Buscar Poemas con Casco


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Se han encontrado 27 poemas con la palabra casco

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Antonio Machado

El casco roído y verdosol

-- de Antonio Machado --

El casco roído y verdoso
del viejo falucho
reposa en la arena...
La vela tronchada parece
que aun sueña en el sol y en el mar.
El mar hierve y canta...
El mar es un sueño sonoro
bajo el sol de abril.
El mar hierve y ríe
con olas azules y espumas de leche y de plata,
el mar hierve y ríe
bajo el cielo azul.
El mar lactescente,
el mar rutilante,
que ríe en sus liras de plata sus risas azules...
¡Hierve y ríe el mar!...
El aire parece que duerme encantado
en la fúlgida niebla de sol blanquecino.
La gaviota palpita en el aire dormido, y al lento
volar soñoliento, se aleja y se pierde en la bruma del sol.

Poema El casco roído y verdosol de Antonio Machado con fondo de libro

Alberti

LOS ÁNGELES MUERTOS

-- de Alberti --

Buscad, buscadlos:
en el insomnio de las cañerías olvidadas,
en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.
No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube,
unos ojos perdidos,
una sortija rota
o una estrella pisoteada.
Porque yo los he visto:
en esos escombros momentáneos que aparecen en las neblinas.
Porque yo los he tocado:
en el destierro de un ladrillo difunto,
venido a la nada desde una torre o un carro.
Nunca más allá de las chimeneas que se derrumban,
ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos.
En todo esto.
Más en esas astillas vagabundas que se consumen sin fuego,
en esas ausencias hundidas que sufren los muebles desvencijados,
no a mucha distancia de los nombres y signos que se enfrían en las paredes.
Buscad, buscadlos:
debajo de la gota de cera que sepulta la palabra de un libro
o la firma de uno de esos rincones de cartas
que trae rodando el polvo.
Cerca del casco perdido de una botella,
de una suela extraviada en la nieve,
de una navaja de afeitar abandonada al borde de un precipicio.

Poema LOS ÁNGELES MUERTOS de Alberti con fondo de libro

Amado Nervo

perlas negras - yo también, cual los héroes medievales

-- de Amado Nervo --

Yo también, cual los héroes medievales
que viven con la vida de la fama,
luché por tres divinos ideales:
¡por mi dios, por mi patria y por mi dama!
hoy que dios ante mí su faz esconde,
que la patria me niega su ternura
de madre, y que a mi acento no responde
la voz angelical de la hermosura,
rendido bajo el peso del destino
esquivando el combate, siempre rudo,
heme puesto a la vera del camino,
resuelto a descansar sobre mi escudo.
Quizá mañana, con afán contrario,
ajustándome el casco y la loriga,
de nuevo iré tras el combate diario,
exclamando: ¡quién me ame que me siga!
...Mas hoy dejadme, aunque a la gloria pese,
dormir en paz sobre mi escudo roto;
dejad qu'en mi redor el ruido cese,
que la brisa noctívaga me bese
y el olvido me de su flor de loto...

Poema perlas negras - yo también, cual los héroes medievales de Amado Nervo con fondo de libro

Amado Nervo

El metro de doce

-- de Amado Nervo --

El metro de doce son cuatro donceles,
donceles latinos de rítmica tropa,
son cuatro hijosdalgo con cuatro corceles;
el metro de doce galopa, galopa...

Eximia cuadriga de casco sonoro
que arranca al guijarro sus chispas de oro,
caballos que en crines de seda se arropan
o al viento las tienden como pabellones,
pegasos fantasmas, los cuatro bridones
galopan, galopan, galopan, galopan...

¡Oh metro potente, doncel soberano
que montas nervioso bridón castellano
cubierto de espumas perladas y blancas,
apura la fiebre del viento en la copa
y luego galopa, galopa, galopa,
llevando el Ensueño prendido a tus ancas!

El metro de doce son cuatro garzones,
garzones latinos de rítmica tropa,
son cuatro hijosdalgo con cuatro bridones,
el metro de doce galopa, galopa...



Manuel del Palacio

Un máscara

-- de Manuel del Palacio --

El martes fué cuando le vi en el Prado,
Llevaba una peluca medio cana,
Un casco de guerrero, una sotana,
Y el Código civil en el costado.

Uno al pasar le dijo: ¡moderado!
De verte sin careta tengo gana;
Y otro añadió: tu empresa será vana,
Que aun conserva las muchas que ha cambiado.

— ¿Quién es, pues, este máscara discreto?
Á un hombre pregunté que le seguia
Con mezcla de ansiedad y de respeto.

— ¿Quién es? De buena gana lo diría;
Pero aquí entre nosotros y en secreto,
Me han nombrado hace un mes de policía.



César Vallejo

aniversario

-- de César Vallejo --

¡cuánto catorce ha habido en la existencia!
¡qué créditos con bruma, en una esquina!
¡qué diamante sintético, el del casco!
¡cuánta más dulcedumbre
a lo largo, más honda superficie:
¡cuánto catorce ha habido en tan poco uno!
¡qué deber,
qué cortar y qué tajo,
de memoria a memoria, en la pestaña!
¡cuanto más amarillo, más granate!
¡cuánto catorce en un solo catorce!
acordeón de la tarde, en esa esquina,
piano de la mañana, aquella tarde;
clarín de carne,
tambor de un solo palo,
guitarra sin cuarta ¡cuánta quinta,
y cuánta reunión de amigos tontos
y qué nido de tigres el tabaco!
¡cuánto catorce ha habido en la existencia!
¿qué te diré ahora,
quince feliz, ajeno, quince de otros?
nada más que no crece ya el cabello,
que han venido por las cartas,
que me brillan los seres que he parido,
que no hay nadie en mi tumba
y que me han confundido con mi llanto.
¡Cuánto catorce ha habido en la existencia!



César Vallejo

un hombre está mirando a una mujer

-- de César Vallejo --

Un hombre está mirando a una mujer,
está mirándola inmediatamente,
con su mal de tierra suntuosa
y la mira a dos manos
y la tumba a dos pechos
y la mueve a dos hombres.
Pregúntome entonces, oprimiéndome
la enorme, blanca, acérrima costilla:
y este hombre
¿no tuvo a un niño por creciente padre?
¿ y esta mujer, a un niño
por constructor de su evidente sexo?
puesto que un niño veo ahora,
niño ciempiés, apasionado, enérgico;
veo que no le ven
sonarse entre los dos, colear, vestirse;
puesto que los acepto,
a ella en condición aumentativa,
a él en la flexión del heno rubio.
Y exclamo entonces, sin cesar ni uno
de vivir, sin volver ni uno
a temblar en la justa que venero:
¡felicidad seguida
tardíamente del padre,
del hijo y de la madre!
¡instante redondo,
familiar, que ya nadie siente ni ama!
¡de qué deslumbramiento áfono, tinto,
se ejecuta el cantar de los cantares!
¡de qué tronco, el florido carpintero!
¡de qué perfecta axila, el frágil remo!
¡de qué casco, ambos cascos delanteros!



Julián del Casal

hércules y las estinfálides

-- de Julián del Casal --

Rosada claridad de luz febea
baña el cielo de arcadia. Entre gigantes
rocas negras de picos fulgurantes,
el dormido estinfalo centellea.
Desde abrupto peñasco que azulea,
hércules, con miradas fulminantes,
el níveo casco de álamos humeantes
y la piel del león de la nemea,
apoya el arco en el robusto pecho,
y las candentes flechas desprendidas
rápidas vuelan a las verdes frondas,
hasta que mira en su viril despecho
caer las estinfálides heridas,
goteando sangre en las plateadas ondas.



Pablo Neruda

soneto lxxvi cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lxxvi
diego rivera con la paciencia del oso
buscaba la esmeralda del bosque en la pintura
o el bermellón, la flor súbita de la sangre
recogía la luz del mundo en tu retrato.
Pintaba el imperioso traje de tu nariz,
la centella de tus pupilas desbocadas,
tus uñas que alimentan la envidia de la luna,
y en tu piel estival, tu boca de sandía.
Te puso dos cabezas de volcán encendidas
por fuego, por amor, por estirpe araucana,
y sobre los dos rostros dorados de la greda
te cubrió con el casco de un incendio bravío
y allí secretamente quedaron enredados
mis ojos en su torre total: tu cabellera.



Pedro Soto de Rojas

Fénix, santelmo en el mar de amor

-- de Pedro Soto de Rojas --

Si lucha con el casco el Euro fuerte,
los deshojados árboles desgaja,
arrebata el timón, las tablas raja,
nada perdona a que su furia acierte.

Teme el piloto la contraria suerte
y el marinero en partes mil trabaja,
porque en mil partes mira la mortaja
que el mar previene a su vecina muerte.

Pero si el Euro de los Celos llega
al instable bajel, mi pensamiento
no sólo en embestir no se acobarda,

mas el piloto Vista el temor niega,
descansa el marinero Entendimiento,
porque el Santelmo Fénix va en su guarda.



Rafael de León

centinela de amor

-- de Rafael de León --

Te puse tras la tapia de mi frente
para tenerte así mejor guardado
y te velé, ¡ay, amor!, diariamente
con bayoneta y casco de soldado.

Te quise tanto, tanto, que la gente
me señalaba igual que a un apestado;
¡pero qué feliz era sobre el puente
de tu amor, oh, mi río desbordado!

un día me dijiste: -no te quiero...
Y mi tapia de vidrios y de acero
a tu voz vino al suelo en un escombro.

La saliva en mi boca se hizo nieve,
y me morí como un jacinto breve
apoyado en la rosa de tu hombro.



Rafael María Baralt

A Cristóbal Colón

-- de Rafael María Baralt --

¿Quién La fiereza insulta de mis olas?
¿Quién del rumbo apartado y de la orilla,
entre cielos y abismos hunde la quilla
de tristes naves, náufragas y solas?

Las banderas triunfantes que enarbolas,
en la mojada arena con mancilla
miedo al mundo serán, no maravilla
y el casco de tus naves española.

Rugiendo el mar clamó; pero sonora
¡Colón! dijo una voz, y al fuerte acento
inclina la cerviz, besa la prora.

Cruje el timón, la lona se hincha al viento
y, Dios guiando, el nauta sin segundo
a los pies de Isabel arroja un mundo.



José Ángel Buesa

el extranjero

-- de José Ángel Buesa --

«mirad: un extranjero...» Yo los reconocía,
siendo niño, en las calles por su no sé que ausente.
Y era una extraña mezcla de susto y de alegría
pensar que eran distintos al resto de la gente.
Después crecí, soñando, sobre los libros viejos;
corrí, de mapa en mapa, frenéticos azares,
y al despertar, a veces, para viajar más lejos,
inventaba a mi antojo más tierras y más mares.
Entonces yo envidiaba, melancólicamente,
a aquellos que se iban de verdad, en navíos
de gordas chimeneas y casco reluciente,
no en viajes ilusorios como los viajes míos.
Y hoy, que quizás es tarde, con los cabellos grises,
emprendo, como tantos, el viaje verdadero;
y escucho que los niños de remotos países
murmuran al mirarme: «mirad: un extranjero...»



Vicente Aleixandre

el olvido

-- de Vicente Aleixandre --

no es tu final como una copa vana
que hay que apurar. Arroja el casco, y muere.
Por eso lentamente levantas en tu mano
un brillo o su mención, y arden tus dedos,
como una nieve súbita.
Está y no estuvo, pero estuvo y calla.
El frío quema y en tus ojos nace
su memoria. Recordar es obsceno,
peor: es triste. Olvidar es morir.



Antonio Machado

A don Miguel de Unamuno

-- de Antonio Machado --

Este donquijotesco
don Miguel de Unamuno, fuerte vasco,
lleva el arnés grotesco
y el irrisorio casco
del buen manchego. Don Miguel camina,
jinete de quimérica montura,
metiendo espuela de oro a su locura,
sin miedo de la lengua que malsina.
A un pueblo de arrieros,
lechuzos y tahúres y logreros
dicta lecciones de caballería.
Y el alma desalmada de su raza,
que bajo el golpe de su férrea maza
aun duerme, puede que despierte un día.
Quiere enseñar el ceño de la duda,
antes de que cabalgue, al caballero;
cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda
cerca del corazón la hoja de acero.
Tiene el aliento de una estirpe fuerte
que soñó más allá de sus hogares,
y que el oro buscó tras de los mares.
El señala la gloria tras la muerte.
Quiere ser fundador y dice: Creo;
Dios y adelante el ánima española...
Y es tan bueno y mejor que fue Loyola:
sabe a Jesús y escupe al fariseo.



Antonio Machado

Al maestro Rubén Darío

-- de Antonio Machado --

Este noble poeta que ha escuchado
los ecos de la tarde y los violines
del otoño en Verlaine, y que ha cortado
las rosas de Ronsard en los jardines
de Francia, hoy, peregrino
de un ultramar de Sol, nos trae el oro
de su verbo divino.
¡Salterios del loor vibran en coro!
La nave bien guarnida,
con fuerte casco y acerada prora,
de viento y luz la blanca vela henchida,
surca, pronta a arribar, la mar sonora;
y yo le grito ¡Salve! a la bandera
flamígera que tiene
esta hermosa galera,
que de una Nueva España a España viene.
1914



Nicolás Guillén

un son para niños antillanos

-- de Nicolás Guillén --

Por el mar de las antillas
anda un barco de papel:
anda y anda el barco barco,
sin timonel.
De la habana a portobelo,
de jamaica a trinidad,
anda y anda el barco barco
sin capitán.
Una negra va en la popa,
va en la proa un español:
anda y anda el barco barco,
con ellos dos.
Pasan islas, islas, islas,
muchas islas, siempre más;
anda y anda el barco barco,
sin descansar.
Un cañón de chocolate
contra el barco disparó,
y un cañón de azúcar, zúcar,
le contestó.
¡Ay, mi barco marinero,
con su casco de papel!
¡ay, mi barco negro y blanco
sin timonel!
allá va la negra negra,
junto junto al español;
anda y anda el barco barco
con ellos dos.



Julio Flórez

a colombia

-- de Julio Flórez --

Golpea el mar el casco del navío
que me aleja de ti, patria adorada.
Es medianoche; el cielo está sombrío;
negra la inmensidad alborotada.
Desde la yerta proa, la mirada
hundo en las grandes sombras del vacío;
mis húmedas pupilas no ven nada.
Qué ardiente el aire; el corazón qué frío.
Y pienso, oh patria, en tu aflicción, y pienso
en que ya no he de verte. Y un gemido
profundo exhalo entre el negror inmenso.
Un marino despierta... Se incorpora...
Aguza en las tinieblas el oído
y oigo que dice a media voz ¿quién llora?
julio flórez



José Eustasio Rivera

atropellados...

-- de José Eustasio Rivera --

Atropellados, por la pampa suelta,
los raudos potros, en febril disputa,
hacen silbar sobre la sorda ruta
los huracanes en su crin revuelta.

Atrás dejando la llanura envuelta
en polvo, alargan la cerviz enjuta,
y a su carrera retumbante y bruta,
cimbran los pindos y la palma esbelta.

Ya cuando cruzan el austral peñasco,
vibra un relincho por las altas rocas;
entonces paran el triunfante casco,

resoplan, roncos, ante el sol violento,
y alzando en grupo las cabezas locas
oyen llegar el retrasado viento.



Abate Marchena

Así cuando el alcázar del Olimpo

-- de Abate Marchena --

Así cuando el alcázar del Olimpo,
el soberbio Mimante y los Titanes,
hórridos hijos de la dura tierra,
escalar intentaron, y de Atlante
el grave Pelïón agobió el hombro;
cuando cien lanzas blandeó Briareo,
de Encélado la mano poderosa,
arranca sierras y montañas lanza
contra el sagrado cielo, y ni el tremendo
rayo que Jove por los aires vibra
no le amedrenta, ni el feroz bramido
del Noto por Eolo desatado,
ni las olas que heridas del tridente
de Neptuno las tierras anegaban;
no el reluciente casco de Mavorte,
no le asustan de Apolo las saetas;
de Apolo que a la sierpe en otro tiempo
traspasó el cuerpo duro con mil flechas,
y en angustia rabiosa exhaló el alma
en negra podre y en veneno envuelta.
Tres veces tiembla la morada augusta
de las deidades: Venus y las Gracias
a lo último del cielo huyen medrosas;
las otras diosas siguen: los amores
se acogen a sus brazos, o en sus senos
se esconden, temerosos del peligro.



José Martí

académica

-- de José Martí --

Académica
ven, mi caballo, a que te encinche: quieren
que no con garbo natural el coso
al sabio impulso corras de la vida,
sino que el paso de la pista aprendas,
y la lengua del látigo, y sumiso
des a la silla el arrogante lomo:
ven, mi caballo: dicen que en el pecho
lo que es cierto, no es cierto: que las estrofas
igneas que en lo hondo de las almas nacen,
como penacho de fontana pura
que el blando manto de la tierra rompe
y en gotas mil arreboladas cuelga,
no han de cantarse, no, sino las pautas
que en moldecillo azucarado y hueco
encasacados dómines dibujan:
y gritan «¡al bribón!» ¡cuando a las puertas
del templo augusto un hombre libre asoma!
ven, mi caballo, con tu casco limpio
a yerba nueva y flor de llano oliente,
cinchas estruja, lanza sobre un tronco
seco y piadoso, donde el sol la avive
del repintado dómine la chupa,
de hojas de antaño y de romanas rosas
orlada, y deslucidas joyas griegas,
y al sol del alba en que la tierra rompe
echa arrogante por el orbe nuevo.



José Martí

sólo el afán...

-- de José Martí --

Sólo el afán...
Sólo el afán de un náufrago podría,
compararse a mi afán:
lejos el cielo y hondo el mar;
a un alma sin amor, que en el tumulto
de rostro en rostro, por su tarda amante
en vano inquiere, y lívida jadea:
¡yo sé, madres sin hijos, la tortura
de vuestro corazón! ¡yo sé del triste
sediento, y del hambriento, y del que lleva
un muerto en las entrañas! asgo el aire,
suplico en alta voz, desesperado
gimo, a la sorda sombra pido un beso:
de mí no sé. Me olvido. Me recoge
la desesperación: y entre los brazos
del hambre, a tanto el plato, me despierto!
yo sé que de las rosas
holladas al morir brota un gemido:
yo he visto el alma pálida que surge
de la yerba que troncha el casco duro
cual lágrima con alas: yo padezco
de aquel dolor del agua cristalina
que el sol ardiente desdeñoso seca.
Sé de mis náuseas mortales y el deseo
de vaciar de una vez el pecho ansioso,
como en la mesa el bebedor cansado
vuelca la copa del inútil vino.



José Martí

de mi desdicha espantosa

-- de José Martí --

xxxiii
de mi desdicha espantosa
siento, oh estrellas, que muero:
yo quiero vivir, yo quiero
ver a una mujer hermosa.
El cabello, como un casco,
le corona el rostro bello:
brilla su negro cabello
como un sable de damasco.
¿Aquélla?... Pues pon la hiel
del mundo entero en un haz,
y tállala en cuerpo, y ¡haz
un alma entera de hiel!
¿esta?... Pues esta infeliz
lleva escarpines rosados,
y los labios colorados,
y la cara de barniz.
El alma lúgubre grita:
«¡mujer, maldita mujer!»
¡no sé yo quién pueda ser
entre las dos la maldita!



Ramón María del Valle Inclán

rosa de saulo

-- de Ramón María del Valle Inclán --

Fue mi grito de amor brama guerrera,
fue de heracles mi furia redentora.
¡Sobre los hombros pieles de pantera!
¡sobre la frente rosas de la aurora!

amé el gladio y el salto cuando era
en el comienzo de la vida.
Ahora el délfico laurel de mi cimera
bajo la tempestad se dobla y llora.

En mi frente era luz el áureo casco
helénico. Al vencido prometeo
fui a dar la libertad sobre el peñasco,

y alzando sus cadenas por trofeo
vi a cristo en el camino de damasco.
¡Ego credebam et laudavi deo!



Ricardo Güiraldes

Luna (Güiraldes)

-- de Ricardo Güiraldes --

Luna que haces ulular a los perros y los poetas.

Faro de tiza

astro en camisa.

Disco, casco y guadaña, colgada al hombro de la noche, representante de muerte.

Impotente

intermitente.

Parásito luminoso del sol, chinchorro giratorio de nuestra barca sideral.

Ronda vejiga

pálida miga.

Surtidora de falsas purezas. Frígido ovillo.

Pulcro botón de calzoncillo.

Nadie te teme; todos te quieren. Inofensivo bollo de harina sin importancia.

Blanca jactancia.

Sudario de azoteas. Velador de noctámbulos.

Orgullo hinchado

de trasnochado.

Luna, muerte, maleficio

gorda madama del precipicio.

Ojalá se ahogue dentro de un charco,

tu ojo zarco.

Ángel caído en frialdad, per-in-eternum.

Mundo maldito,

me importa un pito.

Buenos Aires, 1916.



Rubén Darío

Caupolicán

-- de Rubén Darío --

A Enrique Hernández Miyares

Es algo formidable que vio la vieja raza:

robusto tronco de árbol al hombro de un campeón

salvaje y aguerrido, cuya fornida maza

blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.

Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,

pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,

lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,

desjarretar un toro, o estrangular un león.

Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,

le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,

y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.

"¡El Toqui, el Toqui!", clama la conmovida casta.

Anduvo, anduvo, anduvo. La Aurora dijo: "Basta",

e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.

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Rubén Darío

Pórtico

-- de Rubén Darío --

IBRE la frente que el casco rehusa,
Casi desnuda en la gloria del día,
Alza su tirso de rosas la musa
Bajo el gran sol de la eterna Harmonía.

Es Floreal, eres tú, Primavera,
Quien la sandalia calzó a su pie breve;
Ella, de tristes nostalgias muriera
En el país de los cisnes de nieve.



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Ariiba