Buscar Poemas con Muro


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Se han encontrado 90 poemas con la palabra muro

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Líber Falco

Sobre los muros

-- de Líber Falco --

Hoy subo veinte cometas.
¡Sobre los muros
veinte cometas!

............................

Debajo de un muro triste
estaba mi corazón.
Como un avaro oculto contando su dinero,
estaba mi corazón.
¿Como un avaro o como un prisionero?
Ah...

¡Júbilo marinero!
no más muro carcelero
ni corazón prisionero.
Ya sobre los viejos muros,
está mi corazón.
Y sobre el muro que el hombre
puso al hombre
está mi corazón.

Sube mi corazón, cometa mía.
Roja lágrima mía, encendida en el día
y en el día latiendo amaneceres.
¡Sube! Mi corazón...!

Poema Sobre los muros de Líber Falco con fondo de libro

Lope de Vega

Divino labrador, honor de España

-- de Lope de Vega --

Divino labrador, honor de España,
que, a pesar de la bárbara fiereza,
trujistes en las manos la cabeza,
por no morir en la heredad extraña,
el ejército muerto, la montaña
de cuerpos, troncos, tanta fortaleza
admira, y da lugar a la riqueza
del vuestro, insigne por tan alta hazaña.
Muertos responden a quien habla muerto,
y la patria de tales ciudadanos
de muro a muro a ser sepulcro viene.
Dichosa Zaragoza por Lamberto,
que tiene su cabeza por sus manos,
y ella su cuerpo por cabeza tiene.

Poema Divino labrador, honor de España de Lope de Vega con fondo de libro

Lope de Vega

Faltaron con el tiempo riguroso

-- de Lope de Vega --

Faltaron con el tiempo riguroso
la torre a Faro, a Babilonia el muro,
a Grecia aquel milagro en mármol duro
de Júpiter Olímpico famoso;

A Caria aquel sarcófago amoroso
y a Menfis del Egipto mal seguro
las columnas que hoy cubre olvido escuro,
el templo a Efesia, a Rodas el coloso.

Pero cayendo con mayor ejemplo
la gran columna, que en virtudes y obras
las puso con plus ultra al fin del mundo,

torre, muro, coloso, estatuas, templo,
pierde, oh España; mas las mismas cobras
en el Tercero de tan gran Segundo.

Poema Faltaron con el tiempo riguroso de Lope de Vega con fondo de libro

Jorge Guillén

muerte a lo lejos

-- de Jorge Guillén --

Je soutenais l'éclat de la mort toute pure.
Valéry
alguna vez me angustia una certeza,
y ante mí se estremece mi futuro.
Acechándolo está de pronto un muro
del arrabal final en que tropieza
la luz del campo. ¿Mas habrá tristeza
si la desnuda el sol? no, no hay apuro
todavía. Lo urgente es el maduro
fruto. La mano ya lo descorteza.
...Y un día entre los días el más triste
será. Tenderse deberá la mano
sin afán. Y acatando el inminente
poder diré sin lágrimas: embiste,
justa fatalidad. El muro cano
va a imponerme su ley, no su accidente.



César Vallejo

Aldeana

-- de César Vallejo --

Lejana vibración de esquilas mustias
en el aire derrama
la fragancia rural de sus angustias.
En el patio silente
sangra su despedida el sol poniente
El ámbar otoñal del panorama
toma un frío matiz de gris doliente!

Al portón de la casa
que el tiempo con sus garras torna ojosa,
asoma silenciosa
y al establo cercano luego pasa,
la silueta calmosa
de un buey color de oro,
que añora con sus bíblicas pupilas,
oyendo la oración de las esquilas,
su edad viril de toro!

Al muro denla huerta
aleteando la pena de su canto,
salta un gallo gentil, y, en triste alerta,
cual dos gotas de llanto,
tiemblan sus ojos en la tarde muerta!

Lánguido se desgarra
en la vetusta aldea
el dulce yaraví de una guitarra,
en cuya eternidad de hondo quebranto
la triste voz de un indio dondonea,
como un viejo esquilón de camposanto.

De codos yo en el muro,
cuando triunfa en el alma el tinte oscuro
y el viento reza en los ramajes yertos
llantos de quenas, tímidos, inciertos,
suspiro una congoja,
al ver que la penumbra gualda y roja
llora un trágico azul de idilios muertos!



Dulce María Loynaz

conjuro

-- de Dulce María Loynaz --

Cuando revuelvo el brazo
no estrecho, rompo el lazo.

Ya sólo un camino breve
busco: el que de ti me lleve.

¡Con qué agua te apagaré!...
¡Con qué llama te quemaré!...

Para cortar tu nudo..., ¿Qué espada?
para talarte, ¿qué hacha afilada?

un muro busco, un muro de granito
donde se estrelle el mar de tu infinito...

Racimo de octubre, dame un no bebido...
Vino que me haga olvidar su olvido...

¡Oh lámpara, apágate si has de alumbrarlo!...
¡Rómpete, oh labio, en tierra antes que llamarlo!

he llegado hasta donde nadie pudo llegar.
Si aun vuelvo la cabeza..., ¡Dios me vuelva de sal!



Octavio Paz

en uxmal

-- de Octavio Paz --

1
la piedra de los días
el sol es tiempo;
el tiempo, sol de piedra;
la piedra, sangre.
2
Mediodía
la luz no parpadea,
el tiempo se vacía de minutos,
se ha detenido un pájaro en el aire.
3
Más tarde
se despeña la luz,
despiertan las columnas
y, sin moverse, bailan.
4
Pleno sol
la hora es transparente:
vemos, si es invisible el pájaro,
el color de su canto.
5
Relieves
la lluvia, pie danzante y largo pelo,
el tobillo mordido por el rayo,
desciende acompañada de tambores:
abre los ojos el maíz, y crece.
6
Serpiente labrada sobre un muro
el muro al sol respira, vibra, ondula,
trozo de cielo vivo y tatuado:
el hombre bebe sol, es agua, es tierra.
Y sobre tanta vida la serpiente
que lleva una cabeza entre las fauces:
los dioses beben sangre, comen hombres.



Pablo Neruda

soneto xxxiii cien sonetos de amor (1959) mediodía

-- de Pablo Neruda --

Soneto xxxiii
amor, ahora nos vamos a la casa
donde la enredadera sube por las escalas:
antes que llegues tú llegó a tu dormitorio
el verano desnudo con pies de madreselva.
Nuestros besos errantes recorrieron el mundo:
armenia, espesa gota de miel desenterrada,
ceylán, paloma verde, y el yang tsé separando
con antigua paciencia los días de las noches.
Y ahora, bienamada, por el mar crepitante
volvemos como dos aves ciegas al muro,
al nido de la lejana primavera,
porque el amor no puede volar sin detenerse:
al muro o a las piedras del mar van nuestras vidas,
a nuestro territorio regresaron los besos.



José Ángel Buesa

el resucitado

-- de José Ángel Buesa --

i
no, nunca fue lo oscuro tan oscuro.
Y está acostado pero no en su lecho.
Quiere moverse y se lo impide un muro.
Un muro en derredor, largo y estrecho.
Llama, y su voz resuena extrañamente,
sin que acudan su madre ni su hijo.
Y un súbito sudor hiela su frente,
al palpar en su pecho un crucifijo.
No, no hay duda: esa sombra que lo aterra
es sombra de ataúd bajo la tierra,
y no es soñando, porque está despierto.
Y lo aturde un pavor definitivo
al comprender que se le dio por muerto
y al comprobar que fue enterrado vivo
ii
pero un día, al abrir la sepultura,
se sabría su muerte verdadera.
Si el ataúd mostrara la hendidura,
de un golpe de su mano en la madera.
Y al pensar de repente en el mañana,
piensa también enloquecidamente
en el espanto de la madre anciana
y en el horror del hijo adolescente.
Y allí, en la sombra, sin quejarse en vano
sin dar un grito, sin alzar la mano,
con una abnegación casi suicida
cierra los ojos y se queda quieto
porque así, solo así, será un secreto
su horrible muerte de enterrado en vida.



Evaristo Ribera Chevremont

canción marinera

-- de Evaristo Ribera Chevremont --

Una canción marinera
ahora mismo he de cantar
en la amarilla ribera
de mi bienamado mar.

Una canción marinera
ahora mismo he de cantar.

Luz dulce, arenal maduro
y rocas color marrón.
Mi corazón en el muro
y el muro en mi corazón.

Luz dulce, arenal maduro
y rocas color marrón.

Torno a sentir el momento
que hace una década fue.
Voy doblando flor y viento,
agua y nube con mi pie.

Torno a sentir el momento
que hace una década fue.

Azul lechoso en la onda.
Lento, el pelícano va.
En la tarde, ya tan honda,
mi espíritu triste está.

Azul lechoso en la onda.
Lento, el pelícano va.

Un barco en el horizonte.
Punzándome, la ansiedad.
En la lejanía, un monte.
Junto a mí, la soledad.

Un barco en el horizonte.
Punzándome, la ansiedad.

Una canción marinera
ahora mismo he de cantar
en la amarilla ribera
de mi bienamado mar.

Una canción marinera
ahora mismo he de cantar.



Federico García Lorca

gacela del recuerdo del amor

-- de Federico García Lorca --

No te lleves tu recuerdo.
Déjalo solo en mi pecho,
temblor de blanco cerezo
en el martirio de enero.
Me separa de los muertos
un muro de malos sueños.
Doy pena de lirio fresco
para un corazón de yeso.
Toda la noche, en el huerto
mis ojos, como dos perros.
Toda la noche, corriendo
los membrillos de veneno.
Algunas veces el viento
es un tulipán de miedo,
es un tulipán enfermo,
la madrugada de invierno.
Un muro de malos sueños
me separa de los muertos.
La niebla cubre en silencio
el valle gris de tu cuerpo.
Por el arco del encuentro
la cicuta está creciendo.
Pero deja tu recuerdo
déjalo solo en mi pecho.
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Alejandra Pizarnik

salvación

-- de Alejandra Pizarnik --

Se fuga la isla
y la muchacha vuelve a escalar el viento
y a descubrir la muerte del pájaro profeta
ahora
es el fuego sometido
ahora
es la carne
la hoja
la piedra
perdidos en la fuente del tormento
como el navegante en el horror de la civilación
que purifica la caída de la noche
ahora
la muchacha halla la máscara del infinito
y rompe el muro de la poesía.



Alejandra Pizarnik

noche

-- de Alejandra Pizarnik --

Correr no sé donde
aquí o allá
singulares recodos desnudos
basta correr!
trenzas sujetan mi anochecer
de caspa y agua colonia
rosa quemada fósforo de cera
creación sincera en surco capilar
la noche desanuda su bagaje
de blancos y negros
tirar detener su devenir

salvación

se fuga la isla.
Y la muchacha vuelve a escalar el viento
y a descubrir la muerte del pájaro profeta.
Ahora
es la carne
la hoja
la piedra
perdidas en la fuente del tormento
como el navegante en el horror de la civilización
que purifica la caída de la noche.
Ahora
la muchacha halla la máscara del infinito
y rompe el muro de la poesiacutea.



Alejandra Pizarnik

madrugada

-- de Alejandra Pizarnik --

Desnudo soñando una noche solar.
He yacido días animales.
El viento y la lluvia me borraron
como a un fuego, como a un poema
escrito en un muro.



Alejandra Pizarnik

sombras de los días a venir

-- de Alejandra Pizarnik --

A ivonne a. Bordelois

mañana
me vestirán con cenizas al alba,
me llenarán la boca de flores,
aprenderé a dormir
en la memoria de un muro,
en la respiració
de un animal que sueña.



Amado Nervo

bienaventurados

-- de Amado Nervo --

¡bienaventurados,
los dignificados
por la dignidad glacial de la muerte;
los invulnerables ya para los hados,
una y misma cosa ya con el dios fuerte!
¡bienaventurados!
bienaventurados los que destruyeron
el muro ilusorio de espacio y guarismos;
los que a lo absoluto ya por fin volvieron;
los que ya midieron todos los abismos.
Bienaventurada, dulce muerta mía,
a quien he rezado como letanía
de fe, poesía
y amor, estas páginas... Que nunca leerás.
Por quien he vertido, de noche y de día,
todas estas lágrimas... Que no secarás.



Amado Nervo

ella ove de subito dissio

-- de Amado Nervo --

Dante: paraíso
si tras el negro muro de granito
de la muerte hay un mundo, un más allá,
al cruzar el dintel del infinito
mi pregunta primer, mi primer grito,
ha de ser: y ella, y ella, ¿dónde está?
y una vez que te encuentre, penetrado
de una inmensa y sublime gratitud
para quien quiso fuera de ti amado
y me permite haberte recobrado,
¡a qué pedir más beatitud!



Amado Nervo

El celaje

-- de Amado Nervo --

¿A dónde fuiste, amor; a dónde fuiste?
Se extinguió en el poniente el manso fuego,
y tú que me decías: "hasta luego,
volveré por la noche"... ¡No volviste!

¿En qué zarzas tu pie divino heriste?
¿Qué muro cruel te ensordeció a mi ruego?
¿Qué nieve supo congelar tu apego
y a tu memoria hurtar mi imagen triste?

¡Amor, ya no vendrás! En vano, ansioso,
de mi balcón atalayando vivo
el campo verde y el confín brumoso.

Y me finge un celaje fugitivo
nave de luz en que, al final reposo,
va tu dulce fantasma pensativo.



Leandro Fernández de Moratín

A la capilla del Pilar de Zaragoza

-- de Leandro Fernández de Moratín --

Estos que levantó de mármol duro
sacros altares la ciudad famosa,
a quien del Ebro la corriente undosa
baña los campos y el soberbio muro,

serán asombro en el girar futuro
de los siglos, basílica dichosa,
donde el Señor en majestad reposa,
y el culto admite reverendo y puro.

Don que la fe dictó, y erige, eterno,
religiosa nación a la divina
Madre que adora en simulacro santo:

por él, vencido el odio del Averno,
gloria inmortal el cielo la destina,
que tan alta piedad merece tanto.



Lope de Vega

al sepulcro de amor, que contra el filo

-- de Lope de Vega --

Al sepulcro de amor, que contra el filo
del tiempo hizo artemisia vivir claro,
a la torre bellísima de faro,
un tiempo de las naves luz y asilo;
al templo efesio de famoso estilo,
al coloso del sol, único y raro,
al muro de semíramis reparo,
y a las altas pirámides del nilo;
en fin, a los milagros inauditos,
a júpiter olímpica, y al templo,
pirámides, coloso y mauseolo;
y a cuantos hoy el mundo tiene escritos,
en fama vence de mi fe el ejemplo,
que es mayor maravilla mi amor solo.



Lope de Vega

Este, si bien sarcófago, no duro

-- de Lope de Vega --

Este, si bien sarcófago, no duro
pórfido, aquel cadáver bravo observa,
por quien de mures tímida caterva
recóndita cubrió terrestre muro.

La Parca, que ni al joven ni al maturo
su destinado límite reserva
ministrándole pólvora superba
mentido rayo disparó seguro.

Ploren tu muerte Henares, Tajo, Tormes
que el patrio Manzanares, que eternizas,
lágrimas mestas libará conformes.

Y no le faltarán a tus cenizas;
pues viven tantos gatos multiformes
de lenguas largas y de manos mizas.



Lope de Vega

Halló Baco la parra provechosa

-- de Lope de Vega --

Halló Baco la parra provechosa,
Ceres el trigo, Glauco el hierro duro,
los de Lidia el dinero mal seguro,
Casio la estatua en ocasión famosa,

Apis la medicina provechosa,
Marte las armas y Nemrot el muro,
Scitia el cristal, Galacia el ámbar puro,
y Polignoto la pintura hermosa.

Triunfos Libero, anillos Prometeo,
Alejandro papel, llaves Teodoro,
Radamanto la ley, Roma el gobierno,

Palas vestidos, carros Ericteo,
la plata halló Mercurio, Cadmo el oro,
Amor el fuego y celos el infierno.



Lope de Vega

Llorar cuando nací, señal fue cierta

-- de Lope de Vega --

Llorar cuando nací señal fue cierta
de la miseria del vivir futuro,
¿pues qué será de la vida que procuro,
si lágrimas le aguardan a la puerta?
Incierto el cuando, aunque la muerte cierta,
¿cómo a tantos peligros me aventuro?
¿Qué tiene el alma por defensa y muro,
aunque de terrapleno está cubierta
Oh, pues, vida, llorad; llorar conviene,
que no reír, pues si reír pretendo,
no es el efeto que esta causa tiene.
Proporcionad el medio, porque entiendo
que, si reís, impropiamente viene
nacer llorando con vivir riendo



Lope de Vega

Océano mar, que desde el frío Arturo

-- de Lope de Vega --

Océano mar, que desde el frío Arturo
las antárticas márgenes combates,
así con vientos prósperos dilates
las ondas de tu campo crespo y puro,

que a la Armada Católica seguro
una laguna de cristal retrates;
vuelve a don Félix que dejó su Acates
salvo a lo menos a su patrio muro.

Y tú, que con la espada en el Piamonte,
Castilla, Portugal, Italia y Flandes,
Girón, que entre los rayos del sol vive;

y con la pluma en el Castalio monte
has hecho hazañas de valor tan grandes,
sé César español, vence y escribe.



Lope de Vega

Trece son los tudescos que el hosquillo

-- de Lope de Vega --

Trece son los tudescos que el hosquillo
hirió en la fiesta, aunque en conciencia jura
que no lo hizo adrede, y me asegura
que él iba a sus negocios al Sotillo.

Mas, descortés, el socarrón torillo,
sin hacer al balcón de oro mesura,
desbarató la firme arquitectura
del muro colorado y amarillo.

Y como el polvo entre las nubes pardas
no le dejaba ejecutar sus tretas,
por tantas partes se metió en las guardas,
que muchos que mostraron las secretas
en vez de las rompidas alabardas
llevaban en las manos las bra etc.



Lope de Vega

Ardese Troya, y sube el humo escuro

-- de Lope de Vega --

Ardese Troya, y sube el humo escuro
al enemigo cielo, y entretanto,
alegre, Juno mira el fuego y llanto:
¡venganza de mujer, castigo duro!

El vulgo, aun en los templos mal seguro,
huye, cubierto de amarillo espanto;
corre cuajada sangre el turbio Janto,
y viene a tierra el levantado muro.

Crece el incendio propio el fuego extraño,
las empinadas máquinas cayendo,
de que se ven rüinas y pedazos.

Y la dura ocasión de tanto daño,
mientras vencido Paris muere ardiendo,
del griego vencedor duerme en los brazos.



Lope de Vega

Al triunfo de Judit

-- de Lope de Vega --

Cuelga sangriento de la cama al suelo
el hombro diestro del feroz tirano,
que opuesto al muro de Betulia en vano,
despidió contra sí rayos al cielo.

Revuelto con el ansia el rojo velo
del pabellón a la siniestra mano,
descubre el espectáculo inhumano
del tronco horrible, convertido en hielo.

Vertido Baco, el fuerte arnés afea
los vasos y la mesa derribada,
duermen las guardas, que tan mal emplea;

y sobre la muralla coronada
del pueblo de Israel, la casta hebrea
con la cabeza resplandece armada.



Luis Cernuda

en soledad. no se siente

-- de Luis Cernuda --

El mundo, que un muro sella;
la lámpara abre su huella
sobre el diván indolente.
Acogida está la frente
al regazo del hastío.
¿Qué ausencia, qué desvarío
a la belleza hizo ajena?
tu juventud nula, en pena
el blanco papel vacío.



Góngora

De pura honestidad templo sagrado

-- de Góngora --

De pura honestidad templo sagrado,
cuyo bello cimiento y gentil muro
de blanco nácar y alabastro duro
fue por divina mano fabricado;

pequeña puerta de coral preciado,
claras lumbreras de mirar seguro
que a la esmeralda fina el verde puro
habéis para viriles usurpado;

soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
al claro sol, en cuanto en torno gira,
ornan de luz, coronan de belleza;

ídolo bello, a quien humilde adoro,
oye piadoso al que por ti suspira,
tus himnos canta, y tus virtudes reza.



Góngora

A Córdoba

-- de Góngora --

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran rio, gran rey de Andalucia,
de arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!

Si entre aquella ruinas y despojos
que enriquece Genil y Darro baña
tu memoria no fue alimento mío,

¡nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tus muros, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, oh patria, oh flor de España!



Luis Gonzaga Urbina

hechicera

-- de Luis Gonzaga Urbina --

No sentí cuando entraste; estaba oscuro,
en la penumbra de un ocaso lento,
el parque antiguo de mi pensamiento
que ciñe la tristeza, cual un muro.

Te vi llegar a mí como un conjuro,
como el prodigio de un encantamiento,
como la dulce aparición de un cuento:
blanca de nieve y blonda de oro puro.

Un hálito de abril sopló en mi otoño;
en cada fronda reventó un retoño;
en cada viejo nido, hubo canciones;

y, entre las sombras de jardín errantes
luciérnagas brillaron, como antes
de mi postrer dolor, las ilusiones.



Luis Muñoz Rivera

las campanas

-- de Luis Muñoz Rivera --

Ya sé lo que dicen
las roncas campanas
cuando en recio y confuso desorden,
agitan con fuerza sus lenguas metálicas.

Anuncian dolientes
la hora del alba,
porque el astro que sube a los cielos
es astro que alumbra vergüenzas y lagrimas.

Al pueblo congregan
y escuchan con rabia
por las naves del templo sombrío
subir a la altura la humilde plegaria,

en tanto que a gritos
exige la patria
ancho muro de pechos viriles,
de pólvora en estruendos y choque de espadas.

Ya sé lo que dicen
las roncas campanas
cuando vibran en brusco desorden:
ya sé lo que dicen: ¡venganza! ¡venganza!



Lupercio Leonardo de Argensola

Al sueño (Argensola)

-- de Lupercio Leonardo de Argensola --

Imagen espantosa de la muerte,
sueño cruel, no turbes más mi pecho,
mostrándome cortado el nudo estrecho,
consuelo solo de mi adversa suerte.

Busca de algún tirano el muro fuerte,
de jaspe las paredes, de oro el techo,
o el rico avaro en el angosto lecho
haz que temblando con sudor despierte.

El uno vea popular tumulto
romper con furia las herradas puertas,
o al sobornado siervo el hierro oculto;

el otro, sus riquezas descubiertas
con llave falsa o con violento insulto:
y déxale al amor sus glorias ciertas.



Manuel Bretón de los Herreros

Los dos padres

-- de Manuel Bretón de los Herreros --

Padres los dos felices algún día
de dos hermosas vírgenes, al cielo
plugo arrancarlas del humano suelo
que tan sublime don no merecía.

Guarda a la tuya austera celosía,
candado eterno, religioso velo,
y a la antorcha imperial ¡ay desconsuelo
súbita muerte arrebató la mía!

Tú al menos de su voz tierna y piadosa
el son puedes oír cabe el sagrado
inaccesible muro que la esconde;

yo al frío mármol, do mi bien reposa
corro en amargas lágrimas bañado;
llamo, torno a llamar... ¡Nadie responde!



Jaime Sabines

dice rubén

-- de Jaime Sabines --

Dice rubén
dice rubén que quiere la eternidad, que pelea por esa memoria delos hombres para un siglo, o dos, o veinte. Y yo pienso que esa eternidadno es más que una prolongación, menguada y pobre, de nuestraexistencia.
Hay que estar frente a un muro. Y hay que saber que entre nuestros puñosque golpean y el lugar del golpe, allí está la eternidad.
Creer en la supervivencia del alma, o en la memoria de los hombres,es lo mismo que creer en dios, es lo mismo que cargar su tabla mucho antesdel naufragio.



Jaime Torres Bodet

dédalo

-- de Jaime Torres Bodet --

Menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.
Quevedo
enterrado vivo
en un infinito
dédalo de espejos,
me oigo, me sigo,
me busco en el liso
muro del silencio.
Pero no me encuentro.
Palpo, escucho, miro.
Por todos los ecos
de este laberinto,
un acento mío
está pretendiendo
llegar a mi oído...
Pero no lo advierto.
Alguien está preso
aquí, en este frío
lúcido recinto,
dédalo de espejos...
Alguien, al que imito.
Si se va, me alejo.
Si regresa, vuelvo.
Si se duerme, sueño.
«¿Eres tú?», me digo...
Pero no contesto.
Perseguido, herido
por el mismo acento
-que no sé si es mío-
contra el eco mismo
del mismo recuerdo,
en este infinito
dédalo de espejos
enterrado vivo.



Jaime Torres Bodet

túnel

-- de Jaime Torres Bodet --

Una antorcha enemiga
alumbra mientras duermes el profundo
túnel que de mi amor a tu alma lleva.
Con invisibles puños
¿qué taciturno guardia la sustenta?
quiero avanzar... Y me detiene un muro
de colérico sol. Pretendo entonces
retroceder y siento que una puerta
se cierra tras de mí siempre que dudo...
En plena luz me quedo
trémulo, terco, ciego imaginando
no más el golpe brusco
con que, al cortar tu sueño,
me arrojará a la aurora, sin antorchas,
otro invisible centinela mudo.



Jorge Guillén

ya se acortan las tardes

-- de Jorge Guillén --

Ya se acortan las tardes
ya se acortan las tardes, ya el poniente
nos descubre los más hermosos cielos,
maya sobre las apariencias velos
pone, dispone, claros a la mente.
Ningún engaño en sombra ni en penumbra,
que a los ojos encantan con matices
fugitivos, instantes muy felices
de pasar frente al sol que los alumbra.
Nos seduce este cielo de tal vida,
el curso de la gran naturaleza
que acorta la jornada, no perdida
si hacia la luz erguimos la cabeza.
Siempre ayuda la calma de esta hora,
lenta en su inclinación hasta lo oscuro,
y se percibe un ritmo sobre el muro
que postrero fulgor ahora dora.
Este poniente sin melancolía
nos sume en el gran orden que nos salva,
preparación para alcanzar el alba,
también serena aunque mortal el día.



Jorge Luis Borges

el sueño

-- de Jorge Luis Borges --

Si el sueño fuera (como dicen) una
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?
¿por qué es tan triste madrugar? la hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que sólo es traducible
en un sopor que la vigilia dora
de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orbe intemporal que no se nombra
y que el día deforma en sus espejos.
¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?



Jorge Riechmann

20

-- de Jorge Riechmann --

Mientras los escolares de berlín oeste
andan a la rebatiña por un pedrusco del tan frágil muro
la guerrilla salvadoreña lanza una ofensiva para derribar algobierno
los telediarios franceses alternan
cinco minutos de momentos históricos
con cinco minutos de publicidad.
¿El siglo de las guerras civiles
desemboca realmente en wagner?
bienaventuradas las multinacionales
porque ellas heredarán la tierra.



César Vallejo

entre el dolor y el placer median tres criaturas

-- de César Vallejo --

Entre el dolor y el placer median tres criaturas,
de las cuales la una mira a un muro,
la segunda usa de ánimo triste
y la tercera avanza de puntillas;
pero, entre tú y yo,
sólo existen segundas criaturas.
Apoyándose en mi frente,
el día conviene en que, de veras,
hay mucho de exacto en el espacio;
pero, si la dicha, que, al fin, tiene un tamaño,
principia ¡ay! por mi boca,
¿quién me preguntará por mi palabra?
al sentido instantáneo de la eternidad
corresponde
este encuentro investido de hilo negro,
pero a tu despedida temporal,
tan sólo corresponde lo inmutable,
tu criatura, el alma, mi palabra.



César Vallejo

encajes de fiebres

-- de César Vallejo --

Encajes de fiebre
por los cuadros de santos en el muro colgados
mis pupilas, arrastran un layl de anochecer;
y en un temblor de fiebre, con los brazos cruzados,
mi ser recibe vaga visita del noser:
una mosca llorona en los muebles cansados
yo no sé qué leyenda fatal quiere verter:
una ilusión de orientes que fugan asaltados;
un nido azul de alondras que mueren al nacer.
En un sillón antiguo sentado está mi padre.
Como una dolorosa, entra y sale mi madre:
y al verlos siento un algo que no, quiere partir...
Porque antes. De la oblea que es hostia, hecha de ciencia,
está la hostia, oblea hecha de providencia...
Y la visita nace, me ayuda a bienvivir...



César Vallejo

Encajes de fiebre

-- de César Vallejo --

Por los cuadros de santos en el muro colgados
mis pupilas, arrastran un ¡ay! de anochecer;
y én un temblor de fiebre, con los brazos cruzados,
mi ser recibe vaga visita del Noser:

Una mosca llorona en los muebles cansados
yo no sé qué leyenda fatal quiere verter:
una ilusión de Orientes que fugan asaltados;
un nido azul de alondras que mueren al nacer.
En un sillón antiguo sentado está mi padre.
Como una Dolorosa, entra y sale mi madre:
Y al verlos siento un algo que no quiere partir.

Porque antes. De la oblea que es hostia, hecha de Ciencia,
está la hostia, oblea hecha de Providencia.
Y la.Visita nace, me ayuda a bien vivir...



Dulce María Loynaz

espejismo

-- de Dulce María Loynaz --

Tú eres un espejismo en mi vía.
Tú eres una mentira de agua
y sombra en el desierto. Te miran
mis ojos y no creen en ti.
No estás en mi horizonte, no brillas
aunque brilles con una luz de agua...
¡No amarras aunque amarres la vida!...
No llegas aunque llegues, no besas
aunque beses... Reflejo, mentira
de agua tus ojos. Ciudad
de plata que me miente el prisma,
tus ojos... El verde que no existe,
la frescura de ninguna brisa,
la palabra de fuego que nadie
escribió sobre el muro... ¡Yo misma
proyectada en la noche por mi
ensueño, eso tú eres!... No brillas
aunque brilles... No besa tu beso...
¡Quien te amó sólo amaba cenizas!...



Dulce María Loynaz

el miedo

-- de Dulce María Loynaz --

No fue nunca.

Lo pensaste quizás
porque la luna roja bañó el cielo de sangre
o por la mariposa
clavada en el muestrario de cristal.
Pero no fue: los astros se engañaron...
Y se engañó el oído
pegado noche y día al muro del silencio,
y el ojo que horadaba la distancia...
¡El miedo se engañó!... Fue el miedo. El miedo
y la vigilia del amor sin lámpara...
No sucedió jamás:
jamás. Lo pareció por lo sesgado,
por lo fino y lo húmedo y lo obscuro...
Lo pareció tal vez de tal manera
que un instante la boca se nos llenó de tierra
como a los muertos...
¡Pero no fue!... ¡Ese día no existió
en ningún almanaque del mundo!...

De veras, no existió... La vida es buena.



Dulce María Loynaz

la mujer de humo

-- de Dulce María Loynaz --

Hombre que me besas,
hay humo en tus labios.
Hombre que me ciñes,
viento hay en tus brazos.

Cerraste el camino,
yo seguí de largo;
alzaste una torre,
yo seguí cantando...

Cavaste la tierra,
yo pasé despacio...
Levantaste un muro
¡yo me fui volando!...

Tu tienes la flecha:
yo tengo el espacio;
tu mano es de acero
y mi pie es de raso...

Mano que sujeta,
pie que escapa blando...
¡Flecha que se tira!...
(El espacio es ancho...)

Soy lo que no queda
ni vuelve. Soy algo
que disuelto en todo
no está en ningún lado...

Me pierdo en lo oscuro,
me pierdo en lo claro,
en cada minuto
que pasa... En tus manos.

Humo que se crece,
humo fino y largo,
crecido y ya roto
sobre un cielo pálido...

Hombre que me besas,
tu beso es en vano...
Hombre que me cines:
¡nada hay en tus brazos!



Emilio Bobadilla

El héroe delincuente

-- de Emilio Bobadilla --

La guerra es un absurdo; la vida es otro absurdo;
el análisis todo a polvo lo reduce
y en lo íntimo de todo descubre el más palurdo
la falsedad que al pronto nos engaña y seduce.

La realidad es móvil, iluso el intelecto,
y la moral, sofística, y la ley, arbitraria;
al prejuicio el espíritu se muestra siempre afecto
como al muro se adhiere la inútil parietaria.

En la paz rige un código y en la guerra otro rige;
tiene un criterio sólo y una moral la Historia,
y una verdad de tales paradojas colige...

Me explico tu sorpresa en trance tal al verte:
porque mataste a muchos, te cubrieron de gloria;
porque mataste a uno, te condenan a muerte...



Emilio Bobadilla

El reloj de la iglesia

-- de Emilio Bobadilla --

El río se desangra por invisibles venas
y a veces por lo denso parece que se para.
¡De cuántas sollozantes y ominosas escenas
fué testigo su linfa, ayer tranquila y clara!

Resuenan por las calles monásticas los sables
y proyecta la luna sombras escurridizas:
sombras escurridizas de gentes miserables,
sin hogar y famélicas, las ropas hechas trizas.

Sin cabeza, a lo lejos, maltrecho el campanario,
que vigilaba el llano, sombrío se destaca
y clavado en el muro del templo milenario

del reloj el cuadrante, que se paró marcando
la hora —como en brusca parálisis cardíaca—
¡la hora inolvidable del bombardeo nefando!



Julián del Casal

un torero

-- de Julián del Casal --

Tez morena encendida por la navaja,
pecho alzado de eunuco, talle que aprieta
verde faja de seda, bajo chaqueta
fulgurante de oro cual rica alhaja.
Como víbora negra que un muro baja
y a mitad del camino se enrosca quieta,
aparece en su nuca fina coleta
trenzada por los dedos de amante maja.
Mientras aguarda oculto tras un escaño
y cubierta la espada con rojo paño
que, mugiendo, a la arena se lance el toro,
sueña en trocar la plaza febricitante
en purpúreo torrente de sangre humeante
donde quiebre el ocaso sus flechas de oro.



Octavio Paz

entre irse y quedarse

-- de Octavio Paz --

Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia.
La tarde circular es ya bahía:
en su quieto vaivén se mece el mundo.
Todo es visible y todo es elusivo,
todo está cerca y todo es intocable.
Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz
reposan a la sombra de sus nombres.
Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.
La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.
En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.
Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.



Octavio Paz

la cara y el viento

-- de Octavio Paz --

Bajo un sol inflexible
llanos ocres, colinas leonadas.
Trepé por un breñal una cuesta de cabras
hacia un lugar de escombros:
pilastras desgajadas, dioses decapitados.
A veces, centelleos subrepticios:
una culebra, alguna lagartija.
Agazapados en las piedras,
color de tinta ponzoñosa,
pueblos de bichos quebradizos.
Un patio circular, un muro hendido.
Agarrada a la tierra nudo ciego,
árbol todo raíces la higuera religiosa.
Lluvia de luz. Un bulto gris: el buda.
Una masa borrosa sus facciones,
por las escarpaduras de su cara
subían y bajaban las hormigas.
Intacta todavía,
todavía sonrisa, la sonrisa:
golfo de claridad pacífica.
Y fui por un instante diáfano
viento que se detiene,
gira sobre sí mismo y se disipa.



Octavio Paz

crepúsculos de la ciudad ii

-- de Octavio Paz --

Mudo, tal un peñasco silencioso
desprendido del cielo, cae, espeso,
el cielo desprendido de su peso,
hundiéndose en sí mismo, piedra y pozo.
Arde el anochecer en su destrozo;
cruzo entre la ceniza y el bostezo
calles en donde lívido, de yeso,
late un sordo vivir vertiginoso;
lepra de livideces en la piedra
trémula llaga torna a cada muro;
frente a ataúdes donde en rasos medra
la doméstica muerte cotidiana,
surgen, petrificadas en lo oscuro,
putas: pilares de la noche vana.



Octavio Paz

crepúsculos de la ciudad iv (cielo)

-- de Octavio Paz --

(cielo)
frío metal, cuchillo indiferente,
páramo solitario y sin lucero,
llanura sin fronteras, toda acero,
cielo sin llanto, pozo, ciega fuente.
Infranqueable, inmóvil, persistente,
muro total, sin puertas ni asidero,
entre la sed que da tu reverbero
y el otro cielo prometido, ausente.
Sabe la lengua a vidrio entumecido,
a silencio erizado por el viento,
a corazón insomne, remordido.
Nada te mueve, cielo, ni te habita.
Quema el alma raíz y nacimiento
y en sí misma se ahonda y precipita.



Pablo Neruda

soneto lxxix cien sonetos de amor (1959) noche

-- de Pablo Neruda --

De noche, amada, amarra tu corazón al mío
y que ellos en el sueño derroten las tinieblas
como un doble tambor combatiendo en el bosque
contra el espeso muro de las hojas mojadas.
Nocturna travesía, brasa negra del sueño
interceptando el hilo de las uvas terrestres
con la puntualidad de un tren descabellado
que sombra y piedras frías sin cesar arrastrara.
Por eso, amor, amárrame el movimiento puro,
a la tenacidad que en tu pecho golpea
con las alas de un cisne sumergido,
para que a las preguntas estrelladas del cielo
responda nuestro sueño con una sola llave,
con una sola puerta cerrada por la sombra.



Pablo Neruda

soneto xxxviii cien sonetos de amor (1959) mediodía

-- de Pablo Neruda --

Tu casa suena como un tren a mediodía,
zumban las avispas, cantan las cacerolas,
la cascada enumera los hechos del rocío,
tu risa desarrolla su trino de palmera.
La luz azul del muro conversa con la piedra,
llega como un pastor silbando un telegrama
y entre las dos higueras de voz verde
homero sube con zapatos sigilosos.
Sólo aquí la ciudad no tiene voz ni llanto,
ni sin fin, ni sonatas, ni labios, ni bocina
sino un discurso de cascada y de leones,
y tú que subes, cantas, corres, caminas, bajas,
plantas, coses, cocinas, clavas, escribes, vuelves,
o te has ido y se sabe que comenzó el invierno.



Pablo Neruda

la rama robada

-- de Pablo Neruda --

La rama robada
en la noche entraremos
a robar
una rama florida.
Pasaremos el muro,
en las tinieblas del jardín ajeno,
dos sombras en la sombra.
Aún no se fue el invierno,
y el manzano aparece
convertido de pronto
en cascada de estrellas olorosas.
En la noche entraremos
hasta su tembloroso firmamento,
y tus pequeñas manos y las mías
robarán las estrellas.
Y sigilosamente,
a nuestra casa,
en la noche y la sombra,
entrará con tus pasos
el silencioso paso del perfume
y con pies estrellados
el cuerpo claro de la primavera.



José Ángel Buesa

la enredadera

-- de José Ángel Buesa --

En el áureo esplendor de la mañana,
viendo crecer la enredadera verde,
mi alegría no sabe lo que pierde
y mi dolor no sabe lo que gana.
Yo fui una vez como ese pozo oscuro,
y fui como la forma de esa nube,
como ese gajo verde que ahora sube
mientras su sombra baja por el muro.
La vida entonces era diferente,
y, en mi claro alborozo matutino,
yo era como la rueda de un molino
que finge darle impulso a la corriente.
Pero la vida es una cosa vaga,
y el corazón va desconfiando de ella,
como cuando miramos una estrella,
sin saber si se enciende o si se apaga.
Mi corazón, en tránsito de fuego,
ardió de llama en llama, pero en vano,
porque fue un ciego que extendió la mano
y sólo halló la mano de otro ciego.
Y ahora estoy acodado en la ventana,
y mi dolor no sabe lo que pierde
ni mi alegría sabe lo que gana,
viendo crecer la enredadera verde
en el áureo esplendor de la mañana.



Juan Bautista Arriaza

A Mariano de Arriaza

-- de Juan Bautista Arriaza --

Hoy se presenta a mi memoria triste
tu fin sangriento ¡oh malogrado hermano!
Con tanta pena, que la gloria en vano
tu cara imagen de laurel reviste.

«Viva mi patria, y muera yo» dijiste,
firme en el muro, y con espada en mano;
responde el trueno del cañón tirano,
y envuelto en sangre a su rigor cediste.

Consternación, pavor, silencio, y llama
siguió al desmayo de tu brazo fuerte,
y sobre tu sepulcro se derrama.

¡Ay! Que también en el morir hay suerte,
que el terror mismo enmudeció a la Fama,
y el mundo ignora tan gloriosa muerte.



Juan de Arguijo

Dido y Enéas

-- de Juan de Arguijo --

De la fenisa reina importunado
El teucro huésped, le contaba el duro
Estrago que asoló el troyano muro
Y echó por tierra el Ilíon sagrado;

Contaba la traición y no esperado
Engaño de Sinon falso y perjuro,
El derramado fuego, el humo oscuro,
Y Anquíses en sus hombros reservado;

Contó la tempestad que, embravecida,
Causó á sus naves lamentable daño,
Y de Juno el rigor no satisfecho;

Y mientras Dido escucha enternecida
Las griegas armas y el incendio extraño,
Otro nuevo y mayor le abrasa el pecho.



Juan de Arguijo

Píramo

-- de Juan de Arguijo --

«Tú, de la noche gloria y ornamento,
Errante luna, que oyes mis querellas;
Y vosotras, clarísimas estrellas,
Luciente honor del alto firmamento,

»Pues ha subido allá de mi lamento
El son y de mi fuego las centellas,
Sienta vuestra piedad, ¡oh luces bellas!
Si la merece; mi amoroso intento.»

Esto diciendo, deja el patrio muro
El desdichado Píramo, y de Nino
Parte al sepulcro, donde Tísbe espera.

¡Pronóstico infeliz, presagio duro
De infaustas bodas, si ordenó el destino
Que un túmulo por tálamo escogiera!



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xlii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma,
¡y entonces comprendi por qué se llora,
y entonces comprendi por qué se mata!
pasó la nube de dolor..., Con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo
¡me hacia un gran favor!... Le di las gracias.



Hernando de Acuña

Después, Amor, que me privó tu mano

-- de Hernando de Acuña --

Después, Amor, que me privó tu mano
de aquella vista en que vivía seguro,
es vuelto en escabroso estilo y duro
el mío, que antes era humilde y llano;

y en tal extremo, que si el más liviano
dolor que siento declarar procuro,
voy por áspera peña o alto muro
para haber de llegar al más cercano.

La lengua al pronunciar está turbada,
que en tantas tan dañosas ocasiones
cada cual se le ofrece por primera:

así sale la voz flaca y cansada,
y tan confusa de entre mil pasiones,
que de ninguna da razón entera.



Vicente Riva Palacio

La muerte del tirano

-- de Vicente Riva Palacio --

Herido está de muerte, vacilante
Y con el paso torpe y mal seguro
Apoyo busca en el cercano muro
Pero antes se desploma palpitante.

El que en rico palacio deslumbrante
Manchó el ambiente con su aliento impuro,
De ajeno hogar en el recinto oscuro
La negra eternidad mira delante.

Se extiende sin calor la corrompida
Y negra sangre que en el seno vierte
de sus cárdenos labios la ancha herida,

y el mundo dice al contemplarte inerte:
Escarnio a la virtud era su vida:
vindicta del derecho fue su muerte'.



Antonio Machado

El limonero lánguido suspende

-- de Antonio Machado --

El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta,
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro...
Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo
que el hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia,
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.
Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan...
Sí, te conozco tarde alegre y clara,
casi de primavera.



Antonio Machado

En medio de la plaza y sobre tosca piedra

-- de Antonio Machado --

En medio de la plaza y sobre tosca piedra,
el agua brota y brota. En el cercano huerto
eleva, tras el muro ceñido por la hiedra,
alto ciprés, la mancha de su ramaje yerto.
La tarde está cayendo frente a los caserones
de la ancha plaza en sueños. Relucen las vidrieras
con ecos mortecinos de sol. En los balcones
hay formas que parecen confusas calaveras.
La calma es infinita en la desierta plaza,
donde pasea el alma su traza de alma en pena.
El agua brota y brota en la marmórea taza.
En todo el aire en sombra no más que el agua suena.



Antonio Machado

Fantasía iconográfica

-- de Antonio Machado --

La calva prematura
brilla sobre la frente amplia y severa;
bajo la piel de pálida tersura
se trasluce la fina calavera.
Mentón agudo y pómulos marcados
por trazos de un punzón adamantino;
y de insólita púrpura manchados
los labios que soñara un florentino.
Mientras la boca sonreír parece,
los ojos perspicaces,
que un ceño pensativo empequeñece,
miran y ven, profundos y tenaces.
Tiene sobre la mesa un libro viejo
donde posa la mano distraída.
Al fondo de la cuadra, en el espejo,
una tarde dorada está dormida.
Montañas de violeta
y grasientos breñales,
la tierra que ama el santo y el poeta,
los buitres y las águilas caudales.
Del abierto balcón al blanco muro
va una franja de sol anaranjada
que inflama el aire, en el ambiente oscuro
que envuelve la armadura arrinconada.



Antonio Machado

Húmedo está, bajo el laurel, el banco

-- de Antonio Machado --

Húmedo está, bajo el laurel, el banco
de verdinosa piedra;
lavó la lluvia, sobre el muro blanco,
las empolvadas hojas de la hiedra.
Del viento del otoño el tibio aliento
los céspedes undula, y la alameda
conversa con el viento...
¡El viento de la tarde en la arboleda!
Mientras el sol en el ocaso esplende
que los racimos de la vid orea,
y el buen burgués, en su balcón enciende
la estoica pipa en que el tabaco humea,
voy recordando versos juveniles...
¿Qué fue de aquel mi corazón sonoro?
¿Será cierto que os vais, sombras gentiles,
huyendo entre los árboles de oro?



Antonio Ros de Olano

El conde don Julián

-- de Antonio Ros de Olano --

Dentro el alcázar de doblado muro,
frontero al campo de Tarik, leía
en letra de Florinda, y repetía,
aún de sus mismos ojos mal seguro:

«Cerró mi boca con su labio impuro...
¡Hembra débil, su fuerza me oprimía!
Por vos fiada a quien su guarda os fía,
mi afrenta acusa al forzador perjuro...»

Y, al sacudir la gótica melena,
león que yerra el salto carnicero,
subió al adarbe, descolló en la almena;

Padre ofendido, desciñó el acero;
tendió la puente; y la cristiana arena
manchó la planta del traidor primero.



Anónimo

Romance del cerco de Baeza

-- de Anónimo --

Cercada tiene a Baeza — ese arráez Andalla Mir,
con ochenta mil peones, — caballeros cinco mil.
Con él va ese traidor, — el traidor de Pero Gil.
Por la puerta de Bedmar — la empieza de combatir;
ponen escalas al muro, — comiénzanle a conquerir;
ganada tiene una torre, — no le pueden resistir,
cuando de la de Calonge — escuderos vi salir.
Ruy Fernández va delante, — aquese caudillo ardil,
arremete con Andalla, — comienza de le ferir,
cortado le ha la cabeza, — los demás dan a fuir.



Manuel María de Arjona

A Cicerón

-- de Manuel María de Arjona --

Pende en el foro, triunfo de un malvado,
la cabeza de aquel que la ruina
evitó a Roma, muerto Catilina,
y padre de la patria fue aclamado.

La ve el pueblo en los Rostros conturbado,
y un mudo horror los ánimos domina;
en los Rostros, do aquella voz divina
fue de la libertad muro sagrado.

¡O Cicerón! si tantos beneficios
paga tu ingrata patria de esta suerte,
¿cómo espera magnánimos patricios?

Mas ¿qué importa el morir? Témante ¡o muerte!
los viles siervos del poder y vicios,
pero el sabio ¿qué tiene que temerte?



Marilina Rébora

el antiguo jardín

-- de Marilina Rébora --

El antiguo jardín
quedó abrazada al muro, amante, la glicina,
y grávido de frutos de oro, el limonero;
la cola de tijera mostró una golondrina
y el gorrión revolando, de píos mensajero.
Debajo de los árboles era la hierba fina
que peinara amoroso, a diario el jardinero;
la estrella federal sangraba en cada esquina
y, cual si fuera única, en su patita, el tero.
Así pasó el jardín de mis juegos de otrora
paraíso de sueños, tierra de fantasía
para que la nostalgia lo añore tanto ahora.
Aunque la vida mata, de a poco, acaso, es cierto
y queremos volver a la simple alegría
de un jardín, unas flores, un vergel o algún huerto.



Medardo Ángel Silva

Ofrenda a la Muerte

-- de Medardo Ángel Silva --

Muda nodriza, llave de nuestros cautiverios,
¿oh, Tú, que a nuestro lado vas con paso de sombra,
Emperatriz maldita de los negros imperios,
cuál es la talismánica palabra que te nombra?

Punta sellada, muro donde expiran sin eco
de la humillada tribu las interrogaciones,
así como no turba la tos de pecho hueco
la perenne armonía de las constelaciones.

Yo cantaré en mis odas tu rostro de mentira,
tu cuerpo melodioso como un brazo de lira,
tus plantas que han hollado Erebos y Letheos;

y la serena gracia de tu mirar florido
que ahoga nuestras almas exentas de deseos,
en un mar de silencio, de quietud y de olvido.



Meira Delmar

este amor

-- de Meira Delmar --

Como ir casi juntos
pero no juntos,
como
caminar paso a paso
y entre los dos un muro
de cristal,
como el viento
del sur que si se nombra
¡viento del sur! parece
que se va con su nombre,
este amor.
Como el río que une
con sus manos de agua
las orillas que aparta
con sus manos de agua,
como el tiempo también,
como la vida,
que nos huyen viviéndonos,
dejándonos
cada vez menos nuestros
y más suyos,
este amor.
Como decir mañana
y estar pensando nunca,
como saber que vamos
hacia ninguna parte
y sin embargo nada
podría detenernos,
como la mansedumbre
del mar, que es el anverso
de ocultas tempestades,
este amor.
Este
desesperado amor.
!--Img



Meira Delmar

muerte en venecia

-- de Meira Delmar --

A la muerte, en venecia,
la llevan a pasear
como a una novia.
Por entre dos azules
la góndola luctuosa
se desliza,
revestida de lentos terciopelos,
y apenas se percibe
el leve golpe
de un remo y otro remo.
La sigue, despaciosa,
tal un jardín flotante,
la que porta el adiós
hecho de rosas
de los amigos.
Y cierran los dolientes
el cortejo,
que se pierde en el mar.
Los acompaña,
con un dedo en los labios,
el silencio.
No lejos la isla espera.
Tras el muro rosáceo
que la ciñe,
suben, altos y oscuros,
los cipreses.



Juan Pablo Forner

Pequeñez de las grandezas humanas

-- de Juan Pablo Forner --

Salgo del Betis a la ondosa orilla
cuando traslada el sol su nácar puro
al polo opuesto, y en el cielo oscuro
la luna ya majestüosa brilla.

Entre la opaca luz su honor humilla
la soberbia ciudad y el roto muro
que, al rigor de los siglos mal seguro,
reliquia funeral, ciñe a Sevilla.

Pierde la sombra su grandeza ufana;
la altiva población y sus destrozos
lúgubres se divisan y espantables.

Fía, Licino, en la grandeza humana;
contémplala en la noche de sus gozos,
y los verás medrosos, miserables.



Juan Pablo Forner

Salgo del Betis a la ondosa orilla

-- de Juan Pablo Forner --

Salgo del Betis a la ondosa orilla
cuando traslada el sol su nácar puro
al polo opuesto, y en el cielo oscuro
la luna ya majestuosa brilla.

Entre la opaca luz su honor humilla
la soberbia ciudad y el roto muro
que, al rigor de los siglos mal seguro,
reliquia funeral, ciñe a Sevilla.

Pierde la sombra su grandeza ufana;
la altiva población y sus destrozos
lúgubres se divisan espantables.

Fía, Licinio, en la grandeza humana;
contémplala en la noche de sus gozos,
y los verás medrosos, miserables.



Juan Ramón Jiménez

ojos de ayer

-- de Juan Ramón Jiménez --

¡ojos que quieren
mirar alegres
y miran tristes!
¡ay, no es posible
que un muro viejo
dé brillos nuevos;
que un seco tronco
(abra otras hojas)
abra otros ojos
que estos, que quieren
mirar alegres
y miran tristes!
¡ay, no es posible!



Julio Herrera Reissig

Claroscuro (II)

-- de Julio Herrera Reissig --

Son campos solariegos... Tal vez, ay! ese muro
Algún idilio trágico en su orfandad recuerde,
Y la hiedra misántropa que su mármol remuerde,
Dio sombra al gran Virgilio o a Lamartine tan puro!

El viejo caserío, chato, de aspecto duro,
Allá en los accidentes, sonámbulo, se pierde;
Y la pradera huraña mira, en éxtasis verde,
Al monte que en el cielo enfosca un gesto oscuro.

La siembra su chillona, rústica pompa viste
En pañuelos pictóricos, que van hasta los cerros,
Bordados de hortalizas, de lino, mies y alpiste...

Y en tanto, entre las roncas alarmas de los perros,
El tren se hunde en el túnel, como un ciclón de fierros,
El llanto de una gaita vuelve la tarde triste.



Julio Herrera Reissig

Bromuro

-- de Julio Herrera Reissig --

Burlando con frecuencia el vasallaje
de la tutela familiar en juego,
nos dimos citas, a favor del ciego
azar, en el jardín, tras el follaje...

Frufrutó de aventura tu aéreo traje,
sugestivo de aromas y de espliego...
Y evaporada entre mis brazos, luego,
soñaste mundos de arrebol y encaje...

Libres de la zozobra momentánea
-sin recelarnos de emergencia alguna-
en los breves silencios, oportuna

te abandonabas a mi fe espontánea;
y sobre un muro, al trascender, la luna
nos denunciaba en frágil instantánea.



Julio Herrera Reissig

decoración heráldica

-- de Julio Herrera Reissig --

Señora de mis pobres homenajes,
débote amar aunque me ultrajes.
Góngora

soñé que te encontrabas junto al muro
glacial donde termina la existencia,
paseando tu magnífica opulencia
de doloroso terciopelo oscuro.

Tu pie, decoro del marfil más puro,
hería, con satánica inclemencia,
las pobres almas, llenas de paciencia,
que aún se brindaban a tu amor perjuro.

Mi dulce amor que sigue sin sosiego,
igual que un triste corderito ciego,
la huella perfumada de tu sombra,

buscó el suplicio de tu regio yugo,
y bajo el raso de tu pie verdugo
puse mi esclavo corazón de alfombra.



Federico García Lorca

¡ay voz secreta del amor oscuro!

-- de Federico García Lorca --

¡ay voz secreta del amor oscuro!
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!
¡ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡ay perro en corazón, voz perseguida,
silencio sin confín, lirio maduro!
huye de mí, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.
¡Dejo el duro marfil de mi cabeza,
apiádate de mí, rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!
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Fernando de Herrera

Incendio de Troya

-- de Fernando de Herrera --

El bravo fuego sobre el alto muro
del soberbio Ilión crecía airado,
y todo por mil partes derramado,
se envolvía confuso en humo oscuro.

Caía traspasado por el duro
hierro, y ardía en llamas abrasado,
y se rendía al ímpetu del hado
del Frige osado al corazón seguro.

Solo el rey de Asia, muerto en la ribera,
grande tronco ¡ay cruel dolor! yacía,
y su cuerpo bañaba el ponto ciego.

¡Oh fuerza oculta de la suerte fiera!
Que cuando Troya en fuego perecía,
falte a Priamo tierra y falte fuego.



Fernando de Herrera

Mario en Cartago

-- de Fernando de Herrera --

Del peligro del mar, del hierro abierto
que vibró el fiero Cimbro, y espantado,
huyó la airada voz, salió cansado
de la infelice Birsa Mario al puerto.

Viendo el estéril campo y el desierto
sitio de aquel lugar infortunado,
lloró con él su mal, y lastimado,
rompió así en triste son el aire incierto:

«En tus ruinas míseras contemplo
¡oh destruido muro! cuánto el cielo
trueca, y de nuestra suerte el grande estrago.

«¿Cuál más terrible caso, cual ejemplo
mayor habrá, si puede ser consuelo
a Mario en su dolor el de Cartago?»



Francisco de Quevedo

salmo xix quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

¡cómo de entre mis manos te resbalas!
¡oh, cómo te deslizas, vida mía!
¡qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!
ya cuelgan de mi muro tus escalas,
y es tu puerta mayor mi cobardía;
por vida nueva tengo cada día,
que el tiempo cano nace entre las alas.
¡Oh mortal condición! ¡oh dura suerte!
¡que no puedo querer ver la mañana
sin temor de si quiero ver mi muerte!
cualquier instante de la vida humana
es un nuevo argumento que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, y cuán vana.
Esta obra se encuentra en dominio público.
Esto es aplicable en todo el mundo debido a que su autor falleció hace
más de 100 años. La traducción de la obra puede no estar en dominio
público.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 2

-- de Francisco de Quevedo --

¡cómo de entre mis manos te resbalas!
¡oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!
feroz, de tierra el débil muro escalas,
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.
¡Oh condición mortal! ¡oh dura suerte!
¡qué no puedo querer vivir mañana
sin la pensión de procurar mi muerte!
cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.



Francisco de Quevedo

parnaso español 49

-- de Francisco de Quevedo --

A quien la buena dicha no enfurece,
ninguna desventura le quebranta;
camino, fabio, por la senda santa,
que no en despeñaderos permanece.
Huye el camino izquierdo, que florece
con el engaño de tu propia planta;
pues cuanto en curso alegre se adelanta,
tanto en mentidas lumbres te anochece.
Huye la multitud descaminada;
deja la culpa espléndida, y, seguro,
a virtud dará el fin de la jornada.
Y si al engaño, en la opulencia oscuro,
aplicas luz, harás que te persuada
que el oro es cárcel con blasón de muro.



Francisco Sosa Escalante

A Lesbia

-- de Francisco Sosa Escalante --

Ornada al verte de sin par belleza
De humilde hogar en el recinto oscuro,
Y al sentir que es el pan amargo y duro
Del sér abandonado á la pobreza;

Sin fé tu corazón, sin fortaleza,
De la santa virtud franqueaste el muro
Y fuiste en brazos del deleite impuro
Huyendo del dolor y la tristeza.

Al despertar de tu delirio insano
Te encuentras para siempre envilecida,
Y es inútil tu afán, tu clamor vano.

Ya del vicio en los antros sumergida
Eres lirio en el cieno del pantano,
Perla en inmundo lodazal caida.



Francisco Villaespesa

vaso espiritual

-- de Francisco Villaespesa --

Por no sé qué refinamiento oscuro
que goza al prometer lo que nos veda,
en ti, es el cuerpo lo único que queda
perversamente inmarcesible y puro.
Pones freno al ardor y al ansia muro,
para que nunca amor devorar pueda
la áurea pulpa que esconde, bajo seda,
todas las mieles de un pomar maduro.
Me miras en las pausas de un suspiro;
y en el ligero y transparente halago
del húmedo mirar en que te pierdes,
toda tu alma desnudarse miro,
como una ninfa ante el cristal de un lago,
en el remanso de tus ojos verdes.



Francisco Villaespesa

por tierras de sol y sangre vii. granada

-- de Francisco Villaespesa --

vii. Granada
bajo el sopor canicular se enerva
la calle tortuosa de misterio,
donde, amarilla y fláccida, la yerba
crece como en un viejo cementerio.
El sol ciega... Las puertas entornadas
esperan algo que vendrá seguro,
ahogando en el silencio sus pisadas
y arrastrando su sombra sobre el muro.
La oscuridad de pobres interiores
acuchillan de luz los resplandores
de familiares cobres, y en el fondo
la vaga y verde claridad del huerto...
¡Reina un silencio tan pesado y hondo
como si todo se encontrase muerto!



José Asunción Silva

La calavera

-- de José Asunción Silva --

En el derruido muro
de la huerta del convento,
en un agujero oscuro
donde, al pasar, silba el viento,

y, como una dolorida
queja a las piedras arranca,
hay, en el fondo, escondida
una calavera blanca.

De algún fraile soñador
de vida ejemplar y bella
y dedicada al Señor,
en el mundo única huella.

Abre los ojos, sin fondo,
como a visiones extrañas,
y del vacío en lo hondo
forjan telas las arañas.

Húmedo musgo grisoso
recubre la antigua grieta,
donde, en supremo reposo,
descansa ignorada y quieta.

Pero hasta aquella escondida
mansión la brisa ligera
lleva murmullos de vida
y olores de primavera.

Golondrinas, que en sus marchas
dejaron el patrio río,
huyendo de las escarchas,
de las brumas y del frío,

cuando la luz del Poniente
filtra por el hondo hueco
y hace parecer viviente
el cráneo rígido y seco,

desde las negras ruïnas,
alzan sosegado vuelo,
en sus vueltas peregrinas
tocan las ramas y el suelo,

como buscando en el prado,
ya por la tarde, sombrío,
el espíritu elevado
que habitó el cráneo vacío.



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