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Se han encontrado 54 poemas con la palabra eras

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Amado Nervo

el resto, ¿qué es

-- de Amado Nervo --

eras la sola verdad de mi vida,
el resto, ¿qué es?
humo... Palabras, palabras, palabras...
¡Mientras la tumba me hace enmudecer!
eras la mano cordial y segura
que siempre estreché
con sentimiento de plena confianza
en tu celeste lealtad de mujer.
eras el pecho donde mi cabeza
se reposó bien,
oyendo el firme latir de la entraña
que noblemente mía sólo fue.
Tú lo eras todo: ley, verdad y vida...
El resto, ¿qué es?

Poema el resto, ¿qué es de Amado Nervo con fondo de libro

Blanca Andreu

tú eras columna de babilonia o casi

-- de Blanca Andreu --

eras columna de babilonia o casi,
capítulo del beso de babel cuando eras mano labios dedos torres,
historia alta de ti,
el libro de la voz deshojándose con paso de danza,
y la colonia que se despierta y escribe estrofas verdes,
y el viento era cascabel para tus pies
en la luna bermeja del salón.
O cuando fuiste dioses, dioses para la adolescencia que se vende,
o antes, sí, antes de esperar casas
del lenguaje arquitecto,
templos para bisoledad y rastro lejano de ti,
mirando el ligero mediterráneo,
aguardando una iluminación del nervioso mar,
un haz de días,
una camada lírica.

Poema tú eras columna de babilonia o casi de Blanca Andreu con fondo de libro

Alfonso Reyes

visitación

-- de Alfonso Reyes --

Soy la muerte me dijo. No sabía
que tan estrechamente me cercara,
al punto de volcarme por la cara
su turbadora vaharada fría.
Ya no intento eludir su compañía:
mis pasos sigue, transparente y clara
y desde entonces no me desampara
ni me deja de noche ni de día.
¡Y pensar confesé, que de mil modos
quise disimularte con apodos,
entre miedos y errores confundida!
«más tienes de caricia que de pena».
Eras alivio y te llamé cadena.
Eras la muerte y te llamé la vida.

Poema visitación de Alfonso Reyes con fondo de libro

Líber Falco

Ahora

-- de Líber Falco --

Dame tu mano y vamos
entre la tarde, tristes,
a recordar los días
que se fueron.

Aquella mi pobre casa
donde en dura pobreza
bebimos la dulzura,
aquélla ya no existe.

Eras alegre entonces
y a veces eras triste.

Mas, dame tu mano ahora,
oh, amor, dame tu mano y vamos
a recordar siquiera,
lo que ya no existe.



Pablo Neruda

poema 6 veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924)

-- de Pablo Neruda --

Poema 6
te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a mis brazos como una enredadera,
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.
Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.



Pablo Neruda

soneto xxii cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Soneto xxii
cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,
sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,
en regiones contrarias, en un mediodía quemante:
eras sólo el aroma de los cereales que amo.
Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa
en angol, a la luz de la luna de junio,
o eras tú la cintura de aquella guitarra
que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.
Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.
En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.
Pero yo ya sabía cómo era. De pronto
mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:
frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas.
Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.



José Ángel Buesa

último amor

-- de José Ángel Buesa --

Yo andaba entre la sombra,
cuando como un fulgor llegaste tú; de pronto,
con el último amor.
Pero bastó un efluvio de antiguas primaveras
para reconocerte, para saber quién eras.
Y eras la misteriosa mujer desconocida
que entristeció de un sueño lo mejor de mi vida;
la de las tardes grises y los claros de luna,
la que busqué entre tantas y no encontré en ninguna.
Y hoy tal vez como un premio, tal vez como un castigo,
lo mejor de mi vida será morir contigo.
He pensado esta noche, sintiéndote tan mía
que así como llegaste, pudieras irte un día.
Lo he pensado eso es todo, pero si sucediera,
dejaré que te vayas sin un adiós siquiera.
Y cuando te hayas ido yo que nunca me quejo,
me vestiré de luto y aprenderé a ser viejo.
Pero si me muriera sin poder olvidarte
y después de la muerte se llega a alguna parte;
preguntaré si hay sitio, para mí, junto a ti.
Y dios, seguramente, responderá que sí.



José Ángel Buesa

poema del desencanto

-- de José Ángel Buesa --

Y comenzamos juntos un viaje hacia la aurora
como dos fugitivos de la misma condena.
Lo que ignoraba entonces no he de callarlo ahora:
no valías la pena.
Ya llegaba el otoño y ardía el mediodía.
Sentí sed. Vi tu copa. Pensé que estaba llena,
pero acerqué mis labios y la encontré vacía.
No valías la pena.
Te di a guardar un sueño, pero tú lo perdiste,
o acaso abrí mis surcos en la llanura ajena.
Es triste, pero es cierto. Por ser tan cierto, es triste:
no valías la pena.
Fuiste el amor furtivo que va de lecho en lecho,
y el eslabón amable que es más que una condena.
Pero hoy puedo decirlo, sin rencor ni despecho:
no valías la pena.
Me alegré con tu risa; me apené por tu llanto,
sin pensar que eras mala ni creer que eras buena.
Te canté en mis canciones, y, a pesar de mi canto,
no valías la pena.
Me queda el desencanto del que enturbió una fuente,
o acaso el desaliento del que sembró en la arena.
Pero yo no te culpo. Te digo, simplemente:
no valías la pena.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xli

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

eras el huracán y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que abatirme!
¡no pudo ser!
eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme! ...
¡No pudo ser!
hermosa tú, yo altivo; acostumbrados
el uno a arrollar, el otro a no ceder:
la senda estrecha, inevitable el choque ...
¡No pudo ser!



Federico García Lorca

Gacela del amor maravilloso

-- de Federico García Lorca --

Con todo el yeso
de los malos campos
eras junco de amor, jazmín mojado.

Con sur y llama
de los malos cielos
eras rumor de nieve por mi pecho.

Cielos y campos
anudaban cadenas en mis manos.

Campos y cielos
azotaban las llagas de mi cuerpo.



Alfonsina Storni

Regreso en sueños

-- de Alfonsina Storni --

Boca perdida en el vaivén del tiempo;
detrás de los paisajes escondida;
boca hacia atrás huyente en el espacio;
boca muerta que fuiste boca viva:

Torbellinos de rostros te apagaron,
tú, que eras rosa ya palidecida;
bloques de casas, cielos circulantes,
telones fueron a velarte esquiva.

Alguna vez la punta de la llama
pintó en el aire la ligera estría
de tu boca atersada a finos verbos:
seda en la seda, flor más florecida.

O levanté la mano para asirte
en la nube traslúcida que lucía
acuchillada del cuchillo mismo
que parte en dos la ya palidecida.



Amado Nervo

más yo que yo mismo

-- de Amado Nervo --

¡oh, vida mía, vida mía!,
agonicé con tu agonía
y con tu muerte me morí.
¡De tal manera te quería,
que estar sin ti es estar sin mí!
faro de mi devoción,
perenne cual mi aflicción
es tu memoria bendita.
¡Dulce y santa lamparita
dentro de mi corazón!
luz que alumbra mi pesar
desde que tú te partiste
y hasta el fin lo ha de alumbrar,
que si me dejaste triste,
triste me habrás de encontrar.
Y al abatir mi cabeza,
ya para siempre jamás,
el mal que a minarme empieza,
pienso que por mi tristeza
tú me reconocerás.
Merced al noble fulgor
del recuerdo, mi dolor
será espejo en que has de verte,
y así vencerá a la muerte
la claridad del amor.
No habrá ni coche ni abismo
que enflaquezca mi heroísmo
de buscarte sin cesar.
Si eras más que yo mismo,
¿cómo no te he de encontrar?
¡oh, vida mía, vida mía,
agonicé con tu agonía
y con tu muerte me morí!
de tal manera te quería,
que estar sin ti es estar sin mí.



Amado Nervo

impotencia

-- de Amado Nervo --

Señor, piedad de mí porque no puedo
consolarme... Lo intento, mas en vano.
Me sometí a tu ley porque eras fuerte:
¡el fuerte de los fuertes!... Pero acaso
es mi resignación sólo impotencia
de vencer a la muerte, cuyo ácido
ósculo corrosivo,
royendo el corazón que me amó tanto,
royó también mi voluntad de acero...
¡La muerte era titánica; yo, átomo!
señor, no puedo resignarme, no!
¡si te digo que ya estoy resignado,
y si murmuro fiat voluntas tua,
miento, y mentir a dios es insensato!
¡ten piedad de mi absurda rebeldía!
¡que te venza, señor, mi viril llanto!
¡que conculque tu ley tu piedad misma!...
Y revive a mi muerta como a lázaro
o vuélveme fantasma como a ella,
para entrar por las puertas del arcano
y buscar en el mundo de las sombras
el deleite invisible de sus brazos.



Amado Nervo

lejanía

-- de Amado Nervo --

¡parece mentira que hayas existido!
te veo tan lejos...
Tu mirada, tu voz, tu sonrisa,
me llegan al fondo de un pasado inmenso...
Eras más sutil
que mi propio ensueño;
eres el fantasma de un fantasma,
eres el espectro de un espectro...
Para reconstruír tu imagen remota
he menester ya de un enorme esfuerzo.
¿De veras me quisiste? ¿de veras me besabas?
¿de veras recorrías la casa, hoy en silencio?
¿de veras, en diez años, tu cabecita rubia
reposó por las noches, confiada en mi pecho?
¡ay qué perspectivas esas de la muerte!
¡qué horizontes tan bellos!
¡cuál os divinizan, oh difuntas jóvenes,
con sus lejanías llenas de misterio!
¡qué consagraciones tan definitivas
las que da el silencio!...
¡Cuál os vuelve míticas, casi fabulosas!
¡qué tristes mujeres de carne y de hueso,
con sus pobres encantos efímeros,
podrían venceros?
tenéis un augusto prestigio de estatua,
y por un fenómeno de rareza lleno,
mientras más distantes, más imperïosas
vais agigantandoos en el pensamiento.



Amado Nervo

andrógino

-- de Amado Nervo --

Por ti, por ti, clamaba cuando surgiste,
infernal arquetipo, del hondo erebo,
con tus neutros encantos, tu faz de efebo,
tus senos pectorales, y a mí viniste.
Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste,
despertando en las almas el crimen nuevo,
ya con virilidades de dios mancebo,
ya con mustios halagos de mujer triste.
Yo te amé porque, a trueque de ingenuas gracias,
tenías las supremas aristocracias:
sangre azul, alma huraña, vientre infecundo;
porque sabías mucho y amabas poco,
y eras síntesis rara de un siglo loco
y floración malsana de un viejo mundo.



Amado Nervo

el encuentro

-- de Amado Nervo --

¿por qué permaneciste siempre sorda a mi grito?
¡dios sabe cuántas veces, con amor infinito,
te busqué en las tinieblas, sin poderte encontrar!
hoy ¡por fin! te recobro: todo, pues, era
cierto...
¡Hay un alma! ¡qué dicha! no es que sueñedespierto...
¡Te recobro! ¡me miras y te vuelvo a mirar!
me recobras, amigo, porque ya eras un muerto:
de fantasma a fantasma nos podemos amar.



Lope de Vega

Cadenas desherradas, eslabones

-- de Lope de Vega --

Cadenas desherradas, eslabones,
tablas rotas del mar en sus riberas,
tronchadas astas de alabardas fieras,
reventados mosquetes y cañones;

ruinas de batidos torreones
a cuya vista forma blancas eras
el labrador, jirones de banderas,
abollados sangrientos morriones;

jarcias, grillos, reliquias de estandartes,
cárcel, mar, guerra, Argel, campaña y vientos
muestran en tierra o templos suspendidos.

Y así mis versos en diversas partes
mi amor cautivo, el mar de mis tormentos
y la guerra mortal de mis sentidos.



Lope de Vega

Todos te pintan encarnado y blanco

-- de Lope de Vega --

Todos te pintan encarnado y blanco,
esposo de las almas; yo te veo
blanco no más, que amor a mi deseo
quiere dejar con este blanco en blanco.
Pero con viva fe tirando al blanco,
que está cubierto lo encarnado creo,
y en este blanco, en que la vista empleo,
te considero más galán y franco.
Aquí los blancos accidentes cubren
el color encarnado de la rosa,
que tú cogiste del jardín sellado.
Pero como a la fe se le descubren,
conoce el alma, que te vio, la esposa,
pues dijo que eras blanco y encarnado.



Luis Muñoz Rivera

judas

-- de Luis Muñoz Rivera --

Eras inquieto, altivo, belicoso,
batallador, resuelto;
a duda, el hondo mal de nuestro
siglo turbaba tu cerebro.

Se desbordaba en ímpetus rebeldes
tu carácter soberbio,
como del etna se desborda el cráter
en láminas de fuego.

De patrio ardor henchido, no tenía
tu corazón entero,
para el dolor latidos miserables,
ni fibras para el miedo.

Brillaba fulgurante en tus pupilas
la chispa del talento;
alma de tempestad, frente de apóstol
y músculos de hierro.

Y te vendiste... La calumnia infame
manchó tus labios trémulos;
fue un pobre resto de vergüenza ¡el último¡
a sacudir tus nervios;

lo que tienes del afrecha en la sangre
se sublevó violento;
todo lo que hubo en ti de grande
rodó con brusco estrépito

y en tu obra gozaron los verdugos;
y, de tu hazaña en premio,
a tus pies arrojaron la moneda;
a tu rostro el desprecio.

....

Si no apuraste ya, con firme pulso,
el porno de veneno;
si respiras aún, traidor... ¿Qué hiciste
de los treinta dineros?



Luis Palés Matos

místico (para la muerta niña)

-- de Luis Palés Matos --

Envuelta en una magia de rosados candores,
sobre un reclinatorio de nardos y azahares,
tu cuerpecito lleno de inocentes temblores
dormía su narcisismo, ajeno a las pesares.

Velaba tu alma honesta vago romanticismo:
doradas mariposas, quiméricos jardines,
fuentecillas gimiendo en su solitarismo
como un encantamiento de notas de violines.

Abismada en el prisma que la niñez ponía
ante tus ojos, negros como los sinsabores,
tu vida era crátera de rica fantasía.

Y, núcleo de una alegre cáfila de rumores,
eras como el preludio de suave melodía
que el céfiro nocturno remeda entre las flores.



Líber Falco

El abismo

-- de Líber Falco --

Estoy debajo de mis sueños.
Ya ni estrellas ni pájaros nocturnos
levantarán mi canto.

Puente de plata y oro es el amor.

Amada, tú eras el único asidero
pero yo he mirado al abismo
donde ondula (libre de nosotros)
el limo de mis sueños y tus sueños.

Desde entonces ah!
qué solo estoy en la tierra.
Y tú, qué sola.
No lo sabes y disuelves tus lágrimas en risas.
Desde entonces,
cuando apoyo mi frente
en el tibio regazo de tu seno,
algo quiero olvidar que no conozco todavía.
Y crece mi ternura para ahuyentar el miedo.

Lejana erra mi alma
y en sus flancos llueve la tristeza.
Deja que te llore y que me llore allá...



Líber Falco

Una noche en Malvín

-- de Líber Falco --

Brotando lenta, apacible y lenta,
nacida de las cosas, como un milagro sin prisa
la noche se estaba ahí, puesta.

Era un milagro la noche, y era blanca.
Las cosas todas eran blancas
y blancas eras las casas de los hombres.

Cerca, el mar estaba ausente.
Y por las calles de Malvín
los amigos cantaban:
–"El ejército del pueblo
una tarde cruzó el río".

Era blanca la noche,
era muy blanca.

Hacia abajo, por las calles, yelo,
niebla blanca. Pequeños, inmensos,
desvaídos como en un sueño,
los que cantaban, cantan.

Oh! canto libre. Vienes secreto
mientras la noche esplende
fija, total, definitiva
como una enorme rosa blanca.



Jorge Luis Borges

snorri sturluson (1179 1241)

-- de Jorge Luis Borges --

(1179-1241)
tú, que legaste una mitología
de hielo y fuego a la filial memoria,
tú, que fijaste la violenta gloria
de tu estirpe de acero y de osadía,
sentiste con asombro en una tarde
de espadas que tu triste carne humana
temblaba. En esa tarde sin mañana
te fue dado saber que eras cobarde.
En la noche de islandia, la salobre
borrasca mueve el mar. Está cercada
tu casa. Has bebido hasta las heces
el deshonor inolvidable. Sobre
tu pálida cabeza cae la espada
como en tu libro cayó tantas veces.



Jorge Manrique

coplas por la muerte de su padre 16

-- de Jorge Manrique --

¿qué se hizo el rey don juan?
los infantes de aragón
¿qué se hicieron?
¿qué fue de tanto galán,
qué fue de tanta invención
como trajeron?
las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras
y cimeras,
¿fueron sino devaneos?
¿qué fueron sino verduras
de las eras?



Ernesto Cardenal

epigrama XIII

-- de Ernesto Cardenal --

Epigrama
al perderte yo a ti,
tú y yo hemos perdido:
yo, porque tú eras
lo que yo más amaba,
y tú, porque yo era
el que te amaba más.
Pero de nosotros dos,
tú pierdes más que yo:
porque yo podré
amar a otras
como te amaba a ti,
pero a ti nadie te amará
como te amaba yo.
Muchachas que algún día
leaís emocionadas estos versos
y soñéis con un poeta
sabed que yo los hice
para una como vosotras



José María Blanco White

El sol y la vida

-- de José María Blanco White --

¡Oh noche! Cuando a Adán fue revelado
quién eras, y aun no vista, oyó nombrarte,
¿no temió que enlutase tu estandarte
el bello alcázar de zafir dorado?

Mas ya el celaje etéreo, blanqueado
del rayo occidental. Héspero parte;
su hueste por los cielos se reparte,
y el hombre nuevos mundos ve admirado.

¡Cuánta sombra en tus llamas ocultabas,
oh Sol! ¿Quién acertara, cuando ostenta
la brizna más sutil tu luz mentida,

esos orbes sin fin que nos velabas?
¡Oh mortal! Y ¿el sepulcro te amedrenta?
Si engañó el Sol, ¿no engañara la vida?



Pablo Neruda

soneto lxv cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lxv
matilde, dónde estás? noté, hacia abajo,
entre corbata y corazón, arriba,
cierta melancolía intercostal:
era que tú de pronto eras ausente.
Me hizo falta la luz de tu energía
y miré devorando la esperanza,
miré el vacío que es sin ti una casa,
no quedan sino trágicas ventanas.
De puro taciturno el techo escucha
caer antiguas lluvias deshojadas,
plumas, lo que la noche aprisionó:
y así te espero como casa sola
y volverás a verme y habitarme.
De otro modo me duelen las ventanas.



Pablo Neruda

el amor del soldado

-- de Pablo Neruda --

El amor del soldado
en plena guerra te llevó la vida
a ser el amor del soldado.
Con tu pobre vestido de seda,
tus uñas de piedra falsa,
te tocó caminar por el fuego.
Ven acá, vagabunda,
ven a beber sobre mi pecho
rojo rocío.
No querías saber dónde andabas,
eras la compañera de baile,
no tenías partido ni patria.
Y ahora a mi lado caminando
ves que conmigo va la vida
y que detrás está la muerte.
Ya no puedes volver a bailar
con tu traje de seda en la sala.
Te vas a romper los zapatos,
pero vas a crecer en la marcha.
Tienes que andar sobre las espinas
dejando gotitas de sangre.
Bésame de nuevo, querida.
Limpia ese fusil, camarada.



Pedro Bonifacio Palacios

La Yapa

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

Como una sola estrella no es el cielo,
ni una gota que salta, el oceano;
ni una falange rígida, la mano;
ni una brizna de paja, el santo suelo,

tu gimnasia de cárcel no es el vuelo,
el sublime tramonto soberano.
Ni nunca podrá ser anhelo humano
tu miserable personal anhelo.

¿Qué saben de lo eterno las esferas;
de las borrascas de la mar, la gota;
de puñetazos, la falange rota;

de harina y pan, la paja de las eras?...
¡Detente por piedad, pluma, no quieras
que abandone sus armas el ilota!



Pedro Salinas

versos 1449 a 1470

-- de Pedro Salinas --

Versos 1449 a 1470
perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ése que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan sólo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.
Y que a mi amor entonces, le conteste
la nueva criatura que tú eras.



José Ángel Buesa

poema nocturno

-- de José Ángel Buesa --

Muchacha de una noche de viento y hojas secas,
que una sonrisa tuya pobló de mariposas,
como si aún recordaras tus últimas muñecas
junto a un hombre lejano que olvidó tantas cosas...
Muchacha de una noche de cigarrillos lentos,
cuando quedó en la mesa la flor de tu corpiño:
eras la pastorcita de los libros de cuentos,
y yo fui el niño triste que no supo ser niño.
Muchacha de una noche par ael amor errante,
cuando crece el otoño con su vaho profundo,
y el alma es el navío de un solo tripulante
que despliega sus lonas al viento de otro mundo.
Muchacha de un noche: yo pienso todavía
que hubiera sido hermoso que nunca amaneciera,
ahora que, fatalmente, comienza un nuevo dia,
que ha de ser, para tantos, otro dia cualquiera...



José Ángel Buesa

variante de una canción antigua

-- de José Ángel Buesa --

En el tronco de un árbol voy a grabar tu nombre
pero con mi capricho, vulgarmente galante,
dejaré satisfecha mi vanidad de hombre,
acaso más profunda que mi orgullo de amante.
En esas letras toscas que grabará mi mano,
tu nombre sin ternura crecerá hacia el olvido,
pues, fatalmente, un surco que ha florecido en vano
es cien veces más triste que el que no ha florecido.
Y pasarán las nubes sobre el árbol que ignora
que hay amores fugaces como sus primaveras...
Y un día, al ver el nombre que estoy grabando ahora,
me encogeré de hombros, sin recordar quién eras...



José Ángel Buesa

poema del espejo

-- de José Ángel Buesa --

i
déjame ser tu espejo... Te supliqué aquel día.
Recuerdo que tu mano se estremeció en la mía.
Yo, que envidio tu espejo, quiero saber qué sientes
al copiar en la alcoba tu cuerpo adolescente...
(Detrás de los almendros, casi del fondo
del mar surgió la luna, con su espejo redondo...)
Ii
te vi de pie en la sombra. Junto al lecho vacío
se oyó un rumor de sedas, como el rumor de un río.
Y yo, como el espejo de aquella alcoba oscura,
yo, allí, solo contigo, reflejé tu hermosura.
Fue un instante, en la sombra. No sé bien todavía,
si eras tú, si fue un sueño o una flor que seabría.
Iii
muchacha de la noche de un día diferente:
yo no envidio tu espejo, ya sé que nada siente.
Ya sé que te duplica sin comprender siquiera
que eres mujer hermosa como la primavera;
pues, si lo comprendiera, saltaría en pedazos,
por el ansia imposible de tenderte los brazos.



Vicente Aleixandre

verdad siempre

-- de Vicente Aleixandre --

Verdad siempre
a manuel altolaguirre
sí, sí, es verdad, es la única verdad;
ojos entreabiertos, luz nacida,
pensamiento o sollozo, clave o alma,
este velar, este aprender la dicha,
este saber que el día no es espina,
sino verdad, oh suavidad. Te quiero.
Escúchame. Cuando el silencio no existía,
cuando tú eras ya cuerpo y yo la muerte,
entonces, cuando el día.
Noche, bondad, oh lucha, noche, noche.
Bajo clamor o senos, bajo azúcar,
entre dolor o sólo la saliva,
allí entre la mentira sí esperada,
noche, noche, lo ardiente o el desierto.



Antonio Machado

Amanecer en Valencia

-- de Antonio Machado --

Estas rachas de marzo, en los desvanes
--hacia la mar-- del tiempo; la paloma
de pluma tornasol, los tulipanes
gigantes del jardín, y el sol que asoma,
bola de fuego entre dorada bruma,
a iluminar la tierra valentina...
¡Hervor de leche y plata, añil y espuma,
y velas blancas en la mar latina!
Valencia de fecundas primaveras,
de floridas almunias y arrozales,
feliz quiero cantarte, como eras,
domando a un ancho río en tus canales,
al dios marino con tus albuferas,
al centauro de amor con tus rosales



Antonio Machado

Sonetos escritos en una noche de bombardeo en Rocafort: III

-- de Antonio Machado --

Estas rachas de marzo, en los desvanes,
Hacia la mar del tiempo; la paloma
De pluma tornasol, los tulipanes
Gigantes del jardín, y el sol que asoma,
Bola de fuego entre morada bruma,
A iluminar la tierra valentina...
¡Hervor de leche y plata, añil y espuma,
y velas blancas en el mar latina!
Valencia de fecundas primaveras,
De floridas almunias y arrozales,
Feliz quiero cantarte, como eras,
Domando a un ancho rio en tus canales,
al dios marino con tus albuferas,
al centauro de amor con tus rosales.



Antonio Machado

Los sueños malos

-- de Antonio Machado --

Está la plaza sombría;
muere el día.
Suenan lejos las campanas.
De balcones y ventanas
se iluminan las vidrieras
con reflejos mortecinos,
como huesos blanquecinos
y borrosas calaveras.
En toda la tarde brilla
una luz de pesadilla.
Está el sol en el ocaso.
Suena el eco de mi paso.
—¿Eres tú? Ya te esperaba...
—No eras tú a quien yo buscaba.



Antonio Ros de Olano

En la tribulación

-- de Antonio Ros de Olano --

Antes que fuese el Tiempo en la medida,
era la Eternidad en el vacío;
y Tú en la Eternidad eras, Dios mío,
ser increpado, Verbo de la vida.

«¡Sea!» dijiste; y fue de Ti nacida
la Creación cual desatado río;
que, a tanta potestad de tu albedrío,
nació la muerte a la existencia unida.

Ahora dime, Señor (para que sienta
fecundo mi pesar, y espere en calma
a que se rompa la fatal concordia),

Si este algo del no ser que me atormenta
es mi esencia inmortal, ¡el yo del alma!
Que ha de encontrar en Ti misericordia.



Miguel Unamuno

Dulce recuerdo

-- de Miguel Unamuno --

Te acuerdas? Fué en mañana del otoño
dulce de nuestra tierra, tan tranquilo,
en que esparce sus hojas aquel tilo
que sabes; eras tú verde retoño

con las trenzas no presas aun en moño
cuando pasando junto á mí yo el filo
no resistí de tu mirar y asilo
corrí á buscar al corazón bisoño



Julio Herrera Reissig

La procesión

-- de Julio Herrera Reissig --

El señor Cura, impuesto de sus oros sagrados,
Acaudilla el piadoso rebaño serraniego;
En voz alta exorciza los demonios, y luego
Salpica de agua santa las siembras y los prados.

Corean cien ladridos la procesión. Por grados,
Las músicas naufragan en el ancho sosiego...
Todo vuelve al divino mutismo solariego:
Gentes, rebaños, eras, parroquias y collados.

La emoción del crepúsculo pesa solemnemente.
Pájaros en triángulo vuelan sobre el torrente...
De cuando en cuando gime con unción oportuna,

La inválida miseria de un viejo carricoche...
Todo es grave. El castillo encantado de luna,
Llena de cuentos de hadas los campos y la noche.



Julio Herrera Reissig

el banco del suplicio

-- de Julio Herrera Reissig --

Eufocordias

... Et puis je suis parti, pleurant comme un enfant!
musset

a punto de dormirte bajo el ledo
suspiro del arcángel que te guía,
hirióme el corazón tu analogía
con una ingrata que olvidar no puedo.

Reclinada en el banco del viñedo,
junto al tilo de exánime apatía,
al iluso terror de que eras mía
me arrodillé con tembloroso miedo.

Partido por antiguo sufrimiento,
sobre tu frente agonicé un momento...
Y cuando el sueño te aquietó en el blando

tul irreal de los deliquios suyos,
uniéronse mis labios a los tuyos,
y como un niño me alejé llorando.



Evaristo Carriego

Caperucita Roja que se nos fue

-- de Evaristo Carriego --

¡Ah, si volvieras...! ¡Cómo te extrañan mis hermanos!
La casa es un desquicio: ya no está la hacendosa
muchacha de otros tiempos. ¡Eras la habilidosa
que todo lo sabías hacer con esas manos...!

El menor de los chicos, ¡pobrecito! te llama
recordándote siempre lo que le prometieras,
para que le dés algo... Y a veces — ¡si lo oyeras! —
para que como entonces le prepares la cama.

¡Cómo entonces! ¿Entiendes? ¡Ah, desde que te fuiste,
en la casita nuestra todo el mundo anda triste,
y temo que los viejos se enfermen, ¡pobres viejos!

Mi madre disimula, pero a escondidas llora,
con el supersticioso temor de verte lejos...
Caperucita roja, ¿dónde estarás ahora?



Evaristo Carriego

Como en los buenos tiempos

-- de Evaristo Carriego --

A veces, miro un poco entristecido
la fiel evocación de ese retrato
donde estás viva, aunque mucho rato,
digo bien, mucho rato ha que te has ido.

¡Y apenas la impresión que nada deja!
Tal vez he preferido más perderte
que haber seguido amándote, hasta verte
con la vergüenza de sentirte vieja.

Y, sin embargo, acaso mentiría,
si quisiera decir que todavía
no he cesado de oirte junto al piano

que nadie ha vuelto a abrir, como en ninguna
emoción de aquel tiempo tan lejano
cuando aún eras prima de la luna.



Evaristo Carriego

Ninguna más

-- de Evaristo Carriego --

No. Te digo que no. Sé lo que digo:
nunca más, nunca más tendremos novia,
y pasarán los años pero nunca
más volveremos a querer a otra.
Ya lo ves. Y pensar que nos decías,
afligida quizá de verte sola,
que cuando te murieses
ni te recordaríamos. ¡Qué tonta!
Si. Pasarán los años, pero siempre
como un recuerdo bueno, a toda hora
estarás con nosotros.
Con nosotros... Porque eras cariñosa
como nadie lo fué. Te lo decimos
tarde, ¿no es cierto? Un poco tarde, ahora
que no nos puedes escuchar. Muchachas,
como tú ha habido pocas.
No temas nada, te recordaremos,
y te recordaremos a ti sola:
ninguna más, ninguna más. Ya nunca
más volveremos a querer a otra.



Evaristo Carriego

Por ella

-- de Evaristo Carriego --

...Déjala, prima! Deja que suspire
la tía: ella también tiene su pena,
y ríe alguna vez, siquiera. ¡Mira
que no te ríes hace tiempo!
Suena
de improviso tu risa alegre y sana
en la paz de la casa silenciosa
y es como si se abriera una ventana
para que entrase el sol.
Tu contagiosa
alegría de antes! La de entonces, esa
de cuando eras comunicativa
como una hermana buena que regresa
después de un largo viaje.
La expansiva
alegría de antes! Se la siente
sólo de tiempo en tiempo, en el sereno
olvidar de las cosas...



Francisco Sosa Escalante

En el álbum de la Sra. R. B. de H.

-- de Francisco Sosa Escalante --

Yo ví correr de tu niñez florida
A la sombra del bien las gratas horas,
Y ví cómo, despues, tus seductoras
Gracias, crecieron con tu dulce vida.

Te ví al amparo de celeste egida
Aprender las virtudes que atesoras,
Y ví tu puro amor en sus auroras
Cuando eras solo hermosa prometida.

Hoy que contemplo en tu serena frente
Que nunca el tiempo marchitó en su giro,
De esposa la diadema refulgente,

¡Oh Rosa amiga! con placer te miro,
Ensalzo tus bondades reverente,
Te doy mi canto y tu virtud admiro.



José Martí

rosario

-- de José Martí --

Rosario
rosario,
en ti pensaba, en tus cabellos
que el mundo de la sombra envidiaría,
y puse un punto de mi vida en ellos
y quise yo soñar que tú eras mía.
Ando yo por la tierra con los ojos,
alzados ¡oh mi afán! a tanta altura
que en ira altiva o míseros sonrojos
encendiólos la humana criatura.
Vivir: saber morir; así me aqueja
este infausto buscar, este bien fiero,
y todo el ser en mi alma se refleja,
¡y buscando sin fe, de fe me muero!



Carlos Pellicer

recinto X

-- de Carlos Pellicer --

xi
la primera tristeza ha llegado. Tus ojos
fueron indiferentes a los míos. Tus manos
no estrecharon mis manos.
Yo te besé y tu rostro era la piedra seca
de las alturas vírgenes. Tus labios encerraron
en su prisión inútil mi primera amargura.
En vano tu cabeza puse en mi hombro y en vano
besé tus ojos. Eras el oasis cruel
que envenenó sus aguas y enloqueció a la sed.
Y se fue levantando del horizonte una
nube. Su tez morena voló a color. De nuevo
fue oscureciendo el tono de los días de antes.
Yo abandoné tu rostro y mis manos
ausentaron las tuyas. Mi voz se hizo silencio.
Era el silencio horrible de los frutos podridos.
Oí que en mi garganta tropezó la derrota
con las piedras fatales.
Yo me cubrí los ojos
para no ver mis lágrimas que huían hacia mí.
Luego tú me besaste, dijiste algo. Yo oía
llorar mis propias lágrimas en el primer silencio
de la primer tristeza. El alma de ese día
llegó de lejos tu alma y se quedó en mi pecho.



Carolina Coronado

siemrpe tú

-- de Carolina Coronado --

La niebla del diciembre quebrantaba
del sol los melancólicos fulgores
cuando en mi corazón de tus amores
el acento primero resonaba.
El segundo diciembre se acercaba
trayendo para mí nieblas mayores
que a merced de los vientos bramadores
tu nave en el atlántico bogaba.
Y el diciembre tercero aparecía
templado, alegre como el mayo hermoso
y eras tú mi suspiro todavía.
El cuarto arrebatado, tempestuoso,
vino a robarme la ventura mía



Clemente Althaus

A Faetón

-- de Clemente Althaus --

Atrevimiento tan nuevo
con espantosa caída
pudo quitarte la vida,
hijo glorioso de Febo.
Mas la pregonera Diosa
en edad ninguna cesa
de encarecer tal empresa,
cuanto infeliz generosa.
Que, pues la envidia altanera
negó tu origen divino,
acreditarlo convino
por tan singular manera.
Y por las abiertas sendas
de los celestiales llanos
fueron rigiendo tus manos
del sol las doradas riendas.
Y aunque, por la omnipotente
diestra fulminado, el Po
helado sepulcro dio
a tu cadáver ardiente,
probó al mundo tu carrera
que hijo eras del mismo Apolo,
pues de él un hijo tan solo
tanto favor mereciera.
No con tus tiernas hermanas
tu amante madre Climene
siempre sin consuelo pene,
quejas despidiendo vanas:
Fin a su lamento triste
pongan, y a aliviarlas baste
ver que el lauro que ganaste
excede al bien que perdiste.



Ramón López Velarde

ser una casta pequeñez...

-- de Ramón López Velarde --

Ser una casta pequeñez...
A alfonso cravioto
fuérame dado remontar el río
de los años, y en una reconquista
feliz de mi ignorancia, ser de nuevo
la frente limpia y bárbara del niño...
Volver a ser el arrebol, y el húmedo
pétalo, y la llorosa y pulcra infancia
que deja el baño por secarse al sol...
Entonces, con instinto maternal,
me subirías al regazo, para
interrogarme, amor, si eras querida
hasta el agua inmanente de tu pozo
o hasta el penacho tornadizo y fágil
de tu naranjo en flor.
Yo, sintiéndome bien en la aromática
vecindad de tus hombros y en la limpia
fragancia de tus brazos,
te diría quererte más allá
de las torres gemelas.
Dejarías entonces en la bárbara
novedad de mi frente
el beso inaccesible
a mi experiencia licenciosa y fúnebre.
¿Por qué en la tarde inválida,
cuando los niños pasan por tu reja,
yo no soy una casta pequeñez
en tus manos adictas
y junto a la eficacia de tu boca?



Ramón López Velarde

Como las esferas

-- de Ramón López Velarde --

Muchachita que eras
brevedad, redondez y color,
como las esferas
que en las rinconeras
de una sala ortodoxa mitigan su esplendor...

Muchachita hemisférica y algo triste
que tus lágrimas púberes me diste,
que en el mes del Rosario
a mis ojos fingías
amapola diciendo avemarías
y que dejabas en mi idilio proletario
y en mi corbata indigente,
cual un aroma dúplice, tu ternura naciente
y tu catolicismo milenario...

En un día de báquicos desenfrenos,
me dicen que preguntas por mí; te evoco
tan pequeña, que puedes bañar tus plenos
encantos dentro de un poco
de licor, porque cabe tu estatura pía
en la última copa de la cristalería;
y revives redonda, castiza y breve
como las esferas
que en las rinconeras
del siglo diecinueve,
amortiguan su gala
verde o azul o carmesí,
y copian, en la curva que se parece a ti,
el inventario de la muerta sala.



Ramón López Velarde

Ser una casta pequeñez

-- de Ramón López Velarde --

Fuérame dado remontar el río
de los años, y en una reconquista
feliz de mi ignorancia, ser de nuevo
la frente limpia y bárbara del niño...

Volver a ser el arrebol, y el húmedo
pétalo, y la llorosa y pulcra infancia
que deja el baño para secarse al sol...
Entonces, con instinto maternal,
me subirías al regazo, para
interrogarme, Amor, si eras querida
hasta el agua inmanente de tu pozo
o hasta el penacho tornadizo y fágil
de tu naranjo en flor.

Yo, sintiéndome bien en la aromática
vecindad de tus hombros y en la limpia
fragancia de tus brazos,
te diría quererte más allá
de las torres gemelas.

Dejarías entonces en la bárbara
novedad de mi frente
el beso inaccesible
a mi experiencia licenciosa y fúnebre.

¿Por qué en la tarde inválida,
cuando los niños pasan por tu reja,
yo no soy una casta pequeñez
en tus manos adictas
y junto a la eficacia de tu boca?



Roque Dalton García

el gran despecho

-- de Roque Dalton García --

País mío no existes
sólo eres una mala silueta mía
una palabra que le creí al enemigo
antes creía que solamente eras muy chico
que no alcanzabas a tener de una vez
norte y sur
pero ahora sé que no existes
y que además parece que nadie te necesita
no se oye hablar a ninguna madre de ti
ello me alegra
porque prueba que me inventé un país
aunque me deba entonces a los manicomios
soy pues un diosecillo a tu costa
(quiero decir: por expatriado yo
tú eres ex-patria)



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