Buscar Poemas con Daga


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Se han encontrado 12 poemas con la palabra daga

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José Martí

pues a vivir venimos...

-- de José Martí --

Pues a vivir venirnosy es la ofrenda
esta existencia que los hombres hacen
a su final purezaaunque el veneno
de un cruel amor la ardiente sangre encienda,
aunque a su indómita bestia arnés echemos
de ricas piedras persas recamado,
aunque de daga aguda el pecho sea
con herida perenne traspasado
vengan daga, y corcel, y amor que mate:
¡eso es al fin vivir!
el bardo, como un pájaro, recoge
pajas para su nidode las voces
que pueblan el silencio, de la triste
vida común, en que las almas luchan
como animadas perlas en los senos
enclavadas de un monte lucharían.

Poema pues a vivir venimos... de José Martí con fondo de libro

Leopoldo Lugones

Oceánida

-- de Leopoldo Lugones --

El mar, lleno de urgencias masculinas,
Bramaba alrededor de tu cintura,
Y como un brazo colosal, la oscura
Ribera te amparaba. En tus retinas,

Y en tus cabellos, y en tu astral blancura,
Rieló con decadencias opalinas
Esa luz de las tardes mortecinas
Que en el agua pacífica perdura.

Palpitando a los ritmos de tu seno,
Hinchóse en una ola el mar sereno;
Para hundirte en sus vértigos felinos

Su voz te dijo una caricia vaga,
Y al penetrar entre tus muslos finos,
La onda se aguzó como una daga.

Poema Oceánida de Leopoldo Lugones con fondo de libro

Lope de Vega

El tierno niño, el nuevo Isac Cristiano

-- de Lope de Vega --

El tierno niño, el nuevo Isac cristiano,
en el arena de Tarifa mira
el mejor padre, con piadosa ira
la lealtad y el amor luchando en vano;

alta la daga en la temida mano,
glorioso vence, intrépido la tira,
ciega el sol, nace Roma, amor suspira,
triunfa España, enmudece el africano.

Bajó la frente Italia, y de la suya
quitó a Torcato el lauro en oro y bronces,
porque ninguno ser Guzmán presuma.

Y la fama principio de la tuya,
Guzmán el Bueno escribe, siendo entonces
la tinta sangre y el cuchillo pluma.

Poema El tierno niño, el nuevo Isac Cristiano de Lope de Vega con fondo de libro

Góngora

Grandes, más que elefantes y que abadas

-- de Góngora --

Grandes, más que elefantes y que abadas,
títulos liberales como rocas,
gentiles hombres, sólo de sus bocas,
illustri cavaglier, llaves doradas;

hábitos, capas digo remendadas,
damas de haz y envés, viudas sin tocas,
carrozas de ocho bestias, y aun son pocas
con las que tiran y que son tiradas;

catarriberas, ánimas en pena,
con Bártulos y Abades la milicia,
y los derechos con espada y daga;

casas y pechos todo a la malicia;
lodos con perejil y yerbabuena:
esto es la Corte. ¡Buena pro le haga!



Manuel de Zequeira

El fanfarrón (Zequeira)

-- de Manuel de Zequeira --

Cierto preciado fanfarrón un día,
de estos que andan a caza de aventuras,
instigado por simples conjeturas,
desfacer un entuerto discurría:

para dar a la acción más energía
fatigaba su mente con lecturas,
y el héroe de la Mancha y sus locuras,
era el norte y la estrella que le influía.

El broquel requirió, la daga afianza,
registró sus espadas una a una,
calose el morrión, tomó la lanza;

y después provocando a la fortuna
intrépido salió a buscar venganza.
Y al fin ¿qué sucedió? Cosa ninguna.



Javier del Granado

el río

-- de Javier del Granado --

Rastreando emerge del cristal de cromo,
un yacaré con ojos de esmeralda,
y serpentea entre la hierba gualda,
bajo el fogoso luminar de plomo.

Relampaguea en su quebrado lomo
el polvo de oro que la orilla escalda,
y un chiriguano de tostada espalda,
asecha al saurio, con feroz aplomo.

Rasga el ramaje su mirada oscura,
y estrangulando el pomo de su daga
hiere a la bestia con sin par bravura.

Resuella el monstruo y de venganza hambriento,
la hirviente sangre con su lengua halaga,
y con su cola decapita al viento.



Delmira Agustini

El vampiro (Agustini)

-- de Delmira Agustini --

En el regazo de la tarde triste
yo invoqué tu dolor... Sentirlo era
¡Sentirte el corazón! Palideciste
hasta la voz, tus párpados de cera.

Bajaron...Y callaste...Pareciste
oír pasar la muerte...Yo que abriera
tu herida mordí en ella -¿Me sentiste?-
¡Como en el oro de un panal mordiera!

Y exprimí más, traidora, dulcemente
tu corazón herido mortalmente;
por la cruel daga rara y exquisita
de un mal sin nombre, ¡Hasta sangrarlo en llanto!
y las mil bocas de mi sed maldita
tendí a esa fuente abierta en tu quebranto

¿Por qué fui tu vampiro de amargura?
¿Soy flor o estirpe de una especie oscura
que come llagas y que bebe el llanto?



Antonio Ros de Olano

No hay bien ni mal que cien años dure

-- de Antonio Ros de Olano --

El corazón es péndulo que advierte,
golpe tras golpe, en una misma herida,
¡cuán próxima a la muerte anda la vida!
¡Cuán cerca de la vida está la muerte!

Las empuja el dolor hasta la inerte
tumba, que en nuestra senda está escondida,
¡a tan serena sombra, que convida
a redimir muriendo nuestra suerte!...

Mas el dolor no mata en un instante,
como la fiera daga; y la asemeja
porque se clava con seguro tino:

Y así en el seno, el péndulo oscilante,
golpe tras golpe advierte al que se queja
que va la vida andando su camino.



Manuel Reina

El pañuelo

-- de Manuel Reina --

(ORIENTAL)
La sultana Amina llora,
llena de horror y tristeza,
porque en una pica mora
ve clavada la cabeza
del hombre a quien ella adora.
Sus sedas, gasas y tul,
rasga, iracunda y furiosa;
tira su turbante azul
y su diadema preciosa
que vale más que Stambul.
Pisa joyas y diamantes,
destroza su rico velo,
y las de color de cielo
telas, que adornan brillantes,
su lecho de terciopelo.
Llega Mahomet ultrajado;
a la llorosa sultana
mira con rostro irritado,
y echa en su falda de grana
un pañuelo ensangrentado.
«¡Es su sangre!», dice Amina;
y con una damasquina
daga, su garganta hiere;
la hermosa cabeza inclina,
nombra a su amador... Y muere.



Meira Delmar

dejo este amor aquí

-- de Meira Delmar --

Dejo este amor aquí
para que el viento
lo deshaga y lo lleve
a caminar la tierra.
No quiero
su daga sobre mi pecho,
ni su lenta
ceñidura de espinas en la frente
de mis sueños.
Que lo mire mis ojos
vuelto nube,
aire de abril,
sombra de golondrina
en los espejos frágiles
del mar...
Trémula lluvia
repetida sin fin sobre los árboles.
Tal vez un día, tú,
que no supiste
retener en las manos
su júbilo perfecto,
conocerás su rostro en un perfume,
o en la súbita muerte de una rosa.



Julio Herrera Reissig

el enojo

-- de Julio Herrera Reissig --

Todo fue así: sahumábase de lilas
y de heliotropo el viento en tu ventana;
la noche sonreía a tus pupilas,
como si fuera su mejor hermana...

Mi labio trémulo y tu rostro grana
tomaban apariencias intranquilas,
fingiendo tú mirar por la persiana,
y yo, soñar al son de las esquilas.

¡Vibró el chasquido de un adiós violento!...
Cimbraste a modo de una espada al viento;
y al punto en que iba a desflorar mi tema,

gallardamente, en ritmo soberano,
desenvainada de su guante crema,
como una daga, me afrentó tu mano.



Evaristo Carriego

El guapo

-- de Evaristo Carriego --

El barrio le admira. Cultor del coraje,
conquistó, a la larga renombre de osado;
se impuso en cien riñas entre el compadraje
y de las prisiones salió consagrado.

Conoce sus triunfos y ni aun le inquieta
la gloria de otros, de muchos temida,
pues todo el Palermo de acción le respeta
y acata su fama, jamás desmentida.

Le cruzan el rostro, de estigmas violentos,
hondas cicatrices, y quizás le halaga
llevar imborrables adornos sangrientos:
caprichos de hëmbra que tuvo la daga.

La esquina o el patio, de alegres reuniones,
le oye contar hechos, que nadie le niega:
¡con una guitarra de altivas canciones
él es Juan Moreira, y él es Santos Vega!



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