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Se han encontrado 10 poemas con la palabra comenzó

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Josefina Pla

todo comenzó en el espejo

-- de Josefina Pla --

Espejo

todo comenzó en el espejo.
En la palma indiferente del agua
la nube fingió islas, cimientos el arco iris.
Todo comenzó en el espejo.
En el cielo engañifa de la charca
la rama empolló el huevo de la luna;
cosió el pájaro un velo con costura perdida.

Todo comenzó en el espejo.
La estrella guiñó mintiendo al pez incauto;
la luna escribió música que no despertó a nadie.

Y en el espejo una mañana
reconoció el viajero su secreto fantasma,
se vio pómulo y sien,
pupilas de agua para siempre cautiva,
frente como una lápida de sí mismo.
Se vio por fuera, se olvidó por dentro.
Y comenzó a clasificarse
según color y pelo.

Y los amantes murieron por él dos y tres veces,
y los viejos gustaron anticipada la agonía,
y el hombre del color perdió patria y amigos,
y la belleza vendió a su esposo el sueño.

-Todo comenzó en el espejo-.

Poema todo comenzó en el espejo de Josefina Pla con fondo de libro

Alfonsina Storni

Y la cabeza comenzó a arder

-- de Alfonsina Storni --

Sobre la pared
negra
se abría
un cuadrado
que daba
al más allá

Y rodó la luna
hasta la ventana;
se paró
y me dijo:
“De aquí no me muevo;
te miro.

No quiero crecer
ni adelgazarme.

Poema Y la cabeza comenzó a arder de Alfonsina Storni con fondo de libro

Lope de Vega

Sangrienta la quijada, que por ellas

-- de Lope de Vega --

Sangrienta la quijada, que por ellas
Adán comenzó a ser inobediente,
Caín deja mil bocas en la frente
del tierno Abel, para formar querellas.

Tiran del manto de Josef las bellas
manos de una mujer, y, de impaciente,
por adúltero prende al inocente
que cegó con la capa las estrellas.

Allí los padres muerto al mártir vieron;
allí al vendido, en carro de oro, el año
estéril, los hermanos piden trigo.

Muere Abel, Josef triunfa, porque fueron
Caín hermano y faraón extraño,
y no hay cuchillo como el propio amigo.

Poema Sangrienta la quijada, que por ellas de Lope de Vega con fondo de libro

Pablo Neruda

soneto xxxviii cien sonetos de amor (1959) mediodía

-- de Pablo Neruda --

Tu casa suena como un tren a mediodía,
zumban las avispas, cantan las cacerolas,
la cascada enumera los hechos del rocío,
tu risa desarrolla su trino de palmera.
La luz azul del muro conversa con la piedra,
llega como un pastor silbando un telegrama
y entre las dos higueras de voz verde
homero sube con zapatos sigilosos.
Sólo aquí la ciudad no tiene voz ni llanto,
ni sin fin, ni sonatas, ni labios, ni bocina
sino un discurso de cascada y de leones,
y tú que subes, cantas, corres, caminas, bajas,
plantas, coses, cocinas, clavas, escribes, vuelves,
o te has ido y se sabe que comenzó el invierno.



José Ángel Buesa

la dama de las perlas

-- de José Ángel Buesa --

Yo he visto perlas claras de inimitable encanto,
de esas que no se tocan por temor a romperlas;
pero sólo en tu cuello pudieron valer tanto
las burbujas de nieve de tu collar de perlas.
Y más, aquella noche de amor satisfecho,
del amor que eterniza lo fugaz de las cosas,
cuando fuiste un camino que comenzó en mi lecho
y el rubor te cubría como un manto de rosas.
Yo acaricié tus perlas sin desprender su broche,
y las vi como nadie nunca más podrá verlas,
pues te tuve en mis brazos, al fin, aquella noche,
vestida solamente con tu collar de perlas.



Gutierre de Cetina

dos sonetos a la muerte de pedro mexía

-- de Gutierre de Cetina --

i
«¿quién yace muerto aquí?» «pero mexía».
«¿Pero mexía es muerto?» «antes muriendo
comenzó ahora a vivir, porque viviendo
fuera de do hora vive, no vivía».
«¿Fue caballero?» «sí». «¿Y en qué entendía?»
«ora el cielo, ora el mar, iba midiendo,
ora de carlo máximo escribiendo
la fama de ambos, que inmortal hacía».
«Pues si lloró alexandre las memorias
famosas que de aquiles escribió homero,
¿cómo no llora cesar tan gran falta?»
«por que lo que escribió de sus historias
basta para dar fe en el fin postrero
de lo que no alcanzó pluma tan alta».



Anónimo

Romance del duque de Arjona

-- de Anónimo --

En Arjona estaba el duque
y el buen rey en Gibraltar,
envióle un mensajero
que le viniese a hablar.
Malaventurado el duque
vino luego sin tardar;
jornada de quince días
en ocho la fuera a andar.
Hallaba las mesas puestas
y aparejado el yantar,
y desque hubieron comido,
vanse a un jardín a holgar.
Andándose paseando,
el rey comenzó a hablar:
-De vos, el duque de Arjona,
grandes querellas me dan:
que forzades las mujeres
casadas y por casar,
que les bebíaides el vino
y les comíades el pan,
que les tomáis la cebada,
sin se la querer pagar.
-Quien os lo dijo, buen rey,
no os dijera la verdad.
-Llamaisme a mi camarero
de mi cámara real,
que me trajese unas cartas
que en mi barjuleta están.
Védeslas aquí, el duque,
no me lo podéis negar.
Preso, preso, caballeros,
preso de aquí lo llevad:
entregadlo al de Mendoza,
ese mi alcalde el leal.



Anónimo

Romance de la gentil dama y el rústico pastor

-- de Anónimo --

Estáse la gentil dama
paseando en su vergel,
los pies tenía descalzos,
que era maravilla ver;
desde lejos me llamara,
no le quise responder.
Respondile con gran saña:
-¿Qué mandáis, gentil mujer?
Con una voz amorosa
comenzó de responder:
-Ven acá, el pastorcico,
si quieres tomar placer;
siesta es del mediodía,
que ya es hora de comer,
si querrás tomar posada
todo es a tu placer.
-Que no era tiempo, señora,
que me haya de detener,
que tengo mujer e hijos,
y casa de mantener,
y mi ganado en la sierra,
que se me iba a perder,
y aquellos que me lo guardan
no tenían qué comer.
-Vete con Dios, pastorcillo,
no te sabes entender,
hermosuras de mi cuerpo
yo te las hiciera ver:
delgadica en la cintura,
blanca soy como el papel,
la color tengo mezclada
como rosa en el rosel,
el cuello tengo de garza,
los ojos de un esparver,
las teticas agudicas,
que el brial quieren romper,
pues lo que tengo encubierto
maravilla es de lo ver.
-Ni aunque más tengáis, señora,
no me puedo detener.



Julio Herrera Reissig

Fecundidad (Herrera y Reissig)

-- de Julio Herrera Reissig --

«¡Adán, Adán, un beso!», dijo, y era
que en una dolorosa sacudida,
el absurdo nervioso de la vida
le hizo temblar el dorso y la cadera...

El iris floreció como una ojera
exótica. Y el «¡ay!» de una caída
fue el más dulce dolor. Y fue una herida.
La más roja y eterna primavera...

«¡Adán, Adán, procúrame un veneno!»,
dijo, y en una crispación flagrante
la eternidad atravesóle el seno...

Entonces comenzó a latir el mundo.
Y el sol colgaba del cenit, triunfante
como un ígneo testículo fecundo.



Evaristo Carriego

Por el corazón

-- de Evaristo Carriego --

¡Tan colorada la sandía!
¿Será más rica que el melón?
Esta primer tajada es mía:
para ti, prima, el corazón.

Ya salió la otra... ¡No digo!
Ayer fué lo mismo ... ¡Es gracioso!
Comenzó a llorar por el higo
que le arrebatara el mocoso

del hermano. ¿Más? ¡En seguida!
¿Volvemos? ¡Pues no se figura
que hay que brindarle cuanto pida:
caramba con la criatura!

¡Linda se ha puesto! ¡Sí, señor!
se ha puesto lo más regalona...
No quiere sino lo mejor,
como si tuviese corona!



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