
con el encuentro súbito de una hermosa paisana
que tiene un largo nombre de remota novela:
la hija del enjuto médico del lugar.
Antaño íbamos juntos de la casa a la escuela;
las tardes de los sábados, en infantil asueto,
por las calles del pueblo solíamos vagar,
y jugando aprendimos los dos el alfabeto.

Me saludó, y en medio de graciosos cumplidos,
su armonioso lenguaje me hizo reconocer
en ella a la cuentista de las horas de ayer
en la Plaza de Armas de musicales nidos.

¡Pobre amiga de entonces, pobre flor provinciana
que en metrópolis andas en ruidoso paseo;
pobre flor casadera, rosa que eres hermana
de las que se desmayan en humilde cacharro
esperando que vuelvas del viaje de recreo!

Para que no se manche tu ropa con el barro
de ciudades impuras, a tu pueblo regresa;
y sólo pido, en nombre de mi tristeza extática
que oyó tu voz ingenua, que en la nocturna plática
hagas de mí un recuerdo jovial de sobremesa.



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