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Se han encontrado 9 poemas con la palabra cubiertos

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Adelardo López de Ayala

A Antonio

-- de Adelardo López de Ayala --

Grande llaman, Antonio, -¡qué simpleza!-
a los que mueren por la patria cara...
¿Ves qué manera tan inculta y rara
tiene la plebe de adquirir grandeza?

Mete por esos hierros la cabeza;
derriba la columna, rompe el ara;
si te falta valor, vuelve la cara;
que, de espaldas, asusta tu fiereza.

¡Murieron de arrojados e inexpertos!...
Y ¿han de estar por tan fútiles motivos,
de grandeza y honor siempre cubiertos?

¡Acaben los recuerdos aflictivos!
¿Qué importan las cenizas de los muertos
a quien vende la sangre de los vivos?

Poema A Antonio de Adelardo López de Ayala con fondo de libro

Alfonsina Storni

El cazador de paisajes

-- de Alfonsina Storni --

Levantado
sobre tu dos piernas,
como la torre
en la llanura,
tu cabeza perfecta
cazaba paisajes.

Ya el sol,
último pez del horizonte.
Ya las colinas,
pequeños senos
cubiertos de vello
dorado.

Poema El cazador de paisajes de Alfonsina Storni con fondo de libro

Amado Nervo

¡qué bien están los muertos!

-- de Amado Nervo --

¡qué bien están los muertos,
ya sin calor ni frío,
ya sin tedio ni hastío!
por la tierra cubiertos,
en su caja extendidos,
blandamente dormidos...
¡Qué bien están los muertos
con las manos cruzadas,
con las bocas cerradas!
¡con los ojos abiertos,
para ver el arcano
que yo persigo en vano!
¡qué bien estás, mi amor,
ya por siempre exceptuada
de la vejez odiada,
del verdugo dolor...;
Inmortalmente joven,
dejando que te troven
su trova cotidiana
los pájaros poetas
que moran en las quietas
tumbas, y en la mañana,
donde la muerte anida,
saludan a la vida!

Poema ¡qué bien están los muertos! de Amado Nervo con fondo de libro

Luis Muñoz Rivera

patriota

-- de Luis Muñoz Rivera --

Con las ropas en bello desorden,
la frente marmórea de rizos poblada,
balbuciendo los trémulos labios
confusas palabras,
un niño dormía
soñando una patria.

Oh! ¡qué hermosa, riente y espléndida,
altiva y heroica, viril y gallarda
la veía surgir de las ondas
rugientes y bravas,
con su veste de espumas cubiertos
el torso de ninfa, las formas de estatua!

corrieron los años;
el niño, en su tierra, creció como un paria;
vio la fusta estallar implacable
del siervo en la espalda;
mirar pudo en el rostro del césar
sonrisas de lástima;
la sangre, rebelde,
subió a sus mejillas en brusca oleada;
y después... En sus noches de insomnio,
evocando a la ninfa soñada
¡qué mezquina, qué pobre, qué triste
solía mirarla!

¡ay! el sueño... ¡Qué dulce y alegre!
la verdad... ¡Qué desnuda y amarga!
por eso el mancebo
pensando en la patria,
sintió muchas veces sus ojos marchitos
llenarse de lágrimas.



César Vallejo

Trilce: XXVIII

-- de César Vallejo --

He almorzado solo ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.

Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.

A la mesa de un buen amigo he almorzado
con su padre recién llegado del mundo,
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelana,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros,
porque estánse en su casa. Así, ¡qué gracia!
Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar.

El yantar de estas mesas así, en que se prueba
amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el brocado que no brinda la
MADRE,
hace golpe la dura deglución; el dulce,
hiel; aceite funéreo, el café.

Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,
y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria de amor.



Pablo Neruda

soneto lix cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lix
(g.M.)
Pobres poetas a quienes la vida y la muerte
persiguieron con la misma tenacidad sombría
y luego son cubiertos por impasible pompa
entregados al rito y al diente funerario.
Ellos oscuros como piedrecitas ahora
detrás de los caballos arrogantes, tendidos
van, gobernados al fin por los intrusos,
entre los edecanes, a dormir sin silencio.
Antes y ya seguros de que está muerto el muerto
hacen de las exequias un festín miserable
con pavos, puercos y otros oradores.
Acecharon su muerte y entonces la ofendieron:
sólo porque su boca está cerrada
y ya no puede contestar su canto.



José Ángel Buesa

ya era muy viejecita

-- de José Ángel Buesa --

Ya era muy viejecita... Y un año y otro año
se fue quedando sola con su tiempo sin fin.
Sola con su sonrisa de que nada hace daño,
sola como una hermana mayor en su jardín.
Se fue quedando sola con los brazos abiertos,
que es como crucifican los hijos que se van,
con su suave manera de cruzar los cubiertos,
y aquel olor a limpio de sus batas de holán.
Déjenme recordarla con su vals en el piano,
como yéndose un poco con lo que se le fue;
y con qué pesadumbre se mira la mano
cuando le tintineaba su taza de café.
Se fue quedando sola, sola... Sola en su mesa,
en su casita blanca y en su lento sillón;
y si alguien no conoce que soledad es esa,
no sabe cuánta muerte cabe en un corazón.
Y diré que en la tarde de aquel viernes con rosas,
en aquel «hasta pronto» que fue un adiós final,
aprendí que unas manos pueden ser mariposas,
dos mariposas tristes volando en su portal.
Sé que murió de noche. No quiero saber cuándo.
Nadie estaba con ella, nadie, cuando murió:
ni su hijo guillermo, ni su hijo fernando,
ni el otro, el vagabundo sin patria, que soy yo.



Gutierre de Cetina

cubrir los bellos ojos

-- de Gutierre de Cetina --

Con la mano que ya me tiene muerto,
cautela fue por cierto;
que ansí doblar pensastes mis enojos.
Pero de tal cautela
harto mayor ha sido el bien que el daño,
que el resplandor extraño
del sol se puede ver mientras se cela.
Así que aunque pensastes
cubrir vuestra beldad, única, inmensa,
yo os perdono la ofensa,
pues, cubiertos, mejor verlos dejastes.



Manuel Reina

La catarata y el ruiseñor

-- de Manuel Reina --

I
Desplómase la rauda catarata
envuelta en luz y plata,
rompiendo en mil pedazos su diadema;
al abismo se lanza y precipita,
y ruge, canta, grita,
formando con sus ritmos un poema.

Al ver sus vestiduras y cendales
cubiertos de cristales
y de resplandeciente pedrería,
un ruiseñor contémplala extasiado,
y canta entusiasmado
sublime y amorosa melodía.

Y en torno del torrente que flamea
el pájaro aletea;
moja en el agua límpida su pluma,
y por la catarata arrebatado
el pájaro, asfixiado,
en el abismo rueda entre la espuma.

II
El vicio es una hirviente catarata
que rauda se desata
y en el oscuro abismo se despeña;
y al mirar su diadema de brillantes,
su luz y sus cambiantes,
el alma, alguna vez, suspira y sueña.



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