Buscar Poemas con Moribundo


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Se han encontrado 19 poemas con la palabra moribundo

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Alberti

ELEGÍA A GARCILASO

-- de Alberti --

... antes de tiempo y casi en flor cortada.

G.DE LA V.

Hubierais visto llorar a las yedras cuando el agua más triste se pasó toda una noche velando a un yelmo ya sin alma,
a un yelmo moribundo sobre una rosa nacida en el vaho que duerme los espejos de los castillos
a esa hora en que los nardos más secos se acuerdan de su vida al ver que las violetas difuntas abandonan sus cajas
y los laúdes se ahogan por arrollarse a sí mismos.
Es verdad que los fosos inventaron el sueño y los fantasmas.
Yo no sé lo que mira en las almenas esa inmóvil armarnadura vacía.
¿Cómo hay luces que decretan tan pronto la agonía de las espadas
si piensan en que un lirio es vigilado por hojas que duran mucho más tiempo?
Vivir poco y llorando es el sino de la nieve que equivoca su ruta.
En el sur siempre es cortada casi en flor el ave fría.

Poema ELEGÍA A GARCILASO de Alberti con fondo de libro

Leopoldo Lugones

Al jorobado

-- de Leopoldo Lugones --

Sabio jorobado, pide a la taberna,
Comadre del diablo, su teta de loba.
El vino te enciende como una linterna
Y en turris ebúrnea trueca tu joroba,
Porque de nodriza tuviste una loba
Como los gemelos de Roma la Eterna.

Sabio jorobado, tu pálida mueca
Tiene óxidos de odio como los puñales,
Y los dados sueltos de tu risa seca
Con los cascabeles disuenan rivales.
Tu risa amenaza como los puñales,
Como un moribundo se tuerce tu mueca.

Sabio jorobado, la pálida estrella
Que tú enamorabas desde una cornisa,
Como blanca novia, como astral doncella,
Del balcón del cielo cuelga su camisa.
Un gato me ha dicho desde la cornisa,
Sabio jorobado, que duermes con ella.

Demanda a la luna tu disfraz de boda
Y en íntimo lance finge a Pulcinela.
Pulula en el río tanta lentejuela
Para esos brocatos a la última moda,
Que en su fondo debes celebrar tu boda
Tal como un lunólogo dandy a la alta escuela.

Poema Al jorobado de Leopoldo Lugones con fondo de libro

Luis Gonzaga Urbina

¡ave césat!

-- de Luis Gonzaga Urbina --

Herido voy, herido; no me alienta
la muchedumbre que en el circo clama,
y entona canto a la verde rama
que allí en la sien del vencedor se ostenta.

La misma multitud es la que afrenta
al que en la lucha desigual, se inflama,
y al fin sucumbe, sin honor ni fama,
la espada rota y la cerviz sangrienta.

Yo entré a la lid intrépido y gozoso.
Los muertos te saludan, dije al mundo.
Miré a las fieras; me sentí coloso:

luché; me hirió la duda en lo profundo,
y entre el polvo del carro victorioso,
ya ruedo por la arena, moribundo.

Poema ¡ave césat! de Luis Gonzaga Urbina con fondo de libro

César Vallejo

Trilce: XXVI

-- de César Vallejo --

El verano echa nudo a tres años
que, encintados de cárdenas cintas, a todo
sollozo,
aurigan orinientos índices
de moribundas alejandrías,
de cuzcos moribundos.

Nudo alvino deshecho, una pierna por allí,
más allá todavía la otra,
desgajadas, y
péndulas.
Deshecho nudo de lácteas glándulas
de la sinamayera,
bueno para alpacas brillantes,
para abrigo de pluma inservible
¡más piernas los brazos que brazos!

Así envérase el fin, como todo,
como polluelo adormido saltón
de la hendida cáscara,
a luz eternamente polla.
Y así, desde el óvalo, con cuatros al hombro,
ya para qué tristura.

Las uñas aquellas dolían
retesando los propios dedos hospicios.
De entonces crecen ellas para adentro,
mueren para afuera,
y al medio ni van ni vienen,
ni van ni vienen.

Las uñas. Apeona ardiente avestruz coja,
desde perdidos sures,
flecha hasta el estrecho ciego
de senos aunados.

Al calor de una punta
de pobre sesgo ESFORZADO,
la griega sota de oros tórnase
morena sota de islas,
cobriza sota de lagos
en frente a moribunda alejandría,
a cuzco moribundo.



Emilio Bobadilla

Impasibilidad

-- de Emilio Bobadilla --

En hospital de sangre la iglesia se convierte;
en un confesonario un herido agoniza
y la metralla sigue vomitando la muerte
y del humus no queda sino lodo y ceniza.

Los cirujanos tajan, remiendan entre el ruido
del cañón y aturdidas corren las enfermeras;
a un moribundo un cura auxilia compungido
y de la iglesia en torno gritan vivas y mueras.

Derriba una granada parte de la techumbre;
las puertas con estrépito se abren; negro río
de soldados penetra —torrente de una cumbre—

y en el fondo del templo, sobre el altar sombrío,
a la luz temblorosa de lámparas murientes
un Cristo abre los brazos, sus brazos impotentes.



Arturo Borja

Para mí tu recuerdo

-- de Arturo Borja --

Para mí tu recuerdo es hoy como una sombra
del fantasma que dimos el nombre de adorada
Yo fui bueno contigo. Tu desdén no me asombra,
pues no me debes nada, ni te reprocho nada.

Yo fui bueno contigo como una flor. Un día
del jardín en que solo soñaba me arrancaste;
te di todo el perfume de mi melancolía,
y como quien no hiciera ningún mal me dejaste

No te reprocho nada, o a lo más mi tristeza,
esta tristeza enorme que me quita la vida,
que me asemeja a un pobre moribundo que reza
a la Virgen pidiendo que le cure la herida.



José María Blanco White

Muerte y vida

-- de José María Blanco White --

Al ver la noche Adán por vez primera
que iba borrando y apagando el mundo,
creyó que, al par del astro moribundo,
la creación agonizaba entera.

Mas, luego, al ver lumbrera tras lumbrera
dulce brotar y hervir en un segundo
universo sin fin..., Vuelto en profundo
pasmo de gratitud, ora y espera.

Un sol velaba mil: fue un nuevo Oriente
su ocaso, y pronto aquella luz dormida
despertó al mismo Adán pura y fulgente.

...¿Por qué la muerte al ánimo intimida?
Si así engaña la luz tan dulcemente,
¿por qué no ha de engañar también la vida?



Pedro Antonio de Alarcón

Promesa de una esposa

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Estoy, señor, de mí tan desprendida,
y de toda afición tan apartada,
que, por el don que os intereso, nada
sacrificar pudiera agradecida.

Voto os hiciera de dejar la vida,
si antes no fuera vuestra, y tan cuitada,
que, al perderla, creyérame premiada
con no vivir y verme a Vos unida.

Mas, pues no hay meritorio sacrificio
en quien vive sin dichas, yo os ofrezco,
si volvéis la salud al moribundo,

ceñirme la existencia cual silicio,
codiciar una vida que aborrezco,
abrazarme a la cruz de aqueste mundo.



Rafael María Baralt

A la Santa Cruz (2)

-- de Rafael María Baralt --

Suplicio fuiste en que a morir de horrenda
muerte afrentosa y con valor profundo
el hombre a sus esclavos, iracundo,
en su justicia condenó tremenda.

Purificada por Jesús, ofrenda
de amor y cultos te consagra el mundo;
y hallan en ti consuelo el moribundo,
el justo premio, el pecador enmienda.

¿Por qué trocados tu baldón en gloria,
en dulce libertad tu servidumbre,
en santo libro tu infernal historia?

Porque el Venido de la excelsa cumbre
dejó en tus brazos su feliz memoria,
y de su empírea majestad vislumbre.



José Tomás de Cuellar

Soledad de María

-- de José Tomás de Cuellar --

YA moribundo el sol en occidente
Derrama sus postreros resplandores,
Dobléganse los tallos de las flores,
Cesa el rumor de la sonora fuente.

Suben en tanto allá por el Oriente
En confuso tropel negros vapores,
Y entre los altos juncos cimbradores,
Zumba medroso el huracán potente.

Cubre el zenít un velo funerario,
Hondo suspiro de dolor resuena;
Que al hombre que en el Gólgota se inmola

Envuelven en blanquísimo sudario,
Y la Madre de Dios de duelo llena
Queda al pié de la cruz postrada y sola.



Vicente Wenceslao Querol

Al tiempo que pasa

-- de Vicente Wenceslao Querol --

¡Huye el tiempo veloz! Rápido avanza
llevando en raudo vuelo
la ilusión, la hermosura y la esperanza,
el grato afán, y el incansable anhelo.
¡Huye el tiempo veloz! ¿Quién su carrera
podrá atajar? ¡Ni el ruego, ni el suspiro
del amor o el dolor! La primavera
llega, y en veloz giro
pasa ya, y los ardores del verano
huyen con el retoño
del árbol tierno, cuando anuncia cano
al triste invierno, el moribundo otoño.



Francisco Sosa Escalante

A Morelos

-- de Francisco Sosa Escalante --

¡Mártir de Ecatepec, sin par Morelos!
Llegue hasta el sólio de tu excelsa gloria
El himno que consagra á tu memoria
La patria de tu amor y tus anhelos.

Anáhuac te bendice, y en sus duelos
Y en sus horas de paz, mira en la historia
Que á tí es debida su mejor victoria;
A tu génio feliz, á tus desvelos.

Miraba el orbe con desden profundo
El rudo batallar del pueblo indiano;
Vencido le juzgaba, moribundo.

De Cuautla el nombre traspasó el océano
Con tu nombre inmortal, y entonce el mundo
La gloria proclamó del mexicano.



José Asunción Silva

crepúsculo I

-- de José Asunción Silva --

Tableau mistérieux que la
vue offre à la pensée.
Charles nodier
es la hora de misterio en que el labriego
al resonar del ángelus el toque
adiós que dice al moribundo día,
la campanada bronca,
en su casita blanca, a lento paso
humilde se recoge.
Es la hora en que las nubes del poniente
de fuego orlanlas tardes,
en que el sol de los muertos ilumina
los prados ylos bosques,
y el ángel de la tarde a dios conduce
las mudas oraciones,
es la hora en que levantan de los lagos
las nieblassin colores,
como del fondo oscuro del espíritu
los coros devisiones
en que es feéricos cuentos invocados
o en relatosinformes
tornan a las estancias de los niños
los duendesprotectores,
es la hora de dulcísima armonía
y de místicasvoces,
en que al través de nieblas y de brumas,
ansiosa el almatorna
a los felices días de la infancia
que pasaronveloces,
es la hora en que la brisa entre los árboles
tiene vagosrumores,
es la hora en que la vida se adormece
al beso de lanoche.



José Asunción Silva

Crepúsculo2

-- de José Asunción Silva --

Es la hora de misterio en que el labriego
al resonar del Ángelus el toque
adiós que dice al moribundo día,
la campanada bronca,
en su casita blanca, a lento paso
humilde se recoge.
Es la hora en que las nubes del poniente
de fuego orlan las tardes,
en que el sol de los muertos ilumina
los prados y los bosques,
y el ángel de la tarde a Dios conduce
las mudas oraciones,
es la hora en que levantan de los lagos
las nieblas sin colores,
como del fondo oscuro del espíritu
los coros de visiones
en que es feéricos cuentos invocados
o en relatos informes
tornan a las estancias de los niños
los duendes protectores,
es la hora de dulcísima armonía
y de místicas voces,
en que al través de nieblas y de brumas,
ansiosa el alma torna
a los felices días de la infancia
que pasaron veloces,
es la hora en que la brisa entre los árboles
tiene vagos rumores,
es la hora en que la vida se adormece
al beso de la noche.



José Eustasio Rivera

vibradora cigarra...

-- de José Eustasio Rivera --

Vibradora cigarra: con tu lírico empeño
los veranos cantabas en la azul lejanía,
y al temblor de tus alas resonantes, fulgía
todo el sol en mis ojos y en el valle risueño.

Y callabas al verme por el linde pampeño
divagar, cuando el rayo moribundo del día,
con las blondas palmeras que la tarde mecía
tuve amores, y el llano me enseñaba el ensueño.

Hoy que lánguidas brumas se vistió la pradera,
algo espera mi alma sin saber lo que espera:
¡que el sol brille, que vuelvas y en la luz te remontes!

ni siquiera un celaje sobre el páramo eterno...
Como tú ya no cantas, ha venido el invierno
y las mudas neblinas encanecen los montes.



José Eustasio Rivera

con pausados vaivenes

-- de José Eustasio Rivera --

Con pausados vaivenes refrescando el estío,
la palmera engalana la silente llanura;
y en su lánguido ensueño, solitaria murmura
ante el sol moribundo sus congojas al río.

Encendida en el lampo que arrebola el vacío,
presintiendo las sombras, desfallece en la altura;
y sus flecos suspiran un rumor de ternura
cuando vienen las garzas por el cielo sombrío.

Naufragada en la niebla, sobre el turbio paisaje
la estremecen los besos de la brisa errabunda;
y al morir en sus frondas el lejano celaje,

se abandona al silencio de las noches más bellas,
y en el diáfano azogue de la linfa profunda
resplandece cargada de racimos de estrellas.



Carolina Coronado

un otro con igual asunto

-- de Carolina Coronado --

Abrid los ojos, célica maría,
más que la luna del enero, claros,
abrid los ojos y mirad cuán raros
son los dones que dios tierno os envía:
el serafín más bello que tenía
entre sus dulces serafines caros
coronado de rayos celestiales
coloca en vuestros brazos virginales.
¡Mirad quién se os estrecha a la garganta,
mirad qué labio os busca con anhelo,
mirad, que por el santo rey del cielo
qué gozosa estaréis con dicha tanta!
al ser que a vuestro pecho se amamanta
velad; señora, con ardiente celo,
¡que ya desesperado y moribundo
dél solo espera salvación el mundo!



Clemente Althaus

A mi alma

-- de Clemente Althaus --

Alma que en cadenas graves
vives triste o infeliz,
y ya en tu prisión no cabes,
como el ave, de las aves
coronada emperatriz,
que, aprisionada, no deja
su altivo instinto rëal,
y aletëando forceja
por romper la dura reja
de su cárcel de metal:
de tu triste hermano, a quien
casi moribundo han puesto
tu inquietud y tu desdén,
piedad generosa ten,
ni quieras romper tan presto
la misteriosa lazada
con que la mano de Dios,
al enviarte desterrada
a esta doliente morada,
un ser formó de los dos.
Calma ese encendido anhelo,
sufre esa angustia mortal;
de Dios aguarda el consuelo
de desplegar libre vuelo
a la patria celestial.



Ramón López Velarde

Noches de hotel

-- de Ramón López Velarde --

Se distraen las penas en los cuartos de hoteles
con el heterogéneo concurso divertido
de yanquis, sacerdotes, quincalleros infieles,
niñas recién casadas y mozas del partido.

Media luz... Copia al huésped la desconchada luna
en su azogue sin brillo; y flota en calendarios,
en cortinas polvosas y catres mercenarios
la nómada tristeza de viajes sin fortuna.

Lejos quedó el terruño, la familia distante
y en la hora gris del éxodo medita el caminante
que hay jornadas luctuosas y alegres en el mundo:

que van pasando juntos por el sórdido hotel
con el cosmopolita dolor del moribundo
los alocados lances de la luna de miel.



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