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Se han encontrado 48 poemas con la palabra fresco

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César Vallejo

El pan nuestro

-- de César Vallejo --

Se bebe el desayuno... Húmeda tierra
de cementerio huele a sangre amada.
Ciudad de invierno... La mordaz cruzada
de una carreta que arrastrar parece
una emoción de ayuno encadenada!

Se quisiera tocar todas las puertas,
y preguntar por no sé quién; y luego
ver a los pobres, y, llorando quedos,
dar pedacitos de pan fresco a todos.
Y saquear a los ricos sus viñedos
con las dos manos santas
que a un golpe de luz
volaron desclavadas de la Cruz!

Pestaña matinal, no os levantéis!
¡El pan nuestro de cada día dánoslo,
Señor...!

Todos mis huesos son ajenos;
yo talvez los robé!
Yo vine a darme lo que acaso estuvo
asignado para otro;
y pienso que, si no hubiera nacido,
otro pobre tomara este café!
Yo soy un mal ladrón... A dónde iré!

Y en esta hora fría, en que la tierra
trasciende a polvo humano y es tan triste,
quisiera yo tocar todas las puertas,
y suplicar a no sé quién, perdón,
y hacerle pedacitos de pan fresco
aquí, en el horno de mi corazón...!

Poema El pan nuestro de César Vallejo con fondo de libro

Alberti

elegía del niño marinero

-- de Alberti --

Marinerito delgado,
luis gonzaga de la mar,
¡qué fresco era tu pescado,
acabado de pescar!

te fuiste, marinerito,
en una noche lunada,
¡tan alegre, tan bonito,
cantando, a la mar salada!

¡qué humilde estaba la mar!
¡él cómo la gobernaba!
tan dulce era su cantar,
que le aire se enajenaba.

Cinco delfines remeros
su barca le cortejaban.
Dos ángeles marineros,
invisibles, la guiaban.

Tendió las redes, ¡qué pena!,
por sobre la mar helada.
Y pescó la luna llena,
sola en su red plateada.

¡Qué negra quedó la mar!
¡la noche qué desolada!
derribado su cantar,
la barca fue derribada.

Flotadora va en el viento
la sonrisa amortajada
de su rostro. ¡Qué lamento
el de la noche cerrada!

¡ay mi niño marinero,
tan morenito y galán,
tan guapo y tan pinturero,
más puro y bueno que el pan!

¿qué harás pescador de oro,
allá en los valles salados
del mar? ¿hallaste el tesoro
secreto de los pescados?

deja, niño, el salinar
del fondo, y súbeme al cielo
de los peces y, en tu anzuelo,
mi hortelanita del mar.

Poema elegía del niño marinero de Alberti con fondo de libro

Lope de Vega

Pasando el mar el engañoso toro

-- de Lope de Vega --

Pasando el mar el engañoso toro,
volviendo la cerviz, el pie besaba
de la llorosa ninfa, que miraba
perdido de las ropas el decoro.
Entre las aguas y las hebras de oro,
ondas el fresco viento levantaba,
a quien, con los suspiros ayudaba
del mal guardado virginal tesoro.
Cayéronsele a Europa de las faldas
las rosas al decirle el toro amores
y ella con el dolor de sus guirnaldas,
dicen que lleno el rostro de colores,
en perlas convirtió sus esmeraldas,
y dijo: «¡Ay triste yo!, ¡perdí las flores!»

Poema Pasando el mar el engañoso toro de Lope de Vega con fondo de libro

Luis Cernuda

escondido en los muros

-- de Luis Cernuda --

Este jardín me brinda
sus ramas y sus aguas
de secreta delicia.
Qué silencio. ¿Es así
el mundo?... Cruz al cielo
desfilando paisajes,
risueño hacia lo lejos.
Tierra indolente. En vano
resplandece el destino.
Junto a las aguas quietas
sueño y pienso que vivo.
Mas el tiempo ya tasa
el poder de esta hora;
madura su medida,
escapa entre sus rosas.
Y el aire fresco vuelve
con la noche cercana,
su tersura olvidando
las ramas y las aguas.



Góngora

Tras la bermeja Aurora el Sol dorado

-- de Góngora --

Tras la bermeja Aurora el Sol dorado
por las puertas salía, del oriente,
ella de flores la rosada frente,
él de encendidos rayos coronado;

sembraban su contento o su cuidado,
cuál con voz dulce, cuál con voz doliente,
las tiernas aves con la luz presente,
en el fresco aire y en el verde prado,

cuando salió, bastante a dar, Leonora,
cuerpo a los vientos y a las piedras alma,
cantando de su rico albergue, y luego,

ni oí las aves más, ni vi la Aurora,
porque al salir, o todo quedó en calma,
o yo, que es lo más cierto, sordo y ciego.



Manuel del Palacio

Entre salvajes

-- de Manuel del Palacio --

En dos troncos de verde manzanillo
Tengo mi hamaca de cordel tendida,
Y por el aire de la mar mecida
Fresco lecho me dá grato y sencillo.

Más feliz que el cacique de Luquillo
En nada pienso y nada me intimida;
Hallo en el bosque sombra apetecida,
Dulce jugo en el plátano amarillo.

Absorta el alma, y sin hallar su centro,
Aquí cual nunca al Hacedor se eleva,
Pura satisfacción llevando dentro.

¡Gozo en un nuevo mundo vida nueva;
Y si no es el Edén donde me encuentro,
Es porque soy Adán, pero sin Eva!



Manuel del Palacio

Semblanzas: XII

-- de Manuel del Palacio --

Jóven era, muy jóven, casi un chico
Y ya apedreaba perros en Granada;
Se dió después á manejar la espada
Y cíen batallas alcanzó... De pico.

Enamorado y sucio como un mico,
Ni respetó doncella ni casada,
Y cual Dios hizo al mundo, de la nada,
Le hizo la suerte poderoso y rico.

¡Hoy pese á sus arrugas y á sus años
Es un matón del género grotesco,
Curtido más que en lides en engaños;

Un Mambrú trasnochado y quijotesco,
Que acostumbra gastar con los extraños
Lo que saca de aquí, dinero fresco!



Jaime Torres Bodet

verano

-- de Jaime Torres Bodet --

Corrí
las persianas azules de la siesta
sobre el oasis del jardín.
En la colmena del reloj
se adormeció el enjambre de las horas.
Olía a trigo de setiembre el sol.
El verano adhería a los espejos
las burbujas del aire y el azul
de la sombra regaba de uvas sueltas
el mantel engomado de la luz.
Afuera, el ruido fresco
de la fuente mojaba
la arena del silencio
y el canto sin color de la cigarras.
Como una copa demasiado llena
el corazón se derramó del cuerpo.
Sentí
en el pecho un gran hueco feliz.
El musgo caminaba entre las losas.
Una paloma del jardín
se puso a picotear el tiempo
en el oro granado del maíz.



Jaime Torres Bodet

agosto

-- de Jaime Torres Bodet --

Va a llover... Lo ha dicho al césped
el canto fresco del río;
el viento lo ha dicho al bosque
y el bosque al viento y al río.

Va a llover... Crujen las ramas
y huele a sombra en los pinos.

Naufraga en verde el paisaje.
Pasan pájaros perdidos.

Va a llover... Ya el cielo empieza
a madurar en el fondo
de tus ojos pensativos.



Dulce María Loynaz

tiempo

-- de Dulce María Loynaz --

El beso que no te di
se me ha vuelto estrella dentro.
¡Quién lo pudiera tornar
-y en tu boca...-Otra vez beso!

2

quién pudiera como el río
ser fugitivo y eterno:

partir, llegar, pasar siempre
y ser siempre el río fresco...

Es tarde para la rosa.
Es pronto para el invierno.
Mi hora no está en el reloj...
¡Me quedé fuera del tiempo!...

4

Tarde, pronto, ayer perdido...
Mañana inlogrado, incierto
hoy... ¡Medidas que no pueden
fijar, sujetar un beso!...

5

Un kilómetro de luz,
un gramo de pensamiento...
(De noche el reloj que late
es el corazón del tiempo...)

6

Voy a medirme el amor
con una cinta de acero:
una punta en la montaña.
La otra..., ¡Clávala en el viento!



Pablo Neruda

soneto xli cien sonetos de amor (1959) mediodía

-- de Pablo Neruda --

Desdichas del mes de enero cuando el indiferente
mediodía establece su ecuación en el cielo,
un oro duro como el vino de una copa colmada
llena la tierra hasta sus límites azules.
Desdichas de este tiempo parecidas a uvas
pequeñas que agruparon verde amargo,
confusas, escondidas lágrimas de los días
hasta que la intemperie publicó sus racimos.
Sí, gérmenes, dolores, todo lo que palpita
aterrado, a la luz crepitante de enero,
madurará, arderá como ardieron los frutos.
Divididos serán los pesares: el alma
dará un golpe de viento, y la morada
quedará limpia con el pan fresco en la mesa.



Pedro Antonio de Alarcón

Al Amanecer

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

LANDO céfiro mueve sus alas
Empapadas de fresco rocío...
De la noche el alcázar sombrío
Dulce alondra se atreve a turbar...
Las estrellas, cual sueños, se borran...
Sólo brilla magnífica una...
¡Es el astro del alba! La luna
Ya desciende, durmiéndose, al mar.

Amanece: en la raya del cielo
Luce trémula cinta de plata
Que, trocada en fulgente escarlata.
Esclarece la bóveda azul;
Y montañas, y selvas, y ríos,
Y del campo la mágica alfombra,
Roto el negro capuz de la sombra,
Muestran nieblas de cándido tul.

¡Es de día! Los pájaros todos
Lo saludan con arpa sonora,
Y arboledas y cúspides dora
El intenso lejano arrebol.
El oriente se incendia en colores...
Los colores en vivida lumbre...
¡Y por cima del áspera cumbre
Sale el disco inflamado del sol!



Pedro Antonio de Alarcón

El amanecer

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Blando céfiro mueve sus alas
empapadas de fresco rocío...
De la noche el alcázar sombrío
dulce alondra se atreve a turbar...
Las estrellas, cual sueños se borran...
Sólo brilla magnífica una...

¡Es el astro del alba! La luna
ya desciende, durmiendose, al mar.

Amanece: en la raya del cielo
luce trémula cinta de plata
que, trocada con fulgente escarlata,
esclarece la bóveda azul;
y montañas y selvas y ríos,
y del campo la mágica alfombra,
roto el negro capuz de la sombra,
muestra nieblas de cándido tul.

¡Es de día! Los pájaros todos
lo saludan con arpa sonora,
y arboledas y cúspides dora
el intenso lejano arrebol.

El Oriente se incendia en colores...;
Los colores en vívida lumbre...,
¡Y por encima del áspera cumbre
sale el disco inflamado del sol!



Pedro Bonifacio Palacios

En un abanico

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

Si con la masa doliente
de mi corazón herido
pudiese hacer un tejido
perfumado y transparente,
yo lo hiciera diligente,
y aunque hacerlo me matara,
para que usted fabricara
un abanico chinesco,
para echarse grato fresco,
para taparse la cara.

Mas como no puede ser
por más que yo lo quisiera,
mas como si yo pudiera
no habría usted de querer,
me contento con poner
después de rudos esfuerzos
estos versos tan perversos
en este abanico humilde,
para que al menos, Matilde,
se abanique con mis versos.



José María Eguren

la niña de la lámpara azul

-- de José María Eguren --

En el pasadizo nebuloso
calcula mágico sueño de estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su cabello la garúa
de la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa
el fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura
y besos de amor matutino,
me ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.



José María Hinojosa

campo álamos

-- de José María Hinojosa --

Álamos negros
junto al arroyo fresco.
Álamos blancos
junto al arroyo claro.
Álamos blancos
y negros,
cogidos del brazo,
van cantando
al son de la brisa,
por el arroyo abajo.



José Pedroni

confidencia

-- de José Pedroni --

En fragante mudanza el limonero
destaca tu rubor.
Tú no sabes, amiga, pero hueles
a limonero en flor.
En un tronco caído una avecilla
le hizo casa al amor.
Tú no sabes, amiga, pero anidas
lo mismo en mi dolor.
Del arroyo una fría pedrezuela
me trajo el pescador.
Guardé la piedra en mi cerrada mano,
y sentí su frescor.
La harina del molino me empolva el alma
la harina de tu amor.
En el monte encontramos uva crespa
y una flor y otra flor;
cada flor con tu aroma y cada uva
con tu mismo sabor.
Con su fresco algodón venda la piedra
el musgo trepador.
También es como el musgo tu ternura
en mi piedra interior.
Por el camino baja suavemente
un lugareño son.
Así también, amiga, tu palabra
baja a mi corazón.



José Tomás de Cuellar

El clarín de la selva

-- de José Tomás de Cuellar --

RASGANDO la tiniebla ya colora
En el Oriente, imperceptible, escasa,
Como cendal de transparente gasa,
La tibia luz de la risueña aurora.

Y apena el viento, que al follage orea,
Comienza fresco á susurrar sonoro,
Y presta al dulce matutino coro
El ave entre las ramas se menea;

Apenas el arroyo cristalino
Murmura entre las guijas mansamente,
Allá, sobre las rocas del torrente
Se escucha un canto de placer divino.



José Ángel Buesa

madrigal triste

-- de José Ángel Buesa --

¡qué clara la mañana! ¡qué fresco y delicioso
el viento! ¡cuánta luz! ¡cuánta levearmonía!...
Busqué a mi alrededor algo maravilloso...
Y ella, a mi lado, sonreía...
¡Cuánta muda tristeza en el cielo nublado!
¡qué silencio en las frondas donde el ave cantaba!
busqué a mi alrededor algo desconsolado...
Y ella, a mi lado, suspiraba...
¡Qué soledad! ¡qué angustia crispada en ladoliente
neblina! ¡qué vacío en todo!... Desolado
busqué a mi alrededor... Y busqué inútilmente:
ella no estaba ya a mi lado...



Gutierre de Cetina

si no socorre amor la frágil nave

-- de Gutierre de Cetina --

Combatida de vientos orgullosos,
que entre bravos peñascos peligrosos
la hizo entrar un fresco aire suave,
tal carga de dolor lleva y tan grave
de pensamientos tristes, congojosos,
que no pueden durar tan enojosos
días sin que el morir me desagrave.
Desdén rige el timón, furor la vela,
trabajo el mástil y la escota el celo;
lágrimas hacen mar, suspiros viento.
Nublado escuro de soberbia cela
el norte mío, y sólo veo en el cielo
pena, dolor, afán, rabia y tormento.



Gutierre de Cetina

como al pastor que en la ardiente hora estiva

-- de Gutierre de Cetina --

La verde sombra, el fresco aire agrada,
y como a la sedienta su manada
alegra alguna fuente de agua viva,
»así a mi árbol do se note o escriba
mi nombre en la corteza delicada
alegra, y ruego a amor que sea guardada
la planta porque el nombre eterno viva.
»Ni menos se deshace el hielo mío,
vandalio, ante tu ardor, cual suele nieve
a la esfera del sol ser derretida».
Así decía dórida en el río
mirando su beldad, y el viento leve
llevó la voz que apenas fue entendida.



Vicente Aleixandre

corazón negro

-- de Vicente Aleixandre --

Corazón negro.
Enigma o sangre de otras vidas pasadas,
suprema interrogación que ante los ojos me habla,
signo que no comprendo a la luz de la luna.
Sangre negra, corazón dolorido que desde lejos la envías
a latidos inciertos, bocanadas calientes,
vaho pesado de estío, río en que no me hundo,
que sin luz pasa como silencio, sin perfume ni amor.
Triste historia de un cuerpo que existe como existe un planeta,
como existe la luna, la abandonada luna,
hueso que todavía tiene un claror de carne.
Aquí, aquí en la tierra echado entre unos juncos,
entre lo verde presente, entre lo siempre fresco,
veo esa pena o sombra, esa linfa o espectro,
esa sola sospecha de sangre que no pasa.
¡Corazón negro, origen del dolor o la luna,
corazón que algún día latiste entre unas manos.
Beso que navegaste por unas venas rojas,
cuerpo que te ceñiste a una tapia vibrante!



Antonio Machado

A un naranjo y un limonero

-- de Antonio Machado --

Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte!
Medrosas tiritan tus hojas menguadas.
Naranjo en la corte, qué pena da verte
con tus naranjitas secas y arrugadas.
Pobre limonero de fruto amarillo
cual pomo pulido de pálida cera,
¡qué pena mirarte, mísero arbolillo
criado en mezquino tonel de madera!
De los claros bosques de la Andalucía,
¿quién os trajo a esta castellana tierra
que barren los vientos de la adusta sierra,
hijos de los campos de la tierra mía?
¡Gloria de los huertos, árbol limonero,
que enciendes los frutos de pálido oro
y alumbras del negro cipresal austero
las quietas plegarias erguidas en coro;
y fresco naranjo del patio querido,
del campo risueño y el huerto soñado,
siempre en mi recuerdo maduro o florido
de frondas y aromas y frutos cargado!



Antonio Machado

Preludio

-- de Antonio Machado --

Mientras la sombra pasa de un santo amor, hoy quiero
poner un dulce salmo sobre mi viejo atril.
Acordaré las notas del órgano severo
al suspirar fragante del pífano de abril.
Madurarán su aroma las pomas otoñales;
la mirra y el incienso salmodiarán su olor;
exhalarán su fresco perfume los rosales,
bajo la paz en sombra del tibio huerto en flor.
Al grave acorde lento de música y aroma,
la sola y vieja y noble razón de mi rezar
levantará su vuelo süave de paloma,
y la palabra blanca se elevará al altar.



Manuel María Flores

en el baño

-- de Manuel María Flores --

Alegre y sola en el recodo blando
que forma entre los árboles el río
al fresco abrigo del ramaje umbrío
se está la niña de mi amor bañando.

Traviesa con las ondas jugueteando
el busto saca del remanso frío,
y ríe y salpica el glacial rocío
el blanco seno, de rubor temblando.

Al verla tan hermosa, entre el follaje
el viento apenas susurrando gira,
slata trinando el pájaro salvaje,

el sol más poco a poco se retira;
todo calla... Y amor, entre el ramaje,
a escondidas mirándola, suspira.



Rosalía de Castro

En mi pequeño huerto

-- de Rosalía de Castro --

I

En mi pequeño huerto
Brilla la sonrosada margarita,
Tan fecunda y humilde,
Como agreste y sencilla.

Ella borda primores en el césped,
Y finge maravillas
Entre el fresco verdor de las praderas
Do proyectan sus sombras las encinas,
Y a orillas de la fuente y del arroyo
Que recorre en silencio las umbrías.

Y aun cuando el pie la huella, ella revive
Y vuelve a levantarse siempre limpia,
A semejanza de las almas blancas
Que en vano quiere ennegrecer la envidia.

II

Cuando llega diciembre y las lluvias abundan,
Ellas con las acacias tornan a florecer,
Tan puras y tan frescas y tan llenas de aroma
Como aquellas que un tiempo con fervor adoré.



Medardo Ángel Silva

Pretérita

-- de Medardo Ángel Silva --

Te había soñado hija de un antiguo mar grave,
en un negro castillo cerca del Rhin azul;
unánimes al ritmo de tu sonrisa suave
charlaban las alondras en fresco abedul.

Tu perfumada sombra cantaban los poetas
(eran los bellos días de Erec y Parsifal)
y tus ojos velados cual obscuras violetas
causaron la locura de un príncipe feudal.

Los nelumbos abrían a tus leves contactos...
A ti vagaban trémulos cisnes estupefactos
si tus pupilas de oro volvías al jardín...

Los nardos deliraban con tu cutis de azalia
y un pajecillo rubio que llegara de Italia
mirándote impasible, se suicidó en el Rhin.



Medardo Ángel Silva

Rondel

-- de Medardo Ángel Silva --

Bailas: grácil y fino, sobre la alfombra,
tu cuerpo adolescente rápido rueda;
y el alma siente anhelos de ser tu sombra
para morir besando tu pie de seda.

Lo rojo de tu veste la muerte incita
y el beso que en tus labios suspenso queda
roba el aire oloroso que fresco agita
tu cabello ondulante de nardo y seda...

Mi espíritu doliente sigue los trazos
de tu planta que un albo lirio remeda
tus mejillas enciende sus rojos rasos
y el corazón quisiera ser mil pedazos
para que lo triture tu pie de seda!



Miguel Hernández

2

-- de Miguel Hernández --

2
¿no cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperadas fieras
y de fraguas coléricas y herreras
donde el metal más fresco se marchita?
¿no cesará esta terca estalactita
de cultivar sus duras cabelleras
como espadas y rígidas hogueras
hacia mi corazón que muge y grita?
este rayo ni cesa ni se agota:
de mí mismo tomó su procedencia
y ejercita en mí mismo sus furores.
Esta obstinada piedra de mí brota
y sobre mí dirige la insistencia
de sus lluviosos rayos destructores.



Miguel Unamuno

Frente a Orduña

-- de Miguel Unamuno --

Al trasponer tus peñas, vieja Orduña,
sobre el fresco verdor de los maïces
los amarillos trigos que raïces
prenden en la llanada de la Armuña

llenaban mi memoria, la que acuña
los pasos venturosos é infelices
y que al igual de triunfos los deslices
del corazón con avaricia empuña.



Miguel Unamuno

Junto al caserío Jugo

-- de Miguel Unamuno --

Aquí, en la austeridad de la montaña
con el viento del cielo que entre robles
se cierne redondearon pechos nobles
mis abuelos; después la dura saña

banderiza el verdor fresco que baña
Ibaizábal con férreos mandobles
enrojeció, y en los cerrados dobles
del corazón dejó gusto de hazaña



Miguel Ángel Corral

La mañana (Corral)

-- de Miguel Ángel Corral --

El tenue resplandor del sol naciente
poco a poco los cielos ilumina,
y al fresco soplo de vital ambiente
va huyendo presurosa la neblina.

En los árboles húmedos resbalan
trémulos visos de carmín y de oro,
y aleteando los pájaros exhalan
en trino alegre su cantar sonoro.

La flor, que el aura revolando toca,
entreabre su pétalo fragante,
como una virgen su olorosa boca
al casto beso de su tierno amante.

Y mil murmullos pueblan armoniosos
de músicas errantes el espacio,
mientras el sol en rayos luminosos
ostenta ya su disco de topacio.

Y en medio de tan plácido concierto,
lleno de pena, y de ilusión desnudo,
en mi pecho infeliz ¡ay! casi muerto
sólo mi corazón palpita mudo.

Y ya el sol despejado se levante
por entre un cielo de purpúreo raso,
o luzca su diadema vacilante,
suspenso en los abismos del ocaso,

¡nada me importa a mí! Su rayo ardiente
que el sauce tiñe y dora la arirumba,
viene a quebrarse, pálido, en mi frente
como en la triste piedra de una tumba.



Federico García Lorca

soneto de la guirnalda de rosas

-- de Federico García Lorca --

¡esa guirnalda! ¡pronto! ¡que me muero!
¡teje deprisa! ¡canta! ¡gime! ¡canta!
que la sombra me enturbia la garganta
y otra vez y mil la luz de enero.
Entre lo que me quieres y te quiero,
aire de estrellas y temblor de planta,
espesura de anémonas levanta
con oscuro gemir un año entero.
Goza el fresco paisaje de mi herida,
quiebra juncos y arroyos delicados.
Bebe en muslo de miel sangre vertida.
Pero ¡pronto! que unidos, enlazados,
boca rota de amor y alma mordida,
el tiempo nos encuentre destrozados.
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Federico García Lorca

gacela del recuerdo del amor

-- de Federico García Lorca --

No te lleves tu recuerdo.
Déjalo solo en mi pecho,
temblor de blanco cerezo
en el martirio de enero.
Me separa de los muertos
un muro de malos sueños.
Doy pena de lirio fresco
para un corazón de yeso.
Toda la noche, en el huerto
mis ojos, como dos perros.
Toda la noche, corriendo
los membrillos de veneno.
Algunas veces el viento
es un tulipán de miedo,
es un tulipán enfermo,
la madrugada de invierno.
Un muro de malos sueños
me separa de los muertos.
La niebla cubre en silencio
el valle gris de tu cuerpo.
Por el arco del encuentro
la cicuta está creciendo.
Pero deja tu recuerdo
déjalo solo en mi pecho.
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Federico García Lorca

Canción china en Europa

-- de Federico García Lorca --

La señorita
del abanico,
va por el puente
del fresco río.

Los caballeros
con sus levitas,
miran el puente
sin barandillas.

La señorita
del abanico
y los volantes
busca marido.

Los caballeros
están casados,
con altas rubias
de idioma blanco.

Los grillos cantan
por el Oeste.

(La señorita,
va por lo verde).

Los grillos cantan
bajo las flores.

(Los caballeros,
van por el Norte).



Federico García Lorca

Gacela de la raíz amarga

-- de Federico García Lorca --

Hay una raíz amarga
y un mundo de mil terrazas.

Ni la mano más pequeña
quiebra la puerta de agua.

¿Dónde vas? ¿adónde? ¿dónde?
Hay un cielo de mil ventanas
?batalla de abejas lívidas?
y hay una raíz amarga.

Amarga.

Duele en la planta del pie,
el interior de la cara
y duele en el tronco fresco
de noche recién cortada.

¡Amor! Enemigo mío
¡muerde tu raíz amarga!



Fernando de Herrera

Con el puro sereno en campo abierto

-- de Fernando de Herrera --

Con el puro sereno en campo abierto
vuela mi alado carro, y fresco llega.
El viento arando el golfo; la paz niega
cielo airado, aire adverso, flujo incierto.

Desampara huyendo el mar desierto;
mas el miedo y horror lo aflige y ciega;
noto cruel, que su furor despliega,
las velas rompe, impide entrar el puerto.

Cuando ríe una luz en occidente
que alegra el orbe etéreo, y desfallece
el soplo austrino y cesa el ponto oscuro,

la prora vuelvo, y lejos tardamente
la tierra sola en puntas aparece,
y nunca al puerto arribo que procuro.



Fernando de Herrera

En esta soledad, que el sol ardiente

-- de Fernando de Herrera --

En esta soledad, que el sol ardiente
no ofende con sus rayos, estoy puesto,
a todo el mal de ingrato Amor dispuesto,
triste y sin mi Luz bella, y siempre ausente.

Tal vez me finjo y creo estar presente
en el dichoso, alegre y fresco puesto,
y en la gloria me pierdo que el molesto
dolor del alma aparta este accidente.

Nunca silencio y soledad oscura
pueden dar a quien ama tal contento
si no se cambiase la alegría.

Pero en memoria el bien de Amor me dura,
que aun en este ocioso apartamiento
no se afirma en segura fantasía.



Fernando de Herrera

Rojo sol, que con hacha luminosa

-- de Fernando de Herrera --

Rojo sol, que con hacha luminosa
cobras el purpúreo y alto cielo,
¿hallaste tal belleza en todo el suelo,
que iguale a mi serena Luz dichosa?

Aura süave, blanda y amorosa,
que nos halagas con tu fresco vuelo,
¿cuando se cubre del dorado velo
mi Luz, tocaste trenza más hermosa?

Luna, honor de la noche, ilustre coro
de las errantes lumbres y fijadas,
¿consideraste tales dos estrellas?

Sol puro, Aura, Luna, llamas de oro,
¿oístes vos mis penas nunca usadas?
¿Vistes Luz más ingrata a mis querellas?



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 16

-- de Francisco de Quevedo --

Dichoso tú, que naces sin testigo
y de progenitores ignorados,
¡oh nilo!, y nube y río, al campo y prados,
ya fertilizas troncos y ya trigo.
El humor que, sediento y enemigo,
bebe el rabioso can a lo sagrados
ríos, le añade pródigo a tus vados,
siendo aquario el león para contigo.
No de otra suerte, lisis, acontece
a las undosas urnas de mis ojos,
cuyo ignorado origen se enmudece.
Pues cuando el sirio de tus lazos rojos
arde en bochornos de oro fresco, crece
más su raudal, tu hielo y mis enojos.



Francisco Villaespesa

por tierras de sol y sangre ix. el generalife

-- de Francisco Villaespesa --

ix. El generalife
en las aristas de las altas cumbres
la última brasa de la tarde humea.
Un silencio de paz duerme en la aldea,
que eleva entre los huertos sus techumbres
y al corazón aquieta una saudade
de beatitud, mientras la sombra oscura,
con su mudo oleaje de pavura,
la soledad de mi aposento invade.
Entre un fresco perfume de jazmines
surtidor de cristal se eleva una
voz, que es como la voz de los jardines,
donde la luna su fulgor destella...
¡Y el ruiseñor y el rayo de la luna
me hicieron sollozar, pensando en ella!



José Hierro

cumbre tierra sin nosotros (1947)

-- de José Hierro --

Firme, bajo mi pie, cierta y segura,
de piedra y música te tengo;
no como entonces, cuando a cada instante
te levantabas de mi sueño.
Ahora puedo tocar tus lomas tiernas,
el verde fresco de tus aguas.
Ahora estamos, de nuevo, frente a frente
como dos viejos camaradas.
Nueva canción con nuevos instrumentos.
Cantas, me duermes y me acunas.
Haces eternidad de mi pasado.
Y luego el tiempo se desnuda.
¡Cantarte, abrir la cárcel donde espera
tanta pasión acumulada!
y ver perderse nuestra antigua imagen
arrebatada por el agua.
Firme, bajo mi pie, cierta y segura,
de piedra y música te tengo.
Señor, señor, señor: todo lo mismo.
Pero, ¿qué has hecho de mi tiempo?



José Martí

es verdad...

-- de José Martí --

Es verdad. Si la máscara discreta
oculta su tormento al corazón:
nadie sabe el abismo que el poeta
en los dinteles de la vida vio.
De verde fue, magnifico y sencillo
a un suave amor su cuerpo sacudir,
y tenderse, cruzado pajecillo,
como en un nido fresco un colibrí.
De verle fue, con férvida elocuencia,
ruiseñor vocinglero, arrebatar
y luego, junto al libro de la ciencia,
¡perdonar, sonreír, aletear!
fue la pública fama su riqueza,
un martirio celeste su blasón,
y más que oro brillaba su pureza
a la luz de aquel sol que es más que sol.
Dicen que la malvada baila en fiestas
y en calma escucha el sueño de macbeth;
dicen que rompe al son de las orquestas
su corona primera de mujer:
crece a la par de la gentil doncella
el árbol puro del primer amor:
pero, sépalo al fin la infame aquella:
la pureza no da más que una flor.
El pobre mozo, los heroicos labios
pliega, como quien quiere sonreír
y en pie, volviendo a sus infolios sabios
¡adiós! llorando dice al mes de abril.



José Martí

yo sé de egipto y nigricia

-- de José Martí --

ii
yo sé de egipto y nigricia,
y de persia y xenophonte,
y prefiero la caricia
del aire fresco del monte.
Yo sé las historias viejas
del hombre y de sus rencillas;
y prefiero las abejas
volando en las campanillas.
Yo sé del canto del viento
en las ramas vocingleras:
nadie me diga que miento,
que lo prefiero de veras.
Yo sé de un grano aterrado
que vuelve al redil y expira,
y de un corazón cansado
que muere oscuro y sin ira.



Claudio Rodríguez

sin leyes

-- de Claudio Rodríguez --

Ya cantan los gallos,
amor mío. Vete:
cata que amanece.
Anónimo
en esta cama donde el sueño es llanto,
no de reposo, sino de jornada,
nos ha llegado la alta noche. ¿El cuerpo
es la pregunta o la respuesta a tanta
dicha insegura? tos pequeña y seca,
pulso que viene fresco ya y apaga
la vieja ceremonia de la carne
mientras no quedan gestos ni palabras
para volver a interpretar la escena
como noveles. Te amo. Es la hora mala
de la cruel cortesía. Tan presente
te tengo siempre que mi cuerpo acaba
en tu cuerpo moreno por el que una
una vez mas me pierdo, por el que mañana
me perderé. Como una guerra sin
héroes, como una paz sin alianzas,
ha pasado la noche. Y yo te amo.
Busco despojos, busco una medalla
rota, un trofeo vivo de este tiempo
que nos quieren robar. Estás cansada
y yo te amo. Es la hora. ¿Nuestra carne
será la recompensa, la metralla
que justifique tanta lucha pura
sin vencedores ni vencidos? calla,
que yo te amo. Es la hora. Entra y un trémulo
albor. Nunca la luz fue tan temprana.
Ii
( sigue marzo )



Clemente Althaus

A Elena (1 Althaus)

-- de Clemente Althaus --

Labios tienes cual púrpura rojos,
tez de rosa y de fresco azahar,
y rasgados dulcísimos ojos
del color de los cielos y el mar.
Oro es fino la riza madeja
que hollar puede el brevísimo pie,
y flor tierna tu talle semeja
que temblar al favonio se ve.
La hija bella del Cisne y de Leda,
te pudiera envidiar cuerpo tal;
pero en él más bella alma se hospeda,
Que no empaña ni sombra de mal.
Prole augusta tal vez me pareces
de himeneo entre dios y mujer:
¡ah! ¡dichoso, dichoso mil veces
quien amado de ti logre ser!
No yo, indigno de tanta ventura,
a cuya alma pesó, cada vez
que te viera, no ser ya tan pura
cual lo fue en su primera niñez.



Rubén Darío

venus

-- de Rubén Darío --

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.
En el obscuro cielo venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín,
o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.
¡Oh, reina rubia! -díjele, mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia a ti, y tus labios de fuego besar;
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,
y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar .
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.



Rubén Darío

Venus (Darío)

-- de Rubén Darío --

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.

En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.

En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía,

como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,

que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín,

o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,

triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

"¡Oh, reina rubia! -díjele, mi alma quiere dejar su crisálida

y volar hacia a ti, y tus labios de fuego besar;

y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar".

El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.

Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.



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