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Adelardo López de Ayala

A un pie

-- de Adelardo López de Ayala --

El pie más lindo que acaricia el suelo
jugaba ante mi vista complacida:
yo, con mano dichosa y atrevida,
de un espacio mayor levanté el velo.

Bella columna descubrió mi anhelo,
por los mismos amores construida,
como del recio vendaval movida,
se abre la nube, y se descubre el cielo.

Detenido en las puertas de la gloria,
aguardo a que el amor quiera propicio
dilatar en sus reinos mi victoria.

Y hoy, recordando tan gallardo indicio,
mil veces se complace mi memoria
en dibujar completo el edificio.

Poema A un pie de Adelardo López de Ayala con fondo de libro

Leandro Fernández de Moratín

soneto. rodrigo

-- de Leandro Fernández de Moratín --

rodrigo
cesa en la octava noche el ronco estruendo
de la sangrienta, militar porfía:
el campo godo destrozado ardía
con llama, que descubre estrago horrendo.
Rodrigo en tanto, su peligro viendo,
por ignorada senda se desvía,
y muerto orelia, entre la sombra fría,
herido y débil se acelera huyendo.
En vano el lete con raudal undoso
el paso estorba al príncipe, a quien ciega
de cadena o suplicio el justo espanto.
Surca las aguas. Cede al poderoso
ímpetu, espira el infeliz; y entrega
el cuerpo al fondo, a la corriente el manto.

Poema soneto. rodrigo de Leandro Fernández de Moratín con fondo de libro

Leandro Fernández de Moratín

Rodrigo

-- de Leandro Fernández de Moratín --

Cesa en la octava noche el ronco estruendo
de la sangrienta militar porfía;
el campo godo destrozado ardía
con llama que descubre estrago horrendo.

Rodrigo en tanto, su peligro viendo,
por ignorada senda se desvía
y, muerto Orelio, entre la sombra fría
herido y débil se acelera huyendo.

En vano el Lete con raudal undoso
el paso estorba al príncipe, a quien ciega
de cadena o suplicio el justo espanto.

Surca las aguas, cede al poderoso
ímpetu, expira el infeliz y entrega
el cuerpo al fondo, a la corriente el manto.

Poema Rodrigo de Leandro Fernández de Moratín con fondo de libro

Lope de Vega

Al triunfo de Judit

-- de Lope de Vega --

Cuelga sangriento de la cama al suelo
el hombro diestro del feroz tirano,
que opuesto al muro de Betulia en vano,
despidió contra sí rayos al cielo.

Revuelto con el ansia el rojo velo
del pabellón a la siniestra mano,
descubre el espectáculo inhumano
del tronco horrible, convertido en hielo.

Vertido Baco, el fuerte arnés afea
los vasos y la mesa derribada,
duermen las guardas, que tan mal emplea;

y sobre la muralla coronada
del pueblo de Israel, la casta hebrea
con la cabeza resplandece armada.



Lupercio Leonardo de Argensola

La vida en el campo (Argensola)

-- de Lupercio Leonardo de Argensola --

Lleva tras sí los pámpanos otubre,
y con las grandes lluvias, insolente,
no sufre Ibero márgenes ni puente,
mas antes los vecinos campos cubre.

Moncayo, como suele, ya descubre
coronada la nieve la alta frente,
y el sol apenas vemos en Oriente
cuando la opaca tierra nos lo encubre.

Sienten el mar y selvas ya la saña
del Aquilón, y encierra su bramido
gente en el puerto y gente en la cabaña.

Y Fabio, en el umbral de Tais tendido,
con vergonzosas lágrimas lo baña,
debiéndolas al tiempo que ha perdido.



Líber Falco

Canto a la invisible amante

-- de Líber Falco --

Dónde te escondes tú?
Acaso, en esta ciudad enorme
cuando posan las noches
que incuban a mis sueños?

En las calles sin rumbos
que descubre mi anhelo,
se ha curvado mi pecho de ternura
llamando sin palabras por tu nombre

............................

Ya los gallos eslabonan
un collar de cantos a la aurora.
Dónde te escondes tú?
No te veré en la luz...
Sólo en la Noche alientas.



Manuel del Palacio

Semblanzas: VIII

-- de Manuel del Palacio --

Le odié ministro y le admiré poeta;
Hoy que la unión le engancha en sus pendones,
Su lira, sus discursos, sus blasones
No valen para mí ni una peseta.

El yelmo de su escudo es ya veleta;
Huelen á memorial sus producciones,
Y á través de su alcurnia y sus doblones
Se descubre el amor á la chuleta.

Si respeto le tuve de polaco,
Hoy al mirarle vuelta la casaca
Me parece un solemne monicaco:

Y á pesar de sus cruces y su placa,
No le doy más altura que á un macaco
Ni más entendimiento que á una jaca.



Jorge Guillén

ya se acortan las tardes

-- de Jorge Guillén --

Ya se acortan las tardes
ya se acortan las tardes, ya el poniente
nos descubre los más hermosos cielos,
maya sobre las apariencias velos
pone, dispone, claros a la mente.
Ningún engaño en sombra ni en penumbra,
que a los ojos encantan con matices
fugitivos, instantes muy felices
de pasar frente al sol que los alumbra.
Nos seduce este cielo de tal vida,
el curso de la gran naturaleza
que acorta la jornada, no perdida
si hacia la luz erguimos la cabeza.
Siempre ayuda la calma de esta hora,
lenta en su inclinación hasta lo oscuro,
y se percibe un ritmo sobre el muro
que postrero fulgor ahora dora.
Este poniente sin melancolía
nos sume en el gran orden que nos salva,
preparación para alcanzar el alba,
también serena aunque mortal el día.



Emilio Bobadilla

El héroe delincuente

-- de Emilio Bobadilla --

La guerra es un absurdo; la vida es otro absurdo;
el análisis todo a polvo lo reduce
y en lo íntimo de todo descubre el más palurdo
la falsedad que al pronto nos engaña y seduce.

La realidad es móvil, iluso el intelecto,
y la moral, sofística, y la ley, arbitraria;
al prejuicio el espíritu se muestra siempre afecto
como al muro se adhiere la inútil parietaria.

En la paz rige un código y en la guerra otro rige;
tiene un criterio sólo y una moral la Historia,
y una verdad de tales paradojas colige...

Me explico tu sorpresa en trance tal al verte:
porque mataste a muchos, te cubrieron de gloria;
porque mataste a uno, te condenan a muerte...



Pedro Miguel Obligado

ausencia

-- de Pedro Miguel Obligado --

La rama de los astros se estremece en la altura,
movida por el viento de la eterna armonía,
y el silencio murmura
su vaga poesía.

Tú ya no estás conmigo para hacerme dichoso,
y te hallas tan lejana, que eres una tristeza;
pero todo, esta noche, se vuelve más hermoso,
tal como si estuviese pensando en tu belleza.

Un arroyito claro por la pradera, ondula,
el temblor de las plantas le descubre su anhelo,
y la tierra se azula
deseando ser un cielo

siento que te aproximas en esta noche tierna;
pues aunque vives lejos, el ensueño nos une,
como a dos estrellitas una misma cisterna,
donde la fantasía del agua las reúne.

La belleza es misterio, que tu amor profundiza,
tu recuerdo, en guiadora claridad se convierte;
y la ausencia idealiza
la pena de quererte.

¡Si no sólo en mis versos, si en realidad vinieras!
¿no oyes la melodía que, de cariño, llora?
se muestra el mundo bueno, como si me quisieras
¿dónde estarás ahora? ¿dónde estarás ahora?



Pedro Salinas

afán

-- de Pedro Salinas --

No, no me basta, no.
Ni ese azul en delirio
celeste sobre mí,
cúspide de lo azul.
Ni esa reiteración
cantante de la ola,
espumas afirmando,
síes, síes sin fin.
Ni tantos irisados
primeros de las nubes
ópalo, blanco y rosa,
tan cansadas de cielo
que duermen en las conchas.
No, no me bastan, no.
Colmo, tensión extrema,
suma de la belleza
el mundo, ya no más.
Y yo más.
Más azul que el azul
alto. Más afirmar
amor, querer, que el sí
y el sí y el sí.
La tarde, ya en el límite
de dar, de ser,
agota sus reservas:
gozos, colores, triunfos;
me descubre los fondos
de mares y de glorias,
se estira, vibra, tiembla,
no puede más.
Lo sé, se va a romper
si yo le grito esto
que ya le estoy gritando
irremisiblemente
a golpes:
«tú, ya no más; yo, más.»



Gertrudis Gómez de Avellaneda

A la luna (2-Gómez de Avellaneda)

-- de Gertrudis Gómez de Avellaneda --

¡Sol del que triste vela!
¡Astro de lumbre fría,
Cuyos trémulos rayos, de la noche
Para mostrar las sombras sólo brillan!

¡Oh, cuánto te semejas
De la pasada dicha
Al pálido recuerdo, que del alma
Sólo hace ver la soledad sombría!

Reflejo de una llama
Ya oculta o extinguida,
Llena la mente, pero no la enciende;
Vive en el alma, pero no la anima.

Descubre, cual tú, sombras
Que esmalta y acaricia;
Y como a ti, tan sólo la contempla
El dolor mudo en férvida vigilia.



Gutierre de Cetina

a don juan de rojas sarmiento, enviándole a pedir ciertos papeles que le pidió

-- de Gutierre de Cetina --

Cuando oro bajo y de grosera mina
suele hallar tal vez minero experto,
si con otro metal sale cubierto,
al fuego lo consagra y lo destina;
allí se purifica, allí se afina,
allí descubre su valor más cierto;
si del acaso está dudoso, incierto,
el fuego lo quilata y determina.
Yo, que a pesar de febo y de parnaso,
de helicona hallé, no digo vena,
mas cierto humor peor que de locura,
para saber si debo dar más paso
en seguirla, o dejar tan loca pena,
consagro al fuego vuestro esta escriptura.



Gutierre de Cetina

a una dama quedando viuda

-- de Gutierre de Cetina --

Como joya oriental rica y preciosa
entre vil tierra envuelta y encerrada,
descubre su valor de ella sacada
y se muestra más clara y más hermosa;
como parece el sol tras tenebrosa
nube, que su beldad tuvo ocupada;
cual va nave segura y descargada,
salida de tormenta peligrosa;
como queda mejor el peregrino
que en bosque obscuro y con peligro ha entrado,
cuando, salido del, halla el camino;
como oro de metal bajo apartado,
tal, señora, vuestro ánimo divino
queda, de sujeción baja librado.



Copia el hombre

-- de El Solitario --

Copia el hombre celajes purpurinos,
estatuas hace de la dura piedra,
y en número a las hojas de la hiedra
exceden sus inventos peregrinos.

Arrebata con cánticos divinos,
la «Iliada» escribe, «Don Quijote» y «Fedra»,
y cuanto más el adelanto medra,
más busca del saber nuevos caminos.

A su patria da timbres con su gloria,
liberta y engrandece las naciones,
los secretos descubre de la historia.

Y este ser, que mandando a las naciones
sólo piensa en la muerte o la victoria,
¡es el juguete vil de las pasiones!



Mario Benedetti

ruinas

-- de Mario Benedetti --

Se deslumbraron mis ruinas
juan ramón jiménez
yo también tengo ruinas
y si acudo al pasado
ya no sé a quién o a quiénes
busco entre los escombros
son ruinas sin prestigio
sin guías y con musgo
inmensas y mezquinas
señas de lo que fui
columpios desnudeces
huellas crepusculares matutinas nocturnas
la luna las descubre
les dice lo que eran
columnas de tesón cúmulos de experiencia
pedernales de amor
catacumbas de miedo
yo también tengo ruinas
pero no deslumbradas
sino ciegas distantes
residuos de palabras
vestigios de rencores
esquirlas de castigos
reliquias de caricias
ruinas tan taciturnas
calimas de la pena
albergan sus fantasmas
como todas las ruinas
y como todas dejan
escuchar su lamento
yo también tengo ruinas
meses y años troceados
muñones de confianza
perdones en añicos
piedras en las que a veces
me reconozco entonces
amo la piel rugosa
de mis hermanas ruinas



Julio Flórez

xv

-- de Julio Flórez --

Xv
en las tardes brumosas del invierno,
cuando el sol taciturno, paso a paso
va cayendo en las sombras del ocaso
como envuelto en las llamas de un infierno,
abro las mustias alas y me cierno
por la infinita bóveda al acaso,
falto de luz y de vigor escaso,
presa de las nostalgias de lo eterno.
Y subo, subo, y cuando el ojo mío
descubre entre los velos de la noche
mi supremo ideal, en el vacío
una mano brutal mis olas cierra
y caigo... Sin una ¡ay! sin un reproche,
sobre el fangal inmundo de la tierra.
Julio flórez



Julio Herrera Reissig

el ángelus

-- de Julio Herrera Reissig --

Salpica, se abre, humea, como la carne herida,
bajo el fecundo tajo, la palpitante gleba;
al ritmo de la yunta tiembla la corva esteva,
y el vientre del terruño se despedaza en vida.

Ímproba y larga ha sido como nunca la prueba...
La mujer, que afanosa preparó la comida,
en procura del amo viene como abstraída,
dando al pequeño el tibio, dulce licor que nieva.

De pronto, a la campana, todo el valle responde:
la madre de rodillas su casto seno esconde;
detiénese el labriego y se descubre, y arde

su mirada en la súplica de piadosos consejos...
Tórnanse al campanario los bueyes. A lo lejos
el estruendo del río emociona la tarde.



Evaristo Carriego

Palmera brasileña

-- de Evaristo Carriego --

Palmera brasileña, que al caminante herido
ofrendaras tus dátiles de pasión y de olvido,
en el desierto único: tu eres la apoteosis
que, nimbando de incendios sus fecundas neurosis,

cruzas por los vaivenes de su hondos desvelos
como si fueras luna de sus noches de duelos.
Yo traigo a tu floresta la alondra moribunda
que, en el violín del bosque, preludió la errabunda

sinfonía terrena de aquel ardor eterno,
que ahuyenta suavemente las aves del invierno,
y en las horas tranquilas descubre su cabeza
como un símbolo vago de amor y de belleza.



Evaristo Ribera Chevremont

baila manuel

-- de Evaristo Ribera Chevremont --

Un farol y dos velas. Baila manuel. La bomba.
Se voltea en el fondo su tostada figura;
y, a los golpes del cuero primitivo, se comba.
Ardor de animal joven descubre su cintura.

Resalta su finura de estilo en el conjunto
de ágiles bailadores. Vigor el de su traza.
Su piel oscura y lisa tiene brillos de unto.
Cuanto hay en él, denuncia su calidad de raza.

Surge canto de niñas tras el brusco sonido
de la bomba. Hervorean de etíopes los senderos.
El cielo, de azul puro, fieramente mordido
de soles. En los campos, cocales, limoneros.

El aire está cargado dcl aroma caliente
de la tierra y los hombres. Baila manuel. Sus manos,
sus pies dicen todo lo que es él. Raudamente,
cruzan en la noche sombras de cuadrumanos.



Evaristo Ribera Chevremont

el patio

-- de Evaristo Ribera Chevremont --

El patio, en su trinchera de alambres y cordeles,
goza la paz, templada de sol, del mediodía.
Advierto en sus rincones arrugados papeles,
montones de botellas, tirada trapería.

Soleados, orondos, maduros, dilatados,
irrumpen los tomates, irrumpen los pimientos.
Junto a los acentuados verdes, los encarnados
apuntan, con vigores sumos, sus ardimientos.

El aire se satura del olor de las tinas;
y, adueñados del simple, doméstico recinto,
su copula efectúan el gallo y las gallinas
en los desbordamientos vitales del instinto.

En detalles que indican simplicidad, abunda
el patio. Muy gozosa de su vida ligera,
de su vida que es vida llameante y fecunda,
descubre allí sus frutos colosales la higuera.



Fernando de Herrera

Crece y alienta fiero en el nemeo

-- de Fernando de Herrera --

Crece y alienta fiero en el nemeo
león, y imprime su furor presente,
y en el orbe terrestre esfuerza ardiente
las llamas el dañoso Iperioneo.

Y cuando amor, ingrato a mi deseo,
descubre en su león más inclemente
los rayos, acabar indignamente
mi estéril esperanza triste veo.

Abrasa el corazón, do nunca el frío
tuvo lugar, ¡ay, oh dolor penoso,
a quien otro ninguno es semejante!

No puede amortiguar el llanto mío
este incendio; que el Betis espumoso
ni todo el grande Océano es bastante.



Fernando de Herrera

Oh cara perdición! ¡oh dulce engaño

-- de Fernando de Herrera --

¡Oh cara perdición! ¡oh dulce engaño!
suave mal, sabroso descontento,
amado error del tierno pensamiento,
luz, que nunca descubre el desengaño,

puerta por la cual entra el bien y el daño,
descanso y pena grave del tormento,
vida del mal, alma del sufrimiento,
de confusión revuelta, cerco extraño,

vario mar de tormenta y de bonanza,
segura playa y peligroso puerto,
sereno, instable, oscuro y claro cielo,

¿por qué como me diste confianza
de osar perderme, ya que estoy desierto
de bien, no pones a mi mal consuelo?



Fernando de Herrera

Serena Luz, presente, en quien espira

-- de Fernando de Herrera --

Serena Luz, presente, en quien espira
divino amor, que enciende y junto enfrena
pecho gentil, que en la mortal cadena
al alto olimpo glorioso aspira;

ricos cercos y oro, do se mira
tesoro celestial de eterna vena;
armonía de angélica sirena,
que entre las perlas y el coral respira.

¿Cuál nueva maravilla, cuál ejemplo
de la inmortal grandeza nos descubre
la sombra del hermoso y puro velo?

Que yo en esa belleza que contemplo,
aunque a mi flaca vista ofende y cubre,
la inmensa busco y voy siguiendo al cielo.



Fernando de Herrera

Ya que nublosa sombra cubre, y frío

-- de Fernando de Herrera --

Ya que nublosa sombra cubre, y frío,
la blanca frente de este monte alzado,
y del grave Aquilón aliento helado
retarda el lento curso al hondo río,

siento de ingrata mano al pecho mío
nieve arrojada, y siento desmayado
mi fuego, y culpo mi deseo osado
y de Amor el tirano señorío;

que por un vano bien, que huye luego
y me deja dolor eterno, pierdo
de libertad amada la nobleza.

Mas ¡oh que acierta mal quien nada ciego!
y el que cuida, Fernando, ser más cuerdo,
descubre en tal hazaña más flaqueza.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 68

-- de Francisco de Quevedo --

Pues hoy derrama noche el sentimiento
por todo el cerco de la lumbre pura,
y amortecido el sol en sombra oscura
da lágrimas al fuego y voz al viento;
pues de la muerte el negro encerramiento
descubre con temblor la sepultura,
y el monte, que embaraza la llanura
del mar cercano, se divide atento,
de piedra es, hombre duro, de diamante
tu corazón, pues muerte tan severa
no anega con tus ojos tu semblante.
Mas no es de piedra, no; que si lo fuera,
de lástima de ver a dios amante,
entre las otras piedras se rompiera.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 60

-- de Francisco de Quevedo --

Llevó tras sí los pámpanos octubre,
y con las muchas lluvias insolente
no sufre ibero márgenes, ni puente,
mas antes los vecinos campos cubre.
Moncayo, como suele, ya descubre
coronada de nieve la alta frente,
y al sol apenas vemos en oriente,
cuando la dura tierra nos le encubre.
Del monte baja ya con nueva saña
el aquilón, y cierra su bramido
gente en el mar, y gente en la montaña.
Y fabio en el umbral de tais tendido
con vergonzosas lágrimas le baña,
debiéndolas al tiempo que ha perdido.



Bartolomé de Argensola

Suelta el cabello al Céfiro travieso

-- de Bartolomé de Argensola --

Suelta el cabello al céfiro travieso,
para que recompense, Cintia, un rato
de los muchos que usurpa el aparato
que le añade, no gracia, sino peso.

¡Cuánta más luz que coronado o preso
nos descubre ondeando sin recato!
Y dime si en las leyes del ornato
respondió al arte con tan gran suceso.

A cabellos de mal seguros reyes
ofrezcan ambiciosos resplandores
las ondas y las minas del oriente;

los tuyos ni los crespes ni los dores;
y pues crecieron en tan libre frente,
imiten su altivez, no guarden leyes.



Carlos Pellicer

recinto XVIII

-- de Carlos Pellicer --

vi
con cuánta luz camino
junto a la noche a fuego de los días.
Otros soles no dieron sino ocasos,
sino puertas sin dueño, soledades.
En ti está la destreza de mis actos
y la sabiduría de las voces
del buen nombrar; lo claro del acento
que nos conduce al vértice del ámbito
que gobierna las cosas.
Gracias a ti soy yo quien me descubre
a mi mismo, después de haber pasado
el serpentino límite que dios
puso a su gran izquierda. Sólo tú
has sabido decirme y escucharme.
Sólo tu voz es ave de la mía,
sólo en tu corazón hallé la gloria
de la batalla antigua.
¡Ten piedad
de nuestro amor y cuídalo, oh vida!



Clemente Althaus

La oración (Althaus)

-- de Clemente Althaus --

Ya de suena de la santa Ave María
la solemne campana, que el ocaso
llorar parece del lejano día:
Como de encanto súbito por caso,
Sucede hondo silencio de repente,
al urbano bullicio; el presto paso
detiene al son la pasajera gente,
que con rápida mano la cabeza
a los cielos descubre reverente;
y la salutación gloriosa reza
con que el arcángel anunció a María
que, sin perder su virginal pureza,
en sus entrañas Dios encarnaría;
y Lima toda, de silencio llena,
en su santo pensamiento se une pía.
Mas rápida cambiar se ve la escena,
cuando cesan las santas campanadas;
y ya de nuevo donde quiera suena
el rumor de coloquios y pisadas.



Ramón María del Valle Inclán

rosa de alejandría

-- de Ramón María del Valle Inclán --

Docta en los secretos de la abracadabra,
dispersó en el aire, tus letras, mi mano,
y al caer, formóse aquella palabra,
cifra de tu enigma y luz de tu arcano.

¿Por qué ley se juntan en nueva escritura
los signos dispersos? ¿qué azar hizo el juego?
¿qué ciencia de magos alzó la figura
y leyó el enigma? sierpe, rosa, fuego.

¡Sierpe! ¡rosa! ¡fuego! tal es tu armonía:
gracia de tres formas es tu gracia inquieta,
tu esencia de monstruo en la alegoría

se descubre. Antonio el anacoreta
huyó de tu sombra por alejandría.
¡Antonio era santo! ¿si fuese poeta?...



Roque Dalton García

hablando para mí

-- de Roque Dalton García --

como un ángel social de alto velamen,
lejano de la angustia y capitán
de nueva clorofila,
como una flor indomeñable
que falta haríale al maíz en la coronación de susignificado,
como un lejano caracol que huyó del pecho rojo,
caminaré desde hoy
gritando que conozco,
aunque resulte herida
mi bondad y mi sangre
porque cual repentino rayo de raíces secretas
uno cae en la cuenta que no respira solo,
que hay hermanos dormidos,
cortadas ramas retoñables,
pianos de primer piso, dulces
rosas descoloridas sin morir.
Además, es este siglo obligatorio
que en airada espesura nos reúne,
el que regala al ojo la cumbre y el camino,
el que pregunta al alma por sus puños finales,
el que deja vibrando la fiel liquidación de las preguntas.
El panorama es un cuchillo rudo: uno nace entre todos
los hombres y los árboles,
pariendo el junco responsable que el huracán penetra:
posee uno la lámpara que con su luz idéntica
descubre donde nace la lágrima
digna de ser borrada en lo que nos rodea.



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Ariiba