Buscar Poemas con Delicia


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Se han encontrado 35 poemas con la palabra delicia

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Jorge Guillén

cima de la delicia

-- de Jorge Guillén --

¡cima de la delicia!
todo en el aire es pájaro.
Se cierne lo inmediato
resuelto en lejanía.
¡Hueste de esbeltas fuerzas!
¡qué alacridad de mozo
en el espacio airoso,
henchido de presencia!
el mundo tiene cándida
profundidad de espejo.
Las más claras distancias
sueñan lo verdadero.
¡Dulzura de los años
irreparables! ¡bodas
tardías con la historia
que desamé a diario!
más, todavía más.
Hacia el sol, en volandas
la plenitud se escapa.
¡Ya sólo sé cantar!

Poema cima de la delicia de Jorge Guillén con fondo de libro

Alfonsina Storni

Noche divina

-- de Alfonsina Storni --

Este jardín nos cede su delicia,
nos cede el árbol de manzanas lleno.
Fuente de dioses a la sed propicia,
pan del instinto, para el hambre, bueno.

Mas blanco mármol sin igual pudicia
fija en nosotros su mirar sereno:
muslo desnudo, vigoroso el seno,
puro, como la luz que lo acaricia.

Se hacen tus ojos demasiado azules,
cubren tus manos impalpables tules
y algo divino te levanta en vuelo.

No cortemos la fruta deleitosa
y mira el alma en una nube rosa,
cómo es de azul la beatitud del cielo.

Poema Noche divina de Alfonsina Storni con fondo de libro

Amado Nervo

los muertos

-- de Amado Nervo --

El paraíso existe;
pero no es un lugar (cual la creencia
común pretende) tras el hosco y triste
bregar del mundo; el paraíso existe;
pero es sólo un estado de conciencia.
Los muertos no se van a parte alguna,
no emprenden al azul remotos viajes,
ni anidan en los cándidos celajes,
ni tiemblan en los rayos de la luna...
Son voluntades lúcidas, atentos
y alados pensamientos
que flotan en redor, como diluidos
en la sombra; son límpidos intentos
de servirnos en todos los momentos;
son amores custodios, escondidos.
Son númenes propicios que se escudan
en el arcano, mas que no se mudan
para nosotros; que obran en las cosas
por nuestro bien; son fuerzas misteriosas,
que, si las invocamos, nos ayudan.
¡Feliz quien a su lado
tiene el alma de un muerto idolatrado
y en las angustias del camino siente
sutil, mansa, impalpable, la delicia
de su santa caricia,
como un soplo de paz sobre la frente!

Poema los muertos de Amado Nervo con fondo de libro

Leopoldo Lugones

Delectación morosa

-- de Leopoldo Lugones --

La tarde, con ligera pincelada
que iluminó la paz de nuestro asilo,
apuntó en su matiz crisoberilo
una sutil decoración morada.

Surgió enorme la luna en la enramada;
las hojas agravaban su sigilo,
y una araña en la punta de su hilo,
tejía sobre el astro, hipnotizada.

Poblóse de murciélagos el combo
cielo, a manera de chinesco biombo;
tus rodillas exangües sobre el plinto

manifestaban la delicia inerte,
y a nuestros pies un río de jacinto
corría sin rumor hacia la muerte



Luis Cernuda

urbano y dulce revuelo

-- de Luis Cernuda --

Suscitando fresca brisa
para sazón de sonrisa
que agosta el ardor del suelo;
pues si aquel mudo señuelo
de caña y papel, pasivo
al curvo desmayo estivo,
aún queda, brusca delicia,
la que abre tu caricia,
oh ventilador cautivo.



Luis Cernuda

escondido en los muros

-- de Luis Cernuda --

Este jardín me brinda
sus ramas y sus aguas
de secreta delicia.
Qué silencio. ¿Es así
el mundo?... Cruz al cielo
desfilando paisajes,
risueño hacia lo lejos.
Tierra indolente. En vano
resplandece el destino.
Junto a las aguas quietas
sueño y pienso que vivo.
Mas el tiempo ya tasa
el poder de esta hora;
madura su medida,
escapa entre sus rosas.
Y el aire fresco vuelve
con la noche cercana,
su tersura olvidando
las ramas y las aguas.



Manuel de Zequeira

Contra el amor

-- de Manuel de Zequeira --

Huye, Climene, deja los encantos
del amor, que no son sino dolores;
es una oculta sierpe entre las flores
cuyos silbos parecen dulces cantos:

es un néctar que quema y da quebrantos,
es Vesubio que esconde sus ardores,
es delicia mezclada con rigores
es jardín que se riega con los llantos:

Es del entendimiento laberinto
de entrada fácil y salida estrecha,
donde el más racional pierde su instinto:

Jamás mira su llama satisfecha,
y en fingiendo que está su ardor extinto,
es cuando más estrago hace su flecha.



Manuel del Palacio

A un reo

-- de Manuel del Palacio --

Odio, miseria, estupidez, codicia,
Pusieron el puñal entre tus manos,
Y por lavar tu crimen los humanos
Otro cometen que tu juez inicia.

— ¡La sangre pide sangre! en su malicia
Gritan los que blasonan de cristianos,
Y fuertes con el débil y tiranos
Muerte le dan con bárbara delicia.

¡Tú al patíbulo vas! Cortejo impío
Sigue tus huellas y á admirar se lanza
Ese cuadro patético y sombrío:

Reo, ¡valor, dulzura y esperanza!
Dios perdona del hombre el desvarío,
Y allí es justicia lo que aquí venganza!



Ignacio María de Acosta

Dolencia de Iselia

-- de Ignacio María de Acosta --

Esa inquietud que sin cesar te agita,
ese tormento que te oprime el pecho,
y pone abrojos al mullido lecho
y tu semblante virginal marchita:

Esa lucha fatal que se concita
del corazón en el recinto estrecho;
y te arranca suspiros de despecho
en continua aflicción y amarga cuita:

Ese dulce mirar; tu afecto tierno,
que revelan un alma candorosa
que pugna por vencer un mal interno;

Esa delicia en fin que misteriosa
con las penas se mezcla del infierno;
esa es la llama del Amor, hermosa.



Jaime Torres Bodet

orquídea

-- de Jaime Torres Bodet --

Flor que promete al tacto una caricia
más que el otoño de un perfume, suave
y que, pensada en flor, termina en ave
porque su muerte es vuelo que se inicia.
Párpado con que el trópico precave
de su luz interior la ardua delicia,
música inmóvil, flámula en primicia,
aurora vegetal, estrella grave.
Remordimiento de la primavera,
conciencia del color, pausa del clima,
gracia que en desmentirse persevera,
¿por qué te pido un alma verdadera
si la sola fragancia que te anima
es, orquídea, el temor de ser sincera?



Jaime Torres Bodet

continuidad iii

-- de Jaime Torres Bodet --

Todo, así, te prolonga y te señala:
el pensamiento, el llanto, la delicia
y hasta esa mano fiel con que resbala,
ingrávida, sin dedos, tu caricia.
Oculta en mi dolor eres un ala
que para un cielo póstumo se inicia;
norte de estrella, aspiración de escala
y tribunal supremo que me enjuicia.
Como lo eliges, quiero lo que ordenas:
actos, silencios, sitios y personas.
Tu voluntad escoge entre mis penas.
Y, sin leyes, sin frases, sin cadenas,
eres tú quien, si caigo, me perdonas,
si me traiciono, tú quien te condenas...
Y tú quien, si te olvido, me abandonas.



Estanislao del Campo

Epílogo

-- de Estanislao del Campo --

Ahora sí que eres mía... En el sepulcro
Puedo llorarte solo mi Lucila.
Te envenenó el gusano, rico, enfermo,
Pero tu estrella para mí rutila.

En las joyantes noches del estío,
Cuando era tu vivir una alborada
teñida cual las plumas de un flamenco
Por una luz dulcísima y rosada;

Tu amor fue mi perfume, mi esperanza,
La novela de mi alma, mi alegría,
Cuando tú me decías: Mi poeta,
Me inundabas de luz y de poesía.

Y cuando te entregaron al gusano
Yo lloré en el altar del firmamento,
Pero si a mí me mata tu partida
¡Cómo los matará el remordimiento!

Yo he pedido el perdón para tus culpas
Y pido para Ti, toda delicia...
Tú eres, entre el rayo de la luna
El plateado fulgor que me acaricia.



Manuel José Othón

el ruiseñor

-- de Manuel José Othón --

Oid la campanita, cómo suena,
el toque del clarín, cómo arrebata,
las quejas en que el viento se desata
y del agua el rodar sobre la arena.

Escuchad la amorosa cantilena
de favonio rendido a flora ingrata
y la inmensa y divina serenata
que pan modula en la silvestre avena.

Todo eso hay en mis cantos. Me enamora
la noche; de los hombres soy delicia
y paz, y entre los árboles cubierto,

sólo yo alcé mi voz consoladora,
como una blanda y celestial caricia,
cuando jesús agonizó en el huerto.



Octavio Paz

iv. bajo tu clara sombra

-- de Octavio Paz --

Iv
un cuerpo, un cuerpo solo, sólo un cuerpo,
un cuerpo como día derramado
y noche devorada;
la luz de unos cabellos
que no apaciguan nunca
la sombra de mi tacto;
una garganta, un vientre que amanece
como el mar que se enciende
cuando toca la frente de la aurora;
unos tobillos, puentes del verano;
unos muslos nocturnos que se hunden
en la música verde de la tarde;
un pecho que se alza
y arrasa las espumas;
un cuello, sólo un cuello,
unas manos tan sólo,
unas palabras lentas que descienden
como arena caída en otra arena
esto que se me escapa,
agua y delicia obscura,
mar naciendo o muriendo;
estos labios y dientes,
estos ojos hambrientos,
me desnudan de mí
y su furiosa gracia me levanta
hasta los quietos cielos
donde vibra el instante:
la cima de los besos,
la plenitud del mundo y de sus formas.



Pablo Neruda

soneto xii cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Plena mujer, manzana carnal, luna caliente,
espeso aroma de algas, lodo y luz machacados,
qué oscura claridad se abre entre tus columnas?
qué antigua noche el hombre toca con sus sentidos?
ay, amar es un viaje con agua y con estrellas,
con aire ahogado y bruscas tempestades de harina:
amar es un combate de relámpagos
y dos cuerpos por una sola miel derrotados.
Beso a beso recorro tu pequeño infinito,
tus márgenes, tus ríos, tus pueblos diminutos,
y el fuego genital transformado en delicia
corre por los delgados caminos de la sangre
hasta precipitarse como un clavel nocturno,
hasta ser y no ser sino un rayo en la sombra.



Pablo Neruda

soneto xlvii cien sonetos de amor (1959) mediodía

-- de Pablo Neruda --

Detrás de mí en la rama quiero verte.
Poco a poco te convertiste en fruto.
No te costó subir de las raíces
cantando con tu sílaba de savia.
Y aquí estarás primero en flor fragante,
en la estatua de un beso convertida,
hasta que sol y tierra, sangre y cielo,
te otorguen la delicia y la dulzura.
En la rama veré tu cabellera,
tu signo madurando en el follaje,
acercando las hojas a mi sed,
y llenará mi boca tu sustancia,
el beso que subió desde la tierra
con tu sangre de fruta enamorada.



Pablo Neruda

soneto xxix cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Soneto xxix
vienes de la pobreza de las casas del sur,
de las regiones duras con frío y terremoto
que cuando hasta sus dioses rodaron a la muerte
nos dieron la lección de la vida en la greda.
Eres un caballito de greda negra, un beso
de barro oscuro, amor, amapola de greda,
paloma del crepúsculo que voló en los caminos,
alcancía con lágrimas de nuestra pobre infancia.
Muchacha, has conservado tu corazón de pobre,
tus pies de pobre acostumbrados a las piedras,
tu boca que no siempre tuvo pan o delicia.
Eres del pobre sur, de donde viene mi alma:
en su cielo tu madre sigue lavando ropa
con mi madre. Por eso te escogí, compañera.



Pablo Neruda

soneto xvi cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Soneto xvi
amo el trozo de tierra que tú eres,
porque de las praderas planetarias
otra estrella no tengo. Tú repites
la multiplicación del universo.
Tus anchos ojos son la luz que tengo
de las constelaciones derrotadas,
tu piel palpita como los caminos
que recorre en la lluvia el meteoro.
De tanta luna fueron para mí tus caderas,
de todo el sol tu boca profunda y su delicia,
de tanta luz ardiente como miel en la sombra
tu corazón quemado por largos rayos rojos,
y así recorro el fuego de tu forma besándote,
pequeña y planetaria, paloma y geografía.



Pedro Antonio de Alarcón

A mis hijas en sus días

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Por la primera vez hoy es tu día...
¡Ven a mi corazón, prenda adorada...
Orgullo de la esposa más amada,
vida de mis entrañas hija mía!

¿Qué te dirá de un padre la ufanía?
¿Qué te dirá tu madre embelesada,
sino verte del alma enajenada
lágrimas de cariño y alegría?

Delicia de los dos ¡bendita seas!
¡Bendita seas de la Virgen pura
que ampara con su manto nuestro nido!

Y allá en los años en que no nos veas,
¡Dios te de tanto bien, tanta ventura,
como tú con nacer nos has traído!



Pedro Salinas

la voz a ti debida - por qué tienes nombre tú

-- de Pedro Salinas --

¿por qué tienes nombre tú,
día, miércoles?
¿por qué tienes nombre tú,
tiempo, otoño?
alegría, pena, siempre
¿por qué tenéis nombre: amor?
si tú no tuvieras nombre,
yo no sabría qué era
ni cómo, ni cuándo. Nada.
¿Sabe el mar cómo se llama,
que es el mar? ¿saben los vientos
sus apellidos, del sur
y del norte, por encima
del puro soplo que son?
si tú no tuvieras nombre,
todo sería primero,
inicial, todo inventado
por mí,
intacto hasta el beso mío.
Gozo, amor: delicia lenta
de gozar, de amar, sin nombre.
Nombre: ¡qué puñal clavado
en medio de un pecho cándido
que sería nuestro siempre
si no fuese por su nombre!



José María Heredia

el ay de mí. letrilla

-- de José María Heredia --

¡cuán difícil es al hombre
hallar un objeto amable
con cuyo amor inefable
pueda llamarse feliz!
y si este objeto resulta
frívolo, duro, inconstante
¿qué resta al mísero amante
sino exclamar ¡ay de mí!
el amor es un desierto
sin límites, abrasado,
en que a muy pocos fue dado
pura delicia sentir.
Pero en sus mismos dolores
guarda mágica ternura,
y hay siempre cierta dulzura
en suspirar ¡ay de mí!



José María Heredia

El ay de mí

-- de José María Heredia --

¡Cuán difícil es al hombre
hallar un objeto amable
con cuyo amor inefable
pueda llamarse feliz!

Y si este objeto resulta
frívolo, duro, inconstante
¿Qué resta al mísero amante
sino exclamar ¡ay de mí!

El amor es un desierto
sin límites, abrasado,
en que a muy pocos fue dado
pura delicia sentir.

Pero en sus mismos dolores
guarda mágica ternura,
y hay siempre cierta dulzura
en suspirar ¡ay de mí!



Gaspar Melchor de Jovellanos

a la mañana

-- de Gaspar Melchor de Jovellanos --

Ven, ceñida de rayos y de flores
la rósea frente, ¡oh plácida mañana!
ve; ven, y ahuyenta con tu faz galana
la perezosa noche y sus horrores.
Ven, y vuelve a los cielos sus ardores,
su frescura a la tierra, y su temprana
gloria a mi pecho, en clori soberana;
en clori mi delicia y mis amores.
Ven, ven, que si piadosa me escuchares,
yo te alzaré un altar sobre el florido
suelo que honrare clori con su planta.
Y en él, después te ofreceré a millares
las víctimas mi pecho agradecido,
y los devotos himnos mi garganta.



Salvador Díaz Mirón

En un álbum (Salvador Díaz Mirón)

-- de Salvador Díaz Mirón --

Dicen que el nauta que frecuenta el hielo
del yermo boreal, venciendo el frío,
recibe a veces de ignorado cielo
una olorosa ráfaga de estío.

¡Qué beso el de tal hálito de paso!
¡Qué fruición! ¡Qué delicia! ¡Qué embeleso!
¡Sólo un beso de amor produce acaso
mayor placer que semejante beso!

Pues bien, yo experimento a tus miradas
lo que en el polo el peregrino siente,
cuando una de esas brisas perfumadas
va de otro clima a acariciar su frente.

En mi noche invernal, Dios ha querido
que el resplandor de tus pupilas fuera
un efluvio de rosas difundido
en un rayo de sol de primavera.



Juan Meléndez Valdés

de los labios de dorila oda xii

-- de Juan Meléndez Valdés --

La rosa de citeres,
primicia del verano,
delicia de los dioses
y adorno de los campos,
objeto del deseo
de las bellas, del llanto
del alba feliz hija,
del dulce amor cuidado,
¡oh, cuán atrás se queda
si necio la comparo
en púrpura y fragancia,
dorila, con tus labios!,
ora el virginal seno
al soplo regalado
de aura vital desplegue
del sol al primer rayo,
o inunde en grato aroma
tu seno relevado,
más feliz si tú inclinas
la nariz por gozarlo.



Juan Meléndez Valdés

De los labios de Dorila: Oda XII

-- de Juan Meléndez Valdés --

La rosa de Citeres,
primicia del verano,
delicia de los dioses
y adorno de los campos,

objeto del deseo
de las bellas, del llanto
del Alba feliz hija,
del dulce Amor cuidado,

¡oh, cuán atrás se queda
si necio la comparo
en púrpura y fragancia,
Dorila, con tus labios!,

ora el virginal seno
al soplo regalado
de aura vital desplegue
del sol al primer rayo,

o inunde en grato aroma
tu seno relevado,
más feliz si tú inclinas
la nariz por gozarlo.



Juan Nicasio Gallego

En la traslación de los restos de D. Pedro Calderón

-- de Juan Nicasio Gallego --

Gloria y delicia de los patrios lares,
¡buen Calderón!, de tu fecunda vena
el copioso raudal el orbe llena
venciendo espacios y cruzando mares.

Difunden hoy tus dramas a millares
las prensas de Leipsick, los oye Viena,
y hasta en las playas bálticas resuena
el cisne del modesto Manzanares.

¡Oh hispana juventud! Si al arduo empeño
de hollar del Pindo la sublime altura
no te alentare porvenir risueño,

esa pompa. Ese mármol te asegura
con muda voz que, si la vida es sueño,
siglos de siglos el renombre dura.



Juan Pablo Forner

Epitafio (Forner)

-- de Juan Pablo Forner --

Aquí yace Jazmín, gozque mezquino,
que sólo al mundo vino
para abrigarse en la caliente falda
de madama Crisalda,
tomar chocolatito,
bizcochos y confites,
el pobre animalito,
desazonar visitas y convites,
alzando la patita
para orinar las capas y las medias
con audacia maldita,
ladrar rabiosamente
al yente y al viniente,
ir en coche a paseos y comedias
y ser martirio eterno de criados,
por él o despedidos o injuriados
con furor infernal y grito horrendo.

Si inútil fue y aborrecible bicho,
y petulante y puerco y disoluto,
culpas no fueron suyas, era bruto;
educóle el capricho
de delicia soez con estupendo
horror de la razón; naturaleza
no le inspiró tan bárbara torpeza.
Los que en la tierra al Hacedor retratan,
sus hechuras divinas desbaratan,
corrompen y adulteran.
Los vicios de Jazmín, de su ama eran.



Francisco Sosa Escalante

Gilda

-- de Francisco Sosa Escalante --

Allí en tu corazón enamorado
Que es de ternura celestial venero,
Veleidoso y falaz dejó Gualtero
Su nombre, Gilda, por tu mal, grabado.

Tu pecho estaba á la pasión guardado
Y él fué quien lo hizo palpitar primero
Con la delicia del amor, y fiero
Dejó el infiel tu hogar abandonada

Por él las notas de tu canto triste
Que el aura lleva al cielo de zafiro,
Doliente lanzas pues partir le viste.

Y en tanto que te aplaudo y que te admiro,
Pues nadie el eco de tu voz resiste,
Para él será tu postrimer suspiro.



José Asunción Silva

Enfermedades de la niñez

-- de José Asunción Silva --

A una boca vendida,
a una infame boca,
cuando sintió el impulso que en la vida
a locuras supremas nos provoca,
dio el primer beso, hambriento de ternura
en los labios sin fuerza, sin frescura.
No fue como Romeo
al besar a Julieta;
el cuerpo que estrechó cuando el deseo
ardiente aguijoneó su carne inquieta,
fue el cuerpo vil de vieja cortesana,
Juana incansable de la tropa humana.

Y el éxtasis divino
que soñó con delicia
lo dejó melancólico y mohíno
al terminar la lúbrica caricia.
Del amor no sintió la intensa magia
y consiguió... Una buena blenorragia.



José Martí

vino el amor mental

-- de José Martí --

Vino el amor mental: ese enfermizo
febril, informe, falso amor primero,
¡ansia de amar que se consagra a un rizo,
como, si a tiempo pasa, al bravo acero!
vino el amor social: ese alevoso
puñal de mango de oro oculto en flores
que donde clava, infama: ese espantoso
amor de azar, preñado de dolores.
Vino el amor del corazón: el vago
y perfumado amor, que al alma asoma
como el que en bosque duerme, eterno lago,
la que el vuelo aún no alzó, blanca paloma.
Y la púdica lira, al beso ardiente
blanda jamás, rebosa a esta delicia,
como entraña de flor, que al alba siente
de la luz no tocada la caricia.



Carlos Pellicer

recinto XIII

-- de Carlos Pellicer --

viii
tú eres más que mis ojos porque ves
lo que en mis ojos llevo de tu vida.
Y así camino ciego de mí mismo
iluminado por mis ojos que arden
con el fuego de ti.
Tú eres más que mi oído porque escuchas
lo que en mi oído llevo de tu voz.
Y así camino sordo de mí mismo
lleno de las ternuras de tu acento.
¡La sola voz de ti!
tú eres más que mi olfato porque hueles
lo que mi olfato lleva de tu olor.
Y así voy ignorando el propio aroma,
emanando tus ámbitos perfumes,
pronto huerto de ti.
Tú eres más que mi lengua porque gustas
lo que en mi lengua llevo de ti sólo,
y así voy insensible a mis sabores
saboreando el deleite de los tuyos,
sólo sabor de ti.
Tú eres más que mi tacto porque en mí
tu caricia acaricias y desbordas.
Y así toco en mi cuerpo la delicia
de tus manos quemadas por las mías.
Yo solamente soy el vivo espejo
de tus sentidos. La fidelidad
del lago en la garganta del volcán.



Clemente Althaus

A Rossini

-- de Clemente Althaus --

Aún me parece que en el Cielo santo
con desusada gloria
en medio de los ángeles estuve
a donde de tu canto
la constante memoria
de nuevo el alma estremecida sube:
mas di Rossini, dime
si propicio querube,
celeste amigo que tu canto inspira,
en noche solitaria
te enseñó el más ardiente y más sublime
himno que sabe su divina lira,
en esa pura celestial plegaria;
o si tú mismo al cielo suspendido,
al angélico coro
¿la escuchaste cantar en harpas de oro,
con ella absorto el soberano oído?
Por esa hora dichosa,
por el celeste olvido
del mundo, de mí mismo, de mis males;
por el alto placer que mi alma endiosa,
a tu valor divino desiguales,
estos versos te envío agradecido,
¡oh delicia y amor de los mortales!



Ramón López Velarde

A una ausente seráfica

-- de Ramón López Velarde --

Estos, amada, son sitios vulgares
en que en el ruido mundanal se asusta
el alma fidelísima, que gusta
de evocar tus encantos familiares.

Añoro dulcemente los lugares
en donde imperas cual señora justa,
tu voz real y tu mirada augusta
que ungieron con su gracia mis pesares.

Y recuerdo que en época lejana,
por tus raras virtudes milagrosas
y tu amable modestia provinciana,

ebrio de amor te comparó el poeta
con la mejor de las piedras preciosas
oculta en pobres hojas de violeta.

Tuviste, en la delicia de mi sueño,
fuerza de mano que se da al caído
y la piedad de un pájaro agoreño
que en la rama caduca pone el nido.

De tu falda al seráfico pergeño
cual párvulo medroso estoy asido,
que en la infantil iglesia de mi ensueño
las imágenes rotas han caído.

Yo sé que en mis catástrofes internas
no más quedas tú en pie, señora alta,
de frente noble y de miradas tiernas.

Condúceme en las noches inclementes
porque sin ti, para marchar, me falta
el óleo de las vírgenes prudentes.



Ramón López Velarde

El son del corazón

-- de Ramón López Velarde --

Una música íntima no cesa,
porque transida en un abrazo de oro
la Caridad con el Amor se besa.

¿Oyes el diapasón del corazón?
Oye en su nota múltiple el estrépito
de los que fueron y de los que son.

Mis hermanos de todas las centurias
reconocen en mí su pausa igual,
sus mismas quejas y sus propias furias.

Soy la fronda parlante en que se mece
el pecho germinal del bardo druida
con la selva por diosa y por querida.

Soy la alberca lumínica en que nada,
como perla debajo de una lente,
debajo de las linfas, Sherezada.

Y soy el suspirante cristianismo
al hojear las bienaventuranzas
de la virgen que fue mi catecismo.

Y la nueva delicia, que acomoda
sus hipnotismos de color de tango
al figurín y al precio de la moda.

La redondez de la Creación atrueno
cortejando a las hembras y a las cosas
con el clamor pagano y nazareno.

¡Oh Psiquis, oh mi alma: suena a son
moderno, a son de selva, a son de orgía
y a son mariano, el son del corazón!



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Ariiba