Buscar Poemas con Mandan


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Se han encontrado 8 poemas con la palabra mandan

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Amado Nervo

los muertos mandan

-- de Amado Nervo --

Los muertos mandan. ¡Sí, tú mandas, vida mía!
si ejecuto una acción, digo: ¿le gustaría?
hago tal o cual cosa pensando: ¡ella lo hacía!
busco lo que buscabas, lo que dejabas dejo,
amo lo que tú amabas, copio como un espejo
tus costumbres, tus hábitos... ¡Soy no más tu reflejo!

Poema los muertos mandan de Amado Nervo con fondo de libro

Pablo Neruda

por qué no mandan a los topos

-- de Pablo Neruda --

Por qué no mandan a los topos
y a las tortugas a la luna?
los animales ingenieros
de cavidades y ranuras
no podrían hacerse cargo
de estas lejanas inspecciones?

Poema por qué no mandan a los topos de Pablo Neruda con fondo de libro

Luis Cañizal de la Fuente

corral de luz hipnotizada

-- de Luis Cañizal de la Fuente --

Ropa tendida, humilde y pueblerinamente,
en el silencio deslumbrado de las cinco:
banderas derrotadas que no besan el polvo
pero dentro contienen personas bocabajo,
humilladas en su estatura modesta
como reyes antiguos que vendieron
el balandrán poluto a los museos.
Pero estos de ahora, y sobre todo éstas,
lavaron muy lavadas sus holgadas mudas
antes de resignarse pecho a tierra,
por si había que recibir a la muerte con decencia.
Y ahí están, en suspenso la respiración:
mandan un sano olor caliente a tonsura labriega.

Poema corral de luz hipnotizada de Luis Cañizal de la Fuente con fondo de libro

Emilio Bobadilla

Iluso

-- de Emilio Bobadilla --

Numerosos ejércitos sin piedad se desgarran
a Jesús invocando se persiguen con odio;
los cañones el aire de pólvora anubarran
y sigue a un episodio de sangre otro episodio.

En el hogar luctuoso gime a solas la viuda;
de Dios la pobre madre —de angustia medio loca-
implora noche y día, con lágrimas, la ayuda;
y es un volcán de súplicas inauditas su boca.

Los campos en estepas la metralla convierte;
la industria y el comercio se acaban en un día:
¡sólo mandan los odios, sólo triunfa la muerte!

Y Cristo paz no pone en la humana discordia
y asiste de los pueblos inerme a la agonía...
¡Iluso que creíste predicar la concordia!



Antonio-Plaza-Llamas

¡siempre solo!

-- de Antonio-Plaza-Llamas --

¡siempre solo!
si de la aurora diamantina
se dibujan los célicos albores
los pájaros del viento moradores
al éter mandan su canción divina.
Y si el sol orgulloso se reclina
sobre un lecho radiante de colores,
llenas de amor las carminadas flores
entreabren su corola purpurina.
Todos tienen un ser que los comprenda,
yo al vicio y la virtud indiferente
aislado cruzo la maldita senda,
cual se arrastra en las rocas la serpiente;
mas tengo un alma de vivir cansada
que ni al cielo ni al mundo pide nada.
Antonio plaza llamas



Manuel Reina

A una mujer (2 - Reina)

-- de Manuel Reina --

Después de destrozarme
el pecho, ingrata mía,
tus encendidos labios
me mandan mil sonrisas.
Sonrisas que simulan
un mundo de pasiones...
¡Ay! Cerca de las tumbas
brotaron siempre flores.



Manuel Reina

Byron en Venecia

-- de Manuel Reina --

Sobre la frágil onda iluminada
por el radiante sol, surca ligera
del bardo inglés la góndola dorada
desplegando a los aires su bandera.

De pie en la popa; la apolina frente,
bañada en rayos, la mirada inquieta
tendida por el mar resplandeciente,
boga triunfante el inmortal poeta.

Desde los cincelados miradores
las venecianas vírgenes hermosas
fijan en él sus ojos seductores,
y le mandan sonrisas amorosas.

Y sueñan por la noche, enamoradas,
con la canción del bandolín sonoro,
el recio combatir de dos espadas
y el choque alegre de las copas de oro.



Ricardo Güiraldes

Verano (Güiraldes)

-- de Ricardo Güiraldes --

Buenos Aires. Calle Santa Fe en el 900. Diciembre. La casa abierta, respirando noche, todo apagado dentro.

Cielo, implacablemente estrellado, cuyo azul de zafiro australiano se aleja, por obra del aturdimiento luminoso que mandan a los ojos los focos eléctricos.

De tiempo en tiempo, coches pasan, en rectilíneos destinos.

En la acera de enfrente, una madre aparea la obesidad de su flácido descanso a las epidérmicas lasitudes de su hija, que corre mano distraída, sobre su muslo, apenas suavizado por un batón rosa.

El reflejo de los focos se aplasta, extendido contra el asfalto.

Caballito, caballito que llevas el fiacre vacío, pareces un cuento, infantil, de madera.

Buenos Aires, 1913.



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