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Federico García Lorca

Casida del llanto

-- de Federico García Lorca --

He cerrado mi balcón
porque no quiero oír el llanto
pero por detrás de los grises muros
no se oye otra cosa que el llanto.

Hay muy pocos ángeles que canten,
hay muy pocos perros que ladren,
mil violines caben en la palma de mi mano.
Pero el llanto es un perro inmenso,
el llanto es un ángel inmenso,
el llanto es un violín inmenso,
las lágrimas amordazan al viento
y no se oye otra cosa que el llanto.

Poema Casida del llanto de Federico García Lorca con fondo de libro

Amado Nervo

Triste (Nervo)

-- de Amado Nervo --

Mano experta en las caricias,
labios, urna de delicias,
blancos senos, cabezal
para todos los soñares,
ojos glaucos, verdes mares,
verdes mares de cristal...

Ya sois idas, ya estáis yertas,
manos pálidas y expertas,
largas manos de marfil;
Ya estáis yertos, ya sois idos,
ojos glaucos y dormidos,
de narcótico sutil.

Cabecita auri-rizada,
hay un hueco en la almohada
de mi tálamo de amor;
cabecita de oro intenso,
¡qué vacío tan inmenso,
tan inmenso! en derredor...

Poema Triste (Nervo) de Amado Nervo con fondo de libro

Idea Vilariño

el mar

-- de Idea Vilariño --

Tan arduamente el mar,
tan arduamente,
el lento mar inmenso,
tan largamente en sí, cansadamente,
el hondo mar eterno.

Lento mar, hondo mar,
profundo mar inmenso...

Tan lenta y honda y largamente y tanto
insistente y cansado ser cayendo
como un llanto, sin fin,
pesadamente,
tenazmente muriendo...

Va creciendo sereno desde el fondo,
sabiamente creciendo,
lentamente, hondamente, largamente,
pausadamente,
mar,
arduo, cansado mar,
padre de mi silencio.

Poema el mar de Idea Vilariño con fondo de libro

Francisco Sosa Escalante

Al amor (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Amor, inmenso amor, amor sublime
Que santo y puro el universo llenas;
Dulce amor que á las almas enajenas,
Amor que al mismo criminal redime:

Llena mi corazón; tu huella imprime
En él, borrando las amargas penas;
De grato bienestar y horas serenas
¿Por qué me niegas las delicias, díme?

Fuente es mi pecho de sin par ternura,
En la virtud de la beldad yo creo,
Y culto le consagro á la hermosura.

Amor, inmenso amor, no es devaneo
Mi férvida ambición; tu llama pura
Es la que aviva mi febril deseo.



Blas de Otero

«la tierra» ángel fieramente humano (1950)

-- de Blas de Otero --

Un mundo como un árbol desgajado.
Una generación desarraigada.
Unos hombres sin más destino que
apuntalar las ruinas.
Romper el mar
en el mar, como un himen inmenso,
mecen los árboles el silencio verde,
las estrellas crepitan, yo las oigo.
Sólo el hombre está solo. Es que se sabe
vivo y mortal. Es que se siente huir
ese río del tiempo hacia la muerte.
Es que quiere quedar. Seguir siguiendo,
subir, a contramuerte, hasta lo eterno.
Le da miedo mirar. Cierra los ojos
para dormir el sueño de los vivos.
Pero la muerte, desde dentro, ve.
Pero la muerte, desde dentro, vela.
Pero la muerte, desde dentro, mata.
...El mar la mar, como un himen inmenso,
los árboles moviendo el verde aire,
la nieve en llamas de la luz en vilo...



Amado Nervo

por miedo

-- de Amado Nervo --

La dejé marcharse sola...
Y, sin embargo, tenía
para evitar mi agonía
la piedad de una pistola.
¿Por qué no morir? pensé.
¿Por qué no librarme desta
tortura? ¿ya qué me resta
despúés que ella se me fue?
pero el resabio cristiano
me insinuó con voces graves:
¡pobre necio, tú que sabes!
y paralizó mi mano.
Tuve miedo..., Es la verdad;
miedo, sí, de ya no verla,
miedo inmenso de perderla
por toda una eternidad.
Y preferí, no vivir,
que no es vida la presente,
sino acabar lentamente,
lentamente, de morir.



Amado Nervo

eso me basta

-- de Amado Nervo --

Este libro tiene muchos precedentes¹,
tantos como gentes
habrán sollozado
por un bien amado,
desaparecido,
por un gran amor extinguido.
Tal vez muchos otros lloraron mejor
su dolor que yo mi inmenso dolor,
quizá (como eran poetas mayores)
había en sus lágrimas muchos más fulgores...
Yo en mis tristes rimas no pretendo nada:
para mí es bastante
con que mi adorada
para siempre ida,
detrás de mi hombro las lea anhelante
y diga: este sí que es un buen amante
que nunca me olvida .



Amado Nervo

a sor quimera. pallida, sed quamvis pallida pulchra tamen.

-- de Amado Nervo --

Pallida, sed quamvis pallida pulchra tamen.
Para luis g. Urbina.
I
en nombre de tu rostro de lirio enfermo,
en nombre de tu seno, frágil abrigo
donde en noches pobladas de espanto duermo,
¡yo te bendigo!
en nombre de tus ojos de adormideras,
doliente y solitario fanal que sigo;
en nombre de lo inmenso de tus ojeras,
¡yo te bendigo!
ii
yo te dedico
el ímpetu orgulloso con que en las cimas
de todos los calvarios, me crucifico
iluso ¡pretendiendo que te redimas!
yo te consagro
un cuerpo que martirio sólo atesora
y un alma siempre oscura, que por milagro,
del cáliz de ese cuerpo no se evapora...
Iii
mujer, tu sangre yela mi sangre cálida;
mujer, tus besos fingen besos de estrella;
mujer, todos me dicen que eres muy pálida,
pero muy bella...
Te hizo el dios tremendo mi desposada;
ven, te aguardo en un lecho nupcial de espinas;
no puedes alejarte de mi jornada,
porque une nuestras vidas ensangrentada
cadena de cilicios y disciplinas.



Amado Nervo

lejanía

-- de Amado Nervo --

¡parece mentira que hayas existido!
te veo tan lejos...
Tu mirada, tu voz, tu sonrisa,
me llegan al fondo de un pasado inmenso...
Eras más sutil
que mi propio ensueño;
eres el fantasma de un fantasma,
eres el espectro de un espectro...
Para reconstruír tu imagen remota
he menester ya de un enorme esfuerzo.
¿De veras me quisiste? ¿de veras me besabas?
¿de veras recorrías la casa, hoy en silencio?
¿de veras, en diez años, tu cabecita rubia
reposó por las noches, confiada en mi pecho?
¡ay qué perspectivas esas de la muerte!
¡qué horizontes tan bellos!
¡cuál os divinizan, oh difuntas jóvenes,
con sus lejanías llenas de misterio!
¡qué consagraciones tan definitivas
las que da el silencio!...
¡Cuál os vuelve míticas, casi fabulosas!
¡qué tristes mujeres de carne y de hueso,
con sus pobres encantos efímeros,
podrían venceros?
tenéis un augusto prestigio de estatua,
y por un fenómeno de rareza lleno,
mientras más distantes, más imperïosas
vais agigantandoos en el pensamiento.



Amado Nervo

benedicta

-- de Amado Nervo --

No sé adónde llevóse la marea
de la muerte tu ser, pero yo exclamo,
con el inmenso amor con que te amo:
¡dondequiera que esté, bendita sea!



Amado Nervo

bendición a francia

-- de Amado Nervo --

¡bendita seas, francia, porque me diste amor!
en tu parís inmenso y cordial, encontré
para mi cuerpo abrigo, para mi alma fulgor,
para mis ideales el ambiente mejor
...¡Y, además, una dulce francesa que adoré!
por esa mujer noble, tuyo es, francia querida,
mi reconocimiento; pues que, merced a ella,
tuve todos los bienes: ¡el gusto por la vida,
la intimidad celeste, la ternura escondida,
y la luz de la lámpara y la luz de la estrella!
yo no sé qué demiurgo la substrajo a mi anhelo
tras una amputación repentina y crüel,
y ya tú sola, francia, puedes darme consuelo:
con un refugio amigo para llorar mi duelo,
tu maternal regazo para verter mi hiel,
la sombra de algún árbol en tu florido suelo
...¡Y acaso, en tus colmenas, una gota de miel!



Leopoldo Lugones

valse noble

-- de Leopoldo Lugones --

En la tarde suave y cálida,
desde el diván carmesí,
alzas fielmente hasta mí
tus lentos ojos de pálida.

Con la espectral ilusión
de la hora que te importuna
un vago pavor de luna
te acerca a mi corazón.

Por el cielo angelical
se ahonda en místico ascenso
la soledad de un inmenso
plenilunio inmaterial;

que encantando los jardines
viene casi lastimero,
delirado en un ligero
frenesí de violines.

En escena baladí,
te infunde su poesía
tan dulce melancolía,
que quieres morir así.

Con el mimo de estar triste,
buscas mi arrullo más blando,
y te sorprendes llorando
lágrimas que no sentiste.

(....)

Algo eleva nuestro ser,
y la calma de la luna,
nos embarga como una
blanca nave ... A no volver.



Lope de Vega

¿Cuándo en tu alcázar de Sión y en Beth

-- de Lope de Vega --

¿Cuándo en tu alcázar de Sión y en Beth
de tu santo David seré Abisac?
¿Cuándo Rebeca de tu humilde Isaac?
¿Cuándo de tu Josef limpia Aseneth?
De las aguas salí como Jafet,
de la llama voraz como Sidrac,
y de las maldiciones de Balac
por la que fue bendita en Nazareth.
Viva en Jerusalén como otro Hasub,
y no me quede en la ciudad de Lot,
sabiduría eterna, inmenso Alef.
Que tú, que pisas el mayor querub,
y la cerviz enlazas de Behemoth,
sacarás de la cárcel a Josef.



Lope de Vega

Entro en mí mismo para verme, y dentro

-- de Lope de Vega --

Entro en mí mismo para verme, y dentro
hallo, ¡ay de mí!, con la razón postrada,
una loca república alterada,
tanto que apenas los umbrales entro.
Al apetito sensitivo encuentro,
de quien la voluntad mal respetada
se queja al cielo, y de su fuerza armada
conduce el alma al verdadero centro.
La virtud, como el arte, hallarse suele
cerca de lo difícil, y así pienso
que el cuerpo en el castigo se desvele.
Muera el ardor del apetito intenso,
porque la voluntad al centro vuele,
capaz potencia de su bien inmenso.



Lope de Vega

Inmenso monte, cuya blanca nieve

-- de Lope de Vega --

Inmenso monte, cuya blanca nieve
te muestra antes de tiempo encanecido,
en ti quiero vivir, por ver si ha sido
fuego este amor, pues acabar se debe.

Pero si está en el alma, aunque más pruebe
hacer de nieve a su memoria olvido,
será trabajo eterno del sentido
y de mi largo error engaño breve.

Nieve por nieve al fin, puerto por puerto,
blancura y condición, Lucinda helada,
a mi fuego darán remedio cierto.

¡Oh duro puerto una mujer airada!
pero pásele yo quedando muerto,
que a quien cansa el vivir, la muerte agrada.



Lope de Vega

Yace (a la sombra que la gran montaña

-- de Lope de Vega --

Yace (a la sombra que la gran montaña
las dos Castillas, árbitro de hielo,
divide altiva en el hisperio suelo)
florido un valle que Pisuerga baña.

Aquí tu aurora espíritu acompaña,
Grabiel tan vivo que, mudando cielo,
pudo su pluma, con inmenso vuelo,
del sol de Italia ser Faetón de España.

Si el carro de oro no conduces solo
no te aguarde el Erídano Occidente;
por su eclíptica vas de polo a polo.

Sigue sus paralelos felizmente,
sol castellano del latino Apolo,
que a su lado tendrás eterno Oriente.



Manuel de Zequeira

El petimetre

-- de Manuel de Zequeira --

Un sombrero con visos de nublado,
ungirse con aroma el cutis bello,
recortarse a la Titus el cabello
y el cogote a manera de donado:

un monte por patilla bien poblado,
donde pueda ocultarse un gran camello,
en mil varas de olán envuelto el cuello,
y en la oreja un pendiente atumbagado.

Un coturno por bota, inmenso sable,
ajustarse el calzón desde el sobaco,
costumbres sibaritas, rostro afable,

con Venus, tedio a Marte, gloria a Baco;
todo esto y mucho más no es comparable
con la imagen novel de un currutaco.



Ignacio María de Acosta

Al plan de Matanzas

-- de Ignacio María de Acosta --

¿Quién eres tú, gigante, en cuya frente
se detienen las nieblas apiñadas,
en tanto que a tus plantas, humilladas
rugen las tempestades sordamente?...

Tu fantástica forma sorprendente,
tus crestas a los cielos levantadas,
tus abismos, tus rocas despeñadas,
¿qué misterios encubren a la mente?...

¿Y pretendo tu origen misterioso
penetrar, al través del tiempo inmenso
que miraste pasar?... De luz un rayo

ilumina mi espíritu; y lloroso,
que eres la tumba perdurable pienso
del pueblo antiguo que habitó en Yucayo.



Jaime Torres Bodet

en abril. se vuelve

-- de Jaime Torres Bodet --

Regreso, otra vez y pienso...
Se piensa siempre, al volver.
Un árbol... Un cielo inmenso
y un corazón de mujer.
¿Un corazón o una cara?
¿quién pudiera responder?
¿un corazón o una cara?
tal vez, sólo, una mujer...



César Vallejo

acaba de pasar el que vendrá

-- de César Vallejo --

Acaba de pasar el que vendrá
proscrito, a sentarse en mi triple desarrollo;
acaba de pasar criminalmente.
Acaba de sentarse más acá,
a un cuerpo de distancia de mi alma,
el que vino en un asno a enflaquecerme;
acaba de sentarse de pie, lívido.
Acaba de darme lo que está acabado,
el calor del fuego y el pronombre inmenso
que el animal crió bajo su cola.
Acaba
de expresarme su duda sobre hipótesis lejanas
que él aleja, aún más, con la mirada.
Acaba de hacer al bien los honores que le tocan
en virtud del infame paquidermo,
por lo soñado en mi y en él matado.
Acaba de ponerme (no hay primera)
su segunda aflixión en plenos lomos
y su tercer sudor en plena lágrima.
Acaba de pasar sin haber venido.



César Vallejo

quisiera hoy ser feliz de buena gana

-- de César Vallejo --

Quisiera hoy ser feliz de buena gana,
ser feliz y portarme frondoso de preguntas,
abrir por temperamento de par en par mi cuarto, como loco,
y reclamar, en fin,
en mi confianza física acostado,
sólo por ver si quieren,
sólo por ver si quieren probar de mi espontáneaposición,
reclamar, voy diciendo,
por qué me dan así tánto en el alma.
Pues quisiera en sustancia ser dichoso,
obrar sin bastón, laica humildad, ni burro negro.
Así las sensaciones de este mundo,
los cantos subjuntivos, .
El lápiz que perdí en mi cavidad
y mis amados órganos de llanto.
Hermano persuasible, camarada,
padre por la grandeza, hijo mortal,
amigo y contendor, inmenso documento de darwin:
¿a qué hora, pues, vendrán con mi retrato?
¿a los goces? ¿acaso sobre goce amortajado?
¿más temprano? ¿quién sabe, a lasporfías?
a las misericordias, camarada,
hombre mío en rechazo y observación, vecino
en cuyo cuello enorme sube y baja,
al natural, sin hilo, mi esperanza...



César Vallejo

El que vendrá

-- de César Vallejo --

Acaba de pasar el que vendrá
proscrito, a sentarse en mi triple desarrollo;
acaba de pasar criminalmente.

Acaba de sentarse más acá,
a un cuerpo de distancia de mi alma,
el que vino en un asno a enflaquecerme;
acaba de sentarse de pie, lívido.

Acaba de darme lo que está acabado,
el calor del fuego y el pronombre inmenso
que el animal crió bajo su cola.

Acaba
de expresarme su duda sobre hipótesis lejanas
que él aleja, aún más, con la mirada.

Acaba de hacer al bien los honores que le tocan
en virtud del infame paquidermo,
por lo soñado en mi y en él matado.

Acaba de ponerme (no hay primera)
su segunda aflixión en plenos lomos
y su tercer sudor en plena lágrima.

Acaba de pasar sin haber venido.



César Vallejo

Para el alma imposible de mi amada

-- de César Vallejo --

Amada: no has querido plasmarte jamás
como lo ha pensado mi divino amor.
Quédate en la hostia,
ciega e impalpable,
como existe Dios.

Si he cantado mucho, he llorado más
por ti ¡oh mi parábola excelsa de amor!
Quédate en el seso,
y en el mito inmenso
de mi corazón!

Es la fé, la fragua donde yo quemé
el terroso hierro de tanta mujer;
y en un yunque impío te quise pulir.
Quédate en la eterna
nebulosa, ahí,
en la multicencia de un dulce no ser.

Y si no has querido plasmarte jamás
en mi metafísica emoción de amor,
deja que me azote,
como un pecador.



Delmira Agustini

El arroyo

-- de Delmira Agustini --

¿Te acuerdas? El arroyo fue la serpiente buena...
Fluía triste y triste como un llanto de ciego,
cuando en las piedras grises donde arraiga la pena,
como un inmenso lirio se levantó tu ruego.

Mi corazón, la piedra más gris y más serena,
despertó en la caricia de la corriente y luego
sintió como la tarde, con manos de agarena,
prendía sobre él una rosa de fuego.

Y mientras la serpiente del arroyo blandía
el veneno divino de la melancolía,
tocada de crepúsculo me abrumó tu cabeza,

la coroné de un beso fatal, en la corriente
vi pasar un cadáver de fuego... Y locamente
me derrumbó en tu abrazo profundo la tristeza.



Delmira Agustini

Lo inefable

-- de Delmira Agustini --

Yo muero extrañamente...No me mata la vida
no me mata la muerte, no me mata el amor;
muero de un pensamiento mudo como una herida...
¿No habeis sentido nunca el extraño dolor?

De un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida
devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
que os abrazaba enteros y no daba un fulgor?...

¡Cumbre de los martirios!...Llevar eterrnamente
desgarradora y árida, la trágica simiente
clavada en las entrañas como un diente feroz!

Pero arrancarla un día en una flor que abriera
milagrosa, inviolable...¡Ah más grande no fuera
tener entre las manos la cabeza de Dios!...



Puro y Luciente sol

-- de Dionisio de Solís --

Puro y Luciente sol, ¡oh, qué consuelo
al alma mía en tu presencia ofreces,
cuando con rostro cándido esclareces
la oscura sombra del nocturno velo!

¡Oh, cómo animas el marchito suelo
con benéfica llama! Y ¡cómo creces
inmenso y luminoso, que pareces
llenar la tierra, el mar, el aire, el cielo!

¡Oh sol! Entra en la espléndida carrera
que te señala el dedo omnipotente,
al asomar por las etéreas cumbres;

y tu increado Autor piadoso quiera,
que desde oriente a ocaso eternamente
pueblos felices en tu curso alumbres!



Emilio Bobadilla

El Kaiser

-- de Emilio Bobadilla --

Era la noche infausta, víspera de la guerra:
un gesto imperativo bastó para que ardiese
en unánime incendio consternada la tierra
y una voz de exterminio doquier repercutiese.

Y empezó la catástrofe: los campos sin labriegos;
las ciudades, sin fábricas; los jardines, sin flores
y, cogidos del brazo, por las calles los ciegos
¡y en el hogar de luto, taciturnos dolores...!

Y en su altivez el Kaiser de sojuzgar al mundo,
—¿qué le importa que llore, que suplique, que ruja?—
va de un frente a otro frente, el rostro furibundo,

imponiéndose a todos brutal y sanguinario,
¡y su silueta lúgubre corriendo se dibuja
al través de las llamas, en el inmenso osario!



Enrique González Martínez

y pienso que la vida...

-- de Enrique González Martínez --

Y pienso que la vida se me va con huida
inevitable y rápida, y me conturbo, y pienso
en mis horas lejanas, y me asalta un inmenso
afán de ser el de antes y desandar la vida.

¡Oh los pasos sin rumbo por la senda perdida,
los anhelos inútiles, el batallar intenso!
¿cómo flotáis ahora, blancas nubes de incienso
quemado en los altares de una deidad mentida?

páginas tersas, páginas de los libros, lecturas
de espejismos enfermos, de cuestiones oscuras. . .
¡Ay, lo que yo he leído! ¡ay, lo que yo he soñado! . . .

Tristes noches de estéril meditación, quimera
que ofuscaste mi espíritu sin dejarme siquiera
mirar que iba la vida sonriendo a mi lado . . .

(¡Ay, lo que yo he leído! ¡ay, lo que yo he soñado!)



Enrique González Martínez

eran dos hermanas

-- de Enrique González Martínez --

Eran dos hermanas,
eran dos hermanas tristes
y pálidas

venía una de ellas
de tierras lejanas
trayendo en sus hombros un fardo
de nostalgias,
siempre pensativa,
callada,
con los ojos vueltos hacia el infinito,
los ojos azules de pupilas vagas
por los que en momentos hasta parecía
salírsele el alma. . .
La otra
hermana,
de labios marchitos,
de sonrisa amarga,
siempre muda,
siempre inmóvil, esperaba
yo no sé qué cosas de pasados tiempos,
memorias ausentes o dichas lejanas. . .
No se que tenía
su sonrisa. . . Hablaba
de aquellos abismos de dolor inmenso
en que se han hundido unas cuantas almas.
Y cuando lloraba llanto silencioso
la primera hermana,
ella sonreía, ella sonreía
y callaba. . .
De aquellas sonrisas
y de aquellas lágrimas
yo nunca he podido saber cuáles eran
más amargas. . .

Eran dos hermanas,
eran dos hermanas tristes
y pálidas. . .



Julián del Casal

el arte

-- de Julián del Casal --

Cuando la vida, como fardo inmenso,
pesa sobre el espíritu cansado
y ante el último dios flota quemado
el postrer grano de fragante incienso;
cuando probamos, con afán intenso,
de todo amargo fruto envenenado
y el hastío, con rostro enmascarado,
nos sale al paso en el camino extenso;
el alma grande, solitaria y pura
que la mezquina realidad desdeña,
halla en el arte dichas ignoradas,
como el alción, en fría noche oscura,
asilo busca en la musgosa peña
que inunda el mar azul de olas plateadas.



Octavio Paz

jardín

-- de Octavio Paz --

A juan gil-albert
nubes a la deriva, continentes
sonámbulos, países sin substancia
ni peso, geografías dibujadas
por el sol y borradas por el viento.
Cuatro muros de adobe. Buganvillas:
en sus llamas pacíficas mis ojos
se bañan. Pasa el viento entre alabanzas
de follajes y yerbas de rodillas.
El heliotropo con morados pasos
cruza envuelto en su aroma. Hay un profeta:
el fresno y un meditabundo: el pino.
El jardín es pequeño, el cielo inmenso.
Verdor sobreviviente en mis escombros:
en mis ojos te miras y te tocas,
te conoces en mí y en mí te piensas,
en mí duras y en mí te desvaneces.



Pedro Salinas

¿qué pájaros

-- de Pedro Salinas --

Pájaros?
¿el pájaro? ¿los pájaros?
¿hay sólo un solo pájaro en el mundo
que vuela con mil alas, y que canta
con incontables trinos, siempre solo?
¿son tierra y cielo espejos? ¿es el aire
espejeo del aire, y el gran pájaro
único multiplica
su soledad en apariencias miles?
(¿y por eso
le llamamos los pájaros?)
¿o quizá no hay un pájaro?
¿y son ellos,
fatal plural inmenso, como el mar,
bandada innúmera, oleaje de alas,
donde la vista busca y quiere el alma
distinguir la verdad del solo pájaro,
de su esencia sin fin, del uno hermoso?



Pedro Salinas

la voz a ti debida - las oyes cómo piden realidades

-- de Pedro Salinas --

¿las oyes cómo piden realidades,
ellas, desmelenadas, fieras,
ellas, las sombras que los dos forjamos
en este inmenso lecho de distancias?
cansadas ya de infinidad, de tiempo
sin medida, de anónimo, heridas
por una gran nostalgia de materia,
piden límites, días, nombres.
No pueden
vivir así ya más: están al borde
del morir de las sombras, que es la nada.
Acude, ven conmigo.
Tiende tus manos, tiéndeles tu cuerpo.
Los dos les buscaremos
un color, una fecha, un pecho, un sol.
Que descansen en ti, sé tú su carne.
Se calmará su enorme ansia errante,
mientras las estrechamos
ávidamente entre los cuerpos nuestros
donde encuentren su pasto y su reposo.
Se dormirán al fin en nuestro sueño
abrazado, abrazadas. Y así luego,
al separamos, al nutrirnos sólo
de sombras, entre lejos,
ellas
tendrán recuerdos ya, tendrán pasado
de carne y hueso,
el tiempo que vivieron en nosotros.
Y su afanoso sueño
de sombras, otra vez, será el retorno
a esta corporeidad mortal y rosa
donde el amor inventa su infinito.



Pedro Salinas

la sin pruebas

-- de Pedro Salinas --

La sin pruebas
¡cuando te marchas, qué inútil
buscar por dónde anduviste,
seguirte!
si has pisado por la nieve
sería como las nubes
su sombra, sin pies, sin peso
que te marcara.
Cuando andas
no te diriges a nada
ni hay senda que luego diga:
«pasó por aquí.»
Tú no sales del exacto
centro puro de ti misma:
son los rumbos confundidos
los que te van al encuentro.
Con la risa o con las voces
tan blandamente
descabalas el silencio
que no le duele, que no
te siente:
se cree que sigue entero.
Si por los días te busco
o por los años
no salgo de un tiempo virgen:
fue ese año, fue tal día,
pero no hay señal:
no dejas huella detrás.
Y podrás negarme todo,
negarte a todo podrás,
porque te cortas los rastros
y los ecos y las sombras.
Tan pura ya, tan sin pruebas
que cuando no vivas más
yo no sé en qué voy a ver
que vivías,
con todo ese blanco inmenso
alrededor, que creaste.



José María Heredia

Himno al desterrado

-- de José María Heredia --

¡Cuba, Cuba, que vida me diste,
dulce tierra de luz y hermosura!
¡Cuánto sueño de gloria y ventura
tengo unido a tu sueño feliz!
¡Y te vuelvo a mirar...! Cuán severo,
hoy me oprime el rigor de mi suerte
la opresión me amenaza con muerte
en los campos do al mundo nací.
Mas ¿qué importa que truene el tirano?
pobre, sí, pero libre me encuentro.
Sólo el alma del alma es el centro:
¿Qué es el oro sin gloria ni paz?
Aunque errante y poscrito me miro,
y me oprime el destino severo;
por el cetro del déspota ibero
no quisiera mi suerte trocar.
¡Dulce Cuba!, en su seno se miran
en el grado más alto y profundo,
las bellezas del físico mundo,
los horrores del mundo moral.
Te hizo el cielo la flor de la tierra;
mas, tu fuerza y destinos ignoras,
y de España en el déspota adoras
al demonio sangriento del mal.
¡Cuba, al fin te verás libre y pura!
Como el aire de luz que respiras,
cual las ondas hirvientes que miras
de tus playas la arena besar.
Aunque viles traidores te sirvan,
del tirano es inútil la saña,
que no en vano entre Cuba y España
tiende inmenso sus olas el mar.



José Tomás de Cuellar

La clavellina muerta

-- de José Tomás de Cuellar --

SURQUE esa clavellina el mar; y muerta
Aún fiel testigo sea
De constancia y de amor. Ayer abierta
Entre otras mil se alzaba,
Y emblema de mi fé simbolizaba
De mejor porvenir la dulce idea.
¡Oh cuanto es inestable
La humana suerte, y triste y transitoria,
Cuanta mudanza en la pequeña historia
De una vida tan corta y miserable!
Yo que, gozoso soñador, un mundo
Miro brotar de la primera hora
De nuestro inmenso amor, y que la aurora
De eterna luz creía
El primer resplandor de aquel fecundo



José Tomás de Cuellar

La estrella

-- de José Tomás de Cuellar --

SABES por qué la estrella misteriosa
Que miraste al través de tu balcón,
En mudo idioma á tu sensible pecho,
De mi pasión te habló?
Es por que el vuelo ardiente de mi espíritu
Llega de noche á la eternal región,
Y busca allá un intérprete divino
Que te hable de mi amor.
¿Sabes por qué me sientes desde lejos,
Y hasta en el ténue, pálido fulgor
De esa lejana cintilante estrella
Te encuentras con mi amor?
Es por que hay algo eterno en mí que te ama,
Y hay algo inmenso en tí, como mi amor.
Que aniquilando el tiempo y la distancia
Una alma sola forma de las dos.



Félix María Samaniego

El gallo y el zorro

-- de Félix María Samaniego --

Un gallo muy maduro,
de edad provecta, duros espolones,
pacífico y seguro,
sobre un árbol oía las razones
de un zorro muy cortés y muy atento,
más elocuente cuanto más hambriento.

«Hermano», le decía,
«ya cesó entre nosotros una guerra
que cruel repartía
sangre y plumas al viento y a la tierra.
Baja; daré, para perpetuo sello,
mis amorosos brazos a tu cuello.»

«Amigo de mi alma»,
responde el gallo, «¡qué placer inmenso
en deliciosa calma
deja esta vez mi espíritu suspenso!
Allá bajo, allá voy tierno y ansioso
a gozar en tu seno mi reposo.

«Pero aguarda un instante,
porque vienen, ligeros como el viento,
y ya están adelante,
dos correos que llegan al momento,
de esta noticia portadores fieles,
y son, según la traza, dos lebreles.»

«Adiós, adiós, amigo,
dijo el zorro, «que estoy muy ocupado;
luego hablaré contigo
para finalizar este tratado.»
El gallo se quedó lleno de gloria,
cantando en esta letra su victoria:

Siempre trabaja en su daño
el astuto engañador;
a un engaño hay otro engaño,
a un pícaro otro mayor.



Gabriela Mistral

palabras serenas

-- de Gabriela Mistral --

Ya en la mitad de mis días espigo
esta verdad con frescura de flor:
la vida es oro y dulzura de trigo,
es breve el odio e inmenso el amor.
Mudemos ya por el verso sonriente
aquel listado de sangre con hiel.
Abren violetas divinas, y el viento
desprende al valle un aliento de miel.
Ahora no sólo comprendo al que reza;
ahora comprendo al que rompe a cantar.
La sed es larga, la cuesta es aviesa;
pero en un lirio se enreda el mirar.
Grávidos van nuestros ojos de llanto
y un arroyuelo nos hace sonreír;
por una alondra que erige su canto
nos olvidamos que es duro morir.
No hay nada ya que mis carnes taladre.
Con el amor acabóse el hervir.
Aún me apacienta el mirar de mi madre.
¡Siento que dios me va haciendo dormir!



Gabriela Mistral

tres árboles

-- de Gabriela Mistral --

Tres árboles caídos
quedaron a la orilla del sendero.
El leñador los olvidó, y conversan
apretados de amor, como tres ciegos.
El sol de ocaso pone
su sangre viva en los hendidos leños
¡y se llevan los vientos la fragancia
de su costado abierto!
uno torcido, tiende
su brazo inmenso y de follaje trémulo
hacia el otro, y sus heridas
como dos ojos son, llenos de ruego.
El leñador los olvidó. La noche
vendrá. Estaré con ellos.
Recibiré en mi corazón sus mansas
resinas. Me serán como de fuego.
¡Y mudos y ceñidos,
nos halle el día en un montón de duelo!



Gabriela Mistral

la lluvia lenta

-- de Gabriela Mistral --

Esta agua medrosa y triste,
como un niño que padece,
antes de tocar la tierra
desfallece.
Quieto el árbol, quieto el viento,
¡y en el silencio estupendo,
este fino llanto amargo
cayendo!
el cielo es como un inmenso
corazón que se abre, amargo.
No llueve: es un sangrar lento
y largo.
Dentro del hogar, los hombres
no sienten esta amargura,
este envío de agua triste
de la altura.
Este largo y fatigante
descender de aguas vencidas,
hacia la tierra yacente
y transida.
Llueve... Y como un chacal trágico
la noche acecha en la sierra.
¿Qué va a surgir, en la sombra,
de la tierra?
¿dormiréis, mientras afuera
cae, sufriendo, esta agua inerte,
esta agua letal, hermana
de la muerte?



Gutierre de Cetina

fuego queme mi carne y por encienso

-- de Gutierre de Cetina --

Baje el humo a las almas del infierno;
pase la mía aquel olvido eterno
de lete porque pierda el bien que pienso;
»el fiero ardor que hora me abrasa intenso
ni melle corazón ni haga tierno;
niégueme pïedad, favor, gobierno
el mundo, amor y el sumo dios inmenso;
»mi vivir sea enojoso y trabajado,
en estrecha prisión dura y forzosa,
siempre de libertad desesperado,
»si viviendo no espero ya ver cosa
dijo vandalio, y con verdad jurado,
que sea cual tú, amarílida, hermosa».



Salvador Díaz Mirón

El predestinado

-- de Salvador Díaz Mirón --

Bajo el ronco motín que grita muerte,
el sagrado bajel cruje de suerte
que semeja reír - El genio es fuerte;

Y aún ante indicio, de locura o dolo,
no culpa de falaz a Marco Polo,
y se obstina en creer, inmenso y solo.

Su fe suele medrar cuando vacila...
¡Así la llama del hachón oscila
al viento, y es mayor por intranquila!

En el ignoto piélago la nave
sigue al azar el ímpetu de un ave.
¿A dónde va? ¡Ni el Genovés lo sabe!

A la esperanza el mísero se aferra,
como a la tabla el náufrago que yerra
en la furia del mar. La noche cierra.

Bien luego magnífica su corona...
Y es que Dios con su soplo hincha la lona,
¡desde los astros de la nueva zona!

Voz que nace al timón sube a la caña...
¡El Ponto bulle con cadencia extraña
y parece que dice: ¡Viva España!

Colón, en pie sobre la proa mira...
¡Y en el cordaje un hálito respira
Y canta, como un estro en una lira!

Franja de luna por el agua riela...
¡Y al grande hombre simula rica estela,
rastro de victoriosa carabela!



Vicente Gallego

octubre, 16

-- de Vicente Gallego --

Despierto. Pesa el sol sobre mi rostro
y la arena ha tomado mi forma levemente.
Incorporo un momento la cabeza
y el cielo es todo mi horizonte,
un cielo de ningún color sino de cielo,
de cielo que yo veo en una vela,
la vela diminuta que recorta
y fija el universo en su contraste.
Y luego el mar,
el mar bajo la vela, ese mar que es inmenso
pues llega hasta mi vientre y no concluye.
Entre el cielo y el agua me detengo un instante,
y después me acomodo hasta quedar
sentado por completo.
El mar entonces me abandona, se retira,
y la arena se moja, avanza, se seca y se calienta
confluyendo en un punto y acercándose a mí,
pero un cangrejo cruza en ese instante
y mis ojos se van con el cangrejo,
y el cielo se hace rojo en su coraza,
y el mar se pierde y nada pesa.
Y al fijar la mirada atrapo el universo,
completo y detenido en su pasar efímero
a lomos de un cangrejo que lo arrastra,
sin saberlo, un segundo.
Y pienso que en las grandes creaciones
vida y arte no alientan en lo extenso,
sino en ese detalle que despierta
nuestro asombro.
El crustáceo se oculta
y nos apaga el mundo.



Antonio Ros de Olano

El simoún

-- de Antonio Ros de Olano --

La soledad lo aborta sin destino
sobre el páramo inmenso del desierto;
a su presencia duélese el mar muerto
y gime triste el campo palestino.

Con polvorosa crin borra el camino,
y a su bochorno el caminante incierto,
el cuerpo tiende, el hábito cubierto
del raudo y abrasante remolino.

¡Pasó!... Y el tigre bota en la candente
arena, en que el león ruge erizado
y silba y se retuerce la serpiente...

¡Pasó!... Y en la quietud del despoblado
la ciudad solitaria del Oriente
llora con el Profeta su pecado.



Manuel Reina

En Mayo

-- de Manuel Reina --

¡Ven al prado de lirios y claveles,
mi bello y dulce bien! El campo llena
de perfumes la atmósfera serena
y el mes de mayo irradia en los vergeles.

¡Ven! Entre los rosales y laureles
flauta invisible melodiosa suena.
¡Ven! Que en la orilla del Genil amena
el amor es panal de ricas mieles.

¡Ven, mi alma! Las auras su frescura
nos ofrecen; las aves su armonía
y recóndito nido la espesura.

¡Mas no, no vengas, adorada mía;
que el inmenso raudal de mi amargura
tu corazón feliz destrozaría.



Rosalía de Castro

Los tristes

-- de Rosalía de Castro --

LOS TRISTES

I

De la torpe ignorancia que confunde
Lo mezquino y lo inmenso;
De la dura injusticia del más alto,
De la saña mortal de los pequeños,
No es posible que huyáis cuando os conocen
Y os buscan, como busca el zorro hambriento
A la indefensa tórtola en los campos;
Y al querer esconderos
De sus cobardes iras, ya en el monte,
En la ciudad ó en el retiro estrecho,
¡Ahí val, exclaman. ¡Ahí va!, y allí os insultan
Y señalan con íntimo contento,
Cual la mano implacable y vengativa
Señala al triste y fugitivo reo.

II

Cayó por fin en la espumosa y turbia
Recia corriente, y descendió al abismo
Para no subir más á la serena



Rosalía de Castro

Tan sólo dudas y terrores siento

-- de Rosalía de Castro --

Tan sólo dudas y terrores siento,
Divino Cristo, si de Ti me aparto;
Mas cuando hacia la Cruz vuelvo los ojos,
Me resigno á seguir con mi calvario.
Y alzando al cielo la mirada ansiosa
Busco á tu Padre en el espacio inmenso,
Como el piloto en la tormenta busca
La luz del faro que le guíe al puerto.



Rosalía de Castro

Unos con la calumnia le mancharon

-- de Rosalía de Castro --

I

Unos con la calumnia le mancharon;
Otros falsos amores le han mentido;
Y aunque dudo si algunos le han querido,
De cierto sé que todos le olvidaron.

Sólo sufrió, sin gloria ni esperanza,
Cuanto puede sufrir un ser viviente;
¿Por qué le preguntáis qué amores siente
Y no qué odios alientan su venganza?

II

Si para que se llene y se desborde
El inmenso caudal de los agravios
Quieren que nunca hasta sus labios llegue
Más que el duro y amargo
Pan, que el mendigo con dolor recoge
Y ablanda con su llanto,
Sucumbirá por fin, como sucumben
Los buenos y los bravos,



Miguel Ángel Corral

Un vuelo de mi alma

-- de Miguel Ángel Corral --

Sopla el austro. Las cumbres despejadas
lucientes se alzan tras dorado velo,
y las plantas y flores en el suelo
a los rayos del sol están dobladas.

En tanto que las nubes incrustadas
en el inmenso azul del claro cielo,
montañas fingen de escarpado hielo
por las manos de un Dios acá lanzadas.

Y yo volviendo mi tostada frente
miro el mundo en la bóveda vacía,
del sur a septentrión, de ocaso a oriente;

pero al cruzarle audaz el alma mía
con desprecio le ve, porque se siente
más grande aun que el mundo todavía.



Juan Ramón Jiménez

el oasis

-- de Juan Ramón Jiménez --

Verde brillor sobre el oscuro verde.
Nido profundo de hojas y rumor,
donde el pájaro late, el agua vive,
y el hombre y la mujer callan, tapados
(el áureo centro abierto en torno
de la desnudez única)
por el azul redondo de luz sola
en donde está la eternidad.
Pabellón vivo, firme plenitud,
para descanso natural del ansia,
con todo lo que es, fue, puede ser,
abierto en concentrada suma;
abreviatura de edén sur,
fruta un poco mayor (amparo solo
de la desnudez única)
en donde está la eternidad.
Color, jugo, rumor, curva, olor ricos
colman con amplitud caliente y fresca,
total de gloria y de destino,
la entrada casual a un molde inmenso
(encontrado al azar de horas y siglos,
para la desnudez única)
mina libre de luz eterna y sola
en donde está la eternidad.



Juan Ramón Jiménez

ahogada

-- de Juan Ramón Jiménez --

¡su desnudez y el mar!
ya están, plenos, lo igual
con lo igual.
La esperaba,
desde siglos el agua,
para poner su cuerpo
solo en su trono inmenso.
Y ha sido aquí en iberia.
La suave playa céltica
se la dio, cual jugando,
a la ola del verano.
(Así va la sonrisa
¡amor! a la alegría)
¡sabedlo, marineros:
de nuevo es reina venus!



Julia de Burgos

yo fui la más callada

-- de Julia de Burgos --

Yo fui la más callada
de todas las que hicieron el viaje hasta tu puerto.

No me anunciaron lúbricas ceremonias sociales,
ni las sordas campanas de ancestrales reflejos;
mi ruta era la música salvaje de los pájaros
que soltaba a los aires mi bondad en revuelo.

No me cargaron buques pesados de opulencia,
ni alfombras orientales apoyaron mi cuerpo;
encima de los buques mi rostro aparecía
silbando en la redonda sencillez de los vientos.

No pesé la armonía de ambiciones triviales
que prometía tu mano colmada de destellos:
sólo pesé en el suelo de mi espíritu ágil
el trágico abandono que ocultaba tu gesto.

Tu dualidad perenne la marcó mi sed ávida.
Te parecías al mar, resonante y discreto.
Sobre ti fui pasando mis horarios perdidos.
Sobre mi tú seguiste como el sol en los pétalos.

Y caminé en la brisa de tu dolor caído
con la tristeza ingenua de saberme en lo cierto:
tu vida era un profundo batir de inquietas fuentes
en inmenso río blanco corriendo hacia el desierto.



Julio Flórez

a colombia

-- de Julio Flórez --

Golpea el mar el casco del navío
que me aleja de ti, patria adorada.
Es medianoche; el cielo está sombrío;
negra la inmensidad alborotada.
Desde la yerta proa, la mirada
hundo en las grandes sombras del vacío;
mis húmedas pupilas no ven nada.
Qué ardiente el aire; el corazón qué frío.
Y pienso, oh patria, en tu aflicción, y pienso
en que ya no he de verte. Y un gemido
profundo exhalo entre el negror inmenso.
Un marino despierta... Se incorpora...
Aguza en las tinieblas el oído
y oigo que dice a media voz ¿quién llora?
julio flórez



Julio Flórez

viii

-- de Julio Flórez --

¿has contemplado, a lo lejos,
al sol que, paso a paso,
va descendiendo al ocaso
con su manto de reflejos,
cómo por lúgubres huellas
deja, en su triunfal descenso,
cubierto el espacio inmenso
de crespones y de estrellas?
así, niña, es el amor:
como el sol, paso entre paso,
cuando desciende a su ocaso
y no da luz ni calor,
en el corazón herido,
nos deja, en triste quebranto,
¡por astros, gotas de llanto,
y por tinieblas, olvido!
julio flórez



Julio Flórez

A Bogotá

-- de Julio Flórez --

Poem

I

Oh mi ciudad querida, hoy tan lejana y tan inaccesible a mi deseo, que al evocarte en mi memoria creo que fuiste un sueño de mi edad temprana!

Te evoco así, como a quimera vana, y al evocarte, sin cesar te veo resplandecer bajo el ardor febeo sobre la gran quietud de la sabana.

Y al pensar que en ti van, hora tras hora, sucumbiendo los seres que amé tanto y que la tierra sin cesar devora,

surges bajo la nube de mi llanto, no como ayer: alegre y tentadora, sino como un inmenso camposanto.

II

¡Oh mi bella ciudad! Cómo en tu seno vibró mi ser y aleteó mi rima cuando en tu corazón hallé la cima que asalta el rayo y que apostrofa el trueno.

Te poseí bajo tu azul sereno, entre el halago dulce de tu clima, y te ofrendé mi juventud opima con tanto ahínco y con amor tan pleno,

que en las tinieblas de tus noches frías y hasta en tus más recónditos rincones deben sonar, cual ecos de otros días:

los sollozos de todas mis canciones, los estruendos de todas mis orgías y los gritos de todas mis pasiones!



Julio Flórez

Apocalíptica

-- de Julio Flórez --

Y me senté en el carro de la sombra,
presa del más horrendo paroxismo,
y comencé a rodar sobre una alfombra
formada con el cosmos del abismo.

Y abarqué el infinito en una sola
mirada, llena de fulgor intenso
Y vi del tiempo la gigantë ola
rodar al precipicio de lo inmenso!

Y vi la eterna procesión de mundos,
a través de mi loco desvarío,
rodar por los ignotos y profundos
senos inescrutables del vacío!

Y llamé a Dios, con penetrante acento,
con un acento penetrante y hondo,
que atravesó, rasgando el firmamento,
sin encontrar del firmamento el fondo!

Mas nadie respondiome en mi agonía,
—en dónde estás?... —Grité de nuevo— en dónde? .
Pasó la pesadilla. Hoy todavía
lo llamo y todo inútil no responde!



Julio Herrera Reissig

Su majestad el tiempo

-- de Julio Herrera Reissig --

El viejo Patriarca,
que todo lo abarca,
se riza la barba de príncipe asirio;
su nívea cabeza parece un gran lirio,
parece un gran lirio la nívea cabeza del viejo Patriarca.

Su pálida frente es un mapa confuso;
la abultan montañas de hueso,
que forman lo raro, lo inmenso, lo espeso
de todos los siglos del tiempo difuso.

Su frente de viejo ermitaño
parece el desierto de todo lo antaño;
en ella han carpido la hora y el año,
lo siempre empezado, lo siempre concluso,
lo vago, lo ignoto, lo iluso, lo extraño,
lo extraño y lo iluso...

Su pálida frente es un mapa confuso:
la cruzan arrugas, eternas arrugas,
que son cual los ríos del vago país de lo abstruso
cuyas olas, los años, se escapan en rápidas fugas.

¡Oh, las viejas, eternas arrugas!
¡Oh, los surcos oscuros!
¡Pensamientos en formas de orugas
de donde saldrán los magníficos siglos futuros!



Julio Herrera Reissig

Terminación de la fiesta. Despedidas y quejas. Llueve. Desfile de la concurrencia

-- de Julio Herrera Reissig --

Suenan galanteos y besos y adioses:
Se marchan los Papas de ceño fruncido.
Las Brujas, los Duendes de acento fingido,
Se marchan los Reyes, se marchan los Dioses,
Y todos se marchan... Ya todos se han ido...!
Pasaron volando las cuatro Estaciones,
Los bellos Ocasos, las bellas Auroras,
Endriagos, Quimeras, Esfinges, Dragones,
Hidras y Centauros y Furias traidoras
Y Gnomos y Faunos y Meses y Horas.
Se apagan las luces. El viejo Castillo
Se esfuma, se borra. Cuatro campanadas
Da el Reloj. (Sus botas perdió Pulgarcillo
Y una bruja loca lo lleva a la grupa).
Negras Amazonas pasan a horcajadas
En palos de escoba; y el negro corrillo
De sombras eternas zumbando se agrupa...!
Zumbando se agrupa...!
(Llueve). Los Ciclones tocan en sus flautas
Su inmenso silbido.
Los viejos Ciclones tocan en sus flautas,
las Sirenas lloran, las Ninfas se quejan.
(El viejo Patriarca se queda dormido).
Pasan Unicornios, Monstruos y Argonautas...
Ya todos se han ido, ya todos se alejan,
Ya todos se alejan, ya todos se han ido...
Se quejan
se alejan...
Se han ido...!



Julio Zaldumbide Gangotena

América y Bolívar - de primer centenario de Simón Bolívar

-- de Julio Zaldumbide Gangotena --

Himnos no canta América este día
a un crudo engendro de la horrenda guerra,
en quien no tiene qué admirar la tierra,
sino la ira de Dios, que se lo envía.

Sea en buena hora pasmo y ufanía
de un mundo siervo aquel que al orbe aterra
con su ambición, hasta que el Cielo atierra
en él de otro Luzbel la alta osadía.

Que la América libre es templo inmenso
que sólo al alma Libertad endiosa,
purgada el ara de servil incienso.

Hoy de la ardiente llama esplendorosa
perfume eleva, de loores denso,
al mayor hijo de la altiva Diosa.



Federico García Lorca

Casida de la mujer tendida

-- de Federico García Lorca --

Verte desnuda es recordar la Tierra.
La Tierra lisa, limpia de caballos.
La Tierra sin un junco, forma pura
cerrada al porvenir: confín de plata.

Verte desnuda es comprender el ansia
de la lluvia que busca débil talle
o la fiebre del mar de inmenso rostro
sin encontrar la luz de su mejilla.

La sangre sonará por las alcobas
y vendrá con espada fulgurante,
pero tú no sabrás dónde se ocultan
el corazón de sapo o la violeta.

Tu vientre es una lucha de raíces,
tus labios son un alba sin contorno,
bajo las rosas tibias de la cama
los muertos gimen esperando turno.



Federico García Lorca

Casida del sueño al aire libre

-- de Federico García Lorca --

Flor de jazmín y toro degollado.
Pavimento infinito. Mapa. Sala. Arpa. Alba.
La niña finge un toro de jazmines
y el toro es un sangriento crepúsculo que brama.

Si el cielo fuera un niño pequeñito,
los jazmines tendrían mitad de noche oscura,
y el toro circo azul sin lidiadores,
y un corazón al pie de una columna.

Pero el cielo es un elefante,
y el jazmín es un agua sin sangre
y la niña es un ramo nocturno
por el inmenso pavimento oscuro.

Entre el jazmín y el toro
o garfios de marfil o gente dormida.
En el jazmín un elefante y nubes
y en el toro el esqueleto de la niña.



Federico García Lorca

Debussy

-- de Federico García Lorca --

Mi sombra va silenciosa
por el agua de la acecia.

Por mi sombra están las ranas
privadas de las estrellas.

La sombra manda a mi cuerpo
reflejos de cosas quietas.

Mi sombra va como inmenso
cínife color violeta.

Cien grillos quieren dorar
la luz de la cañavera.

Una luz nace en mi pecho,
reflejado, de la acequia.



Federico García Lorca

La soleá

-- de Federico García Lorca --

Vestida con mantos negros
piensa que el mundo es chiquito
y el corazón es inmenso.

Vestida con mantos negros.

Piensa que el suspiro tierno
y el grito, desaparecen
en la corriente del viento.

Vestida con mantos negros.

Se dejó el balcón abierto
y el alba por el balcón
desembocó todo el cielo.

¡Ay yayayayay,
que vestida con mantos negros!



Federico García Lorca

Paso

-- de Federico García Lorca --

Virgen con miriñaque,
virgen de Soledad,
abierta como un inmenso
tulipán.

En tu barco de luces
vas
por la alta marea
de la ciudad,
entre saetas turbias
y estrellas de cristal.
Virgen con miriñaque
tú vas
por el río de la calle,
¡hasta el mar!



Fernando de Herrera

Del fiero Marte el canto numeroso

-- de Fernando de Herrera --

Del fiero Marte el canto numeroso
y de la selva olvido, y verde prado
la avena, porque vuelvo al fin cuitado,
en gloria de quien turba mi reposo;

de aquel cruel, que fuerte y poderoso,
terror de hombres y dioses y cuidado,
me forzó a tolerar el mal de grado,
y en mi pasión me agrada estar lloroso.

El silencio, el semblante descontento
y el confuso gemido es muestra abierta
de mi penoso y luengo desvarío.

No me duele aunque inmenso, mi tormento;
duéleme que mi pena, a todos cierta,
no conozca quien causa el error mío.



Fernando de Herrera

El fuego que en mi alma se alimenta

-- de Fernando de Herrera --

El fuego que en mi alma se alimenta,
y consume al estéril duro frío,
da vida al casi muerto pecho mío,
y en virtud de sus llamas me sustenta.

Justo es que muera y viva en él y sienta
la gloria de mi dulce desvarío,
porque de mis trabajos yo confío
la esperanza del premio en quien me alienta.

Como en inmenso frío junta espira
inmensa oscuridad, cuya tristeza
ocupa el corazón con grave pena:

Así con el excelso ardor conspira
excelsa luz, que deja en su belleza
mi alma de alegría y de bien llena.



Fernando de Herrera

Inmenso ardor de eterna hermosura

-- de Fernando de Herrera --

Inmenso ardor de eterna hermosura
en vuestra dulce faz se me aparece,
y en mis entrañas arde y siempre crece
con inmortal incendio virtud pura.

Con alteza y valor vuestra figura
sin igual en mi alma resplandece,
y pues ufana sufre, bien merece
algún corto favor de su ventura.

No puede ser mayor vuestra belleza,
y no es ya justo que ceguéis mis ojos,
su flaca luz gastando en tanto fuego;

que si al pecho mostráis vuestra grandeza,
muriendo en llama no daré despojos,
los que pudiera dar viviendo ciego.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 45

-- de Francisco de Quevedo --

Espíritu gentil, rara belleza,
valor inmenso, afable cortesía,
dirección admirable, y gallardía
la mayor que se vio, y de más firmeza.
Cendrada lengua, angélica presteza,
desdén esquivo, suma bizarría,
como a vos a ninguna, silvia mía,
jamás lo quiso dar naturaleza.
Sólo el que no ha sabido conoceros
podrá vivir, señora, sin amaros,
y mayor desventura no es posible.
Mas yo, que merecí gozar de veros,
y hallo tanta gloria en contemplaros,
dejaros de adorar es imposible.



Francisco de Quevedo

A un bujarrón

-- de Francisco de Quevedo --

Epitafio

Aquí yace Misser de la Florida,
y dicen que le hizo buen provecho
a Satanás su vida.
Ningún coño le vio jamás arrecho.
De Herodes fue enemigo, y de sus gentes,
no porque degolló los inocentes,
mas porque, siendo niños, y tan bellos,
los mando degollar, y no jodellos,
pues tanto amó los niños, y de suerte
(inmenso bujarrón hasta la muerte)
que si él en Babilonia se hallara,
por los tres niños en el horno entrara.

¡Oh tú, cualquiera cosa que seas,
pues por su sepultura te paseas,
o niño o sabandija,
o perro o lagartija,
o mico o gallo o mulo,
o sierpe o animal que tengas cosa
que de mil leguas se parezca a culo:
Guárdate del varón que aquí reposa,
que tras un rabo, bujarrón profundo,
si le dejan, vendrá del otro mundo!

No en tormentos eternos
condenaron su alma a los infiernos;
mas los infiernos fueron condenados
a que tengan su alma y sus pecados.
Pero si honrar pretendes su memoria,
di que goze de mierda, y no de gloria;
y pues tanta lisonja se le hace,
di: «Requiescat in culo, mas no in pace.»



Francisco Sosa Escalante

A la luz (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

¡Oh luz radiante, que al bajar del cielo
Embelleces la tierra y la iluminas!
¿Qué serian sin tí las peregrinas
Beldades que despiertan dulce anhelo?

¿Qué las flores y el mar, y el verde suelo,
Y las gotas del agua diamantinas?
¿Qué la vida sin tí? ¿qué las divinas
Obras que el génio nos dejó en su vuelo?

Del alma agradecida suba el canto,
Suba á tu fuente, ¡oh luz! entre el incienso
Del orbe que en tí funda su tesoro,

Porque revelas del Eterno y Santo
Dios de los cielos, el poder inmenso,
En los raudales de tus rayos de oro.



Francisco Sosa Escalante

Los terremotos

-- de Francisco Sosa Escalante --

Sordo rugido, cual rumor lejano
Del bravo mar que la ribera azota,
Se escucha resonar; su causa ignota
Pretende el hombre descubrir en vano.

Y crece más y más, y al soberano
Impulso que las aguas alborota,
La madre tierra se abre, y de ella brota
En negras espirales humo insano.

Clamor inmenso que traduce el ruego,
El llanto, y el pavor, y la agonía
De un pueblo todo, hasta el Señor se eleva.

Un rayo brilla de esperanza, y luego
Renuévase el temblor, con saña impía
Volviendo á difundir angustia nueva.



Francisco Sosa Escalante

Lucía

-- de Francisco Sosa Escalante --

En el delirio del amor soñaba
Armonía celeste, arrobadora,
La hermosa diva oir; la soñadora
Era su dulce voz la que escuchaba.

Era ella misma quien así cantaba
Cual ave tierna que á su amado llora;
Cual murmullo de fuente gemidora
Era ella misma la que así lloraba.

Aplauso inmenso, atronador, ferviente,
Desde el vasto salon que está poblado
De séres mil y mil, llega á Lucía:

Brilla la luz en su inspirada frente,
Y mira al despertar, que ha conquistado
El lauro eterno que el artista ansía.



Francisco Villaespesa

canción del recuerdo VII

-- de Francisco Villaespesa --

Al cortar sus cabellos, agitados
por el rudo estertor de la agonía,
por el amor mis ojos engañados,
aún creyeron notar que sonreía.
Sorbre su corazón puse el oído,
y juro que sentí cual si quisiera,
de mi inmenso corazón compadecido,
palpitar otra vez, y no pudiera.
Cuando pasó aquel vértigo de espanto,
en el lecho me hallé... Surcaba el llanto
en copioso raudal mi rostro inerte...
Contra el pecho apretaba sus cabellos,
temiendo que la mano de la muerte
también quisiera apoderarse de ellos.



José Asunción Silva

¿...

-- de José Asunción Silva --

Estrellas que entre lo sombrío,
de lo ignorado y de lo inmenso,
asemejáis en el vacío,
jirones pálidos de incienso,
nebulosas que ardéis tan lejos
en el infinito que aterra
que sólo alcanzan los reflejos
de vuestra luz hasta la tierra,
astros que en abismos ignotos
derramáis resplandores vagos,
constelaciones que en remotos
tiempos adoraron los magos,
millones de mundos lejanos,
flores de fantástico broche,
islas claras en los oceanos,
sin fin, ni fondo de la noche,
¡estrellas, luces pensativas!
¡estrellas, pupilas inciertas!
¿por qué os calláis si estáis vivas
y por que alumbráis si estáis muertas?...



José Asunción Silva

Crisálidas

-- de José Asunción Silva --

Cuando enferma la niña todavía
salió cierta mañana
y recorrió, con inseguro paso
la vecina montaña,
trajo, entre un ramo de silvestres flores
oculta una crisálida,
que en su aposento colocó, muy cerca
de la camita blanca...
.................................................................
Unos días después, en el momento
en que ella expiraba,
y todos la veían, con los ojos
nublados por las lágrimas,
en el instante en que murió, sentimos
leve rumor de alas
y vimos escapar, tender al vuelo
por la antigua ventana
que da sobre el jardín, una pequeña
mariposa dorada...
.................................................................
La prisión, ya vacía, del insecto
busqué con vista rápida;
al verla vi de la difunta niña
la frente mustia y pálida,
y pensé ¿si al dejar su cárcel triste
la mariposa alada,
la luz encuentra y el espacio inmenso,
y las campestres auras,
al dejar la prisión que las encierra
qué encontrarán las almas?



José Gautier Benítez

un sueño

-- de José Gautier Benítez --

Soñé que la mujer a quien adoro
con infame perjurio me engañaba
y a otro amante feliz, le abandonaba
de su amor el bellísimo tesoro.

Soñé que apasionado, que sonoro
su beso en otra boca resonaba
y aunque el sueño mis párpados
cerraba los abrían las fuentes de mi lloro.

Si en el drama futuro de mi vida
tan inmenso dolor me está esperando
que la muerte de mí compadecida

antes me brinde su reposo blando
porque más que la tumba me intimida
mirar despierto lo que estoy soñando.



José Lezama Lima

una batalla china

-- de José Lezama Lima --

Separados por la colina ondulante,
dos ejércitos enmascarados
lanzan interminables aleluyas de combate.
El jefe, en su tienda de campaña,
interpreta las ancestrales furias de su pueblo.
El otro, fijándose en la línea del río,
ve su sombra en otro cuerpo, desconociéndose.
Las músicas creciendo con la sangre
precipitan la marcha hacia la muerte.
Los dos ejércitos, como envueltos por las nubes,
se adormecen borrando los escarceos temporales.
Los dos jefes se han quedado como petrificados.
Después cuentan las sombras que huyeron del cuerpo,
cuentan los cuerpos que huyeron por el río.
Uno de los ejércitos logró mantener
unida su sombra con su cuerpo,
su cuerpo con la fugacidad del río.
El otro fue vencido por un inmenso desierto somnoliento.
Su jefe rinde su espada con orgullo.



José Martí

copa con alas

-- de José Martí --

Una copa con alas: quién la ha visto
antes que yo? yo ayer la vi. Subía
con lenta majestad, como quien vierte
óleo sagrado: y a sus bordes dulces
mis regalados labios apretaba:
ni una gota siquiera, ni una gota
del bálsamo perdí que hubo en tu beso!
tu cabeza de negra cabellera
te acuerdas? con mi mano requería,
porque de mí tus labios generosos
no se apartaran. Blanda como el beso
que a ti me transfundía, era la suave
atmósfera en redor: la vida entera
sentí que a mí abrazándote, abrazaba!
perdí el mundo de vista, y sus ruidos
y su envidiosa y bárbara batalla!
una copa en los aires ascendía
y yo, en brazos no vistos reclinado
tras ella, asido de sus dulces bordes:
por el espacio azul me remontaba!
oh amor, oh inmenso, oh acabado artista:
en rueda o riel funde el herrero el hierro:
una flor o mujer o águila o ángel
en oro o plata el joyador cincela:
tú sólo, sólo tú, sabes el modo
de reducir el universo a un beso!



José Martí

copa ciclópea

-- de José Martí --

Copa ciclópea
el sol alumbra: ya en los aires miro
la copa amarga: ya mis labios tiemblan,
no de temor, que prostituye,¡de ira!...
El universo, en las mañanas alza
medio dormido aún de un dulce sueño
en las manos la tierra perezosa,
copa inmortal, en donde
hierven al sol las fuerzas de la vida!
al niño triscador, al venturoso
de alma tibia y mediocre, a la fragante
mujer que con los ojos desmayados
abrirse ve en el aire extrañas rosas,
iris la tierra es, roto en colores,
raudal que juvenece y rueda limpio
por perfumado llano, y al retozo
y al desmayo después plácido brinda!
y para mí, porque a los hombres amo
y mi gusto y mi bien terco descuido,
la tierra melancólica aparece
sobre mi frente que la vida bate,
de lúgubre color inmenso yugo!
la frente encorvo, el cuello manso inclino
y, con los labios apretados,muero.



Carlos Pezoa Véliz

Tarde en el hospital

-- de Carlos Pezoa Véliz --

Sobre el campo el agua mustia
cae fina, grácil, leve;
con el agua cae angustia;
llueve...

Y pues solo en amplia pieza
yazgo en cama, yazgo enfermo,
para espantar la tristeza,
duermo.

Pero el agua ha lloriqueado
junto a mí, cansada, leve;
despierto sobresaltado;
llueve...

Entonces, muerto de angustia,
ante el panorama inmenso,
mientras cae el agua mustia,
pienso.



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