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Se han encontrado 85 poemas con la palabra centro

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Roberto Juarroz

el centro no es un punto

-- de Roberto Juarroz --

El centro no es un punto.
Si lo fuera, resultaría fácil acertarlo.
No es ni siquiera la reducción de un punto a su infinito.
El centro es una ausencia,
de punto, de infinito y aun de ausencia
y sólo se acierta con ausencia.
Mírame después que te hayas ido,
aunque yo esté recién cuando me vaya.
Ahora el centro me ha enseñado a no estar,
pero más tarde el centro estará aquí.

Poema el centro no es un punto de Roberto Juarroz con fondo de libro

Jorge Riechmann

8

-- de Jorge Riechmann --

Renuncia al centro.
El sol succiona la sangre de los muertos; la acuña
en monedas de luz con que engaña a los vivos.
La gran ciudad diluye tanto el sueño
que éste deja de reparar fuerzas y purificar el sudor;
en la gran ciudad el pan supura arena;
los ojos de las mujeres se vidrian de mudez.
Renuncia al centro.
Un punto que no existe imanta todas las miradas:
mientras tanto se siegan cuerpos
los árboles pierden la memoria
las parturientas mastican cristal.
Renuncia al centro.
Puedes buscar las manos fértiles de los ancianos
las manos inventoras de los niños
el gozoso misterio en las manos de tus hermanos y hermanas:
renuncia al centro.

Poema 8 de Jorge Riechmann con fondo de libro

Alfonsina Storni

Círculos sin centro

-- de Alfonsina Storni --

Esponja del cielo,
carne verde del mar,
por tus carreteras húmedas
hube de andar.

Hacia adelante se partían
los caminos para no caminar;
a los costados se abrían
las carreteras para navegar
y hacia atrás se dirigían
las rutas para desandar.

Largas noches y días
una proa te cortó sin parar
y tu centro no cambiaba nunca,
círculo verde del mar.

Poema Círculos sin centro de Alfonsina Storni con fondo de libro

Lope de Vega

Entro en mí mismo para verme, y dentro

-- de Lope de Vega --

Entro en mí mismo para verme, y dentro
hallo, ¡ay de mí!, con la razón postrada,
una loca república alterada,
tanto que apenas los umbrales entro.
Al apetito sensitivo encuentro,
de quien la voluntad mal respetada
se queja al cielo, y de su fuerza armada
conduce el alma al verdadero centro.
La virtud, como el arte, hallarse suele
cerca de lo difícil, y así pienso
que el cuerpo en el castigo se desvele.
Muera el ardor del apetito intenso,
porque la voluntad al centro vuele,
capaz potencia de su bien inmenso.



Lope de Vega

Si amare cosa yo que Dios no sea

-- de Lope de Vega --

Si amare cosa yo que Dios no sea,
y de lo que su amor también procede,
que en odio al cielo y la tierra quede,
que sí estaré, como sin Él me vea
¿Y qué de mucho que el alma, que desea
el centro, donde sólo parar puede,
ame aquel bien que todo excede,
pues no hay descanso que sin Dios posea?
Tú, Rey del cielo, que mi amor procuras,
serás el centro de las ansias mías,
de aquel eterno bien prendas seguras.
Son las del mundo breves tiranías
que no merecen nombre de hermosuras,
sujetas al imperio de los días.



Juan Ramón Jiménez

solo yo

-- de Juan Ramón Jiménez --

¡yo solo vivo dentro
de la primavera!
(los que la veis por fuera,
¿qué sabéis de mi centro,
qué sabéis de su centro?
si salís a su encuentro,
mi sangre no se altera...)
¡Yo solo vivo dentro
de la primavera!



Adelardo López de Ayala

A la esposa de mi amigo

-- de Adelardo López de Ayala --

Con Placer hablo contigo,
yo que en mi vida te he hablado;
pues eres centro, y abrigo,
Y depósito sagrado
de la dicha de un amigo.

Dueña de su fe segura
y árbitra a un tiempo te ves
de su gozo o su amargura;
que él no tendrá más ventura
que aquella que tú le des.

Aunque Marte galardone
su esfuerzo nunca domado
y cien veces le corone,
y en los negocios de Estado
consiga más que ambicione;

y aunque atenta a su interés,
siempre constante y segura
fortuna bese sus pies,
él no tendrá más ventura
que aquella que tú le des.

La mujer nuestra existencia
condena a dolor profundo
o a perpetua complacencia;
Y no hay poder en el mundo
que revoque la sentencia.

Él adora tu hermosura,
e insoluble el lazo es
que formó vuestra ternura:
¡Ya no tendrá más ventura
que aquella que tú le des!

Como al sol por sus reflejos
logramos adivinar,
y por su aroma al azahar,
y el grave son desde lejos
anuncia cercano el mar,

yo adivino tu alma pura
en la apacible quietud
del hombre que amor te jura,
y contemplo en su ventura
resplandecer tu virtud.



Alberti

MADRIGAL AL BILLETE DE TRANVÍA

-- de Alberti --

Adonde el viento, impávido, subleva
torres de luz contra la sangre mía,
tú, billete, flor nueva,
cortada en los balcones del tranvía.

Huyes, directa, rectamente liso,
en tu pétalo un nombre y un encuentro
latentes, a ese centro
cerrado y por cortar del compromiso.

Y no arde en ti la rosa, ni en ti priva
el finado clavel, si la violeta
contemporánea, viva,
del libro que viaja en la chaqueta.



Alberti

sola

-- de Alberti --

La que ayer fue mi querida
va sola entre los cantuesos.
Tras ella, una mariposa
y un saltamonte guerrero.

Tres veredas:
mi querida, la del centro.
La mariposa, la izquierda.
Y el saltamonte guerrero,
saltando, por la derecha.



Alfonsina Storni

Mundo de siete pozos

-- de Alfonsina Storni --

Se balancea
arriba, sobre el cuello,
el mundo de las siete puertas:
la humana cabeza...

Redonda, como dos planetas:
arde en su centro
el núcleo primero.
Osea la corteza;
sobre ella el limo dérmico
sembrado
del bosque espeso de la cabellera.



Alfonsina Storni

Mundo de siete pozos (poema)

-- de Alfonsina Storni --

Se balancea
arriba, sobre el cuello,
el mundo de las siete puertas:
la humana cabeza...

Redonda, como dos planetas:
arde en su centro
el núcleo primero.
Osea la corteza;
sobre ella el limo dérmico
sembrado
del bosque espeso de la cabellera.



Amado Nervo

parábola. jam faotet

-- de Amado Nervo --

Jam faotet
para ezzequiel a. Chávez.
Jesucristo es el buen samaritano:
yo estaba malherido en el camino,
y con celo de hermano,
ungió mis llagas con aceite y vino;
después, hacia el albergue, no lejano,
me llevó de la mano,
en medio del silencio vespertino.
Llegados, apoyé con abandono
mi cabeza en su seno,
y él me dijo muy quedo: «te perdono
tus pecados, ve en paz; sé siempre bueno
y búscame: de todo cuanto existe
yo soy el manantial, el ígneo centro...»
Y repliqué, muy pálido y muy triste:
«¿señor, a qué buscar si nada encuentro?
¡mi fe se me murió cuando partiste,
y llevo su cadáver aquí dentro!
»estando tú conmigo viviría...
Mas tu verbo inmortal todo lo puede:
dila que surja en la conciencia mía,
resucítala, ¡oh dios, era mi guía!»
y jesucristo respondió: «ya hiede».



Lope de Vega

Al hombro el cielo, aunque su sol sin lumbre

-- de Lope de Vega --

Al hombro el cielo, aunque su sol sin lumbre,
y en eclipse mortal las más hermosas
estrellas, nieve ya las puras rosas,
y el cielo tierra, en desigual costumbre.

Tierra, forzosamente pesadumbre,
y así, no Atlante, a las heladas losas
que esperan ya sus prendas lastimosas,
Sísifo sois, por otra incierta cumbre.

Suplícoos me digáis, si Amor se atreve
¿cuándo pesó con más pesar, Fernando,
o siendo fuego, o convertida en nieve?

Mas el fuego no pesa, que exhalando
la materia a su centro, es carga leve;
la nieve es agua, y pesará llorando.



Lope de Vega

Ángel divino, que en humano y tierno

-- de Lope de Vega --

Ángel divino, que en humano y tierno
velo te goza el mundo, ¡oh!, no consuma
el mar del tiempo, ni su blanca espuma
cubra tu frente su nevado invierno

beldad que del artífice superno
imagen pura fuiste en cifra y suma,
sujeto de mi lengua y de mi pluma,
cuya hermosura me ha de hacer eterno;

centro del alma venturosa mía,
en quien el armonía y compostura
del mundo superior contemplo y veo.

Alba, Lucinda, cielo, sol, luz, día,
para siempre el altar de tu hermosura
ofrece su memoria mi deseo



Lope de Vega

Antonio, si los peces sumergidos

-- de Lope de Vega --

Antonio, si los peces sumergidos
en el centro del mar para escucharos
sacan las frentes a los aires claros,
y a vuestra viva voz prestan oídos,
los que vivieren de razón vestidos,
y más quien por la patria debe amaros,
a la dulzura de esos hechos raros
¿qué mucho que suspendan los sentidos?
Ya con el Niño Dios, Joséf segundo,
parecéis en los brazos, y Él se ofrece
en figura de amor. ¡Qué amor profundo!
Tanto se humilla, y tan os engrandece,
que porque parezcáis tan grande al mundo,
Dios tan pequeño junto a vos parece.



Lope de Vega

Hermosa Babilonia en que he nacido

-- de Lope de Vega --

Hermosa Babilonia, en que he nacido
para fábula tuya tantos años,
sepultura de propios y de extraños,
centro apacible, dulce y patrio nido;

cárcel de la razón y del sentido,
escuela de lisonjas y de engaños,
campo de Alarbes con diversos paños,
Elisio entre las aguas del olvido;

cueva de la ignorancia y de la ira,
de la murmuración y de la injuria,
donde es la lengua espada de la ira;

a lavarme de ti me parto al Turia,
que reír el loco lo que el sabio admira,
mi ofendida paciencia vuelve en furia.



Lope de Vega

La madre de las ciencias, donde a tantos

-- de Lope de Vega --

La madre de las ciencias, donde a tantos
verde laurel por únicos publica,
dos corderos al cielo sacrifica,
primicias ya de innumerables santos.
Bárbara mano entre dichosos cantos
hierro cruel a su marfil aplica,
y la ribera, de sus plantas rica,
himnos al cielo ofrece en vez de llantos.
Henares, lastimado de que dentro
de sus términos Roma entrar procura,
saliéndole dos niños al encuentro,
rompió la margen, y la sangre pura
bebió a la tierra, y retirando el centro
le dio en arenas de oro sepultura.



Lope de Vega

Oh quién muriera por tu amor ardiendo

-- de Lope de Vega --

¡Oh quién muriera por tu amor, ardiendo
en vivas llamas, dulce Jesús mío,
y que las aumentara aquel rocío
que viene de los ojos procediendo!
¡Oh quien se hiciera un Etna despidiendo
vivas centellas deste centro frío,
o fuera de su sangre el hierro impío
de un africano bárbaro cubriendo!
Este deseo, que a morir se atreve,
recibe Tú, pues la ocasión venida,
bien sabes que no fuera intento aleve
¿Y qué mucho que amor la muerte pida?
Pues no era muerte, sino puente breve
que me pasara a ti, mi eterna vida



Lope de Vega

Si es tanta gloria estar a los umbrales

-- de Lope de Vega --

Si es tanta gloria estar a los umbrales
de tu puerta, mi Dios, el estar dentro
¿cómo será, pues en tan alto centro
se deben gozar las celestiales
Yo estoy entre los términos mortales
con tanto bien, que me parece que entro,
sino que al cuerpo en el camino encuentro
cargado de estorbos desiguales.
Miro por los resquicios los dichosos
que caminan a Ti perdido el miedo
a los trances del mundo peligrosos.
Y como caminar tanto no puedo,
baño en llanto mis ojos envidiosos
de ver que van delante y yo me quedo.



Lope de Vega

Desmayarse, atreverse, estar furioso

-- de Lope de Vega --

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor: quien lo probó lo sabe.



Lope de Vega

Quiero escribir y el llanto no me deja

-- de Lope de Vega --

Quiero escribir, y el llanto no me deja;
pruebo a llorar, y no descanso tanto;
vuelvo a tomar la pluma, y vuelve el llanto:
todo me impide el bien, todo me aqueja.
Si el llanto dura, el alma se me queja;
si el escribir, mis ojos; y si en tanto
por muerte o por consuelo me levanto,
de entrambos la esperanza se me aleja.
Ve blanco al fin, papel, y a quien penetra
el centro deste pecho que enciende
le di (si en tanto bien pudieres verte)
que haga de mis lágrimas la letra,
pues ya que no lo siente, bien entiende:
que cuanto escribo y lloro, todo es muerte.



Lope de Vega

Versos de amor, conceptos esparcidos

-- de Lope de Vega --

Versos de amor, conceptos esparcidos
engendrados del alma en mis cuidados,
partos de mis sentidos abrasados,
con más dolor que libertad nacidos;

expósitos al mundo en que perdidos,
tan rotos anduvistes y trocados
que sólo donde fuistes engendrados
fuérades por la sangre conocidos:

pues que le hurtáis el laberinto a Creta,
a Dédalo los altos pensamientos,
la furia al mar, las llamas al abismo,

si aquel áspid hermoso no os aceta,
dejad la tierra, entretened los vientos,
descansaréis en vuestro centro mismo



Lope de Vega

La primera vez que vio la mar

-- de Lope de Vega --

¡Válate Dios, el charco, el que provocas
con verte a helar el alma de las venas,
Adán de tirubones y ballenas,
almejas viles y estupendas focas!

Cerúleo sorbedor por tantas bocas
de más naves que vio tu centro arenas;
teatro en quien oyó trágicas scenas,
sentada la Fortuna entre estas rocas.

Tú, que enseñaste al Draque, a Magallanes
lo más estrecho de tu campo oblico,
a pesar de sirenas y caimanes,

en España nací con solo el pico,
cansado estoy de trajinar desvanes,
dime, ¿por dónde van a Puerto Rico?



Luis Rosales

y escribir tu silencio sobre el agua

-- de Luis Rosales --

Y escribir tu silencio sobre el agua
sólo florece el agua que está queda
miguel de unamuno
no sé si es sombra en el cristal, si es sólo
calor que empaña un brillo; nadie sabe
si es de vuelo este pájaro o de llanto;
nadie le oprime con su mano, nunca
le he sentido latir, y está cayendo
como sombra de lluvia, dentro y dulce,
del bosque de la sangre, hasta dejarla
casi acuñada y vegetal, tranquila.
No sé, siempre es así, tu voz me llega
como el aire de marzo en un espejo,
como el paso que mueve una cortina
detrás de la mirada; ya me siento
oscuro y casi andado; no sé cómo
voy a llegar, buscándote, hasta el centro
de nuestro corazón, y allí decirte,
madre, que yo he de hacer en tanto viva,
que no te quedes huérfana de hijo,
que no te quedes sola allá en tu cielo,
que no te falte yo como me faltas.



Líber Falco

En un baldío

-- de Líber Falco --

En un baldío,
cinco muchachos juegan a la pelota.
Un hombre pasa.
Lleva una carretilla. Pasa.
Un aire suave
abanica el rostro de la tarde.
A lo lejos, allá...
Los palacios del Centro
muestran su espalda al Sol.
La tarde se va.
Lleva un aire de doncella defraudada.

En un baldío,
cinco muchachos juegan a la pelota.
Montevideo vive.
No sueña. No espera nada.
Vive.
Lejos suena una bocina.
Qué triste es todo.
Y sin embargo, qué bello es verlo,
mirarlo, oírlo y verlo.



Manuel del Palacio

Al leer la sentencia de muerte

-- de Manuel del Palacio --

¿Y qué? Por mucho que la inicua saña
De la estúpida grey que nos desdora
Se atreva á discurrir, ¿podrá en mal hora
El crimen cometer, baldón de España?

Antes el mar que nuestras costas baña
Su sangre teñirá vil y traidora,
Antes el hierro que en su centro mora
Vomitará en puñales la montaña.

Víctimas pide el irritado cielo.
Mas no son las que el bando parricida
Prepara de su furia en el desvelo;

Cuando un pueblo se apresta á nueva vida
¿Sabéis qué sangre le reclama el suelo?...
¡Del déspota la sangre corrompida!



Manuel del Palacio

Entre salvajes

-- de Manuel del Palacio --

En dos troncos de verde manzanillo
Tengo mi hamaca de cordel tendida,
Y por el aire de la mar mecida
Fresco lecho me dá grato y sencillo.

Más feliz que el cacique de Luquillo
En nada pienso y nada me intimida;
Hallo en el bosque sombra apetecida,
Dulce jugo en el plátano amarillo.

Absorta el alma, y sin hallar su centro,
Aquí cual nunca al Hacedor se eleva,
Pura satisfacción llevando dentro.

¡Gozo en un nuevo mundo vida nueva;
Y si no es el Edén donde me encuentro,
Es porque soy Adán, pero sin Eva!



Manuel del Palacio

La recompensa

-- de Manuel del Palacio --

Hay en el valle que mi Laura habita
Un rincón entre arbustos escondido,
Donde tienen las tórtolas su nido
Y las auras se dan amante cita.

Levántase en su centro una casita,
Cuyo tejado, por el sol herido,
Brilla con el matiz de oro bruñido
Como torre de arábiga mezquita.

Cerca de esa mansión tan hechicera
Se abre en el bosque pabellón esbelto
Vestido de jazmin y enredadera.

Allí fué donde impávido y resuelto
Pinté á Laura mi afán de tal manera...
Que me dio un bofetón de cuello vuelto.



Jaime Torres Bodet

continuidad I

-- de Jaime Torres Bodet --

No has muerto. Has vuelto a mí. Lo que en la tierra
donde una parte de tu ser reposa
sepultaron los hombres, no te encierra;
porque yo soy tu verdadera fosa.
Dentro de esta inquietud del alma ansiosa
que me diste al nacer, sigues en guerra
contra la insaciedad que nos acosa
y que, desde la cuna, nos destierra.
Vives en lo que pienso, en lo que digo,
y con vida tan honda que no hay centro,
hora y lugar en que no estés conmigo;
pues te clavó la muerte tan adentro
del corazón filial con que te abrigo
que, mientras más me busco, más te encuentro.



Jorge Guillén

las doce en el reloj

-- de Jorge Guillén --

Dije: todo ya pleno.
Un álamo vibró.
Las hojas plateadas
sonaron con amor.
Los verdes eran grises,
el amor era sol.
Entonces, mediodía,
un pájaro sumió
su cantar en el viento
con tal adoración
que se sintió cantada
bajo el viento la flor
crecida entre las mieses,
más altas. Era yo,
centro en aquel instante
de tanto alrededor,
quien lo veía todo
completo para un dios.
Dije: todo, completo.
¡Las doce en el reloj!



Jorge Luis Borges

la moneda de hierro

-- de Jorge Luis Borges --

Aquí está la moneda de hierro. Interroguemos
las dos contrarias caras que serán la respuesta
de la terca demanda que nadie no se ha hecho:
¿por qué precisa un hombre que una mujer lo quiera?
miremos. En el orbe superior se entretejan
el firmamento cuádruple que sostiene el diluvio
y las inalterables estrellas planetarias.
Adán, el joven padre, y el joven paraíso.
La tarde y la mañana. Dios en cada criatura.
En ese laberinto puro está tu reflejo.
Arrojemos de nuevo la moneda de hierro
que es también un espejo magnífico. Su reverso
es nadie y nada y sombra y ceguera. Eso eres.
De hierro las dos caras labran un solo eco.
Tus manos y tu lengua son testigos infieles.
Dios es el inasible centro de la sortija.
No exalta ni condena. Obra mejor: olvida.
Maculado de infamia ¿por qué no han de quererte?
en la sombra del otro buscamos nuestra sombra;
en el cristal del otro, nuestro cristal recíproco.



Jorge Luis Borges

jonathan edwards (1703 1785)

-- de Jorge Luis Borges --

(1703-1785)
lejos de la ciudad, lejos del foro
clamoroso y del tiempo, que es mudanza,
edwards, eterno ya, sueña y avanza
a la sombra de árboles de oro.
Hoy es mañana y es ayer. No hay una
cosa de dios en el sereno ambiente
que no le exalte misteriosamente,
el oro de la tarde o de la luna.
Piensa feliz que el mundo es un eterno
instrumento de ira y que el ansiado
cielo para unos pocos fue creado
y casi para todos el infierno.
En el centro puntual de la maraña
hay otro prisionero, dios, la araña.



Jorge Luis Borges

el ápice

-- de Jorge Luis Borges --

No te habrá de salvar lo que dejaron
escrito aquellos que tu miedo implora;
no eres los otros y te ves ahora
centro del laberinto que tramaron
tus pasos. No te salva la agonía
de jesús o de sócrates ni el fuerte
siddharta de oro que aceptó la muerte
en un jardín, al declinar el día.
Polvo también es la palabra escrita
por tu mano o el verbo pronunciado
por tu boca. No hay lástima en el hado
y la noche de dios es infinita.
Tu materia es el tiempo, el incesante
tiempo. Eres cada solitario instante.



Jorge Riechmann

19

-- de Jorge Riechmann --

A parís, una ciudad que no existe,
me llega la noticia:
berlín
ha desaparecido.
¿Quién da un paso hacia el centro del invierno?
la angustia dúctil se me enrosca en el vientre.
Hoy tengo ancianos los ojos cuando todo
todo está aún por hacer.



César Vallejo

Trilce: LIX

-- de César Vallejo --

La esfera terrestre del amor
que rezagóse abajo, da vuelta
y vuelta sin parar segundo,
y nosotros estamos condenados a sufrir
como un centro su girar.

Pacifico inmóvil, vidrio, preñado
de todos los posibles.
Andes frío, inhumanable, puro.
Acaso. Acaso.

Gira la esfera en el pedernal del tiempo,
y se afila,
y se afila hasta querer perderse;
gira forjando, ante los desertados flancos,
aquel punto tan espantablemente conocido,
porque él ha gestado, vuelta
y vuelta,
el corralito consabido.

Centrífuga que sí, que sí,
que Sí,
que sí, que sí, que sí, que sí: NO!
Y me retiro hasta azular, y retrayéndome
endurezco, hasta apretarme el alma!



César Vallejo

la esfera terrestre del amor

-- de César Vallejo --

lix
la esfera terrestre del amor
que rezagóse abajo, da vuelta
y vuelta sin parar segundo,
y nosotros estamos condenados a sufrir
como un centro su girar.
Pacífico inmóvil, vidrio, preñado
de todos los posibles.
Andes frío, inhumanable, puro.
Acaso. Acaso.
Gira la esfera en el pedernal del tiempo,
y se afila,
y se afila hasta querer perderse;
gira forjando, ante los desertados flancos,
aquel punto tan espantablemente conocido,
porque él ha gestado, vuelta
y vuelta,
el corralito consabido.
Centrífuga que sí, que sí,
que sí,
que sí, que sí, que sí, que sí: no!
y me retiro hasta azular, y retrayéndome
endurezco, hasta apretarme el alma!



Dolores Veintimilla

Quejas (Veintimilla)

-- de Dolores Veintimilla --

¡Y amarle pude....Al sol de la existencia
Se abría apenas soñadora el alma.....
Perdió mi pobre corazón su calma
Desde el fatal instante en que le hallé.
Sus palabras sonaron en mi oído
Como música blanda y deliciosa;
Subió a mi rostro el tinte de la rosa;
Como la hoja en el árbol vacilé.

Su imagen en el sueño me acosaba
Siempre halagüeña, siempre enamorada:
Mil veces sorprendiste, madre amada,
En mi boca un suspiro abrasador;
Y era él quien arrancaba de mi pecho,
El, la fascinación de mis sentidos;
El, ideal de mis sueños más queridos;
El, mi primero, mi ferviente amor.

Sin él, para mí, el campo placentero
En vez de flores me obsequiaba abrojos:
Sin él eran sombríos a mis ojos
Del sol los rayos en el mes de abril.
Vivía de su vida aprisionada;
Era el centro de mi alma el amor suyo;
Era mi aspiración, era mi orgullo....
¿Por qué tan presto me olvidaba el vil?



Octavio Paz

madrugada

-- de Octavio Paz --

Rápidas manos frías
retiran una a una
las vendas de la sombra
abro los ojos
todavía
estoy vivo
en el centro
de una herida todavía fresca



Octavio Paz

agua nocturna

-- de Octavio Paz --

La noche de ojos de caballo que tiemblan en la noche,
la noche de ojos de agua en el campo dormido,
está en tus ojos de caballo que tiembla,
está en tus ojos de agua secreta.
Ojos de agua de sombra,
ojos de agua de pozo,
ojos de agua de sueño.
El silencio y la soledad,
como dos pequeños animales a quienes guía la luna,
beben en esos ojos,
beben en esas aguas.
Si abres los ojos,
se abre la noche de puertas de musgo,
se abre el reino secreto del agua
que mana del centro de la noche.
Y si los cierras,
un río, una corriente dulce y silenciosa,
te inunda por dentro, avanza, te hace oscura:
la noche moja riberas en tu alma.



Octavio Paz

entre irse y quedarse

-- de Octavio Paz --

Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia.
La tarde circular es ya bahía:
en su quieto vaivén se mece el mundo.
Todo es visible y todo es elusivo,
todo está cerca y todo es intocable.
Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz
reposan a la sombra de sus nombres.
Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.
La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.
En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.
Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.



Octavio Paz

ii. bajo tu clara sombra

-- de Octavio Paz --

Ii
tengo que hablaros de ella.
Suscita fuentes en el día,
puebla de mármoles la noche.
La huella de su pie
es el centro visible de la tierra,
la frontera del mundo,
sitio sutil, encadenado y libre;
discípula de pájaros y nubes
hace girar al cielo;
su voz, alba terrestre,
nos anuncia el rescate de las aguas,
el regreso del fuego,
la vuelta de la espiga,
las primeras palabras de los árboles,
la blanca monarquía de las alas.
No vio nacer al mundo,
mas se enciende su sangre cada noche
con la sangre nocturna de las cosas
y en su latir reanuda
el son de las mareas
que alzan las orillas del planeta,
un pasado de agua y de silencio
y las primeras formas de la materia fértil.
Tengo que hablaros de ella,
de su fresca costumbre
de ser simple tormenta, rama tierna.



Octavio Paz

niña

-- de Octavio Paz --

Niña
a laura elena
nombras el árbol, niña.
Y el árbol crece, lento,
alto deslumbramiento,
hasta volvernos verde la mirada.
Nombras el cielo, niña.
Y la nubes pelean con el viento
y el espacio se vuelve
un transparente campo de batalla.
Nombras el agua, niña.
Y el agua brota, no sé dónde,
brilla en las hojas, habla entre las piedras
y en húmedos vapores nos convierte.
No dices nada, niña.
Y la ola amarilla;
la marea del sol,
en su cresta nos alza,
en los cuatro horizontes nos dispersa
y nos devuelve, intactos,
en el centro del día, a ser nosotros.



Pablo Neruda

tiranía

-- de Pablo Neruda --

Oh dama sin corazón, hija del cielo,
auxíliame en esta solitaria hora,
con tu directa indiferencia de arma
y tu frío sentido del olvido.
Un tiempo total como un océano,
una herida confusa como un nuevo ser,
abarcan la tenaz raíz de mi alma
mordiendo el centro de mi seguridad.
Qué espeso latido se cimbra en mi corazón
como una ola hecha de todas las olas,
y mi desesperada cabeza se levanta
en un esfuerzo de salto y de muerte.
Hay algo enemigo temblando en mi certidumbre,
creciendo en el mismo origen de las lágrimas,
como una planta desgarradora y dura
hecha de encadenadas hojas amargas.



Pablo Neruda

y cuando se fundó la luz

-- de Pablo Neruda --

Y cuando se fundó la luz
esto sucedió en venezuela?
dónde está el centro del mar?
por qué no van allí las olas?
es cierto que aquel meteoro
fue una paloma de amatista?
puedo preguntar a mi libro
si es verdad que yo lo escribí?



Pablo Neruda

ángela adónica

-- de Pablo Neruda --

Hoy me he tendido junto a una joven pura
como a la orilla de un océano blanco,
como en el centro de una ardiente estrella
de lento espacio.
De su mirada largamente verde
la luz caía como un agua seca
en transparentes y profundos círculos
de fresca fuerza.
Su pecho como un fuego de dos llamas
ardía en dos regiones levantado,
y en doble río llegaba a sus pies
grandes y claros.
Un clima de oro maduraba apenas
las diurnas longitudes de su cuerpo
llenándolo de frutas extendidas
y oculto fuego.



Pedro Salinas

la sin pruebas

-- de Pedro Salinas --

La sin pruebas
¡cuando te marchas, qué inútil
buscar por dónde anduviste,
seguirte!
si has pisado por la nieve
sería como las nubes
su sombra, sin pies, sin peso
que te marcara.
Cuando andas
no te diriges a nada
ni hay senda que luego diga:
«pasó por aquí.»
Tú no sales del exacto
centro puro de ti misma:
son los rumbos confundidos
los que te van al encuentro.
Con la risa o con las voces
tan blandamente
descabalas el silencio
que no le duele, que no
te siente:
se cree que sigue entero.
Si por los días te busco
o por los años
no salgo de un tiempo virgen:
fue ese año, fue tal día,
pero no hay señal:
no dejas huella detrás.
Y podrás negarme todo,
negarte a todo podrás,
porque te cortas los rastros
y los ecos y las sombras.
Tan pura ya, tan sin pruebas
que cuando no vivas más
yo no sé en qué voy a ver
que vivías,
con todo ese blanco inmenso
alrededor, que creaste.



Rafael María Baralt

A la batalla de Ayacucho

-- de Rafael María Baralt --

¡Mudo EL cañón, del campo fratricida
el suelo en sangre tinto; la bandera
que triunfadora el orbe recorriera,
por española menos abatida!

¡Oh Pizarro! ¡Oh dolor! Si aquí blandida
tu centelleante espada reluciera,
del mundo de Colón señora fuera,
no de mis propios hijos, ¡ay!, vencida.

Así, sobre los Andes, real matrona,
el manto desprendido, adusto el ceño,
con llanto de furor su mal pregona.

Y al ver un mundo en manos de otro dueño,
a la vencida tropa, por desdoro,
lanza en pedazos mil el centro de oro.



José María Heredia

Himno al desterrado

-- de José María Heredia --

¡Cuba, Cuba, que vida me diste,
dulce tierra de luz y hermosura!
¡Cuánto sueño de gloria y ventura
tengo unido a tu sueño feliz!
¡Y te vuelvo a mirar...! Cuán severo,
hoy me oprime el rigor de mi suerte
la opresión me amenaza con muerte
en los campos do al mundo nací.
Mas ¿qué importa que truene el tirano?
pobre, sí, pero libre me encuentro.
Sólo el alma del alma es el centro:
¿Qué es el oro sin gloria ni paz?
Aunque errante y poscrito me miro,
y me oprime el destino severo;
por el cetro del déspota ibero
no quisiera mi suerte trocar.
¡Dulce Cuba!, en su seno se miran
en el grado más alto y profundo,
las bellezas del físico mundo,
los horrores del mundo moral.
Te hizo el cielo la flor de la tierra;
mas, tu fuerza y destinos ignoras,
y de España en el déspota adoras
al demonio sangriento del mal.
¡Cuba, al fin te verás libre y pura!
Como el aire de luz que respiras,
cual las ondas hirvientes que miras
de tus playas la arena besar.
Aunque viles traidores te sirvan,
del tirano es inútil la saña,
que no en vano entre Cuba y España
tiende inmenso sus olas el mar.



José Tomás de Cuellar

A Lola

-- de José Tomás de Cuellar --

¿DICHOSA la edad florida
De las dulces ilusiones,
Dichosos los corazones
En cuyo centro se anida
El encanto de la vida,
El sentimiento profundo
Del placer y del amor!
Mas oye, Lola, en el vergel del mundo,
Mil espinas oculta cada flor.

Si en la encantada pradera
Donde los claveles crecen,
Y blandamente se mecen
Con la brisa lisonjera,



A un crucifijo

-- de Juan de Moncayo --

Arroyos surcan de coral sagrado
en tu bella deidad el rostro hermoso,
¡oh Señor!, cuyo tránsito amoroso
quebrantó los abismos del pecado.

Tu clemencia, que el círculo estrellado
describe con incendio misterioso,
impuso desde el centro tenebroso
contra ti el golpe de rigor armado.

Mis culpas ocasionan esas penas
que abundan en purpúreos resplandores,
el efecto más triste de mi llanto.

¡Oh verdadero Isac, por cuyas venas,
en fuentes de rubí, formando flores,
hollaste los horrores del espanto!



¡Cómo se pasan, Lelio, las edades

-- de Juan de Moncayo --

¡Cómo se pasan, Lelio, las edades,
sujetas al rigor de la inconstancia,
cuando del mundo, bárbara ignorancia,
desconoce terrestres potestades!

Funda sobre diversas voluntades,
de prósperos sucesos, la arrogancia,
y verás en su misma vigilancia
que todo es vanidad de vanidades.

Nace el sol; en el término de un día
muere y comienza el curso repetido
por la estación del cielo más serena.

Sólo a tanta mudanza mi agonía,
en el lóbrego centro del olvido,
anima el contrapeso de mi pena.



Gabino Alejandro Carriedo

mirando hacia atrás sin ira

-- de Gabino Alejandro Carriedo --

El viejo corazón pulula a diario
por el barrio bajo de los recuerdos
que no se olvidan ni periclitan.
Inmarcesibles, estos recuerdos
le traen fragancias de la primavera,
otrora era la hora de las esperanzas
ilusionadas que sí terminan.
Otrora era la alegría de amanecer,
despertar al alba de cada día.
Solía entonces besar el espejo
y me adentraba en la calle del amor.
Entonces no el cansancio, el tedio;
no el hastío tampoco entonces, no.
Cada hora alumbraba a otra hora
y les nacían alas a los pájaros.
Pudo haber sido duque, marqués o peregrino
y sólo fue hermeneuta incomprensible;
¿para qué, pues, el torpe hábito
de perseguir la inútil realidad?
en el centro del astro-rey un punto
señala el vórtice de su destino.
¿Todo ha pasado ya? ¿no hay nada
predecible en las cartas del tarot?
¿no hay nada que soñar? tal vez no queda
ni la esperanza póstuma del sueño.



Gabriela Mistral

la casa

-- de Gabriela Mistral --

La mesa, hijo, está tendida
en blancura quieta de nata,
y en cuatro muros azulea,
dando relumbres, la cerámica.
Ésta es la sal, éste el aceite
y al centro el pan que casi habla.
Oro más lindo que oro del pan
no está ni en fruta ni en retama,
y da su olor de espiga y horno
una dicha que nunca sacia.
Lo partimos, hijito, juntos,
con dedos duros y palma blanda,
y tú lo miras asombrado
de tierra negra que da flor blanca.
Baja la mano de comer,
que tu madre también la baja.
Los trigos, hijo, son del aire,
y son del sol y de la azada;
pero este pan «cara de dios»(*)
no llega a mesas de las casas.
Y si otros niños no lo tienen,
mejor, mi hijo, no lo tocaras,
y no tomarlo mejor sería
con mano y mano avergonzadas.
Hijo, el hambre, cara de mueca,
en remolino gira las parvas,
y se buscan y no se encuentran
el pan y el hambre corcovada.
Para que lo halle, si ahora entra,
el pan dejemos hasta mañana;
el fuego ardiendo marque la puerta,
que el indio qechua nunca cerraba,
¡y miremos comer al hambre,
para dormir con cuerpo y alma!



Garcilaso de la Vega

SONETO XXII

-- de Garcilaso de la Vega --

Con ansia extrema de mirar qué tiene
vuestro pecho escondido allá en su centro,
y ver si a lo de fuera lo de dentro
en apariencia y ser igual conviene,

en él puse la vista: mas detiene
de vuestra hermosura el duro encuentro
mis ojos, y no pasan tan adentro
que miren lo que el alma en sí contiene.

Y así se quedan tristes en la puerta
hecha, por mi dolor, con esa mano
que aun a su mismo pecho no perdona;

donde vi claro mi esperanza muerta.
Y el golpe, que os hizo amor en vano
non esservi passato oltra la gona.



Garcilaso de la Vega

Con ansia extrema de mirar qué tiene

-- de Garcilaso de la Vega --

Con ansia extrema de mirar qué tiene
vuestro pecho escondido allá en su centro,
y ver si a lo de fuera lo de dentro
en apariencia y ser igual conviene,

en él puse la vista; mas detiene
de vuestra hermosura el duro encuentro
mis ojos, y no pasan tan adentro,
que miren lo que el alma en sí contiene.

Y así se quedan tristes en la puerta
hecha, por mi dolor, con esa mano,
que aun a su mismo pecho no perdona;

donde vi claro mi esperanza muerta,
y el golpe, que en vos hizo amor en vano
''non esservi passato oltra la gona''.



San Juan de la Cruz

Llama de amor viva

-- de San Juan de la Cruz --

Canciones del alma en la íntima comunicación, de unión de amor de Dios.

1. ¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!

2. ¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando. Muerte en vida la has trocado.

3. ¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su Querido!

4. ¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!



Vicente Gallego

septiembre, 2

-- de Vicente Gallego --

Es ahora la vida
esta extraña y frecuente sensación
de sopor y distancia,
y es también una luz que vela el mundo:
salir del caserón tras la comida,
recorrer bajo el sol la carretera
con los ojos ardientes de un verano
y sentarme en la roca frente al mar.
Abandonarme entonces
al sonido sin pausa de la tierra
mientras me vence el sueño algún instante
y me moja las sienes con su agua bendita.
Descubrir con asombro renovado
al pescador que vuelve cada tarde,
como vuelven las olas,
como vendrá la brisa con la noche.
Y esperar otra vez sobre la roca,
abrumado en el centro de la vida,
a que la sombra inunde
lentamente mi sombra.



Vicente Huidobro

Ilusiones perdidas

-- de Vicente Huidobro --

Hoja del árbol caída en infancia
hoja caída de rodillas
en el centro de su olvido
dulce juguete de esperanzas y relámpagos
sangrando la cabeza malherida
como las ilusiones ópticas
en su palacio de muerte inolvidable
constante barco de corazón doliente
entre naufragio y sombra apresurada.

Hoja del nudo caído en árbol caído en infancia
adónde te arrastran hoja de dulce corazón
y los excesos del fuego de las águilas visuales
hojas de las ramas calefaccionables
detenidas en el aire
prontas a podredumbre entre sus propios brazos
como las aguas embrujadas.



Andrés Eloy Blanco

Coro de las provincias

-- de Andrés Eloy Blanco --

Violento de armonía, en el tono de la resaca,
llega el coro de las siete provincias,
siete rostros adolescentes
en las siete ventanas
de las estrellas de la Autonomía.
Cantan. Canta con ellas la niñez de la Patria,
que la primera leche de los labios destila,
baja de las estrellas el primer rubio
que cose en los maizales el botón de la espiga;
danza el coro de las provincias,
en el aula republicana.
Pero danzan sobre la yerba
azul de fantasía,
sobre el cielo de Miranda
horadado de mástiles mientras navega la escuadrilla.

La palabra Guayanesa
no está en el coro de las siete ninfas,
y en ellas invierten el camino del cielo
y hacia el Oriente navegan como las siete cabrillas;
y allí ven el milagro de la Tierra,
de un lado, el oro virgen da una franja amarilla,
hacia el Norte, del otro lado,
las Pampas de Oriente, rojas de Reconquista,
y en la mitad un río azul,
y allí se ven copiadas y en su centro se anidan.
Y así fue como el río su franja del cielo
que preside la danza de las siete provincias.



Mariano Melgar

¡Ay, amor! Dulce veneno

-- de Mariano Melgar --

¡Ay, amor!, dulce veneno,
ay, tema de mi delirio,
solicitado martirio
y de todos males lleno.

¡Ay, amor! lleno de insultos,
centro de angustias mortales,
donde los bienes son males
y los placeres tumultos.

¡Ay, amor! ladrón casero
de la quietud más estable.
¡Ay, amor, falso y mudable!
¡Ay, que por causa muero!

¡Ay, amor! glorioso infierno
y de infernales injurias,
león de celosas furias,
disfrazado de cordero.

¡Ay, amor!, pero ¿qué digo,
que conociendo quién eres,
abandonando placeres.
Soy yo quien a ti te sigo?



Marilina Rébora

con ojos de niña

-- de Marilina Rébora --

Con ojos de niña
señor, siempre te veo con los ojos de niña:
primero en el pesebre, aureolado de ovejas;
en lo alto, la estrella, que sus reflejos guiña
sobre el burro y el buey al mover las orejas.
Hombre, vas por montaña, y por valle y campiña,
curando enfermos graves que bordan las callejas,
la triste multitud que al oírte se apiña,
y encima de las aguas caminando te alejas.
Al final, te imagino, arriba, entre las nubes,
centro de los arcángeles con extendidas alas;
en macizo de flores azucenas y calas
se abren las estrellas, por donde al cielo subes.
Aunque me ves en casa, jugando sobre el piso
y sonriendo desciendes hacia mí, de improviso.



Miguel Unamuno

Coloquio místico

-- de Miguel Unamuno --

Mantiene con su Dios largos monólogos
en el centro del alma, según dice,
cuidando mucho no se les deslice
la más leve herejía; son teólogos

los dos, según él cree, pero en apólogos
tienen que hablar, y no hay quien los cotice
en su justo valor, y al infelice
con líos de palabras los filólogos



Nicolás Fernández de Moratín

Dorisa en traje magnífico

-- de Nicolás Fernández de Moratín --

¡Qué lazos de oro desordena el viento,
entre garzotas altas y volantes!
¡Qué riqueza oriental y qué cambiantes
de luz que envidia el sacro firmamento!

¡Qué pecho hermoso do el Amor su asiento
puso, y de allí fulmina a los amantes,
absortos al mirar sus elegantes
formas, su delicioso movimiento!

¡Qué vestidura arrastra, de preciado
múrice tinta y recamada en torno
de perlas que produjo el centro frío!

¡Qué extremo de beldad, al mundo dado
para que fuese de él gloria y adorno!
¡Qué heroico y noble pensamiento el mío!



Juan Ramón Jiménez

su sitio fiel

-- de Juan Ramón Jiménez --

Las nubes y los árboles se funden
y el sol les trasparenta su honda paz.
Tan grande es la armonía del abrazo,
que la quiere gozar también el mar,
el mar que está tan lejos, que se acerca,
que ya se oye latir, que huele ya.
El cerco universal se va apretando,
y ya en toda la hora azul no hay más
que la nube, que el árbol, que la ola,
síntesis de la gloria cenital.
El fin está en el centro. Y se ha sentado
aquí, su sitio fiel, la eternidad.
Para eso hemos venido. (Cae todo
lo otro, que era luz provisional.)
Y todos los destinos aquí salen,
aquí entran, aquí suben, aquí están.
Tiene el alma un descanso de caminos
que han llegado a su único final.



Juan Ramón Jiménez

el oasis

-- de Juan Ramón Jiménez --

Verde brillor sobre el oscuro verde.
Nido profundo de hojas y rumor,
donde el pájaro late, el agua vive,
y el hombre y la mujer callan, tapados
(el áureo centro abierto en torno
de la desnudez única)
por el azul redondo de luz sola
en donde está la eternidad.
Pabellón vivo, firme plenitud,
para descanso natural del ansia,
con todo lo que es, fue, puede ser,
abierto en concentrada suma;
abreviatura de edén sur,
fruta un poco mayor (amparo solo
de la desnudez única)
en donde está la eternidad.
Color, jugo, rumor, curva, olor ricos
colman con amplitud caliente y fresca,
total de gloria y de destino,
la entrada casual a un molde inmenso
(encontrado al azar de horas y siglos,
para la desnudez única)
mina libre de luz eterna y sola
en donde está la eternidad.



Juan Ramón Jiménez

el ser uno

-- de Juan Ramón Jiménez --

Que nada me invada de fuera,
que sólo me escuche yo dentro.
Yo dios
de mi pecho.
(Yo todo: poniente y aurora;
amor, amistad, vida y sueño.
Yo solo
universo).
Pasad, no penséis en mi vida,
dejadme sumido y esbelto.
Yo uno
en mi centro.



Federico García Lorca

el poeta pregunta a su amor por la «ciudad encantada» de cuenca

-- de Federico García Lorca --

¿te gustó la ciudad que gota a gota
labró el agua en el centro de los pinos?
¿viste sueños y rostros y caminos
y muros de dolor que el aire azota?
¿viste la grieta azul de luna rota
que el júcar moja de cristal y trinos?
¿han besado tus dedos los espinos
que coronan de amor piedra remota?
¿te acordaste de mí cuando subías
al silencio que sufre la serpiente,
prisonera de grillos y de umbrías?
¿no viste por el aire transparante
una dalia de penas y alegrías
que te mandó mi corazón caliente?
regresar a sonetos del amor oscuro



Francisco de Aldana

¿Cuál es la causa?

-- de Francisco de Aldana --

—¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando
en la lucha de amor juntos, trabados,
con lenguas, brazos, pies y encadenados
cual vid que entre el jazmín se va enredando,

y que el vital aliento ambos tomando
en nuestros labios, de chupar cansados,
en medio a tanto bien somos forzados
llorar y sospirar de cuando en cuando?

—Amor, mi Filis bella, que allá dentro
nuestras almas juntó, quiere en su fragua
los cuerpos ajuntar también, tan fuerte

que no pudiendo, como esponja el agua,
pasar del alma al dulce amado centro,
llora el velo mortal su avara suerte.



Francisco de Aldana

Es tanto el bien

-- de Francisco de Aldana --

Es tanto el bien que derramó en mi seno,
piadoso de mi mal, vuestro cuidado,
que nunca fue tras mal bien tan preciado
como este tal, por mí de bien tan lleno.

Mal que este bien causó jamás ajeno
sea de mí, ni de mí quede apartado,
antes, del cuerpo al alma trasladado,
se reserve de muerte un mal tan bueno.

Mas paréceme ver que el mortal velo,
no consintiendo al mal nuevo aposento,
lo guarda allá en su centro el más profundo;

sea, pues, así: que el cuerpo acá en el suelo
posea su mal, y al postrimero aliento
gócelo el alma y pase a nuevo mundo.



Francisco Villaespesa

yo sé que la esperanza está viva, y que dentro

-- de Francisco Villaespesa --

Yo sé que la esperanza está viva, y que dentro
del corazón su lámpara dulcemente ilumina;
¡mas ya sin entusiasmos y sin fuerzas me encuentro
para arrancarle nuevos tesoros a la mina!...
En el jardín, a veces, de mis recuerdos entro
y encanezco de angustia mirando tanta ruina...
¡Cipreses y naranjos marchitos, y en el centro
una fuente que nunca de sollozar termina!...
Yo sé que lindaraja con sus besos pudiera
dar a mi otoño un nuevo frescor de primavera...
Pero está tan remota, ¡y es tan largo el sendero!...
¡Y me encuentro tan pobre, tan triste y tan rendido,
que a buscarla de nuevo por la vida, prefiero
soñar eternamente que jamás ha existido!...



José Hierro

epitafio para la tumba de un héroe quinta del 42 (1952)

-- de José Hierro --

Se creía dueño del mundo
porque latía en sus sentidos.
Lo aprisionaba con su carne
donde se estrellaban los siglos.
Con su antorcha de juventud
iluminaba los abismos.
Se creía dueño del mundo:
su centro fatal y divino.
Lo pregonaba cada nube,
cada grano de sol o trigo.
Si cerraba los ojos, todo
se apagaba, sin un quejido.
Nada era si él lo borraba
de sus ojos o sus oídos.
Se creía dueño del mundo
porque nunca nadie le dijo
cómo las cosas hieren, baten
a quien las sacó del olvido,
cómo aplastan desde lo eterno
a los soñadores vencidos.
Se creía dueño del mundo
y no era dueño de sí mismo.



José Lezama Lima

la mujer y la casa

-- de José Lezama Lima --

Hervías la leche
y seguías las aromosas costumbres del café.
Recorrías la casa
con una medida sin desperdicios.
Cada minucia un sacramento,
como una ofrenda al peso de la noche.
Todas tus horas están justificadas
al pasar del comedor a la sala,
donde están los retratos
que gustan de tus comentarios.
Fijas la ley de todos los días
y el ave dominical se entreabre
con los colores del fuego
y las espumas del puchero.
Cuando se rompe un vaso,
es tu risa la que tintinea.
El centro de la casa
vuela como el punto en la línea.
En tus pesadillas
llueve interminablemente
sobre la colección de matas
enanas y el flamboyán subterráneo.
Si te atolondraras,
el firmamento roto
en lanzas de mármol,
se echaría sobre nosotros.



José Lezama Lima

sobre un grabado de alquimia china

-- de José Lezama Lima --

Debajo de la mesa

se ven como tres puertas
de pequeños hornos,
donde se ven piedras y varas ardiendo,
por donde asoma el enano
que masca semillas para el sueño.
Encima de la mesa
se ven tres cojines grises y azules,
en dos de ellos hay como figuras geométricas
hechas con huevos irrompibles.
Al lado un jarrón sin ornamento.
Pedazos de leña por el suelo.
Un hombre curvado con una balanza
pesa una cesta de almendras.
La varilla de ébano
alcanza de inmediato el fiel.
El hombre que vende
teme a los tres pequeños hornos
que se esconden debajo de la mesa.
Por allí deben salir
las figuras esperadas
que vendrán cuando el pesador
logre el centro de la canasta.
A su derecha el hombre que contempla
absorto al pesador,
juega con unos pájaros.



José Lezama Lima

una oscura pradera me convida

-- de José Lezama Lima --

Una oscura pradera me convida,
sus manteles estables y ceñidos,
giran en mí, en mi balcón se aduermen.
Dominan su extensión, su indefinida
cúpula de alabastro se recrea.
Sobre las aguas del espejo,
breve la voz en mitad de cien caminos,
mi memoria prepara su sorpresa:
gamo en el cielo, rocío, llamarada.
Sin sentir que me llaman
penetro en la pradera despacioso,
ufano en nuevo laberinto derretido.

Allí se ven, ilustres restos,
cien cabezas, cornetas, mil funciones
abren su cielo, su girasol callando.
Extraña la sorpresa en este cielo,
donde sin querer vuelven pisadas
y suenan las voces en su centro henchido.
Una oscura pradera va pasando.
Entre los dos, viento o fino papel,
el viento, herido viento de esta muerte
mágica, una y despedida.
Un pájaro y otro ya no tiemblan.



José Martí

obra y amor

-- de José Martí --

La obra-delante, y el amor-adentro:
y el amor, remolino avaricioso,
el alma entera arrastra al hondo centro;
la obra perecey el amor celoso,
luego que por su culpa el hombre yerra,
con culpa y sin vigor lo deja en tierra.



Bartolomé de Argensola

Dime, Padre común, pues eres justo

-- de Bartolomé de Argensola --

«Dime, Padre común, pues eres justo,
¿por qué ha de permitir tu providencia,
que, arrastrando prisiones la inocencia,
suba la fraude a tribunal augusto?

»¿Quién da fuerzas al brazo, que robusto
hace a tus leyes firme resistencia,
y que el celo, que más la reverencia,
gima a los pies del vencedor injusto?

»Vemos que vibran vitoriosas palmas
manos inicas, la virtud gimiendo
del triunfo en el injusto regocijo.»

Esto decía yo, cuando, riendo,
celestial ninfa apareció, y me dijo:
«¡Ciego!, ¿es la tierra el centro de las almas?»



Bartolomé de Argensola

Firmio, en tu edad ningún peligro hay leve

-- de Bartolomé de Argensola --

Firmio, en tu edad ningún peligro hay leve;
porque nos hablas ya con voz oscura,
y, aunque dudoso, el bozo a tu blancura
sobre ese labio superior se atreve.

Y en ti, oh, Drusila, de sutil relieve
el pecho sus dos bultos apresura,
y en cada cual, sobre la cumbre pura,
vivo forma un rubí su centro breve.

Sienta vuestra amistad leyes mayores:
que siempre Amor para el primer veneno
busca la inadvertencia más sencilla.

Si astuto el áspid se escondió en lo ameno
de un campo fértil, ¿quién se maravilla
de que pierdan el crédito sus flores?



Carolina Coronado

a una estrella

-- de Carolina Coronado --

Chispa de luz que fija en lo infinito
absorbes mi asombrado pensamiento,
tu origen, tu existencia, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.
Si eres ardiente, inamovible hoguera,
¿dónde el centro descansa de tu lumbre?
si eres globo de luz, ¿cómo en la cumbre
no giras tú de la insondable esfera?
¿por qué la tierra sin descanso rueda?
¿por qué la luna el globo majestoso
mueve, mientras tu carro misterioso
inmóvil, fijo en el espacio queda?
¿es que mi vista de mortal no alcanza
a percibir desde su oscuro asiento
allá en la altura suma el movimiento
de tu carroza que en lo inmenso avanza?
¡ah, sí! que por espíritu movida
la creación sin descanso se sostiene,
y todo en la creación marcado tiene
forma y destino, movimiento y vida.
Tú giras, sí: tus alas soberanas
sulcan el mundo y sus confines tocan...
Mas ¿cómo en tu carrera no se chocan
tus millares sin número de hermanas?
más allá de su límite prescrito
sediento avanza, audaz el pensamiento,
y tu origen, tu vida, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.



Carolina Coronado

en el álbum de una señora que deseaba que se pusiera su nombre dentro de una octava

-- de Carolina Coronado --

Para ponerte, como pides dentro,
sin que te escapes de la floja octava,
es preciso mirar cómo se clava
tu nombre, pepa juana, aquí en el centro:
si por fortuna consonante encuentro
para otro verso que termine en ava,
en esta octava que tu nombre encierra
quedas como debajo de la tierra.



Clemente Althaus

El paso del mar Rojo

-- de Clemente Althaus --

Alza el caudillo de Israel la mano,
tendiendo al mar la portentosa vara,
y obediente a Moisés, el océano
en dos mitades su caudal separa;
y cual paredes de cristal, levanta
a un lado y otro un gigantesco muro,
y por el centro con enjuta planta,
el pueblo de Israel pasa seguro.
El fiero egipcio, que escaparse mira
la presa que ya toca su venganza,
al prodigio cegándole la ira,
en seguimiento de Israel se lanza.
Y cuando el postrimer Israelita
huella con salvo pié la otra ribera,
y ya la hueste de Jehová maldita
el camino del mar ocupa entera,
dócil de nuevo de Moisés al mando,
torna la mar a su nivel primero,
en su profundo seno sepultando
«el carro y el caballo y caballero».



Roberto Juarroz

un caos lúcido

-- de Roberto Juarroz --

Un caos lúcido,
un caos de ventanas abiertas.
Una confusión de vértigos claros
donde la incandescencia se construye
con el movimiento total de la ruptura.
Viajar por las líneas
que se quiebran a cada instante
y rodar como un émbolo sin guía
hacia los núcleos aleatorios
de las cancelaciones primigenias.
Tocar las vértebras sin eje,
los círculos sin centro,
las particiones sin unidad,
los choques sin contacto,
las caídas sin escuadra,
los pensamientos sin quien piense,
los hombres sin más rostro que su dolor.
Y recoger allí la ley de lo casual,
la norma de lo imposible:
cada forma es un borde cortante del caos,
un ángulo perplejo de sus ojos abiertos,
los únicos abiertos.
Porque el caos es la tregua de la nada,
la lucidez sin compromiso,
la intersección aguda
de un espacio sin interés por los objetos
y de un tiempo pensante.



Roberto Juarroz

dividendos del silencio

-- de Roberto Juarroz --

Dividendos del silencio.
¿Qué puede escuchar un oído
cuando se apoya en otro oído?
la ausencia de la palabra
es un largo signo menos
que se desprende de su cifra.
El color es otro modo
de reunir el silencio.
La forma es un espacio distinto
que presiona al otro espacio
como si fuera una cáscara.
Un pájaro retrocede
ante un sol cuadrado y negro
y se para al revés sobre el alambre
donde calla un pensamiento.
Y el pensamiento retrocede a su vez ante el pájaro
como la goma de una honda
que arroja proyectiles de silencio.
Un pez enloquecido
desparrama el corazón del agua
en el centro del hombre
y allí abre el espacio
donde puede nadar
el silencio del pez,
su acrobacia de ausencia.



Roberto Juarroz

voy a alargar caminos de caricia

-- de Roberto Juarroz --

Voy a alargar caminos de caricia,
con algo de dulzura entre los dientes
y un garabato tibio en los cabellos,
para que el poco sueño que aún nos queda
no se nos caiga.
Voy a alumbrar tu rostro mientras duerme
y mirarlo al revés, donde no duerme.
Voy a juntar raíces por el aire,
catálogos de nieves que no caen
y sitios para párpados.
Voy a tomar al hombre por el centro
y tirarlo a rodar, a ver si llega.
Voy a tomarme a mí, ya me he tomado,
para enlazar de nuevo los cristales
con un redondo material sin tiempo.
Voy a cortar las puntas de la vida
como unas uñas demasiado largas.



Roberto Juarroz

un día para ir hasta dios

-- de Roberto Juarroz --

Un día para ir hasta dios
o hasta donde debería estar,
a la vuelta de todas las cosas.
Un día para volver desde dios
o desde donde debería estar,
en la forma de todas las cosas.
Un día para ser dios
o lo que debería ser dios,
en el centro de todas las cosas.
Un día para hablar como dios
o como dios debería hablar,
con la palabra de todas las cosas.
Un día para morir como dios
o como dios debería morir,
con la muerte de todas las cosas.
Un día para no existir como dios
con la crujiente inexistencia de dios,
junto al silencio de todas las cosas.



Rosario Castellanos

la velada del sapo

-- de Rosario Castellanos --

Sentadito en la sombra
-solemne con tu bocio exoftálmico; cruel
(en apariencia, al menos, debido a la hinchazón
de los párpados); frío,
frío de repulsiva sangre fría.

Sentadito en la sombra miras arder la lámpara

en torno de la luz hablamos y quizá
uno dice tu nombre.

(En septiembre. Ha llovido)

como por el resorte de la sorpresa, saltas
y aquí estás ya, en medio de la conversación,
en el centro del grito.

¡Con qué miedo sentimos palpitar
el corazón desnudo
de la noche en el campo!



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Ariiba