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Se han encontrado 27 poemas con la palabra doradas

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Alberti

santoral agreste

-- de Alberti --

¿quién rompió las doradas vidrieras
del crepúsculo? ¡oh cielo descubierto,
del montes, mares, viento, parameras
y un santoral del par en par abierto!

tres arcángeles van por las praderas
con la virgen marina al blanco puerto
del pescado; ayunando, entre las fieras,
se disecan los padres del desierto.

El santo labrador peina la tierra;
santa cecilia pulsa los pinares,
y el perro de san roque, por el río,

corre tras la paloma de la sierra,
para glorificarla en los altares,
bajo la luz de este soneto mío.

Poema santoral agreste de Alberti con fondo de libro

Alfonsina Storni

Sábado

-- de Alfonsina Storni --

Me levanté temprano y anduve descalza
Por los corredores: bajé a los jardines
Y besé las plantas
Absorbí los vahos limpios de la tierra,
Tirada en la grama;
Me bañé en la fuente que verdes achiras
Circundan. Más tarde, mojados de agua
Peiné mis cabellos. Perfumé las manos
Con zumo oloroso de diamelas. Garzas
Quisquillosas, finas,
De mi falda hurtaron doradas migajas.
Luego puse traje de clarín más leve
Que la misma gasa.
De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo
Mi sillón de paja.
Fijos en la verja mis ojos quedaron,
Fijos en la verja.
El reloj me dijo: diez de la mañana.
Adentro un sonido de loza y cristales:
Comedor en sombra; manos que aprestaban
Manteles.
Afuera, sol como no he visto
Sobre el mármol blanco de la escalinata.
Fijos en la verja siguieron mis ojos,
Fijos. Te esperaba.

Poema Sábado de Alfonsina Storni con fondo de libro

Leopoldo Lugones

Las horas doradas

-- de Leopoldo Lugones --

Cuatro bellezas tiene el año,
Cuatro bellezas como tú,
Que me enumera el bonzo extraño
Con su puntero de bambú.

Es la primera, al desperezo
De un amor todavía leve,
La temprana flor del cerezo
Que se mezcla a la última nieve.

La segunda es el sol del estío,
Que en el kaki de fuego y miel,
Pinta al amante desvarío
La mordedura dulce y cruel.

Cuando el amor se acendra en lloro
Y el otoño agobia la rama,
La tercera es la luna de oro
Sobre el lejano Fuziyama.

Y la belleza del invierno
Es el frío, el frío sutil
Que refugia en mi pecho tierno
Tus lentas manos de marfil.

Mas se equivoca el bonzo extraño
Con su doctrina y su bambú.
Cuatro bellezas tiene el año,
Pero ninguna como tú.

Poema Las horas doradas de Leopoldo Lugones con fondo de libro

Lope de Vega

Sulca del mar de Amor las rubias onda

-- de Lope de Vega --

Sulca del mar de Amor las rubias onda;
barco de Barcelona y por los bellos
lazos navega altivo, aunque por ellos,
tal vez te muestres y tal vez te escondas.

Ya no flechas, Amor, doradas ondas
teje de sus espléndidos cabellos;
tú con los dientes no le quites dellos,
para que a tanta dicha correspondas.

Desenvuelve los rizos con decoro,
los paralelos de mi sol desata,
boj o colmillo de elefante moro,

y en tanto que, esparcidos, los dilata,
forma por la madeja sendas de oro,
antes que el tiempo los convierta en plata.



Góngora

Grandes, más que elefantes y que abadas

-- de Góngora --

Grandes, más que elefantes y que abadas,
títulos liberales como rocas,
gentiles hombres, sólo de sus bocas,
illustri cavaglier, llaves doradas;

hábitos, capas digo remendadas,
damas de haz y envés, viudas sin tocas,
carrozas de ocho bestias, y aun son pocas
con las que tiran y que son tiradas;

catarriberas, ánimas en pena,
con Bártulos y Abades la milicia,
y los derechos con espada y daga;

casas y pechos todo a la malicia;
lodos con perejil y yerbabuena:
esto es la Corte. ¡Buena pro le haga!



Góngora

A Córdoba

-- de Góngora --

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran rio, gran rey de Andalucia,
de arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!

Si entre aquella ruinas y despojos
que enriquece Genil y Darro baña
tu memoria no fue alimento mío,

¡nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tus muros, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, oh patria, oh flor de España!



Luis Palés Matos

místico (para la muerta niña)

-- de Luis Palés Matos --

Envuelta en una magia de rosados candores,
sobre un reclinatorio de nardos y azahares,
tu cuerpecito lleno de inocentes temblores
dormía su narcisismo, ajeno a las pesares.

Velaba tu alma honesta vago romanticismo:
doradas mariposas, quiméricos jardines,
fuentecillas gimiendo en su solitarismo
como un encantamiento de notas de violines.

Abismada en el prisma que la niñez ponía
ante tus ojos, negros como los sinsabores,
tu vida era crátera de rica fantasía.

Y, núcleo de una alegre cáfila de rumores,
eras como el preludio de suave melodía
que el céfiro nocturno remeda entre las flores.



Jaime Torres Bodet

paisaje

-- de Jaime Torres Bodet --

Paisaje lento de mi poesía...
¿Otoño? no. Más bien, tras de la lluvia,
entre el líquido verde de las hojas,
amanecer sombrío de la luna.
Ambigua luz de incienso en las volutas
doradas de una música nocturna;
enrejado sutil de sicomoros
sobre la plata azul de una laguna:
paisaje sin momentos
y sin aristas bruscas,
diluído en matices,
hecho todo de ritmos sin premura,
más lento cada vez y realizado
en una flor perfecta y taciturna,
como se queda el alma sostenida
en esa onda última
alta, vibrante, sólida
de la marea blanda de la música...



Jaime Torres Bodet

naranjas

-- de Jaime Torres Bodet --

Naranjitas de china,
naranjitas doradas
que caían, maduras,
al corral de mi casa
de una casa vecina,
rodando, por las tapias...
Naranjitas de oro
que trae, en su canasta,
una niña que viene
cantando desde el alba:
naranjitas de china,
¿no me compra naranjas?...
¡Ay, cómo me recuerdan
el solar de mi casa,
con el color alegre
de sus hojitas agrias!
¡cuántas cosas me dice
de mi vida lejana
esa niña que viene
vendiendo unas naranjas!
naranjitas de china,
¿no me compra naranjas?...
Sol... Provincia... Canciones...
¡Esa niña que pasa
no comprende que, a gritos,
va vendiendo mi infancia!



Julián del Casal

coquetería

-- de Julián del Casal --

En el verde jardín del monasterio,
donde los nardos crecen con las lilas,
pasea la novicia sus pupilas
como princesa por su vasto imperio.
Deleitan su sagrado cautiverio
los chorros de agua en las marmóreas pilas,
el lejano vibrar de las esquilas
y las místicas notas del salterio.
Sus rizos peina el aura del verano,
mas la doncella al contemplarlos llora
e, internada en el bosque de cipreses,
piensa que ha de troncharlos firme mano
como la hoz de ruda segadora
las espigas doradas de las mieses.



Julián del Casal

a un crítico

-- de Julián del Casal --

Yo sé que nunca llegaré a la cima
donde abraza el artista a la quimera
que dotó de hermosura duradera
en la tela, en el mármol o en la rima;
yo sé que el soplo extraño que me anima
es un soplo de fuerza pasajera,
y que el olvido, el día que yo muera,
abrirá para mí su oscura sima.
Mas sin que sienta de vivir antojos
y sin que nada mi ambición despierte,
tranquilo iré a dormir con los pequeños,
si veo fulgurar ante mis ojos,
hasta el instante mismo de la muerte,
las visiones doradas de mis sueños.



Julián del Casal

elena

-- de Julián del Casal --

Luz fosfórica entreabre claras brechas
en la celeste inmensidad, y alumbra
del foso en la fatídica penumbra
cuerpos hendidos por doradas flechas;
cual humo frío de homicidas mechas
en la atmósfera densa se vislumbra
vapor disuelto que la brisa encumbra
a las torres de ilión, escombros hechas.
Envuelta en veste de opalina gasa,
recamada de oro, desde el monte
de ruinas hacinadas en el llano,
indiferente a lo que en torno pasa,
mira elena hacia el lívido horizonte
irguiendo un lirio en la rosada mano.



Octavio Paz

tus ojos

-- de Octavio Paz --

Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima,
silencio que habla,
tempestades sin viento, mar sin olas,
pájaros presos, doradas fieras adormecidas,
topacios impíos como la verdad,
o toño en un claro del bosque en donde la luz canta en el hombrode un árbol y son pájaros todas las hojas,
playa que la mañana encuentra constelada de ojos,
cesta de frutos de fuego,
mentira que alimenta,
espejos de este mundo, puertas del más allá,
pulsación tranquila del mar a mediodía,
absoluto que parpadea,
páramo.



José María Eguren

el bote viejo

-- de José María Eguren --

Bajo brillante niebla,
de saladas actinias cubierto,
amaneció en la playa,
un bote viejo.

Con arena, se mira
la banda de sus bateleros,
y en la quilla verdosos
calafateos.

Bote triste, yacente,
por los moluscos horadado;
ha venido de ignotos
muelles amargos.

Apareció en la bruma
y en la armonía de la aurora;
trajo de los rompientes
doradas conchas.

A sus bancos remeros,
a sus amarillentas sogas,
viene los cormoranes
y las gaviotas.

Los pintorescos niños,
cuando dormita la marea
lo llenan de cordajes
y de banderas.

Los novios, e la tarde,
en su alta quilla se recuestan;
y a los vientos marinos,
de amor se besan.

Mas el bote ruinoso
de las arenas del estuario,
ansía los distantes
muelles dorados.

Y en la profunda noche,
en fino tumbo abrillantado,
partió el bote muriente
a los botes lejanos.



Antonio Machado

A don Francisco Giner de los Ríos

-- de Antonio Machado --

Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?... Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!
Y hacia otra luz más pura
partió el hermanó de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
... ¡Oh, sí!, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas...
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.
Baeza, 21 de febrero de 1915



Antonio Machado

Anoche cuando dormía...

-- de Antonio Machado --

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di: ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
en donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un sol ardiente lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.



Antonio Machado

Yo voy soñando caminos

-- de Antonio Machado --

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
- La tarde cayendo está-.
"En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón".
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada".



Rosalía de Castro

Los robles (Rosalía de Castro)

-- de Rosalía de Castro --

LOS ROBLES

I

Allá en tiempos que fueron, y el alma
Han llenado de santos recuerdos,
De mi tierra, en los campos hermosos,
La riqueza del pobre era el fuego;
Que al brillar, de la choza en el fondo,
Calentaba los rígidos miembros
Por el frío y el hambre ateridos,
Del niño y del viejo.

De la hoguera sentados en torno,
En sus brazos la madre arrullaba
Al infante robusto;
Daba vuelta, afanosa la anciana
En sus dedos nudosos, al huso,
Y al alegre fulgor de la llama,
Ya la joven la harina cernía,
O ya desgranaba
Con su mano callosa y pequeña,
Del maíz las mazorcas doradas.



Medardo Ángel Silva

Fragmentos (Silva)

-- de Medardo Ángel Silva --

Pero hasta que se apaguen las húmedas pupilas
de este loco muchacho que te dice sus versos,
rimarán en tu gloria sus más dulces canciones
los líricos bulbules que cantan en mi huerto!

Quizás nunca regreses, o cuando tú retornes,
mi corazón, inmóvil, duerma su último sueño,
el que velan los sauces, como madres llorosas,
y las lunas doradas sobre los cementerios...

Las estrellas se miran sobre el lago dormido
cual pálidos nenúfares en las azules aguas;
de una nocturna paz mi corazón se llena
de recuerdos floridos y visiones románticas...

De sueños imposibles y todas esas cosas
que llevan los poetas en el fondo del alma
y que surgen de pronto con aquellos perfumes
de las rosas difuntas y las novias lejanas!



Juan Meléndez Valdés

Las armas del amor

-- de Juan Meléndez Valdés --

De tus doradas hebras, mi señora,
Amor formó los lazos para asirme;
de tus lindos ojuelos, para herirme,
las flechas y la llama abrasadora.

Tu dulce boca, que el carmín colora,
su púrpura le dio para rendirme;
tus manos, si al encanto quise huirme,
nieve que en fuego se me vuelve ahora.

Tu voz suave, tu desdén fingido
y el albo seno, do el placer se anida,
pábulo añaden al ardor primero.

Amor con tales armas me ha rendido;
¡ay armas celestiales!, ¡ay mi vida!,
yo soy, yo quiero ser tu prisionero.



Juan Ramón Jiménez

desnudos

-- de Juan Ramón Jiménez --

Por el mar vendrán
las flores del alba
(olas, olas llenas
de azucenas blancas),
el gallo alzará
su clarín de plata.
(¡Hoy! te diré yo
tocándote el alma)
¡o, bajo los pinos,
tu desnudez malva,
tus pies en la tierna
yerba con escarcha,
tus cabellos verdes
de estrellas mojadas!
(...Y tú me dirás
huyendo: mañana)
levantará el gallo
su clarín de llama,
y la aurora plena,
cantando entre granas,
prenderá sus fuegos
en las ramas blandas.
(¡Hoy! te diré yo
tocándote el alma)
¡o, en el sol nacido,
tus sienes doradas,
los ojos inmensos
de tu cara maga,
evitando azules
mis negras miradas!
(...Y tú me dirás
huyendo: mañana)



Evaristo Carriego

Filtro rojo

-- de Evaristo Carriego --

Porque hasta mí llegaste silenciosa,
la ardiente exaltación de mi elocuencia
derrotó la glacial indiferencia
que mostrabas, altiva y desdeñosa.

Volviste a ser la de antes. Misteriosa,
como un rojo clavel tu confidencia
reventó en una amable delincuencia
con no sé que pasión pecaminosa.

Claudicó gentilmente tu arrogancia,
y al beber el locuaz vino de Francia,
— ¡oh, las uvas doradas y fecundas! —

una aurora tiñó tu faz de armiño,
¡y hubo en la jaula azul de tu corpiño
un temblor de palomas moribundas!



Francisco Villaespesa

el caimán

-- de Francisco Villaespesa --

En la paz celestial de las alturas,
cual velos de quiméricas huríes,
nubes blancas, doradas, carmesíes,
despliegan sus eternas vestiduras.
Garzas de epitalámicas blancuras,
guacamayos, centzontles, colibríes,
enjoyan la floresta de rubíes,
topacios, perlas y amatistas puras.
En la ilusión de la corriente brilla
un zafiro de mística pureza...
Cruzan nubes moradas, rojas, gualdas...
Y en la arena de oro de la orilla,
al sol, la incuria de un caimán, bosteza
resplandores de vivas esmeraldas.



José Hierro

viento de otoño alegría (1947)

-- de José Hierro --

Hemos visto, ¡alegría!, dar el viento
gloria final a las hojas doradas.
Arder, fundirse el monte en llamaradas
crepusculares, trágico y sangriento.
Gira, asciende, enloquece, pensamiento.
Hoy da el otoño suelta a sus manadas.
¿No sientes a lo lejos sus pisadas?
pasan, dejando el campo amarillento.
Por esto, por sentirnos todavía
música y viento y hojas, ¡alegría!
por el dolor que nos tiene cautivos,
por la sangre que mana de la herida
¡alegría en el nombre de la vida!
somos alegres porque estamos vivos.



José Martí

penachos vívidos

-- de José Martí --

Como taza en que hierve
de transparente vino
en doradas burbujas
el generoso espíritu;
como inquieto mar joven
del cauce nuevo henchido
rebosa, y por las playas
bulle y muere tranquilo;
como manada alegre
de bellos potros vivos
que en la mañana clara
muestran su regocijo,
ora en carreras locas,
o en sonoros relinchos,
o sacudiendo el aire
el crinaje magnífico;
así mis pensamientos
rebosan en mis vívidos,
y en crespa espuma de oro
besan tus pies sumisos,
o en fúlgidos penachos
de varios tintes ricos,
se mecen y se inclinan
cuando tú pasas hijo!



Clemente Althaus

A Faetón

-- de Clemente Althaus --

Atrevimiento tan nuevo
con espantosa caída
pudo quitarte la vida,
hijo glorioso de Febo.
Mas la pregonera Diosa
en edad ninguna cesa
de encarecer tal empresa,
cuanto infeliz generosa.
Que, pues la envidia altanera
negó tu origen divino,
acreditarlo convino
por tan singular manera.
Y por las abiertas sendas
de los celestiales llanos
fueron rigiendo tus manos
del sol las doradas riendas.
Y aunque, por la omnipotente
diestra fulminado, el Po
helado sepulcro dio
a tu cadáver ardiente,
probó al mundo tu carrera
que hijo eras del mismo Apolo,
pues de él un hijo tan solo
tanto favor mereciera.
No con tus tiernas hermanas
tu amante madre Climene
siempre sin consuelo pene,
quejas despidiendo vanas:
Fin a su lamento triste
pongan, y a aliviarlas baste
ver que el lauro que ganaste
excede al bien que perdiste.



Arcano

-- de Clementina Isabel Azlor --

¿Qué mano misteriosa erizó de doradas,
promisorias espigas, el siniestro abrojal?
¿Qué vendaval maldito derramó la simiente
que hoy viste de esmeralda lujoso el cenagal?

¿Qué espíritu invisible llegó en la tarde lívida
a borrar con su magia la apariencia del mal?
¿Quién te dio esa sonrisa seductora y aviesa?
¿Quién te puso en los labios ese embrujo fatal?



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Ariiba