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Se han encontrado 24 poemas con la palabra hechizo

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Alberto Lista

Del amor

-- de Alberto Lista --

Alcino, quien los ásperos rigores
de una ingrata beldad vencer procura,
ni encantos a la tésela espesura,
ni a la remota Colcos pida flores.

Amar es el hechizo, que en amores
la victoria y las dichas asegura,
y somete el pudor y la hermosura,
y corona al amante de favores.

Mas si el vil seductor quiere que sea
una impura pasión amor hermoso,
no se admire de verla desdeñada.

Que no es amante el que gozar desea,
sino el que sacrifica generoso
su bien y su placer al de su amada.

Poema Del amor de Alberto Lista con fondo de libro

Ignacio María de Acosta

Nace fragante

-- de Ignacio María de Acosta --

Nace fragante, delicada, hermosa,
rica en colores, tímida y galana,
entre perlas que riega la mañana
en verde tallo la encendida rosa.

El aura la acaricia voluptuosa;
en agradarla el colibrí se afana;
y la rosa gentil de la sabana
es el hechizo y la adorada diosa.

Pero si envuelto en polvoroso aliento
con torpe labio y bárbara inclemencia
besa la flor el huracán violento,

entonces mustia, sin color ni esencia
muere infeliz, cual muere en un momento
al contacto del vicio la inocencia.

Poema Nace fragante de Ignacio María de Acosta con fondo de libro

Josefina Pla

el amor realizado

-- de Josefina Pla --

Realizado

xii
el amor realizado es un sorbo de muerte
que nos pasa los labios, que se filtra en las venas.
El alma que nos cambia es más ancha y vacía:
más triste y más sedienta, la boca que nos deja.

Dentro del corazón, alárgase una sombra
cada vez que los labios su antiguo vaso llenan.
El amor realizado aguza en nuestros ojos
del imposible anhelo la trémula saeta,
y es paso que prolonga, en cruel hechizo mágico,
ante la planta laxa la cansadora meta...

Amor: perfecto guía para ir al encuentro
del dolor apostado al fin de cada senda...

Poema el amor realizado de Josefina Pla con fondo de libro

Julián del Casal

una maja

-- de Julián del Casal --

Muerden su pelo negro, sedoso y rizo,
los dientes nacarados de alta peineta
y surge de sus dedos la castañeta
cual mariposa negra de entre el granizo.
Pañolón de manila, fondo pajizo,
que a su talle ondulante firme sujeta,
echa reflejos de ámbar, rosa y violeta
moldeando de sus carnes todo hechizo.
Cual tímidas palomas por el follaje,
asoman sus chapines bajo su traje
hecho de blondas negras y verde raso,
y al choque de las copas de manzanilla
riman con los tacones la seguidilla,
perfumes enervantes dejando al paso.



Rafael Obligado

laetitia

-- de Rafael Obligado --

Con tu sonrisa embelleces
y haces tus quince lucir;
te lo habrán dicho mil veces:
blanco pimpollo pareces
que comienza a entreabrir.

Sobre tu seno palpitan
no sé qué lumbres dudosas;
cuando tus formas se agitan,
a respirarlas incitan
como un manojo de rosas.

En tu infantil hermosura,
llena de vivos sonrojos,
hay tal hechizo y frescura,
que hasta la luz es más pura
en el cristal de tus ojos.

Cuando caminas, tu traje
hace susurro de espumas;
y, por rendirte homenaje,
de tu sombrero en las plumas
canta la brisa salvaje.

Los que te miran pasar
con esa audacia triunfante
y esa sonrisa sin par,
juran, al ver tu semblante,
que tú no sabes llorar.

Juran verdad. ¡Pues mejor!
¡fuera pesares y engaños,
y no contraiga el dolor
esos dos labios en flor
donde sonríen quince años!



Pedro Antonio de Alarcón

Una flor menos

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Á la orilla de un plácido árroyuelo,
que en sus cristales nítidos retrata
el verde margen y el tranquilo cielo...
—Lengua armoniosa de fulgente plata,
que siempre está contando sin recelo
de aquella soledad la vida grata,—
una noche clarísima y serena
nació una melancólica azucena.

Esto pasó en Abril. —El sol de Mayo
miróla ya, formada y entreabierta,
beber ansiosa el matutino rayo,
cual alma jóven que al amor despierta...
Y ya las brisas, con falaz desmayo,
de su fragancia virgen, leve, incierta,
los primeros efluvios le robaban...
Que con frias lisonjas le pagaban.

En Junio... La magnífica azucena,
sultana favorita entre las flores,
gala y encanto de la orilla amena,
hechizo de los céfiros traidores,
ya prodigaba, de ufanía llena,
al aire... Sus balsámicos olores,
su candidez... Al sol, su risa... Al cielo
y su imágen... Al lúbrico arroyuelo.



José Ángel Buesa

elegía por nosotros

-- de José Ángel Buesa --

Erguida en tu silencio y en tu orgullo,
no sé con qué señor que te enamora,
comentas a manera de murmullo:
«¡mirad ese es el hombre que me adora!»
yo paso como siempre, absorto,... Mudo,
y tú nerviosamente te sonríes,
sabiendo que detrás de mi saludo,
te ahondas y después te me deslíes.
Yo sé que ni te busco, ni te sigo,
que nada te mendigo, ni reclamo,
comento, nada más con un amigo:
«esa es la mujer que yo más amo».
Yo sé que mi cariño recriminas,
es claro tú no entiendes de esas cosas,
qué sabe del perfume y las espinas,
quien nunca estuvo al lado de las rosas.
Tú sabes que jamás suplico nada,
y me sabes cautivo de tus huellas,
que vivo en la región de tu mirada,
y comparto contigo las estrellas.
Un día nos veremos nuevamente,
y es lógico que bajes la cabeza,
tendrás muchas arrugas en la frente,
y el rostro entristecido y sin belleza.
Serás menos sensual en la cadera,
tus ojos no tendrán aquel hechizo,
y aún murmuraré «¡si me quisiera!»
tú sólo pensarás: «¡cuánto me quiso!»



Félix María Samaniego

El inquisidor y la supuesta hechicera

-- de Félix María Samaniego --

A un viejo inquisidor es presentada
una hermosa mujer, que de hechicera,
sin más motivo que la envidia fiera,
ante su tribunal fue delatada.

Al tenor de los cargos preguntada,
los niega todos. Mas con voz severa
la comprimía el juez de tal manera
que la infeliz mujer, ya sofocada:

—-Ilustrísimo, dice, esto es lo fijo;
yo de hechizos, señor, entiendo nada,
este es solo el hechizo que colijo,

dice, y alza las faldas irritada.
Monta él las gafas, y al mirarlo dijo:
—-¡Hola, hola!, ¡pues no me desagrada!



Gerardo Diego

letrilla de la virgen maría esperando la navidad

-- de Gerardo Diego --

Con qué le envolveré yo,
con qué.
Ay, dímelo tú, la luna,
cuando en tus brazos de hechizo
tomas al roble macizo
y le acunas en tu cuna.
Dímelo, que no lo sé,
con qué le tocaré yo,
con qué.
Ay, dímelo tú, la brisa
que con tus besos tan leves
la hoja más alta remueves,
peinas la pluma más lisa.
Dímelo y no lo diré
con qué le besaré yo,
con qué.
Y ahora que me acordaba,
ángel del señor, de ti,
dímelo, pues recibí
tu mensaje: «he aquí la esclava».
Sí, dímelo, por tu fe,
con qué le abrazaré yo,
con qué.
O dímelo tú, si no,
si es que lo sabes, josé,
y yo te obedeceré,
que soy una niña yo,
con qué manos le tendré
que no se me rompa, no,
con qué.



Sor Juana Inés de la Cruz

Detente sombra

-- de Sor Juana Inés de la Cruz --

Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho

que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.



Medardo Ángel Silva

El cazador

-- de Medardo Ángel Silva --

Satán es cazador furtivo en la celeste
selva donde divaga el místico redil
y, como un joven sátiro, en la dulzura agreste,
suena la tentación de su flauta sutil.

¡Ay, del que oyera el canto del Malo!, quien oyera
la perversa sirena del Pecado Mortal,
ni rasgando su carne poseída pudiera
extirpar la ponzoña del hechizo fatal.

¡Y bien lo sabes tú, melodiosa alma mía,
alondra cantarina en la clara harmonía
del bosque donde pulsan los Coros sus laúdes,

tú, que del cazador en las manos lascivas,
en las velludas manos, viste llevar cautivas
a las siete palomas de tus siete virtudes!



Miguel Unamuno

El fin de la vida

-- de Miguel Unamuno --

Fué flor que al árbol arrancó el granizo
y luego en tierra el sol la vió, despojo,
entre el polvo rodar por el rastrojo
del viento al albedrío tornadizo.

Mantillo al fin la oscura flor se hizo
al pié escondido de espinoso tojo
y en el trascurso de un ocaso rojo
la enterró vil gusano. De su hechizo



Juan Nicasio Gallego

A Glicera

-- de Juan Nicasio Gallego --

¿Qué imposible no alcanza la hermosura?
¿Quién no cede a su hechizo soberano?
Adonde llega su poder tirano
la fábula, la historia lo asegura.

Renuncia Adán la celestial ventura,
su dulce halago resistiendo en vano;
por ella Paris el valor troyano
arma y conduce a perdición segura.

De una manzana la belleza rara
causó de entrambos la desdicha fiera
que de tu amor los gustos acibara:

mas si a verte llegara, mi Glicera,
el uno de tu mano la tomara,
el otro a tus encantos la rindiera.



Juan Nicasio Gallego

A la Sra. Duquesa de Frías en sus días

-- de Juan Nicasio Gallego --

Cuando improvisa mi prisión oscura
tornó en vergel tu planta bienhechora,
y vio asombrada la naciente aurora
en tus ojos su luz brillar más pura;

no bastando mi pecho a tal ventura,
las gracias viendo do el espanto mora,
así al perderte prorrumpí, señora,
bañado el rostro en llanto de ternura.

«¡Ángel celeste, hechizo y ornamento
del mundo, vete en paz, y el cielo pío
sin fin te colme del placer que siento!»

Este fue, dulce amiga, el voto mío:
hoy le renueva el alma y el acento,
y en pobres versos a tus pies le envío.



Juan Nicasio Gallego

En el álbum de la señora Tomasa de Bretón

-- de Juan Nicasio Gallego --

¡Cuál como tú feliz, bella Tomasa,
en quien Bretón extático se mira,
y en tu amor quincenal (no, no es mentira:
vuelve la hoja y lo verás) se abrasa.

«Hermosa, mucho más, la tengo en casa»,
dice a toda beldad que el mundo admira.
Tus ojos son el numen que le inspira;
tuyo el hechizo que a sus versos pasa.

Sólo falta ¡oh dolor! que en la terneza
de sus deliquios conyugales, cuando
a la diosa de Amor, no a Febo, invoque,

la gran fecundidad de su cabeza,
la unidad de lugar atropellando,
en punto menos alto se coloque.



Esteban Echeverría

la diamela

-- de Esteban Echeverría --

Dióme un día una bella porteña,
que en mi senda pusiera el destino,
una flor cuyo aroma divino
llena el alma de dulce embriaguez;
me la dio con sonrisa halagüeña,
matizada de puros sonrojos,
y bajando hechicera los ojos,
incapaces de engaño y doblez.

En silencio y absorto toméla
como don misterioso del cielo,
que algún ángel de amor y consuelo
me viniese, durmiendo, a ofrecer;
en mi seno inflamado guardéla,
con el suyo mezclando mi aliento,
y un hechizo amoroso al momento
yo sentí por mis venas correr.

Desde entonces, do quiera que miro
allí está la diamela olorosa,
y a su lado una imagen hermosa
cuya frente respira candor;
desde entonces por ella suspiro,
rindo el pecho inconstante a su halago,
con su aroma inefable me embriago,
a ella sola consagro mi amor.

Iii



Francisco Sosa Escalante

Bienvenida

-- de Francisco Sosa Escalante --

Llegue en buena hora la gentil viajera
De rubias crenchas y de azules ojos,
De placido mirar, de labios rojos,
Y de sonrisa grata y hechicera.

Como llega la hermosa primavera
Ocultando con flores los abrojos,
Llegue la niña así, de los enojos
Borrando pía la memoria fiera.

¡Oh rosa que brotó bajo otro cielo!
Ven, perfuma, embellece y engalana
Con tus encantos, de mi patria el suelo;

Ven, á tu hechizo arrobador, mañana
Los bardos cantarán con dulce anhelo
Tu belleza y tu gracia soberana.



Francisco Sosa Escalante

En el baile (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

No de tu hechizo virginal las flores
A marchitarse expongas en las salas
Del baile tentador; tiende tus alas
A otros cielos más puros y mejores.

Aquí luces encantos seductores,
Y belleza sin par; vistosas galas,
Y, de la orquesta al resonar, resbalas
Entre suspiros y jurar de amores.

Es cierto, dulce niña; tu hermosura
Forma del baile la mejor presea
Y todo á fascinarte se conjura;

Pero si eterno galardón desea
Tu alma, huye de aquí; modesta y pura
La gloria del hogar tu gloria sea.



Francisco Sosa Escalante

La coqueta

-- de Francisco Sosa Escalante --

No es mentira, no lo es, que las sirenas
Hechizaban, cantando, al navegante
Que incauto las oia y delirante
De Sirenusa hollaba las arenas.

Y no es mentira, no, que entre cadenas
Cautivo se encontraba en el instante,
Y en vez de goces y cariño amante
La muerte hallaba tras agudas penas.

El que á dudarlo con teson se atreve
Y piensa de un hechizo estar seguro,
Alcanza el desengaño en tiempo breve.

Existe la sirena, yo os lo juro,
Y siempre existirá, pues es la aleve
Coqueta, del presente y del futuro.



Francisco Sosa Escalante

Oscar

-- de Francisco Sosa Escalante --

Pajecillo gentil, tu caballero
Mal los caprichos del amor entiende,
Y de su erguido pedestal desciende
Al convertirte, Oscar, en mensajero.

Su dama, al verte, del amor primero
Mira la llama renacer, y tiende
La mirada hácia tí, porque comprende
Que te ama por galán y por parlero.

Si mano aleve, de su antiguo amante
Le priva, y triste por su muerte llora,
Pronto en olvido tan fatal instante

Pondrá al hechizo de tu voz sonora,
Y entónces mirarás que delirante
Viene á jurarte que sin fin te adora.



Francisco Sosa Escalante

Tu retrato

-- de Francisco Sosa Escalante --

Vanidoso el artista, fiel traslado
Creyó dejar aquí de tu hermosura,
¡Como si en esta pálida pintura
Estuviese tu hechizo retratado!

No pudo, no, copiar el encantado
Mirar de tus papilas, su ternura,
Ni la sonrisa de tus labios pura,
Ni tu talle gentil y delicado.

Y yo que nunca ambicioné del arte
El lauro, ni su gloria pretendia,
Puedo sin loca vanidad jurarte

Que en el sagrario está del alma mia
Tu imágen, que grabé para adorarte
Hasta que llegue mi postrero dia.



José Joaquín de Olmedo

Décimas

-- de José Joaquín de Olmedo --

Para templar el calor
de la estación y la edad,
me abandonas sin piedad,
mi hechizo, mi único amor.
Te engañas, porque el ardor
de un alma fina y constante,
si está de su bien distante,
crece en el agua, en la nieve,
y sólo templarse debe
en el seno de un amante.

Ven, pues, dulce amiga, luego,
que tú eres la sola fuente
que puede mi sed ardiente
saciar, y templar mi fuego.
En vano buscaré ciego
más gracia, más perfección,
otro afecto, otra pasión,
porque tus ojos divinos
solos saben los caminos
que van a mi corazón.



Carolina Coronado

flor de pureza

-- de Carolina Coronado --

¡oh de la madre tierra
hija mimada, fruto delicioso,
que en su espíritu encierra
hechizo venturoso,
divino ardor, perfume glorioso!
flor a mí consagrada,
corona de mis sienes, perla mía,
la sola gloria amada
que mi ambición ansía,
luna en mi noche, sol claro en mi día
¿dónde estás ¡ay!, adónde
la cabeza gentil triste reclinas?
¿qué huerto, di, me esconde
las luces argentinas
con que mis ciegos ojos iluminas?
yo fiel a la ternura
que el señor hacia ti me inspiraría
guardé, en el alma pura
los halagos que un día
sólo a tu frente amada rendiría...
¿Por qué vio la mañana
antes que yo tu dulce risa amante?
oruguilla liviana;
¿por qué aspiro un instante
tu pura esencia ni tu luz brillante?
¿por qué ora el sol te abrasa?
¿por qué a tu cabellera el aire toca?
¿por qué el insecto pasa
y atrevido coloca
sus alas donde yo puse mi boca...?



Ramón López Velarde

A la traición de una hermosa

-- de Ramón López Velarde --

Tú que prendiste ayer los aurorales
Fulgores del amor en mi ventana;
Tú, bella infiel, adoración lejana
Madona de eucologios y misales:

Tú, que ostentas reflejos siderales
En el pecho enjoyado, grave hermana,
Y en tus ojos, con lumbre sobrehumana,
Brillan las tres virtudes teologales:

No pienses que tal vez te guardo encono
Por tus nupcias de hoy. Que te bendiga
Mi señor Jesucristo. Yo perdono

Tu flaqueza, y esclavo de tu hechizo
De tu primer hijuelo, dulce amiga,
Celebraré en mis versos el bautizo.



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