Buscar Poemas con Marchitas


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Se han encontrado 17 poemas con la palabra marchitas

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Gustavo Adolfo Bécquer

rima lxxix

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Flores tronchadas, marchitas hojas
arrastra el viento;
en los espacios tristes gemidos
repite el eco.
................................
Entre las nieblas de lo pasado,
en las regiones del pensamiento,
gemidos tristes, marchitas galas
son mis recuerdos.

Poema rima lxxix de Gustavo Adolfo Bécquer con fondo de libro

Abraham Valdelomar

Los violines húngaros

-- de Abraham Valdelomar --

Para Rafael Belaúnde.

Los violines húngaros con notas lejanas,
marcaban el paso de las princesitas
que al rústico templo, todas las mañanas
llevaban aromas de cosas marchitas.

Las dos princesitas, rubias encantadas
soñaban la vida de un cuento de hadas
en cuyo prefacio reía Merlín;
cuando iban cantando bajo de los tilos
y arrancando flores en los peristilos
que hay en el palacio del viejo jardín.

Las dos princesitas de rostro muriente
entraron al templo silenciosamente
a orar la plegaria triste y lastimera
ante la divina virgen sonriente
delicadamente modelada en cera.

El viento que siempre baladas lejanas
silentes y tristes como caravanas
lleva a los palacios de los soñadores
cantó a las princesa sus notas tranquilas
al llorar doliente de viejas esquilas
cuando ya en el templo morían las flores.

El Sol. Las princesas ropadas en sedas
como las tanagras de un rito pagano
vuelven tristemente por las alamedas
mientras en las vegas del jardín lejano
los violines húngaros suenan piano... Piano...

Poema Los violines húngaros de Abraham Valdelomar con fondo de libro

Lope de Vega

Si al espejo, Lucinda, para agravios

-- de Lope de Vega --

Si al espejo, Lucinda, para agravios
de amor y el mundo, armarte solicitas
de veneno y color, con que marchitas
tanto jazmín y rosa en frente y labios;

si ves los ojos con que a tantos sabios
a idolatrar como Idumea incitas,
y aquellas niñas con que vidas quitas
a mil Torcuatos, Césares y Fabios;

pues a ellas y a mí vivo y perfeto
en ellas viste, cuando en ti me vía,
teniéndote el cristal, del rostro objeto;

mírate en él con mi memoria un día,
que si el imaginar produce efeto,
ausente podrás ver la imagen mía.

Poema Si al espejo, Lucinda, para agravios de Lope de Vega con fondo de libro

Jorge Isaacs

En la noche callada

-- de Jorge Isaacs --

Ay! cuántas veces en las lentas horas
De la noche callada, antes que el sueño
Venga á cerrar mis párpados, recorre
Mi memoria tenaz los bellos días
De lloros y de risas infantiles
A que siguieron tan hermosos años!
Sus palabras de amor entonces oigo,
Sus votos de constancia...No cumplidos,
Y vuelvo á ver la luz de esa mirada
Que hundióse en el Ocaso de la vida
Para ya no lucir...Ay! para siempre!
Ay! cuántas veces los amigos caros
Al corazón desde la infancia unidos,
Que ya no existen...Mi memoria evoca,
Y hallo en torno de mí sólo sus tumbas,
A do bajaron, como al soplo frío
Del invierno, las hojas macilentas...
Imagínome entonces que recorro
Un salón de banquete ya desierto,
Do algunas luces oscilando mueren...
Donde se ven aquí y allá dispersas
Las guirnaldas marchitas... Lo han dejado
Todos, excepto yo; y así en la vida
Ay! cuántas veces me contemplo solo!



Pedro Soto de Rojas

Amistad de arroyo correspondida en llanto

-- de Pedro Soto de Rojas --

Ya de cristales de tu curso bello,
clara verdad de las vecinas flores,
murmuran sin recato mis amores
cuando más tiernamente me querello;

ya me descubren la coyunda al cuello
mis mejillas surcadas con dolores,
marchitas de sus campos las colores
y nevados los montes del cabello.

Bien claro, amigo arroyo, me has mostrado
-mas qué mucho- mi loco desvarío,
si doctrinas los troncos de aquel prado;

pues hoy harás emulación al río
con la paga que ofrezco a tu cuidado
en las corrientes de este llanto mío.



José Tomás de Cuellar

El otoño (Cuéllar)

-- de José Tomás de Cuellar --

¿OYES silbar el viento proceloso
Entre los secos troncos, y en las peñas
No ves cual troza las marchitas breñas?
¿No miras en los tristes arenales
Las pardas espirales
Del fugaz remolino vagaroso?
Mira el bosque desnudo
De sus pomposas galas:
Oye cual lanza su graznido rudo
El cuervo que se aleja
Hendiendo el aire con sus negras alas.

Contempla la arboleda, hermosa mía;
Ya no verdean las copas arrogantes



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego encienden las sangrientas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!
llevadme por piedad a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad!, ¡tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!



Antonio Machado

Los árboles conservan

-- de Antonio Machado --

Los árboles conservan
verdes aún las copas,
pero del verde mustio
de las marchitas frondas.
El agua de la fuente,
sobre la piedra tosca
y de verdín cubierta,
resbala silenciosa.
Arrastra el viento algunas
amarillentas hojas.
¡El viento de la tarde
sobre la tierra en sombra!



Antonio Machado

Tocados de otros días

-- de Antonio Machado --

¡Tocados de otros días,
mustios encajes y marchitas sedas;
salterios arrumbados,
rincones de las salas polvorientas:
daguerrotipos turbios,
cartas que amarillean;
libracos no leídos
que guardan grises florecitas secas;
romanticismos muertos,
cursilerías viejas,
cosas de ayer que sois el alma, y cantos
y cuentos de la abuela!...



Rosalía de Castro

Brillaban en la altura

-- de Rosalía de Castro --

Brillaban en la altura cual moribundas chispas
las pálidas estrellas,
y abajo... Muy abajo en la callada selva,
sentíanse en las hojas próximas a secarse,
y en las marchitas hierbas,
algo como estallidos de arterias que se rompen
y huesos que se quiebran,
¡qué cosas tan extrañas finge una mente enferma!

Tan honda era la noche,
la oscuridad tan densa,
que ciega la pupila
si se fijaba en ella
creía ver brillando entre la espesa sombra
como en la inmensa altura las pálidas estrellas,
¡qué cosas tan extrañas se ven en las tinieblas!

En su ilusión creyóse por el vacío envuelto,
y en él queriendo hundirse
y girar con los astros por el celeste piélago,
fue a estrellarse en las rocas que la noche ocultaba
bajo su manto espeso.



Rosalía de Castro

Hojas marchitas

-- de Rosalía de Castro --

Las rosas en sus troncos se secaron,
los lirios blancos en su tallo erguidos
secáronse también,
y airado el viento arrebató sus hojas,
arrebató sus hojas perfumadas
que nunca más veré.

Otras rosas después y otros jardines
con lirios blancos en su tallo erguidos
he visto florecer;
mas ya cansados de llorar mis ojos,
en vez de llanto en ellos, derramaron
gotas de amarga hiel.



Juan Zorrilla de San Martín

Siemprevivas

-- de Juan Zorrilla de San Martín --

¡A las flores emblema de la muerte,
las llaman siemprevivas!...
¿O será porque el vaho de las tumbas
sus ya marchitas hojas no marchita?

Al no poder llorar, ríen los hombres,
y, al mirarlos pasar, causan envidia.
¡Siemprevivas! si el bien tiene su llanto,
también tiene el dolor su amarga risa.



Julio Flórez

xxvi

-- de Julio Flórez --

¡oh, bosques seculares,
refugio del silencio y de la sombra,
que el cielo y los eternos luminares
por techumbre tenéis, y por alfombra,
de hojas marchitas rumorosos mares!
dadme un eterno asilo
en vuestros hondos laberintos frescos;
ay, donde pueda reposar tranquilo...
Donde no sienta el penetrante filo
de mi dolor... ¡Oh, bosques gigantescos!
y cuando al fin termine la borrasca
de mi vida, y en mí se acabe todo,
mi cadáver cubrid con la hojarasca
de vuestros viejos árboles... De modo
que no sienta del ábrego los besos,
que no nazca una flor sobre mi lodo,
ni nadie pueda descubrir mis huesos.
Julio flórez



Francisco Sosa Escalante

La caída de las hojas (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Cayendo están las hojas; por el suelo
Las arrastra impetuoso torbellino;
Perdió la selva su esplendor divino,
Sus nubes de oro nuestro limpio cielo.

En las ramas del árbol no su duelo
Lamenta el ave en armonioso trino,
Ni halla sombra el viandante en su camino,
Ni hay para el pecho bienhechor consuelo.

Tristeza nada más! el alma mía
Al ver marchitas las hermosas flores
Que grata primavera ayer vestía,

Recuerda que así pasan los amores
Dejando solo la memoria impía
Del goce disfrutado en dias mejores.



José de Espronceda

a

-- de José de Espronceda --

Marchitas ya las juveniles flores,
nublado el sol de la esperanza mía,
hora tras hora cuento y mi agonía
crecen y mi ansiedad y mis dolores.
Sobre terso cristal ricos colores,
pinta alegre tal vez mi fantasía,
cuando la triste realidad sombría
mancha el cristal y empaña sus fulgores.
Los ojos vuelvo en incesante anhelo,
y gira entorno indiferente el mundo,
y entorno gira indiferente el cielo.
A ti las quejas de mi mal profundo,
hermosa sin ventura, yo te envío:
mis versos son tu corazón y el mío.



José de Espronceda

A *** (Espronceda)

-- de José de Espronceda --

Marchitas ya las juveniles flores,
Nublado el sol de la esperanza mía,
Hora tras hora cuento y mi agonía
Crecen y mi ansiedad y mis dolores.

Sobre terso cristal ricos colores,
Pinta alegre tal vez mi fantasía,
Cuando la triste realidad sombría
Mancha el cristal y empaña sus fulgores.

Los ojos vuelvo en incesante anhelo,
Y gira entorno indiferente el mundo,
Y entorno gira indiferente el cielo.

A ti las quejas de mi mal profundo,
Hermosa sin ventura, yo te envío:
Mis versos son tu corazón y el mío.



Clemente Althaus

A una amiga (Althaus)

-- de Clemente Althaus --

Bajan sobre mis dolores
tus palabras de consuelo,
como el rocío del cielo
sobre las marchitas flores.
Y mis tormentos suaviza
tu plática consolante,
como adormece al infante
el canto de la nodriza.
¡Ah! no calle todavía
tu süave voz piadosa,
que en blando sueño reposa
al oírte el alma mía.
En dormida mar serena
ir me parece bogando,
arrullado por el blando
acento de una Sirena!
Por breves instantes cesa
mi antigua desconfianza,
y escucho de la Esperanza
la dulcísima promesa.
¿Quién te da tanta dulzura?
¿Quién a tu boca halagüeña
esas palabras enseña
que consuelan la amargura,
y que en mi herida crüel
del puro labio elocuente
cayendo van dulcemente
cual blandas olas de miel?
Todo recuerdo temido
así le borran tus frases,
como si las empapases
en el agua del olvido.
Tú su risueño zafir
vuelves al nublado cielo
y arrancas su negro velo
al rostro del porvenir.
¡Bendita por siempre seas,
tú que de un triste te apiadas,
y con voces encantadas
sus pesares lisonjeas!



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