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-- de Lope de Vega --
Fue Troya desdichada, y fue famosa,
vuelta en ceniza, en humo convertida,
tanto, que Grecia, de quien fue vencida,
está de sus desdichas envidiosa.
Así en la llama de mi amor celosa,
pretende nombre mi abrasada vida,
y el alma en esos ojos encendida,
la fama de atrevida mariposa.
Cuando soberbia y victoriosa estuvo,
no tuvo el nombre que le dio su llama:
tal por incendios que a la fama subo.
Consuelo entre los míseros se llama
que quien por las venturas no la tuvo,
por las desdichas venga a tener fama.
Poema "Fue Troya desdichada, y fue famosa" de Lope de Vega
-- de Lope de Vega --
De la abrasada eclíptica que ignora
intrépido corrió las líneas de oro
mozo infeliz, a quien el verde coro
vió sol, rayo tembló, difunto llora.
Centellas, perlas no, vertió el aurora,
llamas el pez austral, bombas el toro,
etnas la nieve del Atlante moro,
la mar incendios y cenizas Flora.
Así me levanté, y a la presencia
llegué de un sol; así también me asombra
cayendo en noche eterna de su ausencia.
Así a los dos el Po Faetontes nombra,
pero muertos con esta diferencia,
que él quiso ser el sol y yo la sombra.
Poema "De la abrasada eclíptica que ignora" de Lope de Vega
-- de Pedro Bonifacio Palacios --
Tu eres joven, como un lirio de los valles,
que recién abre su cáliz,
¡que recién!
los cendales candorosos de sus pétalos de seda
suelta al viento de la aurora...
¡Yo soy el trágico laurel!.
Yo soy viejo, carcomido, lamentable,
como un roble centenario,
¡que cayó!
que cayó para in eternum, para nunca más alzarse
por los siglos de los siglos,
¡bajo el látigo de Dios!.
Son tus carnes, azucenas y jazmines
sonrojados a los besos
!de la luz!;
de la luz de cien incendios pavorosos,
de cien soles fulgurantes...
¡Más tu carne, no eres tú!.
Tu eres sombra, sombra enorme, sombra misma,
sombra llena de ansias
¡de gozar!.
Tus deseos se retuercen como sierpes iracundas,
insaciadas, insaciables...
¡Pubertades de satán!.
Poema "Vade Retro" de Pedro Bonifacio Palacios
-- de Evaristo Carriego --
Palmera brasileña, que al caminante herido
ofrendaras tus dátiles de pasión y de olvido,
en el desierto único: tu eres la apoteosis
que, nimbando de incendios sus fecundas neurosis,
cruzas por los vaivenes de su hondos desvelos
como si fueras luna de sus noches de duelos.
Yo traigo a tu floresta la alondra moribunda
que, en el violín del bosque, preludió la errabunda
sinfonía terrena de aquel ardor eterno,
que ahuyenta suavemente las aves del invierno,
y en las horas tranquilas descubre su cabeza
como un símbolo vago de amor y de belleza.
Poema "Palmera brasileña" de Evaristo Carriego
-- de Francisco de Quevedo --
Estábase la efesia cazadora
dando en aljófar el sudor al baño,
cuando en rabiosa luz se abrasa el año
y la vida en incendios se evapora.
De sí, narciso y ninfa, se enamora;
mas viendo, conducido de su engaño,
que se acerca acteón, temiendo el daño,
fueron las ninfas velo a su señora.
Con la arena intentaron el cegalle,
mas luego que de amor miró el trofeo,
cegó más noblemente con su talle.
Su frente endureció con arco feo,
sus perros intentaron el matalle,
y adelantose a todos su deseo.
Poema "las tres musas últimas castellanas 15" de Francisco de Quevedo
-- de Francisco de Quevedo --
En este sitio donde mayo cierra
cuanto con más fecunda luz florece,
tan parecido al cielo, que parece
parte que de su globo cayó en tierra;
testigos son las peñas de esta sierra
(hombros que al peso celestial ofrece)
del duro afán que el corazón padece,
en alta esclavitud, injusta guerra.
Miré la fuente donde ver solía
a fílida, que en ella se miraba,
cuando por serla espejo no corría.
Por imitar mi envidia se abrasaba,
cuando en sus manos mi atención ardía:
y, en dos incendios, fílida se helaba.
Poema "las tres musas últimas castellanas 21" de Francisco de Quevedo
-- de Francisco de Quevedo --
Escondido debajo de tu armada
gime el ponto, la vela llama al viento,
y a las lunas de tracia con sangriento
eclipse ya rubrica tu jornada.
En las venas sajónicas tu espada
el acero calienta, y, macilento,
te atiende el belga, habitador violento
de poca tierra, al mar y a ti robada.
Pues tus vasallos son el etna ardiente
y todos los incendios que a vulcano
hacen el metal rígido obediente,
arma de rayos la invencible mano:
caiga roto y deshecho el insolente
belga, el francés, el sueco y el germano.
Poema "parnaso español 9" de Francisco de Quevedo
-- de Francisco de Quevedo --
Sea que, descansando, la corriente
torcida y libre de espumoso río,
labró artífice duro, yerto y frío,
este puro milagro transparente;
sea que, aprisionada, libre fuente
encarceló con yelo su albedrío,
o en incendios del sol, l'alba el rocío
cuajó a región benigna del oriente;
o ya monstruo diáfano naciese,
hijo de peñas duras, parto hermoso,
a llama universal rebelde yelo,
fue bien que cielo a dios contrahiciese,
porque podáis decir, duque glorioso,
que, aunque imitado y breve, le dais cielo.
Poema "las tres musas últimas castellanas 77" de Francisco de Quevedo