Buscar Poemas con Caminar


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Se han encontrado 38 poemas con la palabra caminar

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Meira Delmar

coplas del amor triste

-- de Meira Delmar --

No las vi, si las hubo,
señales que me advirtieran
que el amor tuyo no era
para mí.
Por eso andando seguí
llamada por tu mirada
que el corazón me encendía,
y cuando llegar creí
al anillo de tus brazos,
rompiste todos los lazos
y en el olvido caí.
Morir puede ser, a veces,
el instante en que sabemos
que nunca más volveremos
a encontrar
los ojos que nos amaron,
las voces que nos nombraron
al pasar.
Después se sigue viviendo,
si es que se puede llamar
vivir, a dejarse ir,
no importa cómo ni cuándo,
simplemente desandando
recuerdos hasta partir.
Caminar, para encontrarte,
fue tan sólo caminar.
Pero el regreso dejarte
fue comenzar a arrastrar
el paso cual bestia herida
que no entiende que la vida
se le está yendo al andar.
!--Img

Poema coplas del amor triste de Meira Delmar con fondo de libro

Nicolás Guillén

soldado, aprende a tirar

-- de Nicolás Guillén --

Soldado, aprende a tirar:
tú no me vayas a herir,
que hay mucho que caminar.
¡Desde abajo has de tirar,
si no me quieres herir!
abajo estoy yo contigo,
soldado amigo.
Abajo, codo con codo,
sobre el lodo.
Para abajo, no,
que allí estoy yo.
Soldado, aprende a tirar:
tú no me vayas a herir,
que hay mucho que caminar.

Poema soldado, aprende a tirar de Nicolás Guillén con fondo de libro

Federico García Lorca

tarde

-- de Federico García Lorca --

Noviembre de 1919
tarde lluviosa en gris cansado,
y sigue el caminar.
Los árboles marchitos.
Mi cuarto, solitario.
Y los retratos viejos
y el libro sin cortar...
Chorrea la tristeza por los muebles
y por mi alma. Quizá,
no tenga para mí naturaleza
el pecho de cristal.
Y me duele la carne del corazón
y la carne del alma. Y al hablar,
se quedan mis palabras en el aire
como corchos sobre agua.
Sólo por tus ojos
sufro yo este mal,
tristezas de antaño
y las que vendrán.
Tarde lluviosa en gris cansado,
y sigue el caminar.

Poema tarde de Federico García Lorca con fondo de libro

Federico García Lorca

Tarde (Lorca)

-- de Federico García Lorca --

Tarde lluviosa en gris cansado,
y sigue el caminar.
Los árboles marchitos.
Mi cuarto, solitario.
Y los retratos viejos
y el libro sin cortar...

Chorrea la tristeza por los muebles
y por mi alma. Quizá,
no tenga para mí Naturaleza
el pecho de cristal.

Y me duele la carne del corazón
y la carne del alma. Y al hablar,
se quedan mis palabras en el aire
como corchos sobre agua.

Sólo por tus ojos
sufro yo este mal,
tristezas de antaño
y las que vendrán.

Tarde lluviosa en gris cansado,
y sigue el caminar.



Alfonsina Storni

Círculos sin centro

-- de Alfonsina Storni --

Esponja del cielo,
carne verde del mar,
por tus carreteras húmedas
hube de andar.

Hacia adelante se partían
los caminos para no caminar;
a los costados se abrían
las carreteras para navegar
y hacia atrás se dirigían
las rutas para desandar.

Largas noches y días
una proa te cortó sin parar
y tu centro no cambiaba nunca,
círculo verde del mar.



Amado Nervo

y el buda de basalto sonreía

-- de Amado Nervo --

Aquella tarde, en la alameda, loca
de amor, la dulce idolatrada mía
me ofreció la eglantina de su boca.
Y el buda de basalto sonreía...
Otro vino después, y sus hechizos
me robó; dile cita, y en la umbría
nos trocamos epístolas y rizos.
Y el buda de basalto sonreía...
Hoy hace un año del amor perdido.
Al sitio vuelvo y, como estoy rendido
tras largo caminar, trepo a lo alto
del zócalo en que el símbolo reposa.
Derrotado y sangriento muere el día,
y en los brazos del buda de basalto
me sorprende la luna misteriosa.
Y el buda de basalto sonreía...



Lope de Vega

Si es tanta gloria estar a los umbrales

-- de Lope de Vega --

Si es tanta gloria estar a los umbrales
de tu puerta, mi Dios, el estar dentro
¿cómo será, pues en tan alto centro
se deben gozar las celestiales
Yo estoy entre los términos mortales
con tanto bien, que me parece que entro,
sino que al cuerpo en el camino encuentro
cargado de estorbos desiguales.
Miro por los resquicios los dichosos
que caminan a Ti perdido el miedo
a los trances del mundo peligrosos.
Y como caminar tanto no puedo,
baño en llanto mis ojos envidiosos
de ver que van delante y yo me quedo.



Jorge Luis Borges

barrio recuperado

-- de Jorge Luis Borges --

Nadie vio la hermosura de las calles
hasta que pavoroso en clamor
se derrumbó el cielo verdoso
en abatimiento de agua y de sombra.
El temporal fue unánime
y aborrecible a las miradas fue el mundo,
pero cuando un arco bendijo
con los colores del perdón la tarde,
y un olor a tierra mojada
alentó los jardines,
nos echamos a caminar por las calles
como por una recuperada heredad,
y en los cristales hubo generosidades de sol
y en las hojas lucientes
dijo su trémula inmortalidad el estío.



Jorge Luis Borges

barrio reconquistado

-- de Jorge Luis Borges --

Nadie percibió la belleza
de los habituales caminos
hasta que pavoroso en clamor
y dolorido en contorsión de mártir,
se derrumbó el complejo cielo verdoso,
en desaforado abatimiento de agua y de sombra
el temporal unánime
golpeó la humillación de las casas
y aborrecible fue a las miradas el mundo,
pero cuando un arco benigno
alumbró con sus colores el cielo
y un olor a tierra mojada
alentó los jardines,
nos echamos a caminar por las calles
como por una recuperada heredad,
y en los cristales hubo generosidades de sol
y en las hojas lucientes que ilustran la arboleda
dijo su trémula inmortalidad el estío.



César Vallejo

Trilce: XIV

-- de César Vallejo --

Cual mi explicación.
Esto me lacera de tempranía.
Esa manera de caminar por los trapecios.
Esos corajosos brutos como postizos.
Esa goma que pega el azogue al adentro.
Esas posaderas sentadas para arriba.
Ese no puede ser, sido.
Absurdo.
Demencia.
Pero he venido de Trujillo a Lima.
Pero gano un sueldo de cinco soles.



César Vallejo

Trilce: XV

-- de César Vallejo --

En el rincón aquel, donde dormimos juntos
tantas noches, ahora me he sentado
a caminar. La cuja de los novios difuntos
fue sacada, o talvez qué habrá pasado.

Has venido temprano a otros asuntos,
y ya no estás. Es el rincón
donde a tu lado, leí una noche,
entre tus tiernos puntos,
un cuento de Daudet. Es el rincón
amado. No lo equivoques.

Me he puesto a recordar los días
de verano idos, tu entrar y salir,
poca y harta y pálida por los cuartos.

En esta noche pluviosa,
ya lejos de ambos dos, salto de pronto...
Son dos puertas abriéndose cerrándose,
dos puertas que al viento van y vienen
sombra a sombra.



César Vallejo

en el rincón aquel, donde dormimos juntos

-- de César Vallejo --

xv
en el rincón aquel, donde dormimos juntos
tantas noches, ahora me he sentado
a caminar. La cuja de los novios difuntos
fue sacada, o talvez qué habrá pasado.
Has venido temprano a otros asuntos,
y ya no estás. Es el rincón
donde a tu lado, leí una noche,
entre tus tiernos puntos,
un cuento de daudet. Es el rincón
amado. No lo equivoques.
Me he puesto a recordar los días
de verano idos, tu entrar y salir,
poca y harta y pálida por los cuartos.
En esta noche pluviosa,
ya lejos de ambos dos, salto de pronto...
Son dos puertas abriéndose cerrándose,
dos puertas que al viento van y vienen
sombra a sombra.



César Vallejo

cual mi explicación

-- de César Vallejo --

xiv
cual mi explicación.
Esto me lacera de tempranía.
Esa manera de caminar por los trapecios.
Esos corajosos brutos como postizos.
Esa goma que pega el azogue al adentro.
Esas posaderas sentadas para arriba.
Ese no puede ser, sido.
Absurdo.
Demencia.
Pero he venido de trujillo a lima.
Pero gano un sueldo de cinco soles.



Oliverio Girondo

paisaje bretón

-- de Oliverio Girondo --

Douarnenez,
en un golpe de cubilete,
empantana
entre sus casas corrió dados,
un pedazo de mar,
con un olor a sexo que desmaya.
¡Barcas heridas, en seco, con las alas plegadas!
¡tabernas que cantan con una voz de orangután!
sobre los muelles,
mercurizados por la pesca,
marineros que se agarran de los brazos
para aprender a caminar,
y van a estrellarse
con un envión de ola
en las paredes;
mujeres salobres,
enyodadas,
de ojos acuáticos, de cabelleras de alga,
que repasan las redes colgadas de los techos
como velos nupciales.
El campanario de la iglesia,
es un escamoteo de prestidigitación,
saca de su campana
una bandada de palomas.
Mientras las viejecitas,
con sus gorritos de dormir,
entran a la nave
para emborracharse de oraciones,
y para que el silencio
deje de roer por un instante
las narices de piedra de los santos.



Pablo Neruda

el amor del soldado

-- de Pablo Neruda --

El amor del soldado
en plena guerra te llevó la vida
a ser el amor del soldado.
Con tu pobre vestido de seda,
tus uñas de piedra falsa,
te tocó caminar por el fuego.
Ven acá, vagabunda,
ven a beber sobre mi pecho
rojo rocío.
No querías saber dónde andabas,
eras la compañera de baile,
no tenías partido ni patria.
Y ahora a mi lado caminando
ves que conmigo va la vida
y que detrás está la muerte.
Ya no puedes volver a bailar
con tu traje de seda en la sala.
Te vas a romper los zapatos,
pero vas a crecer en la marcha.
Tienes que andar sobre las espinas
dejando gotitas de sangre.
Bésame de nuevo, querida.
Limpia ese fusil, camarada.



José María Eguren

los muertos

-- de José María Eguren --

Los nevados muertos,
bajo triste cielo,
van por la avenida
doliente que nunca termina.

Van con mustias formas
entre las auras silenciosas,
y de la muerte dan el frío
a sauces y lirios.

Lentos brillan blancos
por el camino desolado.
Y añoran las fiestas del día
y los amores de la vida.

Al caminar los muertos una
esperanza buscan:
y miran sólo la guadaña,
la triste sombra ensimismada.

En yerma noche de las brumas
y en el penar y la pavura,
van los lejanos caminantes
por la avenida interminable.



Gutierre de Cetina

al príncipe de ascoli V

-- de Gutierre de Cetina --

Este andar y tornar, ir y volverte,
lavinio, el caminar y no mudarte,
este incierto partir y no apartarte,
y el irte a despedir y detenerte,
tengo miedo, pastor, que han de encenderte,
como a la mariposa, aquella parte
de libertad que amor quiso dejarte
sana por descuidarte y ofenderte.
Lo mejor del nadar es no ahogarse,
jugar y no perder es buen aviso,
si lo puede excusar quien pisa abrojos.
Mas ¿quién podrá, quién bastará a guardarse
de la hermosa vuelta de unos ojos,
de una boca que os muestra un paraíso?



Salvador Rueda

coplas 15

-- de Salvador Rueda --

Corren al mar dos arroyos,
y en el camino se juntan
para no caminar solos.



Vicente Gallego

oración pagana

-- de Vicente Gallego --

Sopla recio a mi espalda,
viento oscuro y tenaz del desarraigo,
confúndeme los pasos y sitúa mi norte
donde no halle el amparo de esta mansa morada.
Quiero arder en la noche como un fuego sin dueño
mientras la noche dure,
y que el santo egoísmo
de quien busca el placer y renuncia al soborno
con que compra el resguardo voluntades
me atraviese de espinas por pretender la rosa.
Yo le entrego al diablo cuanto tengo por mío,
y que él lo malvenda,
y sólo pido a cambio caminar a su lado.
De la paz pusilánime que en el orden anida
no mendigo limosna: que el desconcierto traiga
su cizaña a la casa que mis manos levanten.
Porque sólo en el roto corazón de lo turbio
he encontrado la luz verdadera del fuego,
que las sombras me lleven,
y yo lleve conmigo, cuando sea la hora,
la clara vecindad de la tiniebla ardida
de mi noche a la noche.



Antonio Machado

Acaso

-- de Antonio Machado --

Como atento no más a mi quimera
no reparaba en torno mío, un día
me sorprendió la fértil primavera
que en todo el ancho campo sonreía.
Brotaban verdes hojas
de las hinchadas yemas del ramaje,
y flores amarillas, blancas, rojas,
alegraban la mancha del paisaje.
Y era una lluvia de saetas de oro
el sol sobre las frondas juveniles;
del amplio río en el caudal sonoro
se miraban los álamos gentiles.
—Tras de tanto camino es la primera
vez que miro brotar la primavera—,
dije, y después, declamatoriamente:
—¡Cuán tarde ya para la dicha mía!—
Y luego, al caminar, como quien siente
alas de otra ilusión: —Y todavía
¡yo alcanzaré mi juventud un día!



Antonio Machado

Caminos

-- de Antonio Machado --

De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.
El río va corriendo,
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza.
Tienen las vides pámpanos dorados
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluce y espejea.
Lejos, los montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal; descansan
las rudas moles de su ser de piedra
en esta tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violeta.
El viento ha sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está subiendo
amoratada, jadeante y llena.
Los caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra.
Caminos de los campos...
¡Ay, ya no puedo caminar con ella!



Antonio Machado

Desnuda está la tierra

-- de Antonio Machado --

Desnuda está la tierra,
y el alma aúlla al horizonte pálido
como loba famélica. ¿Qué buscas,
poeta, en el ocaso?
¡Amargo caminar, porque el camino
pesa en el corazón! ¡El viento helado,
y la noche que llega, y la amargura
de la distancia!... En el camino blanco
algunos yertos árboles negrean;
en los montes lejanos
hay oro y sangre... El sol murió... ¿Qué buscas,
poeta, en el ocaso?



Antonio Machado

Renacimiento

-- de Antonio Machado --

Galerías del alma... ¡El alma niña!
Su clara luz risueña;
y la pequeña historia,
y la alegría de la vida nueva...
¡Ah, volver a nacer, y andar camino,
ya recobrada la perdida senda!
Y volver a sentir en nuestra mano,
aquel latido de la mano buena
de nuestra madre... Y caminar en sueños
por amor de la mano que nos lleva.
*
En nuestras almas todo
por misteriosa mano se gobierna.
Incomprensibles, mudas,
nada sabemos de las almas nuestras.
Las más hondas palabras
del sabio nos enseñan,
lo que el silbar del viento cuando sopla,
o el sonar de las aguas cuando ruedan.



Antonio Machado

Siesta

-- de Antonio Machado --

Mientras traza su curva el pez de fuego,
junto al ciprés, bajo el supremo añil,
y vuela en blanca piedra el niño ciego,
y en el olmo la copla de marfil
de la verde cigarra late y suena,
honremos al Señor
-la negra estampa de su mano buena-
que ha dictado el silencio en el clamor.
Al dios de la distancia y de la ausencia,
del áncora en el mar, la plena mar...
Él nos libra del mundo –omnipresencia-,
nos abre la senda para caminar.
Con la copa de sombra bien colmada,
con este nunca lleno corazón,
honremos al Señor que hizo la Nada
y ha esculpido en la fe nuestra razón.



Antonio Machado

Y estas palabras inconexas

-- de Antonio Machado --

¡Oh, sola gracia de la amarga tierra,
rosal de aroma, fuente del camino!
Auras... ¡Amor! Bien haya primavera;
bien haya abril florido,
y el solo amado enjambre de mis sueños,
que labra miel al corazón sombrío.
Y en una triste noche me aguijaba
la pavorosa espuela de mis pasos...
Sentirse caminar sobre la tierra
cosa es que lleva al corazón espanto.
Y es que la tierra ha muerto... Está en la luna
el alma de la tierra
y en los luceros claros.



Anónimo

Yo me adamé una amiga...

-- de Anónimo --

Yo me adamé una amiga
dentro de mi corazón,
Catalina había por nombre,
no la puedo olvidar, no.
Rogóme que la llevase
a las tierras de Aragón.
-Catalina, sois muchacha,
no podréis caminar, no.
-Tanto andaré, el caballero,
tanto andaré como vos;
si lo dejáis por dineros,
llevaré para los dos:
ducados para Castilla,
florines para Aragón.
Ellos en aquesto estando,
la justicia que llegó.



Marilina Rébora

la hormiga

-- de Marilina Rébora --

La hormiga
sin saber que es domingo, ruidoso día de fiesta,
va llevando su carga la minúscula hormiga:
el trozo de una hoja en perfilada cresta
columpiase oscilante sin impedir que siga.
Apenas se apresura, que caminar le cuesta,
y se esfuerza consciente pues el deber la obliga,
prosiguiendo el sendero, pese a tal lastre, enhiesta,
pero sin detenerse ni demostrar fatiga.
¿Cómo sigue su rumbo el portentoso insecto,
conociendo infalible la dirección que toma?
¿qué indicios lo conducen por previsto trayecto
y alcanzar sin perderse el lugar donde vive?
¿será acaso la brisa? ¿o tal vez el aroma?
¿quizá la propia tierra por su altura o declive?
¿cuál será la conciencia de un obrar tan perfecto?



Medardo Ángel Silva

En el umbral de la noche

-- de Medardo Ángel Silva --

Infinito deseo de alas,
continuas nostalgias de vuelo:
corazón mío que te exhalas
como grano de mirra al cielo.

Beso, rosa, mujer y lira:
ya sé la vanidad de todo;
sé de la sierpe que conspira
contra la estrella, desde el lodo;

de la penumbra en que su flecha
aguza deidad vengativa;
del ojo del caos que acecha
nuestra miseria fugitiva.

¡Oh, la ternura permanente
de caminar, ciego, en la sombra,
y el temor de ver de repente
la faz de la que no se nombra!

Aquella angustia deliciosa
de esperar —sin hora ni día—
a la Emperatriz Silenciosa
que viene en la barca sombría.

¡Pues la fatal Guadañadora
tan recatada y dulce llega,
que no se ve la Segadora,
sino la siega!...

Feliz quien hizo, sin saber,
la mísera ofrenda mortal:
pues no tuvo que conocer
la espantosa angustia final.

¡Bienaventurado el infante
de clara pupila serena,
que miró la vida un instante...
Y se retiró de la escena!

¡No conocieron la tortura
de temer lo que ha de llegar,
este dolor, esta amargura
de esperar siempre, de esperar!



Meira Delmar

dejo este amor aquí

-- de Meira Delmar --

Dejo este amor aquí
para que el viento
lo deshaga y lo lleve
a caminar la tierra.
No quiero
su daga sobre mi pecho,
ni su lenta
ceñidura de espinas en la frente
de mis sueños.
Que lo mire mis ojos
vuelto nube,
aire de abril,
sombra de golondrina
en los espejos frágiles
del mar...
Trémula lluvia
repetida sin fin sobre los árboles.
Tal vez un día, tú,
que no supiste
retener en las manos
su júbilo perfecto,
conocerás su rostro en un perfume,
o en la súbita muerte de una rosa.



Meira Delmar

este amor

-- de Meira Delmar --

Como ir casi juntos
pero no juntos,
como
caminar paso a paso
y entre los dos un muro
de cristal,
como el viento
del sur que si se nombra
¡viento del sur! parece
que se va con su nombre,
este amor.
Como el río que une
con sus manos de agua
las orillas que aparta
con sus manos de agua,
como el tiempo también,
como la vida,
que nos huyen viviéndonos,
dejándonos
cada vez menos nuestros
y más suyos,
este amor.
Como decir mañana
y estar pensando nunca,
como saber que vamos
hacia ninguna parte
y sin embargo nada
podría detenernos,
como la mansedumbre
del mar, que es el anverso
de ocultas tempestades,
este amor.
Este
desesperado amor.
!--Img



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 58

-- de Francisco de Quevedo --

Tras arder siempre, nunca consumirme;
y tras siempre llorar, nunca acabarme;
tras tanto caminar, nunca cansarme;
y tras siempre vivir, jamás morirme;
después de tanto mal, no arrepentirme;
tras tanto engaño, no desengañarme;
después de tantas penas, no alegrarme;
y tras tanto dolor, nunca reírme;
en tantos laberintos, no perderme,
ni haber, tras tanto olvido, recordado,
¿qué fin alegre puede prometerme?
antes muerto estaré que escarmentado:
ya no pienso tratar de defenderme,
sino de ser de veras desdichado.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 79

-- de Francisco de Quevedo --

A maldecir el pueblo, en un jumento,
parte balán profeta, acelerado;
que a maldecir cualquiera va alentado:
tal es el natural nuestro violento.
Dios, que mira del pueblo el detrimento,
rey en guardar su pueblo desvelado,
clemente, opone a su camino, armado
de su milicia, espléndido portento.
Obedece el jumento, no el profeta;
y cuando mereció premio y regalo,
más obstinado a caminar le aprieta.
Teme la asnilla al ángel, sufre el palo:
y halló el cielo obediencia más perfecta
en mala bestia que en ministro malo.



Francisco de Quevedo

descuido del divertido vivir

-- de Francisco de Quevedo --

Vivir es caminar breve jornada,
y muerte viva es, lico, nuestra vida,
ayer al frágil cuerpo amanecida,
cada instante en el cuerpo sepultada.
Nada que, siendo, es poco, y será nada
en poco tiempo, que ambiciosa olvida;
pues, de la vanidad mal persuadida,
anhela duración, tierra animada.
Llevada de engañoso pensamiento
y de esperanza burladora y ciega,
tropezará en el mismo monumento.
Como el que, divertido, el mar navega,
y, sin moverse, vuela con el viento,
y antes que piense en acercarse, llega.



Carlos Pellicer

recinto III

-- de Carlos Pellicer --

xiv
cuando mis fuertes brazos te reciban,
las voces de la ausencia, dulcemente
contarán nuestros ocios dos caminos
sin nadie, con los dos el nunca y siempre.
Y la pareja de palabras lía
a profunda unidad. Y tanta cifra
se reduce a la orilla del encuentro
con azoro de ser la poesía.
Ya no sé caminar sino hacia ti.
La rosa de caminos de tu ausencia
alerta en mí el aroma del retorno
y la palabra oculta de su ciencia.
Oigo mi nombre en ti, soy tu presencia.



Carlos Pellicer

recinto VIII

-- de Carlos Pellicer --

xii
en el silencio de la casa, tú,
y en mi voz la presencia de tu nombre
besado entre la nube de la ausencia
manzana aérea de las soledades.
Todo a puertas cerradas, la quietud
de esperarte es vanguardia de heroísmo,
vigilando el ejército de abrazos
y el gran plan de la dicha.
Ya no sé caminar sino hacia ti,
por el camino suave de mirarte
poner los labios junto a mis preguntas
sencilla, eterna flor de preguntarte
y escucharte así en mí ¡y a sangre y fuego
rechazar, luminoso, las penumbras...!
Manzana aérea de las soledades,
bocado silencioso de la ausencia,
palabra en viaje, ropa del invierno
que hará la desnudez de las praderas.
Tú en el silencio de la casa. Yo
en tus labios de ausencia, aquí tan cerca
que entre los dos la ronda de palabras
se funde en la mejor que da el poema.



Carlos Pellicer

recinto XI

-- de Carlos Pellicer --

xiii
tu amor es el erario inagotable
que costea el país de los poemas.
Viajes a la garganta de los pájaros,
claridad, y castillos en el aire.
Fiel a jurarse en sí, la ausencia espía
mi pena de horizonte y de ventana.
Regresan por los montes de mañana
las voces claras de tu lejanía.
Hoy te mando mi voz. El mudo espacio
escultóricamente se arrincona.
Sólo en los ojos queda sangre. Ciñe
la casa una cadena de palomas.
Ya no sé caminar sino hacia ti.
Tu ausencia da a mi pie pausas veloces.
Y el pie de nube extiende la extensión
toda oído de piedra y toda voces.



Carlos Pellicer

recinto XIV

-- de Carlos Pellicer --

v
si junto a ti las horas se apresuran
a quedarse en nosotros para siempre,
hoy que tu dulce ausencia me encarcela,
la dispersión del tiempo en mis talones
y en mis oídos y en mis ojos siento.
Ya no sé caminar sino hacia ti,
ni escuchar otra voz que aquella noble
voz que del vaho borde de la dicha
vuela para decirme las palabras
que azogaron el agua del poema.
¡Decir tu nombre entre palabras vivas
sin que nadie lo escuche!
y escucharlo yo solo desde el fino
silencio del papel, en la penumbra
que va dejando el lápiz, en las últimas
presencias silenciosas del poema.



Roque Dalton García

referencia de pasos

-- de Roque Dalton García --

Se me murió el ayer de parto
y lo velo cantando
como a una guitarra sola
a quien se le quebrara la sonrisa circular y la música,
solo,
sin desbocados animales interiores,
hueso en actividad,
reciente hueso,
hacía como que caminaba entre los hombres casado con mi madre,
pueblerino feliz, poblado de olas.
Ah, estúpida frontera,
municipal y en paz con los estómagos:
cómo tenía que morderme los retratos
para poder reírme hasta de mí
con todo y tus pesares, tus costosísimos harapos,
la franca suciedad que te conoces!
cómo tenía sola y atrozmente
que bajarme los pasos de los hombros
y caminar!



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Ariiba