Buscar Poemas con Fuego


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Se han encontrado 87 poemas con la palabra fuego

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Fernando de Herrera

A vuestro grave y muerto hielo frío

-- de Fernando de Herrera --

A vuestro grave y muerto hielo frío,
temiendo el niño ciego su aspereza,
opuso con inútil rustiqueza
el leve y vivo ardiente fuego mío.

Su nieve muestra y llama el fuego y frío,
y reluchando esfuerza su grandeza;
el fuego al frío ablanda su dureza
y dispone veloz cual suelto río.

Quedó Amor del asalto glorioso,
y vos y yo contentos nos hallamos,
pero todo mi bien turbose luego;

que por un triste caso y lastimoso
con mi afrenta y dolor ambos quedamos,
con mayor frío vos, yo con más fuego.

Poema A vuestro grave y muerto hielo frío de Fernando de Herrera con fondo de libro

José Lezama Lima

son diurno

-- de José Lezama Lima --

Ahora que ya tu calidad es ardiente y dura,
como el órgano que se rodea de un fuego
húmedo y redondo hasta el amanecer
y hasta un ancho volumen de fuego respetado.
Ahora que tu voz no es la importuna caricia
que presume o desordena la fijeza de un estío
reclinado en la hoja breve y difícil
o en un sueño que la memoria feliz
combaba exactamente en sus recuerdos,
en sus últimas playas desoídas.

¿Dónde está lo que tu mano prevenía
y tu respiración aconsejaba?
huida en sus desdenes calcinados
son ya otra concha,
otra palabra de difícil sombra.
Una oscuridad suave pervierte
aquella luna prolongada en sesgo
de la gaviota y de la línea errante.

Ya en tus oídos y en sus golpes duros
golpea de nuevo una larga playa
que va a sus recuerdos y a la feliz
cita de apolo y la memoria mustia.
Una memoria que enconaba el fuego
y respetaba el festón de las hojas al nombrarlas
el discurso del fuego acariciado.

Poema son diurno de José Lezama Lima con fondo de libro

Lope de Vega

El ánimo solícito y turbado

-- de Lope de Vega --

El ánimo solícito y turbado,
como se ve en el mar la inquieta boya
miraba Albano el campo en que fue Troya
de fuego un tiempo y de dolor cercado.

Adonde el Ilión se vio fundado,
que ya la fama en su grandeza apoya,
y estuvo la greciana, hurtada joya,
vio la ceniza convertida en prado.

Estuvo un rato así, mas dijo luego:
¡Oh campos, ya de fuego, en mis dolores
y en vuestro ejemplo mis consuelos fío!

Que si en lugar que cupo tanto fuego,
ahora veo verde hierba y flores,
también podrá tener templanza el mío.

Poema El ánimo solícito y turbado de Lope de Vega con fondo de libro

Lope de Vega

Por ver si queda en su furor deshecho

-- de Lope de Vega --

Por ver si queda en su furor deshecho,
Leandro arroja el fuego al mar de Abido,
que el estrecho del mar, al encendido
pecho, parece mucho más estrecho.

Rompió las sierras de agua largo trecho,
pero el fuego, en sus límites rendido,
del mayor elemento fue vencido,
más por la cantidad, que por el pecho.

El remedio fue cuerdo; el amor loco:
que como en agua remediar espera
el fuego que tuviera eterna calma,

bebióse todo el mar, y aún era poco:
que si bebiera menos, no pudiera
templar la sed desde la boca al alma.



Delmira Agustini

Amor (Agustini)

-- de Delmira Agustini --

Lo soñé impetuoso, formidable y ardiente;
hablaba el impreciso lenguaje del torrente;
Era un amor desbordado de locura y de fuego,
Rodando por la vida como en eterno riego.

Luego soñélo triste, como un gran sol poniente
que dobla ante la noche su cabeza de fuego:
despues rió, y en su boca tan tierna como un ruego,
sonaba sus cristales el alma de la fuente.

Y hoy sueño que es vibrante, y suave, y riente y triste,
que todas las tinieblass y todo el iris viste,
que frágil como un ídolo y eterno como un Dios

Sobre la vida toda su majestad levanta:
y el beso cae ardiendo a perfumar su planta
en una flor de fuego deshojada por dos...



Pablo Neruda

soneto xlii cien sonetos de amor (1959) mediodía

-- de Pablo Neruda --

Radiantes días balanceados por el agua marina,
concentrados como el interior de una piedra amarilla
cuyo esplendor de miel no derribó el desorden:
preservó su pureza de rectángulo.
Crepita, sí, la hora como fuego o abejas
y es verde la tarea de sumergirse en hojas,
hasta que hacia la altura es el follaje
un mundo centelleante que se apaga y susurra.
Sed del fuego, abrasadora multitud del estío
que construye un edén con unas cuantas hojas,
porque la tierra de rostro oscuro no quiere sufrimientos
sino frescura o fuego, agua o pan para todos,
y nada debería dividir a los hombres
sino el sol o la noche, la luna o las espigas.



Pedro Antonio de Alarcón

Fuego y nieve

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Duro es tu corazón como el granito;
mi corazón como la cera tierno:
verano ardiente soy; tú helado invierno;
tú nieve eterna; fuego yo infinito.

Yo me acerco a tu nieve, y no tirito;
antes crece la furia de este infierno;
y hiélate a ti más mi fuego eterno,
y ni me apagas ¡ay! ni te derrito.

¿Cómo encuentro calor donde no hay llama?
¿Cómo no da calor la llama mía?
¿Cómo mi incendio tu esquivez no inflama?

¿Cómo tu hielo mi pasión no enfría?
¡Oh! ¿por qué no nos hizo el hado aleve,
o de fuego a los dos, o a ambos de nieve?



Pedro Calderón de la Barca

Laura

-- de Pedro Calderón de la Barca --

¿Qué género de ardor es el que llego
hoy a sentir, que más parece encanto,
pues luciendo tampoco abrasa tanto
y abrasando tan mudo, arde tan ciego?

¿Qué género de llanto es sin sosiego
éste, que a tanto incendio no da espanto,
pues al fuego apagar no puede el llanto,
ni al llanto puede consumir el fuego?

Donde materia no hay, no se da llama.
Mas ¡ay! que sin materia en el abismo
una y otra aprensión es quien la inflama.

Luego cierto será este silogismo:
si fuego de aprensión tiene quien ama,
amor y infierno todo es uno mismo.



José María Hinojosa

el fuego calcina nuestras carnes

-- de José María Hinojosa --

Este brazo de fuego
quemaba mi costado
recubierto de brotes
plenos de savia verde
cuando tu cabellera
fue de piedra en el viento
y mis sueños se abrían
en pétalos de carne.
Estos aires de fuego
derretirán la nieve
lejana de los polos
al cuajar en el árbol
nuestros dos corazones.



Gutierre de Cetina

a don juan de rojas sarmiento, enviándole a pedir ciertos papeles que le pidió

-- de Gutierre de Cetina --

Cuando oro bajo y de grosera mina
suele hallar tal vez minero experto,
si con otro metal sale cubierto,
al fuego lo consagra y lo destina;
allí se purifica, allí se afina,
allí descubre su valor más cierto;
si del acaso está dudoso, incierto,
el fuego lo quilata y determina.
Yo, que a pesar de febo y de parnaso,
de helicona hallé, no digo vena,
mas cierto humor peor que de locura,
para saber si debo dar más paso
en seguirla, o dejar tan loca pena,
consagro al fuego vuestro esta escriptura.



Gutierre de Cetina

mientra con gran terror por cada parte

-- de Gutierre de Cetina --

De roma ardían las moradas bellas,
mientra que con el humo a las estrellas
subía el clamor del gran pueblo de marte,
alegre está nerón, subido en parte
do viendo el fuego, oía las querellas,
mirando entre las llamas cuáles de ellas
eran mayores, do su furia harte.
Así del alma mía la que gobierna
mi vida, mira el fuego, escucha el llanto
y tiene el mayor mal por mayor juego;
y, a guisa de nerón, se alegra tanto
cuanto más viendo en mí durar el fuego
piensa hacer su crueldad eterna.



Gutierre de Cetina

amor, ¿qué es esto» «amor» «mayor mal siento

-- de Gutierre de Cetina --

Que amor». «¿Pues qué es ?» «no sé» «¿dónde te ofende?»
«en el alma». «¿Con qué fuego la enciende»
«¡fuego, sí!» «¿quién lo enciende?» «el pensamiento».
«¿Arde?» «abrasa que parte el sentimiento».
«¿Cómo de imaginar note defiende
la causa?» «no». «¿Por qué?» «porque desciende
muy alta». «¿A buscar qué?» «mi perdimiento».
«¿Luego no es fuego?» «no, que será rabia».
«¿Huyes del agua?» «no». «¿Cómo?» «llorando».
«¿Descanso es desear?» «no». «¿Es pestilencia?»
«¡plugiera a dios!» «¿por qué?» «que a quien me agravia
se pegara». «¿Es recelo?» «recelando
muero». «¡Ya sé lo que es!» «¿qué es, pues?» «ausencia».



Juan Gelman

ahora

-- de Juan Gelman --

Ahora miguel ángel cruza la noche del país
va en un caballito de fuego
se le caen palabras que tiemblan como el sur
tira balazos de esperanza
¿es verdad que te hicieron pedazos en la tortura militar?
¿te caíste a pedacitos? ¿y qué
crece de cada pedacito tuyo? ¿acaso otro ángel miguel?
¿los demás? ¿un vagabundo? ¿una triste?
¿un viejo sentimiento inmortal? ¿santa teresa
la obrera que montaba un caballo de fuego para vivir cada vez?
¿cómo el olor de tu alma?
pedazos de la amadora escaparon a las uñas del tiempo
pregunto estas cosas para saber cómo me va
envuelto estás en pólvora y horrores
tus poemas cruzan la noche del país
tu ternura trabaja obrera delicada
andás por plazas y por calles con la memoria en la mano
llega la luz del alba torpemente
aquí ninguno da perdón
te deshacés miguel juntando cielo
pero me acuerdo de cuando vas a volver
pegado a tu destino como una roca
limpiándole la muerte a cada noche
montado en un caballito de fuego



Fernando de Herrera

Dulce el fuego de amor, dulce la pena

-- de Fernando de Herrera --

Dulce el fuego de amor, dulce la pena,
y dulce de mi daño es la memoria
cuando renueva amor la antigua historia
que a su grave tormento me condena;

mas cuando hallo mi esperanza llena
de bien y de promesas de victoria,
un súbito dolor turba mi gloria,
y todos mis contentos desordena;

que será esta luz pura de belleza
la fe del justo amor en poca tierra
vuelta, y el fuego muerto que me inflama.

¡Oh vano ardor de la inmortal flaqueza!
¿Si el fin que ofrece paz de tanta guerra
no dejará aun ceniza de mi llama?



Fernando de Herrera

Incendio de Troya

-- de Fernando de Herrera --

El bravo fuego sobre el alto muro
del soberbio Ilión crecía airado,
y todo por mil partes derramado,
se envolvía confuso en humo oscuro.

Caía traspasado por el duro
hierro, y ardía en llamas abrasado,
y se rendía al ímpetu del hado
del Frige osado al corazón seguro.

Solo el rey de Asia, muerto en la ribera,
grande tronco ¡ay cruel dolor! yacía,
y su cuerpo bañaba el ponto ciego.

¡Oh fuerza oculta de la suerte fiera!
Que cuando Troya en fuego perecía,
falte a Priamo tierra y falte fuego.



Fernando de Herrera

Pensé, mas fue engañoso pensamiento

-- de Fernando de Herrera --

Pensé, mas fue engañoso pensamiento,
armar de duro ielo el pecho mío;
porqu' el fuego d' Amor al grave frío
no desatase en nuevo encendimiento.

Procuré no rendir m' al mal que siento;
y fue todo mi esfuerço desvarío.
Perdí mi libertad, perdí mi brío;
cobré un perpetuo mal, cobré un tormento.

El fuego al ielo destempló en tal suerte,
que, gastando su umor, quedó ardor hecho;
y es llama, es fuego, todo cuanto espiro.

Este incendio no puede darme muerte;
que, cuanto de su fuerça más deshecho,
tanto más de su eterno afán respiro.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 56

-- de Francisco de Quevedo --

Del sol huyendo, el mismo sol buscaba,
y al fuego ardiente cuando el fuego ardía;
alegre iba siguiendo mi alegría,
y, fatigado, mi descanso hallaba.
Fue tras su libertad mi vida esclava,
y corrió tras si vida el alma mía;
buscaron mis tinieblas a su día,
que dando luz al mismo sol andaba.
Fui salamandra en sustentarme ciego
en las llamas del sol con mi cuidado,
y de mi amor en el ardiente fuego;
pero en camaleón fui transformado
por la que tiraniza mi sosiego,
pues fui con aire de ella sustentado.



Clemente Althaus

Sueño de un malvado

-- de Clemente Althaus --

Durmiose; y al profundo abismo luego
le parece que baja despeñado,
donde castiga inextinguible fuego
a cuantos mueren en mortal pecado,
y donde son las penas tan atroces,
que las mayores penas terrenales
son ilusiones y parecen goces
junto a aquellos tormentos inmortales.
Él, a quien enseñó Filosofía
que mueren alma y cuerpo juntamente,
él, que del fuego eterno se reía,
ya, ya se mira en la ciudad doliente.
¡Ay! ¡qué voces extrañas! ¡ay! ¡qué lloro
desesperado hiere sus oídos!
¡Ay! ¡qué confuso ensordeciente coro
de gritos, de blasfemias y gemidos!
De hirsuta cola y retorcido cuerno,
ya lo circunda enjambre numeroso
de los feos señores del Infierno,
más feroces que toros en el coso.
Prueba de ellos a huir; y a cualquier lado
un furioso demonio ve delante;
crudos hieren su cuerpo desdichado
con saetas de fuego penetrante,
cuyo incendio con tal viveza siente,
que súbito del sueño se recuerda,
dando por el terror diente con diente,
temblando todo cual vibrada cuerda.



Ramón de Campoamor

El busto de nieve

-- de Ramón de Campoamor --

De amor tentado un penitente un día

con nieve un busto de mujer formaba,

y el cuerpo al busto con furor juntaba,

templando el fuego que en su pecho ardía.

Cuanto más con el busto el cuerpo unía,

más la nieve con fuego se mezclaba,

y de aquel santo el corazón se helaba,

y el busto de mujer se deshacía.

En tus luchas ¡oh amor de quien reniego!

siempre se une el invierno y el estío,

y si uno ama sin fe, quiere otro ciego.

Así te pasa a ti, corazón mío,

que uniendo ella su nieve con tu fuego,

por matar de calor, mueres de frío.



Alfredo Espino

Árbol de fuego

-- de Alfredo Espino --

Son tan vivos los colores
de tus flores, raro amigo,
que yo a tus flores les digo
“Corazones hechos flores”.

Y pensar a veces llego;
si este árbol labios se hiciera
¡Ah, cuánto beso naciera
de tantos labios de fuego!

Amigo: qué lindos trajes
te ha regalado el Señor;
te prefirió con su amor
vistiéndote de celajes

Qué bueno el cielo contigo,
Árbol de la tierra mía

Con el alma te bendigo,
Porque me das tu poesía
Bajo un jardín de celajes,
al verte estuve creyendo
que ya el sol se estaba hundiendo
adentro de tus ramajes



Lope de Vega

Al hombro el cielo, aunque su sol sin lumbre

-- de Lope de Vega --

Al hombro el cielo, aunque su sol sin lumbre,
y en eclipse mortal las más hermosas
estrellas, nieve ya las puras rosas,
y el cielo tierra, en desigual costumbre.

Tierra, forzosamente pesadumbre,
y así, no Atlante, a las heladas losas
que esperan ya sus prendas lastimosas,
Sísifo sois, por otra incierta cumbre.

Suplícoos me digáis, si Amor se atreve
¿cuándo pesó con más pesar, Fernando,
o siendo fuego, o convertida en nieve?

Mas el fuego no pesa, que exhalando
la materia a su centro, es carga leve;
la nieve es agua, y pesará llorando.



Lope de Vega

Al viento se encomienda, al mar se entrega

-- de Lope de Vega --

Al viento se encomienda, al mar se entrega,
conjura un áspid, ablandar procura
con tiernos ruegos una peña dura,
o las rocas del mar donde navega;

pide seguridad a la fe griega,
consejo al loco y al enfermo cura,
verdad al juego, sol en noche oscura,
y fruta al polo donde el sol no llega;

que juzgue de colores pide al ciego,
desnudo y solo al salteador se atreve,
licor precioso de las piedras saca;

fuego busca en el mar, agua en el fuego,
en Libia flor, en Etiopía nieve,
quien pone su esperanza en mujer flaca.



Lope de Vega

Cayó la Troya de mi alma en tierra

-- de Lope de Vega --

Cayó la Troya de mi alma en tierra,
abrasada de aquella griega hermosa,
que por prenda de Venus amorosa
Juno me abrasa, Palas me destierra.

Mas como las reliquias dentro encierra
de la soberbia máquina famosa,
la llama en las cenizas victoriosa
renueva el fuego y la pasada guerra.

Tuvieron y tendrán inmortal vida
prendas que el alma en su firmeza apoya,
aunque muera el troyano y venza el griego.

Mas, ¡ay de mí!, que con estar perdida,
aun no puedo decir: ¡aquí fue Troya!,
siendo el alma inmortal y eterno el fuego.



Lope de Vega

Del corazón los ojos ofendidos

-- de Lope de Vega --

Del corazón los ojos ofendidos
hacen batalla sobre cuál me mata.
El corazón con agua los maltrata,
que los quiere cegar por atrevidos.

Los ojos, por quien entran encendidos
espíritus de amor, que amor dilata,
dan fuego al corazón porque los trata
con tanto mal, en tanto bien perdidos.

Ojos, si el corazón con llanto os ciega,
corazón, si los ojos con el fuego,
un contrario abrasado, y otro frío,

sin duda que mi fin de acerca y llega,
que no puede durar ni hallar sosiego
reino tan dividido como el mío.



Lope de Vega

Inmenso monte, cuya blanca nieve

-- de Lope de Vega --

Inmenso monte, cuya blanca nieve
te muestra antes de tiempo encanecido,
en ti quiero vivir, por ver si ha sido
fuego este amor, pues acabar se debe.

Pero si está en el alma, aunque más pruebe
hacer de nieve a su memoria olvido,
será trabajo eterno del sentido
y de mi largo error engaño breve.

Nieve por nieve al fin, puerto por puerto,
blancura y condición, Lucinda helada,
a mi fuego darán remedio cierto.

¡Oh duro puerto una mujer airada!
pero pásele yo quedando muerto,
que a quien cansa el vivir, la muerte agrada.



Lope de Vega

Ardese Troya, y sube el humo escuro

-- de Lope de Vega --

Ardese Troya, y sube el humo escuro
al enemigo cielo, y entretanto,
alegre, Juno mira el fuego y llanto:
¡venganza de mujer, castigo duro!

El vulgo, aun en los templos mal seguro,
huye, cubierto de amarillo espanto;
corre cuajada sangre el turbio Janto,
y viene a tierra el levantado muro.

Crece el incendio propio el fuego extraño,
las empinadas máquinas cayendo,
de que se ven rüinas y pedazos.

Y la dura ocasión de tanto daño,
mientras vencido Paris muere ardiendo,
del griego vencedor duerme en los brazos.



Jorge Isaacs

Colombia

-- de Jorge Isaacs --

Colombia, que de América es el faro ...
Juan de Arona

En las noches azules de verano
Su airón de fuego el Puracé levanta,
Huella del Arquitecto soberano,
Huella no más de su divina planta!.

Raudales y torrentes abrillanta,
Dora los montes y en el verde llano
Ni aun a la prole del turpial galano
El eco ronco de su trueno espanta.

De tu yelmo, Colombia, ante la lumbre
Luciérnaga es el fuego de ese monte,
Lodo la nieve de su altiva cumbre;

El mundo de Colón es tu horizonte
Y mientras haya esclavos bajo el cielo,
Habrá libertadores en tu suelo.



Jorge Manrique

pregunta (a juan álvarez gato)

-- de Jorge Manrique --

I
después que el fuego se esfuerza
del amor, en cualquier parte
no vale esfuerzo ni fuerza,
seso ni maña ni arte;
ni vale consejo ajeno,
ni hay castigo ni enmienda,
ni vale malo ni bueno,
ni vale tirar del freno,
ni vale darle la rienda.
Ii
pues no aprovecha probarlo
para haberle de matar,
muy mejor será dejarlo
que se acabe de quemar;
que con aquello que entiende
matar el fuego cruel,
con eso mismo lo prende,
porque tanto más lo enciende
cuanto más echan en él.
Iii
era excusado pedir
remedio para mi mal,
pues que tengo de morir
por remedio principal.
Así que estoy en temor
bien cierto de mala suerte,
pues me hallo ser mejor
el remedio que el dolor,
ni el remedio que la muerte.
Iv
vuestra discreción me hace
tener alguna esperanza,
y mi ventura deshace,
mi bien y mi confianza;
mas dígame lo que pido,
aunque remedio no tenga:
yo estoy cerca de perdido
y lejos de socorrido,
y quieren que me detenga.



Jorge Manrique

Pregunta: (A Juan Álvarez Gato)

-- de Jorge Manrique --

I

Después que el fuego se esfuerza
del amor, en cualquier parte
no vale esfuerzo ni fuerza,
seso ni maña ni arte;
ni vale consejo ajeno,
ni hay castigo ni enmienda,
ni vale malo ni bueno,
ni vale tirar del freno,
ni vale darle la rienda.

II

Pues no aprovecha probarlo
para haberle de matar,
muy mejor será dejarlo
que se acabe de quemar;
que con aquello que entiende
matar el fuego cruel,
con eso mismo lo prende,
porque tanto más lo enciende
cuanto más echan en él.

III

Era excusado pedir
remedio para mi mal,
pues que tengo de morir
por remedio principal.
Así que estoy en temor
bien cierto de mala suerte,
pues me hallo ser mejor
el remedio que el dolor,
ni el remedio que la muerte.

IV

Vuestra discreción me hace
tener alguna esperanza,
y mi ventura deshace,
mi bien y mi confianza;
mas dígame lo que pido,
aunque remedio no tenga:
yo estoy cerca de perdido
y lejos de socorrido,
y quieren que me detenga.



Delmira Agustini

Mi musa

-- de Delmira Agustini --

Mi musa tomó un día la placentera ruta
de los campos fragantes; ornada de alboholes,
perfumando sus labios en la miel de la fruta
y dorando su cuerpo al fuego de los soles.

Vivió como una ninfa: desnuda, en fresca gruta,
engalanando espejos de lagos tornasoles.
La gran garza rosada de su forma impoluta.
Volvió a mí como el oro de luz de los crisoles.

Más pura; los cabellos emperlados de gotas
lucientes y prendidos de abrojos; trajo notas
de pájaro silvestre y en los labios más fuego.

Yo peinela y vestila sus parisinas galas,
y ella hoy grave pasea por mis lujosas salas
un gran aire salvaje y un perfume de espliego.



Delmira Agustini

El arroyo

-- de Delmira Agustini --

¿Te acuerdas? El arroyo fue la serpiente buena...
Fluía triste y triste como un llanto de ciego,
cuando en las piedras grises donde arraiga la pena,
como un inmenso lirio se levantó tu ruego.

Mi corazón, la piedra más gris y más serena,
despertó en la caricia de la corriente y luego
sintió como la tarde, con manos de agarena,
prendía sobre él una rosa de fuego.

Y mientras la serpiente del arroyo blandía
el veneno divino de la melancolía,
tocada de crepúsculo me abrumó tu cabeza,

la coroné de un beso fatal, en la corriente
vi pasar un cadáver de fuego... Y locamente
me derrumbó en tu abrazo profundo la tristeza.



Duque de Ribas

Letrilla (Saavedra)

-- de Duque de Ribas --

Decidme, zagales,
¿qué fuerza tendrán
los ojos de Lesbia,
que así me hacen mal?
Desde que los vide
ni sé descansar;
perdí mi reposo,
no puedo parar.
Sin duda que fuego
oculto tendrán,
pues, cuando me miran,
me siento abrasar.
Mas no da este fuego
incomodidad,
sino solamente...
No lo sé explicar.
Decidme, zagales,
¿qué fuerza tendrán
los ojos de Lesbia,
que así me hacen mal?



José María Blanco White

A Dorila

-- de José María Blanco White --

Te engañas, mi Dorila,
si juzgas que rendido
de amar sin esperanza
se verá el pecho mío;
que no, no es tan tirano,
cual dicen, el Dios niño,
y sabe aun con las ansias
dar premios exquisitos.
Son necios los amantes
que llaman su dominio
cruel, y que maldicen
sus cadenas y grillos.
Dorila, yo te adoro;
y el ardor en que vivo,
es el premio y la gloria
que el adorarte pido.
Peno ¡ay triste! mas tengo
en tu rostro divino
de mis crueles ansias
un dulce y cierto alivio:
pues aun cuando mi pecho
más agitado miro,
volviendo a ti los ojos
ledo que da y tranquilo.
Y si del rostro amable
el influjo benigno
me es negado, y ausente
mi fuego es más activo,
tu dulce nombre entonces
tiernamente repito,
y un nuevo fuego enciendo,
con que aplaco el antiguo.
¡Ay! de esta suave llama
los amantes deliquios
sólo es dado gozarlos
a quien sabe sentirlos.
Zagala, no te engañes,
que aun el más afligido
pagado está, si logra
dar a tiempo un suspiro.



Pablo Neruda

entierro en el este

-- de Pablo Neruda --

Yo trabajo de noche, rodeado de ciudad,
de pescadores, de alfareros, de difuntos quemados
con azafrán y frutas, envueltos en muselina escarlata:
bajo mi balcón esos muertos terribles
pasan sonando cadenas y flautas de cobre,
estridentes y finas y lúgubres silban
entre el color de las pesadas flores envenenadas
y el grito de los cenicientos danzarines
y el creciente monótono de los tam-tam
y el humo de las maderas que arden y huelen.
Porque una vez doblado el camino, junto al turbio río,
sus corazones, detenidos o iniciando un mayor movimiento,
rodarán quemados, con la pierna y el pie hechos fuego,
y la trémula ceniza caerá sobre el agua,
flotará como ramo de flores calcinadas
o como extinto fuego dejado por tan poderosos viajeros
que hicieron arder algo sobre las negras aguas, y devoraron
un alimento desaparecido y un licor extremo.



Pablo Neruda

es este mismo el sol de ayer

-- de Pablo Neruda --

Es este mismo el sol de ayer
o es otro el fuego de su fuego?
cómo agradecer a las nubes
esa abundancia fugitiva?
de dónde viene el nubarrón
con sus sacos negros de llanto?
dónde están los nombres aquellos
dulces como tortas de antaño?
dónde se fueron las donaldas,
las clorindas, las eduvigis?



Pablo Neruda

soneto xiii cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Soneto xiii
la luz que de tus pies sube a tu cabellera,
la turgencia que envuelve tu forma delicada,
no es de nácar marino, nunca de plata fría:
eres de pan, de pan amado por el fuego.
La harina levantó su granero contigo
y creció incrementada por la edad venturosa,
cuando los cereales duplicaron tu pecho
mi amor era el carbón trabajando en la tierra.
Oh, pan tu frente, pan tus piernas, pan tu boca,
pan que devoro y nace con luz cada mañana,
bienamada, bandera de las panaderías,
una lección de sangre te dio el fuego,
de la harina aprendiste a ser sagrada,
y del pan el idioma y el aroma.



Pablo Neruda

soneto lxxxviii cien sonetos de amor (1959) noche

-- de Pablo Neruda --

El mes de marzo vuelve con su luz escondida
y se deslizan peces inmensos por el cielo,
vago vapor terrestre progresa sigiloso,
una por una caen al silencio las cosas.
Por suerte en esta crisis de atmósfera errabunda
reuniste las vidas del mar con las del fuego,
el movimiento gris de la nave de invierno,
la forma que el amor imprimió a la guitarra.
Oh amor, rosa mojada por sirenas y espumas,
fuego que baila y sube la invisible escalera
y despierta en el túnel del insomnio a la sangre
para que se consuman las olas en el cielo,
olvide el mar sus bienes y leones
y caiga el mundo adentro de las redes oscuras.



Pablo Neruda

ángela adónica

-- de Pablo Neruda --

Hoy me he tendido junto a una joven pura
como a la orilla de un océano blanco,
como en el centro de una ardiente estrella
de lento espacio.
De su mirada largamente verde
la luz caía como un agua seca
en transparentes y profundos círculos
de fresca fuerza.
Su pecho como un fuego de dos llamas
ardía en dos regiones levantado,
y en doble río llegaba a sus pies
grandes y claros.
Un clima de oro maduraba apenas
las diurnas longitudes de su cuerpo
llenándolo de frutas extendidas
y oculto fuego.



Pablo Neruda

soneto lxvi cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

No te quiero sino porque te quiero
y de quererte a no quererte llego
y de esperarte cuando no te espero
pasa mi corazón del frío al fuego.
Te quiero sólo porque a ti te quiero,
te odio sin fin, y odiándote te ruego,
y la medida de mi amor viajero
es no verte y amarte como un ciego.
Tal vez consumirá la luz de enero,
su rayo cruel, mi corazón entero,
robándome la llave del sosiego.
En esta historia sólo yo me muero
y moriré de amor porque te quiero,
porque te quiero, amor, a sangre y fuego.



Pablo Neruda

echan humo, fuego y vapor

-- de Pablo Neruda --

Echan humo, fuego y vapor
las o de las locomotoras?
en qué idioma cae la lluvia
sobre ciudades dolorosas?
qué suaves sílabas repite
el aire del alba marina?
hay una estrella más abierta
que la palabra amapola?
hay dos colmillos más agudos
que las sílabas de chacal?



Pedro Calderón de la Barca

Décimas a San Isidro

-- de Pedro Calderón de la Barca --

Ya el trono de luz regía
el luminoso farol,
el fénix del cielo, el sol,
cuya edad es sólo un día.
Ya desde la tumba fría
en su fuego vuelve a ser
hoy lo mismo que era ayer;
que, si en todo es de sentir
que nace para morir,
él muere para nacer.

Veloz la vida se quita,
con que más gloria se adquiere,
pues cuando en el agua muere,
en el fuego resucita.
Las aves, a quien incita
la luz de sus resplandores,
cantando dulces amores,
eran, con belleza suma,
al campo flores de pluma
cuando al viento aves de flores.

Entre las rosas cantaban
y el aura que las movía
solamente conocía
por aves las que las volaban.
Todas a Isidro esperaban,
cuando el labrador dichoso
se quedaba perezoso
de su trabajo olvidado:
¿quién vio vicioso al cuidado
y al descuido virtuoso?

Antes de labrar el suelo
(¡oh tardanza de amor llena!)
en la Virgen de Almudena
labraba piadoso el cielo;
y como su santo celo
en el sol le suspendía
de la celestial María,
divertido, no pensaba;
como siempre, al sol miraba,
que pudo pasarse el día.



Pedro Soto de Rojas

Ausencia triste

-- de Pedro Soto de Rojas --

¿De qué te quejas, corazón? Resiste
los golpes duros de la ausencia fuerte,
pues dejaste la vida por la muerte,
cuyo triunfo en tu dolor consiste.

Mas, ay, que tanto la memoria asiste
-guerrero vigilante- en ofenderte,
que es fuerza que mi amor para valerte
en llanto te desate, en llanto triste.

Muda ya en mares, pues, los ojos míos
y este mi pecho en fuego: fuertes luchen
el agua y fuego con mi pecho roto;

viva muriendo en abrasados fríos,
donde los ecos de su voz escuchen
ausente Fénix y presente Cloto.



Pedro Soto de Rojas

Desprecio

-- de Pedro Soto de Rojas --

La negra noche con su sombra fría
amparaba el honor de las estrellas,
cuando aquel sol que engendra mis querellas
con rayos de su luz las encendía.

Callando, pareció que les decía:
«Ya de mi fuego en esta edad centellas
no alumbraréis, que entre mis luces bellas
puso el Autor al mundo nuevo día».

Vuelta después a mí, con voz ardiente,
sin templar la virtud de tanta brasa,
me dijo: «Vete en paz, amante ciego».

Dejóme herido el corazón doliente
entre llamas secretas, do se abrasa,
y fuime en paz. ¿Qué paz? A sangre y fuego.



Pedro Soto de Rojas

Quejas disculpadas

-- de Pedro Soto de Rojas --

Del áspero segur la seca rama
se querella, si al fuego la condena;
la blanca vela, de la parda entena,
si su tesoro el Aquilón derrama;

si al coral falta su cerúlea cama,
se altera endurecido en tierra ajena;
el mal seguro leño en mar serena,
gimiendo, al monstruo que le rige infama.

Éstos se quejan sin tener sentido,
sin tener vida: pues que vivo, y siento
fuego en mi pecho, mares en mis ojos,

la boca en aire y a la tierra asido,
portentoso de amor soy vencimiento.
Deja, Fénix, que sienta mis enojos.



José María Hinojosa

ya no me besas

-- de José María Hinojosa --

Un viento inesperado hizo vibrar las puertas
y nuestros labios eran de cristal en la noche
empapados en sangre dejada por los besos
de las bocas perdidas en medio de los bosques.
El fuego calcinaba nuestros labios de piedra
y su ceniza roja cegaba nuestros ojos
llenos de indiferencia entre cuatro murallas
amasadas con cráneos y arena de los trópicos.
Aquella fue la última vez que nos encontramos,
llevabas la cabeza de pájaros florida
y de flores de almendro las sienes recubiertas
entre lenguas de fuego y voces doloridas.
El rumbo de los barcos era desconocido
y el de las caravanas que van por el desierto
dejando sólo un rastro sobre el agua y la arena
de mástiles heridos y de huesos sangrientos.
Aquella fue la última noche que nuestros labios
de cristal y de sangre unieron nuestro aliento
mientras la libertad desplegaba sus alas
de nuestra nuca herida por el último beso.



José Pedroni

entremos

-- de José Pedroni --

Esta es nuestra casa.
Entremos.
Para ti la hice
como un libro nuevo,
mirando, mirando,
como la hace el hornero,

tuya es esta puerta;
tuyo este antepecho,
y tuyo este patio
con su limonero.

Tuya esta solana
donde en el invierno
pensará en tus párpados
tu adormecimiento.

Tuyo este emparrado
que al ligero viento
moverá sus sombras
sobre tu silencio.

Tuyo este hogar hondo
que reclama el leño
para alzarte en humo,
para amarte en fuego.

Tuya esta escalera
por la cual, sin término,
subirás mi nombre,
bajaré mis versos.

Y tuya esta alcoba
de callado techo,
donde, siempre novios,
nos encontraremos.

Esta es nuestra casa.
¡Hazme el primer fuego!



Juan de Arguijo

Apolo a Dafne

-- de Juan de Arguijo --

«Victorioso laurel, Dafnes esquiva,
En cuyas verdes hojas la memoria
De tu rigor y de mi triste historia
Quiere el amor que eternamente viva.

»La antigua palma y abundante oliva
A tí de hoy mas inclinarán su gloria;
Tú ceñirás en premio de vitoria
Del fuerte vencedor la frente altiva.»

Dijo el burlado Cintio, y á la dura
Corteza asido, la contempla, y luego
Repite: «¡Dafne liera! ¡Mármol frio!

»Del rayo ardiente vivirás segura;
Que no es bien que consiente ajeno fuego
Quien pudo resistir al fuego mio.»



Gaspar María de Nava Álvarez

A un deseo vano

-- de Gaspar María de Nava Álvarez --

Oh deseo insensato, tu osadía
¡cuán justamente queda castigada!
Caminaste con ala arrebatada
adonde el bien a tu ansia se ofrecía.

Hallaste en vez de fuego, nieve fría,
mármol en vez de fuego, y rodeada
de agudas puntas, de impiedad amada
la rosa, que tan dulce parecía.

No quiera imposibles. No con vuelo
altivo al Cielo registrar presumas
ni el carro gobernar del Sol dorado.

Que destrozados yacen en el suelo
Ícaro, ya desnudo de sus plumas,
Faetón por el rayo ya abrasado.



Gutierre de Cetina

entre armas, guerra, fuego, ira y furores

-- de Gutierre de Cetina --

Que al soberbio francés tienen opreso,
cuando el aire es más turbio y más espeso,
allí me aprieta el fiero ardor de amores.
Miro el cielo, los árboles, las flores,
y en ellos hallo mi dolor expreso,
que en el tiempo más frío y más avieso
nacen y reverdecen mis temores.
Digo llorando: «¡oh dulce primavera,
cuándo será que a mi esperanza vea
ver de prestar al alma algún sosiego!»
mas temo que mi fin mi suerte fiera
tan lejos de mi bien quiere que sea,
entre guerra y furor, ira, armas, fuego.



Gutierre de Cetina

traducción de un soneto toscano

-- de Gutierre de Cetina --

Querría saber, amantes, cómo es hecha
esta amorosa red que a tantos prende,
cómo su fuerza en todo el mundo extiende
o cómo el tiempo ya no la desecha.
Si amor es ciego, ¿cómo se aprovecha
a hacer las saetas con que ofende?
si no las hace amor, ¿qué se las vende?
¿con cuál tesoro compra tanta flecha?
si tiene, como escriben los poetas,
en una mano el arco, en otra el fuego,
¿las saetas, la red, con qué las tira?
las armas del amor, tirano ciego,
un volver de ojos es que alegre os mira,
no el arco ni la red, fuego y saetas.



Gutierre de Cetina

si de roma el ardor, si el de sagunto

-- de Gutierre de Cetina --

De troya, de numancia y de cartago,
si de jerusalén el fiero estrago,
belgrado, rodas y bizancio junto;
si puede a piedad moveros punto
cuanto ha habido de mal del indo al tago,
¿por qué del fuego que llorando apago
ni dolor, ni piedad en vos barrunto?
pasó la pena de éstos, y en un hora
acabaron la vida y el tormento,
puestos del enemigo a sangre y fuego.
Vos dais pena inmortal al que os adora,
y así vuestra crueldad no llega a cuento
romano, turco, bárbaro ni griego.



Gutierre de Cetina

de la contemplación del pensamiento

-- de Gutierre de Cetina --

Crece la voluntad mi fantasía;
del dulce imaginar del alma mía
hace el amor en mí firme cimiento;
del pensar nace en mí el contentamiento
que da más viva fuerza a mi porfía;
tanto mi desear las alas cría
cuanto nacen de más conocimiento.
Las partes que de vos esta alma entiende,
mientra que más las voy considerando
mayor ardor al corazón envío:
como fuego que tanto más se enciende
cuanto más leña en él irán echando.
¡Ved, pues, si es inmortal el fuego mío!



Salvador Díaz Mirón

Infeliz el cónyuge, ¡Ay del que se fíe!

-- de Salvador Díaz Mirón --

Infeliz el cónyuge, ¡ay del que se fíe
de joven hermosa, dulce y hechicera
en brazos de un mozo que apriete y porfíe!
Ella dulcemente mueve la cadera,
y él no mira cosa que la contraríe,
y en los pardos bucles de la cabellera
una flor de fuego bruscamente ríe.
Y la esposa baila con los senos fuera
y él no mira cosa que la contraríe,
y en los pardos bucles de la cabellera
una flor de fuego bruscamente ríe.



Ventura de la Vega

Las sopas de ajo

-- de Ventura de la Vega --

UANDO el diario suculento plato,
Base de toda mesa castellana,
Gustar me veda el rígido mandato
De la Iglesia Apostólica Romana;
Yo, fiel cristiano, que sumiso acato
Cuanto de aquella potestad emana,
De las viandas animales huyo
Y con esta invención las substituyo.

Ancho y profundo cuenco, fabricado
De barro (como yo) coloco al fuego;
De agua lo lleno: un pan despedazado
En menudos fragmentos le echo luego;
Con sal y pimentón despolvoreado.
De puro aceite tímido lo riego;
Y del ajo español dos cachos mondo
Y en la masa esponjada los escondo.

Todo al calor del fuego hierve junto
Y en brevísimo rato se condensa,
Mientras de aquel suavísimo conjunto
Lanza una parte en gas la llama intensa;
Parda corteza cuando está en su punto
Se advierte en tomo y los sopones prensa,
Y colocado el cuenco en una fuente,
Se sirve así para que esté caliente.



Vicente Gallego

oración pagana

-- de Vicente Gallego --

Sopla recio a mi espalda,
viento oscuro y tenaz del desarraigo,
confúndeme los pasos y sitúa mi norte
donde no halle el amparo de esta mansa morada.
Quiero arder en la noche como un fuego sin dueño
mientras la noche dure,
y que el santo egoísmo
de quien busca el placer y renuncia al soborno
con que compra el resguardo voluntades
me atraviese de espinas por pretender la rosa.
Yo le entrego al diablo cuanto tengo por mío,
y que él lo malvenda,
y sólo pido a cambio caminar a su lado.
De la paz pusilánime que en el orden anida
no mendigo limosna: que el desconcierto traiga
su cizaña a la casa que mis manos levanten.
Porque sólo en el roto corazón de lo turbio
he encontrado la luz verdadera del fuego,
que las sombras me lleven,
y yo lleve conmigo, cuando sea la hora,
la clara vecindad de la tiniebla ardida
de mi noche a la noche.



Antonio Machado

El sol es un globo de fuego

-- de Antonio Machado --

El sol es un globo de fuego,
la luna es un disco morado.
Una blanca paloma se posa
en el alto ciprés centenario.
Los cuadros de mirtos parecen
de marchito velludo empolvado.
¡El jardín y la tarde tranquila!...
Suena el agua en la fuente de mármol.



Anónimo

Romance del conde Alemán

-- de Anónimo --

A tan alta va la luna
como el sol a mediodía,
cuando el buen conde Alemán
con esa dama dormía.
No lo sabe hombre nacido
de cuantos en la corte había,
si no sólo era la infanta,
aquesa infanta su hija.
Así su madre le hablaba,
desta manera decía:
-Cuanto viéredes tú, infanta,
cuanto vierdes, encobridlo;
daros ha el conde Alemán
un manto de oro fino.
-¡Mal fuego queme, madre,
ese manto de oro fino,
cuando en vida de mi padre
tuviese padrastro vivo!
De allí se fuera llorando;
el rey su padre la ha visto:
-¿Por qué lloráis, la infanta?
decid ¿quién llorar os hizo?
-Yo me estaba aquí comiendo,
comiendo sopas en vino,
entró el conde Alemán,
y echólas por el vestido.
-Calléis, mi hija, calléis,
no toméis de eso pesar,
que el conde es niño y muchacho,
hacerlo ha por burlar.
-¡Mal fuego quemase, padre,
tal reír y tal burlar!
Cuando me tomó en sus brazos,
conmigo quiso holgar.
-Si él os tomó en sus brazos
y con vos quiso holgar,
en antes que el sol salga
yo lo mandaré matar.



Juan Gelman

el ladrón

-- de Juan Gelman --

En la noche silenciosa y oscura,
huyendo de toda presencia humana o animal,
evitando los ruidos, furtivamente roba
fuego de las palabras y palabras del fuego
para sí, para todos, para el amor que no conocerá
algún día
y la ceniza fría le castiga las manos.



Julio Flórez

Castigo (Flórez)

-- de Julio Flórez --

Poem

Dos puñales agudos templados al fuego, yo quisiera clavarte en los ojos, azules y grandes rincones de cielo; sacar los puñales después, los terribles puñales de acero, ver en tus cuencas vacías y oscuras resbalar dos raudales sangrientos Y ver los abismos helados y negros, que a través del cristal de esos ojos (extintos a tiempo) volcaron desdenes y rayos de ira en estos los míos de lágrimas llenos! Ventanas oscuras en donde se asoma mi espíritu enfermo.

Quiero castigarlos con castigo eterno, solo por haberle negado a mi noche su luz, siendo limpios y ardientes luceros!

Quiero ver tu alma entonces en esos rincones azules, de pronto trocados en dos agujeros!

Pero más quisiera clavarte esos ojos puñales de fuego, por ver un eclipse, ¡qué trágico eclipse un eclipse de cielo!



Fernando de Herrera

Cuando mi pecho ardió en su dulce fuego

-- de Fernando de Herrera --

Cuando mi pecho ardió en su dulce fuego,
osé cantar, Mosquera, el mal que siento,
y diome al tierno canto ufano aliento
el sol en cuyo ardor estuve ciego.

Osé mostrar mi llanto en blando ruego
a quien amor desprecia y su tormento,
y el humilde quejar de mi lamento
me dio osadía y dio esperanza luego.

Ahora, que la luz yo pierdo ausente,
y crece mi dolor con su belleza,
notad el grande error de mi porfía.

Lloro el pasado bien y el mal presente,
y puesto en soledad de mi tristeza,
la esperanza me falta y la osadía.



Fernando de Herrera

El fuego que en mi alma se alimenta

-- de Fernando de Herrera --

El fuego que en mi alma se alimenta,
y consume al estéril duro frío,
da vida al casi muerto pecho mío,
y en virtud de sus llamas me sustenta.

Justo es que muera y viva en él y sienta
la gloria de mi dulce desvarío,
porque de mis trabajos yo confío
la esperanza del premio en quien me alienta.

Como en inmenso frío junta espira
inmensa oscuridad, cuya tristeza
ocupa el corazón con grave pena:

Así con el excelso ardor conspira
excelsa luz, que deja en su belleza
mi alma de alegría y de bien llena.



Fernando de Herrera

El Sátiro qu' el fuego vio primero

-- de Fernando de Herrera --

El Sátiro qu' el fuego vio primero,
de su vivo esplendor todo vencido,
llegó a tocallo; mas provó, encendido,
qu' era, cuanto hermoso, ardiente y fiero.

Yo, que la pura luz do ardiendo muero,
mísero vi, engañado y ofrecido
a mi dolor, en llanto convertido
acabar no pensé, como ya espero.

Belleza, y claridad antes no vista,
dieron principio al mal de mi deseo,
dura pena y afán a un rudo pecho.

Padesco el dulce engaño de la vista;
mas si me pierdo con el bien que veo,
¿cómo no estoy ceniza todo hecho?



Fernando de Herrera

Si el fuego idalio el tierno canto inspira

-- de Fernando de Herrera --

Si el fuego idalio el tierno canto inspira,
y en tu pecho, Amalteo, algún cuidado
la estrella infunde ya que en mar turbado
te guía, osa herir tu culta lira.

Por ti Betis humilde al Tebro admira,
Tebro, mayor que el Arno celebrado,
y entre lucientes astros colocado,
envidioso Erídano lo mira.

Contigo calla el coro de Elicona,
que baña el cuerpo en su cristal corriente,
y pierde el dulce niño los despojos;

que del materno mirto la corona
teje para ceñir tu sabia frente,
o canta o cierre siempre Amor sus ojos.



La blanca nieve y la purpúrea rosa

-- de Francisco de la Torre --

La blanca nieve y la purpúrea rosa,
que no acaba su ser calor ni invierno,
el sol de aquellos ojos, puro, eterno,
donde el amor como en su ser reposa;

la belleza y la gracia milagrosa
que descubren del alma el bien interno,
la hermosura donde yo discierno
que está escondida más divina cosa;

los lazos de oro donde estoy atado,
el cielo puro donde tengo el mío,
la luz divina que me tiene ciego;

el sosiego que loco me ha tornado,
el fuego ardiente que me tiene frío,
yesca me han hecho de invisible fuego.



Francisco de Quevedo

parnaso español 11

-- de Francisco de Quevedo --

En el bruto, que fue bajel viviente
donde jove embarcó su monarquía,
y la esfera del fuego donde ardía
cuando su rayo navegó tridente,
yace vivo el león que, humildemente,
coronó por vivir su cobardía,
y vive muerta fénix valentía,
que de glorioso fuego nace ardiente.
Cada grano de pólvora le aumenta
de primer magnitud estrella pura,
pues la primera magnitud le alienta.
Entrará con respeto en su figura
el sol, y los caballos que violenta,
con temor de la sien áspera y dura.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 7

-- de Francisco de Quevedo --

Pues eres sol, aprende a ser ausente
del sol, que aprende en ti luz y alegría;
¿no viste ayer agonizar el día
y apagar en el mar el oro ardiente?
luego se ennegreció, mustio y doliente,
el aire adormecido en sombra fría;
luego la noche, en cuanta luz ardía,
tantos consuelos encendió el oriente.
Naces, aminta, a silvio del ocaso
en que me dejas sepultado y ciego;
sígote oscuro con dudoso paso.
Concédele a mi noche y a mi ruego,
del fuego de tu sol, en que me abraso,
estrellas, desperdicios de tu fuego.



José Joaquín de Olmedo

Al retrato de un Cupido dado por Nise

-- de José Joaquín de Olmedo --

¿Dónde corres, Cupido,
a la luz de tus fuegos,
seguido de tu madre
tan alegre y contento?
Para más bien, y llora:
no todos son tus siervos;
la joven que yo adoro
se resiste a tu imperio.

Deja ya ese arco flojo
por el uso y el tiempo,
ni tu dorada aljaba
penda de tu hombro bello,
y apaga de tu tea
el ya lánguido fuego,
que la joven que adoro
se resiste a tu imperio.

Antes bien busca flechas
y un arco más certero,
y o súmete en la tierra,
o levántate al cielo,
para encender tu antorcha
de más activo fuego,
pues la joven que adoro
se resiste a tu imperio.



Ramón María del Valle Inclán

rosa de alejandría

-- de Ramón María del Valle Inclán --

Docta en los secretos de la abracadabra,
dispersó en el aire, tus letras, mi mano,
y al caer, formóse aquella palabra,
cifra de tu enigma y luz de tu arcano.

¿Por qué ley se juntan en nueva escritura
los signos dispersos? ¿qué azar hizo el juego?
¿qué ciencia de magos alzó la figura
y leyó el enigma? sierpe, rosa, fuego.

¡Sierpe! ¡rosa! ¡fuego! tal es tu armonía:
gracia de tres formas es tu gracia inquieta,
tu esencia de monstruo en la alegoría

se descubre. Antonio el anacoreta
huyó de tu sombra por alejandría.
¡Antonio era santo! ¿si fuese poeta?...



Roque Dalton García

ayer

-- de Roque Dalton García --

Junto al dolor del mundo mi pequeño dolor,
junto a mi arresto colegial la verdadera cárcel de los hombressin voz,
junto a mi sal de lágrimas
la costra secular que sepultó montañas yoropéndolas,
junto a mi mano desarmada el fuego,
junto al fuego el huracán y los fríos derrumbes,
junto a mi sed los niños ahogados
danzando interminablemente sin noches ni estaturas,
junto a mi corazón los duros horizontes
y las flores,
junto a mi miedo el miedo que vencieron los muertos,
junto a mi soledad la vida que recorro,
junto a la diseminada desesperación que me ofrecen,
los ojos de los que amo
diciendo que me aman.



Adelardo López de Ayala

En la duda

-- de Adelardo López de Ayala --

«Para ti, cuanto quieras...» -Te confieso
que, al leer estas letras de tu mano,
quedé como el avaro que cercano
viera el tesoro que guardaba Creso.

Recordé de tu boca el dulce beso,
de tus ojos el fuego soberano,
tu pródiga hermosura, y el arcano
en que el amor se enciende y vive preso.

Si es verdad que a que elija te acomodas
entre más joyas que mujer alguna
llevó jamás para alegrar sus bodas,

yo dudoso entre tantas, ¡oh fortuna!,
todas las quiero, todas, todas, todas...
¡Pero, por Dios, que no me falte una!



Alberti

LOS ÁNGELES MUERTOS

-- de Alberti --

Buscad, buscadlos:
en el insomnio de las cañerías olvidadas,
en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.
No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube,
unos ojos perdidos,
una sortija rota
o una estrella pisoteada.
Porque yo los he visto:
en esos escombros momentáneos que aparecen en las neblinas.
Porque yo los he tocado:
en el destierro de un ladrillo difunto,
venido a la nada desde una torre o un carro.
Nunca más allá de las chimeneas que se derrumban,
ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos.
En todo esto.
Más en esas astillas vagabundas que se consumen sin fuego,
en esas ausencias hundidas que sufren los muebles desvencijados,
no a mucha distancia de los nombres y signos que se enfrían en las paredes.
Buscad, buscadlos:
debajo de la gota de cera que sepulta la palabra de un libro
o la firma de uno de esos rincones de cartas
que trae rodando el polvo.
Cerca del casco perdido de una botella,
de una suela extraviada en la nieve,
de una navaja de afeitar abandonada al borde de un precipicio.



Alberto Lista

A Elisa

-- de Alberto Lista --

En vano, Elisa, describir intento
el dulce afecto que tu nombre inspira;
y aunque Apolo me dé su acorde lira,
lo que pienso diré, no lo que siento.

Puede pintarse el invisible viento,
la veloz llama que ante el trueno gira,
del cielo el esplendor, del mar la ira;
mas no alcanza al amor pincel ni acento.

De la amistad la plácida sonrisa,
y el puro fuego, que en las almas prende,
ni al labio, ni a la cítara confío.

Mas podrás conocerlo, bella Elisa,
si ese tu hermoso corazón entiende
la muda voz que le dirige el mío.



Alberto Lista

La envidia

-- de Alberto Lista --

Dulce es a la codicia cuanto alcanza
doblar el oro inútil, que ha escondido;
sin tener otro afán, ni por sentido,
meditar ya el placer, ya la esperanza.

Dulce es también a la feroz venganza,
que no obedece al tiempo ni al olvido,
los sedientos rencores que ha sufrido
apagar entre el fuego y la matanza.

A un bien aspira todo vicio humano;
teñida en sangre, la ambición impía
sueña en el mando y el laurel glorioso.

Sola tú, envidia horrenda, monstruo insano,
ni conoces ni esperas la alegría;
que ¿dónde irás que no haya un venturoso?



Alejandra Pizarnik

a la espera de la oscuridad

-- de Alejandra Pizarnik --

Ese instante que no se olvida
tan vacío devuelto por las sombras
tan vacío rechazado por los relojes
ese pobre instante adoptado por mi ternura
desnudo desnudo de sangre de alas
sin ojos para recordar angustias de antaño
sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.

Ampáralo niña ciega de alma
ponle tus cabellos escarchados por el fuego
abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies
a tus pies donde mueren las golondrinas
tiritantes de pavor frente al futuro
dile que los suspiros del mar
humedecen las únicas palabras
por las que vale vivir.

Pero ese instante sudoroso de nada
acurrucado en la cueva del destino
sin manos para decir nunca
sin manos para regalar mariposas
a los niños muertos



Alejandra Pizarnik

salvación

-- de Alejandra Pizarnik --

Se fuga la isla
y la muchacha vuelve a escalar el viento
y a descubrir la muerte del pájaro profeta
ahora
es el fuego sometido
ahora
es la carne
la hoja
la piedra
perdidos en la fuente del tormento
como el navegante en el horror de la civilación
que purifica la caída de la noche
ahora
la muchacha halla la máscara del infinito
y rompe el muro de la poesía.



Alejandra Pizarnik

exilio

-- de Alejandra Pizarnik --

A raúl gustavo aguirre

esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿y quién no goza entre amapolas?
¿y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas
aunque fuere con sonrisas?

siniestro delirio amar una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ámgeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.



Alejandra Pizarnik

madrugada

-- de Alejandra Pizarnik --

Desnudo soñando una noche solar.
He yacido días animales.
El viento y la lluvia me borraron
como a un fuego, como a un poema
escrito en un muro.



Alejandro Tapia y Rivera

Un ave errante

-- de Alejandro Tapia y Rivera --

¿Hacia dónde tu vuelo
diriges, ave triste?
¿Quizá, ay de ti, perdiste
la prenda de tu amor?
¿O acaso el árbol bello
donde guardaste el nido,
el hacha ha destruido
o el fuego abrasador?

Tu canto que allá un día
sonaba placentero,
su acento hoy lastimero
al bosque llevará;
que solo es el recuerdo
de dicha ya perdida,
que un eco a voz querida
en vano pedirá.

Cual tú, también yo cruzo
los aires con mi vuelo,
cual tú también anhelo
e ignoro lo que soy;
también ha muerto el árbol
de mis queridas glorias,
de lúgubres memorias
huyendo cual tú voy.

También lloran mis ojos,
y mi palabra ansiosa
se pierde dolorosa
las nubes al cruzar,
mi mente en las tinieblas
se pierde del destino,
cual tú, yo sin camino
me entrego al vago azar.

¡Ah! nuestra noche, oh ave,
es triste y solitaria,
¡cuán vaga es la plegaria
de nuestra soledad!
¿Y qué será de entrambos
en nuestra marcha errante,
cuando su voz levante
la negra tempestad?



Alfonsina Storni

La mirada

-- de Alfonsina Storni --

Mañana, bajo el peso de los años,
Las buenas gentes me verán pasar,
Mas bajo el peño oscuro y la piel mate
Algo del muerto fuego asomará.

Y oiré decir: ¿quién es esa que ahora
Pasa? Y alguna voz contestará:
-Allá en sus buenos tiempos
Hacía versos. Hace mucho ya.

Y yo tendré mi cabellera blanca,
Los ojos limpios, y en mi boca habrá
Una gran placidez y mi sonrisa
Oyendo aquéllo no se apagará.

Seguiré mi camino lentamente,
Mi mirada a los ojos mirará,
Irá muy hondo la mirada mía,
Y alguien, en el montón, comprenderá.



Alfonsina Storni

El hombre

-- de Alfonsina Storni --

No sabe cómo: un día se aparece en el orbe,
hecho ser; nace ciego; en la sombra revuelve
los acerados ojos. Una mano lo envuelve.
Llora. Lo engaña un pecho. Prende los labios. Sorbe.

Más tarde su pupila la tiniebla deslíe
y alcanza a ver dos ojos, una boca, una frente.
Mira jugar los músculos de la cara a su frente
y aunque quién es no sabe, copia, imita y sonríe.

Da una larga corrida sobre la tierra luego.
Instinto, sueño y alma trenza en lazos de fuego,
los suelta a sus espaldas, a los vientos. Y canta.

Kilómetros en alto la mirada le crece
y ve el astro, se turba, se exalta, lo apetece:
una Mano le corta la mano que levanta.



Alfonsina Storni

El hombre (Storni)

-- de Alfonsina Storni --

No sabe cómo: un día se aparece en el orbe,
hecho ser; nace ciego; en la sombra revuelve
los acerados ojos. Una mano lo envuelve.
Llora. Lo engaña un pecho. Prende los labios. Sorbe.

Más tarde su pupila la tiniebla deslíe
y alcanza a ver dos ojos, una boca, una frente.
Mira jugar los músculos de la cara a su frente
y aunque quién es no sabe, copia, imita y sonríe.

Da una larga corrida sobre la tierra luego.
Instinto, sueño y alma trenza en lazos de fuego,
los suelta a sus espaldas, a los vientos. Y canta.

Kilómetros en alto la mirada le crece
y ve el astro, se turba, se exalta, lo apetece:
una Mano le corta la mano que levanta.



Alfonsina Storni

Vida

-- de Alfonsina Storni --

Mis nervios están locos, en las venas
la sangre hierve, líquido de fuego
salta de mis labios donde finge luego
la alegría de todas las verbenas.

Tengo deseos de reír; las penas,
que de domar a voluntad no alego,
hoy conmigo no juegan y yo juego
con la tristeza azul de que están llenas.

El mundo late; toda su armonía
la siento tan vibrante que hago mía
cuanto escancio en su trova de hechicera.

¡Es que abrí la ventana hace un momento
y en las alas finísimas del viento
me ha traído su sol la primavera!



Alfonsina Storni

Camp-fire

-- de Alfonsina Storni --

El tronco
se hizo llama
En la noche
de invierno.

Cien cabezas
humanas
tintadas
de rojo
anillaron
el fuego.

De una boca
cualquiera
brotó el hilo
del canto.



Alfonsina Storni

El divino amor

-- de Alfonsina Storni --

Te ando buscando, amor que nunca llegas,
Te ando buscando, amor que te mezquinas,
Me aguzo por saber si me adivinas,
Me doblo por saber si te me entregas.

Las tempestades mías, andariegas,
Se han aquietado sobre un haz de espinas;
Sangran mis carnes gotas purpurinas
Porque a salvarte, oh niño, te me niegas.

Mira que estoy de pie sobre los leños,
Que a veces bastan unos pocos sueños
Para encender la llama que me pierde.

Sálvame, amor, y con tus manos puras
Trueca este fuego en límpidas dulzuras
y haz de mis leños una rama verde.



Alfonsina Storni

Este libro

-- de Alfonsina Storni --

Me vienen estas cosas del fondo de la vida:
Acumulado estaba, yo me vuelvo reflejo...
Agua continuamente cambiada y removida;
Así como las cosas, es mudable el espejo.

Momentos de la vida aprisionó mi pluma,
Momentos de la vida que se fugaron luego,
Momentos que tuvieron la violencia del fuego
O fueron más livianos que los copos de espuma.

En todos los momentos donde mi ser estuvo,
En todo esto que cambia, en todo esto que muda,
En toda la sustancia que el espejo retuvo,
Sin ropajes, el alma está limpia y desnuda.

Yo no estoy y estoy siempre en mis versos, viajero,
Pero puedes hallarme si por el libro avanzas
Dejando en los umbrales tus fieles y balanzas:
Requieren mis jardines piedad de jardinero.



Alfonsina Storni

La mirada (Storni)

-- de Alfonsina Storni --

Mañana, bajo el peso de los años,
Las buenas gentes me verán pasar,
Mas bajo el peño oscuro y la piel mate
Algo del muerto fuego asomará.

Y oiré decir: ¿quién es esa que ahora
Pasa? Y alguna voz contestará:
-Allá en sus buenos tiempos
Hacía versos. Hace mucho ya.

Y yo tendré mi cabellera blanca,
Los ojos limpios, y en mi boca habrá
Una gran placidez y mi sonrisa
Oyendo aquéllo no se apagará.

Seguiré mi camino lentamente,
Mi mirada a los ojos mirará,
Irá muy hondo la mirada mía,
Y alguien, en el montón, comprenderá.



Alfonsina Storni

Odio

-- de Alfonsina Storni --

Oh, primavera de las amapolas,
Tú que floreces para bien mi casa,
Luego que enjoyes las corolas,
Pasa.

Beso, la forma más voraz del fuego,
Clava sin miedo tu endiablada espuela,
Quema mi alma, pero luego,
Vuela.

Risa de oro que movible y loca
Sueltas el alma, de las sombras, presa,
En cuanto asomes a la boca,
Cesa.

Lástima blanda del error amante
Que a cada paso el corazón diluye,
Vuelca tus mieles y al instante,
Huye.

Odio tremendo, como nada fosco,
Odio que truecas en puñal la seda,
Odio que apenas te conozco,
Queda.



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