Buscar Poemas con Gozan


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Se han encontrado 4 poemas con la palabra gozan

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Miguel Unamuno

El armador aquel

-- de Miguel Unamuno --

El armador aquel de casas rústicas
habló desde la barca:
ellos, sobre la grava de la orilla,
él flotando en las aguas.

Y la brisa del lago recogía
de su boca parábolas
ojos que ven, oídos que oyen gozan
de bienaventuranza.

Recién nacían por el aire claro
las semillas aladas,
el Sol las revestía con sus rayos,
la brisa las cunaba.

Hasta que al fin cayeron en un libro,
¡ay tragedia del alma!:
ellos tumbados en la grava seca,
y él flotando en el agua.

Poema El armador aquel de Miguel Unamuno con fondo de libro

Francisco Sosa Escalante

A la soledad (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Tregua buscando al anhelar que siento
A tí un refugio, soledad, te pido;
Rueden mis horas en quietud y olvido,
Halle descanso en tí mi pensamiento.

Los que gozan de dicha y de contento
Disfrutando el amor de un sér querido,
Los que felices son, entre el rüido
Del mundo, vivirán sin mi tormento.

Mas yo que miro conjurarse airadas
Las penas todas contra el alma mía,
Busco tus horas tristes y calladas.

Amable soledad, oculta pía
Mis lágrimas que corren desbordadas;
Que de ellas nadie por mi mal se ría.

Poema A la soledad (Sosa Escalante) de Francisco Sosa Escalante con fondo de libro

Clemente Althaus

A París

-- de Clemente Althaus --

Nada presta tu ruido a mi contento,
París, de gente y de placeres lleno:
¡Vasta y altiva capital! no cuento
ni un solo amigo en tu gigante seno.
Gozan en ti os ojos y la mente
con lo grandioso y opulento y vario:
mas siempre gime el corazón doliente,
en ti sin alimento y solitario.
Con tus fiestas y pompas y placeres
y vasta agitación que nunca calma,
Babel segunda a mis sentidos eres,
pero eres un desierto para mi alma.

Poema A París de Clemente Althaus con fondo de libro

Ricardo Güiraldes

El principio

-- de Ricardo Güiraldes --

Era el caos. Decir no y pensar cero.

En el eterno negar, fue brevemente la voluntad de ser. Origen del Sol.

El sol, en asombro de su luz, fue goce de existir; tanto amó su mirada, que pulularon las condensaciones de obscuridad; los astros.

Y los astros giraron de amor ante la gran pupila quieta.

Es el canto eterno en el caos sordo.

La tierra rueda, envuelta en hilachas de oro. Es esclava y amante. Su piel sensible tiene un escalofrío, pulsado por noches y días.

Y nosotros pasamos, como sobre un cutis que ama al contacto de una caricia, corre un tropel de mil vidas sensitivas, que nacen, gozan, sufren y mueren.

«La Porteña», 1914.



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