Buscar Poemas con Duelo


  ·En el buscador de poemas puedes encontrar entre más de doce mil poemas todos aquellos que contienen las palabras de búsqueda. Los poemas forman parte de la antología poética de los 344 poetas más importantes en lengua Española de todos los tiempo. Puedes elegir entre dos tipos de búsqueda:
  ·Buscar entre todos los poemas los que contienen las palabras de la búsqueda.
  ·Buscar sólo los poemas cortos -aquellos que tienen 8 versos o menos- que coinciden con el criterio de búsqueda.

Se han encontrado 78 poemas con la palabra duelo

Si lo prefieres puedes ver sólo los poemas cortos, aquellos que tienen ocho versos o menos aquí

José Martí

cese, señora, el duelo...

-- de José Martí --

Cese, señora, el duelo...
Cese, señora, el duelo en vuestro canto,
¿qué fuera nuestra vida sin enojos?
¡vivir es padecer! ¡sufrir es santo!
¿cómo fueran tan bellos vuestros ojos
si alguna vez no los mojara el llanto?
romped las cuerdas del amargo duelo.
Quien sufre como vos sufrís, señora:
es más que una mujer, algo del cielo,
que de él huyó y entre nosotros mora.

Poema cese, señora, el duelo... de José Martí con fondo de libro

Alfonsina Storni

Duerme tranquilo

-- de Alfonsina Storni --

Dijiste la palabra que enamora
A mis oídos. Ya olvidaste. Bueno.
Duerme tranquilo. Debe estar sereno
Y hermoso el rostro tuyo a toda hora.

Cuando encanta la boca seductora
Debe ser fresca, su decir ameno;
Para tu oficio de amador no es bueno
El rostro ardido del que mucho llora.

Te reclaman destinos más gloriosos
Que el de llevar, entre los negros pozos
De las ojeras, la mirada en duelo.

¡Cubre de bellas víctimas el suelo!
Más daño al mundo hizo la espada fatua
De algún bárbaro rey Y tiene estatua.

Poema Duerme tranquilo de Alfonsina Storni con fondo de libro

Amado Nervo

ultima verba. el alma y cristo

-- de Amado Nervo --

El alma
señor, ¿por qué si el mal y el bien adunas,
para mí solo hay penas turbadoras?
la noche es negra, pero tiene lunas;
¡el polo es triste, pero tiene auroras!
el látigo fustiga, pero alienta;
el incendio destruye, pero arde,
¡y la nube que fragua la tormenta
se tiñe de arreboles en la tarde!
cristo
insensato! y yo estoy en tus dolores,
soy tu mismo penar, tu duelo mismo;
mi faz en tus angustias resplandece...
Se pueblan los espacios de fulgores
y desgarra sus velos el abismo.
El alma embelesada
¡luz...!
Cristo
yo enciendo las albas.
Amanece.

Poema ultima verba. el alma y cristo de Amado Nervo con fondo de libro

Amado Nervo

bendición a francia

-- de Amado Nervo --

¡bendita seas, francia, porque me diste amor!
en tu parís inmenso y cordial, encontré
para mi cuerpo abrigo, para mi alma fulgor,
para mis ideales el ambiente mejor
...¡Y, además, una dulce francesa que adoré!
por esa mujer noble, tuyo es, francia querida,
mi reconocimiento; pues que, merced a ella,
tuve todos los bienes: ¡el gusto por la vida,
la intimidad celeste, la ternura escondida,
y la luz de la lámpara y la luz de la estrella!
yo no sé qué demiurgo la substrajo a mi anhelo
tras una amputación repentina y crüel,
y ya tú sola, francia, puedes darme consuelo:
con un refugio amigo para llorar mi duelo,
tu maternal regazo para verter mi hiel,
la sombra de algún árbol en tu florido suelo
...¡Y acaso, en tus colmenas, una gota de miel!



Amado Nervo

a némesis

-- de Amado Nervo --

Tu brazo en el pesar me precipita,
me robas cuanto el alma me recrea,
y casi nada tengo: flor que orea
tu aliento de simún, se me marchita.
Pero crece mi fe junto a mi cuita,
y digo como el justo de idumea:
así lo quiere dios, ¡bendito sea!
el señor me lo da, él me lo quita.
Que medre tu furor, nada me importa:
puedo todo en aquel que me conforta,
y me resigno al duelo que me mata;
porque, roja visión en noche oscura,
cristo va por mi vía de amargura
agitando su túnica escarlata.



Amado Nervo

a felipe ii

-- de Amado Nervo --

Para rafael delgado.
Ignoro qué corriente de ascetismo,
qué relación, qué afinidad impura
enlazó tu tristura y mi tristura
y adunó tu idealismo y mi idealismo.
Más sé por intuición que un astro mismo
ha presidido nuestra noche oscura,
y que en mí como en ti libra la altura
un combate fatal con el abismo.
¡Oh, rey; eres mi rey! hosco y sañudo
también soy; en un mar de arcano duelo
mí luminoso espíritu se pierde,
y escondo como tú, soberbio y mudo,
bajo el negro jubón de terciopelo,
el cáncer implacable que me muerde.



Lope de Vega

Si palos dais con ese palo hermoso

-- de Lope de Vega --

Si palos dais con ese palo hermoso,
ya no es afrenta dar de palos, Juana;
la ley del duelo bárbara, inhumana,
ya es gloria militar, ya es acto honroso.

Aquel toro de Europa fabuloso
volviera tal garlocha en forma humana.
Si tal fuera el venablo de Dïana,
¿quién fuera, entonces, jabalí cerdoso?

Yo te ofrezco oraciones, desde luego,
si me das, por poeta entre los malos,
con ese palo, Amor, palo de ciego.

En Tesalia los tuvo por regalos
el asno de oro que compuso el griego
tu bestia soy, Amor, dame de palos.



Manuel Acuña

a un arroyo

-- de Manuel Acuña --

Cuando todo era flores tu camino,
cuando todo era pájaros tu ambiente,
cediendo de tu curso a la pendiente
todo era en ti fugaz y repentino.
Vino el invierno con sus nieblas vino
el hielo que hoy estanca tu corriente,
y en situación tan triste y diferente
ni aún un pálido sol te da el destino.
Y así en la vida el incesante vuelo
mientras que todo es ilusión, avanza
en sólo una hora cuanto mide el cielo.
Y cuando el duelo asoma en lontananza
entonces como tú cambiada en hielo
no puedes reflejar ni la esperanza.



Manuel Acuña

A un arroyo (Manuel Acuña)

-- de Manuel Acuña --

Cuando todo era flores tu camino,
cuando todo era pájaros tu ambiente,
cediendo de tu curso a la pendiente
todo era en ti fugaz y repentino.

Vino el invierno con sus nieblas vino
el hielo que hoy estanca tu corriente,
y en situación tan triste y diferente
ni aún un pálido sol te da el destino.

Y así en la vida el incesante vuelo
mientras que todo es ilusión, avanza
en sólo una hora cuanto mide el cielo.

Y cuando el duelo asoma en lontananza
entonces como tú cambiada en hielo
no puedes reflejar ni la esperanza.



Ignacio María de Acosta

Mustia la rosa

-- de Ignacio María de Acosta --

Mustia la rosa, lánguida y marchita
al soplo de la brisa de deshoja;
publicando del bosque la congoja,
la rama seca que al pasar visita:

Apenada la dulce tortolita
de su seno el dolor cantando arroja,
a par que el alba la pradera moja
de tierno llanto que al pesar imita.

Porqué tanta aflicción, tal desconsuelo
el valle todo lúgubre deplora
con muestras tales de tan triste duelo...?

El campo y flor, la tóttola y la aurora,
si levantan sus quejas hasta el cielo,
es porque Iselia en su retiro llora.



Jorge Debravo

parto

-- de Jorge Debravo --

Mujer, toda mi sangre está presente
contigo en esa lucha que sostienes.
Contigo está mi amor incandescente
y en tu llanto y en tu duelo me contienes.
Nunca en la vida estuve tan de prisa,
tan lleno de relámpagos y ruegos,
como ahora que ha muerto tu sonrisa
y están con tu dolor todos tus llantos y fuegos.
Nunca estuvo mi amor tan a tu lado,
nunca como esta noche de tortura,
cuando sufre mi amor crucificado
en el mismo tablón de tu amargura!



Jorge Luis Borges

simón carbajal

-- de Jorge Luis Borges --

En los campos de antelo, hacia el noventa
mi padre lo trató. Quizá cambiaron
unas parcas palabras olvidadas.
No recordaba de él sino una cosa:
el dorso de la oscura mano izquierda
cruzado de zarpazos. En la estancia
cada uno cumplía su destino:
éste era domador, tropero el otro,
aquél tiraba como nadie el lazo
y simón carvajal era el tigrero.
Si un tigre depredaba las majadas
o lo oían bramar en la tiniebla,
carvajal lo rastreaba por el monte.
Iba con el cuchillo y con los perros.
Al fin daba con él en la espesura.
Azuzaba a los perros. La amarilla
fiera se abalanzaba sobre el hombre
que agitaba en el brazo izquierdo el poncho,
que era escudo y señuelo. El blanco vientre
quedaba expuesto. El animal sentía
que el acero le entraba hasta la muerte.
El duelo era fatal y era infinito.
Siempre estaba matando al mismo tigre
inmortal. No te asombre demasiado
su destino. Es el tuyo y es el mío,
salvo que nuestro tigre tiene formas
que cambian sin parar. Se llama el odio,
el amor, el azar, cada momento.



Delmira Agustini

Inextinguibles

-- de Delmira Agustini --

¡Oh tú que duermes tan hondo que no despiertas!
Milagrosas de vivas, milagrosas de muertas,
y por muertas y vivas eternamente abiertas,
alguna noche en duelo yo encuentro tus pupilas
bajo un trapo de sombra o una blonda de luna.
Bebo en ellas la Calma como en una laguna.
Por hondas, por calladas, por buenas, por tranquilas
un lecho o una tumba parece cada una.



Efraín Huerta

órdenes de amor I

-- de Efraín Huerta --

A la hora bendita, alucinada,
en que un hombre solloza
víctima de sí mismo y ábreme
las puertas de la vida.

Yo entraré silencioso
hasta tu corazón, manzana de oro
en busca de la paz
para mi duelo. Entonces
amor mío, joven mía,
en ráfagas la dicha placentera
será nuestro universo.

Despiértame y espérame,
amoroso amor mío.



Estanislao del Campo

¡adiós! (a lucila, antes de ir a un duelo)

-- de Estanislao del Campo --

De pesar una lágrima sentida
no brote, no, de tus hermosos ojos:
¿por qué llorar mi muerte si mi vida
era un erial de espinas y de abrojos?

no puede ser mi luz el dulce brillo
que derrama en efluvios tu pupila,
y es mi infierno el que irradia del anillo
que otro en tu mano colocó, lucila.

¿Qué iba a hallar este pobre peregrino
a un desierto sin término lanzado?
¡adelfas y cicuta en su camino?
¡oh, no las hay en el sepulcro helado!

en el mar proceloso de la vida
el amor es el puerto de bonanza;
¿y a dónde guiar mi nave combatida
si mi amor es amor sin esperanza?

¡venga el rayo de plomo, que hoy por suerte
sobre mi frente, amenazante oscila;
y en la mansión oscura de la muerte
la paz recobre el corazón, lucila!



Pablo Neruda

soneto lxx cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lxx
tal vez herido voy sin ir sangriento
por uno de los rayos de tu vida
y a media selva me detiene el agua:
la lluvia que se cae con su cielo.
Entonces toco el corazón llovido:
allí sé que tus ojos penetraron
por la región extensa de mi duelo
y un susurro de sombra surge solo:
quién es? quién es? pero no tuvo nombre
la hoja o el agua oscura que palpita
a media selva, sorda, en el camino,
y así, amor mío, supe que fui herido
y nadie hablaba allí sino la sombra,
la noche errante, el beso de la lluvia.



Pedro Antonio de Alarcón

A Ronconi

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Errante nube al africano suelo
llega en alas del viento adormecida;
rómpese al fin, y en lluvia convertida,
templa la sed del abrasado suelo.

Al alma estéril que agostara el duelo,
tú eres, Ronconi, lluvia bendecida,
que le das con tus lágrimas la vida
y flores al dolor para consuelo.

Hoy, al verte partir, sigo esas flores
y recojo esas perlas de rocío,
con ramos de laurel para tejerlas...

Si, pues, al son de públicos honores,
una corona con mi adiós te envío,
tuyas sus flores son tuyas sus perlas.



Pedro Antonio de Alarcón

Desaliento

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Llorar es tu destino... Mas no llores.
Alza la frente soberana al cielo,
y no afanada busques en el suelo
premio al amor, alivio a tus dolores.

Acaso yo... Mas ¡ay! a tus clamores
respondieran los gritos de mi duelo,
y, sin prestar a tu dolor consuelo,
marchitaría tus postreras flores.

¡Ay de los dos! Del mundo la inclemencia
rompió de nuestras almas el encanto...
Lloramos... Y la ajena indiferencia

mi risa provocó, secó tu llanto...
Hoy nos acerca un sentimiento amigo,
¡y en hielo en otro hielo no halla amigo!



Pedro Antonio de Alarcón

Los siete dolores de María

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

De Simeón la triste profecía
anúnciale una vida de dolores,
y huye a Egipto, temiendo los furores
con que Herodes al Cristo perseguía.

Crece su pena y crece su agonía,
cuando pierde a la luz de sus amores,
y su duelo y su luto son mayores,
al hallarle del Gólgota en la vía.

Se aumenta su pesar cuando la muerte
dobla la frente del Crucificado,
añadiendo amargura a su amargura

el abrazar después su cuerpo inerte,
y más y más su pecho es angustiado
al dejarle en la yerta sepultura.



Rafael María Baralt

A una señorita con motivo de haber entrado en religión

-- de Rafael María Baralt --

En la cándida frente el sacro velo
muestras como señal de la victoria
que sobre el mundo y su falaz memoria
consiguió tu virtud, hija del cielo.

Así burlaste mi amoroso anhelo
palma inmortal labrándote de gloria;
cuando, ausente de ti, será mi historia
llamarte en vano y sin cesar con duelo.

¡Espíritu feliz! de la clausura
del cuerpo desatado, alegre, altivo,
libre de tu prisión miras la altura;

Mientras con mi pasión el alma enclavo
en este oscuro suelo, donde vivo
del ya imposible amor mísero esclavo.



José Tomás de Cuellar

Soledad de María

-- de José Tomás de Cuellar --

YA moribundo el sol en occidente
Derrama sus postreros resplandores,
Dobléganse los tallos de las flores,
Cesa el rumor de la sonora fuente.

Suben en tanto allá por el Oriente
En confuso tropel negros vapores,
Y entre los altos juncos cimbradores,
Zumba medroso el huracán potente.

Cubre el zenít un velo funerario,
Hondo suspiro de dolor resuena;
Que al hombre que en el Gólgota se inmola

Envuelven en blanquísimo sudario,
Y la Madre de Dios de duelo llena
Queda al pié de la cruz postrada y sola.



José Tomás de Cuellar

A Elvira

-- de José Tomás de Cuellar --

¿POR qué doblegas la frente
Con tan hondo sentimiento?
¿Por qué mustio, macilento,
Tiene tu rostro el pesar?
¿Por qué, Elvira, tus miradas
Son de duelo y amargura?
¿Por qué, Elvira, sin ventura,
No sabes más que llorar?

¿En dónde está tu sonrisa
Tan pura y tan hechicera?
¿Dónde van, ave parlera,
Las notas de tu canción?
Elvira, contén el llanto



José Tomás de Cuellar

A Lesbia en el desierto

-- de José Tomás de Cuellar --

VEN, Lesbia, ven, sobre mi pecho ardiente
Reclina sin cuidado.
Llena de amor, la entristecida frente;
Que quiero abandonado
Del mundo todo, en placentera calma,
Á tí tan solo consagrar mi alma.

Ven, calmaré tu duelo y tus dolores;
Aquí sobre la alfombra
De tierna grama y de silvestres flores,
Á la tendida sombra
Del verde cedro y de la encina hojosa
Entablaremos plática sabrosa.



José Zorrilla

Ay del triste

-- de José Zorrilla --

¡Ay del triste que consume
su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
que el duelo con que él se abrume
al ausente ha de pesar!

La esperanza es de los cielos
precioso y funesto don,
pues los amantes desvelos
cambian la esperanza en celos.
Que abrasan el corazón.

Si es cierto lo que se espera,
es un consuelo en verdad;
pero siendo una quimera,
en tan frágil realidad
quien espera desespera.



José Zorrilla

Himno a S. M. la Reina Doña Isabel II, en sus días

-- de José Zorrilla --

CORO
El sol abre su oriente
Detrás de tu dosel,
Y ve la hispana gente
Su sol en ti, Isabel.

ESTROFA 1.ª
En pos de largos años de belicoso duelo
Tu cándida sonrisa nos vienes a mostrar
Cual muestra sus colores el iris en el cielo,
Cual sus rosadas luces el alba sobre el mar.
CORO.-El sol, etc.

ESTROFA 2.ª
Tú, estrella de esperanza en nuestras sombras eres,
Tú, de mejores días apetecido sol,
Tú, el ángel que nos brinda la paz y los placeres,
Tú, escudo a cuyo amparo se acoge el español.
CORO.-El sol, etc.

ESTROFA 3.ª
Por ti nos olvidamos de la feroz pelea
De las sangrientas horas del tiempo que pasé,
Por ti tranquilo y solo nuestro pendón ondea,
Que ayer en dos jirones contrarios tremoló.
CORO.-El sol etc.

ESTROFA 4.ª
Por él, de hoy más, osados con fe pelearemos,
De hoy más, al campo unidos iremos detrás de él;
Bajo él, como españoles, con honra moriremos,
Los nombres invocando de España y de Isabel.

CORO
El sol abre su oriente
Detrás de tu dosel,
Y ve la hispana gente
Su sol en ti, Isabel.



Juan Abel Echeverría

A Julio Zaldumbide

-- de Juan Abel Echeverría --

¡Pasó... Como un lucero en su carrera,
alumbrando del arte el puro cielo...!
¡Pasó... Regando flores en el suelo,
como pasa gentil la primavera...!

¡Pasó... Abrazado a su arpa lastimera
cantando, como el ángel del consuelo,
por temperar el hondo, humano duelo,
en su ascensión a la eternal esfera...

Luz de verdad, de la belleza flores
y armonías del bien fueron su vida,
¡nido que abandonaron ruiseñores...!

¡Mas, los cándidos rayos de la Gloria,
que en su tumba se deja ver erguida,
salvan de olvido su inmortal memoria!



Juan Boscán

Como el triste que a muerte está juzgado

-- de Juan Boscán --

SONETO CVIII

Como el triste que a muerte está juzgado,
y de esto es sabidor de cierta ciencia,
y la traga y la toma en paciencia,
poniéndose al morir determinado.

Tras esto dícenle que es perdonado,
y estando así se halla en su presencia
el fuerte secutor de la sentencia
con ánimo y cuchillo aparejado:

así yo, condenado a mi tormento,
de tenelle tragado no me duelo,
pero, después, si el falso pensamiento

me da seguridad de algún consuelo,
volviendo el mal, mi triste sentimiento
queda envuelto en su sangre por el suelo.



Juan Cruz Varela

Al que desmaya en nuestro sistema

-- de Juan Cruz Varela --

¿Del gran sistema la contraria suerte
tanto te sobrecoge e intimida?
¿Más que la libertad amas la vida?
¿Eliges la cadena, y no la muerte?

El contraste no aflige al varón fuerte,
él a mayor peligro le convida;
dijo perezca el cruel y no trepida,
y en león libio, en furia se convierte.

Su sangre a borbotones mancha el suelo;
él la mira, y el pecho se le inflama,
y allí su atropellar, allí su anhelo.

Al expirar a sus amigos llama,
y despreciando tan funesto duelo,
himnos entona que admiró la fama.

II

¿Tú lleno de pavor pasas el día
los males de tu patria contemplando,
y huyendo de un amigo al ruego blando
buscas ansiosos la melancolía?

¿Qué hiciste infeliz hombre tu alegría
los grillos al romper? ¿a do temblando
llevas la planta con tu sombra hablando?
¡Infeliz para sí de ti confía!

Húndete miserable, a tus hermanos
devuélveles tu mal ceñida espada,
no la profanen tan cobardes manos.

La augusta Libertad con faz airada
te apartará de sus Americanos,
y en su templo jamás tendrás entrada.



Juan de Arguijo

Ariadna

-- de Juan de Arguijo --

«¿A quién me quejaré del cruel engaño,
Arboles mudos, en mi triste duelo?
¡Sordo mar! ¡Tierra extraña! ¡Nuevo cielo!
¡Fingido amor! ¡Costoso desengaño!

»Huyó el pérfido autor de tanto daño,
Y quedé sola en peregrino suelo,
Do no espero á mis lágrimas consuelo;
Que no permite alivio mal tamaño.

»Dioses, si entre vosotros hizo alguno
De un desamor ingrato amarga prueba,
Vengadme, os ruego, del traidor Teseo.»

Tal se queja Ariadna en importuno
Lamento al cielo, y entre tanto lleva
El mar su llanto, el viento su deseo.



Gabriela Mistral

tres árboles

-- de Gabriela Mistral --

Tres árboles caídos
quedaron a la orilla del sendero.
El leñador los olvidó, y conversan
apretados de amor, como tres ciegos.
El sol de ocaso pone
su sangre viva en los hendidos leños
¡y se llevan los vientos la fragancia
de su costado abierto!
uno torcido, tiende
su brazo inmenso y de follaje trémulo
hacia el otro, y sus heridas
como dos ojos son, llenos de ruego.
El leñador los olvidó. La noche
vendrá. Estaré con ellos.
Recibiré en mi corazón sus mansas
resinas. Me serán como de fuego.
¡Y mudos y ceñidos,
nos halle el día en un montón de duelo!



Garcilaso de la Vega

SONETO XX

-- de Garcilaso de la Vega --

Con tal fuerza y vigor son concertados
para mi perdición los duros vientos,
que cortaron mis tiernos pensamientos
luego que sobre mí fueron mostrados.

El mal es que me quedan los cuidados
en salvo destos acontecimientos,
que son duros, y tienen fundamientos
en todos mis sentidos bien echados.

Aunque por otra parte no me duelo,
ya que el bien me dejó con su partida,
del grave mal que en mí está de contino;

antes con él me abrazo y me consuelo;
porque en proceso de tan dura vida
ataje la largueza del camino.



Garcilaso de la Vega

Con tal fuerza y vigor son concertados

-- de Garcilaso de la Vega --

Con tal fuerza y vigor son concertados
para mi perdición los duros vientos,
que cortaron mis tiernos pensamientos
luego que sobre mí fueron mostrados.

El mal es que me quedan los cuidados
en salvo destos acontecimientos,
que son duros, y tienen fundamientos
en todos mis sentidos bien echados.

Aunque por otra parte no me duelo,
ya que el bien me dejó con su partida,
del grave mal que en mí está de contino;

antes con él me abrazo y me consuelo;
porque en proceso de tan dura vida
ataje la largueza del camino.



Gertrudis Gómez de Avellaneda

A una joven madre en la pérdida de su hijo

-- de Gertrudis Gómez de Avellaneda --

¿Por qué lloras ¡oh Emilia! con dolor tanto?
— ¡Ay! he perdido el ángel que era mi encanto...
Ni aun leves huellas
Dejaron en el mundo sus plantas bellas.

— Te engañas, jóven madre; templa tu duelo.
Que ese ángel —aunque libre remonta el vuelo-
Te sigue amante
Do quiera que dirijas tu paso errante.

¿No admiras, cuando baña la tibia esfera
Del alba sonrosada la luz primera,
Con qué armonía
Cielo y tierra saludan al nuevo dia?

Pues sabe, jóven madre, que cada aurora
Por las manos de un ángel su faz colora,
y aquel concento
Se lo enseña á natura su dulce acento.

Cuando del sol el rayo postrero espira,
¿No escuchas un suspiro que en torno gira?
Y un soplo leve
¿No acaricia tu rostro, tus rizos mueve?...



Gertrudis Gómez de Avellaneda

En la muerte del laureado poeta señor don Manuel José Quintana

-- de Gertrudis Gómez de Avellaneda --

Cantos de regocijo y de victoria
Nuestras voces alzaron aquel día
Que regia mortal mano te ceñía
Mezquino lauro de terrestre gloria:

Y hoy que a la voz de tu Hacedor acudes,
A recibir la fúlgida diadema
Que la inmutable Majestad Suprema
Guarda en la eterna patria a las virtudes

Hoy nuestra flaca condición humana
Su aliento en vano a remontar aspira
¡No le es dado arrancar, noble Quintana,
Ni un tierno adiós de la enlutada ¡ira!

Que aunque la Fe con resplandor divino
La densa noche del sepulcro alumbre,
Y la Esperanza hasta la excelsa cumbre
Vuele, mostrando tu triunfal camino;

Aquí -al mirar tus fúnebres despojos
A la tierra volver- sólo nos queda,
Con tu corona, que la España hereda,
¡Duelo en el corazón llanto en los ojos!



Hernando de Acuña

Tal novedad me causa haber probado

-- de Hernando de Acuña --

Tal novedad me causa haber probado
el bien pasado, que, en el mal que pruebo,
lo mucho que me duelo, a lo que debo,
no puede ser con mucho comparado.

Y Amor me tiene tan escarmentado,
que casi a desear bien no me atrevo;
determino moverme, y no me muevo,
voy vacilando de uno en otro estado.

De todos vengo a conocer que el mío,
por natural razón, es apartarme
del derecho camino que me guía;

pero cuando en seguirlo más me fío,
hallo que voy por tan contraria vía,
y al cabo escojo por mejor quedarme.



Salvador Díaz Mirón

Consonancias

-- de Salvador Díaz Mirón --

A M...

Tu traición justifica mi falsía
aunque lo niegues con tu voz de arrullo;
mi amor era muy grande, pero había
algo más grande que mi amor, mi orgullo.

Calla, pues. Ocultemos nuestro duelo,
la queja es infecunda y nada alcanza;
agonicemos contemplando el cielo
ya que el cielo es nuestra única esperanza.

No creas que este mal decrezca y huya:
cada vez menos parco y más despierto
imperará en mi vida y en la tuya
«como reina el león en el desierto».

Los años rodarán en el abismo
sin que recobres la perdida calma.
¡Tú siempre llevarás, como yo mismo,
un cadáver en lo íntimo del alma!

El tiempo no es el médico discreto
que, por medio del fórceps del olvido,
saca del fondo de la entraña el feto
muerto allí como el pájaro en su nido.



Salvador Díaz Mirón

El muerto

-- de Salvador Díaz Mirón --

Como tronco en montaña venido al suelo.
Frente grandiosa y limpia, soberbia y pura.
Negras y unidas cejas, con la figura
del trazo curvo y fino que marca el vuelo.

De un pájaro en un croquis que apunta un cielo.
Nariz igual a un pico de halcón albura
de canas. ¡El abeto, ya sin verdura,
dio en tierra y está en parte cinto de hielo!

El ojo mal cerrado tiene abertura
que muestra un hosco y vítreo claror de duelo,
un lustre de agua en pozo yerta en su hondura.

Moscas espanto y quito con el pañuelo;
y en la faz del cadáver sombra insegura
flota esbozando un cóndor al par que un velo.



Salvador Novo

tu, yo mismo

-- de Salvador Novo --

Sl-
tú, yo mismo, seco como un viento derrotado
que no pudo sino muy brevemente
sostener en sus brazos una hoja
que arrancó de los árboles...
¿Cómo será posible que nada te conmueva
que no haya lluvia que te estruje
ni sol que rinda tu fatiga?

ser una transparencia sin objeto
sobre los lagos limpios de tus miradas.
¡Oh tempestad, diluvio de hace ya mucho tiempo!
si desde entonces busco tu imagen
que era solamente mía
si en mis manos estériles ahogué
la última gota de tu sangre, y mi lágrima,
y si fue desde entonces indiferente el mundo,
e infinito el desierto,
y cada nueva noche,
musgo para el recuerdo de tu abrazo,
¿cómo en el nuevo día tendré sino tu aliento,
sino tus brazos impalpables entre los míos?

lloro como una madre
que ha reemplazado al hijo único muerto.
Lloro como la tierra que ha sentido dos veces
germinar el fruto perfecto y mismo.
Lloro porque eres tú para mi duelo
y ya te pertenezco en el pasado.



Santiago Montobbio

como tú bien dices

-- de Santiago Montobbio --

Como tú bien dices
como las antes tan respetadas plañideras
han sido prohibidas en los días y en los cuadros
pues cada vez se hizo más persistente el rumor
de que su oficio hacía cosquillas a los muertos
quizá sí podría asegurarles que nunca como ahora
estuvo tan en suspenso el mundo. Y como acaso
también es verdad que ya hemos pasado todo
el miedo que nos dijeron
que tendríamos que pasar
y como puede que también sea cierto
que por las rendijas de una tarde
por fin llueva ya otro tiempo
como llueve un duelo o llueve un beso
tímidamente ahora se me ocurre
que tú y yo podríamos jugar
a parchís con el silencio
obligando a nuestro amor
a que hiciera de tablero.
Pero no. Es verdad: no estoy seguro,
no me atrevo. ¿Qué quieres? como tú
bien dices, alguien puede
estar mirando.



Teófilo V. Méndez Ramos

Desolación (Méndez Ramos)

-- de Teófilo V. Méndez Ramos --

13 de Diciembre de 1941 (En alución al aluvión que afecto Huaraz)
131252

De Cojup, asoladora,
vino la muerte traidora.

Se vistió de gris el cielo
esa trágica mañana;
e impávida y soberana,
la parca sembraba el duelo.

De Cojup, asoladora,
vino la muerte traidora.

Pavor en hora temprana...
Como viene el asesino,
sañosa la muerte vino
esa trágica mañana.

Padres, hermanos, amigos,
dulces novias por siempre idos;
de amados seres perdidos.
Peñascos, mudos testigos.

De Cojup, asoladora
vino la muerte traidora.

Vergel convertido en yermo
por un destino implacable...
Ante el arcano insondable
Sólo quedo un pueblo enfermo.

De Cojup, asoladora
vino la muerte traidora.



Por la calle vamos...

-- de Vicenta Castro Cambón --

Por la calle vamos, un niño me guía.
Su pequeña mano sostiene la mía;
peligro y tropiezos me advierte con celo
y el camino hacemos contentos los dos.
Él, porque los niños no saben de duelo;
yo, porque en mi noche de angustia infinita
¡a Dios busco y hallo y en la manecita
de mi guía beso la mano de Dios!



Andrés Bello

Y posible será que destinado

-- de Andrés Bello --

¿Y posible será que destinado
he de vivir en sempiterno duelo,
lejos del suelo hermoso, el caro suelo
do a la primera luz abrí los ojos?

Cuántas, ¡ah!, cuántas veces dando
auque breve a mi dolor consuelo,
oh montes, oh colinas, oh praderas,
amada sombra de la patria mía.

Orillas del Anauco placenteras,
escenas de la edad encantadora,
que ya de mí, huyeron por mezquino,

huyó con presta irrevocable huida;
y toda en contemplarnos embebida
se goza el alma, a par que pena y llora.



Antonio Almendros Aguilar

La cruz

-- de Antonio Almendros Aguilar --

Muere Jesús del Gólgota en la cumbre,
con amor perdonando al que le hería,
siente deshecho el corazón María
del dolor en la inmensa pesadumbre.

Se aleja con pavor la muchedumbre
cumplida ya la Santa Profecía,
tiembla la tierra, el iluminar del día
cegando a tal horror, pierde su lumbre.

Se abren las tumbas, se desgarra el velo,
y a impulsos de un amor grande y fecundo
parece estar la cruz, signo de duelo,

cerrando augusta con el pie el profundo,
con la excelsa cabeza abriendo el cielo
y con los brazos abarcando el mundo.



Antonio Machado

A don Francisco Giner de los Ríos

-- de Antonio Machado --

Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?... Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!
Y hacia otra luz más pura
partió el hermanó de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
... ¡Oh, sí!, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas...
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.
Baeza, 21 de febrero de 1915



Antonio Machado

Me dijo un tarde

-- de Antonio Machado --

Me dijo una tarde
de la primavera:
Si buscas caminos
en flor en la tierra,
mata tus palabras
y oye tu alma vieja.
Que el mismo albo lino
que te vista sea
tu traje de duelo,
tu traje de fiesta.
Ama tu alegría
y ama tu tristeza,
si buscas caminos
en flor en la tierra.
Respondí a la tarde
de la primavera:
Tú has dicho el secreto
que en mi alma reza:
yo odio la alegría
por odio a la pena.
Mas antes que pise
tu florida senda,
quisiera traerte
muerta mi alma vieja.



Rosalía de Castro

A la memoria del poeta gallego Aurelio Aguirre

-- de Rosalía de Castro --

Lágrima triste en mi dolor vertida,
perla del corazón que entre tormentas
fue en largas horas de pesar nacida,
en fúnebre memoria convertida
la flor será que a tu corona enlace;
las horas de la vida turbulentas
ajan las flores y el laurel marchitan;
pero lágrimas, ¡ay!, que el alma esconde,
llanto de duelo que el dolor fecunda,
si el triste hueco de una tumba anega
y sus húmedos hálitos inunda,
ni el sol de fuego que en Oriente nace
seco su manantial a dejar llega
ni en sutiles vapores le deshace,
¡y es manantial fecundo el llanto mío
para verter sobre un sepulcro amado
de mil recuerdos caudaloso río!



Medardo Ángel Silva

Fin

-- de Medardo Ángel Silva --

Cuando la noche negra amenaza la Tierra
el buho abre los ojos, la paloma los cierra;

así suena mi júbilo su caracol sonoro
con la fragante risa de la mañana de oro;

y, en las anubarradas noches de duelo y llanto,
como una alondra tímida, enmudece mi canto.



Meira Delmar

soneto en el amor

-- de Meira Delmar --

Estoy, amor, en ti y en el dorado
desvelo de tu clima deleitoso,
con el ardido corazón gozoso
de su vivo tormento enamorado.
Y te nombro mi día iluminado.
Y te digo mi tiempo jubiloso.
Alto mar de hermosura sin reposo
a la cima del sueño levantado.
Estoy, amor, en ti. Bajo tu cielo
lejanamente mío, crece el duelo
y crece la sonrisa, dulcemente.
Y el canto va subiendo, sostenido
por tu mano, azahar desvanecido,
a la orilla del alba transparente.
!--Img



Meira Delmar

soneto en vano

-- de Meira Delmar --

¿a dónde iré que no me alcance el vuelo
de tu mirada que en azor se muda,
y la noche de sueños me desnuda
con el brillo quemante del desvelo?
¿en qué sitio del aire, el mar, el cielo,
encontrará mi corazón ayuda,
la clara mano que mi mal acuda
y en dulcedumbre me convierta el duelo?
la frente pensativa me rodeas
de lejanas memorias. Me recreas
los rostros del amor enceguecido.
Y es inútil que huya de tu acecho
si te oigo vivir dentro del pecho
con la vida sin muerte del olvido.
!--Img



Miguel de Cervantes

Ovillejos

-- de Miguel de Cervantes --

¿Quién menoscaba mis bienes?
¡Desdenes!
Y ¿quién aumenta mis duelos?
¡Los celos!
Y ¿quién prueba mi paciencia?
¡Ausencia!

De este modo en mi dolencia
ningún remedio se alcanza,
pues me matan la esperanza,
desdenes, celos y ausencia.

¿Quién me causa este dolor?
¡Amor!
Y ¿quién mi gloria repuna?
¡Fortuna!
Y ¿quién consiente mi duelo?
¡El cielo!

De este modo yo recelo
morir deste mal extraño,
pues se aúnan en mi daño
amor, fortuna y el cielo.

¿Quién mejorará mi suerte?
¡La muerte!
Y el bien de amor, ¿quién le alcanza?
¡Mudanza!
Y sus males, ¿quién los cura?
¡Locura!

Dese modo no es cordura
querer curar la pasión,
cuando los remedios son
muerte, mudanza y locura.



Juan Gelman

cuerpo que me temblás entrado al alma...

-- de Juan Gelman --

Cuerpo que me temblás entrado al alma
río que me enfriásmanita tuya
manando sombrasombrasombrasombra
¿para tu deshacerte en algún lado?
¿te rejunto otra vez?¿te apeno el habla?
¿te duelo el nunca?¿más?¿o nuncamás
me mirará hermoseando tu hermosura?
¿descansás de tu piel?¿desquerés mucho?
me escuchásdeteniendo tu pasaje
fuera de vos?¿carita que solés
iluminarme el animal?¿o pena?
recorrerme la cielocomo sol?



Juan Nicasio Gallego

En los campos de Vergara

-- de Juan Nicasio Gallego --

¿Qué inusitada aclamación festiva
convierte el gozo de mi patria en duelo?
¿Por qué de mar a mar con raudo vuelo
suena sin fin centuplicado el viva?

La Paz, sí: ¿no la veis, de fresca oliva
la sien ordena, descender del cielo,
en su diestra agitar cándido velo,
y ahuyentar la Discordia vengativa?

¡Oh momento feliz! Su horrible tea
de la nación magnánima española
maldita siempre y execrada sea;

y anuncie el blanco lino que hoy tremola
y en que la cifra de Isabel campea,
un grito, un pensamiento, un alma sola.



Julio Flórez

El bogotano

-- de Julio Flórez --

Poem

Correcto en el vestido; por su semblante nunca pasa una sombra de duelo insano: Así va por las calles el bogotano, siempre fino y alegre, siempre elegante.

Entre amigos y damas luce el chispeante ingenio, que derrocha cortés y llano; y como es un modelo de cortesano, ama asía la ligera: por ser galante.

Al hundirse en el lecho tras el quebranto de una noche de danzas y de emociones, se apodera de su alma cruel desencanto,

y mira, entristecido, por los rincones del oscuro cerebro, vagar, en tanto, deshojadas y mustias sus ilusiones.



Julio Herrera Reissig

Invierno

-- de Julio Herrera Reissig --

El invierno embalsama, con sugestión de faustos
emolientes, las cosas... Ebria por el ventisco,
la luna sesga en postuma decrepitud su disco
de azogue, que hipnotiza los predios inexhaustos.

La casa se reposa... Se oye el balar arisco,
como una pesadilla de clamores infaustos,
en duelo de quién sabe qué antiguos holocaustos
que lloran en el alma cristiana del aprisco.

Riendo ante la bella Neith que su prez modula,
el viejo una gloriosa lágrima disimula...
Por fin, la besa y luego que solemne la escruta,

úngela de tabaco, y su dicha completa
picándola en su barba las mejillas de fruta,
que aterciopela un vello brumoso de violeta...



Evaristo Carriego

Bajo la angustia

-- de Evaristo Carriego --

Dijo anoche, su canto de muerte
la canción de la tos en tu pecho,
y, al mojarse en las notas rojizas,
mostró flores de sangre el pañuelo.
— ¡Pobrecitas las carnes pacientes,
consumidas por fiebres de fuego:
para ellas las buenas, las tristes,
tiene un blanco sudario el invierno!...
...Mira: abrígate bien, hermanita,
mira, abrígate bien, yo no quiero
ver que cierre tus ojos la Bruja
de los flacos y frígidos dedos...
Hermanita ¡me viene una pena!
si te escucho gemir, que presiento
las nocturnas postreras heladas:
las temidas del árbol enfermo.
¡Si supieras!... Blandones sombríos,
me parecen tus ojos ¡tan negros!
y tu lívida faz taciturna
un fatídico heraldo de duelo.



Federico García Lorca

¡ay voz secreta del amor oscuro!

-- de Federico García Lorca --

¡ay voz secreta del amor oscuro!
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!
¡ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡ay perro en corazón, voz perseguida,
silencio sin confín, lirio maduro!
huye de mí, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.
¡Dejo el duro marfil de mi cabeza,
apiádate de mí, rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!
regresar a sonetos del amor oscuro



Federico García Lorca

El poeta pide a su amor que le escriba

-- de Federico García Lorca --

Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.

El aire es inmortal. La piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.

Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.

Llena pues de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.



Federico García Lorca

Gacela de la terrible presencia

-- de Federico García Lorca --

Yo quiero que el agua se quede sin cauce.
Yo quiero que el viento se quede sin valles.

Quiero que la noche se quede sin ojos
y mi corazón sin la flor del oro.

Que los bueyes hablen con las grandes hojas
y que la lombriz se muera de sombra.

Que brillen los dientes de la calavera
y los amarillos inunden la seda.

Puedo ver el duelo de la noche herida
luchando enroscada con el mediodía.

Resisto un ocaso de verde veneno
y los arcos rotos donde sufre el tiempo.

Pero no me enseñes tu limpio desnudo
como un negro cactus abierto en los juncos.

Déjame en un ansia de oscuros planetas,
¡pero no me enseñes tu cintura fresca!



Francisco Sosa Escalante

A la invención del telégrafo eléctrico

-- de Francisco Sosa Escalante --

De las corrientes de la mar sonora,
Del rayo de la luz que baña el suelo,
Del águila caudal que eleva el vuelo
A los espacios do la nube mora;

Del eco del cañon que aterradora
Llama vomita derramando el duelo;
De cuanto el hombre concibió en su anhelo
De poder, eres tú la vencedora.

¡Quién igualarte puede, mensajera
Que cruzas el espacio, y el profundo
Abismo de la mar airada y tiera!

Prodigio entre prodigios sin segundo,
Consuelo das al que anhelante espera
Y eres lazo de amor que liga el mundo.



Francisco Sosa Escalante

A la noche (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Cubriste ya la tierra con tu velo
¡Oh noche de mi mal consoladora!
Tu calma y tu silencio el alma adora
Pues tregua ofrecen á mi triste duelo.

Radiante cruza el azulado cielo,
Seguido de su corte encantadora
El astro del amor, miéntras la aurora
Vuelve á lucir y á renovar mi anhelo.

Ah! si tus horas prolongar pudiera,
¡Cuán dichoso y feliz me sentiría!
¡Qué dulce el curso de mi vida fuera!

Odio la luz del esplendente día
Porque al brillar en la celeste esfera
El sol alumbra la tristeza mia.



Francisco Sosa Escalante

A la srita. M.....

-- de Francisco Sosa Escalante --

En tu edad infantil, amiga mía,
Con intensa emoción te contemplaba,
Si tu planta gentil se deslizaba
En las riberas de la mar bravía.

Tu mano diminuta recogia
Conchas de nácar que la mar lanzaba,
Y la ola blanca que tu pié besaba
Temerosa á mis brazos te traia.

Entónces se fijaba con anhelo
En el oscuro porvenir mi mente,
Pensando en sus borrascas y su duelo;

Y al ver hoy tu beldad resplandeciente
Tiemblo al mirarte y le demando al cielo
Que jamás el dolor nuble tu frente.



Francisco Sosa Escalante

A una viuda (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Ostentabas ayer la negra toca,
Del luto el trage y el tupido velo,
Y no sentir piedad de tanto duelo
Era tener el corazón de roca.

Hoy en el baile seductor, provoca
Al gozo tu mirar; parece un cielo
Tu régio trage azul, y amante anhelo
Alienta al verte la esperanza loca.

Goce en la tumba de eternal reposo
Quien su nombre y amor te diera un día,
Jurando en el altar ser fiel esposo.

¡Quién en los muertos piensa! la alegría
Irradie, Célia, en tu semblante hermoso,
Sin llorar por quien tanto te quería.



Francisco Sosa Escalante

Al año de 1884

-- de Francisco Sosa Escalante --

Jamás te olvidaré! Cuando tus dias
Empezaba á contar, volví á aquel suelo
Do abrí los ojos á la luz del cielo,
Volando en alas de las ansias mías.

Las horas de la ausencia, tristes, frías,
Mi sér llenaron de amargura y duelo,
Y á mi cuna torné con el anhelo
De gozar mis pasadas alegrías.

En vez, entónces, del placer soñado.
Para el que fuera el corazón estrecho,
Año fatal, ¿qué fué lo que me diste?

De mi madre querida el cuerpo helado
Ante mis ojos en mortuorio lecho,
Dejando á mi alma solitaria y triste!



Francisco Sosa Escalante

Cuitlahuac

-- de Francisco Sosa Escalante --

Brilla en su frente la imperial corona
Cuando de Anáhuac el sagrado suelo
Profana Hernán Cortés, y allí en el cielo
La tempestad sus nubes amontona.

Noble y altivo su valor pregona,
Funda en la muerte su mejor anhelo,
Y al ver que Anahuac entre sangre y duelo
Con horrendo fragor se desmorona,

Lanza sus huestes á la lid; resiste
Al hierro y al corcel del castellano
Que con empuje formidable embiste ....

¡Victoria! su denuedo sobrehumano
Grabó en la historia con la Noche Triste
La fama del heróico mexicano.



Francisco Sosa Escalante

Desolación (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Rugió la tempestad, cubrióse el cielo
Con negro manto funeral, sombrío,
Y al triste navegante el mar bravío
Hundió en abismo de profundo duelo.

Al ave incauta que tendiera el vuelo
Hácia ignota region por el vacío,
Allí la sorprendió; cadáver frío
Era al tocar con su plumaje el suelo.

Las verdes ondas del sereno lago
Que el cielo azul y las pintadas flores
Ayer copiaban con amante halago,

Hoy agitan los vientos bramadores,
Y siembra por doquier luto y estrago
La horrenda tempestad en sus furores!



Francisco Sosa Escalante

En la muerte de mi padre

-- de Francisco Sosa Escalante --

Como destroza el huracán bravío
Antiguo roble poderoso y fuerte,
Al golpe así de la implacable muerte
Bajaste al antro del sepulcro frío.

¡Oh padre bondadoso! ¡padre mio!
Perdon si estuve, por mi adversa suerte,
Tan distante de tí para ofrecerte
De mis ardientes lágrimas el rio.

Si es verdad que se mira desde el cielo
Lo que pasa en el mundo infortunado,
¡Oh padre de mi amor! mira mi duelo,

Y á Dios implora porque el hijo amado
Funde constante su ardoroso anhelo
En merecer llevar tu nombre honrado.



Francisco Sosa Escalante

La caída de las hojas (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Cayendo están las hojas; por el suelo
Las arrastra impetuoso torbellino;
Perdió la selva su esplendor divino,
Sus nubes de oro nuestro limpio cielo.

En las ramas del árbol no su duelo
Lamenta el ave en armonioso trino,
Ni halla sombra el viandante en su camino,
Ni hay para el pecho bienhechor consuelo.

Tristeza nada más! el alma mía
Al ver marchitas las hermosas flores
Que grata primavera ayer vestía,

Recuerda que así pasan los amores
Dejando solo la memoria impía
Del goce disfrutado en dias mejores.



Francisco Sosa Escalante

Lazo de amor

-- de Francisco Sosa Escalante --

Ese ángel puro que con dulce anhelo
Gozosos contemplais en este día,
Lazo es de amor que á vuestro hogar envía
Como una santa bendicion el cielo.

Lirio que brota á perfumar el suelo,
Ave parlera y fuente de alegría
En la vida tendreis que ayer corría
En triste soledad y amargo duelo.

Bendecid al Señor; brillante aurora
A vuestro noble corazon ofrece
Tras la noche de pena abrumadora.

Bendecid al Señor; él resplandece
En la dulce sonrisa encantadora
Del niño que un arcángel os parece.



Francisco Villaespesa

galantería

-- de Francisco Villaespesa --

Por ver quién recogía tu pañuelo,
que dejaste caer a unos truhanes,
con el más bravo de los capitanes
al pie de tus balcones tuve un duelo.
Me hirió su espada bajo el ferreruelo,
y para contener nuevos desmanes
le hundí el acero hasta los gavilanes
y cayó, desangrándose, en el suelo.
Y tu pañuelo recogí galante
con ademán del que recoge un guante.
Y envainando la espada enrojecida,
me alejé sonriente y satisfecho,
apretando el pañuelo contra el pecho
para enjugar la sangre de mi herida.



Carolina Coronado

en otro. traducido del dante

-- de Carolina Coronado --

¡eh!... Peregrino que por esta vía
atraviesas con planta indiferente,
¿vienes tal vez de tan remota gente
que el duelo ignoras de la patria mía?
¿cómo no lloras ¡ay! cuando sombría
cruzas por medio su ciudad doliente,
como quien nada sabe, nada siente
del grave luto que oscurece el día?
si te detienes a escuchar el caso,
yo sé de cierto que llorando, amigo,
no pudieras de aquí mover el paso:
perdió italia a beatriz; y cuanto dijo
a otros hombres hablando de la bella,
tiene virtud de hacer llorar por ella.



Clemente Althaus

A Jesucristo (Althaus)

-- de Clemente Althaus --

¿A quién acudiré, cuando estoy triste,
en busca de remedio y de consuelo,
si no a ti, que comprendes nuestro duelo,
del que experiencia tan crüel hiciste,

Cuando la mortal carne que nos viste,
te vio vestir el asombrado cielo,
y las miserias del mezquino suelo
todas por larga prueba conociste?

Me espanta de tu Padre soberano
la majestad tremenda; más contigo,
que te muestras tan dulce y tan humano,

me es dado hablar cual con estrecho amigo,
o cual pudiera hermano con hermano,
y mis dolores íntimos te digo.



Clemente Althaus

A la muerte de D. Pío de Tristán

-- de Clemente Althaus --

Padre segundo de mi madre y mío,
que la cumbre ocupaste del Estado,
luego a lo eterno y santo consagrado,
viviste de la tierra en el desvío:

tu fin, temprano al mundo, a ti tardío,
lamenta el pobre a quien contigo el hado
quitó amparo y sustento y padre amado,
¡Oh en la virtud, como en el nombre, Pío!

Tu familia a quien fuiste muro fuerte,
y que eterna anhelara tu existencia,
su gozo en llanto perennal convierte;

y a mayor duelo el hado me sentencia,
pues dos años y dos tu acerba muerte
para mí solo adelantó la ausencia.



Clemente Althaus

A la virgen (2 Althaus)

-- de Clemente Althaus --

Virgen, ¿por qué, cuando el divino infante
a la tuya su faz junta risueño,
o goza entre tus brazos blando sueño,
cubre grave tristeza tu semblante?

¡Ay! que ya de tu mente está delante
de sus verdugos el airado ceño,
y ya pendiente del infame leño
le ve morir tu corazón amante.

Que es de tu claridad nube sombría
y a tus placeres todos mezcla duelo
de Simeón la triste profecía;

mas mirarle te dé justo consuelo
resucitar en el tercero día,
y en gloria excelsa remontarse al cielo.



Clemente Althaus

A Elena (4 Althaus)

-- de Clemente Althaus --

I

Contemplando callaba embelesado,
feliz visitador, a dos doncellas,
tan puras y graciosas como bellas,
y bellas ambas en el mismo grado:
mas, apenas llegaste, y el estrado
alto asiento te diera en medio de ellas,
como ante el sol se apagan las estrellas,
así se oscurecieron a tu lado.
Que, como el mismo sol humanas teas,
así tú, Elena, a las demás mujeres
cubres con tu luz fúlgida y afeas.
Cesan contigo varios pareceres,
y aunque la sola en ignorarlo seas,
tú la beldad de las beldades eres!

II

Cuando contemplo el delicado velo
que a tu alma bella da digna morada,
y pienso que beldad tan extremada,
de ideal perfección tipo y modelo,
ha de sentir de la vejez el hielo,
y que la Muerte con su mano airada
ha de sumirla en espantosa nada,
de ley tan dura con horror me duelo.
Mas ¿qué diciendo está mi Musa impía?
¿Alta revelación no me asegura
que, gloriosa y mas bella todavía,
la de mí tan amada vestidura
ha de resucitar el postrer día
para unirse de nuevo a tu alma pura?



Clemente Althaus

Al Rímac

-- de Clemente Althaus --

I

En muda calma la ciudad reposa:
y yo, de codos en tu vasto puente,
miro brillar tu rápida corriente,
que al mar se precipita bulliciosa,
hoy del placer la taza deleitosa
bebió de Lima la festiva gente,
y yo la del dolor, que eternamente
de hiel amarga para mí rebosa.
Y ahora, Rímac, tu raudal sonoro
su sueño arrulla bajo puro cielo,
azul dosel con lentejuelas de oro:
¡y yo tan solo, con perenne duelo,
de la ciudad en la alegría lloro,
de la ciudad en el reposo velo!

II
¡Cuánto crecieron con el llanto mío
Arno y Betis y Támesis y Sena,
testigos todos de mi larga pena
y de mi insano amor y desvarío!
Y hoy también a tus ondas, patrio río,
mezclan mis ojos su encendida vena;
que en la tierra natal como en la ajena,
tenaz me sigue mi recuerdo impío.
Y en vano busco junto a ti reposo,
y el alivio del mal que me atormenta
al refrigerio de tus ondas pido:
¡Ah! sólo del Leteo silencioso
beber puedo en el agua soñolienta
la paz profunda der eterno olvido.



Clemente Althaus

Imitaciones

-- de Clemente Althaus --

I

Breve carta, oh bella infiel,
mi inmensa pasión mal pinta:
y si la mar fuera tinta
y el cielo fuera papel,
antes que poder pintar
mi amor y constante duelo,
se llenara todo el cielo
y se secara la mar.

II

¿No te parece, di, mortal pecado
robarme y no volverme el corazón?
¿Qué sacerdote, di, te ha confesado,
que te ha podido dar la absolución?

III

A Roma la celebrada
para ver San Pedro fui,
y estuve casi en la entrada:
pero me acordé de ti
y me volví sin ver nada.

IV

A mirar el cielo ven:
¡Qué de estrellas! pues son más
los pesares que me das
con tu continuo desdén.

V

Dicen que a casarte vas:
¡Ah! no te cases: espera;
deja que ésta triste muera
Y después te casarás.

VI

Perdí mi corazón, y todos dicen
que tú lo has encontrado:
devuélvemelo pues, niña del alma,
o dame el tuyo en cambio.

VII

A ti pie siento llevar,
privado de mi albedrío,
como el arroyuelo al río
o como el río a la mar.



Clemente Althaus

Viajando por la costa

-- de Clemente Althaus --

Áridos cerros que ni el musgo viste,
cumbres que parecéis a la mirada
altas olas de mar petrificada,
¡cuánto me halaga vuestro aspecto triste!

¡Cuánto descansa el ánimo angustiado
en contemplaros, al fulgor sombrío
de un cielo oscuro, nebuloso y frío,
conforme, cual vosotros, a mi estado!

Que en el mar y en la tierra y en el cielo
a un afligido corazón le agrada
encontrar donde quiera retratada
la fiel imagen de su propio duelo.



Ramón López Velarde

la mancha de púrpura

-- de Ramón López Velarde --

La mancha de púrpura
me impongo la costosa penitencia
de no mirarte en días y días, porque mis ojos
cuando por fin te miren, se aneguen en tu esencia
como si naufragasen en un golfo de púrpura,
de melodía y de vehemencia.
Pasa el lunes, y el martes, y el miércoles... Yo sufro
tu eclipse, ¡oh creatura solar!, mas en mi duelo
el afán de mirarte se dilata
como una profecía; se descorre cual velo
paulatino; se acendra como miel; se aquilata
como la entraña de las piedras finas;
y se aguza como el llavín
de la celda de amor de un monasterio en ruinas.
Tú no sabes la dicha refinada
que hay en huirte, que hay en el furtivo gozo
de adorarte furtivamente, de cortejarte
más allá de la sombra, de bajarse el embozo
una vez por semana, y exponer las pupilas,
en un minuto fraudulento,
a la mancha de púrpura de tu deslumbramiento.
En el bosque de amor, soy cazador furtivo;
te acecho entre dormidos y tupidos follajes,
como se acecha un ave fúlgida; y de estos viajes
por la espesura, traigo a mi aislamiento
el más fúlgido de los plumajes:
el plumaje de púrpura de tu deslumbramiento.



© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba