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Se han encontrado 79 poemas con la palabra eran

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Enrique González Martínez

eran dos hermanas

-- de Enrique González Martínez --

Eran dos hermanas,
eran dos hermanas tristes
y pálidas

venía una de ellas
de tierras lejanas
trayendo en sus hombros un fardo
de nostalgias,
siempre pensativa,
callada,
con los ojos vueltos hacia el infinito,
los ojos azules de pupilas vagas
por los que en momentos hasta parecía
salírsele el alma. . .
La otra
hermana,
de labios marchitos,
de sonrisa amarga,
siempre muda,
siempre inmóvil, esperaba
yo no sé qué cosas de pasados tiempos,
memorias ausentes o dichas lejanas. . .
No se que tenía
su sonrisa. . . Hablaba
de aquellos abismos de dolor inmenso
en que se han hundido unas cuantas almas.
Y cuando lloraba llanto silencioso
la primera hermana,
ella sonreía, ella sonreía
y callaba. . .
De aquellas sonrisas
y de aquellas lágrimas
yo nunca he podido saber cuáles eran
más amargas. . .

Eran dos hermanas,
eran dos hermanas tristes
y pálidas. . .

Poema eran dos hermanas de Enrique González Martínez con fondo de libro

Idea Vilariño

los orientales

-- de Idea Vilariño --

De todas partes vienen,
sangre y coraje,
para salvar su suelo
los orientales;
vienen de las cuchillas,
con lanza y sable,
entre las hierbas brotan
los orientales.

Salen de los poblados,
del monte salen,
en cada esquina esperan
los orientales.

Porque dejaron sus vidas,
sus amigos y sus bienes,
porque es más querida
la libertad que no tienen,
porque es ajena la tierra
y la libertad ajena
y porque siempre los pueblos
saben romper sus cadenas.

Eran diez, eran veinte,
eran cincuenta,
eran mil, eran miles,
ya no se cuentan.

Rebeldes y valientes
se van marchando,
las cosas que más quieren
abandonando.

Como un viento que arrasa
van arrasando,
como un agua que limpia
vienen limpiando.

Porque dejaron sus vidas...

Poema los orientales de Idea Vilariño con fondo de libro

Arturo Borja

A Misteria

-- de Arturo Borja --

¡Oh, cómo te miraban las tinieblas,
cuando ciñendo el nudo de tu abrazo
a mi garganta, mientras yo espoleaba
el formidable ijar de aquel caballo,
cruzábamos la selva temblorosa
llevando nuestro horror bajo los astros!
Era una selva larga, toda negra:
la selva dolorosa cuyos gajos
echaban sangre al golpe de las hachas,
como los miembros de un molusco extraño.
Era una selva larga, toda triste,
y en sus sombras reinaba nuestro espanto.
El espumante potro galopaba
mojando de sudor su cansancio,
y ya hacía mil años que corría
por aquel bosque lúgubre. ¡Mil años!
Y aquel bosque era largo, largo y triste,
y en sus sombras reinaba nuestro espanto.
Y era tu abrazo como un nudo de horca
y eran glaciales témpanos tus labios,
y eran agrios alambres mis tendones,
y eran zarpas retráctiles mis manos,
y era el enorme potro un viento negro
furioso en su carrera de mil años.

Caímos a un abismo tan profundo
que allí no había Dios: montes lejanos
levantaban sus cúspides, casqueadas
de nieve, bajo el brillo de los astros,

references

Poema A Misteria de Arturo Borja con fondo de libro

Jaime Sabines

tlaltelolco - ni siquiera los asesinos

-- de Jaime Sabines --

Ni siquiera los asesinos,
ni siquiera el criminal.
(Ciertamente, ya llegó a la historia
este hombre pequeño por todas partes,
incapaz de todo menos del rencor.)

Tlaltelolco será mencionado en los años que vienen
como hoy hablamos de río blanco y cananea,
pero esto fue peor,
aquí han matado al pueblo;
no eran obreros parapetados en la huelga,
eran mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos de quince años,
una muchacha que iba al cine,
una criatura en el vientre de su madre,
todos barridos, certeramente acribillados
por la metralla del orden y justicia social.

A los tres días, el ejército era la víctima de los desalmados,
y el pueblo se aprestaba jubiloso
a celebrar las olimpiadas, que darían gloria a méxico.



Pedro Salinas

versos 2089 a 2123

-- de Pedro Salinas --

Versos 2089 a 2123
tú no las puedes ver;
yo, sí.
Claras, redondas, tibias.
Despacio
se van a su destino;
despacio, por marcharse
más tarde de tu carne.
Se van a nada; son
eso no más, su curso.
Y una huella, a lo largo,
que se borra en seguida.
¿Astros?

no las puedes besar.
Las beso yo por ti.
Saben; tienen sabor
a los zumos del mundo.
¡Qué gusto negro y denso
a tierra, a sol, a mar!
se quedan un momento
en el beso, indecisas
entre tu carne fría
y mis labios; por fin
las arranco. Y no sé
si es que eran para mí.
Porque yo no sé nada.
¿Son estrellas, son signos,
son condenas o auroras?
ni en mirar ni en besar
aprendí lo que eran.
Lo que quieren se queda
allá atrás, todo incógnito.
Y su nombre también.
(Si las llamara lágrimas,
nadie me entendería.)



Antonio Machado

Parergon

-- de Antonio Machado --

Los ojos
I
Cuando murió su amada
pensó en hacerse viejo
en la mansión cerrada,
solo, con su memoria y el espejo
donde ella se miraba un claro día.
Como el oro en el arca del avaro,
pensó que no guardaría
todo un ayer en el espejo claro.
Ya el tiempo para él no correría.
II
Mas, pasado el primer aniversario,
¿Cómo eran —preguntó—, pardos o negros,
sus ojos? ¿Glaucos?... ¿Grises?
¿Cómo eran, ¡Santo Dios!, que no recuerdo?...
III
Salió a la calle un día
de primavera, y paseó en silencio
su doble luto, el corazón cerrado...
De una ventana en el sombrío hueco
vio unos ojos brillar. Bajó los suyos
y siguió su camino... ¡Como ésos!



Antonio Machado

Daba el reloj las doce... y eran doce

-- de Antonio Machado --

Daba el reloj las doce... Y eran doce
golpes de azada en tierra...
— ¡Mi hora! ...—Grité. El silencio
me respondió: —No temas;
tú no verás caer la última gota
que en la clepsidra tiembla.
Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja,
y encontrarás una mañana pura
amarrada tu barca a otra ribera.



Antonio Machado

Eran ayer mis dolores

-- de Antonio Machado --

Eran ayer mis dolores
como gusanos de seda
que iban labrando capullos;
hoy son mariposas negras.
¡De cuántas flores amargas
he sacado blanca cera!
¡Oh tiempo en que mis pesares
trabajaban como abejas!
Hoy son como avenas locas,
o cizaña en sementera,
como tizón en espiga,
como carcoma en madera.
¡Oh tiempo en que mis dolores
tenían lágrimas buenas,
y eran como agua de noria
que va regando una huerta!
Hoy son agua de torrente
que arranca el limo a la tierra.
Dolores que ayer hicieron
de mi corazón colmena,
hoy tratan mi corazón
como a una muralla vieja:
quieren derribarlo, y pronto,
al golpe de la piqueta.



Mario Benedetti

apenas y a penas

-- de Mario Benedetti --

Pensó
ojalá que no
pero esta vez acaso sea la última.
Con el deseo más tierno que otras noches
tentó las piernas de la mujer nueva
que afortunadamente no eran de carrara
posó toda su palma sobre la hierbabuena
y sintió que su mano agradecía
viajó moroso y sabio por el vientre
se conmovió con valles y colinas
se demoró en el flanco y su hondonada
que siempre era su premio bienvenido
anduvo por los pechos eligiendo al azar
y allí se quedó un rato descifrando
con el pulgar y el índice reconoció los labios
que afortunadamente no eran de coral
y deslizó una mano por debajo del cuello
que afortunadamente no era de alabastro.
Pensó
ojalá que no
pero puede ser la última.
Y si después de todo
es la última vez.
Entonces cómo cómo haré mañana
de donde sacaré la fuerza y el olvido
para tomar distancia de esta orografía
de esta comarca en paz
de esta patria ganada
apenas y a penas
a tiempo y a dulzura
a ráfagas de amor.



Medardo Ángel Silva

Reminiscencia siglo XVIII

-- de Medardo Ángel Silva --

Vaga el olor por la antigua vereda,
donde marmóreo Sileno retoza,
del dieciochesco vestido de seda
en la ducal y dorada carroza.

Erán Trianón y la Arcadia —artificio
que hizo más suaves las ásperas horas—
el pastorial y bucólico vicio
de las divinas marquesas pastoras.

Eran los iris, las joyas temblantes
y las espumas de los surtidores:
la sombra azul en los kioskos galantes
y el sonreír de los lindos Amores.

Eran los mórbidos brazos de lira,
inclinaciones de blancas pelucas
y Pompadour y la cruel Lindamira
y los lunares en las rubias nucas.

Ardiente roce de la mano cauta
y acariciante boca diminuta...
Era el idilio al sonar de la flauta
del verde fauno de la barba hirsuta...

¡Oh, siglo lindo! —amarilla viñeta,
rasos, perfumes, risas, terciopelos,—
que tuvo un viejo y galante poeta:
Pablo Verlaine que se encuentra en los cielos.



Nicolás Guillén

fusilamiento

-- de Nicolás Guillén --

Fusilamiento
van a fusilar
a un hombre que tiene los brazos atados.
Hay cuatro soldados
para disparar.
Son cuatro soldados
callados,
que están amarrados,
lo mismo que el hombre amarrado que van
a matar.
¿Puedes escapar?
¡no puedo correr!
¡ya van a tirar!
¡qué vamos a hacer!
quizá los rifles no estén cargados...
¡Seis balas tienen de fiero plomo!
¡quizá no tiren esos soldados!
¡eres un tonto de tomo y lomo!
tiraron.
(¿Cómo fue que pudieron tirar?)
mataron.
(¿Cómo fue que pudieron matar?)
eran cuatro soldados
callados,
y les hizo una seña, bajando su sable,
un señor oficial;
eran cuatro soldados
atados,
lo mismo que el hombre que fueron
los cuatro a matar.



Juan Ramón Jiménez

mensajera de la estación total

-- de Juan Ramón Jiménez --

Todas las frutas eran de su cuerpo,
las flores todas, de su alma.
Y venía, y venía
entre las hojas verdes, rojas, cobres,
por los caminos todos
de cuyo fin con árboles desnudos
pasados en su fin a otro verdor,
ella había salido
y eran su casa llena natural.
¿Y a qué venía, a qué venía?
venía sólo a no acabar,
a perseguir en sí toda la luz,
a iluminar en sí toda la vida
con forma verdadera y suficiente.
Era lo elemental más apretado
en redondez esbelta y elejida:
agua y fuego con tierra y aire,
cinta ideal de suma gracia,
combinación y metamórfosis.
Espejo de iris májico de sí,
que viese lo de fuera desde fuera
y desde dentro lo de dentro;
la delicada y fuerte realidad
de la imajen completa.
Mensajera de la estación total,
todo se hacía vista en ella.
(Mensajera,
¡qué gloria ver para verse a sí mismo,
en sí mismo,
en uno mismo,
en una misma,
la gloria que proviene de nosotros!)
ella era esa gloria ¡y lo veía!
todo, volver a ella sola,
solo, salir toda de ella.
(Mensajera,
tú existías. Y lo sabía yo.)



Alberti

EN EL DÍA DE SU MUERTE A MANO ARMADA

-- de Alberti --

Decidme de una vez si no fue alegre todo aquello
5 x 5 entonces no eran todavía 25
ni el alba había pensado en la negra existencia de los malos cuchillos.
Yo te juro a la luna no ser cocinero,
tú me juras a la luna no ser cocinera,
él nos jura a la luna no ser siquiera humo de tan tristísima cocina.
¿Quién ha muerto?
La oca está arrepentida de ser pato,
el gorrión de ser profesor de lengua china,
el gallo de ser hombre,
yo de tener talento y admirar lo desgraciada
que suele ser en el invierno la suela de un zapato.
A una reina se le ha perdido su corona,
a un presidente de república su sombrero,
a mí...
Creo que a mí no se me ha perdido nada,
que a mí nunca se me ha perdido nada,
que a mí...
¿Qué quiere decir buenos días?



Alfonsina Storni

Peso ancestral

-- de Alfonsina Storni --

Tu me dijiste: no lloró mi padre;
Tú me dijiste: no lloró mi abuelo;
No han llorado los hombres de mi raza,
Eran de acero.

Así diciendo te brotó una lágrima
Y me cayó en la boca... Más veneno
Yo no he bebido nunca en otro vaso
Así pequeño.

Débil mujer, pobre mujer que entiende,
Dolor de siglos conocí al beberlo;
Oh, el alma mía soportar no puede
Todo su peso.



Amado Nervo

eso me basta

-- de Amado Nervo --

Este libro tiene muchos precedentes¹,
tantos como gentes
habrán sollozado
por un bien amado,
desaparecido,
por un gran amor extinguido.
Tal vez muchos otros lloraron mejor
su dolor que yo mi inmenso dolor,
quizá (como eran poetas mayores)
había en sus lágrimas muchos más fulgores...
Yo en mis tristes rimas no pretendo nada:
para mí es bastante
con que mi adorada
para siempre ida,
detrás de mi hombro las lea anhelante
y diga: este sí que es un buen amante
que nunca me olvida .



Amado Nervo

vii. ¡cómo será!

-- de Amado Nervo --

Si en el mundo fue tan bella,
¿cómo será en esa estrella
donde está?
¡cómo será!
si en esta prisión obscura,
en que más bien se adivina
que se palpa la hermosura,
fue tan peregrina,
¡cuán peregrina será
en el más allá!
si de tal suerte me quiso
aquí, cómo me querrá
en el azul paraíso
en donde mora quizá?
¡cómo me querrá!
si sus besos eran tales
en vida, ¡cómo serán
sus besos espirituales!
¡qué delicias inmortales
no darán!
sus labios inmateriales,
¡cómo besarán!
siempre que medito en esa
dicha que alcanzar espero,
clamo, cual santa teresa,
que muero porque no muero:
hallo la vida muy tarda
y digo: ¿cómo será
la ventura que me aguarda
donde ella está?
¡cómo será!



Lope de Vega

Cuando por este margen solitario

-- de Lope de Vega --

Cuando por este margen solitario
villano agricultor os trasponía,
verdes olmos, apenas yo sabía
qué fuese honesto bien, ni mal contrario.

Treinta veces el sol al Sagitario,
saliendo de la casa húmeda y fría
del Escorpión, tocó, desde aquel día,
curso inmortal de su camino vario.

Crecisteis y crecí; vuestra belleza
fue mi edad verde, como ya a mis años
espejo vuestra rígida corteza.

Los dos sin frutos vemos sus engaños;
mas ¡ay, que no eran en vos naturaleza!
Perdí mi tiempo, lloraré mis daños.



Lope de Vega

Si de la muerte rigurosa y fiera

-- de Lope de Vega --

Si de la muerte rigurosa y fiera
principios son la sequedad y el frío,
mi duro corazón, el hielo mío
indicios eran que temer pudiera
Mas si la vida conservarse espera
en el calor y humidad, formen un río
mis ojos que a tu mar piadoso envío,
divino autor de la suprema esfera
Calor dará mi amor, agua mi llanto,
huya la sequedad, déjeme el hielo,
que de la vida me apartaron tanto.
Y tú, que sabes ya mi ardiente celo,
dame los rayos de tu fuego santo
y los cristales de tu santo cielo.



Góngora

Duélete de esa puente, Manzanares

-- de Góngora --

Duélete de esa puente, Manzanares;
mira que dice por ahí la gente,
que no eres río para media puente,
y que ella es puente para muchos mares.

Hoy, arrogante, te ha brotado a pares
húmedas crestas tu soberbia frente,
y ayer me dijo humilde tu corriente
que eran en marzo los caniculares.

Por el alma de aquel que ha pretendido
con cuatro onzas de agua de chicoria
purgar la villa y darte lo purgado,

me dí ¿cómo has menguado y has crecido?,
¿cómo ayer te vi en pena, y hoy en gloria?
—Bebióme un asno ayer, y hoy me ha meado.



Líber Falco

Una noche en Malvín

-- de Líber Falco --

Brotando lenta, apacible y lenta,
nacida de las cosas, como un milagro sin prisa
la noche se estaba ahí, puesta.

Era un milagro la noche, y era blanca.
Las cosas todas eran blancas
y blancas eras las casas de los hombres.

Cerca, el mar estaba ausente.
Y por las calles de Malvín
los amigos cantaban:
–"El ejército del pueblo
una tarde cruzó el río".

Era blanca la noche,
era muy blanca.

Hacia abajo, por las calles, yelo,
niebla blanca. Pequeños, inmensos,
desvaídos como en un sueño,
los que cantaban, cantan.

Oh! canto libre. Vienes secreto
mientras la noche esplende
fija, total, definitiva
como una enorme rosa blanca.



Manuel del Palacio

La guerra de dos pueblos

-- de Manuel del Palacio --

Eran ayer hermanos: de la ciencia
Los dos propagadores se llamaban,
Y la industria y el arte cultivaban
Felices en la paz y la opulencia.
Un hombre, en hora de fatal demencia
Irritó sus pasiones que callaban,
Y hoy con mares de sangre quizá lavan
El impuro borron de su conciencia.
¡Madres! Mañana al despuntar la aurora
No busqueis del hogar en los confines
Al que vuestras venturas atesora.
¿El eco no escuchais de los clarines?
¡Tras ellos va la furia asoladora
De esta maldita raza de Caínes!



Manuel del Palacio

Los diamantes de la corona

-- de Manuel del Palacio --

Que hubo en Palacio joyas es sabido,
Y aun se sabe también que eran muy bellas:
Solamente se ignora qué fué de ellas,
Pues, como ustedes saben, se han perdido.

Quién dice que Isabel las ha vendido,
Quién que se las llevó Pepe Botellas,
Quién que las han limpiado las doncellas,
Quién que al partir las empeñó el marido.

En esta confusión pasan las horas,
Crecen las dudas, los insultos crecen,
Hablan de honor cien voces seductoras,

Y al fin ¿qué resultado nos ofrecen?
Que hay muchos caballeros y señoras,
Pero que las alhajas no parecen.



Jorge Guillén

las doce en el reloj

-- de Jorge Guillén --

Dije: todo ya pleno.
Un álamo vibró.
Las hojas plateadas
sonaron con amor.
Los verdes eran grises,
el amor era sol.
Entonces, mediodía,
un pájaro sumió
su cantar en el viento
con tal adoración
que se sintió cantada
bajo el viento la flor
crecida entre las mieses,
más altas. Era yo,
centro en aquel instante
de tanto alrededor,
quien lo veía todo
completo para un dios.
Dije: todo, completo.
¡Las doce en el reloj!



Jorge Isaacs

Las flores de la hija de caro en el bazar de los pobres

-- de Jorge Isaacs --

Eran como las que haces, esas flores
Que en ignoradas vegas recogía,
Para ufana ceñir la frente mía,
La púdica deidad de mis amores.

Esas que de sus bucles temporales
Caer dejaba, cuando huir fingía
De mis halagos en la selva umbría,
Tuvieron de las tuyas los colores.

Aun en mis sueños el aroma aspiro
De las que ajó mi labio enamorado...
¿Por qué las tuyas reverente miro?

Desprecia el indigente las del prado,
Desdeña aquellas que en tu huerto admiro:
¡Por eso flores para el pobre has criado!



Jorge Luis Borges

elegía*

-- de Jorge Luis Borges --

Tres antiguas caras me desvelan:
una el océano, que habló con claudio,
otra el norte de aceros ignorantes
y atroces en la aurora y el ocaso,
la tercera la muerte, ese otro nombre
del insaciado tiempo que nos roe.
La carga secular de los ayeres
de la historia que fue o que fue soñada
me abruma, personal como una culpa.
Pienso en la nave ufana que devuelve
a los mares el cuerpo de scyld sceaving
que reinó en dinamarca bajo el cielo;
pienso en el alto lobo, cuyas riendas
eran sierpes, que dio al barco encendido
la blancura del dios hermoso y muerto;
pienso en piratas cuya carne humana
es dispersión y limo bajo el peso
de los mares errantes que ultrajaron.
Pienso en mi propia, en mi perfecta muerte,
sin la urna, la lápida y la lágrima.
* Scyld es el rey de dinamarca cuyo destino canta el exordio de la gesta de beowulf. El dios hermoso y muertoes baldr, cuyos sueños premonitorios y cuyo fin están en las eddas



César Vallejo

al fin, un monte

-- de César Vallejo --

Al fin, un monte
detrás de la bajura; al fin, humeante nimbo
alrededor, durante un rostro fijo.
Monte en honor del pozo,
sobre filones de gratuita plata de oro.
Es la franja a que arrástranse.
Seguras de sus tonos de verano,
las que eran largas válvulas difuntas;
el taciturno marco de este arranque
natural, de este augusto zapatazo,
de esta piel, de este intrínseco destello
digital, en que estoy entero, lúbrico.
Quehaceres en un pie, mecha de azufre,
oro de plata y plata hecha de plata
y mi muerte, mi hondura, mi colina.
¡Pasar
abrazado a mis brazos,
destaparme después o antes del corcho!
monte que tántas veces manara
oración, prosa fluvial de llanas lágrimas;
monte bajo, compuesto de suplicantes gradas
y, más allá, de torrenciales torres;
niebla entre el día y el alcohol del día,
caro verdor de coles, tibios asnos
complementarios, palos y maderas;
filones de gratuita plata de oro.



César Vallejo

oh botella sin vino! ¡oh vino que enviudó de esta botella

-- de César Vallejo --

¡oh botella sin vino! ¡oh vino que enviudó de estabotella!
tarde cuando la aurora de la tarde
flameó funestamente en cinco espíritus.
Viudez sin pan ni mugre, rematando en horrendos metaloides
y en células orales acabando.
¡Oh siempre, nunca dar con el jamás de tántosiempre!
¡oh mis buenos amigos, cruel falacia,
parcial, penetrativa en nuestro trunco,
volátil, jugarino desconsuelo!
¡sublime, baja perfección del cerdo,
palpa mi general melancolía!
¡zuela sonante en sueños,
zuela
zafia, inferior, vendida, lícita, ladrona,
baja y palpa lo que eran mis ideas!
tú y él y ellos y todos,
sin embargo,
entraron a la vez en mi camisa,
en los hombros madera, entre los fémures, palillos;
tú particularmente,
habiéndome influido;
él, fútil, colorado, con dinero
y ellos, zánganos de ala de otro peso.
¡Oh botella sin vino! ¡oh vino que enviudó de estabotella!



César Vallejo

piensan los viejos asnos

-- de César Vallejo --

Ahora vestiríame
de músico por verle,
chocaría con su alma, sobándole el destino con mi mano,
le dejaría tranquilo, ya que es un alma a pausas,
en fin, le dejaría
posiblemente muerto sobre su cuerpo muerto.
Podría hoy dilatarse en este frío,
podría toser; le vi bostezar, duplicándose en mioído
su aciago movimiento muscular.
Tal me refiero a un hombre, a su placa positiva
y, ¿por qué nó? a su boldo ejecutante,
aquel horrible filamento lujoso;
a su bastón con puño de plata con perrito,
y a los niños
que él dijo eran sus fúnebres cuñados.
Por eso vestiríame hoy de músico,
chocaría con su alma que quedóse mirando a mi materia...
¡Mas ya nunca veréle afeitándose al pie de sumañana;
ya nunca, ya jamás, ya para qué!
¡hay que ver! ¡qué cosa cosa!
¡qué jamás de jamases su jamás!



César Vallejo

Impía

-- de César Vallejo --

Señor! Estabas tras los cristales
humano y triste de atardecer;
y cuál lloraba tus funerales
esa mujer!

Sus ojos eran el jueves santo,
dos negros granos de amarga luz!
Con duras gotas de sangre y llanto
clavó tu cruz!

Impía! Desde que tú partiste,
Señor, no ha ido nunca al Jordán,
en rojas aguas su piel desviste,
y al vil judío le vende pan!



Dolores Veintimilla

Quejas (Veintimilla)

-- de Dolores Veintimilla --

¡Y amarle pude....Al sol de la existencia
Se abría apenas soñadora el alma.....
Perdió mi pobre corazón su calma
Desde el fatal instante en que le hallé.
Sus palabras sonaron en mi oído
Como música blanda y deliciosa;
Subió a mi rostro el tinte de la rosa;
Como la hoja en el árbol vacilé.

Su imagen en el sueño me acosaba
Siempre halagüeña, siempre enamorada:
Mil veces sorprendiste, madre amada,
En mi boca un suspiro abrasador;
Y era él quien arrancaba de mi pecho,
El, la fascinación de mis sentidos;
El, ideal de mis sueños más queridos;
El, mi primero, mi ferviente amor.

Sin él, para mí, el campo placentero
En vez de flores me obsequiaba abrojos:
Sin él eran sombríos a mis ojos
Del sol los rayos en el mes de abril.
Vivía de su vida aprisionada;
Era el centro de mi alma el amor suyo;
Era mi aspiración, era mi orgullo....
¿Por qué tan presto me olvidaba el vil?



Dulce María Loynaz

tierra cansada

-- de Dulce María Loynaz --

La tierra se va cansando,
la rosa no huele a rosa.
La tierra se va cansando
de entibiar semillas rotas,
y el cansando de la tierra
sube en la flor que deshoja
el viento... Y allí, en el viento
se queda...

La mariposa
volará toda una tarde
para reunir una gota
de miel...

Ya no son las frutas
tan dulces como eran otras...
Las canas enjutas hacen
azúcar flojo... Y la poca
uva, vino que no alegra...
La rosa no huele a rosa.
La tierra se va cansando
de la raíz a las hojas,
la tierra se va cansando.
(Rosa, rosita de aromas...,
La de la virgen de mayo,
la de mi blanca corona...
¿Que viento la deshojo?)
¡me duele el alma de sola!...

(La virgen se qued6 arriba
toda cubierta de rosas...)

¡No me esperes si me esperas,
rosa mas linda que todas!...

La tierra se va cansando...
El corazón quiere sombra...



Emilio Bobadilla

Flandes

-- de Emilio Bobadilla --

Llanuras jugosas, verdes, maternales;
cortadas en línea recta por canales;
tranquilas aldeas, tapias conventuales;
ruidosas kermeses, que eran bacanales:

besos, tamboriles, risas y cerveza...
Procesiones rústicas en que el pueblo reza;
fúlgidos hogares de insólita limpieza,
primitivos cuadros de sin par belleza...

Y ahora son eriales tus campos fecundos,
sembrados de muertos y de moribundos,
o de hambrientos seres, locos o errabundos...

Ahora todo es lágrimas, ruinas numantinas,
en que ya no vienen ni las golondrinas,
que anidar no quieren entre tantas ruinas.



Enrique González Martínez

¿te acueras de la tarde...

-- de Enrique González Martínez --

¿te acuerdas de la tarde en que vieron mis ojos
de la vida profunda el alma de cristal? . . .
Yo amaba solamente los crepúsculos rojos,
las nubes y los campos, la ribera y el mar. . .

Mis ojos eran hechos para formas sensibles;
me embriagaba la línea, adoraba el color;
apartaba mi espíritu de sueños imposibles,
desdeñaba las sombras enemigas del sol.

Del jardín me atraían el jazmín y la rosa
(la sangre de la rosa, la nieve del jazmín)
sin saber que a mi lado pasaba temblorosa,
hablándome en secreto, el alma del jardín.

Halagaban mi oído las voces de las aves,
la balada del viento, el canto del pastor,
y yo formaba coro con las notas suaves,
y enmudecían ellas y enmudecía yo. . .

Jamás seguir lograba el fugitivo rastro
de lo que ya no existe, de lo que ya se fue. . .
Al fenecer la nota, al apagarse el astro,
¡oh sombras, oh silencio, dormitabais también!

¿te acuerdas de la tarde en que vieron mis ojos
de la vida profunda el alma de cristal?
yo amaba solamente los crepúsculos rojos,
las nubes y los campos, la ribera y el mar. . .



Octavio Paz

el pájaro

-- de Octavio Paz --

En el silencio transparente
el día reposaba:
la transparencia del espacio
era la transparencia del silencio.
La inmóvil luz del cielo sosegaba
el crecimiento de las yerbas.
Los bichos de la tierra, entre las piedras,
bajo la luz idéntica, eran piedras.
El tiempo en el minuto se saciaba.
En la quietud absorta
se consumaba el mediodía.
Y un pájaro cantó, delgada flecha.
Pecho de plata herido vibró el cielo,
se movieron las hojas,
las yerbas despertaron...
Y sentí que la muerte era una flecha
que no se sabe quién dispara
y en un abrir los ojos nos morimos.



Pablo Neruda

y qué palpitaba en la noche

-- de Pablo Neruda --

Y qué palpitaba en la noche?
eran planetas o herraduras?
debo escoger esta mañana
entre el mar desnudo y el cielo?
y por qué el cielo está vestido
tan temprano con sus neblinas?
qué me esperaba en isla negra?
la verdad verde o el decoro?



Pablo Neruda

soneto xc cien sonetos de amor (1959) noche

-- de Pablo Neruda --

Soneto xc
pensé morir, sentí de cerca el frío,
y de cuanto viví sólo a ti te dejaba:
tu boca eran mi día y mi noche terrestres
y tu piel la república fundada por mis besos.
En ese instante se terminaron los libros,
la amistad, los tesoros sin tregua acumulados,
la casa transparente que tú y yo construimos:
todo dejó de ser, menos tus ojos.
Porque el amor, mientras la vida nos acosa,
es simplemente una ola alta sobre las olas,
pero ay cuando la muerte viene a tocar a la puerta
hay sólo tu mirada para tanto vacío,
sólo tu claridad para no seguir siendo,
sólo tu amor para cerrar la sombra.



Pablo Neruda

cuánto medía el pulpo negro

-- de Pablo Neruda --

Cuánto medía el pulpo negro
que oscureció la paz del día?
eran de hierro sus ramales
y de fuego muerto sus ojos?
y la ballena tricolor
por qué me atajó en el camino?



Pedro Calderón de la Barca

Décimas a San Isidro

-- de Pedro Calderón de la Barca --

Ya el trono de luz regía
el luminoso farol,
el fénix del cielo, el sol,
cuya edad es sólo un día.
Ya desde la tumba fría
en su fuego vuelve a ser
hoy lo mismo que era ayer;
que, si en todo es de sentir
que nace para morir,
él muere para nacer.

Veloz la vida se quita,
con que más gloria se adquiere,
pues cuando en el agua muere,
en el fuego resucita.
Las aves, a quien incita
la luz de sus resplandores,
cantando dulces amores,
eran, con belleza suma,
al campo flores de pluma
cuando al viento aves de flores.

Entre las rosas cantaban
y el aura que las movía
solamente conocía
por aves las que las volaban.
Todas a Isidro esperaban,
cuando el labrador dichoso
se quedaba perezoso
de su trabajo olvidado:
¿quién vio vicioso al cuidado
y al descuido virtuoso?

Antes de labrar el suelo
(¡oh tardanza de amor llena!)
en la Virgen de Almudena
labraba piadoso el cielo;
y como su santo celo
en el sol le suspendía
de la celestial María,
divertido, no pensaba;
como siempre, al sol miraba,
que pudo pasarse el día.



José María Hinojosa

ya no me besas

-- de José María Hinojosa --

Un viento inesperado hizo vibrar las puertas
y nuestros labios eran de cristal en la noche
empapados en sangre dejada por los besos
de las bocas perdidas en medio de los bosques.
El fuego calcinaba nuestros labios de piedra
y su ceniza roja cegaba nuestros ojos
llenos de indiferencia entre cuatro murallas
amasadas con cráneos y arena de los trópicos.
Aquella fue la última vez que nos encontramos,
llevabas la cabeza de pájaros florida
y de flores de almendro las sienes recubiertas
entre lenguas de fuego y voces doloridas.
El rumbo de los barcos era desconocido
y el de las caravanas que van por el desierto
dejando sólo un rastro sobre el agua y la arena
de mástiles heridos y de huesos sangrientos.
Aquella fue la última noche que nuestros labios
de cristal y de sangre unieron nuestro aliento
mientras la libertad desplegaba sus alas
de nuestra nuca herida por el último beso.



José María Hinojosa

sse

-- de José María Hinojosa --

He perdido
la memoria de los siglos;
sólo conservo alientos
de papiros añejos.
Y tengo la nostalgia de mí mismo
de cuando sabios eran mis consejos,
del tiempo en que mi olor
no era el de museo.
No puedo resistir
ver correr de mis ojos
arenales de lágrimas
formados por escombros.
Yo perdí la noción del calendario
y de días microbios,
pero continuaré mi papel de hierático,
con sonrisa de insomnio,
en este film inacabado.
Mi voz, mi signo indescifrado,
no lo busquéis en el presente,
buscadlo en el pasado.



José María Hinojosa

canción

-- de José María Hinojosa --

Bogaba por alta mar
un marinero en su barca,
velas eran sus deseos,
y su pensamiento, el viento.
Si yo fuera marinero
sólo tendría en mi pecho
una hélice y un remo.
Como marinero no soy,
cuando me embarque en el mar
sólo llevaré el recuerdo
del ritmo de los remeros.



José Ángel Buesa

el extranjero

-- de José Ángel Buesa --

«mirad: un extranjero...» Yo los reconocía,
siendo niño, en las calles por su no sé que ausente.
Y era una extraña mezcla de susto y de alegría
pensar que eran distintos al resto de la gente.
Después crecí, soñando, sobre los libros viejos;
corrí, de mapa en mapa, frenéticos azares,
y al despertar, a veces, para viajar más lejos,
inventaba a mi antojo más tierras y más mares.
Entonces yo envidiaba, melancólicamente,
a aquellos que se iban de verdad, en navíos
de gordas chimeneas y casco reluciente,
no en viajes ilusorios como los viajes míos.
Y hoy, que quizás es tarde, con los cabellos grises,
emprendo, como tantos, el viaje verdadero;
y escucho que los niños de remotos países
murmuran al mirarme: «mirad: un extranjero...»



José Ángel Buesa

el clavel seco

-- de José Ángel Buesa --

Como el clavel del patio estaba seco,
yo, entristecido por sus tristes males,
bajé al jardín para cavar un hueco,
en buena sombra entre dos rosales.
Y eran rosales cerca, gajo a gajo
en una cercanía indiferente,
pero al cavar un poco, vi allá abajo
sus raíces trenzadas locamente.
Así, esta tarde, descubrí el secreto
de un cariño verdadero, hondo y discreto,
transplantando un clavel que se secó.
Y, en nuestra indiferente cercanía,
qué loco ensueño se descubriría
si alguien cavara un hueco entre tú y yo.



Félix María Samaniego

Las beatas

-- de Félix María Samaniego --

Madre e hija con su manto

devotas al templo vienen,

no eran aquellas que tienen

devoción con algún santo.

La madre al divino canto

atiende, y cuando el tenor

¿computas —dijo— al cantar?

exclamó: - Mi dicha es fija,

mira que nos llaman, hija,

vamos al altar mayor.



Gabriela Mistral

ronda de los colores

-- de Gabriela Mistral --

Del lino en rama y en flor.
Mareando de oleadas
baila el lindo azuleador.
Cuando el azul se deshoja,
sigue el verde danzador:
verde-trébol, verde-oliva
y el gayo verde-limón.
¡Vaya hermosura!
¡vaya el color!
rojo manso y rojo bravo
rosa y clavel reventón.
Cuando los verdes se rinden,
él salta como un campeón.
Bailan uno tras el otro,
no se sabe cuál mejor,
y los rojos bailan tanto
que se queman en su ardor.
¡Vaya locura!
¡vaya el color!
el amarillo se viene
grande y lleno de fervor
y le abren paso todos
como viendo a agamenón.
A lo humano y lo divino
baila el santo resplandor:
aromas gajos dorados
y el azafrán volador.
¡Vaya delirio!
¡vaya el color!
y por fin se van siguiendo
al pavo-real del sol,
que los recoge y los lleva
como un padre o un ladrón.
Mano a mano con nosotros
todos eran, ya no son:
¡el cuento del mundo muere
al morir el contador!



Gaspar María de Nava Álvarez

A una mujer entrada ya en edad

-- de Gaspar María de Nava Álvarez --

Esa cabeza erguida y orgullosa,
ese ademán altivo y lengua vana
eran muy buenos en la edad lozana
cuando el jazmín reinaba con la rosa.

Ahora amarillez, ruga enojosa
invaden tu belleza soberana
y en tus ralos cabellos ya la cana
ejercen su potencia rigurosa.

¡Mira cómo dejaron tu semblante
las voraces viruelas! ¡cuál los dientes
negrean por los males y los años!

Mírate en el espejo un solo instante
y dime si tus modos insolentes
me harán fuerza con tantos desengaños.



Gerardo Diego

madrigal

-- de Gerardo Diego --

Madrigal
a juan ramón jiménez
estabas en el agua
estabas que yo te vi
todas las ciudades
lloraban por ti
las ciudades desnudas
balando como bestias en manada
a tu paso
las palabras eran gestos
como estos que ahora te ofrezco
creían poseerte
porque sabían teclear en tu abanico
pero
no

no estabas allí
estabas en el agua
que yo te vi



Gutierre de Cetina

para ver si sus ojos eran cuales

-- de Gutierre de Cetina --

La fama entre pastores extendía,
en una fuente los miraba un día
dórida, y dice así, viéndolos tales:
«ojos, cuya beldad entre mortales
hace inmortal la hermosura mía,
¿cuáles bienes el mundo perdería
que a los males que dais fuesen iguales?
»tenía, antes de os ver, por atrevidos,
por locos temerarios los pastores
que se osaban llamar vuestros vencidos;
»mas hora viendo en vos tantos primores,
por más locos los tengo y perdidos
los que os vieron si no mueren de amores».



Gutierre de Cetina

mientra con gran terror por cada parte

-- de Gutierre de Cetina --

De roma ardían las moradas bellas,
mientra que con el humo a las estrellas
subía el clamor del gran pueblo de marte,
alegre está nerón, subido en parte
do viendo el fuego, oía las querellas,
mirando entre las llamas cuáles de ellas
eran mayores, do su furia harte.
Así del alma mía la que gobierna
mi vida, mira el fuego, escucha el llanto
y tiene el mayor mal por mayor juego;
y, a guisa de nerón, se alegra tanto
cuanto más viendo en mí durar el fuego
piensa hacer su crueldad eterna.



Gutierre de Cetina

un año hizo ayer, ya es hoy pasado

-- de Gutierre de Cetina --

¡ay, dios!, ¿por qué lo traigo a la memoria?
que pudiera acabar la triste historia
que hora de nuevo amor ha comenzado.
Tal día como ayer pudo un cuidado
los despojos gozar de su victoria;
pude y no quise asegurar mi gloria
porque pensaba ser asegurado.
Pensé, digo, y fue justo que pensase
quien tales muestras vio, que eran, señora,
afectos, no ficción disimulada.
Tal fue un dar lugar que descansase
esta alma a quien llevar hacéis agora
menos honrosa carga y más pesada.



Hernando de Acuña

Un novillo feroz y un fuerte toro

-- de Hernando de Acuña --

Un novillo feroz y un fuerte toro
lidian delante su becerra amada,
y mirábalos Silvia descuidada,
de gracia y de beldad rico tesoro,

cuando por la ribera un sacro coro
de ninfas ve venir, y en su llegada
fue de ellas mi pastora coronada
de flores, que eran perlas sobre el oro.

Y como el fuerte vencedor furioso
dio alegre fin a la obstinada empresa,
zampoña no quedó que no tocase,

diciendo: «¡Oh bien nacido y venturoso
Silvano, si tu llanto, que no cesa,
con fin tan venturoso se acabase».



Salvador Díaz Mirón

Cleopatra

-- de Salvador Díaz Mirón --

La vi tendida de espaldas
entre púrpura revuelta.
Estaba toda desnuda,
aspirando humo de esencias
en largo tubo, escarchado
de diamantes y de perlas.

Sobre la siniestra mano
apoyada la cabeza;
y como un ojo de tigre,
un ópalo daba en ella
vislumbres de fuego y sangre
el oro de su ancha trenza.

Tenía un pie sobre el otro
y los dos como azucenas;
y cerca de los tobillos
argollas de finas piedras,
y en el vientre un denso triángulo
de rizada y rubia seda.

En un brazo se torcía
como cinta de centellas,
un áspid de filigrana
salpicado de turquesas,
con dos carbunclos por ojos
y un dardo de oro en la lengua.

A menudo suspiraba;
y sus altos pechos eran
cual blanca leche, cuajada
dentro de dos copas griegas,
y en alabastro vertida,
sólida ya, pero aún trémula.

¡Oh! Yo hubiera dado entonces
todos mis lauros de Atenas,
por entrar en esa alcoba
coronado de violetas,
dejando ante los eunucos
mis coturnos a la puerta.



Salvador Novo

tema de amor

-- de Salvador Novo --

Dentro de estos cuatro muros
pretendí ocultar mi dicha:
pero el fruto, pero el aire
¿cómo me los guardaría?

hora mejor que pospuse,
voces que eran para mí,
camino que no elegí
destino que no dispuse;
¡cómo os volvisteis oscuros!
¡qué amargo vuestro sabor
cuando nos encerró mi amor
dentro de estos cuatro muros!

entre tu aurora y mi ocaso
el tiempo desaparecía
y era nuestra y era mía
sangre, labio, vino y vaso.

En perdurar se encapricha
mi sombra junto a tu luz
y bajo negro capuz
pretendí ocultar mi dicha.
Pero el fruto, pero el aire,
pero el tiempo que no fluya,
pero la presencia tuya
fuerte, joven, dulce, grande;
sangre tuya en vena mía,
lazos a instantes maduros,
dentro de estos cuatro muros
cómo me los guardaría?



Vicente Huidobro

paquebot

-- de Vicente Huidobro --

He visto una mujer hermosa
sobre el mar del norte
todas las aguas eran su cabellera
y en su mirada vuelta hacia las playas
un pájaro silbaba
las olas truenan tan roncas
que mis cabellos han caído
recostada sobre la lejanía
su vientre y su pecho no latían
sin embargo sus lágrimas vivían
inclinado sobre mis días
bajo tres soles
miraba allá lejos
el paquebot errante que cortó en dos el horizonte



Andrés Héctor Lerena Acevedo

Aquellos ojos

-- de Andrés Héctor Lerena Acevedo --

Eran aquellos ojos, inmensos y rasgados.
Los conocí hace tiempo, siempre puros e iguales,
quietos, como el ensueño de los claustros sellados.
En las horas de éxtasis vibraban musicales
al igual de esos pozos frescos, de aguas cantantes.
Jamás los vi cerrados. Fijos en los caminos
contemplaban, absortos, el ir de los viandantes
con la ignota indulgencia de los rostros divinos.

Solía verlos, ya tarde, bajo un rayo postrero;
y cuando me miraban, mi alma ardiente y gozosa
se sustraía al frágil tiempo perecedero.
Pero han pasado lustros. La rueca silenciosa
sobre mi adolescencia devanó su telar.
Los antiguos ensueños de mi alcázar interno,
como las naves nómadas que buscan cielo y mar,
se han perdido, uno a uno, rumbo al azul eterno.
Como las naves nómadas, bogan, lejos, remotos...
Sólo del fondo ambiguo de los tiempos vividos
siguen, siempre, mirándome esos ojos devotos
quietos, como la vida de los claustros dormidos!



Antonio Machado

Soñé que tu me llevabas

-- de Antonio Machado --

Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!



Antonio Machado

Sueño infantil

-- de Antonio Machado --

Una clara noche
de fiesta y de luna,
noche de mis sueños,
noche de alegría
—era luz mi alma
que hoy es bruma toda,
no eran mis cabellos
negros todavía—,
el hada más joven
me llevó en sus brazos
a la alegre fiesta
que en la plaza ardía.
So el chisporroteo
de las luminarias,
amor sus madejas
de danzas tejía.
Y en aquella noche
de fiesta y de luna,
noche de mis sueños,
noche de alegría,
el hada más joven
besaba mi frente...
Con su linda mano
su adiós me decía...
Todos los rosales
daban sus aromas,
todos los amores
amor entreabría.



Anónimo

Buen Conde Fernán González...

-- de Anónimo --

-Buen conde Fernán González,
el rey envía por vos,
que vayades a las cortes
que se hacían en León;
que si vos allá vais, conde,
daros han buen galardón:
daros ha a Palenzuela
y a Palencia la mayor,
daros ha a las nueve villas,
con ellas a Carrión,
daros ha a Torquemada,
la torre de Mormojón.
Buen conde, si allá no ides
daros hían por traidor.
Allí respondiera el conde
y dijera esta razón:
-Mensajero eres, amigo,
no mereces culpa, no;
yo no he miedo al rey,
ni a cuantos con él son.
Villas y castillos tengo,
todos a mi mandar son;
de ellos me dejó mi padre,
de ellos me ganara yo;
los que me dejó el mi padre
poblélos de ricos hombres,
las que me ganara yo
poblélas de labradores;
quien no tenía más que un buey
dábale otro, que eran dos,
al que casaba su hija
dole yo muy rico don;
cada día que amanece
por mí hacen oración,
no la hacían por el rey,
que no lo merece, non,
él les puso muchos pechos
y quitáraselos yo.



Anónimo

Por Guadalquivir arriba...

-- de Anónimo --

Por Guadalquivir arriba
cabalgan caminadores,
que, según dicen las gentes,
ellos eran buenos hombres:
ricas aljubas vestidas,
y encima sus albornoces,
capas traen aguaderas,
a guisa de labradores.
Daban cebada de día
y caminaban de noche,
no por miedo de los moros,
mas por las grandes calores.
Por sus jornadas contadas
llegados son a las Cortes;
sálelos a recibir
el rey con sus altos hombres.
-Viejo que venís, el Cid,
viejo venís y florido.
-No de holgar con las mujeres,
mas de andar en tu servicio,
de pelear con el rey Búcar,
rey que es de gran señorío,
de ganarle las sus tierras,
sus villas y sus castillos;
también le gané yo al rey,
el su escaño tornido.



Anónimo

Romance de Fernán d'Arias

-- de Anónimo --

Por aquel postigo viejo
que nunca fuera cerrado,
vi venir pendón bermejo
con trescientos de a caballo;
en medio de los trescientos
viene un monumento armado,
y dentro del monumento
viene un ataúd de palo,
y dentro del ataúd
venía un cuerpo finado.
Que era el de Fernán d'Arias,
hijo de Arias Gonzalo.
Llorábanle cien doncellas,
todas ciento hijosdalgo;
todas eran sus parientas
en tercero y cuarto grado;
las unas le dicen primo,
otras le llaman hermano,
las otras decían tío,
otras lo llaman cuñado.
Sobre todas lo lloraba
aquesa Urraca Hernando.
¡Y cuán bien que la consuela
ese viejo Arias Gonzalo!
-¿Por qué lloráis, mis doncellas?
¿por qué hacéis tan grande llanto?
No lloréis así, señoras,
que no es para llorarlo,
que si un hijo me han muerto,
ahí me quedaban cuatro.
No murió por las tabernas,
ni a las tablas jugando,
mas murió sobre Zamora
vuestra honra resguardando;
murió como caballero
con sus armas peleando.



Anónimo

Romance de Álora la bien cercada

-- de Anónimo --

Álora, la bien cercada,
tú que estás a par del río,
cercote el adelantado
una mañana en domingo,
con peones y hombres de armas
hecho la había un portillo.
Viérades moros y moras
que iban huyendo al castillo;
las moras llevaban ropa,
los moros, harina y trigo.
Por encima del adarve
su pendón llevan tendido.
Allá detras de una almena
quedádose ha un morillo
con una ballesta armada
y en ella puesta un cuadrillo.
Y en altas voces decía
que la gente lo ha oído:
-¡Treguas, tregua, adelantado,
que tuyo se da el castillo!
Alzó la visera arriba,
para ver quié lo había dicho,
apuntáralo a la frente,
salídole ha el colodrillo.
Tómale Pablo de rienda,
de la mano Jacobico,
que eran dos esclavos suyos
que había criado de chicos.
Llévanle a los maestros,
por ver si le dan guarido.
A las primeras palabras
por testamento les dijo
que él a dios se encomendaba
y el alma se le ha salido.



Anónimo

Romance del Maestre de Calatrava

-- de Anónimo --

¡Ay, Dios, qué buen caballero
el Maestre de Calatrava!
¡Qué bien que corre los moros
por la vega de Granada,
dende la puerta de Quiros
hasta la Sierra Nevada!
Trecientos comendadores,
todos de cruz colorada
dende la puerta de Quiros
les va arrojando la lanza.
Las puertas eran de pino,
de banda a banda les pasa:
tres moricos dejó muertos
de los buenos de Granada,
que el uno ha nombre Alanese,
el otro agameser se llama,
el otro ha nombre Gonzalo,
hijo de la renegada.
Sabido lo ha Albayaldos
en un paso que guardaba



Anónimo

Romance del rey don Fernando primero

-- de Anónimo --

Doliente se siente el rey,
este buen rey don Fernando;
los pies tiene hacia el oriente
y la candela en la mano.
A su cabecera tiene
arzobispos y perlados,
a su man derecha tiene
a sus hijos todos cuatro.
Los tres eran de la reina
y el uno era bastardo:
ese que bastardo era
quedaba mejor librado.
Arzobispo es de Toledo,
Maestre de Santiago,
Abad era en Zaragoza,
de las Españas primado.
-Hijo si yo no muriera
vos fuérades Padre Santo,
mas con la renta que os queda
vos bien podéis alcanzarlo.
Ellos estando en aquesto
entrara Urraca Fernando
y vuelta hacia su padre
desta manera ha hablado.



Mario Benedetti

pasatiempo

-- de Mario Benedetti --

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía
luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era océano
la muerte solamente
una palabra
ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros
ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.



Mario Benedetti

ruinas

-- de Mario Benedetti --

Se deslumbraron mis ruinas
juan ramón jiménez
yo también tengo ruinas
y si acudo al pasado
ya no sé a quién o a quiénes
busco entre los escombros
son ruinas sin prestigio
sin guías y con musgo
inmensas y mezquinas
señas de lo que fui
columpios desnudeces
huellas crepusculares matutinas nocturnas
la luna las descubre
les dice lo que eran
columnas de tesón cúmulos de experiencia
pedernales de amor
catacumbas de miedo
yo también tengo ruinas
pero no deslumbradas
sino ciegas distantes
residuos de palabras
vestigios de rencores
esquirlas de castigos
reliquias de caricias
ruinas tan taciturnas
calimas de la pena
albergan sus fantasmas
como todas las ruinas
y como todas dejan
escuchar su lamento
yo también tengo ruinas
meses y años troceados
muñones de confianza
perdones en añicos
piedras en las que a veces
me reconozco entonces
amo la piel rugosa
de mis hermanas ruinas



Mario Benedetti

el barrio

-- de Mario Benedetti --

Volver al barrio siempre es una huida
casi como enfrentarse a dos espejos
uno que ve de cerca otro de lejos
en la torpe memoria repetida
la infancia la que fue sigue perdida
no eran así los patios son reflejos
esos niños que juegan ya son viejos
y van con más cautela por la vida
el barrio tiene encanto y lluvia mansa
rieles para un tranvía que descansa
y no irrumpe en la noche ni madruga
si uno busca trocitos de pasado
tal vez se halle a sí mismo ensimismado
volver al barrio siempre es una fuga



Medardo Ángel Silva

Pretérita

-- de Medardo Ángel Silva --

Te había soñado hija de un antiguo mar grave,
en un negro castillo cerca del Rhin azul;
unánimes al ritmo de tu sonrisa suave
charlaban las alondras en fresco abedul.

Tu perfumada sombra cantaban los poetas
(eran los bellos días de Erec y Parsifal)
y tus ojos velados cual obscuras violetas
causaron la locura de un príncipe feudal.

Los nelumbos abrían a tus leves contactos...
A ti vagaban trémulos cisnes estupefactos
si tus pupilas de oro volvías al jardín...

Los nardos deliraban con tu cutis de azalia
y un pajecillo rubio que llegara de Italia
mirándote impasible, se suicidó en el Rhin.



Juan Gelman

la muchacha del balcón

-- de Juan Gelman --

La tarde bajaba por esa calle junto al puerto
con paso lento, balanceándose, llena de olor,
las viejas casas palidecen en tardes como ésta,
nunca es mayor su harapienta melancolía
ni andan más tristes de paredes,
en las profundas escaleras brillan fosforescencias como de mar,
ojos muertos tal vez que miran a la tarde como si recordaran.
Eran las seis, una dulzura detenía a los
desconocidos,
una dulzura como de labios de la tarde, carnal,
carnal,
los rostros se ponen suaves en tardes como ésta,
arden con una especie de niñez
contra la oscuridad, el vaho de los dancings.
Esa dulzura era como si cada uno recordara a una mujer,
sus muslos abrazados, la cabeza en su vientre,
el silencio de los desconocidos
era un oleaje en medio de la calle
con rodillas y restos de ternura chocando
contra el new inn , las puertas, los umbrales de
color abandono.
Hasta que la muchacha se asomó al balcón
de pie sobre la tarde íntima como su cuarto con
la cama deshecha
donde todos creyeron haberla amado alguna vez
antes de que viniera el olvido.



Juan Pablo Forner

Epitafio (Forner)

-- de Juan Pablo Forner --

Aquí yace Jazmín, gozque mezquino,
que sólo al mundo vino
para abrigarse en la caliente falda
de madama Crisalda,
tomar chocolatito,
bizcochos y confites,
el pobre animalito,
desazonar visitas y convites,
alzando la patita
para orinar las capas y las medias
con audacia maldita,
ladrar rabiosamente
al yente y al viniente,
ir en coche a paseos y comedias
y ser martirio eterno de criados,
por él o despedidos o injuriados
con furor infernal y grito horrendo.

Si inútil fue y aborrecible bicho,
y petulante y puerco y disoluto,
culpas no fueron suyas, era bruto;
educóle el capricho
de delicia soez con estupendo
horror de la razón; naturaleza
no le inspiró tan bárbara torpeza.
Los que en la tierra al Hacedor retratan,
sus hechuras divinas desbaratan,
corrompen y adulteran.
Los vicios de Jazmín, de su ama eran.



Juan Ruiz Arcipreste de Hita

libro de buen amor 76

-- de Juan Ruiz Arcipreste de Hita --

Día de quasimodo iglesias et altares
vi llenos de alegrías, de bodas e cantares,
todos avíen grand' fiesta, fasíen grandes yantares,
andan de boda en boda clérigos e juglares.
Los que antes son solos, desque eran casados
veíalos de dueñas estar acompañados,
pensé cómo oviese de tales gasajados,
ca omen que es solo siempre piensa coydados.
Fis' llamar trotaconventos la mi vieja sabida,
presta e plasentera de grado fue venida,
roguel' que me catase alguna tal garrida,
ca solo, sin compaña, era penada vida.
Díxome, que conosçía una viuda loçana,
muy rica, e bien moça, e con mucha ufana:
dis': «arçipreste, amad ésta, yo iré allá mañana,
et si esta recabdamos, nuestra obra non es vana.»
Con la mi vejesuela enviele ya qué
con ella estas cántigas que vos aquí trobé,
ella non la erró, e yo non le pequé,
si poco ende trabajé, muy poco ende saqué.
Asás fiso mi vieja quanto ella faser pudo,
mas non pudo trabar, atar, nin dar nudo,
tornó a mí muy triste e con corazón agudo;
dis': «do non te quieren mucho, non vayas a menudo.»
Lt;lt;lt;
índice de la obra
gt;gt;gt;



Julio Flórez

Flores negras

-- de Julio Flórez --

Poem

Oye: bajo las ruinas de mis pasiones, y en el fondo de esta alma que ya no alegras, entre polvos de ensueños y de ilusiones yacen entumecidas mis flores negras.

Ellas son el recuerdo de aquellas horas en que presa en mis brazos te adormecías, mientras yo suspiraba por las auroras de tus ojos, auroras que no eran mías.

Ellas son mis dolores, capullos hechos; los intensos dolores que en mis entrañas sepultan sus raíces, cual los helechos en las húmedas grietas de las montañas.

Ellas son tus desdenes y tus reproches ocultos en esta alma que ya no alegras; son, por eso, tan negras como las noches de los gélidos polos, mis flores negras.

Guarda, pues, este triste, débil manojo, que te ofrezco de aquellas flores sombrías; guárdalo, nada temas, es un despojo del jardín de mis hondas melancolías.



Esteban Manuel de Villegas

Cantilena XXXIV

-- de Esteban Manuel de Villegas --

Ya de los altos montes
las encumbradas nieves
a valles hondos bajan
desesperadamente.
Ya llegan a ser ríos
las que antes eran fuentes,
corridas de ver mares
los arroyuelos breves.
Ya las campañas secas
empiezan a ser verdes,
y porque no beodas,
aguadas enloquecen.
Ya del Liceo monte
se escuchan los raveles,
al paso de las cabras
que Títiro defiende.
Pues, ea, compañeros,
vivamos dulcemente,
que todas son señales
de que el verano viene.
La cantimplora salga,
la cítara se temple,
y beba el que bailare
y baile el que bebiere.



Evaristo Carriego

A Juan José de Soiza Reilly

-- de Evaristo Carriego --

Al astrólogo Ensueño, sus novias: las estrellas,
contáronle el secreto de unas cosas tan bellas
que un ruiseñor lunático, que cantaba a las rosas,
puso en sus sinfonías esas extrañas cosas.

Era un noble pronóstico, que, enigmáticamente,
irradiaba su Verbo, como un límpido Oriente
en gestación de soles. (Quizá una profecía
de los magos geniales en blanca Epifanía).

Eran graves promesas. Era un coro de stros
que dejaba en la pauta sus luminosos rastros:
Yo, en mi musa salvaje, los evoqué, y entonces
hablaron las estrellas con la voz de los bronces.

Y así ritmo un saludo. Si hallas la canción dura,
es porque cada estrofa tiene algo de armadura,
que al corazón resguarda de la flecha amistosa:
la que, al clavarse, a veces se vuelve ponzoñosa.



Evaristo Carriego

¿Recuerdas?

-- de Evaristo Carriego --

Las rosas del balcón eran celosas
novias bajo el agravio de la fina
ironía falaz de una vecina
que se ponía a reír de ciertas cosas.

Tu perdón desdeñoso fué a las rosas
y tus labios a mí. La muselina
de la suave penumbra vespertina
te envolvió en no sé qué ansias misteriosas.

Dijo el piano motivos pasionales,
y al temblar tus magnolias pectorales
con miel de invitaciones al pecado

de tu posible ruego incomprendido,
terminó la canción con un gemido
de alondra torturada en el teclado.



Federico García Lorca

Casida de las palomas oscuras

-- de Federico García Lorca --

Por las ramas del laurel
vi dos palomas oscuras.
La una era el sol,
la otra la luna.
«Vecinita», les dije,
«¿dónde está mi sepultura?»
«En mi cola», dijo el sol.
«En mi garganta», dijo la luna.
Y yo que estaba caminando
con la tierra por la cintura
vi dos águilas de nieve
y una muchacha desnuda.
La una era la otra
y la muchacha era ninguna.
«Aguilitas», les dije,
«¿dónde está mi sepultura?»
«En mi cola», dijo el sol.
«En mi garganta», dijo la luna.
Por las ramas del laurel
vi dos palomas desnudas.
La una era la otra
y las dos eran ninguna.



Federico García Lorca

Casida del herido por el agua

-- de Federico García Lorca --

Quiero bajar al pozo
quiero subir los muros de Granada
para mirar el corazón pasado
por el punzón oscuro de las aguas.

El niño herido gemía
con una corona de escarcha.
Estanques, aljibes y fuentes
levantaban al aire sus espadas.
¡Ay qué furia de amor! ¡qué hiriente filo!
¡qué nocturno rumor! ¡qué muerte blanca!,
¡qué desiertos de luz iban hundiendo
los arenales de la madrugada!
El niño estaba solo
con la ciudad dormida en la garganta.
Un surtidor que viene de los sueños
lo defiende del hambre de las algas.
El niño y su agonía, frente a frente
eran dos verdes lluvias enlazadas.
El niño se tendía por la tierra
y su agonía se curvaba.

Quiero bajar al pozo
quiero morir mi muerte a bocanadas
quiero llenar mi corazón de musgo
para ver al herido por el agua.



Francisco de Quevedo

parnaso español 14

-- de Francisco de Quevedo --

Tú, en cuyas venas caben cinco grandes,
a quien hace mayores tu cuchilla,
eres adelantado de castilla,
y, en el pliego, adelantado en flandes.
Aguarda la victoria que la mandes:
que tu ejemplo sin voz sabe rejilla;
y pues desprecias miedos de la orilla,
nadando es justo que en elogios andes.
No de otra suerte cesar, animoso,
del rubicón los rápidos raudales
penetró con denuedo generoso.
Fueron, sí, las acciones desiguales;
pues en el corazón suyo, ambicioso,
eran traidoras, como en ti leales.



Francisco Sosa Escalante

Trasformación

-- de Francisco Sosa Escalante --

¿Y eres tú, y eres tú, la ninfa hermosa,
Mi dulce amor en los risueños dias
De mi temprana edad, cuando vivias
En mí pensando amante y cariñosa?

Eran, ¿te acuerdas? para mi alma ansiosa
Nido de amor tus labios, armonías
Los ecos de tu voz; resplandecías
Por bella y por gentil y por graciosa.

Por contemplar tu rostro soberano
Quise mil veces arrostrar la muerte,
De mi pasión en el delirio insano;

Y hoy que á mi paso la voluble suerte
Te vuelve á colocar, anhelo en vano
En esta sombra triste conocerte.



Francisco Villaespesa

rimas

-- de Francisco Villaespesa --

La noche me envolvió como un perfume;
y en el silencio tus pisadas eran
un lento resbalar de terciopelos
sobre una frágil ilusión de seda.
Tembló tu corazón bajo mi mano
con timideces de paloma presa,
y aspiré en el aliento de tu boca
todo el perfume de la primavera.
Tus rizos me envolvieron. Y entre el vago
olor a musgo de tu cabellera,
suspirante absorbí como un veneno
el acre aroma de tu carne enferma.



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