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César Vallejo

serpea el sol en tu mano fresca

-- de César Vallejo --

lxxi
serpea el sol en tu mano fresca,
y se derrama cauteloso en tu curiosidad.
Cállate. Nadie sabe que estás en mí,
toda entera. Cállate. No respires. Nadie
sabe mi merienda suculenta de unidad:
legión de oscuridades, amazonas de lloro.
Vanse los carros flajelados por la tarde,
y entre ellos los míos, cara atrás, a las riendas
fatales de tus dedos.
Tus manos y mis manos recíprocas se tienden
polos en guardia, practicando depresiones,
y sienes y costados.
Calla también, crepúsculo futuro,
y recójete a reír en lo íntimo, de este celo
de gallos ajisecos soberbiamente,
soberbiamente ennavajados
de cúpulas, de viudas mitades cerúleas.
Regocíjate, huérfano; bebe tu copa de agua
desde la pulpería de una esquina cualquiera.

Poema serpea el sol en tu mano fresca de César Vallejo con fondo de libro

Medardo Ángel Silva

Voces

-- de Medardo Ángel Silva --

Cuando retornas, divina Primavera,
solloza el alma presa en su dolor cobarde...
Y una voz fresca y pura dice en mi oído: ¡Espera!
Y una voz melancólica grita en mi pecho: ¡Es tarde!...

En piélagos de duda boga mi pensamiento.
¿Y qué hallaré —suspira— tras la dura jornada?
De la voz fresca y pura no percibo el acento
y la voz melancólica grita en mi pecho: ¡Nada!

Poema Voces de Medardo Ángel Silva con fondo de libro

Abraham Valdelomar

El árbol del cementerio

-- de Abraham Valdelomar --

EL ÁRBOL DEL CEMENTERIO

No la tranquilidad de la arboleda
que ofrece sombra fresca y regalada
al remanso, al pastor y la manada
y que paisaje bíblico remeda.

No el suspiro de la ola cuando rueda
a morir en la playa desolada,
ni el morir de la tarde en la callada
fronda que al ave taciturna hospeda,

dieron a mi niñez ésta en que vivo
sed de misterio torturante y honda,
donde todos los pasos son inciertos:

fue del panteón el árbol pensativo
en cuya fosca, impenetrable fronda
anidaban las aves de los muertos.

Poema El árbol del cementerio de Abraham Valdelomar con fondo de libro

Abraham Valdelomar

La danza de las horas

-- de Abraham Valdelomar --

Hoy, que está la mañana fresca, azul y lozana;
hoy, que parece un niño juguetón la mañana,
y el sol parece como que quisiera subir
corriendo por las nubes, en la extensión lejana,
hoy quisiera reír...

Hoy, que la tarde está dorada y encendida;
en que cantan los campos una canción de vida,
bajo el cóncavo cielo que se copia en el mar,
hoy, la Muerte parece que estuviera dormida,
hoy quisiera besar...

Hoy, que la Luna tiene un color ceniciento;
hoy, que me dice cosas tan ambiguas el viento,
a cuyo paso eriza su cabellera el mar;
hoy, que las horas tienen un sonido más lento,
hoy quisiera llorar...

Hoy, que la noche tiene una trágica duda,
en que vaga en la sombra una pregunta muda;
en que se siente que algo siniestro va a venir,
que se baña en el pecho la Tristeza desnuda,
hoy quisiera morir...



Adelardo López de Ayala

La rosa de la aldeana

-- de Adelardo López de Ayala --

Donosa aldeana
de negro cabello,
de rostro más bello
que fresca mañana:
detente; te llamo
temblando de amor;
desata ese ramo
y dame una flor.

Marchito y sin vida
tu ramo, aldeana,
acaso mañana
ninguno lo pida;
mas hoy que lo pinta
la luz del amor,
desata esa cinta
y dame una flor.

No llores, amada,
no muestres despecho;
que llevo en el pecho
tu imagen grabada.
¡Dichosa mañana!
¡Dichoso mi amor!
Me dio la aldeana
la rosa mejor.



Alfonsina Storni

Cara copiada

-- de Alfonsina Storni --

Es la cara de un niño transparente, azulosa,
Como si entre los músculos y la piel de la cara
Una napa de leche lentamente rodara.
En ella solamente la boca es una rosa.

Y detrás de ese cutis de lavada azucena
Otra cara se esconde, fuertemente esculpida;
Es aquella del hombre que le ha dado la vida
Y se mueve en sus rasgos y los gestos le ordena:

Mira con inocencia y es dura su mirada.
Su sonrisa es tranquila y en el fondo es taimada:
Hay huellas en la fresca ternura de su pulpa.

Ya en la boca se pinta la blandura redonda
Que dan los besos largos y en su nariz la honda
Codicia de la especie. ¡Y carece de culpa!



Alfonsina Storni

Duerme tranquilo

-- de Alfonsina Storni --

Dijiste la palabra que enamora
A mis oídos. Ya olvidaste. Bueno.
Duerme tranquilo. Debe estar sereno
Y hermoso el rostro tuyo a toda hora.

Cuando encanta la boca seductora
Debe ser fresca, su decir ameno;
Para tu oficio de amador no es bueno
El rostro ardido del que mucho llora.

Te reclaman destinos más gloriosos
Que el de llevar, entre los negros pozos
De las ojeras, la mirada en duelo.

¡Cubre de bellas víctimas el suelo!
Más daño al mundo hizo la espada fatua
De algún bárbaro rey Y tiene estatua.



Amado Nervo

Tú vienes con el alba

-- de Amado Nervo --

Tú vienes con el alba, por eso eres rosada;
tus ojos, que se acuerdan del trópico,
son dos gemelos del ensueño... Mi almita enamorada,
que la ilusión te mime, ¡que te bendiga Dios!

Mi verso fue paloma, paloma querellosa;
mas hoy turba es de abejas que giran en tropel,
buscando tus perfumes, ¿acaso no eres rosa?
libando en tus pistilos, ¿acaso no eres miel?

Un hada, mi madrina risueña y leve, un hada
que tuvo por alcázar el cáliz de una flor,
bendijo nuestras nupcias en fresca madrugada.
Yo me llamé Tristeza, me llamo hoy Alborada;
tú te llamaste Infancia, ¡te llamas hoy Amor!



Leopoldo Lugones

¿por qué, señor

-- de Leopoldo Lugones --

Señor, si llenas cada hora
de fresca vida renovada;
si vistes de rosa la aurora
y de púrpura la granada;

y en estéril vida senil
dejas la savia que florezca;
que aliente el tigre en su cubil
y en su red la araña se mezca:

¿por qué no diste la ventura
a su pecho lleno de amor?
¿por qué la divina escultura
tan presto se rompe, señor?
¿era ella menos tu criatura
que la más diminuta flor?



Luis Cernuda

urbano y dulce revuelo

-- de Luis Cernuda --

Suscitando fresca brisa
para sazón de sonrisa
que agosta el ardor del suelo;
pues si aquel mudo señuelo
de caña y papel, pasivo
al curvo desmayo estivo,
aún queda, brusca delicia,
la que abre tu caricia,
oh ventilador cautivo.



Góngora

Ni en este monte, este aire, ni este río

-- de Góngora --

Ni en este monte, este aire, ni este río
corre fiera, vuela ave, pece nada,
de quien con atención no sea escuchada
la triste voz del triste llanto mío;

y aunque en la fuerza sea, del estío,
al viento mi querella encomendada,
cuando a cada cual dellos más le agrada
fresca cueva, árbol verde, arroyo frío,

a compasión movidos de mi llanto,
dejan la sombra, el ramo, y la hondura,
cual ya por escuchar el dulce canto

de aquel que, de Estrimón en la espesura,
los suspendía cien mil veces. ¡Tanto
puede mi mal, y pudo su dulzura!



Luis Palés Matos

ensoñación

-- de Luis Palés Matos --

Por el cuadrado de una ventana de nuestra escuela
que de soslayo me ríe toda su claridad,
miro el paisaje chillón y viva, de un azul hondo
y una sencilla calma de infante diafanidad.

El cielo limpio, de vez en cuando, se mancha en una
de esas blancuras puras y llenas de santidad,
con que el celaje tiñendo el dombo del firmamento
risueña el éxtasis con su ternura de castidad.

Mientras discurre par la pizarra la geometría
le nacen alas de ibis al ave del alma mía,
y de la escuela me voy muy lejos, a una región

donde es más fresca la gran mejilla de la mañana,
y sollozando sobre las notas de la fontana,
me aguarda inquieta la dulce novia del corazón.



Luis Rosales

la transfiguración

-- de Luis Rosales --

Siento tu cuerpo entero junto al mío;
tu carne
es
como un ascua,
fresca e imprescindible
que está fluyendo hacia
mi cuerpo, por un puente
de miel lenta y silábica.
Hay un solo momento en que se junta
el cuerpo con el alma,
y se sienten recíprocos,
y viven
su trasfiguración,
y se adelantan
el uno al otro en una misma entrega,
desde su mismo origen deseada.
Siento tus labios en mis labios, siento
tu piel desnuda y ávida,
y siento,
¡al fin!
esa frescura súbita
como una llamarada
de eternidad, en que la carne deja
de serlo y se desata,
se dispersa en el vuelo,
y va cayendo
en la tierra sonámbula
de tu cuerpo que cede interminable-
mente cediendo,
hasta
que el vuelo acaba y ya la carne queda
quieta, milagreada,
y me devuelve al cuerpo,
y todo ha sido
un pasmo, un rebrillar y luego nada.



Manuel del Palacio

La flor de mi esperanza

-- de Manuel del Palacio --

Yo vi en una mañana
Serena y deliciosa,
Brillar en la pradera fresca rosa
Espléndida y galana.
Sus hojas de colores
Al albo Sol hería,
Era la reina de las otras flores,
Era la flor de la esperanza mía.

Las amorosas brisas la mecieron
Llenando de perfume su capullo,
Vida y color la dieron,
Yo lozana la ví del prado orgullo;
Mis ayes de quebranto
Sólo ella cariñosa comprendía,
¡Cuántas veces mi llanto
Regó la flor de la esperanza mia!

Yo la conté mis sueños,
La historia le expliqué de mis amores,
Ella feliz rió de mis ensueños,
Y lloró desgraciada mis dolores.



César Vallejo

Trilce: XXX

-- de César Vallejo --

Quemadura del segundo
en toda la tierna cabecilla del deseo,
picadura de ají vagoroso,
a las dos de la tarde inmoral.

Guante de los bordes borde a borde.
Olorosa verdad tocada en vivo, al conectar
la antena del sexo
con lo que estamos siendo sin saberlo.

Lavaza de máxima ablución.
Calderas viajeras
que se chocan y salpican de fresca sombra
unánime, el color, la fracción, la dura vida,
la dura vida eterna.
No temamos. La muerte es así.

El sexo sangre de la amada que se queja
dulzorada, de portar tánto
por tan punto ridículo.
Y el circuito
entre nuestro pobre día y la noche grande,
a las dos de la tarde inmoral.



César Vallejo

Trilce: LXXI

-- de César Vallejo --

Serpea el sol en tu mano fresca,
y se derrama cauteloso en tu curiosidad.

Cállate. Nadie sabe que estás en mí,
toda entera. Cállate. No respires. Nadie
sabe mi merienda suculenta de unidad:
legión de oscuridades, amazonas de lloro.

Vanse los carros flajelados por la tarde,
y entre ellos los míos, cara atrás, a las riendas
fatales de tus dedos.
Tus manos y mis manos recíprocas se tienden
polos en guardia, practicando depresiones,
y sienes y costados.

Calla también, crepúsculo futuro,
y recójete a reír en lo íntimo, de este celo
de gallos ajisecos soberbiamente,
soberbiamente ennavajados
de cúpulas, de viudas mitades cerúleas.
Regocíjate, huérfano; bebe tu copa de agua
desde la pulpería de una esquina cualquiera.



César Vallejo

quemadura del segundo

-- de César Vallejo --

xxx
quemadura del segundo
en toda la tierna cabecilla del deseo,
picadura de ají vagoroso,
a las dos de la tarde inmoral.
Guante de los bordes borde a borde.
Olorosa verdad tocada en vivo, al conectar
la antena del sexo
con lo que estamos siendo sin saberlo.
Lavaza de máxima ablución.
Calderas viajeras
que se chocan y salpican de fresca sombra
unánime, el color, la fracción, la dura vida,
la dura vida eterna.
No temamos. La muerte es así.
El sexo sangre de la amada que se queja
dulzorada, de portar tánto
por tan punto ridículo.
Y el circuito
entre nuestro pobre día y la noche grande,
a las dos de la tarde inmoral.



Delmira Agustini

Mi musa

-- de Delmira Agustini --

Mi musa tomó un día la placentera ruta
de los campos fragantes; ornada de alboholes,
perfumando sus labios en la miel de la fruta
y dorando su cuerpo al fuego de los soles.

Vivió como una ninfa: desnuda, en fresca gruta,
engalanando espejos de lagos tornasoles.
La gran garza rosada de su forma impoluta.
Volvió a mí como el oro de luz de los crisoles.

Más pura; los cabellos emperlados de gotas
lucientes y prendidos de abrojos; trajo notas
de pájaro silvestre y en los labios más fuego.

Yo peinela y vestila sus parisinas galas,
y ella hoy grave pasea por mis lujosas salas
un gran aire salvaje y un perfume de espliego.



Dulce María Loynaz

revelación

-- de Dulce María Loynaz --

¿ves?: tengo sangre
en las venas...
En estas venas
verdes, frágiles
que se enredan
como ríos de mapa entre la carne.

Tengo sangre
fresca,
-¡viva!-en las venas...
¡Tengo esta
sangre que me late
en las sienes, que arde
por bajo de mi quieta
palabra y me la llena
de luz y me la quema
sin decir!.., Tengo sangre: ¿no lo sabes?

tengo una nueva
y vieja
sangre
que no espera
más, que se hace
una sola
ola
gigante,
¡una ola suspensa
que se abre!...

¿Ves?: la tengo; esta aquí... ¿No lo sabías?

¡no lo sabía yo, y era mi sangre!...



Ernesto Cardenal

epigrama I

-- de Ernesto Cardenal --

Pero en la noche
ves tu arroz
y tus frijoles fritos,
con la cuajada
fresca,
y una tortilla caliente,
o un plátano asado,
lo comes sin guardaespaldas
y tu jícara
de triste
no la prueba
primero un ayudante.
Y después tocas
si quieres en
tu guitarra
una canción
ranchera,
y no dormís
rodeado de reflectores
y alambradas



Julián del Casal

flor de cieno

-- de Julián del Casal --

Yo soy como una choza solitaria
que el viento huracanado desmorona
y en cuyas piedras húmedas entona
hosco búho su endecha funeraria.
Por fuera sólo es urna cineraria
sin inscripción, ni fecha, ni corona;
mas dentro, donde el cieno se amontona,
abre sus hojas fresca pasionaria.
Huyen los hombres al oír el canto
del búho que en la atmósfera se pierde,
y, sin que sepan reprimir su espanto,
no ven que, como planta siempre verde,
entre el negro raudal de mi amargura
guarda mi corazón su esencia pura.



Octavio Paz

madrugada

-- de Octavio Paz --

Rápidas manos frías
retiran una a una
las vendas de la sombra
abro los ojos
todavía
estoy vivo
en el centro
de una herida todavía fresca



Octavio Paz

ii. bajo tu clara sombra

-- de Octavio Paz --

Ii
tengo que hablaros de ella.
Suscita fuentes en el día,
puebla de mármoles la noche.
La huella de su pie
es el centro visible de la tierra,
la frontera del mundo,
sitio sutil, encadenado y libre;
discípula de pájaros y nubes
hace girar al cielo;
su voz, alba terrestre,
nos anuncia el rescate de las aguas,
el regreso del fuego,
la vuelta de la espiga,
las primeras palabras de los árboles,
la blanca monarquía de las alas.
No vio nacer al mundo,
mas se enciende su sangre cada noche
con la sangre nocturna de las cosas
y en su latir reanuda
el son de las mareas
que alzan las orillas del planeta,
un pasado de agua y de silencio
y las primeras formas de la materia fértil.
Tengo que hablaros de ella,
de su fresca costumbre
de ser simple tormenta, rama tierna.



Pablo Neruda

soneto xxxvii cien sonetos de amor (1959) mediodía

-- de Pablo Neruda --

Oh amor, oh rayo loco y amenaza purpúrea,
me visitas y subes por tu fresca escalera
el castillo que el tiempo coronó de neblinas,
las pálidas paredes del corazón cerrado.
Nadie sabrá que sólo fue la delicadeza
construyendo cristales duros como ciudades
y que la sangre abría túneles desdichados
sin que su monarquía derribara el invierno.
Por eso, amor, tu boca, tu piel, tu luz, tus penas,
fueron el patrimonio de la vida, los dones
sagrados de la lluvia, de la naturaleza
que recibe y levanta la gravidez del grano,
la tempestad secreta del vino en las bodegas,
la llamarada del cereal en el suelo.



Pablo Neruda

ángela adónica

-- de Pablo Neruda --

Hoy me he tendido junto a una joven pura
como a la orilla de un océano blanco,
como en el centro de una ardiente estrella
de lento espacio.
De su mirada largamente verde
la luz caía como un agua seca
en transparentes y profundos círculos
de fresca fuerza.
Su pecho como un fuego de dos llamas
ardía en dos regiones levantado,
y en doble río llegaba a sus pies
grandes y claros.
Un clima de oro maduraba apenas
las diurnas longitudes de su cuerpo
llenándolo de frutas extendidas
y oculto fuego.



Pedro Soto de Rojas

Piedad declarada por rigor

-- de Pedro Soto de Rojas --

Puso en ti del Autor la sabia mano
alma quieta en sangre generosa,
anciano fruto en niña flor hermosa,
divino ingenio en un sujeto humano;

mas luego puso -¡ay, triste!- Amor tirano
entre blanco jazmín y fresca rosa
la ceraste mordaz más venenosa
que humor vertió de racional insano.

Tú, piadosa, quizá por no acabarme,
huyes y escondes su veneno esquivo,
como si esto bastara a remediarme;

pero es aumento que en mi mal recibo,
pues muero cuando dejas de matarme
y sólo al tiempo que me matas vivo.



José María Heredia

La desconfianza

-- de José María Heredia --

Mira, mi bien, cuán mustia y desecada
del sol al resplandor está la rosa
que en tu seno tan fresca y olorosa
pusiera ayer mi mano enamorada.

Dentro de pocas horas será nada...
No se hallará en la tierra alguna cosa
que a mudanza feliz o dolorosa
no se encuentre sujeta y obligada.

Sigue a las tempestades la bonanza:
siguen al gozo el tedio y la tristeza...
Perdóname si tengo la desconfianza

de que dure tu amor y tu terneza:
cuando hay en todo el mundo tal mudanza,
¿solo en tu corazón habrá firmeza?



José Pedroni

la gota de agua

-- de José Pedroni --

Oh gota musical que se separa
de la inmortalidad y oye mi oído
caer continuamente en el olvido
de mi honda penumbra, oh gota clara!

una estrofilla de infantil dulzura,
sólo en la fuente alguna vez oída,
me ejecuta en el alma la caída
inmaterial de aquella gota pura.

De un agua fresca como cisterna,
mi pozo espiritual colma la gota;
y sin querer tengo una voz remota
y a todas horas la mirada tierna.

Oh gota de agua dulce que te estancas
en mi profundidad, de cuyo hueco
interminable sube un eco
que es como un vuelo de palabras blancas.

Oh gota musical que me deparas
el milagro ideal de tu caída,
cáeme siempre, siempre, que mi vida
vive en el canto de tus notas claras.



José Tomás de Cuellar

La concha

-- de José Tomás de Cuellar --

I.

DOS pobres pescadores
Salieron mar afuera,
Con una marejada
Que daba miedo verla.
Luchando con las olas
Y con la brisa fresca,
Entre unos arrecifes
Las redes al fin echan,
Y con dos mil fatigas



José Tomás de Cuellar

Las lágrimas

-- de José Tomás de Cuellar --

DE noche caen las lágrimas
De las humanas penas,
Y por doquiera á miles
Humedecen la tierra.
Pero viene la aurora
Apacible y risueña;
En las praderas corre
Brisa callada y fresca,
Y de la tierra húmeda
Se levanta la niebla;
Corona el arroyuelo,
El lago, la eminencia,
Y cual flotante gasa
Sube al éter ligera.

En ella van las lágrimas
Que mojaron la tierra,
Y suben hasta el cielo
Donde Dios las espera.



José Tomás de Cuellar

Ven a gozar

-- de José Tomás de Cuellar --

VEN á gozar la fresca sombra
Del álamo frondoso,
Ven á gozar delicias á mi lado;
Aquí de grama en la mullida alfombra
Oirás el regalado
Murmurio del arroyo presuroso.

Ven á gozar: mil músicas suaves
Escucharás, bien mío;
El eco de paloma gemidora,
El dulce trino de parleras aves,
Y la canción sonora
Que entone en mi amoroso desvarío.

¡Ah! ¿No lo ves? la soledad me inspira
Cántigas de ternura;



José Ángel Buesa

tercer poema del río

-- de José Ángel Buesa --

El agua del río pasaba indolente,
reflejando noches y arrastrando días
tú, desnuda en la fresca corriente,
reías
yo te contemplaba desde la ribera,
tendido a la sombra de un árbol sonoro;
y resplandecía tu áurea cabellera,
desatada en el agua ligera,
como un remolino de espuma de oro
y pasaban las nubes errantes,
mientras tú te erguías bajo el sol de estío,
con los blancos hombros llenos de diamantes,
en la rumorosa caricia del río.
Y tú te reías
y mirando mis manos vacías,
pensé en tantas cosas que ya fueron mías,
y que se me han ido, como tú te irás
y tendí mis brazos hacia la corriente,
hacia la corriente cantarina y clara,
porque tuve miedo, repentinamente,
de que el agua feliz te arrastrara
y ya no reías
bajo el sol de estío,
ni resplandecías de oro y de rocío.
Y saliste corriendo del río,
y llenaste mis manos vacías
y al sentir tu cuerpo tan cerca y tan mío,
al vivir en tu amor un instante
más allá del placer y del hastío,
vi pasar la sombra de una nube errante,
de una nube fugaz sobre el río



Gerardo Diego

la sombra del nogal

-- de Gerardo Diego --

La sombra del nogal
homenaje a vicente aleixandre.
La sombra del nogal es peligrosa
tupido en el octubre como bóveda
como cúpula inmóvil
nos cobija e invita
a su caricia fresca
y van cayendo frutos uno a uno
torturados cerebros nueces nueces
por las noches
sombra de luna muerta de el nogal
y van sucidándose una a una
sus hojas quejumbrosas
y pies desconocidos invisibles
las huellan las quebrantan las sepultan
librándolas así
del torbellino eólico
que azota a lo mortal abandonado
sobre la haz funesta de la tierra
impenetrable
pero ¿quién pasa quién posa?
¿de quién los pies piadosos redentores?



Salvador Rueda

sonetos IX

-- de Salvador Rueda --

Desde la frente, que es lámpara lírica, desborda su acento
como un aceite de aroma y de gracia la ardiente poesía,
y a los ensalmos exhala cantando su fresca armonía,
vase llenando de luz inefable la esponja del viento.

Rozan los versos como alas ungidas de lírico ungüento
sobre las frentes, que se abren cual rosas de blanca alegría;
y un abanico de ritmos celestes el aire deslía,
cual si moviera sus plumas de magia de dios el aliento.

Vierte en el aire la lámpara noble sus sones divinos,
que goteantes de sílabas puras derraman sus trinos
desde el tazón del cerebro de lumbre que canta sonoro.

Y revolando las almas acuden de sed abrasadas
como palomas que beben rocío y ondulan bañadas
en el temblor de la fuente sube del verso de oro.

2



Tomás de Iriarte

Fresca arboleda del jardín sombrío

-- de Tomás de Iriarte --

¡Fresca arboleda del jardín sombrío,
clara fuente, sonoras avecillas,
verde prado que esmaltas las orillas
del celebrado y anchuroso río!

¡Grata aurora que viertes el rocío
por entre nubes rojas y amarillas,
bello horizonte de lejanas villas,
aura blanca, que templas el estío!

¡Oh soledad!, quien puede te posea;
que yo gozara en tu apacible seno
el placer que otros ánimos recrea,

si tu silencio y tu retiro ameno
más viva no ofrecieran a mi idea
la imagen de la ingrata por quien peno.



El sueño de la enredadera

-- de Vicenta Castro Cambón --

A Dolores Caeiro de Castro,

filialmente.

¡OH tierra que alimentas mis raíces!
alejarme de ti es mi vivo anhelo;
por eso, aunque muy débiles, mis ramas
suben y suben, cual buscando el cielo.

Varas enjutas que formáis mi zarzo,
aunque no alcance yo la ansiada altura
os ceñiré con fraternales brazos
y luciréis alegre vestidura.

Nadie en breve podré reconoceros
cubiertas por mis hojas y mis flores,
y a nuestra fresca sombra muchos seres
vendrán a refugiarse en los calores.

Y vendrán, confundiendo sus encantos,
picaflores y lindas mariposas
a buscar el sustento de su vida
en la miel de mis flores olorosas.

¡Cuán alegre seré la vida, entonces,
cuando pueda ofrecer mi seno amigo
a vivientes tan bellos e inocentes,
dulce alimento y protector abrigo!

¡Oh tierra que alimentas mis raíces!
alejarme de ti es mi vivo anhelo.
Elevarme, dar flores, muchas flores:
es esa mi misión y ese es mi cielo.

Y lo mismo que muere sin temores
el hombre que fué activo, honrado y bueno,
cumplida mi misión, oh madre tierra,
trocada en polvo volveré a tu seno.



Entre sueños

-- de Vicenta Castro Cambón --

EL sueño espero y el sueño viene;
toca las puertas de mis sentidos
y las entorna discretamente,
porque es el sueño discreto amigo.

Me halla tejiendo una flor y como
para acabarla tiempo le pido,
el sueño espera condescendiente
y yo, entre sueños, tejiendo sigo
una flor blanca cuyo perfume
no es para tu alma desconocido:
tomo los hilos de un sentimiento
que ya otras veces pintado has visto.

Como mañana de mi alma esperas
una flor fresca, con mi cariño
tejo “Entre sueños”, mientras el sueño
cierra las puertas de mis sentidos.



Hermano que sabes

-- de Vicenta Castro Cambón --

HERMANO que sabes de hambre y sed
espera:

aquí tienes rústica miel, y en mi cántaro
hay para tu labio febril agua fresca.

Tal vez reconoces mi voz:
soy aquella
que poniendo en tu alma fraterna mirada
te robó pesares al cantar su pena.



Vicente Aleixandre

cobra

-- de Vicente Aleixandre --

La cobra toda ojos,
bulto echado la tarde (baja, nube),
bulto entre hojas secas,
rodeada de corazones de súbito parados.
Relojes como pulsos
en los árboles quietos son pájaros cuyas gargantascuelgan,
besos amables a la cobra baja
cuya piel es sedosa o fría o estéril.
Cobra sobre cristal,
chirriante como navaja fresca que deshace a una virgen,
fruta de la mañana,
cuyo terciopelo aún está por el aire en forma de ave.
Niñas como lagunas,
ojos como esperanzas,
desnudos como hojas
cobra pasa lasciva mirando a su otro cielo.
Pasa y repasa el mundo,
cadena de cuerpos o sangres que se tocan,
cuando la piel entera ha huido como un águila
que oculta el sol. ¡Oh cobra, ama, ama!
ama bultos o naves o quejidos,
ama todo despacio, cuerpo a cuerpo,
estre muslos de frío o entre pechos
del tamaño de hielos apretados.
Labios, dientes o flores, nieves largas;
tierra debajo convulsa derivando.
Ama al fondo con sangre donde brilla
el carbunclo logrado.
El mundo vibra.



Antonio Machado

El cadalso

-- de Antonio Machado --

La aurora asomaba
lejana y siniestra.
El lienzo de Oriente
sangraba tragedias,
pintarrajeadas
con nubes grotescas.
...................

En la vieja plaza
de una vieja aldea,
erguía su horrible
pavura esquelética
el tosco patíbulo
de fresca madera...
La aurora asomaba
lejana y siniestra.



Antonio Machado

He andado muchos caminos

-- de Antonio Machado --

He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando la tierra...
Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan a dónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.



Manuel Machado

Cantares

-- de Manuel Machado --

Vino, sentimiento, guitarra y poesía
hacen los cantares de la patria mía.
Cantares...
Quien dice cantares dice Andalucía.

A la sombra fresca de la vieja parra,
un mozo moreno rasguea la guitarra...
Cantares...
Algo que acaricia y algo que desgarra.

La prima que canta y el bordón que llora...
Y el tiempo callado se va hora tras hora.
Cantares...
Son dejos fatales de la raza mora.

No importa la vida, que ya está perdida,
y, después de todo, ¿qué es eso, la vida?...
Cantares...
Cantando la pena, la pena se olvida.

Madre, pena, suerte, pena, madre, muerte,
ojos negros, negros, y negra la suerte...
Cantares...
En ellos el alma del alma se vierte.

Cantares. Cantares de la patria mía,
quien dice cantares dice Andalucía.
Cantares...
No tiene más notas la guitarra mía.



Manuel Reina

La gota de sangre

-- de Manuel Reina --

Sentados en la gótica ventana
estábamos tú y yo, mi antigua amante;
tú, de hermosura y de placer, radiante;
yo, absorto en tu belleza soberana.

Al ver tu fresca juventud lozana,
una abeja lasciva y susurrante
clavó su oculto dardo penetrante
en tu seno gentil de nieve y grana.

Viva gota de sangre transparente
sobre tu piel rosada y hechicera
brilló como un rubí resplandeciente.

Mi ansioso labio en la pequeña herida
estampé con afán... ¡Nunca lo hiciera,
que aquella gota envenenó mi vida!



Rosalía de Castro

Cuido que una planta bella

-- de Rosalía de Castro --

Cuido que una planta bella
Que ama y busca la sombra,
Como la busca el alma
Huérfana, triste, enamorada y sola,
Y allí donde jamás la luz del día
Llega sino a través de las umbrosas
Ramas de un mirto y los cristales turbios
De una ventana angosta,
Ella vive tan fresca y perfumada,
Y se torna más bella y más frondosa,
Y languidece y se marchita y muere
Cuando un rayo de sol besa sus hojas.



Para el pájaro el aire, para el musgo la roca,
Los mares para el alga, mayo para las rosas;
Que todo ser o planta va buscando
Su natural atmósfera,
Y sucumbe bien pronto si es que a ella
Oculta mano sin piedad la roba.



Rosalía de Castro

Viéndome perseguido por la alondra

-- de Rosalía de Castro --

Viéndome perseguido por la alondra
Que en su rápido vuelo
Arrebatarme quiso en su piquillo
Para dar alimento a sus polluelos,

Yo, diminuto insecto de alas de oro,
Refugio hallé en el cáliz de una rosa,
Y allí viví dichoso desde el alba
Hasta la nueva aurora.

Mas aunque era tan fresca y perfumada
La rosa, como yo no encontró abrigo
Contra el viento, que alzándose en el bosque
Arrastróla en revuelto torbellino.

Y rodamos los dos en fango envueltos
Para ya nunca levantarse ella,
Y yo para llorar eternamente
Mi amor primero y mi ilusión postrera.



Mauricio Bacarisse

Nisus

-- de Mauricio Bacarisse --

Este noble deleite de sudar y esforzarme
para luego morir, sin querer recompensa...
Ebrio de dinamismo, no me disperso nunca.
Mi vida es simple y lineal.

He donado mis tierras; he quemado mis ropas.
Con mi mandil de cuero, en mi gruta, en mi fragua
martillando en el yunque, junto a una fresca fuente
puedo a mi gusto jadear.

Soy más casto que el gneis. Agonizó la Amada.
Un enjambre de avispas acribilló sus senos
como manzanas núbiles. Me libré del castigo
del Sexo estúpido y cruel.

Desprecio las contiendas de Ahrimán y de Ormuz
y los considerandos del Gran Juicio Final,
las leyes del Areópago y de la soldadesca
y los Dioses borrosos...

Le he arrancado ya todos los denominadores
a la ecuación del mundo. Idéntico y sencillo
en mi labor penosa de terco Demiurgo
encuentro mi finalidad.

Contra el tremendo espanto de presumir los noúmenos
golpeo los fenómenos, machaco la apariencia;
cada diástole mía es una gran plegaria
de rebeldía y voluntad.



Medardo Ángel Silva

Diálogo (Silva)

-- de Medardo Ángel Silva --

Abril canta en mi oído con sus rosas y brisas,
con fresca boca ríen las rosadas auroras,
la primavera esparce su guirnalda de risas...
¿Por qué obstinadamente melancólico lloras?

Cipris ofrece el vino de sus púrpureas viñas,
Leda y el Cisne ensayan el dulce simulacro,
y son rubias manzanas los senos de las niñas
en cuyos labios tiernos palpita el himno sacro.

¡Bien sé yo —dije— cuánto dura la primavera,
comparable a la vida de la pompa ligera
de tules erizados que desvanece el viento!

Yo esperaré a la Esposa que no falta a la cita,
en cuyos labios mora la verdad infinita
que rebusca mi espíritu de eternidad sediento.



Medardo Ángel Silva

Y es una tristeza más en mi tristeza

-- de Medardo Ángel Silva --

A Jacinto Benavente

El lento son de la garúa,
en la calle del arrabal,
en mi corazón acentúa
la dolencia sentimental.

Simula, con su intermitente
lagrimeo, la lluvia clara,
la voz de algún adolescente
lloroso, que silabeara.

Tiene también la vida oscura
su encanto, y la poesía
que pone en la diaria amargura
la divina melancolía.

¡Sed de ideales y de cielo!
¡Oh lírica fiebre armoniosa!
¡Bien vales, infinito anhelo,
la pena que en mi alma rebosa!

Yo digo: ¡Sufro, luego existo!...
El dolor afirma la vida;
mas, todo caso está previsto,
¡y hay venda para toda herida!

Del abismo de lo que ha sido
al abismo de lo que ha de ser,
está el puente de lo vivido
y la actualidad del querer.

¡Está la linda boca fresca,
la dulce manzana carnal,
y nuestra vida funambulesca
tan líricamente anormal!



Miguel Unamuno

A Clarín

-- de Miguel Unamuno --

Dios te guarde bufón de la tragedia,
tú que yeldas el llanto con la risa;
cuando la muerte al corazón asedia
la frente nos enjuga fresca brisa,

tu alegre aliento que el pesar remedia
siquiera por un rato y en tal guisa
cabe vivir, pues que sin tí la acedia
acabaría con el alma á prisa.



Nicolás Guillén

mujer nueva

-- de Nicolás Guillén --

Con el círculo ecuatorial
ceñido a la cintura como a un pequeño mundo,
la negra, la mujer nueva,
avanza en su ligera bata de serpiente.
Coronada de palmas
como una diosa recién llegada,
ella trae la palabra inédita,
el anca fuerte,
la voz, el diente, la mañana y el salto.
Chorro de sangre joven
bajo un pedazo de piel fresca,
y el pie incansable
para la pista profunda del tambor.



Nicolás Guillén

el abuelo

-- de Nicolás Guillén --

Esta mujer angélica de ojos septentrionales,
que vive atenta al ritmo de su sangre europea,
ignora que lo hondo de ese ritmo golpea
un negro al parche duro de roncos atabales.
Bajo la línea escueta de su nariz aguda,
la boca, en fino trazo, traza una raya breve,
y no hay cuervo que manche la solitaria nieve
de su carne, que fulge temblorosa y desnuda.
¡Ah, mi señora! mírate las venas misteriosas;
boga en el agua viva que allá dentro te fluye,
y ve pasando lirios, nelumbios, lotos, rosas;
que ya verás, inquieta, junto a la fresca orilla
la dulce sombra oscura del abuelo que huye,
el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.



Juan Meléndez Valdés

Sin reparar adónde me llevaba

-- de Juan Meléndez Valdés --

Sin reparar adónde me llevaba
ni do parar pudiera, a Amor seguía
que por una anchura y fresca vía
a un muy ameno valle me guiaba.

Un palacio de lejos se mostraba,
al cual por acercarme me afligía,
cuando sintió improviso el alma mía
un lazo que seguir me embarazaba.

Acudí a desprenderme y, como el ave
que por huir la liga más se enreda,
en trampa me miré tan dura y fuerte

que por librarme de su cárcel grave
la muerte sola que probar me queda,
y aun pienso que no baste ni aun la muerte.



Juan Nicasio Gallego

En los campos de Vergara

-- de Juan Nicasio Gallego --

¿Qué inusitada aclamación festiva
convierte el gozo de mi patria en duelo?
¿Por qué de mar a mar con raudo vuelo
suena sin fin centuplicado el viva?

La Paz, sí: ¿no la veis, de fresca oliva
la sien ordena, descender del cielo,
en su diestra agitar cándido velo,
y ahuyentar la Discordia vengativa?

¡Oh momento feliz! Su horrible tea
de la nación magnánima española
maldita siempre y execrada sea;

y anuncie el blanco lino que hoy tremola
y en que la cifra de Isabel campea,
un grito, un pensamiento, un alma sola.



Juan Ramón Jiménez

el día menos

-- de Juan Ramón Jiménez --

¡ya se arreglarán los sueños,
mañana se arreglarán!
¡hoy, a soltar y a gozar!
hoy para encontrar el amigo,
para olearse en los dos ríos,
para hablar con duras mujeres;
hoy para irisarse de césped,
para ventear a caballo,
para silbear en el árbol,
para acerarse en las montañas,
para huir por las luces anchas
perdido entre glorias ruidosas...
Hoy para la gran tensión fresca
de un vivir sin casa ni venda.
¡Ya se ordenarán los sueños,
mañana se ordenarán!
¡hoy, a romper y a cantar!



Juan Ramón Jiménez

el oasis

-- de Juan Ramón Jiménez --

Verde brillor sobre el oscuro verde.
Nido profundo de hojas y rumor,
donde el pájaro late, el agua vive,
y el hombre y la mujer callan, tapados
(el áureo centro abierto en torno
de la desnudez única)
por el azul redondo de luz sola
en donde está la eternidad.
Pabellón vivo, firme plenitud,
para descanso natural del ansia,
con todo lo que es, fue, puede ser,
abierto en concentrada suma;
abreviatura de edén sur,
fruta un poco mayor (amparo solo
de la desnudez única)
en donde está la eternidad.
Color, jugo, rumor, curva, olor ricos
colman con amplitud caliente y fresca,
total de gloria y de destino,
la entrada casual a un molde inmenso
(encontrado al azar de horas y siglos,
para la desnudez única)
mina libre de luz eterna y sola
en donde está la eternidad.



Juan Ramón Jiménez

yo me moriré, y la noche

-- de Juan Ramón Jiménez --

Triste, serena y callada,
dormirá el mundo a los rayos
de su luna solitaria.
Mi cuerpo estará amarillo,
y por la abierta ventana
entrará una brisa fresca
preguntando por mi alma.
No sé si habrá quien solloce
cerca de mi negra caja,
o quien me dé un largo beso
entre caricias y lágrimas.
Pero habrá estrellas y flores
y suspiros y fragancias,
y amor en las avenidas
a la sombra de las ramas.
Y sonará ese piano
como en esta noche plácida,
y no tendrá quien lo escuche
sollozando en la ventana.



Juan Ramón Jiménez

el pájaro del agua

-- de Juan Ramón Jiménez --

Pájaro del agua
¿qué cantas, qué encantas?
a la tarde nueva
das una nostaljia
de eternidad fresca,
de gloria mojada.
El sol se desnuda
sobre tu cantata.
¡Pájaro del agua!
desde los rosales
de mi jardín llama
a esas nubes bellas,
cargadas de lágrima.
Quisiera en las rosas
ver gotas de plata.
¡Pájaro del agua!
mi canto también
es canto de agua.
En mi primavera,
la nube gris baja
hasta los rosales
de mis esperanzas.
¡Pájaro del agua!
amo el son errante
y azul que desgranas
en las hojas verdes,
en la fuente blanca.
¡No te vayas tú,
corazón con alas!
pájaro del agua
¿qué encantas, qué cantas?



Juan Ramón Jiménez

Domingo de Primavera

-- de Juan Ramón Jiménez --

N pájaro, en la lírica calma del mediodía
Canta bajo los mármoles del palacio sonoro;
Sueña el sol vivos fuegos en la cristalería,
En la fuente abre el agua su cantinela de oro.

Es una fiesta clara con eco cristalino:
En el mármol el pájaro; las rosas en la fuente;
¡Garganta fresca y dura! ¡azul, dulce, argentino
Llorar, sobre la flor satinada y reciente!

Es un ensueño real, voy, colmado de gracia,
Soñando, sonriendo, por las radiantes losas.
Henchida el alma de la pura aristocracia
De la fuente, del pájaro, del olor de las rosas.



Juana de Ibarbourou

como la primavera

-- de Juana de Ibarbourou --

Como una ala negra tendí mis cabellos
sobre tus rodillas.
Cerrando los ojos su olor aspiraste,
dicendome luego:
-¿duermes sobre piedras cubiertas de musgos?
¿con ramas de sauces te atas las trenzas?
¿ tu almohada es de trébol? ¿las tienes tan negras
porque acaso en ella exprimiste un zumo
retinto y espeso de moras silvestres?
¡qué fresca y extraña fragancia te envuelve!
hueles a arroyuelos, a tierra y a selvas.
¿Que perfume usas? y riendo te dije:
-¡nintuno, ninguno!
te amo y soy joven, huelo a primavera.
Este olor que sientes es de carne firme,
de mejillas claras y de sangre nueva.
¡Te quiero y soy joven, por eso es que tengo
las mismas fragancias de la primavera!



Juana de Ibarbourou

la hora

-- de Juana de Ibarbourou --

Tómame ahora que aun es temprano
y que llevo dalias nuevas en la mano.

Tómame ahora que aun es sombría
esta taciturna cabellera mía.

Ahora que tengo la carne olorosa
y los ojos limpios y la piel de rosa.

Ahora que calza mi planta ligra
la sandalia viva de la primavera.

Ahora que mis labios repica la risa
como una campana sacudida a prisa.

Después..., ¡Ah, yo sé
que ya nada de eso mas tarde tendré!

que entonces inútil será tu deseo,
como ofrenda puesta sobre un mausoleo.

¡Tómame ahora que aun es temprano
y que tengo rica de nardos la mano!

hoy, y no mas tarde. Antes que anochezca
y se vuelva mustia la corola fresca.

Hoy, y no mañana. ¡Oh amante! ¿no ves
que la enredadera crecerá ciprés?



Juana Rosa de Amézaga

Al despertar (Amézaga)

-- de Juana Rosa de Amézaga --

Dejan las aves el nocturno abrigo
de las vecinas y coposas frondas,
y con sus trinos de placer adulan
a la naciente y sonrosada aurora.

Engastadas en nítido rocío,
bellas se ostentan las gentiles rosas,
y envidiando su aroma delicioso,
lucen sus galas las cucardas rojas.

Cerca se escucha el majestuoso ruido
que hacen del mar las bullidoras olas,
y al retirarse, cual de blancas perlas,
con sus espumas las riberas bordan.

¡Oh! ¡Cuánto goza en este cuadro el alma
si lo contempla recogida y sola!
Y Dios parece que al oído le habla
en tan solemne y apacible hora.

Para la mente que inquietud agita,
es lo que fresca, deliciosa copa,
para el enfermo que la fiebre siente,
en sus entrañas y abrasada boca.

Mi amante pecho dilatarse siento
viendo, Señor, de tu poder las obras;
y al contemplarlas con filial confianza,
mi humilde labio tu grandeza adora.



Evaristo Carriego

Reid muchos, hermanitas

-- de Evaristo Carriego --

Reid mucho, hermanitas
Reid mucho, hermanitas, reid con esa risa
tan fresca y tan sonora, con esa risa fuerte
que llena nuestra casa de salud. La sonrisa
no es para vosotras todavía: ¡qué suerte!

Que vuestra risa sea como una fuente, y vierta
su chorro alegre sobre nuestra melancolía:
sea como una caja de música que abierta
perennemente suena desde que empieza el día.

Hermanas: reid de una vez toda vuestra sana
alegría de dueñas del patio, que mañana
— ¡ah, mañana!— quién sabe si os habremos de oir.

¡Ay, hermanas, hermanas juguetonas! ¡ay, locas
rabietas de la abuela! ¿cuál de esas lindas bocas
será la que primero dejará de reir?



Federico García Lorca

Gacela de la terrible presencia

-- de Federico García Lorca --

Yo quiero que el agua se quede sin cauce.
Yo quiero que el viento se quede sin valles.

Quiero que la noche se quede sin ojos
y mi corazón sin la flor del oro.

Que los bueyes hablen con las grandes hojas
y que la lombriz se muera de sombra.

Que brillen los dientes de la calavera
y los amarillos inunden la seda.

Puedo ver el duelo de la noche herida
luchando enroscada con el mediodía.

Resisto un ocaso de verde veneno
y los arcos rotos donde sufre el tiempo.

Pero no me enseñes tu limpio desnudo
como un negro cactus abierto en los juncos.

Déjame en un ansia de oscuros planetas,
¡pero no me enseñes tu cintura fresca!



Francisco Sosa Escalante

Campeche

-- de Francisco Sosa Escalante --

Cual se reclina perezosa una hada
En su lecho, al fulgor de los luceros,
Está Campeche así, por lisonjeros
Arrullos de la mar acariciada.

Le da sus besos brisa regalada,
Perfume grato verdes limoneros,
Fresca sombra gentiles cocoteros.
Canoras aves música acordada.

Allí mi cuna se meció; el destino
Me arrebató de mi natal ribera,
Trazóme por mi mal otro camino;

Mas de la vida en la borrasca fiera
Del patrio cielo el resplandor divino
Será del alma la ilusion postrera.



Francisco Villaespesa

las lágrimas sonoras de una copla

-- de Francisco Villaespesa --

Las lágrimas sonoras de una copla
con el perfume de la noche entran
por mi balcón, y todo cuanto duerme
en mi callado corazón despierta.
«¡Amor, amor, amor! sangre de celos»,
gime la triste copla callejera:
blanca paloma herida que sangrando
a refugiarse a mis recuerdos llega.
¿Ya no recuerdas aquel rostro pálido,
las pupilas tan grandes y tan negras
que te hicieron odiar al amor mismo
y maldecir la vida y la belleza,
y amar el crimen y gustar la sangre
que tibia mana de la herida fresca?
duerme ya, corazón... Se va la música
aullando de pasión por la calleja.
Y en la paz de la noche sólo late
el tiempo en el reloj que, lento, cuenta
las venturas perdidas para siempre
y los dolores que sufrir te quedan.
«¡Amor, amor, amor». ¡Que nadie bese
lo que ni en sueños mi esperanza besa!
¡antes que en brazos de otro amor, prefiero
entre mis brazos contemplarte muerta!



Francisco Villaespesa

por tierras de sol y sangre ii

-- de Francisco Villaespesa --

ii
en férreas contracciones de serpiente
ondula el tren por la campiña verde;
cruza en nervioso trepidar un puente
y en la sombra de un gran túnel se pierde.
Surge a la gloria de la luz dorada
de la tarde, silbando, entre el ramaje,
y de nuevo se alegra la mirada
con la fresca belleza del paisaje.
En un bosque fragante de naranja
chispean los cristales de una granja,
cuyo blancor refléjase en la ría...
Se pierde nuestro sueño en la floresta...
Ella, y una casita como ésta...
¡Bien poco era, señor, lo que pedía!



José de Espronceda

Fresca, lozana, pura y olorosa

-- de José de Espronceda --

Fresca, lozana, pura y olorosa,
gala y adorno del pensil florido,
gallarda puesta sobre el ramo erguido,
fragancia esparce la naciente rosa.

Mas si el ardiente sol lumbre enojosa
vibra del can en llamas encendido,
el dulce aroma y el color perdido,
sus hojas lleva el aura presurosa.

Así brilló un momento mi ventura
en alas del amor, y hermosa nube
fingí tal vez de gloria y de alegría.

Mas ¡ay! que el bien trocóse en amargura,
y deshojada por los aires sube
la dulce flor de la esperanza mía.



José Gautier Benítez

el manzanillo

-- de José Gautier Benítez --

Hay en los campos de mi hermosa antilla
en el suelo feliz donde he nacido
como un error de la natura, un bello
arbusto que se llama el manzanillo.

Tiene el verde color de la esmeralda
y su tupida, su redonda copa
esparce a su alredor en la llanura
fresca, apacible, deliciosa sombra.

Mas, ¡ay!, el ave al acercarse tiende
para otros sitios el cansado vuelo
porque su instinto natural le indica
que su sombra es mortífero veneno.

Todas las plantas en la selva umbría
entrelazan sus ramas y sus hojas
y al halago del viento se acarician
y se apoyan las unas en las otras.

Y unidas crecen en amante lazo
y unidas dan al aire su fragancia
y el manzanillo solo en la ribera
y el manzanillo solo en la montaña.

¡Ay!, cuántas veces al mirarlo, cuántas
con honda pena, con dolor he dicho
¿si será mi existencia en esta vida
la existencia fatal del manzanillo?



José Manuel de Navarrete

La triste ausencia

-- de José Manuel de Navarrete --

Su manto recogió la noche oscura
que cobija al mundo tristemente,
y abriéndose las puertas del oriente
se asoma a su balcón la aurora pura.

De la fresca arboleda en la espesura
los céfiros susurran blandamente;
desata el arroyuelo su corriente,
y por márgenes verdes se apresura.

Sus fragancias respiran flores suaves,
y llenando los vientos de armonía
requiebros trinan las parleras aves.

Todo el mundo se llena de alegría,
menos yo, que en mis penas siempre graves,
ausente estoy de la zagala mía.



José Martí

una virgen espléndida

-- de José Martí --

Una virgen espléndida morada
de un sol de amor que por sus negros ojos
brota, pregunta, abraza y acaricia
versos me pide, versos de mujeres.
¡Arrullos de paloma,
murmullos de sunsunes,1
suspiros de tojosas!
yo podré, en noche ardiente,
trovando amor al pie de su ventana,
en tal aura envolverla,
con tal fuego besarla,
que al nuevo amanecer, nadie vería
en su cutis la flor que lo teñía.
¡Calla, mi amigo amor! que nadie sepa
que yo llevo en los labios la flor roja
que su mejilla cándida lucía,
y el candor, y la flor, y el frágil vaso,
mío es todo, puesto que ella es mía.
Y la madre amorosa,
de sagrado temor y amor movida,
dijérale a la pálida ¿y la rosa
de tu mejilla fresca dónde es ida?



Carlos Guido y Spano

Amira

-- de Carlos Guido y Spano --

¿Conocéis a la rubia y tierna Amira?
¡Qué belleza, qué flor, qué luz, qué fuego!
Su andar se ajusta al ritmo de la lira,
Hay en su voz la suavidad de un ruego.

El flamenco nadando en la laguna
Entre el verde juncal, no es más gallardo:
Espira un vago resplandor de luna,
Tiene la fresca palidez del nardo.

Hace soñar; la mente se colora
De su candor al virginal destello;
Se sueña con las rosas, con la aurora,
Con las hebras de luz de su cabello.

Parece que un espíritu celeste
Siguiéndola invisible la perfuma,
Y que su blanca y ondulante veste
Por el aire agitada hiciese espuma.

Ayer la vi pasar en lontananza,
E imaginó mi alma entristecida,
Era el ángel de la última esperanza
Que buscaba, el sepulcro de mi vida.



Carolina Coronado

en un álbum portugués. la amapola de la raya

-- de Carolina Coronado --

Siempre al tender mi vista por el llano
del ámbito campestre que me encierra,
he visto el horizonte lusitano
lindando con los prados de mi tierra;
y he dibujado con mi propia mano
su hermoso valle y su cercana sierra
y he cogido las dobles amapolas
que ni son portuguesas ni españolas.
Una corona roja que mecía
la fresca brisa del humilde caya,
de una amapola que nació en la raya
el nombre de ambos reinos confundía;
yo la tomé con súbita alegría
y deshojando su corola gaya
las hojas hice tremolar al viento
haciendo por su vida un juramento...
Juramento de dama que en las flores
deteniendo pueril su vaga idea
con la más olvidada se recrea
suspendida admirando sus colores;
juré que porque nacen las mejores
plantas sobre el arroyo que serpea
uniendo a lusitania con castilla
iba a llenar la raya de semilla.
¡Oh qué placer reproducir la planta
y verla florecer en primavera
a la orilla de plácida ribera
que con sus gotas puras la abrillanta!
¡oh ya veréis entre sus brotes cuánta
amapola nos da la venidera
blanda estación, cuando ilumine el llano
nuestro sol español y lusitano!



Carolina Coronado

a un ruiseñor

-- de Carolina Coronado --

Ruiseñor, que entre las hojas
de la más florida acacia
has tenido todo mayo
fresca, primorosa estancia,
¿por qué picas ese ramo
de menudas flores albas,
que te mece si dormitas,
y te acaricia si cantas:
y a tu lado cariñoso
presta a un tiempo con sus galas
colgaduras a tu lecho
perfumes a tu morada?
¡diote la acacia amorosa
cuna y sombra regaladas;
y tú rompiendo sus hojas,
¡ay! con heridas le pagas!-
yo sé, pájaro sonoro,
que en tus dos inquietas alas
vas a lanzarte, a otro valle
por siempre huyendo esa rama.
Mas no por eso a tu amiga,
ruiseñor, con loca saña
has de romperle las perlas
de su corona preciada.
¡Que cuando estés lejos de ella,
tal vez recuerdes con ansia
la frescura de su sombra,
la esencia de sus guirnaldas!



Carolina Coronado

A una gota de rocío

-- de Carolina Coronado --

Lágrima viva de la fresca aurora,
a quien la mustia flor la vida debe,
y el prado ansioso entre el follaje embebe;
gota que el sol con sus reflejos dora;

Que en la tez de las flores seductora
mecida por el céfiro más leve,
mezclas de grana tu color de nieve
y de nieve su grana encantadora:

Ven a mezclarte con mi triste lloro,
y a consumirte en mi mejilla ardiente;
que acaso correrán más dulcemente

las lágrimas amargas que devoro...
Mas ¡qué fuera una gota de rocío
perdida entre el raudal del llanto mío...!



Clemente Althaus

Recorriendo las campiñas de Baden

-- de Clemente Althaus --

Volar parece nuestro leve coche,
y huir veloces al opuesto lado
montes, árboles, quintas; y el plateado
luminar de la noche
presuroso nos sigue por el cielo:
¡oh! ¡qué placer! mi descubierta frente
azota el aura fresca blandamente
en su contrario vuelo.
¿Dónde vamos? no sé, mas imagino
que a una encantada celestial morada
a donde nos espera cortés hada
va a dar nuestro camino.
En vuestra tan querida compañía,
con vuestra dulce plática sabrosa,
y en noche recorriendo tan hermosa,
clara rival del día,
esta amena región, Edén segundo,
quisiera que este viaje eterno fuera,
y nos llevara tan veloz carrera
al término del mundo.



Ramón María del Valle Inclán

rosaleda

-- de Ramón María del Valle Inclán --

Cuando iba por la selva nocturna, sin destino,
escuché una esperanza cantar sobre el camino,
en la alborada de oro. Yo pasaba. Su canto
daba sobre una lírica fresca rama de acanto.

Saliendo de mi noche, me perdí en un recinto
de rosas. Por los métricos sellos de un laberinto,
los senderos en fuga culterana y ambigua,
conjugaban el tema de la fábula antigua.

Conversé con las rosas, y, como un amuleto,
recogí de las rosas el sideral secreto.
Los números dorados
de sus selladas cláusulas, me fueron revelados.

Mi alma se daba,
dándose gozaba,
y transcendía
su esencia en goce.
Se consumía
en la alegría
del que conoce.



Roque Dalton García

vida, oficios

-- de Roque Dalton García --

Insoslayable para la vida,
la nueva vida me amanece: es un pequeño
sol con raíces que habré de regar mucho
e impulsar a que juegue
su propio ataque contra la cizaña.
Pequeño y pobre pan de la solidaridad,
bandera contra el frío, agua fresca para la sangre:
elementos maternos que no deben alejarse
del corazón.
Y contra la melancolía, la confianza; contra
la desesperación,
la voz del pueblo
vibrando en las ventanas de esta casa secreta.
Descubrir,
descifrar,
articular,
poner en marcha:
viejos oficios de los libertadores y los mártires
que ahora son nuestras obligaciones
y que andan por allí contándonos los pasos:
del desayuno al sueño,
del sigilo en sigilo,
de acción en acción,
de vida en vida.



Rubén Darío

Cosas del Cid

-- de Rubén Darío --

UENTA Barbey, en versos que valen bien su prosa
Una hazaña del Cid, fresca como una rosa,
Pura como una perla. No se oyen en la hazaña



Rubén Darío

Friso

-- de Rubén Darío --

ABE una fresca viña de corinto
Que verde techo presta al simulacro
Del Dios viril, que artífice de Atenas
En intacto pentélico labrara,
Un día alegre, al deslumhrar el mundo
La harmonía del carro de la Aurora,
Y en tanto que arrullaban sus ternezas



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