Buscar Poemas con Dolores


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Se han encontrado 91 poemas con la palabra dolores

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Antonio Machado

Eran ayer mis dolores

-- de Antonio Machado --

Eran ayer mis dolores
como gusanos de seda
que iban labrando capullos;
hoy son mariposas negras.
¡De cuántas flores amargas
he sacado blanca cera!
¡Oh tiempo en que mis pesares
trabajaban como abejas!
Hoy son como avenas locas,
o cizaña en sementera,
como tizón en espiga,
como carcoma en madera.
¡Oh tiempo en que mis dolores
tenían lágrimas buenas,
y eran como agua de noria
que va regando una huerta!
Hoy son agua de torrente
que arranca el limo a la tierra.
Dolores que ayer hicieron
de mi corazón colmena,
hoy tratan mi corazón
como a una muralla vieja:
quieren derribarlo, y pronto,
al golpe de la piqueta.

Poema Eran ayer mis dolores de Antonio Machado con fondo de libro

Manuel Acuña

Porque dejaste el mundo de dolores

-- de Manuel Acuña --

Porque dejaste el mundo de dolores
buscando en otro cielo la alegría
que aquí, si nace, sólo dura un día
y eso entre sombras, dudas y temores.

Porque en pos de otro mundo y otras flores
abandonaste esta región sombría,
donde tu alma gigante se sentía
condenada a continuos sinsabores.

Yo te vengo a decir mi enhorabuena
al mandarte la eterna despedida
que de dolor el corazón me llena;

que aunque cruel y muy triste tu partida,
si la vida a los goces es ajena
mejor es el sepulcro que la vida.

Poema Porque dejaste el mundo de dolores de Manuel Acuña con fondo de libro

Dolores Veintimilla

Sufrimiento

-- de Dolores Veintimilla --

Pasaste, edad hermosa
En que rizó el ambiente
Las hebras del cabello por mi frente
Que hoy anubla la pena congojosa.
Pasaste, edad de rosa,
De los felices años,
Y contigo mis gratas ilusiones....
Quedan en su lugar los desengaños
Que brotó el huracán de las pasiones.

Entonces ay! entonces, madre mía,
Tus labios enjugaban
Lágrimas infantiles que surcaban
Mis purpúreas mejillas....Y en el día
¡Ay de mí! no estás cerca para verlas....
¡Son del color alquitaradas perlas....

Madre! madre! no sepa la amargura
Que aqueja el corazón de tus Dolores,
Saber mi desventura
Fuera aumentar tan solo los rigores
Con que en ti la desgracia audaz se encona.
En mi nombre mi sino me pusiste!
Sino, madre, bien triste!
Mi corona nupcial, está en corona
De espinas ya cambiada....
Es tu Dolores ay! tan desdichada!!!

Poema Sufrimiento de Dolores Veintimilla con fondo de libro

Pablo Neruda

9

-- de Pablo Neruda --

9
canción del macho y de la hembra!
la fruta de los siglos
exprimiendo su jugo
en nuestras venas.
Mi alma derramándose en tu carne extendida
para salir de ti más buena,
el corazón desparramándose,
estirándose como una pantera,
y mi vida, hecha astillas, ¡anudándose
a ti como la luz a las estrellas!
me recibes
como al viento la vela.
Te recibo
como el surco a la siembra.
Duérmete sobre mis dolores
si mis dolores no te queman,
amárrate a mis alas,
acaso mis alas te llevan,
endereza mis deseos,
acaso te lastima su pelea.
Tú eres lo único que tengo
desde que perdí mi tristeza!
desgárrame como una espada
o táctame como una antena!
bésame,
muérdeme,
incéndiame,
que yo vengo a la tierra
sólo por el naufragio de mis ojos de macho
en el agua infinita de tus ojos de hembra!



Pedro Antonio de Alarcón

Los siete dolores de María

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

De Simeón la triste profecía
anúnciale una vida de dolores,
y huye a Egipto, temiendo los furores
con que Herodes al Cristo perseguía.

Crece su pena y crece su agonía,
cuando pierde a la luz de sus amores,
y su duelo y su luto son mayores,
al hallarle del Gólgota en la vía.

Se aumenta su pesar cuando la muerte
dobla la frente del Crucificado,
añadiendo amargura a su amargura

el abrazar después su cuerpo inerte,
y más y más su pecho es angustiado
al dejarle en la yerta sepultura.



Garcilaso de la Vega

¡Oh hado esecutivo en mis dolores

-- de Garcilaso de la Vega --

¡Oh hado ejecutivo en mis dolores,
cómo sentí tus leyes rigurosas!
Cortaste el árbol con manos dañosas,
y esparciste por tierra fruta y flores.

En poco espacio yacen mis amores
y toda la esperanza de mis cosas,
tornadas en cenizas desdeñosas,
y sordas a mis quejas y clamores.

Las lágrimas que en esta sepultura
se vierten hoy en día y se vertieron
recibe, aunque sin fruto allá te sean,

hasta que aquella eterna noche escura
me cierre aquestos ojos que te vieron,
dejándome con otros que te vean.



Julio Flórez

Flores negras

-- de Julio Flórez --

Poem

Oye: bajo las ruinas de mis pasiones, y en el fondo de esta alma que ya no alegras, entre polvos de ensueños y de ilusiones yacen entumecidas mis flores negras.

Ellas son el recuerdo de aquellas horas en que presa en mis brazos te adormecías, mientras yo suspiraba por las auroras de tus ojos, auroras que no eran mías.

Ellas son mis dolores, capullos hechos; los intensos dolores que en mis entrañas sepultan sus raíces, cual los helechos en las húmedas grietas de las montañas.

Ellas son tus desdenes y tus reproches ocultos en esta alma que ya no alegras; son, por eso, tan negras como las noches de los gélidos polos, mis flores negras.

Guarda, pues, este triste, débil manojo, que te ofrezco de aquellas flores sombrías; guárdalo, nada temas, es un despojo del jardín de mis hondas melancolías.



Amado Nervo

ultima verba. el alma y cristo

-- de Amado Nervo --

El alma
señor, ¿por qué si el mal y el bien adunas,
para mí solo hay penas turbadoras?
la noche es negra, pero tiene lunas;
¡el polo es triste, pero tiene auroras!
el látigo fustiga, pero alienta;
el incendio destruye, pero arde,
¡y la nube que fragua la tormenta
se tiñe de arreboles en la tarde!
cristo
insensato! y yo estoy en tus dolores,
soy tu mismo penar, tu duelo mismo;
mi faz en tus angustias resplandece...
Se pueblan los espacios de fulgores
y desgarra sus velos el abismo.
El alma embelesada
¡luz...!
Cristo
yo enciendo las albas.
Amanece.



Amós de Escalante

Al Cristo de mi cabecera

-- de Amós de Escalante --

Tú velas en la Cruz, donde clavado
te deja y vergonzoso y dolorido,
más que el odio de un pueblo fementido,
la pesadumbre inmensa del pecado.

Tú velas en la Cruz, y descuidado
duerme a tus pies mi espíritu rendido
en brazos del silencio y del olvido,
de un sueño en otro sueño transportado.

No sabe si hallará cuando despierte
los dolores y halagos de la vida
o el juicio y resistencia de la muerte.

Si tú, Señor, le compadeces, cuida
de hacerle amar tu hora, la de verte,
si esperada quizás, siempre temida.



Julián Romea

Una lágrima (Romea)

-- de Julián Romea --

¡Oh, cuán hermosa y llena de dulzura
Brillar te miro, lágrima querida,
Del párpado entreabierto suspendida,
Blanda, elocuente, cristalina y pura!

¡Mucha pena ¿verdad? mucha amargura
Guardaba allá en sus senos escondida
Al despedirte el alma dolorida,
Hija de su cariño y su ternura!!

Adios, prenda de paz y de consuelo;
Estrella que benéfica aparece
A templar los dolores de este suelo;

Vuela con esa brisa que te mece,
Y deshecha en vapor vuélvete al cielo.
Que este mundo sin fe no te merece.



Lope de Vega

El ánimo solícito y turbado

-- de Lope de Vega --

El ánimo solícito y turbado,
como se ve en el mar la inquieta boya
miraba Albano el campo en que fue Troya
de fuego un tiempo y de dolor cercado.

Adonde el Ilión se vio fundado,
que ya la fama en su grandeza apoya,
y estuvo la greciana, hurtada joya,
vio la ceniza convertida en prado.

Estuvo un rato así, mas dijo luego:
¡Oh campos, ya de fuego, en mis dolores
y en vuestro ejemplo mis consuelos fío!

Que si en lugar que cupo tanto fuego,
ahora veo verde hierba y flores,
también podrá tener templanza el mío.



Lope de Vega

Muere la vida, y vivo yo sin vida

-- de Lope de Vega --

Muere la vida, y vivo yo sin vida,
ofendiendo la vida de mi muerte.
Sangre divina de las venas vierte,
y mi diamante su dureza olvida.
Está la majestad de Dios tendida
en una dura cruz, y yo de suerte
que soy de sus dolores el más fuerte,
y de su cuerpo la mayor herida.
¡Oh duro corazón de mármol frio!,
¿tiene tu Dios abierto el lado izquierdo,
y no te vuelves un copioso río?
Morir por él será divino acuerdo,
mas eres tú mi vida, Cristo mío,
y como no la tengo, no la pierdo.



Luis Gonzaga Urbina

madrigal efusivo

-- de Luis Gonzaga Urbina --

Déjame amar tus claros ojos. Tienen
lejanías sin fin, de mar y cielo,
y sus fulgores apacibles vienen
hasta mi corazón como un consuelo.

Deja que con tus ojos, se iluminen
mis viejas sombras y se vuelvan flores;
deja que con tus ojos se fascinen,
como aves de leyenda, mis dolores.

Que vea en ellos astros errabundos,
que en ellos sueñe inexplorados mundos
que en ellos bañe mi melancolía...
Son tristes, luminosos y profundos,
como puestas de sol, amada mía.....



Manuel Acuña

Hidalgo

-- de Manuel Acuña --

Sonaron las campanas de Dolores,
voz de alarma que el cielo estremecía,
y en medio de la noche surgió el día
de augusta libertad con los fulgores.

Temblaron de pavor los opresores
e Hidalgo audaz al porvenir veía,
y la patria, la patria que gemía,
vió sus espinas convertirse en flores.

¡Benditos los recuerdos venerados
de aquellos que cifraron sus desvelos
en morir por sellar la independencia;

aquellos que vencidos, no humillados,
encontraron el paso hasta los cielos
teniendo por camino su conciencia!



Manuel de Zequeira

Contra el amor

-- de Manuel de Zequeira --

Huye, Climene, deja los encantos
del amor, que no son sino dolores;
es una oculta sierpe entre las flores
cuyos silbos parecen dulces cantos:

es un néctar que quema y da quebrantos,
es Vesubio que esconde sus ardores,
es delicia mezclada con rigores
es jardín que se riega con los llantos:

Es del entendimiento laberinto
de entrada fácil y salida estrecha,
donde el más racional pierde su instinto:

Jamás mira su llama satisfecha,
y en fingiendo que está su ardor extinto,
es cuando más estrago hace su flecha.



Manuel del Palacio

Al borde de la tumba

-- de Manuel del Palacio --

Pequé, Señor, mas no porque he pecado
De vuestra alta clemencia me despido,
Que cuanto más hubiere delinquido
Os tengo á perdonar más empeñado.

Si verme pecador os ha indignado
Cedereis al mirarme arrepentido;
La misma culpa con que os he ofendido
Os tiene á la indulgencia preparado.

Cuando vuelve al redil de sus amores
Una oveja perdida y recobrada,
En júbilo se inundan los pastores;

Yo soy, Señor, oveja descarriada;
Mirad, Pastor divino, mis dolores,
Y recobradme al fin de la jornada.



Manuel del Palacio

Al borde de la tumba (Melodías íntimas)

-- de Manuel del Palacio --

Pequé, Señor, mas no porque he pecado
De vuestra alta clemencia me despido,
Que cuanto más hubiere delinquido
Os tengo á perdonar más empeñado.

Si verme pecador os ha indignado
Cederéis al mirarme arrepentido;
La misma culpa con que os he ofendido
Os tiene á la indulgencia preparado.

Cuando vuelve al redil de sus amores
Una oveja perdida y recobrada,
En júbilo se inundan los pastores;

Yo soy, Señor, oveja descarriada;
Mirad, Pastor divino, mis dolores,
Y recobradme al fin de la jornada.



Manuel del Palacio

La flor de mi esperanza

-- de Manuel del Palacio --

Yo vi en una mañana
Serena y deliciosa,
Brillar en la pradera fresca rosa
Espléndida y galana.
Sus hojas de colores
Al albo Sol hería,
Era la reina de las otras flores,
Era la flor de la esperanza mía.

Las amorosas brisas la mecieron
Llenando de perfume su capullo,
Vida y color la dieron,
Yo lozana la ví del prado orgullo;
Mis ayes de quebranto
Sólo ella cariñosa comprendía,
¡Cuántas veces mi llanto
Regó la flor de la esperanza mia!

Yo la conté mis sueños,
La historia le expliqué de mis amores,
Ella feliz rió de mis ensueños,
Y lloró desgraciada mis dolores.



Manuel Gutiérrez Nájera

el hada verde. canción del bohemio

-- de Manuel Gutiérrez Nájera --

¡en tus abismos, negros y rojos,
fiebre implacable mi alma se pierde,
y en tus abismos miro los ojos,
los verdes ojos del hada verde!
es nuestra musa glauca y sombría,
la copa rompe, la lira quiebra,
y a nuestro cuello se enrosca impía
como culebra!
llega y nos dice: ¡soy el olvido,
yo tus dolores aliviaré!
y entre sus brazos, siempre dormido,
yace musset.
¡Oh, musa verde! tú la que flotas
en nuestras vidas enardecidas,
tú la que absorbes, tú la que agotas
almas y vidas.
En las pupilas concupiscencia;
juego en la mesa donde se pierde
con el dinero, vida y conciencia,
en nuestras copas, eres demencia
¡oh, musa verde!
son ojos verdes los que buscamos,
verde el tapete donde jugué,
verdes absintios los que apuramos,
y verde el sauce que colocamos
en tu sepulcro, pobre musset.
Manuel gutiérrez nájera, 1887



Jorge Isaacs

A Virginia y Rufino

-- de Jorge Isaacs --

Recuerdos de infortunios y delicias
De otro mundo tal vez, llevo en el alma;
De lamentos y adioses y caricias,
De un amor infeliz memoria vaga.

Sueños o realidad, el bien perdido
Es esta sombra que mi frente empaña;
Mas al veros dichosos, al olvido
Doy el dolor y sécanse mis lágrimas.

¿Qué os dije de infortunios y dolores?
Para una eternidad, vuestro amor basta,
Y aquí en la tierra cubrirá de flores
Paterno amor la senda que os aguarda.

Si alguna vez os cuentan que leyeron
Mi nombre en una tumba solitaria,
Bajo los verdes bosques do corrieron
Los venturosos años de mi infancia...

Orad, orad por el amigo ausente;
Del bueno la oración, al cielo alcanza:
Por mí favoreced al indigente;
Es de ángeles o un Dios secar sus lágrimas.



Jorge Manrique

pregunta (a guevara)

-- de Jorge Manrique --

Porque me hiere un dolor
quiero saber de vos, cierto,
cuando matasteis amor
si lo dejasteis bien muerto;
o si había más amores
para dar pena y cuidado,
o si ha resucitado,
porque, según mis dolores,
amor me los ha causado.



Jorge Manrique

esparza yo callé males sufriendo

-- de Jorge Manrique --

Yo callé males sufriendo,
y sufrí penas callando;
padecí no mereciendo,
y merecí padeciendo
los bienes que no demando:
si el esfuerzo que he tenido
para callar y sufrir,
tuviera para decir,
no sintiera mi vivir
los dolores que ha sentido.



Jorge Manrique

Esparza: Yo callé males sufriendo

-- de Jorge Manrique --

Yo callé males sufriendo,
y sufrí penas callando;
padecí no mereciendo,
y merecí padeciendo
los bienes que no demando:
si el esfuerzo que he tenido
para callar y sufrir,
tuviera para decir,
no sintiera mi vivir
los dolores que ha sentido.



Jorge Manrique

¡Oh, mundo! Pues que nos matas...

-- de Jorge Manrique --

I

¡Oh, mundo! Pues que nos matas,
fuera la vida que diste
toda vida;
mas según acá nos tratas,
lo mejor y menos triste
es la partida
de tu vida, tan cubierta
de tristezas, y dolores
muy poblada;
de los bienes tan desierta,
de placeres y dulzores
despojada.

II

Es tu comienzo lloroso,
tu salida siempre amarga
y nunca buena,
lo de en medio trabajoso,
y a quien das vida más larga
le das pena.

Así los bienes -muriendo
y con sudor- se procuran
y los das;
los males vienen corriendo;
después de venidos, duran
mucho más.

FIN DE LA OBRA COMPLETA



Jorge Manrique

Pregunta: (A Guevara)

-- de Jorge Manrique --

Porque me hiere un dolor
quiero saber de vos, cierto,
cuando matasteis Amor
si lo dejasteis bien muerto;
o si había más amores
para dar pena y cuidado,
o si ha resucitado,
porque, según mis dolores,
Amor me los ha causado.



Dolores Veintimilla

A la misma amiga

-- de Dolores Veintimilla --

Ninfa del Guayas
Encantador!
De tus abriles
En el albor,
Cuando regreses
A la mansión,
Donde te espera
Todo el amor
De los que hoy ruegan
Por tí al Señor;
Cuando más tarde
Vengan en pos
De los placeres
Que apuras hoy,
Los tiernos goces
Y la emoción
Con que las madres
Amamos ¡Oh!
A los pedazos
Del corazón;
No olvides, Carmen,
No olvides, nó!
A tu Dolores
Por otro amor!



Emilio Bobadilla

¡Así es la vida!

-- de Emilio Bobadilla --

Truena el cañón; en lucha venatoria,
como espigas, inerme el hombre rueda
y a la luz de una luna sin memoria
todo en silencio legendario queda.

En la penumbra del hogar vacío
la vieja al viejo cuenta sus dolores
y amortiguado el odio, el caserío
lento se va poblando de rumores.

Ya el campanario roto da la hora,
vuelve el arado a socavar la tierra
que el sol de Mayo paternal decora;

vendrán las noches largas; con sentida
voz hablará el recuerdo de la guerra;
vendrá el olvido luego. ¡Así es la vida!



Emilio Bobadilla

El Kaiser

-- de Emilio Bobadilla --

Era la noche infausta, víspera de la guerra:
un gesto imperativo bastó para que ardiese
en unánime incendio consternada la tierra
y una voz de exterminio doquier repercutiese.

Y empezó la catástrofe: los campos sin labriegos;
las ciudades, sin fábricas; los jardines, sin flores
y, cogidos del brazo, por las calles los ciegos
¡y en el hogar de luto, taciturnos dolores...!

Y en su altivez el Kaiser de sojuzgar al mundo,
—¿qué le importa que llore, que suplique, que ruja?—
va de un frente a otro frente, el rostro furibundo,

imponiéndose a todos brutal y sanguinario,
¡y su silueta lúgubre corriendo se dibuja
al través de las llamas, en el inmenso osario!



Emilio Bobadilla

El tanque

-- de Emilio Bobadilla --

Como férrea tortuga de férreo carapacho,
se arrastra eyaculando proyectiles el tanque;
no hay miedo que en su curso irregular se estanque:
para él no hay hondonada, ni brecha ni picacho.

Se mueve como un barco que las olas en vilo
levantan en revuelta vorágine de espuma:
ya huye, ya se esconde a favor de la bruma,
oponiendo a las balas su piel de cocodrilo.

El recinto es obscuro y hermético y grasiento;
los tripulantes casi ni a respirar se atreven;
avanza irresistible, destructor como el viento;

mas un obús incendia de pronto sus motores,
rompiendo la coraza; su propia sangre beben
y mueren hechos llamas entre horribles dolores...



Emilio Bobadilla

La retirada

-- de Emilio Bobadilla --

Por los campos que el fuego dejó sin una brizna,
por los campos luctuosos, por los campos desiertos,
que rembranesco el humo de la pólvora aún tizna,
en macabras posturas se derraman los muertos.

El río tiene coágulos de púrpura; en el cielo
surgen nubes que en hoscos jirones se deshacen;
corren despavoridos los caballos en pelo
y los fusiles mudos junto a los muertos yacen.

La bandera en harapos, mugriento el uniforme,
el zapato hecho trizas, roma la bayoneta,
va el ejército exánime, cabizbajo, conforme,

por el peso abrumado de dolores acerbos,
y sombreando su paso, como negro cometa,
una curva se alarga de silenciosos cuervos...



Emilio Bobadilla

Milicias anónimas

-- de Emilio Bobadilla --

Anónimos soldados que moristeis
por odios y ambiciones batallando
y del hogar de súbito salisteis
vuestra familia en la orfandad dejando.

Del arma blanca al punjitivo ataque
sucumbisteis, cual corta las espigas
la hoz sin que la heroica muerte achaque
fuese a aplacar las furias enemigas.

¿Qué galardón la patria daros pudo
por vuestro arrojo, anónimas milicias,
en el combate horrísono y sañudo?

¿Qué fuisteis sino abono —esa es la guerra—,
abono de dolores e injusticias,
que nueva savia dieron a la tierra?



Arturo Borja

Por el camino de las quimeras

-- de Arturo Borja --

Para Carmen Rosa

Fundiendo el oro
de tu belleza con el tesoro
de mi tristeza,
fabricaré yo un cáliz de áurea realeza
en donde, juntos, exprimiremos
el ustorio racimo de los dolores,
en donde, juntos, abrevaremos
nuestros amores...
Será una copa sacra. Labios humanos
no mojarán en ella;
decorarán sus bordes lirios gemelos como tus manos
como tus labios habrá pétalos rojos,
y en su fondo un zafiro que fue una estrella
como tus Ojos. . .
El sortilegio
declinará. La magia de nuestro encanto
tendrá un veneno de sacrilegio;
la última gota
la absorberemos, locos, mezclada en llanto;
la copa rota,
se perderá, camino de las quimeras ...
Tú estarás medio muerta. Mi último beso
morirá en tus ojeras,
mi último beso
se alejará, camino de las quimeras...



Arturo Borja

Soñación

-- de Arturo Borja --

Pálida, en la penumbra de un fugitivo ensueño,
igual que un lirio triste al claror de la luna,
te miré en una noche, desnudando el sedeño
ropaje coronado por tu melena bruna.
Me acerqué... Desflorando mi boca tu risueño
pudor (¡oh, primavera!), te quise y fuiste mía.
Tus esquivas caricias son sólo un loco sueño
que ahuyenta lo brumoso de mi melancolía.
Y aquel sueño de aquella fugaz noche —la sola—
noche que en mi bohemia tiene aroma de amores
en un sabio nepente que aloja mis dolores
trayéndome entre nardos la mística corona
del alma de tu carne, y brillando felina
infinita y enorme: tu mirada divina.

Enero 1904



Julián del Casal

en un hospital

-- de Julián del Casal --

Tabernáculo abierto de dolores
que ansía echar el mundo de su seno,
como la nube al estruendoso trueno
que la puebla de lóbregos rumores;
plácenme tus sombríos corredores
con su ambiente impregnado del veneno
que dilatan en su ámbito sereno
los males de tus tristes moradores.
Hoy que el dolor mi juventud agosta
y que mi enfermo espíritu intranquilo
ve su ensueño trocarse en hojarasca,
pienso que tú serás la firme costa
donde podré encontrar seguro asilo
en la hora fatal de la borrasca.



Pablo Neruda

soneto lxiii cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

No sólo por las tierras desiertas donde la piedra salina
es como la única rosa, la flor por el mar enterrada,
anduve, sino por la orilla de ríos que cortan la nieve.
Las amargas alturas de las cordilleras conocen mis pasos.
Enmarañada, silbante región de mi patria salvaje,
lianas cuyo beso mortal se encadena en la selva,
lamento mojado del ave que surge lanzando sus escalofríos,
oh región de perdidos dolores y llanto inclemente!
no sólo son míos la piel venenosa del cobre
o el salitre extendido como estatua yacente y nevada,
sino la viña, el cerezo premiado por la primavera,
son míos, y yo pertenezco como átomo negro
a las áridas tierras y a la luz del otoño en las uvas,
a esta patria metálica elevada por torres de nieve.



Pablo Neruda

soneto lxxx cien sonetos de amor (1959) noche

-- de Pablo Neruda --

Soneto lxxx
de viajes y dolores yo regresé, amor mío,
a tu voz, a tu mano volando en la guitarra,
al fuego que interrumpe con besos el otoño,
a la circulación de la noche en el cielo.
Para todos los hombres pido pan y reinado,
pido tierra para el labrador sin ventura,
que nadie espere tregua de mi sangre o mi canto.
Pero a tu amor no puedo renunciar sin morirme.
Por eso toca el vals de la serena luna,
la barcarola en el agua de la guitarra
hasta que se doblegue mi cabeza soñando:
que todos los desvelos de mi vida tejieron
esta enramada en donde tu mano vive y vuela
custodiando la noche del viajero dormido.



Pablo Neruda

soneto iii cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Soneto iii
áspero amor, violeta coronada de espinas,
matorral entre tantas pasiones erizado,
lanza de los dolores, corola de la cólera,
por qué caminos y cómo te dirigiste a mi alma?
por qué precipitaste tu fuego doloroso,
de pronto, entre las hojas frías de mi camino?
quién te enseñó los pasos que hasta míte llevaron?
qué flor, qué piedra, qué humo mostraron mi morada?
lo cierto es que tembló la noche pavorosa,
el alba llenó todas las copas con su vino
y el sol estableció su presencia celeste,
mientras que el cruel amor me cercaba sin tregua
hasta que lacerándome con espadas y espinas
abrió en mi corazón un camino quemante.



Pablo Neruda

soneto xli cien sonetos de amor (1959) mediodía

-- de Pablo Neruda --

Desdichas del mes de enero cuando el indiferente
mediodía establece su ecuación en el cielo,
un oro duro como el vino de una copa colmada
llena la tierra hasta sus límites azules.
Desdichas de este tiempo parecidas a uvas
pequeñas que agruparon verde amargo,
confusas, escondidas lágrimas de los días
hasta que la intemperie publicó sus racimos.
Sí, gérmenes, dolores, todo lo que palpita
aterrado, a la luz crepitante de enero,
madurará, arderá como ardieron los frutos.
Divididos serán los pesares: el alma
dará un golpe de viento, y la morada
quedará limpia con el pan fresco en la mesa.



Pablo Neruda

soneto xiv cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Soneto xiv
me falta tiempo para celebrar tus cabellos.
Uno por uno debo contarlos y alabarlos:
otros amantes quieren vivir con ciertos ojos,
yo sólo quiero ser tu peluquero.
En italia te bautizaron medusa
por la encrespada y alta luz de tu cabellera.
Yo te llamo chascona mía y enmarañada:
mi corazón conoce las puertas de tu pelo.
Cuando tú te extravíes en tus propios cabellos,
no me olvides, acuérdate que te amo,
no me dejes perdido ir sin tu cabellera
por el mundo sombrío de todos los caminos
que sólo tiene sombra, transitorios dolores,
hasta que el sol sube a la torre de tu pelo.



Pablo Neruda

el monte y el río

-- de Pablo Neruda --

En mi patria hay un monte.
En mi patria hay un río.
Ven conmigo.
La noche al monte sube.
El hambre baja al río.
Ven conmigo.
Quiénes son los que sufren?
no sé, pero son míos.
Ven conmigo.
No sé, pero me llaman
y me dicen «sufrimos».
Ven conmigo.
Y me dicen: «tu pueblo,
tu pueblo desdichado,
entre el monte y el río,
con hambre y con dolores,
no quiere luchar solo,
te está esperando, amigo».
Oh tú, la que yo amo,
pequeña, grano rojo
de trigo,
será dura la lucha,
la vida será dura,
pero vendrás conmigo.



Pablo Neruda

el amarillo de los bosques

-- de Pablo Neruda --

El amarillo de los bosques
es el mismo del año ayer?
y se repite el vuelo negro
de la tenaz ave marina?
y donde termina el espacio
se llama muerte o infinito?
qué pesan más en la cintura,
los dolores o los recuerdos?



Pablo Neruda

soneto lv cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lv
espinas, vidrios rotos, enfermedades, llanto
asedian día y noche la miel de los felices
y no sirve la torre, ni el viaje, ni los muros:
la desdicha atraviesa la paz de los dormidos,
el dolor sube y baja y acerca sus cucharas
y no hay hombre sin este movimiento,
no hay natalicio, no hay techo ni cercado:
hay que tomar en cuenta este atributo.
Y en el amor no valen tampoco ojos cerrados,
profundos lechos lejos del pestilente herido,
o del que paso a paso conquista su bandera.
Porque la vida pega como cólera o río
y abre un túnel sangriento por donde nos vigilan
los ojos de una inmensa familia de dolores.



Pablo Neruda

soneto lxii cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lxii
ay de mí, ay de nosotros, bienamada,
sólo quisimos sólo amor, amarnos,
y entre tantos dolores se dispuso
sólo nosotros dos ser malheridos.
Quisimos el tú y yo para nosotros,
el tú del beso, el yo del pan secreto,
y así era todo, eternamente simple,
hasta que el odio entró por la ventana.
Odian los que no amaron nuestro amor,
ni ningún otro amor, desventurados
como las sillas de un salón perdido,
hasta que se enredaron en ceniza
y el rostro amenazante que tuvieron
se apagó en el crepúsculo apagado.



Pablo Neruda

soneto lxxi cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lxxi
de pena en pena cruza sus islas el amor
y establece raíces que luego riega el llanto,
y nadie puede, nadie puede evadir los pasos
del corazón que corre callado y carnicero.
Así tú y yo buscamos un hueco, otro planeta
en donde no tocara la sal tu cabellera,
en donde no crecieran dolores por mi culpa,
en donde viva el pan sin agonía.
Un planeta enredado por distancia y follajes,
un páramo, una piedra cruel y deshabitada,
con nuestras propias manos hacer un nido duro,
queríamos, sin daño ni herida ni palabra,
y no fue así el amor, sino una ciudad loca
donde la gente palidece en los balcones.



Pablo Neruda

la gota viva del azogue

-- de Pablo Neruda --

La gota viva del azogue
corre hacia abajo o hacia siempre?
mi poesía desdichada
mirará con los ojos míos?
tendré mi olor y mis dolores
cuando yo duerma destruido?



Pablo Neruda

soneto lxi cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lxi
trajo el amor su cola de dolores,
su largo rayo estático de espinas
y cerramos los ojos porque nada,
porque ninguna herida nos separe.
No es culpa de tus ojos este llanto:
tus manos no clavaron esta espada:
no buscaron tus pies este camino:
llegó a tu corazón la miel sombría.
Cuando el amor como una inmensa ola
nos estrelló contra la piedra dura,
nos amasó con una sola harina,
cayó el dolor sobre otro dulce rostro
y así en la luz de la estación abierta
se consagró la primavera herida.



Pedro Antonio de Alarcón

A la bandera del batallón de Ciudad Rodrigo

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

¡Sombra y honor bajo tus pliegues dame,
santo pendón de Cristo y de Castilla!
Tu ley, que juro, hincada la rodilla,
en generoso ardor mi pecho inflame.

No más estérilmente se derrame
mi vida en torpe amor y vil mancilla...
Roja está de la patria la mejilla...
¡Despierte el corazón de su ocio infame!

De un naufragio entre lágrimas y errores
salva mi fe, que combatida muere
por enemigo viento y mar contrario...

Sé tú el manto que envuelva mis dolores,
mi tienda en el desierto; y si cayere
en la revuelta lid... ¡Sé mi sudario!



Pedro Antonio de Alarcón

Adiós al vino

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

No más, no más en piélagos de vino
sepultaré, insensato, mis dolores,
velando con quiméricos vapores
de la razón el resplandor divino.

No más, hurtando el rostro a mi destino,
pediré a la locura sus favores,
ni, ceñido de pámpanos y flores,
dormiré de la muerte en el camino.

Arrepentido estoy de haber hollado,
vate indigno, con planta entorpecida,
el laurel inmortal y el áurea ropa...

¡Néctar fatal!, licor envenenado,
acepta, al recibir mi despedida,
el brindis postrimer... ¡Llenad mi copa!



Pedro Antonio de Alarcón

Desaliento

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Llorar es tu destino... Mas no llores.
Alza la frente soberana al cielo,
y no afanada busques en el suelo
premio al amor, alivio a tus dolores.

Acaso yo... Mas ¡ay! a tus clamores
respondieran los gritos de mi duelo,
y, sin prestar a tu dolor consuelo,
marchitaría tus postreras flores.

¡Ay de los dos! Del mundo la inclemencia
rompió de nuestras almas el encanto...
Lloramos... Y la ajena indiferencia

mi risa provocó, secó tu llanto...
Hoy nos acerca un sentimiento amigo,
¡y en hielo en otro hielo no halla amigo!



Pedro Antonio de Alarcón

La hija del poeta

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Como, en verano, inútil el rocío
truécase en nube que disipa el viento;
así del noble vate el sentimiento
espiraba sin eco en el vacío.

Y cual la nube en lluvia y ésta en río
trueca de abril el generoso aliento,
tal, realizado en celestial portento,
miró el cantor su vago desvarío.

Tú, gentil Isabel, tierna y piadosa,
tú del paterno amor, tú de su alma,
de sus dolores tú fuiste nacida:

y eres amor en que su fe reposa,
dulce tristeza que las suyas calma,
numen del arte, ensueño de su vida.



Pedro Soto de Rojas

Amistad de arroyo correspondida en llanto

-- de Pedro Soto de Rojas --

Ya de cristales de tu curso bello,
clara verdad de las vecinas flores,
murmuran sin recato mis amores
cuando más tiernamente me querello;

ya me descubren la coyunda al cuello
mis mejillas surcadas con dolores,
marchitas de sus campos las colores
y nevados los montes del cabello.

Bien claro, amigo arroyo, me has mostrado
-mas qué mucho- mi loco desvarío,
si doctrinas los troncos de aquel prado;

pues hoy harás emulación al río
con la paga que ofrezco a tu cuidado
en las corrientes de este llanto mío.



Rafael María Arízaga

In principio

-- de Rafael María Arízaga --

Lanzaron Ella y Él a lo infinito
de su ansiedad suprema los clamores,
y llevaron los vientos gemidores
de Oriente a Ocaso el lastimero grito.

Hostil la tierra aparejó al proscrito
inclemencias, penurias y dolores,
de la pasión la fiebre y los rencores
y el perpetuo aguijón del apetito.

Gimieron Ella y Él en el oscuro
abismo de su mal, y ante el futuro
repleto en ignominias de la suerte.

La incurable dolencia de la vida
encontró compasión, y conmovida
la Infinita Piedad creó la Muerte!...



Rafael María Baralt

El viajero (Baralt)

-- de Rafael María Baralt --

Ave de paso que vagando gira
de nación en nación, de gente en gente
y de su amor y de su nido ausente
hoy llora aquí, mañana allí suspira.

Rama infeliz que el ábrego en su ira
del almo tronco desgajó inclemente;
pobre arroyuelo que de ignota fuente
fluye gimiendo y en la mar espira.

Ausente así del caro patrio suelo,
afanosa busco mi edad florida
para el alma un amor y mis amores.

Tormentas fueron y furor del cielo.
Gocen otros el bien: que yo en la vida,
abeja de dolor, libo dolores.



José María Heredia

el ay de mí. letrilla

-- de José María Heredia --

¡cuán difícil es al hombre
hallar un objeto amable
con cuyo amor inefable
pueda llamarse feliz!
y si este objeto resulta
frívolo, duro, inconstante
¿qué resta al mísero amante
sino exclamar ¡ay de mí!
el amor es un desierto
sin límites, abrasado,
en que a muy pocos fue dado
pura delicia sentir.
Pero en sus mismos dolores
guarda mágica ternura,
y hay siempre cierta dulzura
en suspirar ¡ay de mí!



José María Heredia

El ay de mí

-- de José María Heredia --

¡Cuán difícil es al hombre
hallar un objeto amable
con cuyo amor inefable
pueda llamarse feliz!

Y si este objeto resulta
frívolo, duro, inconstante
¿Qué resta al mísero amante
sino exclamar ¡ay de mí!

El amor es un desierto
sin límites, abrasado,
en que a muy pocos fue dado
pura delicia sentir.

Pero en sus mismos dolores
guarda mágica ternura,
y hay siempre cierta dulzura
en suspirar ¡ay de mí!



José Tomás de Cuellar

Sol de amor

-- de José Tomás de Cuellar --

NO sé por qué vacila tu albedrío
Entre una sombra negra y mis amores;
Hay un crespón que vela los albores
De tu pasión al entusiasmo mío,

No marchite tu loco desvarío
Con torva duda, de ilusión las flores,
Ni me ofrezcas un cáliz de dolores
Cuando en amarte mi ventura fío.

¿Por qué mostrarse tu pasión recela,
Si tu mirar en sus divinas llamas
Todo un mundo de amores me revela?

Pues si eres sol de amor, y tanto me amas,
Rompe el celaje que tu luz me vela
Y abrásame en el fuego en que te inflamas.



José Tomás de Cuellar

A Lesbia en el desierto

-- de José Tomás de Cuellar --

VEN, Lesbia, ven, sobre mi pecho ardiente
Reclina sin cuidado.
Llena de amor, la entristecida frente;
Que quiero abandonado
Del mundo todo, en placentera calma,
Á tí tan solo consagrar mi alma.

Ven, calmaré tu duelo y tus dolores;
Aquí sobre la alfombra
De tierna grama y de silvestres flores,
Á la tendida sombra
Del verde cedro y de la encina hojosa
Entablaremos plática sabrosa.



José Tomás de Cuellar

El poeta y la mujer

-- de José Tomás de Cuellar --

CON visiones risueñas en la mente
Y con robusta voz en la garganta,
Alta y serena la espaciosa frente,
Lo que el poeta siente,
Lleno de fé con entusiasmo canta.

Acaso dura ley irresistible
Con su lira no más y sus dolores
Lanzole enmedio de borrasca horrible,
Y el corazón sensible
Espinas encontró buscando flores.

Enmedio de sus sueños infantiles
Un edén le mostró su mente loca;
Pero pasaron presto los abriles



José Tomás de Cuellar

Soledad del alma

-- de José Tomás de Cuellar --

ES un desierto erial la vida mía:
No brotan á mis piés pintadas flores,
Y mi laúd envía
No del amor la tierna melodía,
Sinó el son de mis íntimos dolores.

Lució la aurora límpida y radiante
Después de larga noche de aislamiento:
Dentro del pecho amante,



Gabriel Celaya

la vida nada más

-- de Gabriel Celaya --

Biografía
la vida que murmura. La vida abierta.
La vida sonriente y siempre inquieta.
La vida que huye volviendo la cabeza,
tentadora o quizá, sólo niña traviesa.
La vida sin más. La vida ciega
que quiere ser vivida sin mayores consecuencias,
sin hacer aspavientos, sin históricas histerias,
sin dolores trascendentes ni alegrías triunfales,
ligera, sólo ligera, sencillamente bella
o lo que así solemos llamar en la tierra.



Garcilaso de la Vega

SONETO XXV

-- de Garcilaso de la Vega --

¡Oh hado ejecutivo en mis dolores,
cómo sentí tus leyes rigurosas!
Cortaste el árbol con manos dañosas,
y esparciste por tierra fruta y flores.

En poco espacio yacen los amores,
y toda la esperanza de mis cosas
tornados en cenizas desdeñosas,
y sordas a mis quejas y clamores.

Las lágrimas que en esta sepultura
se vierten hoy en día y se vertieron,
recibe, aunque sin fruto allá te sean,

hasta que aquella eterna noche oscura
me cierre aquestos ojos que te vieron,
dejándome con otros que te vean.



Gerardo Diego

penúltima estación

-- de Gerardo Diego --

Penúltima estación
he aquí helados, cristalinos,
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
Qué soledad sin colores.
Oh, madre mía, no llores.
Cómo lloraba maría.
La llaman desde aquel día
la virgen de los dolores.
¿Quién fue el escultor que pudo
dar morbidez al marfil?
¿quién apuró su buril
en el prodigio desnudo?
yo, madre mía, fui el rudo
artífice, fui el profano
que modelé con mi mano
ese triunfo de la muerte
sobre el cual tu piedad vierte
cálidas perlas en vano.



Hernando de Acuña

Si los suspiros que ha esparcido el viento

-- de Hernando de Acuña --

Si los suspiros que ha esparcido el viento,
ausente de mi bien, con mil dolores,
y con ellos mis quejas y clamores
en bajo, triste y doloroso acento;

si la flaca esperanza cual la siento,
puesta en el medio de cien mil temores,
vinieren a noticia de pastores
do llegue el amoroso sentimiento,

sujeto les será mi triste llanto
por Galatea, y mi pasión tamaña
y, en ausencia, mi fe tan verdadera

pasar continuo y doloroso canto
por todos estos llanos y campaña
del famoso Danubio y su ribera.



Al Alambra

-- de El Solitario --

Contempla, pasajero, la morada
que el árabe a su gloria alzó triunfante;
cómo la tiempo se rinde vacilante
su magnífica mole ya cascada.

La altivez de sus torres humillada,
de escombros llenó el pórtico arrogante,
y sin su azul el artesón brillante,
anuncia muerte al ánima angustiada.

Contempla bien cual queda sin colores
el morisco relieve y paramento,
borradas ya sus cifras y sus flores.

Míralo bien, que a paso menos lento,
el tiempo a ti también entre dolores,
traidor te acerca el último momento.



El sueño de la enredadera

-- de Vicenta Castro Cambón --

A Dolores Caeiro de Castro,

filialmente.

¡OH tierra que alimentas mis raíces!
alejarme de ti es mi vivo anhelo;
por eso, aunque muy débiles, mis ramas
suben y suben, cual buscando el cielo.

Varas enjutas que formáis mi zarzo,
aunque no alcance yo la ansiada altura
os ceñiré con fraternales brazos
y luciréis alegre vestidura.

Nadie en breve podré reconoceros
cubiertas por mis hojas y mis flores,
y a nuestra fresca sombra muchos seres
vendrán a refugiarse en los calores.

Y vendrán, confundiendo sus encantos,
picaflores y lindas mariposas
a buscar el sustento de su vida
en la miel de mis flores olorosas.

¡Cuán alegre seré la vida, entonces,
cuando pueda ofrecer mi seno amigo
a vivientes tan bellos e inocentes,
dulce alimento y protector abrigo!

¡Oh tierra que alimentas mis raíces!
alejarme de ti es mi vivo anhelo.
Elevarme, dar flores, muchas flores:
es esa mi misión y ese es mi cielo.

Y lo mismo que muere sin temores
el hombre que fué activo, honrado y bueno,
cumplida mi misión, oh madre tierra,
trocada en polvo volveré a tu seno.



Vital Aza

Cuento

-- de Vital Aza --

Ayer hallé a un cesante
de rostro macilento,
que frente a un panecillo
tan duro como un hierro,
–pues que quizás tuviera
dos meses por lo menos,–
contábale afligido
dolores y tormentos,
vertiendo cada lágrima
que era un dolor el verlo.
Tomele por un loco
y a él me acerqué con miedo,
diciéndole: –Amiguito,
perdone si molesto;
pero saber quisiera
por qué tan triste y serio
le encuentro conversando
con ese pan tan seco.
Y respondiome el hombre
al punto, y muy atento:
–¿Desea usted, amigo,
saber lo que pretendo?
La cosa es muy sencilla,
y aunque a las claras veo
que usted me juzga loco,
verá que soy muy cuerdo.
¡Seis días han pasado!
¡Seis días, caballero,
sin que un bocado solo
entrara en este cuerpo!
Y como el tiempo pasa
y el hambre va creciendo,
con este pan me encaro,
–porque es fuerza comerlo,–
mas como está tan duro
y así con él no puedo,
le cuento mil desgracias
y horrores mil le cuento
¡a ver si de este modo
consigo enternecerlo!



Manuel Reina

Flores secas

-- de Manuel Reina --

No extrañéis que conserve, cual tesoro,
esas pálidas flores;
sus hojas son las páginas de oro
de una historia de amores.

Esas páginas traen a mi memoria
la ventura perdida;
el tiempo del placer y de la gloria,
mañana de la vida.
........................................
El fuego en tu corola ya no arde,
despedazada rosa;
lindo adorno tú fuiste, cierta tarde,
del pecho de una hermosa.

Este mustio clavel, bella Dolores,
borró nuestros enojos;
aún me parece ver, en sus colores,
los de tus labios rojos.

Esos nardos, con pétalos brillantes,
Adelina hechicera,
bañaron en aromas penetrantes
tu blonda cabellera.

Amelia regalome esta camelia
con lúbrico embeleso,
dando a la flor la encantadora Amelia
un encendido beso.

Tus pétalos de plata, raso y oro,
marchitada azucena,
aún parecen regados por el lloro
de la dulce Filena.
........................................
Las flores están ya tristes y yertas;
sus hojas, en jirones;
todo pasó; las flores están muertas
como mis ilusiones.



Manuel Reina

Mayo (Reina)

-- de Manuel Reina --

De azul y plata adornada
está la rauda cascada;
azul el ancho horizonte;
verde la hermosa enramada,
y la pradera y el monte.

Luce la lozana flor
sus perfumes y sus galas;
y entona cantos de amor
ese poema con alas
que llamamos ruiseñor.

Las arboledas sombrías
se cubren con verdes velos;
y báñanse, en armonías,
esas noches que son días
y esos días que son cielos.

El aire se halla inflamado,
y la hermosa con su amado,
a los rayos de la luna,
cruza en bajel nacarado
la brilladora laguna.

Todo es luz, brisas, colores,
ambiente, dulzura, calma,
pájaros, notas y flores.
Sólo en mi pecho hay dolores
y desencanto en mi alma.



Marilina Rébora

clotilde, en la mujer pobre de león bloy

-- de Marilina Rébora --

Clotilde, en la mujer pobre de león bloy
«la única tristeza» insinúa clotilde
«es la de no ser santo», añadiendo, «aquí abajo».
¿Pues no basta, me digo, un corazón humilde
ni el espíritu hecho a piadoso trabajo?
¿tampoco es suficiente tolerar la injusticia,
eludir el halago con natural modestia,
desconocer a un tiempo altivez y codicia
o cumplir los deberes sin acusar molestia?
no; que el ser sobrehumano, aquel que a sí renuncia,
el mismo que se niega y carga con su cruz,
el que calla dolores y alegrías anuncia
para alentar al prójimo con el amor debido,
es el que alcanza único áureo nimbo de luz,
el santo que clotilde lamenta no haber sido.



Rosalía de Castro

Ay!, cuando los hijos mueren

-- de Rosalía de Castro --

I

¡Ay!, cuando los hijos mueren,
rosas tempranas de abril,
de la madre el tierno llanto
vela su eterno dormir.

Ni van solos a la tumba,
¡ay!, que el eterno sufrir
de la madre, sigue al hijo
a las regiones sin fin.

Mas cuando muere una madre,
único amor que hay aquí;
¡ay!, cuando una madre muere,
debiera un hijo morir.

II

Yo tuve una dulce madre,
concediéramela el cielo,
más tierna que la ternura,
más ángel que mi ángel bueno.

En su regazo amoroso,
soñaba... ¡Sueño quimérico!
dejar esta ingrata vida
al blando son de sus rezos.

Mas la dulce madre mía,
sintió el corazón enfermo,
que de ternura y dolores,
¡ay!, derritióse en su pecho.

Pronto las tristes campanas
dieron al viento sus ecos;
murióse la madre mía;
sentí rasgarse mi seno.

La virgen de las Mercedes,
estaba junto a mi lecho...
Tengo otra madre en lo alto...
¡Por eso yo no me he muerto!



Medardo Ángel Silva

Lo tardío

-- de Medardo Ángel Silva --

Madre: la vida triste y enferma que me has dado
no vale los dolores que ha costado;
no vale tu sufrir intenso, madre mía,
este brote de llanto y de melancolía!
¡Ay! ¿Por qué no expiró el fruto de tu amor,
así como agonizan tantos frutos en flor?

¿Por qué, cuando soñaba mis sueños infantiles,
en la cuna, a la sombra de las gasas sutiles,
de un ángulo del cuarto no salió una serpiente
que, al ceñir sus anillos a mi cuello inocente,
con la flexible gracia de una mujer querida,
me hubiera libertado del horror de la vida...?

Más valiera no ser a este vivir de llanto,
a este amasar con lágrimas el pan de nuestro canto,
al lento laborar del dolor exquisito
del alma ebria de luz y enferma de Infinito!



Numa Pompilio Llona

Los arqueros negros

-- de Numa Pompilio Llona --

Tras el hombro el carcaj: un pie adelante;
con el brazo fortísimo membrudo
tendiendo el arco; y, con mirar sañudo,
inclinado el etiópico semblante,

así, en hilera, el batallón gigante
de dolores me acecha torvo y mudo;
y sus saetas clava en mi desnudo
ensangrentado pecho palpitante!...

¡Mas no de tus flecheros me acobardo
ante el airado ejército sombrío;
sus golpes todos desdeñoso aguardo!...

¡Manda a tu hueste herirme, oh Hado impío,
hasta que lancen su postrero dardo!
Hasta que se halle su carcaj vacío.



Juan Gelman

arte poética

-- de Juan Gelman --

Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío,
como un amo implacable
me obliga a trabajar de día, de noche,
con dolor, con amor,
bajo la lluvia, en la catástrofe,
cuando se abren los brazos de la ternura o del, alma,
cuando la enfermedad hunde las manos.
A este oficio me obligan los dolores ajenos,
las lágrimas, los pañuelos saludadores,
las promesas en medio del otoño o del fuego,
los besos del encuentro, los besos del adiós,
todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre.
Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos,
rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte.



Juan Meléndez Valdés

de lo que es amor oda vii

-- de Juan Meléndez Valdés --

Pensaba cuando niño
que era tener amores
vivir en mil delicias,
morar entre los dioses.
Mas luego rapazuelo
dorila cautivome,
muchacha de mis años,
envidia de dïone,
que inocente y sencilla,
como yo lo era entonces,
fue a mis ruegos la nieve
del verano a los soles.
Pero cuando aguardaba
no hallar ansias ni voces
que a la gloria alcanzasen
de una unión tan conforme,
cual de dos tortolitas
que en sus ciegos hervores
con sus ansias y arrullos
ensordecen el bosque,
probé desengañado
que amor todo es traiciones
y guerras y martirios
y penas y dolores.



Juan Meléndez Valdés

A don Gaspar de Jovellanos

-- de Juan Meléndez Valdés --

Las blandas quejas de mi dulce lira,
mil lágrimas suspiros y dolores
me agrada renovar, pues sus rigores
piadoso el cielo por mi bien retira.

El dichoso zagal que tierno admira
su linda zagaleja entre las flores,
y de su llama goza y sus favores,
alegre cante lo que amor le inspira.

Yo lloré solo de mi Fili airada
el altivo desdén con triste canto,
que el eco lleve al mayoral Jovino;

alternando con cítara dorada,
ya en blando verso o dolorido llanto,
las dulces ansias de un amor divino.



Juan Meléndez Valdés

Cuál me lleva el Amor, cuál entre abrojos

-- de Juan Meléndez Valdés --

¡Cuál me lleva el Amor, cuál entre abrojos
me arrastra y me revuelve, y la memoria
deja en las breñas de mi triste historia
y el corazón entre ellas por despojos!

¡Cuál me hiere implacable y de los rojos
arroyos de mi sangre la victoria
celebra de su nombre? ¿Tanta gloria
dará mi humilde fin a sus enojos?

Muévate a compasión el dolorido
cuerpo, tirano Amor, muévate el ruego
de un infeliz y alíviame el tormento,

o de mis ayes, mísero, movido,
a Fili abrasa en tu divino fuego
y en mil dolores moriré contento.



Juan Meléndez Valdés

Ora pienso yo ver a mi señora

-- de Juan Meléndez Valdés --

Ora pienso yo ver a mi señora
de donosa aldeana, y que el cabello
libre le vaga por el alto cuello,
cantando alegre al despertar la Aurora:

Ya en pellico y callado de pastora
los corderillos guía, y suelta al vellos
por el prado brincar corre en pos de ellos;
ya en ocio blando en la cabaña mora.

Tierna ora ríe, y va cogiendo flores:
a caza ora tras ella el monte sigo;
y bailar en la fiesta ora la veo.

Así ausente me alivio en mis dolores;
y aunque sueño de amor es cuanto digo,
el alma siente un celestial recreo.



Juan Meléndez Valdés

De lo que es amor: Oda VII

-- de Juan Meléndez Valdés --

Pensaba cuando niño
que era tener amores
vivir en mil delicias,
morar entre los dioses.

Mas luego rapazuelo
Dorila cautivome,
muchacha de mis años,
envidia de Dïone,

que inocente y sencilla,
como yo lo era entonces,
fue a mis ruegos la nieve
del verano a los soles.

Pero cuando aguardaba
no hallar ansias ni voces
que a la gloria alcanzasen
de una unión tan conforme,

cual de dos tortolitas
que en sus ciegos hervores
con sus ansias y arrullos
ensordecen el bosque,

probé desengañado
que amor todo es traiciones
y guerras y martirios
y penas y dolores.



Julio Flórez

¡Oh muerte!

-- de Julio Flórez --

Poem

¡Amad la muerte, amadla!... Ella procura el supremo descanso, ella nos guía en el camino del silencio, es fría pero buena ella mata l‘amargura!

Ella es la maga de la sombra es pura y eterna y todos la llamáis impía! Por qué? ¿Porque nos besa en l‘agonía y un tálamo nos da en la sepultura?

La Muerte es la ceniza de la llama; es el «no ser» de lo que vibra, muda ante el placer o el infortunio, ama:

El sueño, matador de los dolores; la calma, que del daño nos escuda, y la tierra q‘es madre de las flores.



Julio Herrera Reissig

Julio (Herrera y Reissig)

-- de Julio Herrera Reissig --

¡Frío, frío, frío!
Pieles, nostalgias y dolores mudos.

Flota sobre el esplín de la campaña
una jaqueca sudorosa y fría,
y las ramas celebran en la umbría
una función de ventriloquia extraña.

La Neurastenia gris de la montaña
piensa, por singular telepatía,
con la adusta y claustral monomanía
del convento senil de la Bretaña.

Resolviendo una suma de ilusiones,
como un Jordán de cándidos vellones,
la majada eucarística se integra;

y a lo lejos el cuervo pensativo
sueña acaso en un Cosmos abstractivo
como una luna pavorosa y negra.



Julio Zaldumbide Gangotena

A mis lágrimas

-- de Julio Zaldumbide Gangotena --

Corred, lágrimas tristes,
que es dulce al alma mía
sentiros a raudales
del corazón manar;
corred, que los suspiros
que exhalo en todo el día
las ansias de mi pecho
no bastan a calmar.

Triste, férvido llanto,
tus gotas de amargura
mitigan celestiales
la sed del corazón;
y sólo tú suavizas
mi horrenda desventura,
y sólo tú consuelas
mi lúgubre aflicción.

Que cuando de la cima
de dulce venturanza
desciende el alma al golpe
del dardo del pesar,
si entonces con la dicha
perdemos la esperanza,
nos queda sólo el triste
consuelo de llorar.

Y así la flor marchita
revive del consuelo
con lágrimas regadas
por lóbrego dolor,
como al nocturno llanto
de tenebroso cielo
cobran las flores secas
su aroma y su color.

Corred, lágrimas mías,
consuelo a mis dolores;
en férvidos raudales
del corazón manad;
y así, de mis ensueños
revivan ¡ay! las flores
que ha marchitado el rayo
del sol de la verdad.



Fernando de Herrera

Duro es este peñasco levantado

-- de Fernando de Herrera --

Duro es este peñasco levantado,
que no teme el favor del bravo viento,
fría esta nieve, que el soberbio aliento
del Aquilón arroja apresurado;

más duro es vuestro pecho y más helado,
en quien la piedad no ha hecho asiento,
ni el fuego de amoroso sentimiento
en él jamás, por culpa vuestra, ha entrado.

Sordas las ondas son de aqueste río,
pero más sorda vos a mis clamores,
que aún poco os pareció ser dura y fría.

Mas todo este dolor del pecho mío
no causa tantas penas y dolores
cuanto la soledad del alma mía.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 41

-- de Francisco de Quevedo --

Dejadme resollar desconfianzas,
que es de manera vuestro desconsuelo,
que tiene derribado por el suelo
el fundamento de mis esperanzas.
Ni fe tan pura no hay quien os la ofrezca,
como yo con esta lama vuestra ofrezco,
y nadie agradeció, como agradezco
pena, que tanto ofenda, y entristezca.
Y aunque en valor estemos desiguales
a tener compasión de mis dolores,
bien os pueden mover extremos tales.
Pues cuantos piden que les deis favores,
en bien amaros, no me son iguales,
ni os han sufrido tantos disfavores.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 43

-- de Francisco de Quevedo --

Silvia ¿por qué os da gusto que padezca,
tan grave mal, como por vos padezco?
si lo causa lo poco que merezco
ninguno tiene el mundo que os merezca.
Ni fe tan pura hay quien os la ofrezca
como yo con esta alma vuestra ofrezco,
y nadie agradeció como agradezco
pena, que tanto ofenda y entristezca.
Y aunque en valor estemos desiguales,
a tener compasión de mis dolores
bien os pueden mover extremos tales.
Pues cuantos piden que les deis favores,
en bien amaros no me son iguales,
ni os han sufrido tantos disfavores.



Francisco de Quevedo

A un avariento

-- de Francisco de Quevedo --

En aqueste enterramiento
Humilde, pobre y mezquino,
Yace envuelto en oro fino
Un hombre rico avariento.

Murió con cien mil dolores
Sin poderlo remediar,
Tan sólo por no gastar
Ni aun gasta malos humores.



Francisco Sosa Escalante

A Allende

-- de Francisco Sosa Escalante --

Fué el amor! fué el amor! el sentimiento
Que enciende el corazón en llama pura,
El primero en hablarte con ternura
De la gloria, provocando tu ardimiento.

Despues la patria en funeral lamento
Dolióse de su negra desventura
Y fiera esclavitud, á tu bravura
Pidiendo el fin de su fatal tormento.

La patria y la beldad! los dos amores
Tu noble pecho juvenil llenaron
Con sus santos y divos resplandores;

Y corriste á la lid, y en tí miraron
Los bravos insurgentes de Dolores
El mejor capitan que ambicionaron.



Francisco Sosa Escalante

A una madre

-- de Francisco Sosa Escalante --

La luz de aquel tu hogar donde sus flores
El tierno amor y la virtud sencilla
Derraman, oh señora! ya no brilla;
Es la noche fatal de los dolores.

Cual huye del invierno á los rigores
Presurosa la tímida avecilla,
La niña huyó tambien y sin mancilla
Al cielo se elevó; mas no la llores.

¿Por qué llorarla? sinsabor y pena
En herencia fatal cupo al mundano
En esta vida de tormentos llena.

Y pues fué ese el designio soberano
Del que al mar y á los astros encadena,
Acata humilde su divino arcano.



Francisco Sosa Escalante

A....

-- de Francisco Sosa Escalante --

De mis ensueños el arcángel fuiste
Al entreabrirse las primeras flores
De la dulce ilusión de los amores
Allí en la aurora de mi vida triste.

Estrella de consuelo, apareciste
En la noche fatal de mis dolores,
Y de tu hermosa luz con los fulgores
Mis horas negras disipar supiste.

De belleza y virtud doble corona
Miro lucir en tu serena frente
Que tus bondades al brillar pregona.

Por eso el alma con pasion ferviente
Las dichas que te debe galardona
Y noble orgullo al adorarte siente.



Francisco Sosa Escalante

Después de la batalla (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

El hórrido fragor de la pelea
Por fin cesó; ya no los atambores
Y el agudo clarín nuevos horrores
Anuncian en la lucha gigantea.

El cañon se apagó; tan solo humea
La roja sangre, y se oyen los clamores
Del herido infeliz que en sus dolores
La atónita mirada allí pasea.

Está pensando en el hogar tranquilo
En que dejara á la hechicera esposa
Junto á la cuna del dormido infante;

Y al ver que llega á destrozar el hilo
De su vida, la parca presurosa,
¡Perdón! perdón! prorumpe delirante.



Francisco Sosa Escalante

El baile

-- de Francisco Sosa Escalante --

Sus gratos sones melodiosa orquesta
Esparce por doquier, y las bujías
Derraman blanca luz, las alegrías
Iluminando de la hermosa fiesta.

Lucen su talle cual de palma apuesta,
Hechizos prodigando y simpatías,
Beldades seductoras cual los días
De Abril encantador en la floresta.

Rumor, cual nace al agitar sus alas
La brisa juguetona entre las flores,
De goce embriagador llena las salas,

Crujir de sedas, suspirar de amores,
De ardiente juventud todas las galas
Y el olvido de todos los dolores.



Francisco Sosa Escalante

Margarita (Sosa Escalante I)

-- de Francisco Sosa Escalante --

De un hospital en la mansion sombría
Y con pálida faz como la cera,
Allí en el lecho solitario, espera
Su pobre corazón la muerte fría.

¿Y es esa aquella misma que fué un día
Gentil como las hadas, y hechicera
Cual la rosa del valle, y más parlera
Que ave pintada en la floresta umbría?

Ay! del placer las olorosas flores
Aspid guardan que todo lo envenena!
El ángel era ayer de los amores,

Cual ninfa seductora, cual sirena,
Y á morir sollozando entre dolores
Hoy la suerte implacable le condena!



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