Buscar Poemas con Indulgencia


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Se han encontrado 7 poemas con la palabra indulgencia

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Manuel del Palacio

Al borde de la tumba

-- de Manuel del Palacio --

Pequé, Señor, mas no porque he pecado
De vuestra alta clemencia me despido,
Que cuanto más hubiere delinquido
Os tengo á perdonar más empeñado.

Si verme pecador os ha indignado
Cedereis al mirarme arrepentido;
La misma culpa con que os he ofendido
Os tiene á la indulgencia preparado.

Cuando vuelve al redil de sus amores
Una oveja perdida y recobrada,
En júbilo se inundan los pastores;

Yo soy, Señor, oveja descarriada;
Mirad, Pastor divino, mis dolores,
Y recobradme al fin de la jornada.

Poema Al borde de la tumba de Manuel del Palacio con fondo de libro

Manuel del Palacio

Al borde de la tumba (Melodías íntimas)

-- de Manuel del Palacio --

Pequé, Señor, mas no porque he pecado
De vuestra alta clemencia me despido,
Que cuanto más hubiere delinquido
Os tengo á perdonar más empeñado.

Si verme pecador os ha indignado
Cederéis al mirarme arrepentido;
La misma culpa con que os he ofendido
Os tiene á la indulgencia preparado.

Cuando vuelve al redil de sus amores
Una oveja perdida y recobrada,
En júbilo se inundan los pastores;

Yo soy, Señor, oveja descarriada;
Mirad, Pastor divino, mis dolores,
Y recobradme al fin de la jornada.

Poema Al borde de la tumba (Melodías íntimas) de Manuel del Palacio con fondo de libro

Jaime Torres Bodet

continuidad ix

-- de Jaime Torres Bodet --

¿ni cuándo?... Sí, lo sé. Cuando recoja
de la ceniza que en tu hogar remuevo
esa indulgencia inmune a la congoja
que, al fuego del dolor, pongo y atrevo.
Cuando, de la materia que me aloja
y cuyo fardo en las tinieblas llevo,
como del fruto que la edad despoja,
anuncie la semilla el fruto nuevo;
cuando de ver y de sentir cansado
vuelva hacia mí los ojos y el sentido
y en mí me encuentre gracias a tu ausencia,
entonces naceré de tu pasado
y, por segunda vez, te habré debido
en una muerte pura la existencia.

Poema continuidad ix de Jaime Torres Bodet con fondo de libro

Andrés Héctor Lerena Acevedo

Aquellos ojos

-- de Andrés Héctor Lerena Acevedo --

Eran aquellos ojos, inmensos y rasgados.
Los conocí hace tiempo, siempre puros e iguales,
quietos, como el ensueño de los claustros sellados.
En las horas de éxtasis vibraban musicales
al igual de esos pozos frescos, de aguas cantantes.
Jamás los vi cerrados. Fijos en los caminos
contemplaban, absortos, el ir de los viandantes
con la ignota indulgencia de los rostros divinos.

Solía verlos, ya tarde, bajo un rayo postrero;
y cuando me miraban, mi alma ardiente y gozosa
se sustraía al frágil tiempo perecedero.
Pero han pasado lustros. La rueca silenciosa
sobre mi adolescencia devanó su telar.
Los antiguos ensueños de mi alcázar interno,
como las naves nómadas que buscan cielo y mar,
se han perdido, uno a uno, rumbo al azul eterno.
Como las naves nómadas, bogan, lejos, remotos...
Sólo del fondo ambiguo de los tiempos vividos
siguen, siempre, mirándome esos ojos devotos
quietos, como la vida de los claustros dormidos!



Evaristo Carriego

Por la ausente

-- de Evaristo Carriego --

Fuma de nuevo el viejo su trabajosa
pipa y la madre escucha con indulgencia
el sabido proceso de la dolencia
que aflige a una pariente poco animosa.

El muchacho concluye la fastidiosa
composición, que sobre la negligencia
en la escuela le dieron de penitencia,
por haber olvidado no sé qué cosa...

Y en el hondo silencio que de repente
como una obsesión mala llena el ambiente,
muy quedo la hermanita va a comenzar

la oración, noche a noche tartamudeada,
por aquella perdida, desamorada,
que hace ya cinco meses dejó el hogar.



Evaristo Carriego

Vulgar sinfonía

-- de Evaristo Carriego --

Como las extraordinarias
pero irreales doncellas
que vieron en las estrellas
las hostias imaginarias
de sus noches visionarias,
así tus blancas patenas
quedarán tan sólo llenas
de tu gesto de mujer,
porque hoy no podría hacer
de segador de azucenas.

Y bien puedo adivinar
— pese a una amable indulgencia
bajo tu leve elocuencia,
que, en la décima vulgar
que aquí me atrevo a dejar,
tu gentil alma de Francia
no ha de aplaudir la arrogancia



Ramón López Velarde

Elogio a Fuensanta

-- de Ramón López Velarde --

Tú no eres en mi huerto la pagana
Rosa de los ardores juveniles;
Te quise como a una dulce hermana

Y gozoso dejé mis quince abriles.
Cual un ramo de flores de pureza
Entre tus manos blancas y gentiles.

Humilde te ha rezado mi tristeza,
Como en los pobres templos parroquiales
El campesino ante la virgen reza.

Antífona es su voz, y en los corales
De tu mística boca he descubierto
El sabor de los besos maternales.

Tus ojos tristes, de mirar incierto,
Recuérdanme dos lámparas prendidas
En la penumbra de un altar desierto.

Las palmas de tus manos son ungidas
Por mi, que provocando tus asombros
Las beso en las ingratas despedidas.

Soy débil, y al marchar por entre escombros
Me dirige la fuerza de tu planta
Y reclino las sienes en tus hombros.

Nardo es tu cuerpo y tu virtud es tanta
Que en tus brazos beatíficos me duermo
Como sobre los senos de una Santa.

¡Quien me otorgara en mi retiro yermo
Tener, Fuensanta, la condescendencia
De tus bondades a mi amor enfermo
Como plenaria y última indulgencia!



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