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Se han encontrado 76 poemas con la palabra esfera

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César Vallejo

la esfera terrestre del amor

-- de César Vallejo --

lix
la esfera terrestre del amor
que rezagóse abajo, da vuelta
y vuelta sin parar segundo,
y nosotros estamos condenados a sufrir
como un centro su girar.
Pacífico inmóvil, vidrio, preñado
de todos los posibles.
Andes frío, inhumanable, puro.
Acaso. Acaso.
Gira la esfera en el pedernal del tiempo,
y se afila,
y se afila hasta querer perderse;
gira forjando, ante los desertados flancos,
aquel punto tan espantablemente conocido,
porque él ha gestado, vuelta
y vuelta,
el corralito consabido.
Centrífuga que sí, que sí,
que sí,
que sí, que sí, que sí, que sí: no!
y me retiro hasta azular, y retrayéndome
endurezco, hasta apretarme el alma!

Poema la esfera terrestre del amor de César Vallejo con fondo de libro

Clemente Althaus

Platonismo

-- de Clemente Althaus --

Tus hechizos, mujer, la eterna Suerte
para blanco creó de mis sentidos:
los ojos me los hizo para verte,
y para oír tu acento mis oídos;
me dio alma para amarte hasta la muerte;
y aún después que estuvieren desunidos
mi alma y mi cuerpo para siempre, espero
que te tengo de amar como primero.
Pienso que te he querido en otro mundo,
y sentí, al encontrarte en esta esfera,
que ese placer tan vivo y tan profundo
yo no sentía por la vez primera:
sentí que en este mi vivir segundo
un recordarte el conocerte era,
y que, tras siglos de una ausencia impía,
a reunir el cielo nos volvía.
Y cuantas veces por vivir yo muera
y para morir luego cobre vida,
volando de una esfera en otra esfera,
tantas habrás de ser por mi querida;
yo pasaré la eternidad entera
en adorarte, sin que Dios divida,
en su viaje infinito por los cielos,
tan amantes espíritus gemelos.

Poema Platonismo de Clemente Althaus con fondo de libro

César Vallejo

Trilce: LIX

-- de César Vallejo --

La esfera terrestre del amor
que rezagóse abajo, da vuelta
y vuelta sin parar segundo,
y nosotros estamos condenados a sufrir
como un centro su girar.

Pacifico inmóvil, vidrio, preñado
de todos los posibles.
Andes frío, inhumanable, puro.
Acaso. Acaso.

Gira la esfera en el pedernal del tiempo,
y se afila,
y se afila hasta querer perderse;
gira forjando, ante los desertados flancos,
aquel punto tan espantablemente conocido,
porque él ha gestado, vuelta
y vuelta,
el corralito consabido.

Centrífuga que sí, que sí,
que Sí,
que sí, que sí, que sí, que sí: NO!
Y me retiro hasta azular, y retrayéndome
endurezco, hasta apretarme el alma!

Poema Trilce: LIX de César Vallejo con fondo de libro

Pedro Soto de Rojas

Mirando un incendio

-- de Pedro Soto de Rojas --

Subes, oh llama, con veloz carrera
de estos cansados leños desatada,
solicitando en humos transformada
el distante reposo de tu esfera;

pero al subir por la región ligera
te vuelve el viento burlador en nada;
¡ay de ti, cuanto amante, desdichada,
de mi más dulce acción imagen fiera!

Así disuelta sube el alma mía
del corazón solicitando asiento
a la esfera veloz de su alegría,

y nunca llega a conseguir su intento:
que es humo mi ardor, y a su porfía
es un desdén dificultad del viento.



Adelardo López de Ayala

A una bañista

-- de Adelardo López de Ayala --

¡Quién fuera el mar, que enamorado espera
que tu cuerpo interrumpa su llanura
y rodear tu espléndida hermosura
de un abrazo y a un tiempo toda entera!

Si yo en tus aguas infundir pudiera
el alma ardiente que adorarte jura,
en muestra de mi amor y mi ventura
te alzara en triunfo a la celeste esfera.

Y, al descender con mi tesoro, ufano,
convirtiendo la líquida montaña
en olas que anunciaran mi alegría,

en las costas del reino lusitano,
y en áfrica, y América, y Bretaña,
mi grito de placer resonaría.



Alberto Lista

La belleza

-- de Alberto Lista --

¿Dónde cogió el Amor, o de qué vena,
el oro fino de su trenza hermosa?
¿En qué espinas halló la tierna rosa
del rostro, o en qué prados la azucena?

¿Dónde las blancas perlas con que enfrena
la voz suave, honesta y amorosa?
¿Dónde la frente bella y espaciosa
más que el primer albor pura y serena?

¿De cuál esfera en la celeste cumbre
eligió el dulce canto, que destila
al pecho ansioso regalada calma?

Y ¿de qué sol tomó la dulce lumbre
de aquellos ojos que la paz tranquila
para siempre arrojaron de mi alma?



Alejandro Tapia y Rivera

A una señorita

-- de Alejandro Tapia y Rivera --

I
El sol de la ventura
no ha dado aún a mis ojos
tu imagen; mis antojos
perciben tu hermosura,
perciben en la altura
de un ángel el destello,
de un hada el rostro bello...
Para llamar feliz mi triste suerte,
ángel, hada o mujer, anhelo verte.

II
Amor me inspira el ave
del aire mensajera,
que lleva al alta esfera
como celeste nave
de amor el canto suave;
también amor me inspira
la flor que aroma espira,
y tal dicha en mi ser tu nombre vierte,
que flor, ave o mujer, muero por verte.

III
No sé si eres lucero
que anuncia alegre día,
o en tempestad umbría
ofrece un derrotero
al triste marinero;
empero ángel o hada,
o ave o flor preciada,
o mágico lucero;
para amar más la vida que la muerte,
es mi anhelo, señora, conocerte.



Alejandro Tapia y Rivera

Ángel tú... ya no

-- de Alejandro Tapia y Rivera --

Un ángel al Pindo bajó cierto día,
por él una musa de amor suspiró;
naciste, oh hermosa, de aquella armonía.
Su frente inspirada, su voz de ambrosía,
la Musa te dio.

Te dio como madre, su forma hechicera,
su paso de ninfa, su queja de amor,
sus ojos de luna y gentil cabellera;
en tanto que el ángel, de célica esfera
te dio el resplandor.

Sonó en el Olimpo cantar de alegría,
entonces doliente el cielo gimió;
aquel una virgen gozoso adquiría,
un ángel el cielo querido perdía
y el mundo aplaudió.

Y tú ante el aplauso, incauta ¡ay! olvidas
que Dios para el cielo el ángel formó.
Yo lloro ilusiones, cuán triste, perdidas
al ver ya tus alas al mundo vendidas...
¿Ángel tú?... Ya no.



Alejandro Tapia y Rivera

El ángel del amor

-- de Alejandro Tapia y Rivera --

Dios hizo el mundo; con su voz divina
del caos lo sacó,
y admirando su obra peregrina
se dice que la amó.

Su grandioso querer cumplido estaba
magnífico, inmortal;
pero amante, colmar aun le faltaba
su afecto celestial.

Y ante el dulce mirar de su ternura
la esfera se extasió,
y el ángel de la luz y la hermosura
en luna se trocó.

Y el grato aroma de su noble aliento
lanzó sobre el Abril,
y el ángel del perfume en el momento
fue rosa del pensil.

Y emanando su labio regalado
al ángel de la miel,
fue emblema de su néctar delicado
la dulce abeja fiel.

Y formó de su voz la simpatía,
un eco seductor,
y el ángel de la plácida armonía
trocose en ruiseñor.

Empero deseaba el Dios potente
formar un nuevo ser;
y un ángel de su Edén trajo clemente
y fuiste tú, mujer.

Y te ornó con diadema de hermosura,
te alzó como deidad;
dio a tus ojos mil perlas de ternura,
de gozo y de piedad.

Y emblema, oh Celia, del amor divino
te quiso el Hacedor
consagrar al benéfico destino
del ángel del amor.



Alfonsina Storni

La vía lactea

-- de Alfonsina Storni --

Blanco polen de mundos, dulce leche del cielo
¡Quién fuera una gigante mariposa divina
Para hundir la cabeza en aquella tu harina
Impalpable y libarte como a cosa del suelo!

Ya de nuevo en los ojos quema la primavera,
Mas mi pasión humana yace, roto el peciolo,
Y agotada mi alma está el mundo tan solo
Que camino y retumban mis pasos en la esfera.

Y en las noches nevadas, cuando a pesar de quietos
Siento moverse arriba los blancos esqueletos
De las estrellas muertas, me acomete como un

Deseo de los cielos, y no sé qué ofreciera
Porque sobre mi frente miserable cayera
Una gota tan sólo te la leche de Juno.



Alfonsina Storni

Faro en la noche

-- de Alfonsina Storni --

Esfera negra el cielo
y disco negro el mar.

Abre en la costa, el faro,
su abanico solar.

¿A quién busca en la noche
que gira sin cesar?

Si en el pecho me busca
el corazón mortal.



Lope de Vega

A la primera luz que al viento mueve

-- de Lope de Vega --

A la primera luz que al viento mueve,
trágico ruiseñor en la ribera,
joven almendro erró la primavera,
y, anticipado, a florecer se atreve.

Pero trocando en átomos de nieve
el blando soplo al céfiro, la fiera
mano del austro, en turbulenta esfera,
las flores desmayó fímera breve.

Así mozo infeliz, cuando le advierte
el valle, el prado en flor anticipada,
desmaya ramas y pimpollos vierte.

Siendo de aquella fábrica dorada
tan breve el fin, que aun ignoró la Muerte
si fue con la desdicha o con la espada.



Lope de Vega

Al doctor Francisco de Quintana

-- de Lope de Vega --

Nacieron en Madrid el docto Herrera;
Velasco, Eclesiastés; Márquez, Cirilo;
Francisco Sánchez, que, fecundo Nilo,
inunda el coro de la sacra esfera;

Montero, luz en monte, primavera;
Soria, Basilio; y, en florido estilo,
Hortensio Fénix, que al eterno asilo
huyó los ojos de la invidia fiera.

Entre estas luces coronada sale,
Quintana, de esplendor tu nueva aurora,
porque si no los vence, los iguale.

Que ya tu ingenio que las cumbres dora,
y por el sol más encendido vale,
honra la patria y la virtud decora.



Lope de Vega

Celebran viejo y nuevo Testamento

-- de Lope de Vega --

Celebran viejo y nuevo Testamento
dos capas: de Josef fue la primera,
que la dejó para correr ligera
su castidad a un loco pensamiento;
las del segundo con piadoso intento
fue de Martín, que con no darla entera
dio envidia a la que cubre la alta esfera,
y tiene al mismo sol por ornamento.
¿Cuál será de estas dos la más preciosa?.
Pero la de Martín será más bella,
aunque es la de Josef casta y hermosa.
Porque si cubre al mismo Dios con ella,
ya es capa de los cielos milagrosa,
y la mayor, pues que se encierra en ella.



Lope de Vega

Quejósele una dama de un bofetón que le había dado su galán

-- de Lope de Vega --

Para que no compréis artificiales
rosas, señora Filis, Fabio os puso
las naturales, si el calor infuso
las puede conservar por naturales.

Ya que no os da regalos, da señales
de que os los ha de dar, galán al uso,
puesto que en la venganza estoy confuso,
viendo perlas en vos sobre corales.

¿Herir al sol en medio de su esfera?
¡Cruel temeridad! ¡Matad a Fabio!
Mas ¡ay, que vuestros brazos Fabio espera.

Y si amistades son el desagravio,
tantos celos me dais, que más quisiera
vengar las amistades que el agravio.



Lope de Vega

Si de la muerte rigurosa y fiera

-- de Lope de Vega --

Si de la muerte rigurosa y fiera
principios son la sequedad y el frío,
mi duro corazón, el hielo mío
indicios eran que temer pudiera
Mas si la vida conservarse espera
en el calor y humidad, formen un río
mis ojos que a tu mar piadoso envío,
divino autor de la suprema esfera
Calor dará mi amor, agua mi llanto,
huya la sequedad, déjeme el hielo,
que de la vida me apartaron tanto.
Y tú, que sabes ya mi ardiente celo,
dame los rayos de tu fuego santo
y los cristales de tu santo cielo.



Lope de Vega

Si desde que nací, cuanto he pensado

-- de Lope de Vega --

Si desde que nací, cuanto he pensado,
cuanto he solicitado y pretendido
ha sido vanidad, y sombra ha sido,
de locas esperanzas engañado;
si no tengo de todo lo pasado
presente más que el tiempo que he perdido,
vanamente he cansado mi sentido,
y torres con el tiempo fabricado.
¡Cuán engañada el alma presumía
que su capacidad pudiera hartarse
con lo que el bien mortal le prometía!
Era su esfera Dios para quietarse,
y como fuera dél lo pretendía
no pudo hasta tenerle sosegarse.



Lope de Vega

Sirvan de ramo a sufridora frente

-- de Lope de Vega --

Sirvan de ramo a sufridora frente
las aspas de la tuya, hosquillo fiero,
no a sepancuantos de civil tintero,
ni en pretina escolástica pendiente.

Jamás humano pie la planta asiente
sobre la piel del arrugado cuero,
antes al mayo que vendrá primero
corra dos toros el planeta ardiente.

Tú solo el vulgo mísero vengaste
de tanto palo, y con tu media esfera,
la tudesca nación atropellaste;

pues desgarrando tanta calza y cuera
tantas con el temor calzas dejaste
tan amarillas dentro como fuera.



Lope de Vega

Una vez habló Dios el día tercero

-- de Lope de Vega --

Una vez habló Dios el día tercero
palabra de virtud y omnipotencia,
y no fue menester que a la obediencia
le reiterase lo que habló primero.
Mientras la habitación en su hemisfero
durare de los mixtos, su sentencia
por toda la mayor circunferencia
conservárase hasta su fin postrero.
Puso ley a las aguas convenible,
la tierra descubrió, dio al aire esfera,
y al fuego duración sin combustible.
Y yo, que por tener la razón fuera,
a sus preceptos, ¡oh rigor terrible!,
rebelde estoy, como la vez primera.



Lope de Vega

Era la alegre víspera del día

-- de Lope de Vega --

Era la alegre víspera del día
que la que sin igual nació en la tierra,
de la cárcel mortal y humana guerra,
para la patria celestial salía;

y era la edad en que más viva ardía
la nueva sangre que mi pecho encierra,
(cuando el consejo y la razón destierra
la vanidad que el apetito guía),

cuando Amor me enseñó la vez primera
de Luciana en su sol los ojos bellos
y me abrasó como si rayo fuera.

Dulce prisión y dulce arder por ellos;
sin duda que su fuego fue mi esfera,
que con verme morir descanso en ellos.



Manuel de Zequeira

A Lelio

-- de Manuel de Zequeira --

Lleva, Lelio, a la sombra
De la fuente vecina,
Los vasos, las botellas,
Y la sonora lira:

De yedra coronados
Sentados a la orilla
Alegres beberemos
Con las campestres ninfas.

No cantaré el azote
De guerras numantinas
Ni la sangrienta espada
Del invencible Anibal;

No en púrpura tenidos
Los mares de Sicilia,
Ni el Cíclope asaltando
La esfera cristalina.

No al héroe macedonio
De Marte imagen viva,
Sobre el triunfante carro
Talando por las Indias.

No, Lelio, no, estos cantos
Mis cabellos erizan,
Las cuerdas se revientan,
Y crujen las clavijas;

Pero, sí cantaremos
Las tres hermanas ninfas
Con el hijo vendado:
Y a su madre divina;

Cantaremos a Baco
De vid la sien ceñida,
Con amorosas hojas
Y derramando risas:

El céfiro halagüeño,
Las dulces avecillas,
El arroyo plateado
Y el rumor de las guijas:

Todos estos placeres
En la fuente vecina,
Bebiendo llenos vasos,
harán sonar la lira.



Manuel del Palacio

Al despertar

-- de Manuel del Palacio --

— ¿Quién eres, ángel, que ante mí apareces,
Como en nublado cielo blanca aurora,
Y al corazón, que desengaños llora,
Paz y consuelo y esperanza ofreces?

Yo te he visto en mis sueños muchas veces
Juguete de ilusión fascinadora,
Y vive en mi tu imágen seductora,
Y con tu puro aliento me estremeces.

¿Eres quizá la silfíde hechicera
Que amada de las nubes y las brisas
Llevarme quieres á su azul esfera?

Flores hollando vas por donde pisas...
— ¿Quién eres? — Soy, señor, la lavandera,
Y vengo á que me pague las camisas.



Manuel del Palacio

No hay regla sin excepción

-- de Manuel del Palacio --

Pasó ya la estación de los amores
Y la edad de los sueños placentera;
Pasó la deliciosa primavera,
con ella los frutos y las flores.

Pasarán de la suerte los favores
Y de la vida la gentil quimera,
Como pasan, cruzando por la esfera,
Relámpagos de fuego brilladores.

También pasaron los instantes puros
En que el alma á sus dichas no halló tasa,
Ni vió para su afán diques ni muros;

Todo al cabo pasó: sólo no pasa
Una moneda falsa de dos duros
Que tengo hace tres meses en mi casa.



Joaquín Nicolás Aramburu

Sol sin fuego

-- de Joaquín Nicolás Aramburu --

Hizo Dios tu poblada cabellera
de un jirón de la noche tenebrosa,
y tu pequeña boca primorosa
de una tarde gentil de primavera.

Del astro de más brillo de la esfera
tomó la luz de tu mirar la diosa,
y de un alba de Abril, la pudorosa
mejilla que al clavel envidia diera.

Hizo tu planta breve, de la brisa
que se pasea en el vergel ameno,
de un rayo de la luna tu sonrisa,

de un diáfano celaje tu albo seno;
mas, ¡ay! formó tu corazón, tan solo
del blanco hielo que condensa el Polo.



César Vallejo

Trilce: XXXVII

-- de César Vallejo --

He conocido a una pobre muchacha
a quien conduje hasta la escena.
La madre, sus hermanas qué amables y también
aquel su infortunado “tú no vas a volver”.

Como en cierto negocio me iba admirablemente,
me rodeaban de un aire de dinasta florido.
La novia se volvía agua,
y cuán bien me solía llorar
su amor mal aprendido.

Me gustaba su tímida marinera
de humildes aderezos al dar las vueltas,
y cómo su pañuelo trazaba puntos,
tildes, a la melografía de su bailar de juncia.

Y cuando ambos burlamos al párroco,
quebróse mi negocio y el suyo
y la esfera barrida.



César Vallejo

he conocido a una pobre muchacha

-- de César Vallejo --

xxxvii
he conocido a una pobre muchacha
a quien conduje hasta la escena.
La madre, sus hermanas qué amables y también
aquel su infortunado «tú no vas a volver».
Como en cierto negocio me iba admirablemente,
me rodeaban de un aire de dinasta florido.
La novia se volvía agua,
y cuán bien me solía llorar
su amor mal aprendido.
Me gustaba su tímida marinera
de humildes aderezos al dar las vueltas,
y cómo su pañuelo trazaba puntos,
tildes, a la melografía de su bailar de juncia.
Y cuando ambos burlamos al párroco,
quebróse mi negocio y el suyo
y la esfera barrida.



Diego de Torres Villarroel

cuenta los pasos de la vida

-- de Diego de Torres Villarroel --

De asquerosa materia fui formado,
en grillos de una culpa concebido,
condenado a morir sin ser nacido,
pues estoy no nacido y ya enterrado.
De la estrechez obscura libertado,
salgo informe terrón no conocido,
pues sólo de que aliento es un gemido
melancólico informe de mi estado.
Los ojos abro, y miro lo primero
que es la esfera también cárcel obscura;
sé que se ha de llegar el fin postrero.
Pues ¿adónde me guía mi locura,
si del ser al morir soy prisionero,
en el vientre, en el mundo y sepultura?



Enrique Álvarez Henao

Los tres ladrones

-- de Enrique Álvarez Henao --

Época fue de grandes redenciones:
El mundo de dolor estaba henchido
y en Gólgota, en sombras convertido,
se hallaban en sus cruces tres ladrones.

A un lado, en espantosas contorsiones,
se encontraba un ratero empedernido;
en el otro, un ladrón arrepentido,
y en medio el robador de corazones.

De luto se cubrió la vasta esfera;
Gestas, el malo, se retuerce y gime;
Dimas, el bueno, su dolor espera.

Y el otro, el de la luenga cabellera,
que sufre, que perdona y que redime,
se robó al fin la humanidad entera.



José María Blanco White

La revelación interna

-- de José María Blanco White --

¿Adónde te hallaré, Ser Infinito?
¿En la más alta esfera? ¿En el profundo
abismo de la mar? ¿Llenas el mundo
o en especial un cielo favorito?

"¿Quieres saber, mortal, en dónde habito?",
dice una voz interna. «Aunque difundo
mi ser y en vida el universo inundo,
mi sagrario es un pecho sin delito.

"Cesa, mortal, de fatigarte en vano
tras rumores de error y de impostura,
ni pongas tu virtud en rito externo;

no abuses de los dones de mi mano,
no esperes cielo para un alma impura
ni para el pensar libre fuego eterno."



Oliverio Girondo

otro nocturno

-- de Oliverio Girondo --

La luna, como la esfera luminosa del reloj de un edificiopúblico.
¡Faroles enfermos de ictericia! ¡faroles con gorras deapache, que fuman un cigarrillo en las esquinas!
¡canto humilde y humillado de los mingitorios cansados decantar!;y silencio de las estrellas, sobre el asfalto humedecido!
¿por qué, a veces, sentiremos una tristeza parecida a lade un par de medias tirado en un rincón?, y ¿porqué, a veces, nos interesará tanto el partido de pelotaque el eco de nuestros pasos juega en la pared?
noches en las que nos disimulamos bajo la sombra de los árboles,de miedo de que las casas se despierten de pronto y nos vean pasar, yen las que el único consuelo es la seguridad de que nuestra camanos espera, con las velas tendidas hacia un país mejor.



Pablo Neruda

trabajo frío

-- de Pablo Neruda --

Dime, del tiempo resonando
en tu esfera parcial y dulce
no oyes acaso el sordo gemido?
no sientes de lenta manera,
en trabajo trémulo y ávido,
la insistente noche que vuelve?
secas sales y sangres aéreas,
atropellado correr ríos,
temblando el testigo constata.
Aumento oscuro de paredes,
crecimiento brusco de puertas,
delirante población de estímulos,
circulaciones implacables.
Alrededor, de infinito modo,
en propaganda interminable,
de hocico armado y definido
el espacio hierve y se puebla.
No oyes la constante victoria
en la carrera de los seres
del tiempo, lento como el fuego,
seguro y espeso y hercúleo,
acumulando su volumen
y añadiendo su triste hebra?
como una planta perpetua aumenta
su delgado y pálido hilo
mojado de gotas que caen
sin sonido en la soledad.



Pedro Calderón de la Barca

Sueños del faraón

-- de Pedro Calderón de la Barca --

Yo soñé que de un río a la ribera
siete vacas bellísimas salían,
y cuando de sus márgenes pacían
las esmeraldas de la primavera;

vi que otras siete de laudosa esfera
tan flacas que esqueletos parecían,
saliendo contra ellas, consumían
la lozanía de su edad primera.

Después vi siete fértiles espigas,
lágrima cada grano del rocío,
y otras siete, que en áridas fatigas,

sin granarlas abril, taló el estío;
y lidiando unas y otras enemigas,
venció lo seco con llevarlo el río.



Pedro Soto de Rojas

Al pensamiento

-- de Pedro Soto de Rojas --

¿Dónde vuelas, soberbio pensamiento?
Ícaro mozo, mi consejo espera:
mira que al polvo humilde y blanda cera
ni el sol perdona, ni respeta el viento.

Fénix es sol, y su divino aliento
la procelosa de Aquilón esfera;
de cera y polvo tú porción ligera;
teme, vuelve a la tierra, que es tu asiento.

Pero sube, camina, no repares,
rompa tu fuerza los contrarios vientos
hasta ver de tu sol su luz a solas;

que, si muerto cual Ícaro bajares,
nombre darás al mar de mis tormentos
y eterno vivirás entre sus olas.



Rafael María Baralt

Al sol (1-Baralt)

-- de Rafael María Baralt --

Mares de luz, ¡oh sol!, en la alta esfera
derrama triunfador tu carro de oro
y la vencida luna con desdoro
su antorcha apaga ante su inmensa hoguera.

Y el águila de rayos altanera
hasta el cielo a buscar va su tesoro;
y esparce al viento su cantar sonoro
del umbroso pensil ave parlera.

Y la tierra y el mar y el claro cielo
penetrados por ti hierven de amores
cual de su esposo al fecundante anhelo.

¿Quién la lumbre te da? ¿Quién los ardores?
El ser a quien tu luz, que nos asombra,
es fuego sin calor, es mancha, es sombra.



Rafael María Baralt

Al sol (2-Baralt)

-- de Rafael María Baralt --

Mares de luz por la sonante esfera,
triunfador de la noche, el carro de oro
lanza del sol, y su perenne lloro
suspende el mundo y su aflicción severa.

Dichosa al firmamento va ligera,
cual despedida flecha audaz condoro,
y esparce al viento su cantar sonoro
del umbroso pensil ave parlera.

Y la tierra y el mar y el claro cielo
en alegre bullir hierven de amores,
cuando fecundo el luminar su vuelo.

¿Quién la lumbre te da? ¿Quién los ardores?
El ser a quien tu luz, que nos asombra,
es fuego sin calor, es mancha, es sombra.



Rafael María Baralt

Imprecación al sol

-- de Rafael María Baralt --

¡Rey de los astros, eternal lumbrera,
del vasto mundo, fecundante llama
que al hombre, al bruto, al vegetal inflama,
y luz, vida, y amor vierte do quiera!

Por ti se rige la anchurosa esfera;
el jilguero feliz trina en su rama;
brilla el rocío, y su caudal derrama,
de flores coronada, primavera.

¿Por qué, cual barro vil, inerte y ciego,
al malvado y al justo igual concedes
tus rayos de oro, tu esplendor, tu fuego?

¡Oh! La luz celestial, al bien propicia,
si severa castiga, da mercedes;
pues Dios no es la Igualdad: es la Justicia.



Densas nubes vomita el Occidente

-- de José Somoza --

Densas nubes vomita el Occidente,
la noche en carro de ébano se sienta,
vuela en aras de fuego la tormenta,
hierve el rayo en la espuma del torrente;

la selva tala el huracán mugiente,
tronchada cruje el haya corpulenta,
rueda el risco al barranco y le acrecienta,
los montes en el mar hunden su frente;

la luna en olas de tinieblas nada,
es trono del relámpago la esfera,
y el imperio del mal anuncia el trueno;

la luz y paz que en hora bienhadada
el cielo al angustiado mundo diera,
huye y se acoge al corazón del bueno.



José Tomás de Cuellar

A la luna (Cuéllar)

-- de José Tomás de Cuellar --

CELESTE luminar, muda viajera
Que cruzas por la esfera
Inundando de luz el ancho mundo.
Al admirarte en tu tranquilo vuelo,
El entusiasmo ardiente
Arranca del laúd dulce sonido,
Y á tí se eleva mi abatida frente.

¡Salve, espléndida Luna,
Misterioso fanal que suspendido
Por la mano de Dios en las alturas,
Lanzas tu luz en rayos plateados
Del adormido mundo á las criaturas.



Juan Abel Echeverría

A Julio Zaldumbide

-- de Juan Abel Echeverría --

¡Pasó... Como un lucero en su carrera,
alumbrando del arte el puro cielo...!
¡Pasó... Regando flores en el suelo,
como pasa gentil la primavera...!

¡Pasó... Abrazado a su arpa lastimera
cantando, como el ángel del consuelo,
por temperar el hondo, humano duelo,
en su ascensión a la eternal esfera...

Luz de verdad, de la belleza flores
y armonías del bien fueron su vida,
¡nido que abandonaron ruiseñores...!

¡Mas, los cándidos rayos de la Gloria,
que en su tumba se deja ver erguida,
salvan de olvido su inmortal memoria!



Juan de Tassis y Peralta

bellísima sirena deste llano

-- de Juan de Tassis y Peralta --

Estrella superior de esfera ardiente,
animado cometa floreciente,
con rayos negros serafín humano;
sol que a la lumbre de tu luz en vano
resistir puede el lince más valiente,
fénix que, peregrina, únicamente
logra región de cluma soberano.
Aunque la envidia exhale los alientos
de tu veneno, el mérito seguro
luce en símbolo claro de constancia.
Revuélvanse ambiciosos elementos,
que el cielo es siempre cielo, siempre puro,
y accidentes no alteran su sustancia.



La muerte es la vida

-- de Gabriel Álvarez de Toledo --

Esto que vive en mí, por quien yo vivo,
es la mente inmortal, de Dios criada
para que en su principio transformada,
anhele al fin de quien el ser recibo.

Mas del cuerpo mortal al peso esquivo
el alma en un letargo sepultada,
es mi ser en esfera limitada
de vil materia mísero cautivo.

En decreto infalible se prescribe
que al golpe justo que su lazo hiere
de la cadena terrenal me prive.

Luego con fácil conclusión se infiere
que muere el alma cuando el hombre vive,
que vive el alma cuando el hombre muere.



Gertrudis Gómez de Avellaneda

Al sol (Avellaneda)

-- de Gertrudis Gómez de Avellaneda --

En un día del mes de diciembre

Reina en el cielo, Sol! reina e inflama
con tu almo fuero mi cansado pecho:
sin luz, sin brio, comprimido, estrecho,
un rayo anhela de tu ardiente llama.

A tu influjo feliz brote la grama,
el hielo caiga a tu fulgor deshecho;
Sal! del invierno rígido a despecho,
Rey de la esfera, sal! mi voz te llama.

De los dichosos campos, do mi cuna
recibió de tus rayos el tesoro,
alejóme por siempre la fortuna.

Bajo otro cielo, en otra tierra lloro...
Esta nieve luciente me importuna...
¡El invierno me mata!... ¡Yo te imploro!



Gertrudis Gómez de Avellaneda

A una joven madre en la pérdida de su hijo

-- de Gertrudis Gómez de Avellaneda --

¿Por qué lloras ¡oh Emilia! con dolor tanto?
— ¡Ay! he perdido el ángel que era mi encanto...
Ni aun leves huellas
Dejaron en el mundo sus plantas bellas.

— Te engañas, jóven madre; templa tu duelo.
Que ese ángel —aunque libre remonta el vuelo-
Te sigue amante
Do quiera que dirijas tu paso errante.

¿No admiras, cuando baña la tibia esfera
Del alba sonrosada la luz primera,
Con qué armonía
Cielo y tierra saludan al nuevo dia?

Pues sabe, jóven madre, que cada aurora
Por las manos de un ángel su faz colora,
y aquel concento
Se lo enseña á natura su dulce acento.

Cuando del sol el rayo postrero espira,
¿No escuchas un suspiro que en torno gira?
Y un soplo leve
¿No acaricia tu rostro, tus rizos mueve?...



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lxxxii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Errante por el mundo fui gritando:
la gloria, ¿dónde está?
y una voz misteriosa contestóme:
más allá..., Más allá...
En pos de ella seguí por el camino
que la voz me marcó.
Hállela al fin, pero en aquel instante
el humo se trocó.
Mas el humo, formando denso velo,
se empezó a remontar
y, penetrando en la azulada esfera,
al cielo fue a parar



Gutierre de Cetina

estrella que mi mal todo influiste

-- de Gutierre de Cetina --

Del bien que ya pasó eclipsada esfera,
que al florir de mi verde primavera
en invierno enojoso convertiste.
Sigue tu curso pues, obscuro y triste,
muéstrate, si sabrás, airada y fiera,
que yo siempre seré el que antes era
y tú ya no serás quien siempre fuiste.
De mal vaya a peor mi mala suerte,
que no podrá estorbarme aquella gloria
que en la mente quedó del bien perdido;
salvo si de piedad hace la muerte
que pague con la vida la memoria
el lago obscuro del eterno olvido.



Gutierre de Cetina

a la marquesa del vasto

-- de Gutierre de Cetina --

Cual en la deseada primavera
suelen venir a nos favonio y flora,
cual se suele mostrar la bella aurora
ante el rector de la celeste esfera,
cual en aquella dulce edad primera
diana en selva se mostró a deshora,
tal vos, excelentísima señora,
parecéis a este pueblo que os espera.
Alégrate hora, pues, liguria mía,
que si grande ocasión para gozarte
deseabas hallar, hoy es el día.
Si de dolor te queda alguna parte,
sea por no haber visto en compañía
de la nueva diana el nuevo marte.



Gutierre de Cetina

dulce enemiga mía, hermosa fiera

-- de Gutierre de Cetina --

Si las obras de amor mirar queremos,
iguales con el sol las hallaremos
una regla guardar y una manera.
Cerca la tierra el sol dentro y de fuera,
y la cera derrite como vemos.
¿De dónde vienen, pues, tales extremos?
¿los rayos no son todos de una esfera?
amor os hiela a vos y a mí me enciende,
en mí acrecienta ardor y en vos desvío,
yo soy un fuego ya, vos toda un hielo.
¿Pues cómo puede ser? ¿hay quién loentiende?
si procede de amor el ardor mío,
¿el hielo vuestro es permisión del cielo?



Gutierre de Cetina

como al pastor que en la ardiente hora estiva

-- de Gutierre de Cetina --

La verde sombra, el fresco aire agrada,
y como a la sedienta su manada
alegra alguna fuente de agua viva,
»así a mi árbol do se note o escriba
mi nombre en la corteza delicada
alegra, y ruego a amor que sea guardada
la planta porque el nombre eterno viva.
»Ni menos se deshace el hielo mío,
vandalio, ante tu ardor, cual suele nieve
a la esfera del sol ser derretida».
Así decía dórida en el río
mirando su beldad, y el viento leve
llevó la voz que apenas fue entendida.



Gutierre de Cetina

como el calor de la celeste esfera

-- de Gutierre de Cetina --

Calienta y vivifica y da consuelo
cuanto hay elemental acá en el suelo,
árbol, planta, animal, flor, hierba o fiera,
así, señora, amor de esta manera
los pechos arde de amoroso celo,
sino ése vuestro que por ser de hielo,
de mal tan general se queda fuera.
Pero si el sol al mayor hielo ofende,
lo consume y deshace, como vemos,
el vuestro ante mi ardor, ¿quién lo defiende?
y si ambos de su ardor nos defendemos,
¿cómo se hiela en vos y en mí se enciende?
¿caben en un sujeto dos extremos?



La soberbia

-- de El Solitario --

Yo vi una altiva populosa encina
tender sus ramos orgullosa al viento,
presumiendo tocar el firmamento
y avasallar el prado y la colina.

Yo vi el oro del sol con luz divina
la verde copa coronar contento,
y yo la vi en pomposo movimiento
mecer ufana al ave peregrina:

Mas vi también, cual precursor del llanto,
leve vapor crecer a nube airada,
tendiendo por la esfera el negro manto:

La vi rasgarse en llamas inflamada,
lanzar el rayo y miro con espanto
el árbol convertido en polvo, en nada.



Vicente García de la Huerta

Al oráculo de Manzanares

-- de Vicente García de la Huerta --

Vierte sus abundancias Amaltea
sobre el suelo español, Ceres ufana
las trojes llena y la codicia insana
del labrador, por ávido que sea.

Vuela la paz, y en tanto que recrea
a Europa su ocio, la nación hispana
en castigar la audacia Mauritania
su celo ejerce y su valor emplea.

Los astros que faltaban a la esfera
y robó el cielo al carpetano suelo
resarce hoy Luisa a la región ibera

en uno y otro cándido gemelo.
¡Oh, qué felicidad si estable fuera!
¡Pues qué! ¿No basta un géminis al cielo?



Vicente García de la Huerta

Descripción de la hermosura de Lisi

-- de Vicente García de la Huerta --

Es tan grande mi amor, oh Lisi mía,
que no podré explicarle aunque más quiera,
porque si en voces mi pasión cupiera,
ni de ti ni de mí digna sería.

A tu mérito, Lisi, y gallardía
amor se debe de más alta esfera,
y, si acaso adorarte alguien pudiera
como mereces, sólo yo podría.

No es soberbia, mi bien, no desvarío
del juicio perturbado al miserable
estado en que hoy se advierte mi albedrío.

Verdad es cierta y hecho incontrastable,
pues, si bien se examina el amor mío,
a sola tu belleza es comparable.



Vicente Wenceslao Querol

A la luz (Querol)

-- de Vicente Wenceslao Querol --

De las blancas estrellas,
de los ardientes soles,
bajan al suelo, pálidas y bellas,
las luces con brillantes resplandores;
cruzan por el espacio
alumbrando con rápida carrera
los astros de topacio,
y de la tierra, la ignorada esfera;
llegan hasta mis ojos,
y en sus reflejos rojos
miro esconderse la naciente vida
que en todo germen brota
ante fuerza escondida
que nunca el tiempo con su curso agota.



Antonio Machado

Noche de verano

-- de Antonio Machado --

Es una hermosa noche de verano.
Tienen las altas casas
abiertos los balcones
del viejo pueblo a la anchurosa plaza.
En el amplio rectángulo desierto,
bancos de piedra, evónimos y acacias
simétricos dibujan
sus negras sombras en la arena blanca.
En el cenit, la luna, y en la torre,
la esfera del reloj iluminada.
Yo en este viejo pueblo paseando
solo, como un fantasma.



Antonio Ros de Olano

Fatalidad

-- de Antonio Ros de Olano --

De luz vestida en el azul sereno,
limpio reflejo de la casta luna,
diosa del mar en transparente cuna,
la amé en un tiempo, de esperanza ajeno.

¡Fatal amor!... El corazón sin freno
triunfó del Hado... ¡Mísera fortuna!
¡La Náyade de límpida laguna
fue Venus libre y me abismé en su seno!

Luego la vi en el féretro tendida,
pavorosa beldad de carne inerte,
astro apagado en luctuosa esfera...

Y ¡ay del deseo! Me atedió en la vida...,
Y amé el dolor con que me hirió su muerte,
¡vuelto al afán de mi ilusión primera!



Manuel Reina

Introducción (Manuel Reina)

-- de Manuel Reina --

Soy poeta: yo siento en mi cerebro
hervir la inspiración, vibrar la idea;
siento irradiar en mi exaltada mente
imágenes brillantes como estrellas.
El fuego abrasador de los volcanes
en mi gigante corazón flamea;
escalo el cielo, bajo a los abismos,
rujo en el mar, cabalgo en la tormenta.

Soy poeta: mi espíritu se escapa
de la mezquina cárcel de la tierra,
y sobre otros espacios y otros mundos
tiende sus alas de águila altanera.
Bebe la luz en la mansión del rayo;
«atraviesa las órbitas etéreas»,
y el penetrante arpón de sus pupilas
recorre el panorama de la esfera.

Soy poeta: al rumor de las naciones
las cuerdas de mi cítara se templan;
lloro en el negro mundo de las tumbas,
río en la bacanal, trueno en la guerra.
El amor y la patria son mi vida;
el corazón humano, mi poema;
mi religión, la caridad y el arte;
la libertad sublime mi bandera.

Soy poeta: yo siento en mi cerebro
hervir la inspiración, vibrar la idea;
siento irradiar en mi exaltada mente
imágenes brillantes: ¡soy poeta!



Miguel Unamuno

Hay ojos que miran, hay ojos que sueñan...

-- de Miguel Unamuno --

Hay ojos que miran, -hay ojos que sueñan,
hay ojos que llaman, -hay ojos que esperan,
hay ojos que ríen -risa placentera,
hay ojos que lloran -con llanto de pena,
unos hacia adentro -otros hacia fuera.

Son como las flores -que cría la tierra.
Mas tus ojos verdes, -mi eterna Teresa,
los que están haciendo -tu mano de hierba,
me miran, me sueñan, -me llaman, me esperan,
me ríen rientes -risa placentera,
me lloran llorosos -con llanto de pena,
desde tierra adentro, -desde tierra afuera.

En tus ojos nazco, -tus ojos me crean,
vivo yo en tus ojos -el sol de mi esfera,
en tus ojos muero, -mi casa y vereda,
tus ojos mi tumba, -tus ojos mi tierra.



Miguel Unamuno

Non serviam!

-- de Miguel Unamuno --

«No serviré!» gritó no bien naciera
una conciencia de sí misma, lumbre
de las tinieblas del no ser; la cumbre
del cielo tenebroso ardió en la hoguera

del conocer fatal; toda la esfera
en su seno sintió la reciedumbre
de haber sido creada, pesadumbre
de la nada, su madre, y á la fiera



Miguel Ángel Corral

Junto a un sepulcro

-- de Miguel Ángel Corral --

Bello está el día. El sol resplandeciente
suspenso en la mitad de su carrera,
inundando de luz toda la esfera
trémula, lanza su mirada ardiente.

Al reflejo del éter transparente,
el árbol, nacarado, reverbera,
y el ámbar de su hojosa cabellera
el campo llena de oloroso ambiente.

Mas ¿qué me importa a mí la luz del día,
qué su espléndida pompa y galanura,
si cubierta de luto el alma mía

al eclipse mortal de tu hermosura,
llevo en perpetua y fúnebre agonía
el corazón repleto de amargura?



Juan Nicasio Gallego

A Lord Wellington

-- de Juan Nicasio Gallego --

A par del grito universal que llena
de gozo y gratitud la esfera hispana,
y del manso, y ya libre, Guadiana
al caudaloso Támesis resuena;

tu gloria ¡oh Conde! a la región serena
de la inmortalidad sube, y ufana
se goza en ella la nación britana;
tiembla y se humilla el vándalo del Sena.

Sigue; y despierte el adormido polo
al golpe de su espada; en la pelea
te envidie Marte y te corone Apolo;

y si al triple pendón que al aire ondea
osa Alecto amagar, tu nombre solo
prenda de unión, como de triunfo, sea.



Juan Nicasio Gallego

La primavera (Gallego)

-- de Juan Nicasio Gallego --

Sacude abril su fértil cabellera
y el ancho suelo puéblase de flores;
el alba le saluda, y mil colores
en torno brillan de la clara esfera.

Anuncia alegre el soto y la pradera
la vuelta de la risa y los amores,
y arroyos, aves, selvas y pastores
cantan la deliciosa primavera.

Ríe el zagal; alégrase el ganado;
todo el placer de su presencia siente;
el bosque, el río, el páramo, el poblado,

mas yo, que estoy de mi Pradina ausente,
suspiro solo y de tristeza helado,
cual si bramara el ábrego inclemente.



Francisco de Quevedo

parnaso español 36

-- de Francisco de Quevedo --

Ya llena de sí solo la litera
matón, que apenas anteayer hacía
(flaco y magro malsín) sombra, y cabía,
sobrado sitio, en una ratonera.
Hoy, mal introducido con la esfera
su casa, al sol los pasos le desvía,
y es tropezón de estrellas; y algún día,
si fuera más capaz, pocilga fuera.
Cuando a todos pidió, le conocimos;
no nos conoce cuando a todos toma;
y hoy dejamos de ser lo que ayer dimos.
Sóbrale tanto cuanto falta a roma;
y no nos puede ver, porque le vimos:
lo que fue esconde; lo que usurpa asoma.



Francisco de Quevedo

parnaso español 2

-- de Francisco de Quevedo --

Más de bronce será que tu figura
quien la mira en el bronce, si no llora,
cuando ya el sentimiento, que te adora,
hará blando al metal la forma dura.
Quiere de tu caballo la herradura
pisar líquidas sendas, que la aurora
a su paso perfuma, donde flora
ostenta varia y fértil hermosura.
Dura vida con mano lisonjera
te dio en florencia artífice ingenioso,
y reinas en las almas y en la esfera.
El bronce, que te imita, es virtuoso.
¡Oh cuánta de los hados gloria fuera,
si en años le imitaras numeroso!



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 57

-- de Francisco de Quevedo --

Artificiosa flor, rica y hermosa,
que adornas a la misma primavera,
no temas que el color que tienes muera,
estando en una parte tan dichosa.
Siempre verde serás, siempre olorosa,
aunque despoje el cielo la ribera;
triunfarás del invierno y de la esfera,
envidiada de mí por venturosa.
Cuando caíste de su frente bella,
no te tuve por flor; que, como es cielo,
no esperaba yo de él sino una estrella;
mas pues cuando se cae la flor al suelo
muestra que el fruto viene ya tras ella,
ver que te vi caer me da consuelo.



Francisco de Quevedo

parnaso español 11

-- de Francisco de Quevedo --

En el bruto, que fue bajel viviente
donde jove embarcó su monarquía,
y la esfera del fuego donde ardía
cuando su rayo navegó tridente,
yace vivo el león que, humildemente,
coronó por vivir su cobardía,
y vive muerta fénix valentía,
que de glorioso fuego nace ardiente.
Cada grano de pólvora le aumenta
de primer magnitud estrella pura,
pues la primera magnitud le alienta.
Entrará con respeto en su figura
el sol, y los caballos que violenta,
con temor de la sien áspera y dura.



Francisco Javier Salazar Arboleda

Soneto en un aniversario

-- de Francisco Javier Salazar Arboleda --

Vuelves, oh sol, a señalar el día
en que viste pasar con raudo vuelo
junto a tu esfera, en dirección al cielo,
al ángel de mi amor y mi alegría;

Y a mí me viste en soledad sombría
puesto de hinojos en el duro suelo,
de la muerte implorando su consuelo
y tan sólo alcanzando su agonía.

Desde entonces, oh sol, es noche oscura
a mis ojos tu luz, y de la vida
la triste senda con mi llanto riego.

Amarga, cual la hiel, me es su ventura,
y un tormento su gloria fementida;
sólo en mi cruel dolor hallo sosiego.



Francisco Sosa Escalante

A la noche (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Cubriste ya la tierra con tu velo
¡Oh noche de mi mal consoladora!
Tu calma y tu silencio el alma adora
Pues tregua ofrecen á mi triste duelo.

Radiante cruza el azulado cielo,
Seguido de su corte encantadora
El astro del amor, miéntras la aurora
Vuelve á lucir y á renovar mi anhelo.

Ah! si tus horas prolongar pudiera,
¡Cuán dichoso y feliz me sentiría!
¡Qué dulce el curso de mi vida fuera!

Odio la luz del esplendente día
Porque al brillar en la celeste esfera
El sol alumbra la tristeza mia.



Francisco Sosa Escalante

La tarde (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

La esmeralda del mar fulgente brilla
Al recibir del sol la luz postrera,
El nido busca el ave placentera,
Cantando el pescador deja la orilla.

En la humilde cabaña la sencilla
Y cristiana oración sube á la esfera
Como el sagrado incienso, porque espera
En el Señor y á su poder se humilla.

La vespertina estrella misteriosa
Diamante finge que sujeta el velo
Allí en la frente de la casta esposa;

La noche se aproxima en tardo vuelo,
Mece la flor la brisa rumorosa,
Todo es quietud en la extensión del suelo.



José Eustasio Rivera

en un bloque saliente

-- de José Eustasio Rivera --

En un bloque saliente de la audaz cordillera
el cóndor soberano los jaguares devora;
y olvidando la presa, las alturas explora
con sus ojos de un vivo resplandor de lumbrera.

Entre locos planetas ha girado en la esfera;
vencedor de los vientos, lo abrillanta la aurora,
y al llenar el espacio con su cauda sonora,
quema el sol los encajes de su heroica gorguera.

Recordando en la roca los silencios supremos,
se levanta al empuje colosal de sus remos;
zumban ráfagas sordas en las nubes distantes,

y violando el misterio que en el éter se encierra,
llega al sol, y al tenderle los plumones triunfantes
va corriendo una sombra sobre toda la tierra.



José Joaquín de Olmedo

A Eliza

-- de José Joaquín de Olmedo --

¿No ves cuán pronto por la azul esfera
el vuelo de las horas se desliza?,
¿no ves, amable Eliza,
marchitarse al nacer las tiernas flores
de la fugaz y alegre primavera?
Pues ¡ay!, con más presteza
nacen, desaparecen los amores,
las gracias de la edad y la belleza.
Feliz en todas partes
quien con el grato estudio de las artes
mezclando las lecciones
de virtud y piedad, engaña, burla
del tiempo y de sus hijas estaciones
la ciega rapidez y la inconstancia.

Así cuando la bella primavera
pierde su gala y virginal sonrisa
y se retira triste
de tu jardín, Eliza,
huyendo del invierno los enojos,
al fuego de tu genio y de tus ojos
con sus vivos colores y fragancia
bajo de tu pincel nace en tu estancia.

En tu estancia feliz que yo contemplo
será con tu presencia
el más hermoso templo
del gusto, la piedad y la inocencia,
a cuyo culto y plácidos misterios
vestal sacerdotisa
con tu graciosa hermana será Eliza.



José Joaquín de Olmedo

Oración de la infancia

-- de José Joaquín de Olmedo --

Señor, tu nombre santo
celebra la voz mía
en armonioso canto,
cuando brilla la luz del nuevo día.

Tú mandaste a tu sol que disipara
las sombras de la noche, y obediente
por la inflamada esfera
emprende su magnífica carrera.

Vida, belleza, acción, todos los seres
recobran ya; la tierra se engalana
de flores, y presenta
una nueva creación cada mañana.

Señor, tu nombre santo
celebra la voz mía
en armonioso canto,
cuando brilla la luz del nuevo día.

El sol llena los cielos,
y del trono gobierna
los astros que su marcha
siguen cumpliendo con su ley eterna.

Así también, oh Dios, pues el Sol eres
verdadero del mundo, ocupa, enciende
todos los corazones,
y dirige a tu ley nuestras acciones.

Si te es grata la voz de la inocencia,
escúchanos, Señor, bajo tus alas
pon a los que te adoran
y tu luz, tu piedad, tu gracia imploran.

Señor, tu nombre santo
celebra la voz mía
en armonioso canto,
cuando brilla la luz del nuevo día.



Carolina Coronado

por bajo de una lámina que representaba a la virgen

-- de Carolina Coronado --

escucha, madre mía,
la de el velo de estrellas; bienhechora,
dulce y bella maría.
Escucha la que implora
dolorido y mortal; madre y señora.
Si a mi débil acento
romper los aires y turbar es dado
allá del firmamento
el azul sosegado,
escucha, virgen pura, mi cuidado.
La sola voz que el pecho
pudiera ya exhalar, a ti revela
el corazón deshecho,
que tu piedad anhela
y hasta tu trono arrebatado vuela.
¡Oh tu dulce señora
de la esfera eternal!... La tierra mira
y al infeliz que llora
y al triste que suspira
resignación y fe y amor inspira.
De tu sagrada mano
piadoso manantial brote a raudales
donde beba el humano
alivios celestiales,
donde se apague el fuego de los males.
Y lleva hacia tu seno
a los dolientes hijos que te amaron:
¡no más gima ya el bueno
en grillos que forjaron
los que rebeldes contra ti se alzaron!



Carolina Coronado

a una estrella

-- de Carolina Coronado --

Chispa de luz que fija en lo infinito
absorbes mi asombrado pensamiento,
tu origen, tu existencia, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.
Si eres ardiente, inamovible hoguera,
¿dónde el centro descansa de tu lumbre?
si eres globo de luz, ¿cómo en la cumbre
no giras tú de la insondable esfera?
¿por qué la tierra sin descanso rueda?
¿por qué la luna el globo majestoso
mueve, mientras tu carro misterioso
inmóvil, fijo en el espacio queda?
¿es que mi vista de mortal no alcanza
a percibir desde su oscuro asiento
allá en la altura suma el movimiento
de tu carroza que en lo inmenso avanza?
¡ah, sí! que por espíritu movida
la creación sin descanso se sostiene,
y todo en la creación marcado tiene
forma y destino, movimiento y vida.
Tú giras, sí: tus alas soberanas
sulcan el mundo y sus confines tocan...
Mas ¿cómo en tu carrera no se chocan
tus millares sin número de hermanas?
más allá de su límite prescrito
sediento avanza, audaz el pensamiento,
y tu origen, tu vida, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.



Carolina Coronado

amistad de la luna

-- de Carolina Coronado --

Esa oscura enfermedad
que llaman melancolía
me trajo a la soledad
a verte, luna sombría.
Ya seas amante doncella,
ya informe, negro montón
de tierra que en forma bella
nos convierte la ilusión,
ni a sorprender tus amores
mis tristes ojos vinieron
ni a saber si esos fulgores
son tuyos o te los dieron.
Ni a mí me importa que esté
tu luz viva o desmayada,
ni cuando te miro sé
si eres roja o plateada.
Yo busco tu compañía
porque al fin, muda beldad,
es tu amistad menos fría
que otra cualquiera amistad.
Sé bien que todo el poder
de tu misterioso encanto
no alcanzará a detener
una gota de mi llanto.
Mas yo no guardo consuelos
para este mal tan profundo,
fijo la vista en los cielos
porque me importuna el mundo...
¡Vergüenza del mundo es
si tiene mi pensamiento,
que ir a buscarte al través
de las nubes y del viento,
y llevar hasta tu esfera
mi solitaria armonía
para hallar la compañera
que escuche la pena mía!
mas, pues no me da fortuna
otra más tierna amistad,
vengo con mis penas, luna,



Ramón López Velarde

Mi corazón amerita

-- de Ramón López Velarde --

Mi corazón leal, se amerita en la sombra.
Yo lo sacara al día, como lengua de fuego
que se saca de un ínfimo purgatorio a la luz;
y al oírlo batir su cárcel, yo me anego
y me hundo en ternura remordida de un padre
que siente, entre sus brazos, latir un hijo ciego.

Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Placer, amor, dolor... Todo le es ultraje
y estimula su cruel carrera logarítmica
sus ávidas mareas y su eterno oleaje.

Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Es la mitra y la válvula... Yo me lo arrancaría
para llevarlo en triunfo a conocer el día,
la estola de violetas en los hombros del alba,
el cíngulo morado de los atardeceres,
los astros, y el perímetro jovial de las mujeres.

Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Desde una cumbre enhiesta yo lo he de lanzar
como sangriento disco a la hoguera solar.
Asi extirparé el cáncer de mi fatiga dura,
seré impasible por el Este y el Oeste,
asistiré con una sonrisa depravada
a las ineptitudes de la inepta cultura,
y habrá en mi corazón la llama que le preste
el incendio sinfónico de la esfera celeste.



Ricardo Gutiérrez

El cadáver

-- de Ricardo Gutiérrez --

Sí; todo es vanidad, todo es mentira,
todo es dolor en la existencia humana,
porque la vida de la tierra triste
no es más que el paso a la inmortalidad jornada.
¡Ay! del que al mundo
su dicha amarra...
El cadáver del hombre es el sudario
donde a la eternidad la vida pasa.

Sí; todo es ilusión, todo es delirio;
sólo es verdad la voz de la esperanza
con que en el corazón cada latido
a la esfera de Dios la vida llama.
Sólo es eterna,
eterna el alma:
el cadáver del hombre es el sudario
que a la inmortalidad la vida salva.

Allí ya para siempre, para siempre
unió el Señor mi alma con tu alma
que la existencia fúnebre del mundo
separó con estúpida muralla.
¿Qué es ya en la tierra
la angustia humana?
El cadáver del hombre es el sudario
donde la eternidad la vida pasa.

La luz celeste de la fe sublime
me alumbró el universo en tu mirada:
he visto a su fulgor la vida eterna;
me ha tocado el Señor con la esperanza.
¡Ah, y en mis ojos
no hay más lágrimas!...
¡Oh, pasajera muerte en la tierra,
cúbreme con la sombra de tus alas!



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Ariiba