Buscar Poemas con Desiertos


  ·En el buscador de poemas puedes encontrar entre más de doce mil poemas todos aquellos que contienen las palabras de búsqueda. Los poemas forman parte de la antología poética de los 344 poetas más importantes en lengua Española de todos los tiempo. Puedes elegir entre dos tipos de búsqueda:
  ·Buscar entre todos los poemas los que contienen las palabras de la búsqueda.
  ·Buscar sólo los poemas cortos -aquellos que tienen 8 versos o menos- que coinciden con el criterio de búsqueda.

Se han encontrado 29 poemas con la palabra desiertos

Si lo prefieres puedes ver sólo los poemas cortos, aquellos que tienen ocho versos o menos aquí

Amado Nervo

Vaguedades

-- de Amado Nervo --

Como pupilas de muertos
de luz sobrenatural,
brillan los focos en los desiertos
laberintos del arrabal.

El té canta en la tetera;
fuego dentro, hielo fuera,
que resbala por la vidriera.

Paso llegan o sonoras,
resonando turbadoras,
las procesiones de las horas.

Como pupilas de muertos
de luz sobrenatural,
brillan los focos en los desiertos
laberintos del arrabal.

-¿Por qué llora ese piano
bajo el nácar de tu mano?
-Llora en él mi dolor, hermano

-¡Eh! ¡quién va! ¿quién gime o reza
en la sombra de la pieza?
-Es mi madrina la Tristeza.

Como pupilas de muertos
de luz sobrenatural,
brillan los focos en los desiertos
laberintos del arrabal.

-¿Y qué libro lees ahora
a la luz vaciladora
de la pálida veladora?

¿Alguna bella conseja
de flamante moraleja?
-Es una historia ya muy vieja...

Como pupilas de muertos
de luz sobrenatural,
brillan los focos en los desiertos
laberintos del arrabal.

Poema Vaguedades de Amado Nervo con fondo de libro

Amado Nervo

¡cuántos desiertos interiores!

-- de Amado Nervo --

¡cuántos desiertos interiores!
heme aquí joven, fuerte aún,
y con mi heredad ya sin flores.
Némesis sopló en mis alcores
con bocanadas de simún.
De un gran querer, noble y fecundo,
sólo una trenza me quedó...
¡Y un hueco más grande que el mundo!
obra fue todo de un segundo.
¿Volveré a amar? ¡pienso que no!
sólo una vez se ama en la vida
a una mujer como yo amé;
y si la lloramos perdida
queda el alma tan malherida
que dice a todo: ¡para qué!
su muerte fue mi premoriencia,
pues que su vida era razón
de ser de toda mi existencia.
Pensarla es ya mi sola ciencia...
¡Resignación! ¡resignación!

Poema ¡cuántos desiertos interiores! de Amado Nervo con fondo de libro

Amado Nervo

perlas negras - amiga, mi larario está vacío

-- de Amado Nervo --

Amiga, mi larario está vacío:
desde que el fuego del hogar no arde,
nuestros dioses huyeron ante el frío;
hoy preside en sus tronos el hastío
las nupcias del silencio y de la tarde.
El tiempo destructor no en vano pasa;
los aleros del patio están en ruinas;
ya no forman allí su leve casa,
con paredes convexas de argamasa
y tapiz del plumón, las golondrinas.
¡Qué silencio el del piano! su gemido
ya no vibra en los ámbitos desiertos;
los nocturnos y scherzos han huido...
¡Pobre jaula sin aves! ¡pobre nido!
¡misterioso ataúd de trinos muertos!
¡ah, si vieras tu huerto! ya no hay rosas,
ni lirios, ni libélulas de seda,
ni cocuyos de luz, ni mariposas...
Tiemblan las ramas del rosal, medrosas;
el viento sopla, la hojarasca rueda.
Amiga, tu mansión está desierta;
el musgo verdinegro que decora
los dinteles ruinosos de la puerta,
parece una inscripción que dice: ¡muerta!
el cierzo pasa, suspirando: ¡llora!

Poema perlas negras - amiga, mi larario está vacío de Amado Nervo con fondo de libro

Lupercio Leonardo de Argensola

Esos cabellos en tu frente enjertos

-- de Lupercio Leonardo de Argensola --

Esos cabellos en tu frente enjertos
(por más que disimules y los rices)
en otros cuerpos dejan las raíces,
y por ventura en otros cuerpos muertos.

¿Por qué pueblas, o Gala, los desiertos
de la Libia? ¿Por qué con tus barnices
ofendes nuestros ojos y narices,
cual si viesen sepulcros descubiertos?

Que aunque vuelvas a ser la que solías,
no puedes competir con Galatea;
oye, verás si la ventaja es poca:

en ti son años los que en ella días;
está en duda si el tiempo la hará fea,
y está en verdad que nunca la hará loca.



Jorge Luis Borges

1964

-- de Jorge Luis Borges --

i
ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,
cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.
Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente
para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.
Ii
ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta
y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al sur, a cierta puerta, a cierta esquina.



Jorge Luis Borges

al hijo

-- de Jorge Luis Borges --

No soy yo quien te engendra. Son los muertos.
Son mi padre, su padre y sus mayores;
son los que un largo dédalo de amores
trazaron desde adán y los desiertos
de caín y de abel, en una aurora
tan antigua que ya es mitología,
y llegan, sangre y médula, a este día
del porvenir, en que te engendro ahora.
Siento su multitud. Somos nosotros
y, entre nosotros, tú y los venideros
hijos que has de engendrar. Los postrimeros
y los del rojo adán. Soy esos otros,
también. La eternidad está en las cosas
del tiempo, que son formas presurosas.



Jorge Luis Borges

una llave en east lansing

-- de Jorge Luis Borges --

A judith machado
soy una pieza de limado acero.
Mi borde irregular no es arbitrario.
Duermo mi vago acero en un armario
que no veo, sujeta a mi llavero.
Hay una cerradura que me espera,
una sola. La puerta es de forjado
hierro y firme cristal. Del otro lado
está la casa, oculta y verdadera.
Altos en la penumbra los desiertos
espejos ven las noches y los días
y las fotografías de los muertos
y el tenue ayer de las fotografías.
Alguna vez empujaré la dura
puerta y haré girar la cerradura.



César Vallejo

Amor(Cesar Vallejo)

-- de César Vallejo --

Amor, ya no vuelves a mis ojos muertos;
y cuál mi idealista corazón te llora.
Mis cálices todos aguardan abiertos
tus hostias de otoño y vinos de aurora.

Amor, cruz divina, riega mis desiertos
con tu sangre de astros que sueña y que llora.
Amor, ya no vuelves a mis ojos muertos
que temen y ansían tu llanto de auroral

Amor, no te quíero cuando estás distante
rifado en afeites de alegre bacante,
o en frágil y chata facción de mujer.

Amor, ven sin carne, de un Icor que asombre;
y que yo, a manera de Dios, sea el hombre
que ama y engendra sin sensual placer!



César Vallejo

amor

-- de César Vallejo --

Amor
amor, ya no vuelves a mis ojos muertos;
y cuál mi idealista corazón te llora.
Mis cálices todos aguardan abiertos
tus hostias de otoño y vinos de aurora.
Amor, cruz divina, riega mis desiertos
con tu sangre de astros que sueña y que llora.
Amor, ya no vuelves a mis ojos muertos
que temen y ansían tu llanto de auroral
amor, no te quíero cuando estás distante
rifado en afeites de alegre bacante,
o en frágil y chata facción de mujer.
Amor, ven sin carne, de un icor que asombre;
y que yo, a manera de dios, sea el hombre
que ama y engendra sin sensual placer!



César Vallejo

Amor (César Vallejo)

-- de César Vallejo --

Amor, ya no vuelves a mis ojos muertos;
y cuál mi idealista corazón te llora.
Mis cálices todos aguardan abiertos
tus hostias de otoño y vinos de aurora.

Amor, cruz divina, riega mis desiertos
con tu sangre de astros que sueña y que llora.
Amor, ya no vuelves a mis ojos muertos
que temen y ansían tu llanto de auroral

Amor, no te quíero cuando estás distante
rifado en afeites de alegre bacante,
o en frágil y chata facción de mujer.

Amor, ven sin carne, de un Icor que asombre;
y que yo, a manera de Dios, sea el hombre
que ama y engendra sin sensual placer!



Emilio Bobadilla

Desolación flamenca

-- de Emilio Bobadilla --

Nostálgicas aldeas, campos desiertos
en que vagan de noche sombras de muertos;
esqueletos dolientes de campanarios
ya sin bronces; caminos que son osarios;

praderas calcinadas por la metralla,
—espectro espeluznante de la batalla—;
río que tuvo márgenes y hoy no las tiene
y a beber en sus aguas ya nadie viene;

cocina abandonada sin chimenea
cuyo hogar polvoriento, glacial, no humea;
reló que el tiempo anárquico desampara

cual corazón que un susto de pronto para...
¡Soledad elegíaca del cataclismo
en que habla el silencio consigo mismo!



Emilio Bobadilla

La retirada

-- de Emilio Bobadilla --

Por los campos que el fuego dejó sin una brizna,
por los campos luctuosos, por los campos desiertos,
que rembranesco el humo de la pólvora aún tizna,
en macabras posturas se derraman los muertos.

El río tiene coágulos de púrpura; en el cielo
surgen nubes que en hoscos jirones se deshacen;
corren despavoridos los caballos en pelo
y los fusiles mudos junto a los muertos yacen.

La bandera en harapos, mugriento el uniforme,
el zapato hecho trizas, roma la bayoneta,
va el ejército exánime, cabizbajo, conforme,

por el peso abrumado de dolores acerbos,
y sombreando su paso, como negro cometa,
una curva se alarga de silenciosos cuervos...



Emilio Bobadilla

¡No haya paz!

-- de Emilio Bobadilla --

En los hogares tristes, sin hermanos, sin padres,
en los hogares tristes que mutiló la guerra,
donde lloran las viudas, donde lloran las madres,
¿qué paz va a celebrarse? ¿Es que hay paz en la tierra?

En los campos sin árboles, en los campos desiertos,
que agostó la metralla, que afligió la sevicia,
campos ayer fecundos, hoy montones de muertos,
¿qué paz va a celebrarse que ampare la justicia?

¡Que siga la matanza, sigan los desvaríos
y siga el espectáculo de enconos tremebundo
y que todo se anegue en purpurinos ríos...!

¿Qué más da el campo rojo, qué más da el campo verde?
¡Que la lucha se extinga cuando cansado el mundo,
no haya ni quién se queje, ni haya quién recuerde...!



Octavio Paz

crepúsculos de la ciudad i

-- de Octavio Paz --

A rafael vega albela,
que aquí padeció
devora el sol restos ya inciertos;
el cielo roto, hendido, es una fosa;
la luz se atarda en la pared ruinosa;
polvo y salitre soplan sus desiertos.
Se yerguen más los fresnos, más despiertos,
y anochecen la plaza silenciosa,
tan a ciegas palpada y tan esposa
como herida de bordes siempre abiertos.
Calles en que la nada desemboca,
calles sin fin andadas, desvarío
sin fin del pensamiento desvelado.
Todo lo que me nombra o que me evoca
yace, ciudad, en ti, yace vacío,
en tu pecho de piedra sepultado.



Pablo Neruda

no crees que los dromedarios

-- de Pablo Neruda --

No crees que los dromedarios
preservan luna en sus jorobas?
no la siembran en los desiertos
con persistencia clandestina?
y no estará prestado el mar
por un corto tiempo a la tierra?
no tendremos que devolverlo
con sus mareas a la luna?



Pablo Neruda

maestranzas de noche

-- de Pablo Neruda --

Hierro negro que duerme, fierro negro que gime
por cada poro un grito de desconsolación.
Las cenizas ardidas sobre la tierra triste,
los caldos en que el bronce derritió su dolor.
Aves de qué lejano país desventurado
graznaron en la noche dolorosa y sin fin?
y el grito se me crispa como un nervio enroscado
o como la cuerda rota de un violín.
Cada máquina tiene una pupila abierta
para mirarme a mí.
En las paredes cuelgan las interrogaciones,
florece en las bigornias el alma de los bronces
y hay un temblor de pasos en los cuartos desiertos.
Y entre la noche negra desesperadas corren
y sollozan las almas de los obreros muertos.



Pedro Bonifacio Palacios

funebre

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

I

la montaña que tiembla, porque siento
germen de cataclismo en sus entrañas;
el huracán que gemebundo emigra
quién sabe a qué región y qué distancia;
el mar que ruge protestando airado
de la ley del nivel que lo avasalla;
los mundos del sistema -¡tristes mundos!-
que al sol de dios obedeciendo pasan
como en la arena de la pista el potro
a latigazos -¡noble potro!- salta;
no tienen sobre sí más amargura
que la que hospeda en sus desiertos mi alma,
porque yo arrastro sobre mí -¡y no puedo!-
como un cuerpo podrido, ¡la esperanza!

ii

tú que vives la vida de los justos
allá junto a tu dios arrodillada,-
yo no creo ni aguardo, pero pienso
que haya hecho dios un cielo para tu alma,-
dame un rayo de luz -¡uno tan solo!-
que restaure mi fuerza desmayada,
que ilumine mi mente que se anubla,
que reanime mi fe que ya se apaga...
Dame un beso de amor -¡uno siquiera!-
aquí, sobre esta frente que besabas;
aquí, sobre estos labios que otros labios
han besado con ósculos de infamia;
aquí, sobre estos ojos que no tienen
nada más, ¡oh mi madre!, que tus lágrimas.



Pedro Bonifacio Palacios

A la primavera

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

¡Salud, primavera, princesa encantadora!
saludo engrandecido las gasas de tu velo;
ya orlan tus vestidos el argentino suelo.
¡Salud, reina galana que el trópico atesora!
En la triunfal carroza que llegas, soñadora,
viene la diosa áurea con perfumado vuelo.
¡Quién sabe de qué mundo! ¡quién sabe de qué cielo!
¡salud, gentil doncella! ¡tu túnica enamora!
De tus joyas de virgen, los rizos nacarados
se extienden tiernamente con sin igual candor;
por las grandes ciudades, por los desiertos prados,
tus tintes de armonías, tus ecos sublimados,
encierran luengas páginas de ensueños y de amor.
¡Salud, reina que llegas de mundos ignorados!



Pedro Bonifacio Palacios

Fúnebre

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

I

La montaña que tiembla, porque siento
germen de cataclismo en sus entrañas;
el huracán que gemebundo emigra
quién sabe a qué región y qué distancia;
el mar que ruge protestando airado
de la ley del nivel que lo avasalla;
los mundos del sistema -¡tristes mundos!-
que al sol de Dios obedeciendo pasan
como en la arena de la pista el potro
a latigazos -¡noble potro!- salta;
no tienen sobre sí más amargura
que la que hospeda en sus desiertos mi alma,
porque yo arrastro sobre mí -¡y no puedo!-
como un cuerpo podrido, ¡la esperanza!

II

Tú que vives la vida de los justos
allá junto a tu Dios arrodillada,-
yo no creo ni aguardo, pero pienso
que haya hecho Dios un cielo para tu alma,-
dame un rayo de luz -¡uno tan solo!-
que restaure mi fuerza desmayada,
que ilumine mi mente que se anubla,
que reanime mi fe que ya se apaga...
Dame un beso de amor -¡uno siquiera!-
aquí, sobre esta frente que besabas;
aquí, sobre estos labios que otros labios
han besado con ósculos de infamia;
aquí, sobre estos ojos que no tienen
nada más, ¡oh mi madre!, que tus lágrimas.



Rafael María Baralt

A Dios I

-- de Rafael María Baralt --

Perlas son de tu manto las estrellas;
tu corona los soles que al vacío
prendió tu mano, y de tu imperio pío
espada y cetro al par son las centellas.

Por el éter y el mar andas sin huellas;
y cuando el huracán suelta bravío
sus mil voces de un polo al otro frío,
con tu voz inmortal sus labios sellas.

Doquiera estás; doquier llevan tu nombre
mares, desiertos, bosques y palacios,
cielos y abismos, el animal, el hombre.

Aunque estrechos la mente y los espacios
te llevan, ¡oh Señor!, sin contenerte;
te adoran, ¡oh Señor!, sin conocerte.



Gutierre de Cetina

triste avecilla que te vas quejando

-- de Gutierre de Cetina --

Por feos ramos y por turbias fuentes,
pues que no son mis males diferentes,
vente agora aquí do estoy llorando.
Verásme de pesar desesperando,
de placer apartado y de las gentes,
después que aquellos ojos son ausentes,
por quien vivo muriendo y sospirando.
Tú lloras tu soledad y yo la mía:
consolémonos los dos pues que tenemos
una mesma razón de estar muriendo.
Y aquí, desamparados de alegría,
por aquestos desiertos andaremos
en llantos tristes contino gimiendo.



Santiago Montobbio

urbe

-- de Santiago Montobbio --

Urbe
me han dicho que por aquí vive un poeta
que a fuer de humano ha llegado a celestial, dije.
Y añadí: si cree que es broma, ahora viene lo bueno:
lo digo totalmente en serio. En antiguas hojas
crepitaba el silencio. Completé rompiéndolo:
nombre no tiene, porque vive
precisamente en su busca. ¡Ah, ese!,
contestó el mesonero. Dicen que se hizo unos andamios
con sonetos celestes, pero la verdad es que nadie
sabe bien dónde para. Probaré si hay suerte, dije.
Y así vi sujetos, telarañas trenzadas por ellos
con sus misterios y cómo entre todos reunían
la leña de los verbos para irse juntos
al fuego del gran verbo. Pero no. No
he podido verlo: está ya muy lejos,
y ha llegado a ciudad extraña, una ciudad
fundada por él o sus sueños y donde
yo me pierdo porque en ella las calles
trazan su cara. Algunos sí que tienen
buenas artes poéticas, pensé al saberlo,
y al pensarlo sentí al momento
que a mí me quedaban derrotadas
las noches, sus imbéciles desiertos.



Federico García Lorca

Casida del herido por el agua

-- de Federico García Lorca --

Quiero bajar al pozo
quiero subir los muros de Granada
para mirar el corazón pasado
por el punzón oscuro de las aguas.

El niño herido gemía
con una corona de escarcha.
Estanques, aljibes y fuentes
levantaban al aire sus espadas.
¡Ay qué furia de amor! ¡qué hiriente filo!
¡qué nocturno rumor! ¡qué muerte blanca!,
¡qué desiertos de luz iban hundiendo
los arenales de la madrugada!
El niño estaba solo
con la ciudad dormida en la garganta.
Un surtidor que viene de los sueños
lo defiende del hambre de las algas.
El niño y su agonía, frente a frente
eran dos verdes lluvias enlazadas.
El niño se tendía por la tierra
y su agonía se curvaba.

Quiero bajar al pozo
quiero morir mi muerte a bocanadas
quiero llenar mi corazón de musgo
para ver al herido por el agua.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 63

-- de Francisco de Quevedo --

Si dios eres, amor, ¿cuál es tu cielo?
si señor, ¿de qué renta y de qué estados?
¿adónde están tus siervos y criados?
¿dónde tienes tu asiento en este suelo?
si te disfraza nuestro mortal velo,
¿cuáles son tus desiertos y apartados?
si rico, ¿do tus bienes vinculados?
¿cómo te veo desnudo al sol y al yelo?
¿sabes que me parece, amor, de aquesto?
que el pintarte con alas y vendado,
es que de ti el pintor y el mundo juega.
Y yo también, pues sólo el rostro honesto
de mi lisis así te ha acobardado,
que pareces, amor, gallina ciega.



Francisco de Quevedo

algunos años antes de su prisión última, me envió este excelente soneto, desde la torre

-- de Francisco de Quevedo --

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don josef!, docta la imprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquella el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.
Esta obra se encuentra en dominio público.
Esto es aplicable en todo el mundo debido a que su autor falleció hace
más de 100 años. La traducción de la obra puede no estar en dominio
público.



Francisco Villaespesa

convento en ruinas

-- de Francisco Villaespesa --

El viejo monasterio abandonado
se pudre de vejez en la colina,
muda la torre, el coro derrumbado,
y todo el claustro amenazando ruina.
Seca la fuente, el huerto se ha secado;
en sus silencios ni un jilguero trina...
Tan sólo por las piedras del cercado
rastrera hiedra en verdecer se obstina.
Susurra el viento fúnebres querellas
por los patios ruinosos y desiertos...
Y, ajena a mundanales intereses,
parece que a la luz de las estrellas
está rezando, por los monjes muertos,
la gris comunidad de los cipreses.



Blanca Andreu

amor mío, mira mi boca de vitriolo

-- de Blanca Andreu --

Amor mío, mira mi boca de vitriolo
y mi garganta de cicuta jónica,
mira la perdiz de ala rota que carece de casa y muere
por los desiertos de tomillo de rimbaud,
mira los árboles como nervios crispados del día
llorando agua de guadaña.
Esto es lo que yo veo en la hora lisa de abril,
también en la capilla del espejo esto veo,
y no puedo pensar en las palomas que habitan la palabra alejandría,
ni escribir cartas para rilke el poeta.



Clemente Althaus

El eco y la sombra

-- de Clemente Althaus --

Dios con el hombre a quien ama
siempre liberal y bueno,
un eco le dio a su voz
y dio una sombra a su cuerpo;
queriendo así que, aunque huelle
los más desnudos desiertos,
del todo solo no vaya
y lleve dos compañeros.
Al uno mudo contempla
ir a sus pies en el suelo,
su movimiento ajustando
a su mismo movimiento.
Al otro invisible escucha
que responde a sus acentos,
repitiendo a la distancia
sus sonidos postrimeros.
La sombra a los ojos sirve
de compañía y consuelo,
y es consuelo y compañía
de los oídos el eco.
De la sombra se imagina
el solitario viajero
que sus pasos acompaña
taciturno esclavo negro;
y del eco se figura
que amigo invisible genio
con él a solas conversa,
su largo viaje siguiendo.



Clemente Zenea

En un álbum (JCZ)

-- de Clemente Zenea --

Tú vas hacia una orilla
de donde triste vengo,
lo que tú buscas ahora
es ¡ay! lo que yo dejo!

Tú vas a ver un alba
que baña de oro el cielo,
y yo a ver un sol mustio
que ya se está poniendo.

Tú vas a sembrar flores
en fértiles terrenos,
yo voy a alzar mi tienda
en áridos desiertos.

Vas a lanzar tu barca
sobre un océano inmenso,
vas a aplicar al labio
la copa de los sueños.

¡Que duerma entre las velas
la cólera del viento,
que amor rompa las ondas
al golpe de sus remos!

¡Que como yo, no tengas
que suplicar al cielo,
que encuentres ¡ay! almíbar
donde yo hallé veneno!



© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba