Buscar Poemas con Nadie


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Se han encontrado 75 poemas con la palabra nadie

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Josefina Pla

nadie le empuja

-- de Josefina Pla --

Nadie le empuja nadie lo retiene
nadie le advierte nadie le cede el paso ni le espera

indiferentes
le ven pasar con su sentencia
oculta como un zorro robado en la cintura
royéndole hasta el hueco de los dientes

nadie le impide el paso ni le espera
porque todos quisieran ser los últimos.

Nadie le toca. Nadie
le empuja. Llega solo
llenándose sin nadie del silencio
de todos los que llegaron antes
tapiándose de nombres olvidados
y de palabras sin respuesta

llega solo
nadie le empuja nadie le retiene
porque todos quisieran ser los últimos

Poema nadie le empuja de Josefina Pla con fondo de libro

Alberti

el mar muerto

-- de Alberti --

I

mañanita fría.
¡Se ha muerto el mar!

la nave que yo tenía
ya no podrá navegar.

-Mañanita fría,
¿lo amortajarán?

-los pueblos de tu ribera
-naranja del mediodía-,
entre laureles y olivas.

-Mañanita fría,
¿quién lo enterrará?

-marinero, tres estrellas
muy dulces: las tres marías.

Ii

no sabe que ha muerto el mar
la esquila de los tranvías
-tirintín- de la ciudad.

No lo sabe nadie, nadie.
¡Mejor, si nadie lo sabe!

ni tú, joven vaquerillo,
que llevas tus dos vaquitas
tan de mañana a ordeñar.

No lo sabe nadie, nadie.
¡Mejor, si nadie lo sabe!

Poema el mar muerto de Alberti con fondo de libro

Luis Gálvez de Montalvo

Si a tanto llega el dolor

-- de Luis Gálvez de Montalvo --

Si á tanto llega el dolor
De sospechas y recelos,
No le llame nadie celos
Sino rabia del amor.

Dolor que siempre está verde,
Aunque vos mas no os sequeis,
Y adonde quiera que esteis,
Veis presente á quien os muerte:
Mal que para su rigor
Se conjurar hoy los cielos,
No le llame nadie celos
Sino rabia del amor.

Pues derriba una sospecha
La vida mas poderosa,
Y una presunción celos
Deja una gloria deshecha,
Y á fuerza de su furor
Se aborrecen los consuelos,
No le llame nadie celos
Sino rabia del amor.

No valen fuerzas ni mañas
Contra mal tan inhumano,
Porque el hambriento gusano
Que se ceba en las entrañas
Alli vierte á su sabor
Sus centellas y sus hielos,
No le llame nadie celos
Sino rabia del amor.

Si de este diente tocado
Debe un corazon rabiar,
Nadie lo podrá juzgar
Sino aquel que lo ha probado.
Yo que en medio del favor
Gusté tan enormes duelos,
No le llame nadie celos
Sino rabia del amor.

Poema Si a tanto llega el dolor de Luis Gálvez de Montalvo con fondo de libro

Alberti

GALOPE

-- de Alberti --

Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!



León Felipe

pie para el niño de vallecas, de velázquez

-- de León Felipe --

Bacía, yelmo, halo.
Este es el orden, sancho.
De aquí no se va nadie.
Mientras esta cabeza rota
del niño de vallecas exista,
de aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Antes hay que deshacer este entuerto,
antes hay que resolver este enigma.
Y hay que resolverlo entre todos,
y hay que resolverlo sin cobardía,
sin huir
con unas alas de percalina
o haciendo un agujero
en la tarima.
De aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Y es inútil,
inútil toda huida
(ni por abajo
ni por arriba).
Se vuelve siempre. Siempre.
Hasta que un día (¡un buen día!)
el yelmo de mambrino
halo ya, no yelmo ni bacía
se acomode a las sienes de sancho
y a las tuyas y a las mías
como pintiparado,
como hecho a la medida.
Entonces nos iremos todos
por las bambalinas.
Tú, y yo, y sancho, y el niño de vallecas,
y el místico, y el suicida.



Jorge Debravo

nocturno sin patria

-- de Jorge Debravo --

Yo no quiero un cuchillo en manos de la patria.
Ni un cuchillo ni un rifle para nadie:
la tierra es para todos,
como el aire.

Me gustaría tener manos enormes,
violentas y salvajes,
para arrancar fronteras una a una
y dejar de frontera solo el aire.

Que nadie tenga tierra
como tiene traje:
que todos tengan tierra
como tienen el aire.

Cogería las guerras de la punta
y no dejaría una en el paisaje
y abriría la tierra para todos
como si fuera el aire...

Que el aire no es de nadie, nadie, nadie...
Y todos tienen su parcela de aire.



Pedro Salinas

respuesta a la luz

-- de Pedro Salinas --

Sí, sí, dijo el niño, sí.
Y nadie le preguntaba.
¿Qué le ofrecías, la noche,
tú, silencio, qué le dabas
para que él dijera a voces,
tanto sí, que sí, que sí?
nadie le ofrecía nada.
Un gran mundo sin preguntas,
vacías las negras manos
ámbitos de madrugada,
alrededor enmudece.
Los síes ¡qué golpetazos
de querer en el silencio!,
las últimas negativas
a la noche le quebraban.
Sí, sí a todo, a todo sí,
a la nada sí, por nada.
Allá por los horizontes
sin que nadie el sólo: nadie
la escuchara, sigilosa
de albor, rosa y brisa tierna,
iba la pregunta muda,
naciendo ya, la mañana.



José Ángel Buesa

poema del amor pequeño

-- de José Ángel Buesa --

Fue breve aquella noche. Fue breve, pero bella.
Poca cosa es el tiempo, que es también poca cosa,
porque nadie ha sabido lo que dura una estrella
aunque todos sepamos lo que dura una cosa.
Nuestro amor de una noche fue un gran amor pequeño
que rodó por la sombra como un dado sin suerte,
pero nadie ha sabido lo que dura un ensueño
aunque todos sepamos lo que dura la muerte.
Una noche es eterna para el que no la olvida,
y el tiempo nada importa para el sueño y la flor,
y, como nadie sabe lo que dura la vida,
nadie sabe tampoco lo que dura el amor.



Gerardo Diego

romance del duero

-- de Gerardo Diego --

Río duero, río duero,
nadie a acompañarte baja;
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.
Indiferente o cobarde,
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.
Tú, viejo duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.
Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.
Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.
Río duero, río duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,
sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.



César Vallejo

Trilce: XLIX

-- de César Vallejo --

Murmurado en inquietud, cruzo,
el traje largo de sentir, los lunes
de la verdad.
Nadie me busca ni me reconoce,
y hasta yo he olvidado
de quién seré.

Cierta guardarropía, sólo ella, nos sabrá
a todos en las blancas hojas
de las partidas.
Esa guardarropía, ella sola,
al volver de cada facción,
de cada candelabro
ciego de nacimiento.

Tampoco yo descubro a nadie, bajo
este mantillo que iridice los lunes
de la razón;
y no hago más que sonreir a cada púa
de las verjas, en la loca búsqueda
del conocido.

Buena guardarropía, ábreme
tus blancas hojas:
quiero reconocer siquiera al 1,
quiero el punto de apoyo, quiero
saber de estar siquiera.

En los bastidores donde nos vestimos,
no hay, no Hay nadie: hojas tan sólo
de par en par.
Y siempre los trajes descolgándose
por sí propios, de perchas
como ductores índices grotescos,
y partiendo sin cuerpos, vacantes,
hasta el matiz prudente
de un gran caldo de alas con causas
y lindes fritas.
Y hasta el hueso!



Pablo Neruda

la reina

-- de Pablo Neruda --

Yo te he nombrado reina.
Hay más altas que tú, más altas.
Hay más puras que tú, más puras.
Hay más bellas que tú, hay más bellas.
Pero tú eres la reina.
Cuando vas por las calles
nadie te reconoce.
Nadie ve tu corona de cristal, nadie mira
la alfombra de oro rojo
que pisas donde pasas
la alfombra que no existe.
Y cuando asomas
suenan todos los ríos
en mi cuerpo, sacuden
el cielo las campanas,
y un himno llena el mundo.
Sólo tú y yo,
sólo tú y yo, amor mío,
lo escuchamos.



Pablo Neruda

soneto vii cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Soneto vii
«vendrás conmigo» dije sin que nadie supiera
dónde y cómo latía mi estado doloroso,
y para mí no había clavel ni barcarola,
nada sino una herida por el amor abierta.
Repetí: ven conmigo, como si me muriera,
y nadie vio en mi boca la luna que sangraba,
nadie vio aquella sangre que subía al silencio.
Oh amor ahora olvidemos la estrella con espinas!
por eso cuando oí que tu voz repetía
«vendrás conmigo» fue como si desataras
dolor, amor, la furia del vino encarcelado
que desde su bodega sumergida subiera
y otra vez en mi boca sentí un sabor de llama,
de sangre y de claveles, de piedra y quemadura.



José Ángel Buesa

ya todos la olvidaron

-- de José Ángel Buesa --

Ya todos la olvidaron. Ahora sí que se ha ido,
pero, sobre las rosas de la tumba reciente,
florecía el recuerdo más allá del olvido
yo era el hosco, el ausente.
Qué le importa a la noche que se apague una estrella,
si el mar sigue cantando cuando pierde una ola.
Ya están secos los ojos que lloraron por ella.
Ya se ha quedado sola.
Ahora ya sigue, sola, su viaje hacia el espanto,
por las noches profundas, bajo el cielo inclemente.
Ya nadie me reprocha que no lloré aquel llanto,
que fui el hosco, el ausente
ya nadie le disputa su silencio y su sombra,
sobre todo su sombra, bajo la luz del día.
Ya todos la olvidaron, señor. Nadie la nombra.
Yo la recuerdo todavía



Tengo mil amigos

-- de Vicenta Castro Cambón --

TENGO mil amigos,
sus nombres ignoro;
yo quiero ignorarlos, nadie me los diga
que Olvido es mi dueño y Olvido es celoso.

Mil amigos tengo;
di con un camino,
di con un camino que saben los pájaros,
camino que lleva del alma a lo íntimo.

Mil amigos tengo;
jamás a mi vera
pasaron algunos y otros aun pasando
no me reconocen y libre me dejan.

Si algunos rozando
mi mano dijeron
su nombre, al instante creí haber soñado
y a mi dueño dije: “No temas, fué el viento.”

Y es dicha de veras
tener mil amigos,
ser ave en la selva y desde la selva
música silvestre dar al peregrino...

Tengo mil amigos,
sus nombres ignoro
y es dicha ignorarlos; nadie me los diga,
nadie me los diga: mi dueño es celoso...



Federico García Lorca

Sorpresa

-- de Federico García Lorca --

Muerto se quedó en la calle
con un puñal en el pecho.
No lo conocía nadie.

¡Cómo temblaba el farol!
Madre.
¡Cómo temblaba el farolito
de la calle!

Era madrugada. Nadie
pudo asomarse a sus ojos
abiertos al duro aire.

Que muerto se quedó en la calle
que con un puñal en el pecho
y que no lo conocía nadie.



José Martí

la poesía es sagrada. nadie

-- de José Martí --

La poesía es sagrada. Nadie
de otro la tome, sino en sí. Ni nadie
como a esclava infeliz que el llanto enjuga
para acudir a su inclemente dueña,
la llame a voluntad: que vendrá entonces
pálida y sin amor, como una esclava.
Con desmayadas manos el cabello
peinará a su señora: en alta torre,
como pieza de gran repostería,
le apresará las trenzas; o con viles
rizados cubrirá la noble frente
por donde el alma su honradez enseña;
o lo atará mejor, mostrando el cuello,
sin otro adorno, en un discreto nudo.
¡Mas mientras la infeliz peina a la dama,
su triste corazón, cual ave roja
de alas heridas, estará temblando
lejos ¡ay! en el pecho de su amante,
como en invierno un pájaro en su nido!
maldiga dios a dueños y tiranos
que hacen andar los cuerpos sin ventura
por do no pueden ir los corazones!



Roque Dalton García

estudio con algo de tedio

-- de Roque Dalton García --

Clov: llora
hamm: luego vive.
(Diálogo de fin de partida de beckett).
Tengo quince años y lloro por las noches.
Yo sé que ello no es en manera alguna peculiar
y que antes bien hay otras cosas en el mundo
más apropiadas para decíroslas cantando.
Sin embargo hoy he bebido vino por primera vez
y me he quedado desnudo en mis habitaciones para sorber la tarde
hecha minúsculos pedazos
por el reloj.
Pensar a solas duele. No hay nadie a quien golpear.No hay nadie
a quien dejar piadosamente perdonado.
Está uno y su cara. Uno y su cara
de santón farsante.
Surge la cicatriz que nadie ha visto nunca,
el gesto que escondemos todo el día,
el perfil insepulto que nos hará llorar y hundirnos
el día en que lo sepan todo las buenas gentes
y nos retiren el amor y el saludo hasta los pájaros.
Tengo quince años de cansarme
y lloro por las noches para fingir que vivo.
En ocasiones, cansado de las lágrimas,
hasta sueño que vivo.
Puede ser que vosotros no entendáis lo queson estas cosas.
Os habla, más que yo, mi primer vino mientras la piel que
sufro bebe sombra



Amado Nervo

nadie conoce el bien

-- de Amado Nervo --

Había un ángel cerca de mí,
mas no le vi...
Posó las plantas maravillosas
entre las zarzas de mi erial, y
yo, en tanto, estaba viendo otras cosas.
Cuando, callado, tendió su vuelo
y quedó al irse torvo mi cielo,
mi vida huérfana, mi alma vacía,
comprendí todo lo que perdía.
Alcé los ojos despavorido,
llamé al ausente con un gemido,
plegó mis labios convulso gesto...
Mas pronto el ángel dejó traspuesto,
con vuelo de ímpetu soberano,
las lindes negras del mundo arcano,
y todo vano fué... ¡Todo vano!
¡quién del espacio devuelve un ave!
¡qué imán atrae a un dios ya ido!
dice el proloquio que nadie sabe
el bien que tiene... ¡Sino perdido!



Lope de Vega

¡Oh quién te amara, dulce vida mía

-- de Lope de Vega --

¡Oh quién te amara, dulce vida mía,
como mereces tú que yo te amara!.
Pero infinito amor, ¿donde se hallara,
que a tu infinito ser correspondía?
Amemos, alma, amemos a porfía,
con infinito amor, con fe tan rara,
que de él saldrá el amor, pues en él para,
y nunca ha dado por Raquel a Lía.
¿Por qué te olvido yo, si tu amor muere
de amor por mí, si tú me das la vida?
¿Qué tiempo es bien, que para amarse espere?
¿Mas quién habrá que la distancia mida,
pues nadie como tú tanto me quiere,
y nadie como yo tanto te olvida?



Luis Rosales

y escribir tu silencio sobre el agua

-- de Luis Rosales --

Y escribir tu silencio sobre el agua
sólo florece el agua que está queda
miguel de unamuno
no sé si es sombra en el cristal, si es sólo
calor que empaña un brillo; nadie sabe
si es de vuelo este pájaro o de llanto;
nadie le oprime con su mano, nunca
le he sentido latir, y está cayendo
como sombra de lluvia, dentro y dulce,
del bosque de la sangre, hasta dejarla
casi acuñada y vegetal, tranquila.
No sé, siempre es así, tu voz me llega
como el aire de marzo en un espejo,
como el paso que mueve una cortina
detrás de la mirada; ya me siento
oscuro y casi andado; no sé cómo
voy a llegar, buscándote, hasta el centro
de nuestro corazón, y allí decirte,
madre, que yo he de hacer en tanto viva,
que no te quedes huérfana de hijo,
que no te quedes sola allá en tu cielo,
que no te falte yo como me faltas.



Manuel del Cabral

niño muerto en un patio

-- de Manuel del Cabral --

Tal vea no diga nada, ni siquiera del patio.

Todo está en aquel sitio.
Su caída levanta todas mis cualidades,
porque sé que estas cosas
son las que bien me obligan a no desperdiciarme.

Tal vez no hable con nadie sobre este niño muerto.

Yo llegaré a mi casa como todos los días;
me sentaré a la mesa, tomaré mi jengibre,
quizás acaricie el pelo de seda de mi gato,
y tal vez dos palabras conmigo o con mi hermano
sobre la lluvia o sobre la cosecha.

Tal vez no hable con nadie...

¿Qué puede hacer la edad de la palabra
donde la eternidad parece un niño?



Jaime Sabines

doña luz xvii

-- de Jaime Sabines --

Doña luz xvii
lloverás en el tiempo de lluvia,
harás calor en el verano,
harás frío en el atardecer.
Volverás a morir otras mil veces.
Florecerás cuando todo florezca.
No eres nada, nadie, madre.
De nosotros quedará la misma huella,
la semilla del viento en el agua,
el esqueleto de las hojas en la tierra.
Sobre las rocas, el tatuaje de las sombras,
en el corazón de los árboles la palabra amor.
No somos nada, nadie, madre.
Es inútil vivir
pero es más inútil morir.



Jaime Sabines

en la sombra estaban sus ojos

-- de Jaime Sabines --

Y sus ojos estaban vacíos
y asustados y dulces y buenos
y fríos.
Allí estaban sus ojos y estaban
en su rostro callado y sencillo
y su rostro tenía sus ojos
tranquilos.
No miraban, miraban, qué solos
y qué tiernos de espanto, qué míos,
me dejaban su boca en los labios
y lloraban un aire perdido
y sin llanto y abiertos y ausentes
y distantes distantes y heridos
en la sombra en que estaban, estaban
callados, vacíos.
Y una niña en sus ojos sin nadie
se asomaba sin nada a los míos
y callaba y miraba y callaba
y sus ojos abiertos y limpios,
piedra de agua, me estaban mirando
más allá de mis ojos sin niños
y qué solos estaban, qué tristes,
qué limpios.
Y en la sombra en que estaban sus ojos
y en el aire sin nadie, afligido,
allí estaban sus ojos y estaban
vacíos.



Jaime Sabines

el peatón

-- de Jaime Sabines --

El peatón
se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunosenterados, que jaime sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta.O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.
Le llega la noticia a jaime y éste se alegra: ¡quémaravilla! ¡soy un poeta! ¡soy un poeta importante!¡soy un gran poeta!
convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero enla calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta.¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, oun resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
¡dios mío!, dice jaime. Tengo que ser papá o marido,o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera,de peatón.
¡Eso es!, dice jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulcey tranquila.



Jaime Sabines

allí había una niña

-- de Jaime Sabines --

Allí había una niña.
En las hojas del plátano un pequeño
hombrecito dormía un sueño.
En un estanque, luz en agua.
Yo contaba un cuento.

Mi madre pasaba interminablemente
alrededor nuestro.
En el patio jugaba
con una rama un perro.
El sol -qué sol, qué lento-
se tendía, se estaba quieto.

Nadie sabía qué hacíamos,
nadie, qué hacemos.
Estábamos hablando, moviéndonos,
yendo de un lado a otro,
las arrieras, la araña, nosotros, el perro.
Todos estábamos en la casa
pero no sé por qué. Estábamos. Luego el silencio.

Ya dije quién contaba un cuento.
Eso fue alguna vez porque recuerdo
que fue cierto.



Jorge Cuesta

fue la dicha de nadie esta que huye

-- de Jorge Cuesta --

Fue la dicha de nadie esta que huye,
este fuego, este hielo, este suspiro,
pero, ¿qué más de su evasión retiro
que otro aroma que no se restituye?

una pérdida a otra substituye
si sucede al que fui nuevo respiro,
y si encuentro al que fui cuando me miro
una dicha presente se destruye.

Cada instante son dos cuando acapara
lo que se adhiere y lo que se separa
al azar de su frágil sentimiento,

que es vana al fin la voluntad que dura
y no transmite a su presión futura
la corrupción de su temperamento.



Jorge Luis Borges

la moneda de hierro

-- de Jorge Luis Borges --

Aquí está la moneda de hierro. Interroguemos
las dos contrarias caras que serán la respuesta
de la terca demanda que nadie no se ha hecho:
¿por qué precisa un hombre que una mujer lo quiera?
miremos. En el orbe superior se entretejan
el firmamento cuádruple que sostiene el diluvio
y las inalterables estrellas planetarias.
Adán, el joven padre, y el joven paraíso.
La tarde y la mañana. Dios en cada criatura.
En ese laberinto puro está tu reflejo.
Arrojemos de nuevo la moneda de hierro
que es también un espejo magnífico. Su reverso
es nadie y nada y sombra y ceguera. Eso eres.
De hierro las dos caras labran un solo eco.
Tus manos y tu lengua son testigos infieles.
Dios es el inasible centro de la sortija.
No exalta ni condena. Obra mejor: olvida.
Maculado de infamia ¿por qué no han de quererte?
en la sombra del otro buscamos nuestra sombra;
en el cristal del otro, nuestro cristal recíproco.



César Vallejo

Trilce: XLII

-- de César Vallejo --

Esperaos. Ya os voy a narrar
todo. Esperaos sossiegue
este dolor de cabeza. Esperaos.

¿Dónde os habéis dejado vosotros
que no hacéis falta jamás?

Nadie hace falta! Muy bien.

Rosa, entra del último piso.
Estoy niño. Y otra vez rosa:
ni sabes a dónde voy.

¿Aspa la estrella de la muerte?
O son extrañas máquinas cosedoras
dentro del costado izquierdo.
Esperaos otro momento.

No nos ha visto nadie. Pura
búscate el talle.
¡A dónde se han saltado tus ojos!

Penetra reencarnada en los salones
de ponentino cristal. Suena
música exacta casi lástima.

Me siento mejor. Sin fiebre, y ferviente.
Primavera. Perú. Abro los ojos.
Ave! No salgas. Dios, como si sospechase
algún flujo sin reflujo ay.

Paletada facial, resbala el telón
cabe las conchas.
Acrisis. Tilia, acuéstate.



César Vallejo

Trilce: LXXI

-- de César Vallejo --

Serpea el sol en tu mano fresca,
y se derrama cauteloso en tu curiosidad.

Cállate. Nadie sabe que estás en mí,
toda entera. Cállate. No respires. Nadie
sabe mi merienda suculenta de unidad:
legión de oscuridades, amazonas de lloro.

Vanse los carros flajelados por la tarde,
y entre ellos los míos, cara atrás, a las riendas
fatales de tus dedos.
Tus manos y mis manos recíprocas se tienden
polos en guardia, practicando depresiones,
y sienes y costados.

Calla también, crepúsculo futuro,
y recójete a reír en lo íntimo, de este celo
de gallos ajisecos soberbiamente,
soberbiamente ennavajados
de cúpulas, de viudas mitades cerúleas.
Regocíjate, huérfano; bebe tu copa de agua
desde la pulpería de una esquina cualquiera.



César Vallejo

esperaos. ya os voy a narrar

-- de César Vallejo --

xlii
esperaos. Ya os voy a narrar
todo. Esperaos sossiegue
este dolor de cabeza. Esperaos.
¿Dónde os habéis dejado vosotros
que no hacéis falta jamás?
nadie hace falta! muy bien.
Rosa, entra del último piso.
Estoy niño. Y otra vez rosa:
ni sabes a dónde voy.
¿Aspa la estrella de la muerte?
o son extrañas máquinas cosedoras
dentro del costado izquierdo.
Esperaos otro momento.
No nos ha visto nadie. Pura
búscate el talle.
¡A dónde se han saltado tus ojos!
penetra reencarnada en los salones
de ponentino cristal. Suena
música exacta casi lástima.
Me siento mejor. Sin fiebre, y ferviente.
Primavera. Perú. Abro los ojos.
Ave! no salgas. Dios, como si sospechase
algún flujo sin reflujo ay.
Paletada facial, resbala el telón
cabe las conchas.
Acrisis. Tilia, acuéstate.



César Vallejo

verano

-- de César Vallejo --

Verano, ya me voy. Y me dan pena
las manitas sumisas de tus tardes.
Llegas devotamente; llegas viejo;
y ya no encontrarás en mi alma a nadie.
Verano! y pasarás por mis balcones
con gran rosario de amatistas y oros,
como un obispo triste que llegara
de lejos a buscar y bendecir
los rotos aros de unos muertos novios.
Verano, ya me voy. Allá, en setiembre
tengo una rosa que te encargo mucho;
la regarás de agua bendita todos
los días de pecado y de sepulcro.
Si a fuerza de llorar el mausoleo,
con luz de fe su mármol aletea,
levanta en alto tu responso, y pide
a dios que siga para siempre muerta.
Todo ha de ser ya tarde;
y tú no encontrarás en mi alma a nadie.
Ya no llores, verano! en aquel surco
muere una rosa que renace mucho...



César Vallejo

serpea el sol en tu mano fresca

-- de César Vallejo --

lxxi
serpea el sol en tu mano fresca,
y se derrama cauteloso en tu curiosidad.
Cállate. Nadie sabe que estás en mí,
toda entera. Cállate. No respires. Nadie
sabe mi merienda suculenta de unidad:
legión de oscuridades, amazonas de lloro.
Vanse los carros flajelados por la tarde,
y entre ellos los míos, cara atrás, a las riendas
fatales de tus dedos.
Tus manos y mis manos recíprocas se tienden
polos en guardia, practicando depresiones,
y sienes y costados.
Calla también, crepúsculo futuro,
y recójete a reír en lo íntimo, de este celo
de gallos ajisecos soberbiamente,
soberbiamente ennavajados
de cúpulas, de viudas mitades cerúleas.
Regocíjate, huérfano; bebe tu copa de agua
desde la pulpería de una esquina cualquiera.



César Vallejo

Ágape

-- de César Vallejo --

Hoy no ha venido nadie a preguntar;
ni me han pedido en esta tarde nada.

No he visto ni una flor de cementerio
en tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: qué poco he muerto!

En esta tarde todos, todos pasan
sin preguntarme ni pedirme nada.
Y no sé qué se olvidan y se queda
mal en mis manos, como cosa ajena.

He salido a la puerta,
y me da ganas de gritar a todos:
Si echan de menos algo, aquí se queda!

Porque en todas las tardes de esta vida,
yo no sé con qué puertas dan a un rostro,
y algo ajeno se toma el alma mía.

Hoy no ha venido nadie;
y hoy he muerto qué poco en esta tarde!



Ernesto Cardenal

epigrama XXVI

-- de Ernesto Cardenal --

Se oyeron
unos tiros anoche
se oyeron
del lado del cementerio.
Nadie sabe a
quien mataron,
o los mataron.
Nadie sabe nada.
Se oyeron unos tiros
anoche.



Pablo Neruda

soneto xlix cien sonetos de amor (1959) mediodía

-- de Pablo Neruda --

Es hoy: todo el ayer se fue cayendo
entre dedos de luz y ojos de sueño,
mañana llegará con pasos verdes:
nadie detiene el río de la aurora.
Nadie detiene el río de tus manos,
los ojos de tu sueño, bienamada,
eres temblor del tiempo que transcurre
entre luz vertical y sol sombrío,
y el cielo cierra sobre ti sus alas
llevándote y trayéndote a mis brazos
con puntual, misteriosa cortesía:
por eso canto al día y a la luna,
al mar, al tiempo, a todos los planetas,
a tu voz diurna y a tu piel nocturna.



Pablo Neruda

soneto lxxi cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lxxi
de pena en pena cruza sus islas el amor
y establece raíces que luego riega el llanto,
y nadie puede, nadie puede evadir los pasos
del corazón que corre callado y carnicero.
Así tú y yo buscamos un hueco, otro planeta
en donde no tocara la sal tu cabellera,
en donde no crecieran dolores por mi culpa,
en donde viva el pan sin agonía.
Un planeta enredado por distancia y follajes,
un páramo, una piedra cruel y deshabitada,
con nuestras propias manos hacer un nido duro,
queríamos, sin daño ni herida ni palabra,
y no fue así el amor, sino una ciudad loca
donde la gente palidece en los balcones.



Pedro Miguel Obligado

mi corazón

-- de Pedro Miguel Obligado --

Mi corazón, temblando, con latidos me dice:
-¿por qué, por qué, me entregas al primero que pasa
y dejas que una mano ciega me martirice,
o me suelte lo mismo que si fuera una brasa?

¿cómo no ves que nadie quiere llevar mi peso,
que nadie retribuye mi impávido cariño?
me destrozan mis alas amorosas, y en eso
soy semejante a un pájaro que está en manos de un niño

¡si supieras!... Hay seres que me dan contra el suelo,
hay otros que me hielan, y otros se divierten
como soy tan confiado, causo mucho recelo;
quienes mejor me tratan son los que no me advierten.

¿No sabes que padezco? ¿no sufres mi tristeza
desesperante y larga? ¡si ya no puedo más!...
Aumenta mi infortunio, con mi delicadeza.
¿Por qué me das a todos, por qué, por qué me das?-

siento en mí, cual gotera, su honda palpitación;
sus latidos son lágrimas que casi no contengo;
y le digo muy bajo: - corazón, corazón,
yo te doy porque tú eres lo más bello que tengo.



Pedro Salinas

versos 2018 a 2046

-- de Pedro Salinas --

Versos 2018 a 2046
te busqué por la duda:
no te encontraba nunca.
Me fui a tu encuentro
por el dolor.
Tú no venías por allí.
Me metí en lo más hondo
por ver si, al fin, estabas.
Por la angustia,
desgarradora, hiriéndome.
Tú no surgías nunca de la herida.
Y nadie me hizo señas
un jardín o tus labios,
con árboles, con besos;
nadie me dijo
por eso te perdí
que tú ibas por las últimas
terrazas de la risa,
del gozo, de lo cierto.
Que a ti se te encontraba
en las cimas del beso
sin duda y sin mañana.
En el vértice puro
de la alegría alta,
multiplicando júbilos
por júbilos, por risas,
por placeres.
Apuntando en el aire
las cifras fabulosas,
sin peso, de tu dicha.



Rafael María Baralt

A una tonta

-- de Rafael María Baralt --

Nadie lo niega, Elisa, y yo el primero,
si alguno lo negara, lo diría:
todo en tu cara hermosa es simetría;
cada cual de tus ojos un lucero.

Y nada excede en garbo al hechicero
talle gentil, ni en noble bizarría
la cadera, que al sesgo se desvía
y columpia amoroso el pie ligero.

Nadie lo niega, hermosa, y quien delira
por tu albo seno que al placer provoca:
quien, tu cuello al mirar, tiembla y suspira,

pero hay dos gracia sen tu linda boca
que el mundo sabio, sobre todo admira:
tu charla eterna, y tu reír de loca.



José María Eguren

el andarín de la noche

-- de José María Eguren --

El oscuro andarín de la noche
detiene el pasa junto a la torre,
y al centinela
le anuncia roja, cercana la guerra.

Le dice al viejo de la cabaña
que hay batidores en la sabana;
sordas linternas
en los juncales y oscuras sendas.

A las ciudades capitolinas
va el pregonero de la desdicha;
y en la tiniebla
del extramuro, tardo se aleja.

En la batalla cayó la torre;
siguieron ruinas, desolaciones;
canes sombríos
buscan los muertos en los caminos.

Suenan los bombos y las trompetas
y las picotas y las cadenas;
y nadie ha visto, por el confín;
nadie recuerda
al andarín.



José Ángel Buesa

poema para olvidarte

-- de José Ángel Buesa --

Amar nadie lo ignora viene a ser como un juego:
el juego de dos almas y el juego de dos vidas.
Y hay quien gana y quien pierde. Tal vez lo sabrás luego,
si yo logro olvidarte pero tú no me olvidas.
Yo sé por qué lo digo. La vida tiene un modo
sutil de detenerse mientras sigue adelante,
y una mujer bonita puede olvidarlo todo
menos su última cita con su primer amante.
Por eso, allá... Tan lejos... En tus tardes de hastío,
puede ser que comprendas que el hombre a quien quisiste
llenó de mariposas tu corazón vacío
y de fechas alegres tu calendario triste.
Y como tu pasado no pasó todavía
tendrás que recordarme viendo en tu tocador
aquellos espejuelos oscuros con que un día
disimulaste un poco tus tijeras de amor.
Y yo sé que otro día, de rezos y conjuros,
te dirán que me he muerto yo sé que será así
y te pondrás los mismos espejuelos oscuros
para que nadie sepa que lloraste por mí.



José Ángel Buesa

ya era muy viejecita

-- de José Ángel Buesa --

Ya era muy viejecita... Y un año y otro año
se fue quedando sola con su tiempo sin fin.
Sola con su sonrisa de que nada hace daño,
sola como una hermana mayor en su jardín.
Se fue quedando sola con los brazos abiertos,
que es como crucifican los hijos que se van,
con su suave manera de cruzar los cubiertos,
y aquel olor a limpio de sus batas de holán.
Déjenme recordarla con su vals en el piano,
como yéndose un poco con lo que se le fue;
y con qué pesadumbre se mira la mano
cuando le tintineaba su taza de café.
Se fue quedando sola, sola... Sola en su mesa,
en su casita blanca y en su lento sillón;
y si alguien no conoce que soledad es esa,
no sabe cuánta muerte cabe en un corazón.
Y diré que en la tarde de aquel viernes con rosas,
en aquel «hasta pronto» que fue un adiós final,
aprendí que unas manos pueden ser mariposas,
dos mariposas tristes volando en su portal.
Sé que murió de noche. No quiero saber cuándo.
Nadie estaba con ella, nadie, cuando murió:
ni su hijo guillermo, ni su hijo fernando,
ni el otro, el vagabundo sin patria, que soy yo.



José Ángel Buesa

canzonetta

-- de José Ángel Buesa --

Érase un verde bosque de eterna primavera,
y érase un niño iluso que vagaba al azar...
El niño entró en el bosque siguiendo una quimera;
entró en el bosque... Y nadie lo ha visto regresar.
Érase un mar sereno, de tan hondo que era,
y érase un nauta loco que vio un día aquel mar...
El nauta aborrecía la paz de la ribera;
empuñó el remo... Y nadie lo ha visto regresar.
Mujer: comprende el símil. Yo también quise un día
penetrar el secreto de tu melancolía,
y me perdí, y no pude regresar.
Porque en tus ojos verdes se extravió mi destino,
como el niño en el bosque, como el loco marino en el mar.



José Ángel Buesa

así, verte de lejos

-- de José Ángel Buesa --

Así, verte de lejos, definitivamente.
Tú vas con otro hombre, y yo con otra mujer.
Así, como el agua que brota de una fuente,
aquellos bellos días ya no pueden volver.
Así, verte de lejos y pasar sonriente,
como quien ya no siente lo que sentía ayer,
y lograr que mi rostro se quede indiferente
y que el gesto de hastío parezca de placer.
Así, verte de lejos, y no decirte nada
ni con una sonrisa, ni con una mirada,
y que nunca sospeches cuánto te quiero así.
Porque aunque nadie sabe lo que a nadie le digo,
la noche entera es corta para soñar contigo
y todo el día es poco para pensar en ti.



José Ángel Buesa

canción del transeúnte

-- de José Ángel Buesa --

Te envidio, hombre que pasas en el atardecer;
hombre de un solo anhelo y una sola mujer.
Sin que nadie te mire, sin que nadie te hable,
pasas, con tu sonrisa de animal saludable.
Desde tus pasos firmes hasta tu erguido pecho,
transpira por tus poros un hombre satisfecho.
Nunca miras las nubes que van quien sabe a dónde...
Tu alma nada pregunta. Tu alma nada responde.
Y acaso, hombre que pasas, nos vemos día a día,
yo, envidiando tu suerte; tú, envidiando la mía...



Gerardo Diego

ángelus

-- de Gerardo Diego --

Ángelus
a antonio machado
sentado en el columpio
el ángelus dormita
enmudecen los astros y los frutos
y los hombres heridos
pasean sus surtidores
como delfines líricos
otros más agobiados
con los ríos al hombro
peregrinan sin llamar en las posadas
la vida es un único verso interminable
nadie llegó a su fin
nadie sabe que el cielo es un jardín
olvido.
El ángelus ha fallecido
con la guadaña ensangrentada
un segador cantando se alejaba



Hernando de Acuña

Así, cual de mi mal he mejorado

-- de Hernando de Acuña --

Así, cual de mi mal he mejorado,
se me hubiera doblado el accidente,
yo tengo por muy cierto que al presente
me hallara, mi señor, muy aliviado;

que, si de sus congojas y cuidado
se alivia todo espíritu doliente,
aliviárase un cuerpo mayormente
al son de un dulce estilo delicado.

Yo conozco, señor, doliente o sano,
deberos tanto, que no sé en que suerte
os me pueda mostrar agradecido:

sólo tendréis de mí, como en la mano,
que a nadie es vuestro mal tan grave y fuerte,
ni vuestro bien de nadie es tan querido.



Santiago Montobbio

sombra

-- de Santiago Montobbio --

Sombra
tras los llantos o el último gesto del sol
nada queda. Nada tras los llantos, los versos,
los retratos. Y una sombra dice que fue ella.
(Las sombras, ya se sabe, no quieren tener la culpa
de ser sombras y por eso buscan amantes, asesinas).
Una sombra dice que fue ella, sin cesar lo dice.
Al mismo sol, al papel mismo, a quien lo escuche.
Pero quizá no fue nadie y quizá fue nada.
Tras los llantos, versos y retratos quizá
fue sólo eso. Un nombre triste que se hizo pequeño.
Un nombre sin padres a quien extravió la vida.
Un nombre solo, no vaya a preocuparse nadie,
si fue la sombra de un nombre, la pobrecita,
la sombra de la nada aquella. Mas si nada fue,
y lugar no tuvo, dice que no quiere últimas patrias,
hechas con epitafios de yeso, la sombra ésta.
La sombra que en cada espejo con mi rostro aún veo,
la pobre y ésta que aborrece los epitafios y el yeso,
la que nada fue y la que nada pide. Nada.
Sólo nada. ¿No lo oís? dejadla quieta.



Vicente Gallego

en la casa de nadie

-- de Vicente Gallego --

A josé luis martínez
futuros galeotes
de este sueño engañoso, mirad a quien amáis:
mirad cómo apuntala el frágil entramado
su ser de vuestro ser.
¿Es posible que muera?
¿y quién sabrá deciros que fue nuestra
la dicha virginal que hoy se os ofrece?
¿quién sabrá convenceros
de que nosotros fuimos, como vosotros sois,
dueños solos del mundo, que floreció el jazmín
tan sólo por nosotros, que se inventó el amor
para nosotros sólo?
qué milagro perverso
¿y quién lo hizo?,
qué lujoso derroche nuestra naturaleza:
desguarnecido pájaro de inquebrantable aliento
que su verdad le canta, despreciando la noche,
a su perfecta aurora.
Dueños solos del mundo,
como dueño del mundo
os deseo fortuna en esta casa,
esta casa de nadie donde la nada urde
vuestra luz venidera en mi balcón de sombra.



Vicente García de la Huerta

Reflexiones amantes

-- de Vicente García de la Huerta --

Si nadie puede verte sin amarte,
dulce bien mío, y nadie puede verte
sin que le abrase con rigor de muerte
ardentísimas ansias de agradarte;

quien logra tan de cerca contemplarte, 5
y tanto como yo sabe quererte,
difícil es que a contenerse acierte
en los límites sólo de mirarte.

Abrásome a tu vista, dueño mío,
pretendo triunfos, pero al conocerte
repugnante, desisto en mis trofeos;

que a mi ciego furioso desvarío
refrena más el miedo de ofenderte,
que le mueve el tropel de mis deseos.



Antonio Machado

A la muerte de Rubén Darío

-- de Antonio Machado --

Si era toda en tu verso la armonía del mundo,
¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?
Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,
corazón asombrado de la música astral,
¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno
y con las nuevas rosas triunfantes volverás?
¿Te han herido buscando la soñada Florida,
la fuente de la eterna juventud, capitán?
Que en esta lengua madre la clara historia quede;
corazones de todas las Españas, llorad.
Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro,
esta nueva nos vino atravesando el mar.
Pongamos, españoles, en un severo mármol
su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:
Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo;
nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan.
1916



Manuel Machado

La copla

-- de Manuel Machado --

Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.

Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.

Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.

Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.



Mario Benedetti

la trampa

-- de Mario Benedetti --

Qué trampa este crepúsculo
qué calma desplomada sobre todo
qué simulacro inútil
qué sonrojo
en paz siguen las nubes
cómo quisiera en paz
y silenciosa
el aire tiene gracia
por una vez tangible
compartida
y nadie está sediento
o por lo menos nadie tan sediento
como para matar
o destrozarse
qué trampa esa lejana
bocina
que se quiebra
como un viejo sollozo
qué mentira ese tango esa guitarra
esa clara desierta inexplicable
melancolía de las azoteas
qué trampa
qué artimaña
qué lástima
saber
que es una trampa.



Rosalía de Castro

Predestinados

-- de Rosalía de Castro --

Es el abismo el que le atrae
desde su fondo más oscuro,
para que deje esta vida tan triste
que él ve cubierta de eterno luto.

No bien una sombra se disipa
otra se agranda... Se agranda y le envuelve
sin que adivine por qué ha venido,
por qué le busca, ni qué le quiere,
pero le aterra y le acobarda
y a donde va le sigue siempre.

Si algún dolor abandona su alma,
otro más vivo y más intenso,
en sus entrañas haciendo el nido,
para él inventa nuevos tormentos,
mucho más hondos y más terribles
siempre los últimos que los primeros.

Un mal espíritu, algún demonio
de cuantos hay el más cruel
ha presidido su nacimiento
y oculto guía siempre su pie
hacia los bordes de la alta sima
a ver si puede verle caer.

Vacila su planta ya... Y sus ojos
vagos se fijan en lo infinito,
que él cree imagen de la nada;
pero le atrae... Le atrae el vacío
en donde flotas, genio invisible,
siempre llamándole hacia el abismo.

Y cae al fin... Y nadie sabe,
ni nadie pregunta por qué ha caído.



Meira Delmar

narciso

-- de Meira Delmar --

Asomado a la fuente ve que el agua le mira
con el trémulo asombro de su propia belleza.
Los ojos ya no pueden rescatar la mirada
que ha olvidado en las redes hialinas del espejo.
Nunca nadie en la tierra
quedara como él, ensimismado
en el reflejo fiel de su hermosura,
nunca nadie perdiera
como él la certeza de las horas,
fijo en la verde orilla e inclinado
sobre el tiempo sin tiempo de su imagen.
Y cuando acerca el beso
a los labios que ascienden,
no sabe cómo cae, cómo huye por fin
su desbordado amor entre las ondas.
La flor que así lo cuenta
lleva su nombre gualda
entre las manos.
!--Img



Nicanor Parra

yo jehová decreto

-- de Nicanor Parra --

Yo jehová decreto
que se termine todo de una vez
hago la cruz al sistema solar
hay que volver al útero materno
doy por finiquitada la cosa
que no se escape nadie
que se termine todo de golpe
para qué vamos a andar con rodeos
está muy bien la guerra de viet-nam
está muy bien la operación a la próstata
yo jehová decreto la vejez
ustedes me dan risa
ustedes me ponen los nervios de punta
sólo un cretino de nacimiento
se arrodilla a venerar una estatua
francamente no sé qué decirles
estamos al borde de la tercera guerra mundial
y nadie parece darse cuenta de nada
si destruyen el mundo
¿creen que yo voy a volver a crearlo?



Juan Pedro López

Quemá esas cartas

-- de Juan Pedro López --

Quemá esas cartas donde yo he grabado
Sólo y enfermo, mi desgracia atroz
Que nadie sepa que te quise tanto,
Que nadie sepa solamente Dios.

Quémalas pronto y que el mundo ignore
la inmensa pena que sufriendo está
un hombre joven que mató el engaño
un hombre bueno que muriendo va.

Te amaba tanto, que a mi santa madre
casi la olvido por pensar en tí
y mira ingrata como terminaron
todos los sueños que vivían en mí.

Yo ya no espero que tu amor retorne
al dulce nido donde ayer nació;
yo ya no creo que tu blanca mano
cierre la llaga que en mi pecho abrió.

Y te perdono... Porque aquel que quiso
nunca maldice lo que ayer besó;
gime y se arrastra sin tomar venganza
muere... En silencio... Como muero yo.

Más cuando en brazos de otro ser dichoso
caigas rendida de placer y amor
recuerda al menos que has dejado trunca
una existencia que mató el dolor.



Evaristo Carriego

Tu secreto (Carriego)

-- de Evaristo Carriego --

¡De todo te olvidas! Anoche dejaste
aquí, sobre el piano, que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro, vedado, de tiernas memorias.

Intimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,
el dulce secreto que no diré a nadie:
a nadie interesa saber que me nombras.

...Ven, llévate el libro, distraída llena
de luz y de ensueño. Romántica loca...
¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!
...De todo te olvidas ¡cabeza de novia!



Federico García Lorca

Alma ausente

-- de Federico García Lorca --

No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.

No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.



Federico García Lorca

Gacela de la huida

-- de Federico García Lorca --

Me he perdido muchas veces por el mar
con el oído lleno de flores recién cortadas.
Con la lengua llena de amor y de agonía
muchas veces me he perdido por el mar,
como me pierdo en el corazón de algunos niños.

No hay nadie que al dar un beso
no sienta la sonrisa de la gente sin rostro,
ni nadie que al tocar un recién nacido
olvide las inmóviles calaveras de caballo.

Porque las rosas buscan en la frente
un duro paisaje de hueso
y las manos del hombre no tienen más sentido
que imitar a las raíces bajo tierra.

Como me pierdo en el corazón de algunos niños,
me he perdido muchas veces por el mar.
Ignorante del agua, voy buscando
una muerte de luz que me consuma.



Federico García Lorca

Gacela del amor imprevisto

-- de Federico García Lorca --

Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.

Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.

Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre.

Siempre, siempre: jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.



José Martí

una virgen espléndida

-- de José Martí --

Una virgen espléndida morada
de un sol de amor que por sus negros ojos
brota, pregunta, abraza y acaricia
versos me pide, versos de mujeres.
¡Arrullos de paloma,
murmullos de sunsunes,1
suspiros de tojosas!
yo podré, en noche ardiente,
trovando amor al pie de su ventana,
en tal aura envolverla,
con tal fuego besarla,
que al nuevo amanecer, nadie vería
en su cutis la flor que lo teñía.
¡Calla, mi amigo amor! que nadie sepa
que yo llevo en los labios la flor roja
que su mejilla cándida lucía,
y el candor, y la flor, y el frágil vaso,
mío es todo, puesto que ella es mía.
Y la madre amorosa,
de sagrado temor y amor movida,
dijérale a la pálida ¿y la rosa
de tu mejilla fresca dónde es ida?



Carlos Pezoa Véliz

Nada

-- de Carlos Pezoa Véliz --

Era un pobre diablo que siempre venía
cerca de un gran pueblo donde yo vivía;
joven, rubio y flaco, sucio y mal vestido,
siempre cabizbajo... ¡Tal vez un perdido!
Un día de invierno lo encontraron muerto
dentro de un arroyo próximo a mi huerto,
varios cazadores que con sus lebreles
cantando marchaban... Entre sus papeles
no encontraron nada... Los jueces de turno
hicieron preguntas al guardían nocturno:
éste no sabía nada del extinto;
ni el vecino Pérez, ni el vecino Pinto.
Una chica dijo que sería un loco
o algún vagabundo que comía poco,
y un chusco que oía las conversaciones
se tentó de risa... ¡Vaya, unos simplones!
Una paletada le echó el panteonero;
luego lió un cigarro, se caló el sombrero
y emprendió la vuelta... Tras la paletada,
nadie dijo nada, nadie dijo nada...



Roberto Juarroz

pienso que en este momento

-- de Roberto Juarroz --

Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí,
que solo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie, ni yo, me pensaría.
Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo quito.
Contribuyo a tapizar de ausencia todo.
Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.



Roberto Juarroz

la avalancha de los muertos

-- de Roberto Juarroz --

La avalancha de los muertos,
la avalancha de los que se suicidan
por su mano o por otra,
porque vivir es un suicidio,
la avalancha de las sombras
que en vano amontonamos
en los rincones de la tierra,
la avalancha de lo que no sabemos ni pensar,
hace que cada tanto extendamos un brazo
y hagamos una señal en el vacío.
Y aunque el brazo no resiste
y se desmorona como los gestos de los tímidos,
la señal queda rodando por el aire
como un golpe de viento,
como la hilacha de un fúnebre planeta
que gira hacia algo menos que el olvido.
Sólo un desequilibrio de las cosas,
un fugaz desnivel inexplicable
permite todavía
este naufragio sin barco, sin mar y sin playa,
sin espectador, sin fondo y sin náufrago,
esta historia que nadie cuente y nadie escucha,
esta falla sin importancia del abismo.
Sólo queda la señal como un detalle.



Abraham Valdelomar

Ofertorio (Valdelomar)

-- de Abraham Valdelomar --

Cuando el rojo crepúsculo en la aldea ponía
la silenciosa nota de su melancolía,
desde la blanca orilla iba a mirar el mar.
Todo lo que él me dijo aún en mi alma persiste:
–«mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar»–

A veces, en la sombra, la vaguedad marina
cruzaba el blanco triángulo de una vela latina
y se esfumaba en el confín;
desgranaba las lágrimas de su espuma una ola
y una ave en el espacio se deslizaba sola
hacia la costa curva y gris.

El faro como un cíclope con el ojo encendido,
buscaba entre las sombras algún buque perdido,
–desnudo y fuerte como un pescador–,
ofreciendo su estela como un pródigo brazo
y sus férreas escalas como un duro regazo:
tal a los reyes magos la estrella del Señor...

Hoy, con mi barca débil navegando en la ignota
inmensidad brumosa, la blanca vela rota,
tu espíritu bueno me sepa guiar.
Tú, blanca, dulce, triste, pensativa, adorada,
recuerda y pon en estas palabras tu mirada
amorosa y profunda como el cielo y el mar...



Abraham Valdelomar

Tristitia

-- de Abraham Valdelomar --

Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía,
el cielo la serena quietud de su belleza,
los besos de mi madre una dulce alegría
y la muerte del sol una vaga tristeza.

En la mañana azul, al despertar, sentía
el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado del mar,

y lo que él me dijera aún en mi alma persiste;
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar...



Adelardo López de Ayala

A Luis Larra

-- de Adelardo López de Ayala --

Porque el mundo es una bola,
rueda inconstante, cual ves...
Pues ¿qué fijeza habrá en tres,
si nadie fija una sola?
Si gané por carambola,
hoy malograré mí afán...:
¡No temas! Listos están
mesa, marfil, tacos, tizas...
Y, ¡qué diablos!... Las palizas
como se toman se dan.



Alberti

alba de noche oscura

-- de Alberti --

Sobre la luna inmóvil de un espejo,
celebra una redonda cofradía
de verdes pinos, tintos de oro viejo,
la transfiguración del rey del día.

La plata blanda, ayuna del reflejo,
muere ya. Del cristal -lámina fría-
dice la voz del vaho en agonía:
-doró mi lengua el sol, ¿de qué me quejo?

la puertas del ocaso, ya cerradas,
tapina de luto el campo. Negros perros,
a lo que nadie sabe, ocultos, gritan.

Decapitando sueños, fatigadas,
sobre el túmulo alto de los cerros
las estrellas del valle se marchitan.



Alberto Lista

A la amistad

-- de Alberto Lista --

La ilusión dulce de mi edad primera,
del crudo desengaño la amargura,
la sagrada amistad, la virtud pura
canté con voz ya blanda, ya severa.

No de Helicón la rama lisonjera
mi humilde genio conquistar procura;
memorias de mi mal y mi ventura,
robar al triste olvido sólo espera.

A nadie, sino a ti, querido Albino,
debe mi tierno pecho y amoroso
de sus afectos consagrar la historia.

Tú a sentir me enseñaste, tú el divino
canto y el pensamiento generoso:
Tuyos mis versos son y esa es mi gloria.



Amado Nervo

metafisiqueos

-- de Amado Nervo --

¡de qué sirve al triste la filosofía!
kant o schopenhauer o nietzche o bergson...
¡Metafisiqueos!
entanto, ana mía,
te me has muerto, y yo no sé todavía
dónde ha de buscarte mi pobre razón.
¡Metafisiqueos, pura teoría!
¡nadie sabe nada de nada: mejor
que esa pobre ciencia confusa y vacía,
nos alumbra el alma, como luz del día,
el secreto instinto del eterno amor!
no ha de haber abismo que ese amor no ahonde,
y he de hallarte. ¿Dónde? ¡no me importadónde!
¿cuándo? no me importa..., ¡Pero te hallaré!
si pregunto a un sabio, ¡qué sé yo! , responde.
Si pregunto a mi alma, me dice: ¡yo sé!



Amado Nervo

diálogo

-- de Amado Nervo --

El desaliento
¡por qué empeñarse en buscar
a quién se quiere esconder!
si dios no se deja ver,
alma, ¿cómo les has de hallar?
y aún pretendes lograr
que esa esfinge que se esconde
y calla, te diga dónde
recobrarás a tu muerta.
¡Ilusa, llama a otra puerta,
que en ésta nadie responde!
la esperanza
hay que empeñarse en buscar
a quien se quiere esconder.
Si dios no se deja ver,
alma, le tienes que hallar
por fuerza.
Y has de lograr
que esa esfinge que se esconde
y calla, te diga dónde
recobrarás a tu muerta.
¡Si la fe llama a una puerta,
el amor siempre responde!



Amado Nervo

este libro

-- de Amado Nervo --

Un rimador obscuro
que no proyecta sombra,
un poeta maduro
a quien ya nadie nombra,
hizo este libro, amada,
para vaciar en él
como turbia oleada
de lágrimas y hiel.
Humilde florilegio,
pobre ramo de rimas,
su solo privilegio
es que acaso lo animas
tú, con tu santo soplo
de amor y de ternura,
desde el astro en que estás.
¡Un dolor infinito
labró en él con su escoplo
tu divina escultura,
como un recio granito,
para siempre jamás!



Amado Nervo

¡oh cristo!

-- de Amado Nervo --

«ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor;
ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia
sin que yo me angustie y llore;
ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias,
¡oh cristo!
»en vano busco en los hondos escondrijos de mi ser
para encontrar algún odio: nadie puede herirme ya
sino de piedad y amor. Todos son yo, yo soy todos,
¡oh cristo!
»¡qué importan males o bienes! para mí todosson bienes.
El rosal no tiene espinas: para mí sólo da rosas.
¿Rosas de pasión? ¡qué importa! rosas deceleste esencia,
purpúreas como la sangre que vertiste por nosotros,
¡oh cristo!»



Leandro Fernández de Moratín

epigrama. a un escritor desventurado, cuyo libro nadie quiso comprar

-- de Leandro Fernández de Moratín --

En un cartelón leí,
que tu obrilla baladí
la vende navamorcuende...
No has de decir que la vende;
sino que la tiene allí.



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