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Se han encontrado 12 poemas con la palabra chicos

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Jorge Manrique

coplas por la muerte de su padre 3

-- de Jorge Manrique --

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
↑ Principales

Poema coplas por la muerte de su padre 3 de Jorge Manrique con fondo de libro

Oliverio Girondo

chioggia

-- de Oliverio Girondo --

Entre un bosque de mástiles,
y con sus muelles empavesados de camisas,
chioggia
fondea en la laguna,
ensangrentada de crepúsculo
y de velas latinas.
¡Redes tendidas sobre calles musgosas... Sin afeitar!
¡aire que nos calafatea los pulmones, dejándonos un gusto
de alquitrán!
mientras las mujeres
se gastan las pupilas
tejiendo puntillas de neblina,
desde el lomo de los puentes,
los chicos se zambullen
en la basura del canal.
¡Marineros con cutis de pasa de higo y como garfios los dedos
de los pies!
marineros que remiendan las velas en los umbrales y se ciñen
con ella la cintura, como con una falda suntuosa y con olor
a mar.
Al atardecer, un olor a frituras agranda los estómagos,
mientras los zuecos comienzan a cantar...
Y de noche, la luna, al disgregarse en el canal, finge un
enjambre de peces plateados alrededor de una carnaza.

Poema chioggia de Oliverio Girondo con fondo de libro

Oliverio Girondo

río de janeiro

-- de Oliverio Girondo --

La ciudad imita en cartón, una ciudad de pórfido.
Caravanas de montañas acampan en los alrededores.
El pan de azúcar basta para almibarar toda la bahía...
El pan de azúcar y su alambre carril, que perderá elequilibrio por no usar una sombrilla de papel.
Con sus caras pintarrajeadas, los edificios saltan unos encima de otrosy cuando están arriba, ponen el lomo, para que las palmeras lesden un golpe de plumero en la azotea.
El sol ablanda el asfalto y las nalgas de las mujeres, madura las perasde la electricidad, sufre un crepúsculo, en los botones deópalo que los hombres usan hasta para abrocharse la bragueta.
¡Siete veces al día, se riegan las calles con agua dejazmín!
hay viejos árboles pederastas, florecidos en rosas té; yviejos árboles que se tragan los chicos que juegan al arco enlos paseos. Frutas que al caer hacen un huraco enorme en la vereda;negros que tienen cutis de tabaco, las palmas de las manos hechas decoral, y sonrisas desfachatadas de sandía.
Sólo por cuatrocientos mil reis se toma un café, queperfuma todo un barrio de la ciudad durante diez minutos.

Poema río de janeiro de Oliverio Girondo con fondo de libro

Anónimo

Romance de Álora la bien cercada

-- de Anónimo --

Álora, la bien cercada,
tú que estás a par del río,
cercote el adelantado
una mañana en domingo,
con peones y hombres de armas
hecho la había un portillo.
Viérades moros y moras
que iban huyendo al castillo;
las moras llevaban ropa,
los moros, harina y trigo.
Por encima del adarve
su pendón llevan tendido.
Allá detras de una almena
quedádose ha un morillo
con una ballesta armada
y en ella puesta un cuadrillo.
Y en altas voces decía
que la gente lo ha oído:
-¡Treguas, tregua, adelantado,
que tuyo se da el castillo!
Alzó la visera arriba,
para ver quié lo había dicho,
apuntáralo a la frente,
salídole ha el colodrillo.
Tómale Pablo de rienda,
de la mano Jacobico,
que eran dos esclavos suyos
que había criado de chicos.
Llévanle a los maestros,
por ver si le dan guarido.
A las primeras palabras
por testamento les dijo
que él a dios se encomendaba
y el alma se le ha salido.



Anónimo

Romance del reto a los zamoranos

-- de Anónimo --

Ya cabalga Diego Ordóñez,
del real se había salido
de dobles piezas armado
y un caballo morcillo;
va a reptar los zamoranos
por la muerte de su primo,
que mató Bellido Dolfos,
hijo de Dolfos Bellido.
-Yo os repto, los zamoranos,
por traidores fementidos,
repto a todos los muertos,
y con ellos a los vivos;
repto hombres y mujeres,
los por nacer y nacidos;
repto a todos los grandes,
a los grandes y a los chicos,
a las carnes y pescados,
y a las aguas de los ríos.
Allí habló Arias Gonzalo,
bien oiréis lo que hubo dicho:
-¿Qué culpa tienen los viejos?
¿qué culpa tienen los niños?
¿qué merecen las mujeres
y los que no son nacidos?
¿por qué reptas a los muertos,
los ganados y los ríos?
Bien sabéis vos, Diego Ordóñez,
muy bien lo tenéis sabido,
que aquel que repta concejo
debe de lidiar con cinco.
Ordóñez le respondió:
-Traidores heis todos sido.



Marilina Rébora

cuéntame un cuento, madre...

-- de Marilina Rébora --

Cuéntame un cuento, madre...
Madre: cuéntame un cuento de ésos que se relatan
de un curioso enanito o de una audaz sirena;
tantos que de los genios maravillosos tratan.
Esas lindas historias que conoces. ¡Sé buena!
dime de caballeros que a princesas rescatan
del dominio de monstruos dragón, buitre, ballena;
donde nadie se muere y los hombres no matan,
historias en países que no saben de pena.
Cuéntame un cuento, madre, que me quiero dormir
escuchando tu voz, asido de tu mano;
como hansel y gretel, seré en sueños tu hermano,
aunque en sombra andaremos tras de la misma senda
y escribiremos juntos nuestra propia leyenda,
y, tal vez, como chicos, dejarás de sufrir.



Julio Herrera Reissig

Dominus vobiscum

-- de Julio Herrera Reissig --

Bosteza el buen Domingo, zángano de semana...
El trapero del burgo ronda las callejuelas;
y enluta el Seminario, en dos sordas estelas,
su desfile simétrico, de una misma sotana.

Junto a la fuente, donde chocan sus castañuelas
los sapos, el "elenco" debuta en la tartana;
y beato, sobre tantas mansedumbres abuelas,
el cielo inclina un gesto de bendición cristiana.

Dos turistas, muñecos rubios de rostro inmóvil,
maniobran la visita de un fogoso automóvil...
Con su lente y sus frascos y su equipo de viaje,

investiga el zootécnico, profesor de lombrices,
y a su vera, dos chicos, en un gesto salvaje,
atisban, con los húmedos dedos en tas narices.



Evaristo Carriego

Caperucita Roja que se nos fue

-- de Evaristo Carriego --

¡Ah, si volvieras...! ¡Cómo te extrañan mis hermanos!
La casa es un desquicio: ya no está la hacendosa
muchacha de otros tiempos. ¡Eras la habilidosa
que todo lo sabías hacer con esas manos...!

El menor de los chicos, ¡pobrecito! te llama
recordándote siempre lo que le prometieras,
para que le dés algo... Y a veces — ¡si lo oyeras! —
para que como entonces le prepares la cama.

¡Cómo entonces! ¿Entiendes? ¡Ah, desde que te fuiste,
en la casita nuestra todo el mundo anda triste,
y temo que los viejos se enfermen, ¡pobres viejos!

Mi madre disimula, pero a escondidas llora,
con el supersticioso temor de verte lejos...
Caperucita roja, ¿dónde estarás ahora?



Evaristo Carriego

La silla que ahora nadie ocupa

-- de Evaristo Carriego --

Con la vista clavada sobre la copa
se halla abstraído el padre desde hace rato:
pocos momentos hace rechazó el plato
del cual apenas quiso probar la sopa.

De tiempo en tiempo, casi furtivamente,
llega en silencio alguna que otra mirada
hasta la vieja silla desocupada
que alguien, de olvidadizo, colocó en frente.

Y, mientras se ensombrecen todas las caras,
cesa de pronto el ruido de las cucharas
porque insistentemente, como empujado

por esa idea fija que no se va,
el menor de los chicos a preguntado
cuándo será el regreso de la mamá.



Evaristo Carriego

Mamboretá

-- de Evaristo Carriego --

Así la llaman todos los chicos de Palermo.
Es la risa del barrio con su rostro feucho
y su andar azorado de animalito enfermo.
Tiene apenas diez años, pero ha sufrido mucho...

Los domingos temprano, de regreso de misa
la encuentran los muchachos vendedores de diarios,
y en seguida comienza la jarana, la risa,
y las zafadurías de los más perdularios.

Como cuando la gritan su apodo no responde,
la corren, la rodean y «Mamboretá ¿en dónde
está Dios?», la preguntan los muchachos traviesos.

Mamboretá suspira, y si es que alguno insiste:
— «¿Dónde está Dios?»—, le mira mansamente
sus ojos pensativos de animalito triste, con esos



Evaristo Carriego

Mambrú se fue a la guerra

-- de Evaristo Carriego --

— «Mambrú se fué a la guerra...» — ¡Vamos, linda ve-
¿Con su ronga catanga los chicos de la acera ciña
te harán llorar, ahora? No seas sensiblera
y piensa que esta noche de verano es divina

y hay luna, mucha luna. ¡Todo por esa racha
de recuerdos que llegan sin traer al causante!
¡Todo por el veleta que fué novio o amante
allá, en tus más lejanas locuras de muchacha!

¡Qué nunca en tantos años se te oyera una queja
y te aflijas ahora, cuando eres casi vieja,
por quien, al fin y al cabo, ¿dónde está, si es que está?

Seamos muchachitos... Empecemos el canto
sin que te ponga fea, como hace poco, el llanto:
— «Mambrú se fué a la guerra, Mambrú no volverá!»



Evaristo Carriego

Sola

-- de Evaristo Carriego --

¡Ah, por fin sola! Te dejaron
las buenas amigas, las locas
de siempre.
¡Qué alegres se fueron,
qué risas las suyas!
— ¡La zonza! —
te dijeron al irse. ¡Es claro,
parecías tan triste!
Bueno,
por fín estás sola... No hay nadie,
todas las amigas se fueron
y se halla en silencio la casa.
La abuela descansa, y los chicos
en el distante comedor
juegan despacio, sin dar gritos.
Apenas si afuera, en la calle,
persiste un rumor apagado
de voces. Estás sola, sola,
en la paz grave de tu cuarto.



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