Buscar Poemas con Heladas


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Se han encontrado 12 poemas con la palabra heladas

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Lope de Vega

Al hombro el cielo, aunque su sol sin lumbre

-- de Lope de Vega --

Al hombro el cielo, aunque su sol sin lumbre,
y en eclipse mortal las más hermosas
estrellas, nieve ya las puras rosas,
y el cielo tierra, en desigual costumbre.

Tierra, forzosamente pesadumbre,
y así, no Atlante, a las heladas losas
que esperan ya sus prendas lastimosas,
Sísifo sois, por otra incierta cumbre.

Suplícoos me digáis, si Amor se atreve
¿cuándo pesó con más pesar, Fernando,
o siendo fuego, o convertida en nieve?

Mas el fuego no pesa, que exhalando
la materia a su centro, es carga leve;
la nieve es agua, y pesará llorando.

Poema Al hombro el cielo, aunque su sol sin lumbre de Lope de Vega con fondo de libro

César Vallejo

Nochebuena (Vallejo)

-- de César Vallejo --

Al callar la orquesta, pasean veladas
sombras femeninas bajo los ramajes,
por cuya hojarasca se filtran heladas
quimeras de luna, pálidos celajes.

Hay labios que lloran arias olvidadas,
grandes lirios fingen los ebúrneos trajes.
Charlas y sonrisas en locas bandadas
perfuman de seda los rudos boscajes.

Espero que ría la luz de tu vuelta;
y en la epifanía de tu forma esbelta,
cantará la fiesta en oro mayor.

Balarán mis versos en tu predio entonces,
canturreando en todos sus místicos bronces
que ha nacido el Niño-Jesús de tu amor.

Poema Nochebuena (Vallejo) de César Vallejo con fondo de libro

César Vallejo

nochebuena

-- de César Vallejo --

Nochebuena
al callar la orquesta, pasean veladas
sombras femeninas bajo los ramajes,
por cuya hojarasca se filtran heladas
quimeras de luna, pálidos celajes.
Hay labios que lloran arias olvidadas,
grandes lirios fingen los ebúrneos trajes.
Charlas y sonrisas en locas bandadas
perfuman de seda los rudos boscajes.
Espero que ría la luz de tu vuelta;
y en la epifanía de tu forma esbelta,
cantará la fiesta en oro mayor.
Balarán mis versos en tu predio entonces,
canturreando en todos sus místicos bronces
que ha nacido el niño-jesús de tu amor.

Poema nochebuena de César Vallejo con fondo de libro

César Vallejo

Nochebuena (César Vallejo)

-- de César Vallejo --

Al callar la orquesta, pasean veladas
sombras femeninas bajo los ramajes,
por cuya hojarasca se filtran heladas
quimeras de luna, pálidos celajes.

Hay labios que lloran arias olvidadas,
grandes lirios fingen los ebúrneos trajes.
Charlas y sonrisas en locas bandadas
perfuman de seda los rudos boscajes.

Espero que ría la luz de tu vuelta;
y en la epifanía de tu forma esbelta,
cantará la fiesta en oro mayor.

Balarán mis versos en tu predio entonces,
canturreando en todos sus místicos bronces
que ha nacido el Niño-Jesús de tu amor.



Delmira Agustini

El nudo

-- de Delmira Agustini --

Su idilio fue una larga sonrisa a cuatro labios.
En el regazo cálido de rubia primavera.
Amáronse talmente que entre sus dedos sabios
palpitó la divina forma de la Quimera.

En los palacios fúlgidos de las tardes en calma
hablábanse un lenguaje sentido como un lloro,
y se besaban hondo hasta morderse el alma!
Las horas deshojáronse como flores de oro.

Y el Destino interpuso sus dos manos heladas...
¡Ah! los cuerpos cedieron, mas las almas trenzadas
son el más intrincado nudo que nunca fue.

En lucha con sus locos enredos sobrehumanos
las Furias de la vida se rompieron las manos
y fatigó sus dedos supremos Ananké...



Octavio Paz

acabar con todo

-- de Octavio Paz --

v
dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.
Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.
Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.
Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.
Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.



Octavio Paz

primavera y muchacha

-- de Octavio Paz --

En su tallo de calor se balancea
la estación indecisa
abajo
un gran deseo de viaje remueve
las entrañas heladas del lago
cacerías de reflejos allá arriba
la ribera ofrece guantes de musgo a tu blancura
la luz bebe luz en tu boca
tu cuerpo se abre como una mirada
como una flor al sol de una mirada
te abres
belleza sin apoyo
basta un parpadeo
todo se precipita en un ojo sin fondo
basta un parpadeo
todo reaparece en el mismo ojo
brilla el mundo
tú resplandeces al filo del agua y de la luz
eres la hermosa máscara del día
aunque la nieve caiga en racimos maduros
nadie sacude ramas allá arriba
el árbol de la luz no da frutos de nieve
aunque la nieve se disperse en polen
no hay semillas de nieve
no hay naranjas de nieve no hay claveles
no hay cometas ni soles de nieve
aunque vuele en bandadas no hay pájaros de nieve
en la palma del sol brilla un instante y cae
apenas tiene cuerpo apenas peso apenas nombre
y ya lo cubre todo con su cuerpo de nieve
con su peso de luz con su nombre sin sombra



Gaspar María de Nava Álvarez

A la muerte de su dama

-- de Gaspar María de Nava Álvarez --

Si después de la muerte, todavía
se encuentran nuestras voces dolorosas
y bajo las heladas duras losas
abrasa al pecho el fuego que solía,

prosiga el eco de la angustia mía;
y las verdes colinas que, envidiosas,
dividen nuestras tumbas silenciosas
lo aumenten y repitan a porfía;

para que sea el punto conducido
a Leyla en alas del piadoso viento
hiriendo con amor su tierno oído.

Así tendré al morir ese contento,
que aunque me halle ya a polvo reducido,
se goce Leyla con mi triste aliento.



Vicente Gerbasi

canto ix

-- de Vicente Gerbasi --

Dejaste en mi existencia la nostalgia del mundo.
Adoro las ventanas que tiñen los crepúsculos,
contemplo las estampas de algún campo del norte,
elevo las aldeas a nevadas del cielo
y un reno silencioso se yergue en mi silencio.
Muero contra los pinos por ráfagas heladas,
a mis manos se acercan pájaros del invierno,
y un aire de mendigo difunde coros tristes.
No sé si alguna hora de copos solitarios,
esos que a veces caen en grises cementerios,
sobre harapientas sombras, en plazas vespertinas,
me espera en algún sitio lejano de la tierra.
Por ti, que caminabas con tus ropas pesadas,
entre los esqueletos vegetales del frío,
ya vago por la orilla de un lago taciturno,
oyendo una campana de antiguos molineros.



Evaristo Carriego

Bajo la angustia

-- de Evaristo Carriego --

Dijo anoche, su canto de muerte
la canción de la tos en tu pecho,
y, al mojarse en las notas rojizas,
mostró flores de sangre el pañuelo.
— ¡Pobrecitas las carnes pacientes,
consumidas por fiebres de fuego:
para ellas las buenas, las tristes,
tiene un blanco sudario el invierno!...
...Mira: abrígate bien, hermanita,
mira, abrígate bien, yo no quiero
ver que cierre tus ojos la Bruja
de los flacos y frígidos dedos...
Hermanita ¡me viene una pena!
si te escucho gemir, que presiento
las nocturnas postreras heladas:
las temidas del árbol enfermo.
¡Si supieras!... Blandones sombríos,
me parecen tus ojos ¡tan negros!
y tu lívida faz taciturna
un fatídico heraldo de duelo.



Federico García Lorca

Casida de la muchacha dorada

-- de Federico García Lorca --

La muchacha dorada
se bañaba en el agua
y el agua se doraba.

Las algas y las ramas
en sombra la asombraban
y el ruiseñor cantaba
por la muchacha blanca.

Vino la noche clara,
turbia de plata mata,
con peladas montañas
bajo la brisa parda.

La muchacha mojada
era blanca en el agua,
y el agua, llamarada.

Vino el alba sin mancha,
con mil caras de vaca,
yerta y amortajada
con heladas guirnaldas.

La muchacha de lágrimas
se bañaba entre llamas,
y el ruiseñor lloraba
con las alas quemadas.

La muchacha dorada
era una blanca garza
y el agua la doraba.



Carolina Coronado

en otro I

-- de Carolina Coronado --

Cuando cantaba yo de ésas que crecen
flores de abril, la vida perfumada,
entre tantos que flores os ofrecen
pude daros a vos la más preciada;
pero, señora, ya no canto nada,
sino las propias penas que entristecen;
y en vez de canto, regalaros tedio
ni a vos diera placer, ni a mí remedio.
No es la poetisa ese jardín florido
donde siempre un jazmín, una violeta
nace para que adorne su prendido
la hermosa como vos es el poeta
no siempre la mujer doliente inquieta
puede cantar como lo habéis querido;
y en vez de canto regalaros tedio
ni a vos diera placer, ni a mí remedio.
Sabed que al consagraros estas hojas
del íntimo del alma hoy arrancadas,
siento de pena las mejillas rojas
porque lleguen a vos tan destrozadas.
Pero no tengo más están heladas,
y os pido por favor en mis congojas
que me dejéis callar, pues no es remedio
daros, señora, con mis cantos tedio.



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