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José Hernández

El carpintero (Hernández)

-- de José Hernández --

Al compás de su herramienta
Mientras trabaja afanoso
Así sus desdichas cuenta,
Así canta y se lamenta
Un carpintero amoroso.

«Es mi vida su mirada,
Y cuando su voz escucho,
Siento mi alma arrebatada
De tierno gozo inundada....
Muchacho, trae el serrucho,

«Brotan de sus ojos bellos
Penetrando el corazón
Esos fúlgidos destellos
Y absorto me quedo en ellos....
Muchacho, trae el formón.

«De sus labios de granada
Se escapa de amor el soplo,
Y es ondeante y perfumada
Su cabellera rizada...
Muchacho, trae el escoplo.

«Y mi vida antes serena
Tornóse agitada y turbia
Cambióse el placer en frena,
De amor gimo en la cadena,
Muchacho, traeme la gurbia.

«Y cariñoso con ella
Inocente el cefirillo
Juega al mirarla tan bella
Fulgente como una estrella,
Muchacho, trae el cepillo.

«Por ella es este dolor
Por ella siento esta pena,
Y ella con su cruel rigor
Desdeña, ¡ingrata! mi amor:
Muchacho, trae la barrena.»

Y amante sigue sus llantos
Y sus eternas disputas
Aliviando sus quebrantos
Con sus amorosos cantos
Entre tablas y virutas.

Poema El carpintero (Hernández) de José Hernández con fondo de libro

Ricardo Güiraldes

Siete verdades y una belleza

-- de Ricardo Güiraldes --

Es un camino. Debe ser en Grecia vieja.

Para un lado, va el valle enriqueciendo su flora, para el otro, la tierra, árida, se enferma. Son el lado del campo; el lado del pueblo.

Algo: dos sombras, dos almas, corren en dirección opuesta.

Con pequeño esfuerzo vese mejor.

El que viene del campo, es un viejo; va despacio y parece llevar una carga. El que sale al campo es joven, va rápidamente y algo parece aletear entre sus brazos.

Al encontrarse el muchacho, impaciente, habla primero:

-¿Qué llevas, viejo, que tanto te encorva?

-Siete verdades llevo, que he arrancado a mi alma para dar al mundo.

Y a su vez pregunta:

-Y tú ¿qué llevas que caminas tan alado?

-Una belleza llevo, que he arrancado al mundo, para dar a mi alma.

Ambos siguen sus caminos diferentes; el viejo, los ojos bajos, el paso lento; el muchacho, la frente alta, el correr ligero. Uno pensando, el otro sintiendo.

Más el viejo, cansado, descarga sus verdades, y un momento se vuelve para mirar al muchacho, cuya mancha vivaz va empequeñeciéndose hacia el horizonte.

Buenos Aires, 1918.

Poema Siete verdades y una belleza de Ricardo Güiraldes con fondo de libro

Félix María Samaniego

El cura y el muchacho

-- de Félix María Samaniego --

En la crítica ocasión

de estar ayudando a misa,

le dio un terrible apretón

a un muchacho con tal prisa

que le puso en confusión.

Volvió el pobrete la cara,

y a otro rogó tiernamente

que su lugar ocupara,

y que en lance tan urgente

aquella misa ayudara.

-Es el diantre que no sé,

dijo el otro. -No hay cuidado,

de eso nada se te dé:

quédate aquí arrodillado,

que yo al punto volveré.

Marchó, pues, y en tanto el cura

dominus vobiscum dijo;

y la pobre criatura

le miró con rostro fijo,

quedando inmóvil figura.

El cura llegó a pensar

que el chico no le había oído:

repitió y volvió a mirar,

y él le respondió afligido:

-Ya viene, que ha ido a cagar.

Poema El cura y el muchacho de Félix María Samaniego con fondo de libro

Alfonsina Storni

Retrato de un muchacho que se llama Sigfrido

-- de Alfonsina Storni --

Tu nombre suena
como los cuernos de caza
despertando las selvas virgenes.

Y tu nariz aleteante,
triángulo de cera vibrátil,
es la avanzada
de tu beso joven.

Tu piel morena
rezuma
cantos bárbaros.

Pero tu mirada de aguilucho,
abridora simultánea
de siete caminos,
es latina.



Joaquín Nicolás Aramburu

La mañana en el sitio

-- de Joaquín Nicolás Aramburu --

Ya la primera luz de la mañana
baña el altivo monte y la colina
y, cual níveo celaje, la neblina
se reconcentra y flota en la sabana.

Por el techo, de verde palma cana,
se filtra el humo azul de la cocina;
pica, con sus polluelos, la gallina
el maíz que un muchacho le desgrana.

Relincha el potro; zumba la colmena
que sale en pos del néctar de las flores;
cerca del surco, de impaciencia llena,

la yunta está de toros bramadores
y el guajiro a la puerta de la choza,
bebiendo a sorbos el café, se goza.



Pablo Neruda

pobres muchachos

-- de Pablo Neruda --

Cómo cuesta en este planeta
amarnos con tranquilidad:
todo el mundo mira las sábanas,
todos molestan a tu amor.
Y se cuentan cosas terribles
de un hombre y de una mujer
que después de muchos trajines
y muchas consideraciones
hacen algo insustituible,
se acuestan en una sola cama.
Yo me pregunto si las ranas
se vigilan y se estornudan,
si se susurran en las charcas
contra las ranas ilegales,
contra el placer de los batracios.
Yo me pregunto si los pájaros
tienen pájaros enemigos
y si el toro escucha a los bueyes
antes de verse con la vaca.
Ya los caminos tienen ojos,
los parques tienen policía,
son sigilosos los hoteles,
las ventanas anotan nombres,
se embarcan tropas y cañones
decididos contra el amor,
trabajan incesantemente
las gargantas y las orejas,
y un muchacho con su muchacha
se obligaron a florecer
volando en una bicicleta.



Vicente Aleixandre

adolescencia

-- de Vicente Aleixandre --

vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
El pie breve,
la luz vencida alegre.
Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.



Anónimo

Romance de Galiarda

-- de Anónimo --

-¡Galiarda, Galiarda!
¡Oh, quién contigo holgase,
y otro día de mañana
con los cien moros pelease!
Si a todos no los venciese
luego matarme mandases,
porque con tan gran favor
grande esfuerzo tomaría.
—De dormir, dices Florencios,
de dormir, sí dormiréis,
mas sois niño y muchacho,
luego vos alabaréis.
Miró hacia el cielo Florencios,
y la su espada sacó:
Con ésta muera yo, señora,
si de tal me alabe yo.
Aquella noche Florencios
con Galiarda durmió.
Otro día de mañana
en las cortes se alabó.



Anónimo

Romance del conde Alemán

-- de Anónimo --

A tan alta va la luna
como el sol a mediodía,
cuando el buen conde Alemán
con esa dama dormía.
No lo sabe hombre nacido
de cuantos en la corte había,
si no sólo era la infanta,
aquesa infanta su hija.
Así su madre le hablaba,
desta manera decía:
-Cuanto viéredes tú, infanta,
cuanto vierdes, encobridlo;
daros ha el conde Alemán
un manto de oro fino.
-¡Mal fuego queme, madre,
ese manto de oro fino,
cuando en vida de mi padre
tuviese padrastro vivo!
De allí se fuera llorando;
el rey su padre la ha visto:
-¿Por qué lloráis, la infanta?
decid ¿quién llorar os hizo?
-Yo me estaba aquí comiendo,
comiendo sopas en vino,
entró el conde Alemán,
y echólas por el vestido.
-Calléis, mi hija, calléis,
no toméis de eso pesar,
que el conde es niño y muchacho,
hacerlo ha por burlar.
-¡Mal fuego quemase, padre,
tal reír y tal burlar!
Cuando me tomó en sus brazos,
conmigo quiso holgar.
-Si él os tomó en sus brazos
y con vos quiso holgar,
en antes que el sol salga
yo lo mandaré matar.



Mario Benedetti

homenaje

-- de Mario Benedetti --

A nicolás guillén,
en sus ochenta
más allá de los males y los bienes
tu mejor aventura cotidiana
es lidiar con la vida lisa y llana
que lograste y afinas y mantienes
la noche se ha quedado sin rehenes
y entra el sol por tu verso y tu ventana
tengo dijiste en dimensión cubana
dijiste tengo y por supuesto tienes
pueblo que te oye bajo tantos cielos
porque has hallado simplemente el modo
de cantar nada menos que a los más
con tus ochenta y con tus dos abuelos
y tu muchacho corazón ya todo
lo tienes juan contodo nicolás



Mario Benedetti

cronoterapia bilingüe

-- de Mario Benedetti --

Desmitifiquemos la vía láctea
a efraín huerta,
desmitificador
si un muchacho lee mis poemas
me siento joven por un rato
en cambio cuando es
una muchacha quien los lee
quisiera que el tictac
se conviertiera en una tactic
o mejor dicho en une tactique.



Medardo Ángel Silva

Fragmentos (Silva)

-- de Medardo Ángel Silva --

Pero hasta que se apaguen las húmedas pupilas
de este loco muchacho que te dice sus versos,
rimarán en tu gloria sus más dulces canciones
los líricos bulbules que cantan en mi huerto!

Quizás nunca regreses, o cuando tú retornes,
mi corazón, inmóvil, duerma su último sueño,
el que velan los sauces, como madres llorosas,
y las lunas doradas sobre los cementerios...

Las estrellas se miran sobre el lago dormido
cual pálidos nenúfares en las azules aguas;
de una nocturna paz mi corazón se llena
de recuerdos floridos y visiones románticas...

De sueños imposibles y todas esas cosas
que llevan los poetas en el fondo del alma
y que surgen de pronto con aquellos perfumes
de las rosas difuntas y las novias lejanas!



Nicolás Fernández de Moratín

epigrama. saber sin estudiar

-- de Nicolás Fernández de Moratín --

Epigrama
saber sin estudiar
admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es»,
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho
un fidalgo en portugal
llega a viejo, y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho».



Nicolás Fernández de Moratín

Saber sin estudiar

-- de Nicolás Fernández de Moratín --

Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.

«Arte diabólica es»
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho,
un fidalgo en Portugal
llega a viejo, y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho



Evaristo Carriego

Como aquella otra

-- de Evaristo Carriego --

Sí, vecina: te puedes dar la mano,
esa mano que un día fuera hermosa,
con aquella otra eterna silenciosa
«que se cansara de aguardar en vano.

Tú también, como ella, acaso fuiste
la bondadosa amante, la primera,
de un estudiante pobre, aquel que era
un poco chacotón y un poco triste.

O no faltó el muchacho periodista
que allá en tus buenos tiempos de modista
en ocios melancólicos te amó

y que una fría noche ya lejana,
te dijo, como siempre: «Hasta mañana»...
Pero que no volvió.



Evaristo Carriego

El ensueño

-- de Evaristo Carriego --

Porque después del golpe vino la airada
retahila de insultos con que la veja,
ella tornó a callarse, sin una queja,
ya a las frases más torpes acostumbrada.

Y por fin, en el lecho cayó, cansada,
conteniendo esa horrible tos que no ceja
y de nuevo a la boca sube y le deja
el sabor de su enferma sangre afiebrada.

Y mientras el padre grita, brutal, borracho
como siempre que vuelve de la cantina,
ella piensa en el dulce sueño irreal

que sonara al recuerdo de aquel muchacho
que vio junto a la cama de su vecina
en la tarde de un jueves del hospital.



Evaristo Carriego

Por la ausente

-- de Evaristo Carriego --

Fuma de nuevo el viejo su trabajosa
pipa y la madre escucha con indulgencia
el sabido proceso de la dolencia
que aflige a una pariente poco animosa.

El muchacho concluye la fastidiosa
composición, que sobre la negligencia
en la escuela le dieron de penitencia,
por haber olvidado no sé qué cosa...

Y en el hondo silencio que de repente
como una obsesión mala llena el ambiente,
muy quedo la hermanita va a comenzar

la oración, noche a noche tartamudeada,
por aquella perdida, desamorada,
que hace ya cinco meses dejó el hogar.



Federico García Lorca

Gacela del niño muerto

-- de Federico García Lorca --

Todas las tardes en Granada,
todas las tardes se muere un niño.
Todas las tardes el agua se sienta
a conversar con sus amigos.

Los muertos llevan alas de musgo.
El viento nublado y el viento limpio
son dos faisanes que vuelan por las torres
y el día es un muchacho herido.

No quedaba en el aire ni una brizna de alondra
cuando yo te encontré por las grutas del vino.
No quedaba en la tierra ni una miga de nube
cuando te ahogabas por el río.

Un gigante de agua cayó sobre los montes
y el valle fue rodando con perros y con lirios.
Tu cuerpo, con la sombra violeta de mis manos,
era, muerto en la orilla, un arcángel de frío.



Carolina Coronado

en otro. fábula. el egoísmo

-- de Carolina Coronado --

Tenía pablo en un rincón
de su corral un granado
que era de aquel vecindado
envidia y admiración;
pero tan pegado estaba
a la tapia que ceñía
el corral, que la vestía
con su verde y la entoldaba.
Y andando el tiempo llegó
a abrazarla, de tal modo
que con su ramaje todo,
al patio vecino dio.
Pablo al ver que ya sus brazos
hacia otro lado tendía,
por el mismo tronco un día
la cortó en dos hachazos.
¡Hombre por qué le has cortado!
exclamó un amigo, ¿di?
¿qué mal te causaba allí
el tronco de ese granado?
un muchacho muy ladino
respondió, no le estorbaba,
lo ha cortado porque daba
sus granadas al vecino.



Ramón de Campoamor

La Carambola

-- de Ramón de Campoamor --

PASANDO por el pueblo un maragato,
Llevaba sobre un mulo atado un gato,
Al que un chico, mostrando disimulo.
Le asió la cola por detrás del mulo.

Herido el gato, al parecer sensible,
Pególe al macho un arañazo horrible;
Y herido entonces el sensible macho,
Pegó una coz y derribó al muchacho.

Es el mundo, a mi ver, una cadena,
Do, rodando la bola,
El mal que hacemos en cabeza ajena,
Refluye en nuestro mal, por carambola.

Campoamor.



Ramón de Campoamor

La opinión

-- de Ramón de Campoamor --

A mi querida prima Jacinta White de Llano,

en la muerte de su hija

¡Pobre Carolina mía!
¡Nunca la podré olvidar!
Ved lo que el mundo decía
viendo el féretro pasar:
Un clérigo. Empiece el canto.
El doctor. ¡Cesó el sufrir!
El padre. ¡Me ahoga el llanto!
La madre. ¡Quiero morir!
Un muchacho. ¡Qué adornada!
Un joven. ¡Era muy bella!
Una moza. ¡Desgraciada!
Una vieja. ¡Feliz ella!
—¡Duerme en paz!—dicen los buenos.
—¡Adiós!—dicen los demás.
Un filósofo. ¡Uno menos!
Un poeta. ¡Un ángel más!



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