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Se han encontrado 90 poemas con la palabra bello

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Alejandro Tapia y Rivera

Un rayo del cielo

-- de Alejandro Tapia y Rivera --

Tus ojos me miraron
y en bello oriente,
un astro me mostraron
resplandeciente.
Pagó tu labio bello
mi amor sumiso,
y el astro fue destello
del paraíso.
Más en vano encendiste
mi grato anhelo,
y a la tierra trajiste
la luz del cielo,
si en breve has apagado
mi sol querido
y en sombras me ha dejado
tu yerto olvido.

Poema Un rayo del cielo de Alejandro Tapia y Rivera con fondo de libro

Góngora

De pura honestidad templo sagrado

-- de Góngora --

De pura honestidad templo sagrado,
cuyo bello cimiento y gentil muro
de blanco nácar y alabastro duro
fue por divina mano fabricado;

pequeña puerta de coral preciado,
claras lumbreras de mirar seguro
que a la esmeralda fina el verde puro
habéis para viriles usurpado;

soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
al claro sol, en cuanto en torno gira,
ornan de luz, coronan de belleza;

ídolo bello, a quien humilde adoro,
oye piadoso al que por ti suspira,
tus himnos canta, y tus virtudes reza.

Poema De pura honestidad templo sagrado de Góngora con fondo de libro

Federico García Lorca

Arbolé Arbolé

-- de Federico García Lorca --

Arbolé, arbolé
seco y verdé.

La niña del bello rostro
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
Pasaron cuatro jinetes
sobre jacas andaluzas
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
«Vente a Córdoba, muchacha».
La niña no los escucha.
Pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espadas de plata antigua.
«Vente a Sevilla, muchacha».
La niña no los escucha.
Cuando la tarde se puso
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
«Vente a Granada, muchacha».
Y la niña no lo escucha.
La niña del bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura.

Arbolé arbolé
seco y verdé.

Poema Arbolé Arbolé de Federico García Lorca con fondo de libro

Fernando de Herrera

Mi bello sol, si voy de vos ausente

-- de Fernando de Herrera --

Mi bello sol, si voy de vos ausente
a parte extraña, do el dolor me ofende,
y el fuego, que mi alma presa enciende,
en dulce amor contino está presente;

aunque el color purpúreo de Oriente,
do el sol menor de vuestra luz desciende,
vea cerca, y do el manto oscuro tiende
el apartado extremo de Occidente;

conmigo irá el Amor en igual parte
con la mitad del alma, que me alienta;
que el resto vive en vuestra faz, que adora;

y dividido en una y otra parte,
presente con el bien que me sustenta,
siempre veré resplandecer mi Aurora.



Fernando de Herrera

Qué bello nudo y fuerte me encadena

-- de Fernando de Herrera --

¿Qué bello nudo y fuerte me encadena
con tierno ardor, en quien amor airado
me enciende el corazón, y en un cuidado
duro y terrible siempre me enajena?

El oro que al Gange indo en su ancha vena
luciente orna, y en hebras dilatado,
con luengo cerco y terso ensortijado,
gentil corona en blanca frente ordena.

¡Oh vos, que al sol vencido, prestáis fuego,
en quien mi pensamiento no medroso
las alas metió libre, y perdió el vuelo!

Lazos que me estrecháis, mi pecho ciego
abrasad, porque en prez del mal penoso
segura mi fe rinda su recelo.



Adelardo López de Ayala

La rosa de la aldeana

-- de Adelardo López de Ayala --

Donosa aldeana
de negro cabello,
de rostro más bello
que fresca mañana:
detente; te llamo
temblando de amor;
desata ese ramo
y dame una flor.

Marchito y sin vida
tu ramo, aldeana,
acaso mañana
ninguno lo pida;
mas hoy que lo pinta
la luz del amor,
desata esa cinta
y dame una flor.

No llores, amada,
no muestres despecho;
que llevo en el pecho
tu imagen grabada.
¡Dichosa mañana!
¡Dichoso mi amor!
Me dio la aldeana
la rosa mejor.



Alejandro Tapia y Rivera

A una señorita

-- de Alejandro Tapia y Rivera --

I
El sol de la ventura
no ha dado aún a mis ojos
tu imagen; mis antojos
perciben tu hermosura,
perciben en la altura
de un ángel el destello,
de un hada el rostro bello...
Para llamar feliz mi triste suerte,
ángel, hada o mujer, anhelo verte.

II
Amor me inspira el ave
del aire mensajera,
que lleva al alta esfera
como celeste nave
de amor el canto suave;
también amor me inspira
la flor que aroma espira,
y tal dicha en mi ser tu nombre vierte,
que flor, ave o mujer, muero por verte.

III
No sé si eres lucero
que anuncia alegre día,
o en tempestad umbría
ofrece un derrotero
al triste marinero;
empero ángel o hada,
o ave o flor preciada,
o mágico lucero;
para amar más la vida que la muerte,
es mi anhelo, señora, conocerte.



Alejandro Tapia y Rivera

Un ave errante

-- de Alejandro Tapia y Rivera --

¿Hacia dónde tu vuelo
diriges, ave triste?
¿Quizá, ay de ti, perdiste
la prenda de tu amor?
¿O acaso el árbol bello
donde guardaste el nido,
el hacha ha destruido
o el fuego abrasador?

Tu canto que allá un día
sonaba placentero,
su acento hoy lastimero
al bosque llevará;
que solo es el recuerdo
de dicha ya perdida,
que un eco a voz querida
en vano pedirá.

Cual tú, también yo cruzo
los aires con mi vuelo,
cual tú también anhelo
e ignoro lo que soy;
también ha muerto el árbol
de mis queridas glorias,
de lúgubres memorias
huyendo cual tú voy.

También lloran mis ojos,
y mi palabra ansiosa
se pierde dolorosa
las nubes al cruzar,
mi mente en las tinieblas
se pierde del destino,
cual tú, yo sin camino
me entrego al vago azar.

¡Ah! nuestra noche, oh ave,
es triste y solitaria,
¡cuán vaga es la plegaria
de nuestra soledad!
¿Y qué será de entrambos
en nuestra marcha errante,
cuando su voz levante
la negra tempestad?



Alfonsina Storni

Dolor

-- de Alfonsina Storni --

Quisiera esta tarde divina de octubre
Pasear por la orilla lejana del mar;

Que la arena de oro, y las aguas verdes,
Y los cielos puros me vieran pasar.

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
Como una romana, para concordar

Con las grandes olas, y las rocas muertas
Y las anchas playas que ciñen el mar.

Con el paso lento, y los ojos fríos
Y la boca muda, dejarme llevar;

Ver cómo se rompen las olas azules
Contra los granitos y no parpadear

Ver cómo las aves rapaces se comen
Los peces pequeños y no despertar;

Pensar que pudieran las frágiles barcas
Hundirse en las aguas y no suspirar;

Ver que se adelanta, la garganta al aire,
El hombre más bello; no desear amar...

Perder la mirada, distraídamente,
Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;

Y, figura erguida, entre cielo y playa,
Sentirme el olvido perenne del mar.



Alfonsina Storni

Dolor (Storni)

-- de Alfonsina Storni --

Quisiera esta tarde divina de octubre
Pasear por la orilla lejana del mar;

Que la arena de oro, y las aguas verdes,
Y los cielos puros me vieran pasar.

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
Como una romana, para concordar

Con las grandes olas, y las rocas muertas
Y las anchas playas que ciñen el mar.

Con el paso lento, y los ojos fríos
Y la boca muda, dejarme llevar;

Ver cómo se rompen las olas azules
Contra los granitos y no parpadear

Ver cómo las aves rapaces se comen
Los peces pequeños y no despertar;

Pensar que pudieran las frágiles barcas
Hundirse en las aguas y no suspirar;

Ver que se adelanta, la garganta al aire,
El hombre más bello; no desear amar...

Perder la mirada, distraídamente,
Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;

Y, figura erguida, entre cielo y playa,
Sentirme el olvido perenne del mar.



Alfredo Espino

La tórtola

-- de Alfredo Espino --

¡Cucú, cucú! ¿Estás gimiendo,
tórtola del arrozal?
¡Mira que me estás haciendo
con tu cantar, mucho mal!

¡Cucú, cucú! El caserío
se va llenando de calma,
¡Y un naranjo y una palma
se están besando en el río...!

Cantarito que te llenas
con el agua del riachuelo:
¡qué bello es mirar el cielo
bajo las tardes serenas!

Lirio del campo, morena
que hueles a leche y rosa:
¡Cómo el almas es tan dichosa
cuando la vida es serena!

Entre sonrosadas galas
la tarde se va durmiendo.
Tórtola que estás gimiendo:
¡Si eres madrigal con alas!



Amado Nervo

a leonor

-- de Amado Nervo --

Tu cabellera es negra como el ala
del misterio; tan negra como un lóbrego
jamás, como un adiós, como un «¡quiénsabe!»
pero hay algo más negro aún: ¡tus ojos!
tus ojos son dos magos pensativos,
dos esfinges que duermen en la sombra,
dos enigmas muy bellos... Pero hay algo,
pero hay algo más bello aún: tu boca.
Tu boca, ¡oh sí!; tu boca, hecha divinamente
para el amor, para la cálida
comunión del amor, tu boca joven;
pero hay algo mejor aún: ¡tu alma!
tu alma recogida, silenciosa,
de piedades tan hondas como el piélago,
de ternuras tan hondas...
Pero hay algo,
pero hay algo más hondo aún: ¡tu ensueño!



Amado Nervo

el granizo

-- de Amado Nervo --

¡tin, tin, tin, tin! yo caigo del cielo, en insensato
redoble, al campo y todos los céspedes maltrato.
¡Tin, tin! ¡muy buenas tardes, mi hermana la pradera!
poeta, buenas tardes, ¡ábreme tu vidriera!
soy diáfano y geométrico, tengo esmalte y blancura
tan finos y suaves como una dentadura,
y en un derroche de ópalos blancos me multiplico.
¡La linfa canta, el copo cruje, yo... Yo repico!
tin, tin, tin, tin, mi torre es la nube ideal:
¡oye mis campanitas de límpido cristal!
la nieve es triste, el agua turbulenta; yo sin
ventura, soy un loco de atar, ¡tin, tin, tin, tin!
...¿Cenduras? no por cierto, no merezco censuras;
las tardes calurosas por mí tienen frescuras,
yo lucho con el hálito del verano
yo soy bello...
¡Loemos a dios, granizo hermano!



Amado Nervo

Mi verso

-- de Amado Nervo --

Querría que mi verso, de guijarro,
en gema se trocase y en joyero;
que fuera entre mis manos como el barro
en la mano genial del alfarero.

Que lo mismo que el barro, que a los fines
del artífice pliega sus arcillas,
fuese cáliz de amor en los festines
y lámpara de aceite en las capillas;

que, dócil a mi afán, tomase todas
las formas que mi numen ha soñado,
siendo alianza en el rito de las bodas,
pastoral en el índex del prelado;

lima noble que un grillo desmorona
o eslabón que remata una cadena,
crucifijo papal que nos perdona
o gran timbre de rey que nos condena;

que fingiese a mi antojo, con sus claras
facetas en que tiemblan los destellos,
florones para todas las tiaras
y broches para todos los cabellos;

emblemas para todos los amores,
espejos para todos los encantos
y coronas de astrales resplandores
para todos los genios y los santos.

Yo trabajo, mi fe no se mitiga,
y, troquelando estrofas con mi sello,
un verso acuñaré del que se diga:
Tu verso es como el oro sin la liga:
radiante, dúctil, poliforme y bello.



Lope de Vega

—¿quién llora aquí —tres somos. quita el manto

-- de Lope de Vega --

A la muerte del duque de pastrana
soneto 100
—¿quién llora aquí? —tres somos, quita el manto.
—La muerte soy. —¿La muerte? pues ¿tú lloras?
—sí, qué conté de sus fatales horas
a un césar español término tanto.
—¿Y tú, robusto? —marte soy. —¿Con llanto
el resplandor del claro arnés desdoras?
—perdí por otras manos vencedoras
yo luz, españa sol, flandes espanto.
—Y tú, niño, ¿quién eres? —antes era
amor, pero murió mi nombre y llama,
muerto el más bello que la fama escribe.
—Muerte, amor, marte, no lloréis que muera
don rodrigo de silva: que la fama
de su valor eternamente vive



Lope de Vega

Aquí, con gran placer de su heredero

-- de Lope de Vega --

Aquí, con gran placer de su heredero,
un avariento miserable yace;
requïescat in bello, que no in pace,
pues no supo gozar de su dinero.

Nunca pensó llegar al fin postrero,
punto fatal del que a la vida nace;
mas ya las esperanzas satisface
que en largos años le negó primero.

¡Oh juventud lozana!, desperdicia
la plata, el oro con la arena iguala,
y en sus doblones pálidos te envicia;

lascivo con tus damas te regala,
véngate liberal de su avaricia,
y más que él lo guardó, consume y tala.



Lope de Vega

Celoso Apolo, en vuestra sacra frente

-- de Lope de Vega --

Celoso Apolo en vuestra sacra frente,
más bello que en su curso, el laurel mira,
culto escritor, cuya divina lira
merece ser estrella eternamente.

El Caistro jamás por su corriente
tan dulce ha visto cisne, cuando espira;
Dauro ensancha su margen y se admira
que su oro puro vuestro canto aumente.

Miran por quién sus náyades y drías,
y, viendo que es un extranjero, mueven
risa en las hojas y en las fuentes frías.

Yo viendo cuánto las del Tajo os deben,
digo que allá lo pagarán las mías
cuando en sus aguas vuestro nombre lleven.



Lope de Vega

Con inmortal valor y gentileza

-- de Lope de Vega --

Con inmortal valor y gentileza,
mármol hermoso, para siempre quedes,
pues quiere amor que de mi prenda heredes
la gracia, la blancura y la dureza.

Que al fin, si te excedió naturaleza
en dar alma a sus cuerpos, tú la excedes
en que sin almas nuestras almas puedes
mover con arte y con mayor belleza.

Lleva del tiempo y de la muerte palma,
del límite mortal milagro indigno,
pues no podrán sin alma deshacerte.

No sienta quien te ve que estás sin alma,
porque tan bello cuerpo no era digno
de estar sujeto al tiempo ni a la muerte.



Lope de Vega

Cuando la madre antigua reverdece

-- de Lope de Vega --

Cuando la madre antigua reverdece,
bello pastor, y a cuanto vive aplace;
cuando en agua la nieve se deshace
por el sol, que el Aries resplandece,

la hierba nace, la nacida crece,
canta el silguero, el corderillo pace,
tu pecho, a quien su pena satisface,
del general contento se entristece.

No es mucho mal la ausencia, que es espejo
de la cierta verdad, o la fingida;
si espera fin, ninguna pena es pena.

¡Ay del que tiene por su mal consejo
el remedio imposible de su vida
en la esperanza de la muerte ajena!



Lope de Vega

Dormido, Manzanares discurría

-- de Lope de Vega --

Dormido, Manzanares discurría
en blanda cama de menuda arena,
coronado de juncia y de verbena,
que entre las verdes alamedas cría,

cuando la bella pastorcilla mía,
tan sirena de Amor, como serena,
sentada y sola en la ribera amena,
tanto cuanto lavaba; nieve hacía .

Pedíle yo que el cuello me lavase,
y ella sacando el rostro del cabello,
me dijo que uno de otro me quitase.

Pero turbado de su rostro bello,
al pedirme que el cuello le arrojase,
así del alma, por asir del cuello.



Lope de Vega

—¿Quién llora aquí? —Tres somos. Quita el manto

-- de Lope de Vega --

—¿Quién llora aquí? —Tres somos, Quita el manto.
—La Muerte soy. —¿La Muerte? Pues ¿tú lloras?
—Sí, qué conté de sus fatales horas
a un César español término tanto.

—¿Y tú, robusto? —Marte soy. —¿Con llanto
el resplandor del claro arnés desdoras?
—Perdí por otras manos vencedoras
yo luz, España sol, Flandes espanto.

—Y tú, niño, ¿quién eres? —Antes era
Amor, pero murió mi nombre y llama,
muerto el más bello que la fama escribe.

—Muerte, Amor, Marte, no lloréis que muera
don Rodrigo de Silva: que la fama
de su valor eternamente vive



Lope de Vega

Suspenso está Absalón entre la ramas

-- de Lope de Vega --

Suspenso está Absalón entre las ramas
que entretejen sus hojas y cabellos,
que los que tienen la soberbia en ellos
jamás espiran en bordadas camas.

Cubre de nieve las hermosas llamas
al eclipsar de aquellos ojos bellos,
que así quebrantan los altivos cuellos
las ambiciones de mayores famas.

¿Qué es de la tierra que usurpar quisiste?
pues apenas la tocas de liviano,
bello Absalón, famoso ejemplo al suelo.

Esperanza, ambición, cabellos diste,
al viento, al cielo, a la ocasión tan vano,
que te quedaste entre la tierra y cielo.



Lope de Vega

No sabe qué es amor quien no te ama

-- de Lope de Vega --

No sabe qué es amor quien no te ama,
celestial hermosura, esposo bello;
tu cabeza es de oro, y tu cabello
como el cogollo que la palma enrama.

Tu boca como lirio que derrama
licor al alba; de marfil tu cuello;
tu mano el torno y en su palma el sello
que el alma por disfraz jacintos llama.

¡Ay, Dios!, ¿en qué pensé cuando, dejando
tanta belleza y las mortales viendo,
perdí lo que pudiera estar gozando?

Mas si del tiempo que perdí me ofendo,
tal prisa me daré, que una hora amando
venza los años que pasé fingiendo.



Escuadrones de estrellas temerosas

-- de Luis Carrillo y Sotomayor --

Escuadrones de estrellas temerosas
desamparan el cielo, de corridas
en ver que solo no han de ser vencidas
del sol, cual antes, o de frescas rosas.

Ya las ligeras horas presurosas
oro crecen al carro, y encendidas
perlas les da el Oriente más subidas
por afrentar a las de Celia hermosas.

Cual a su dueño el prado lisonjera
vitoria ofrece y esperanzas vanas
en su color y en el laurel que cría.

Salió mi bello Oriente a sus ventanas:
parose el sol vencido en su carrera,
y fue más largo por mi Celia el día.



Góngora

A Júpiter

-- de Góngora --

Tonante monseñor, ¿de cuándo acá
fulminas jovenetos? Yo no sé
cuánta pluma ensillaste para el que
sirviéndote la copa aún hoy está.

El garzón frigio, a quien de bello da
tanto la antigüedad, besara el pie
al que mucho de España esplendor fue,
y poca, mas fatal, ceniza es ya.

Ministro, no grifaño, duro sí,
que en Líparis Estérope forjó
(Piedra digo bezahar de otro Pirú)

las hojas infamó de un alhelí,
y los Acroceraunios montes no.
¡Oh Júpiter, oh, tú, mil veces tú!



Góngora

Mientras por competir con tu cabello

-- de Góngora --

Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;

goza cuello, cabello, labio, y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no solo en plata o víola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.



Góngora

Ya besando unas manos cristalinas

-- de Góngora --

Ya besando unas manos cristalinas,
ya anudándome a un blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de sus minas,

ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecello,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de espinas,

estaba, ¡oh claro Sol invidïoso!,
cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte.

Si el cielo ya no es menos poderoso,
por que no den los tuyos más enojos,
rayos, como a tu hijo, te den muerte.



Góngora

Mientras por competir

-- de Góngora --

Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:

goza cuello, cabello, labio y frente
antes que, lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en polvo, en humo, en sombra, en nada.



Luis Muñoz Rivera

patriota

-- de Luis Muñoz Rivera --

Con las ropas en bello desorden,
la frente marmórea de rizos poblada,
balbuciendo los trémulos labios
confusas palabras,
un niño dormía
soñando una patria.

Oh! ¡qué hermosa, riente y espléndida,
altiva y heroica, viril y gallarda
la veía surgir de las ondas
rugientes y bravas,
con su veste de espumas cubiertos
el torso de ninfa, las formas de estatua!

corrieron los años;
el niño, en su tierra, creció como un paria;
vio la fusta estallar implacable
del siervo en la espalda;
mirar pudo en el rostro del césar
sonrisas de lástima;
la sangre, rebelde,
subió a sus mejillas en brusca oleada;
y después... En sus noches de insomnio,
evocando a la ninfa soñada
¡qué mezquina, qué pobre, qué triste
solía mirarla!

¡ay! el sueño... ¡Qué dulce y alegre!
la verdad... ¡Qué desnuda y amarga!
por eso el mancebo
pensando en la patria,
sintió muchas veces sus ojos marchitos
llenarse de lágrimas.



Lupercio Leonardo de Argensola

Si quiere Amor que siga sus antojos

-- de Lupercio Leonardo de Argensola --

Si quiere Amor que siga sus antojos
y a sus hierros de nuevo rinda el cuello;
que por ídolo adore un rostro bello
y que vistan su templo mis despojos,

la flaca luz renueve de mis ojos,
restituya a mi frente su cabello,
a mis labios la rosa y primer vello,
que ya pendiente y yerto es dos manojos.

Y entonces, como sierpe renovada,
a la puerta de Filis inclemente
resistiré a la lluvia y a los vientos.

Mas si no ha de volver la edad pasada,
y todo con la edad es diferente,
¿por qué no lo han de ser mis pensamientos?



Líber Falco

Apunte (Falco, 1940)

-- de Líber Falco --

Tú muchacha, que buena fuiste.
Un año... ¿Recuerdas
cuando en los cines llorabas
tu lloro de desengaños?
Siempre era el mismo (yo sé)
pero tu lo renovabas.

Seis días de lava y lava
seis días de pico y pala.
En un vaho de seis días de sudor
¡que triste el cine del barrio,
tus sábados de alegrías
y mis domingos de olvido!

"Qué triste la vida nuestra"
"Que bello fuera vivir"
(Soñábamos con un ojo
y el otro para morir).

Que triste el cine del barrio.
Tu lloro de ácidas mieles,
sin saber lo que llorabas.
¡Qué triste y antiguo lloro!



Líber Falco

En un baldío

-- de Líber Falco --

En un baldío,
cinco muchachos juegan a la pelota.
Un hombre pasa.
Lleva una carretilla. Pasa.
Un aire suave
abanica el rostro de la tarde.
A lo lejos, allá...
Los palacios del Centro
muestran su espalda al Sol.
La tarde se va.
Lleva un aire de doncella defraudada.

En un baldío,
cinco muchachos juegan a la pelota.
Montevideo vive.
No sueña. No espera nada.
Vive.
Lejos suena una bocina.
Qué triste es todo.
Y sin embargo, qué bello es verlo,
mirarlo, oírlo y verlo.



Líber Falco

Luna (Falco)

-- de Líber Falco --

Tan perfecta y blanca.
Tan alta!
Tan lejana y blanca.

Lejos de la muerte,
y de la vida lejos.
Lejos de los llantos.
De las risas, lejos.
Tanto!

No sabe esta luna
cómo todo es triste.
Cómo es bello el mundo
y la misma muerte acaso,
acaso, es volver sin irse.

Sola arriba, sola.
Tan perfecta y blanca.
Tan alta!
Tan tejos de todo!

Nada arriba, nada.
Ella sola y nada.



Manuel de Zequeira

a la misma

-- de Manuel de Zequeira --

Entre un coro de ninfas
retozaba contento
cupidillo desnudo
de su carcax funesto:

dulcemente las unas
le estrechan en su seno,
imprimiendo las otras
en sus mejillas besos.

Cada cual a porfía
celebra al rapazuelo,
llenándole de flores
y cintas el cabello:

pasaba por acaso
carmelina a este tiempo
con inocentes risas
hechizando los cielos:

sus labios de corales,
sus dulces movimientos,
sus rosas, y sus lises,
sus mejillas y cuello.

Todo brillaba en ella
con más puros reflejos,
que febo cuando opaca
los astros y luceros.

Cupido avergonzado
batió veloz su vuelo,
al ver que carmelina
triunfaba en los afectos;

legó donde su madre,
lloroso del desprecio,
llenando de gemidos
el templo citereo:

mas venus al mirarle
con tan tristes lamentos,
tomándole en sus brazos
le consoló diciendo:

no llores, hijo mío,
serena el rostro bello,
¿no sabes que es tu hermana
la que causo tus celos?



Manuel de Zequeira

El petimetre

-- de Manuel de Zequeira --

Un sombrero con visos de nublado,
ungirse con aroma el cutis bello,
recortarse a la Titus el cabello
y el cogote a manera de donado:

un monte por patilla bien poblado,
donde pueda ocultarse un gran camello,
en mil varas de olán envuelto el cuello,
y en la oreja un pendiente atumbagado.

Un coturno por bota, inmenso sable,
ajustarse el calzón desde el sobaco,
costumbres sibaritas, rostro afable,

con Venus, tedio a Marte, gloria a Baco;
todo esto y mucho más no es comparable
con la imagen novel de un currutaco.



Manuel del Palacio

A una negra

-- de Manuel del Palacio --

Ya el matiz del rubor me causa enojos,
De hipócrita virtud mentido sello;
Ya no me encantan el nevado cuello,
La tez de rosa y los azules ojos.

Placen de mi capricho á los antojos
De ébano y bronce el maridaje bello,
Ondas del mar copiadas en cabello,
Labios de fuego trémulos y rojos.

Ven hácia mí, ¡mujer! en dulces lazos
Bajo un bosque de palmas y laureles
mi corazón te entregaré á pedazos:

Ven, y tus gracias tímida no veles;
Quiero estrecharte en mis amantes brazos...
Pero ¡ay! alma del alma, ¡qué mal hueles!



Manuel del Palacio

El suplicio de Tántalo

-- de Manuel del Palacio --

¡Cuan bello y orgulloso se levanta
De los montes cortando la aspereza,
Ese palacio, rico de grandeza,
Que hunde en el valle la soberbia planta!

Jamás el arte maravilla tanta
Pudo reunir de gracia y fortaleza,
Ni jamás prodigó naturaleza
Tanto tesoro como aquí me encanta!

Árboles mil en pintoresca fila
Le dan ambiente dulce y placentero;
Reina en su derredor calma tranquila:

Verle de cerca y admirarle quiero;
Mas ¿qué cartel en la pared oscila?
— No se entra sin permiso del portero.



Manuel del Palacio

En el ferro-carril

-- de Manuel del Palacio --

Volar me siento por el ancho valle,
Y de la inmensidad rompo la valla;
De nubes mil la trasparente malla
Abre á mis ojos dilatada calle.

¿Qué mucho que mi sien ardiente estalle,
Si con nubes y vientos en batalla
Miro del hombre la gigante talla
Que casi deja á Dios corto de talle?

Do quier las flores inclinando el tallo
Saludan tiernas al prodigio bello
que es de la industria y del saber orgullo.

Feliz vive el Sultán en su Serrallo,
Y más yo cuando montes atropello
De una locomotora al dulce arrullo.



Jorge Isaacs

A orillas del torrente

-- de Jorge Isaacs --

Del raudal rumoroso en las riberas
Mirábamos del sol la última luz
En las copas jugar de las palmeras,
Y abajo, en lejanía,
Con los oleajes de la mar bravía
En el confín del horizonte azul.

Pálida cual los nardos que en su frente
Ajaba el frenesí de mi pasión,
Arrojando el más bello a la corriente,
"Mira, dijo, ya en vano
Resistir quiero a tu poder ufano...
El raudal eres tú, yo soy la flor".

Trébol silvestre su sepulcro alfombra
Do en mis brazos durmió junto al raudal,
Y las palmeras que voluble sombra
Nos dieron en los días
De juventud y locas alegrías,
Sombra al sepulcro solitario dan!



Jorge Isaacs

Amor eterno

-- de Jorge Isaacs --

Puso el Creador en tus esquivos ojos
Cuanto bello soñó mi loca mente;
Para saciar la sed de mi alma ardiente
Diole a un ángel mortal tus labios rojos.

El anhelante seno... Los sonrojos
Que el mármol tiñen de tu casta frente,
El blando arrullo de tu voz doliente
Si miras en mi faz sombras o enojos ...

¡Amor! Amor ideal de mis delirios,
Eterno amor que el alma presentía,
Galardón de cruelísimos martirios,

Puso en tu virgen corazón el Cielo
Para hacerte en la tierra sólo mía,
En mi existencia luz, gloria y consuelo.



Jorge Isaacs

LA AGONÍA DEL HÉROE

-- de Jorge Isaacs --

Al fin de la batalla, y expirante
Sobre el caballo muerto,
Lo encontré en la ribera,
Rota la espada que empuñó triunfante,
Tinta en sangre a sus pies nuestra bandera.

La cabeza en mi pecho reclinada,
Un último destello
Del alma iluminó su rostro bello:
Trémulo el labio, turbia la mirada,
Dijo al asirse, ahogándose, a mi cuello:
"¡Ingratitud!... Mentía...
Que la perdono di.... ¡Ya nunca mía!"



Enrique Lihn

hotel lucero

-- de Enrique Lihn --

Finito todo y también estos brazos
que se me tienden en la semipenumbra
y un hilo el de la voz soplo que apenas brota

pero incisivamente de una fuente: la duda
el bello aparecer de este lucero
¿el del amanecer? ¿el de la tarde?
¿abre el día o lo cierra?
bajo la ducha una estrella se apaga
que, absurdamente, la comparte contigo
las estrellas que viste nacer, a mediodía
estaban muertas desde hace cien años
sólo hiciste el amor con una luz
olfateaste «la ausente de todos los ramos».
Resuena un timbre en el hotel lucero
traga y escupe esta boca de sombra
para el caso es lo mismo: apariciones
y desapariciones instantáneas.
No sé en qué sentido hemos hablado de todo
¿era la duda el tema que nos hizo vestirnos
justo en la hora convenida
salir de allí en distintas direcciones
y la que me detuvo
para ver, y fue inútil, si volvías la cara?



José María Blanco White

El sol y la vida

-- de José María Blanco White --

¡Oh noche! Cuando a Adán fue revelado
quién eras, y aun no vista, oyó nombrarte,
¿no temió que enlutase tu estandarte
el bello alcázar de zafir dorado?

Mas ya el celaje etéreo, blanqueado
del rayo occidental. Héspero parte;
su hueste por los cielos se reparte,
y el hombre nuevos mundos ve admirado.

¡Cuánta sombra en tus llamas ocultabas,
oh Sol! ¿Quién acertara, cuando ostenta
la brizna más sutil tu luz mentida,

esos orbes sin fin que nos velabas?
¡Oh mortal! Y ¿el sepulcro te amedrenta?
Si engañó el Sol, ¿no engañara la vida?



Julián del Casal

ante el retrato de juana samary

-- de Julián del Casal --

Ante el retrato de juana samary
nunca te conocí, mas yo te he amado
y, en mis horas amargas de tristeza,
tu imagen ideal he contemplado
extasiándome siempre en su belleza.
Aunque en ella mostrabas la alegría
que reta a los rigores de la suerte,
detrás de tus miradas yo advertía
el terror invencible de la muerte.
Y no te amé por la sonrisa vana
con que allí tu tristeza se reviste;
te amé, porque en ti hallaba un alma hermana,
alegre en lo exterior y dentro triste.
Hoy ya no atraes las miradas mías
ni mi doliente corazón alegras,
en medio del cansancio de mis días
o la tristeza de mis noches negras;
porque al saber que de tu cuerpo yerto
oculta ya la tierra tus despojos,
siento que algo de mí también ha muerto
y se llenan de lágrimas mis ojos.
¡Feliz tú que emprendiste el raudo vuelo
hacia el bello país desconocido
donde esparce su aroma el asfodelo
y murmura la fuente del olvido!
igual suerte en el mundo hemos probado,
mas ya contra ella mi dolor no clama:
si tú nunca sabrás que yo te he amado
tal vez yo ignore siempre quién me ama.



Octavio Paz

piedra de toque

-- de Octavio Paz --

Aparece
ayúdame aexistir
ayúdate a existir
oh inexistente por la que existo
oh presentida que me presiente
soñada que me sueña
aparecida desvanecida
ven vuela adviene despierta
rompe diques avanza
maleza de blancuras
marea de armas blancas
mar sin brida galopando en la noche
estrella en pie
esplendor que te clavas en el pecho
(canta herida ciérrate boca)
aparece
hoja en blancotatuada de otoño
bello astro de pausados movimientos de tigre
perezoso relámpago
águila fija parpadeante
cae pluma flecha engalanada cae
da al fin la hora del encuentro
reloj de sangre
piedra de toque de esta vida



Pedro Miguel Obligado

mi corazón

-- de Pedro Miguel Obligado --

Mi corazón, temblando, con latidos me dice:
-¿por qué, por qué, me entregas al primero que pasa
y dejas que una mano ciega me martirice,
o me suelte lo mismo que si fuera una brasa?

¿cómo no ves que nadie quiere llevar mi peso,
que nadie retribuye mi impávido cariño?
me destrozan mis alas amorosas, y en eso
soy semejante a un pájaro que está en manos de un niño

¡si supieras!... Hay seres que me dan contra el suelo,
hay otros que me hielan, y otros se divierten
como soy tan confiado, causo mucho recelo;
quienes mejor me tratan son los que no me advierten.

¿No sabes que padezco? ¿no sufres mi tristeza
desesperante y larga? ¡si ya no puedo más!...
Aumenta mi infortunio, con mi delicadeza.
¿Por qué me das a todos, por qué, por qué me das?-

siento en mí, cual gotera, su honda palpitación;
sus latidos son lágrimas que casi no contengo;
y le digo muy bajo: - corazón, corazón,
yo te doy porque tú eres lo más bello que tengo.



Pedro Soto de Rojas

Amistad de arroyo correspondida en llanto

-- de Pedro Soto de Rojas --

Ya de cristales de tu curso bello,
clara verdad de las vecinas flores,
murmuran sin recato mis amores
cuando más tiernamente me querello;

ya me descubren la coyunda al cuello
mis mejillas surcadas con dolores,
marchitas de sus campos las colores
y nevados los montes del cabello.

Bien claro, amigo arroyo, me has mostrado
-mas qué mucho- mi loco desvarío,
si doctrinas los troncos de aquel prado;

pues hoy harás emulación al río
con la paga que ofrezco a tu cuidado
en las corrientes de este llanto mío.



José Tomás de Cuellar

A María Inmaculada

-- de José Tomás de Cuellar --

¡Salve, divina emperatriz del cielo,
Como la gracia pura,
Mística luz de paz y de consuelo,
Tesoro de hermosura!

¡Salve, limpio fanal resplandeciente
De donde el sol fecundo
Toma su luz para lanzarla ardiente
Al adormido mundo!

¡Salve otra vez! ¡mil veces salve, oh fruto
Del grande pensamiento
Más bello del Señor! débil tributo
Te da mi acatamiento.



Juan Bautista Aguirre

A una rosa (Aguirre)

-- de Juan Bautista Aguirre --

En catre de esmeraldas nace altiva
la bella rosa, vanidad de Flora,
y cuanto en perlas le bebió a la aurora
cobra en rubís del sol la luz altiva.

De nacarado incendio es llama viva
que al prado ilustra en fe de que la adora;
la luz la enciende, el sol sus hojas dora
con bello nácar de que al fin la priva.

Rosas, escarmentad: no presurosas
anheléis a este ardor, que si autoriza,
aniquila también el sol, ¡oh rosas!

Naced y vivir lentas; no en la prisa
os confundáis, floridas mariposas,
que es anhelar arder, buscar ceniza.

II

De púrpura vestida ha madrugado
con presunción de sol la rosa bella,
siendo sólo una luz, purpúrea huella
del matutino pie de astro nevado.

Más y más se enrojece con cuidado
de brillar más que la encendió su estrella,
y esto la eclipsa, sin ser ya centella
que golfo de la luz inundó al prado.

¿No te bastaba, oh rosa, tu hermosura?
Pague eclipsada, pues, tu gentileza
el mendigarle al sol la llama pura;

y escarmienta la humana en tu belleza,
que si el nativo resplandor se apura,
la que luz deslumbró para en pavesa.



Juan Bautista Arriaza

Brindando en un convite de bodas

-- de Juan Bautista Arriaza --

Constante Celia, a quien la suerte en vano
contradijo un afecto generoso,
yo te aplaudo el placer de hacer dichoso
a quien se enlaza a tu preciosa mano.

Amor, que un tiempo te afligió tirano,
hoy te arrebata en carro victorioso,
y coronada de su mirlo hermoso
al tálamo nupcial te lleva ufano.

Al blando yugo allí rindes el cuello;
y, cediendo a la noche misteriosa,
te mira el sol en su último destello.

Con el cariño que una flor dichosa,
que hoy la deja botón cerrado y bello,
para verla mañana abierta rosa.



Juan Bautista Arriaza

Constante Celia

-- de Juan Bautista Arriaza --

Constante Celia, a quien la suerte en vano
contradijo un afecto generoso,
yo te aplaudo el placer de hacer dichoso
a quien se enlaza a tu preciosa mano.

Amor, que un tiempo te afligió tirano,
hoy te arrebata en carro victorioso,
y coronada de su mirlo hermoso
al tálamo nupcial te lleva ufano.

Al blando yugo allí rindes el cuello;
y, cediendo a la noche misteriosa,
te mira el sol en su último destello.

Con el cariño que una flor dichosa,
que hoy la deja botón cerrado y bello,
para verla mañana abierta rosa.



Gabriel Celaya

despedida

-- de Gabriel Celaya --

Despedida
quizás, cuando me muera,
dirán: era un poeta.
Y el mundo, siempre bello, brillará sin conciencia.
Quizás tú no recuerdes
quién fui, mas en ti suenen
los anónimos versos que un día puse en ciernes.
Quizás no quede nada
de mí, ni una palabra,
ni una de estas palabras que hoy sueño en el mañana.
Pero visto o no visto,
pero dicho o no dicho,
yo estaré en vuestra sombra, ¡oh hermosamente vivos!
yo seguiré siguiendo,
yo seguiré muriendo,
seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto.



Salvador Díaz Mirón

el fantasma

-- de Salvador Díaz Mirón --

Blancas y finas, y en el manto apenas
visibles, y con aire de azucenas,
las manos -que no rompen mis cadenas.

Azules y con oro enarenados,
como las noches limpias de nublados,
los ojos - que contemplan mis pecados.

Como albo pecho de paloma el cuello;
y como crin de sol barba y cabello;
y como plata el pie descalzo y bello.

Dulce y triste la faz; la veste zarca...
Asi, del mal sobre la inmensa charca,
jesús vino a mi unción, como a la barca.

Y abrillantó a mi espíritu la cumbre
con fugaz cuanto rica certidumbre,
como con tintas de refleja lumbre.

Y suele retornar; y me reintegra
la fe que salva y la ilusión que alegra;-
y un relámpago enciende mi alma negra.

Cárcel de veracruz. El 14 de diciembre
de 1893



Salvador Díaz Mirón

a la señorita sofia martínez

-- de Salvador Díaz Mirón --

Traigo por la cadena un bello tigre hircano
que a tu neurosis, harta de júbilos de miel,
inspira un acre gusto: el de pasar la mano
por la incitante felpa de la vistosa piel.

Felino que figura el estro a que sonríes,
el numen que me alienta, gallardo y fiero al par
y que gruñendo lame tus breves borceguíes,
cual por el flujo a veces en la ribera el mar!



Salvador Díaz Mirón

A la señorita Sofía Martínez

-- de Salvador Díaz Mirón --

Traigo por la cadena un bello tigre hircano
Que a tu neurosis, harta de júbilos de miel,
Inspira un acre gusto: el de pasar la mano
Por la incitante felpa de la vistosa piel.

Felino que figura el estro a que sonríes,
El numen que me alienta, gallardo y fiero al par
Y que gruñendo lame tus breves borceguíes,
Cual por el flujo a veces en la ribera el mar!



Tomás de Iriarte

Fresca arboleda del jardín sombrío

-- de Tomás de Iriarte --

¡Fresca arboleda del jardín sombrío,
clara fuente, sonoras avecillas,
verde prado que esmaltas las orillas
del celebrado y anchuroso río!

¡Grata aurora que viertes el rocío
por entre nubes rojas y amarillas,
bello horizonte de lejanas villas,
aura blanca, que templas el estío!

¡Oh soledad!, quien puede te posea;
que yo gozara en tu apacible seno
el placer que otros ánimos recrea,

si tu silencio y tu retiro ameno
más viva no ofrecieran a mi idea
la imagen de la ingrata por quien peno.



Tomás de Iriarte

Reconciliación después de unos celos y un desmayo

-- de Tomás de Iriarte --

Acordarme no quiero, Orminta amada,
del desmayo en que apenas pude verte
cuando estaba la imagen de la muerte
en tu bello semblante retratada.

Olvido la sospecha mal fundada
que contra mí forjó la adversa suerte,
y el cargo por sí débil, pero fuerte,
cuando tierna la hacías, cuando airada.

Sólo me acuerdo, sí, de aquel abrazo
en que tu gracia vi restituida,
y vi alargada a mi esperanza el plazo.

No quede cicatriz de tal herida;
reine la paz; y en tan estrecho lazo,
hallen muerte los celos, y yo vida.



Ventura de la Vega

La cita (Ventura de la Vega)

-- de Ventura de la Vega --

Nunca más bello color
dio al horizonte tu llama,
astro de eterno fulgor,
al esconder tu esplendor
la cumbre de Guadarrama.

Nunca tu aroma sentí
más delicioso que ahora,
linda rosa carmesí;
nunca más bella te vi
con las perlas de la aurora.

Arroyo, que turbio y feo
ayer te vi deslizar,
¿cómo tan limpio te veo,
que ya de tu fondo creo
las arenillas contar?

Galanos campos que hacéis
de toda esta pompa alarde,
¿a quién celebrar queréis?
¿O es por dicha que sabéis
que viene Laura esta tarde?



¿Para quién son mis versos?

-- de Vicenta Castro Cambón --

PARA quién mis versos
son queréis saber?...

¿Para quién fabrica
la abeja su miel?...
¿Para quién el astro
derrama su luz?...
¿Para quién da aroma
la violeta azul?...

La abeja fabrica
su dulce panal
para el hombre; a veces
al bruto lo da.
Para los no ciegos
la luz del sol es;
la luz se da a veces
a los que no ven.
Para el que amar sabe
lo bello, es la flor;
la flor se da a veces
al sin corazón.

¿Para quién mis versos
son queréis saber?...
Para los que un alma
sensible tenéis.
Mas... ¿A quién con versos
mi alma a veces doy?
A veces... A veces...
Calla, corazón!



Vicente Huidobro

Me alejo en silencio

-- de Vicente Huidobro --

Me alejo en silencio como una cinta de seda
Paseante de arroyos
Todos los días me ahogo
En medio de plantaciones de plegarias
Las catedrales de mis ternuras cantan a la noche bajo el agua
Y esos cantos forman las islas del mar

Soy el paseante
El paseante que se parece a las cuatro estaciones

El bello pájaro navegante
Era como un reloj envuelto en algodón
Antes de volar me ha dicho tu nombre

El horizonte colonial está cubierto todo de cortinajes
Vamos a dormir bajo el árbol parecido a la lluvia



Vicente Huidobro

Señora

-- de Vicente Huidobro --

Señora hay demasiados pájaros
En vuestro piano
Que atrae el otoño sobre una selva
Espesa de nervios palpitantes y libélulas

Los árboles en arpegios insospechados
A veces pierden la orientación del globo

Señora lo soporto todo. Sin cloroformo
Desciendo al fondo del alba
El ruiseñor rey de setiembre me informa
Que la noche se deja caer entre la lluvia
Burlando la vigilancia de vuestras miradas
Y que una voz canta lejos de la vida
Para sostener el espacio desclavado
El espacio tan lleno de estrellas que se va a caer

Señora a las diez huele a tabaco de artista
Amáis el nadir a cuerpo de pájaro
Sois un fenómeno ligero
Me voy solitario hacia el ocaso de los turistas
Es mucho más bello



Antonio Hurtado de Mendoza

La guerra (AHM)

-- de Antonio Hurtado de Mendoza --

Sangrienta perdición, yugo trano,
Guerra cruel, origen y osadía
De la injusta primera tiranía,
Que puso cetro en poderosa mano.

Bárbara ley, tan murmurada en vano,
Ayudar del morir a la porfía,
Como si no costara solo el día
Como si no costara el ser humano.

Mas, aunque más, ¡oh guerra!, estás culpada,
Es mayor la de fáciles antojos,
En bello campo de belleza armada.

No quiero amor; más quiero dar enojos
A la dura violencia de una espada
Que a la blanda soberbia de unos ojos.



Manuel Machado

Dolientes madrigales

-- de Manuel Machado --

Por una de esas raras reflexiones
de la luz, que los físicos
explicarán llenando
de fórmulas un libro...,
Mirándome las manos
-como hacen los enfermos de continuo-,
veo la faceta de un diamante, en una
faceta del diamante de mi anillo,
reflejarse tu cara, mientas piensas
que divago o medito,
o sueño... He descubierto
por azar este medio tan sencillo
de verte y ver tu corazón, que es otro
diamante puro y limpio.
Cuando me muera, déjame
en el dedo este anillo.

Estoy muy mal... Sonrío
porque el desprecio del dolor me asiste,
porque aún miro lo bello en torno mío,
y... Por lo triste que es el estar triste.
Pero ya la fontana
del sentimiento mana
tan lenta y sileciosa, que su canto,
sonoro otrora como risa, es llanto.



Manuel Reina

En Mayo

-- de Manuel Reina --

¡Ven al prado de lirios y claveles,
mi bello y dulce bien! El campo llena
de perfumes la atmósfera serena
y el mes de mayo irradia en los vergeles.

¡Ven! Entre los rosales y laureles
flauta invisible melodiosa suena.
¡Ven! Que en la orilla del Genil amena
el amor es panal de ricas mieles.

¡Ven, mi alma! Las auras su frescura
nos ofrecen; las aves su armonía
y recóndito nido la espesura.

¡Mas no, no vengas, adorada mía;
que el inmenso raudal de mi amargura
tu corazón feliz destrozaría.



Rosalía de Castro

Camino blanco, viejo camino

-- de Rosalía de Castro --

Camino blanco, viejo camino,
Desigual, pedregoso y estrecho,
Donde el eco apacible resuena
Del arroyo que pasa bullendo,
Y en donde detiene su vuelo inconstante,
O el paso ligero,
De la fruta que brota en las zarzas
Buscando el sabroso y agreste alimento,
El gorrión adusto,
Los niños hambrientos,
Las cabras monteses
Y el perro sin dueño...
Blanca senda, camino olvidado,
¡Bullicioso y alegre otro tiempo!
Del que solo y a pie de la vida
Va andando su larga jornada, más bello
Y agradable a los ojos pareces
Cuanto más solitario y más yermo.
Que al cruzar por la ruta espaciosa
Donde lucen sus trenes soberbios
Los dichosos del mundo, descalzo,



Rosalía de Castro

En su cárcel de espinos y rosas

-- de Rosalía de Castro --

En su cárcel de espinos y rosas
Cantan y juegan mis pobres niños,
Hermosos seres, desde la cuna
Por la desgracia ya perseguidos.

En su cárcel se duermen soñando
Cuan bello es el mundo cruel que no vieron,
Cuan ancha la tierra, cuan hondos los mares,
Cuan grande el espacio, qué breve su huerto.

Y le envidian las alas al pájaro
Que traspone las cumbres y valles,
Y le dicen: — ¿Qué has visto allá lejos,
Golondrina que cruzas los aires?—

Y despiertan soñando, y dormidos
Soñando se quedan,
Que ya son la nube flotante que pasa,
O ya son el ave ligera que vuela,
Tan lejos, tan lejos del nido, cual ellos
De su cárcel ir lejos quisieran.



Miguel Hernández

21

-- de Miguel Hernández --

21
¿recuerdas aquel cuello, haces memoria
del privilegio aquel, de aquel aquello
que era, almenadamente blanco y bello,
una almena de nata giratoria?
recuerdo y no recuerdo aquella historia
de marfil expirado en un cabello,
donde aprendió a ceñir el cisne cuello
y a vocear la nieve transitoria.
Recuerdo y no recuerdo aquel cogollo
de estrangulable hielo femenino
como una lacteada y breve vía.
Y recuerdo aquel beso sin apoyo
que quedó entre mi boca y el camino
de aquel cuello, aquel beso y aquel día.



Miguel Unamuno

O cruz u oro!

-- de Miguel Unamuno --

Sobre el pecho, colgada de tu cuello,
una cruz de oro refulgente llevas
dando así al mundo acrisoladas pruebas
de cristiana. En tu rostro un día bello

los afeites é insomnios triste sello
de amor venal dejaron. ¡Pobres Evas
que del pecado en las hediondas cuevas
de la imagen de Dios el fiel destello



Miguel Ángel Corral

Junto a un sepulcro

-- de Miguel Ángel Corral --

Bello está el día. El sol resplandeciente
suspenso en la mitad de su carrera,
inundando de luz toda la esfera
trémula, lanza su mirada ardiente.

Al reflejo del éter transparente,
el árbol, nacarado, reverbera,
y el ámbar de su hojosa cabellera
el campo llena de oloroso ambiente.

Mas ¿qué me importa a mí la luz del día,
qué su espléndida pompa y galanura,
si cubierta de luto el alma mía

al eclipse mortal de tu hermosura,
llevo en perpetua y fúnebre agonía
el corazón repleto de amargura?



Juan Gelman

con amenazas y promesas con veneno y ajenjo...

-- de Juan Gelman --

Con amenazas y promesas con veneno y ajenjo
los albañiles edificaron la casa del rey
y después no pudieron holgar porque
vino la muerte a darles otro empleo
los albañiles le dijeron a la huesuda
no nos lleves hay qué hacer todavía
hay que revocar a fino las paredes hay que
limpiar las manchas de cal los carpinteros
tenían que mejorar el acabado
de las puertas los marcos de las puertas
los pintores no habían terminado de pintar
¿cómo nos vas a tomar ahora? le decían
pero la muerte dijo que
necesitaba un palacio como aquél y más
bello que aquél y quería que trabajaran para ella y
los empezó a separar por oficio
hasta que llegó a hiranyaka el mejor
de los albañiles autor de paredes famosas y cuando
lo iba a pasar al otro lado le preguntó
¿dónde está tu corazón?
tiene que venir también tu corazón
no lo tengo contestó hiranyaka
ha hecho su casa en una mujer
oh muerte restos de mi corazón
encontrarás en cada casa de este reino
en cada pared que levanté hay restos de mi
corazón
pero mi corazón
ha hecho su casa en una mujer



Juan Gelman

basta...

-- de Juan Gelman --

Basta
no quiero más de muerte
no quiero más de dolor o sombras basta
mi corazón es espléndido como una palabra
mi corazón se ha vuelto bello como el sol
que sale vuela canta mi corazón
es de temprano un pajarito
y después es tu nombre
tu nombre sube todas las mañanas
calienta el mundo y se pone
solo en mi corazón
sol en mi corazón



Juan Ramón Jiménez

voces de mi copla viii un clima

-- de Juan Ramón Jiménez --

viii - un clima
está el cielo tan bello,
que parece la tierra.
(Dan ganas de volver
los pies y la cabeza.)



Juan Ramón Jiménez

el día bello

-- de Juan Ramón Jiménez --

Y en todo desnuda tú.
He visto la aurora rosa
y la mañana celeste,
he visto la tarde verde
y he visto la noche azul.
Y en todo desnuda tú.
Desnuda en la noche azul,
desnuda en la tarde verde
y en la mañana celeste,
desnuda en la aurora rosa.
Y en todo desnuda tú.



Juana de Ibarbourou

la higuera

-- de Juana de Ibarbourou --

Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos:
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se visten...

Por eso,
cada verz que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
-es la higuera el más bello
de los árboles en el huerto.

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

y tal vez a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo, le cuente:
-hoy a mi me dijeron hermosa.



Julio Flórez

A un niño (Flórez)

-- de Julio Flórez --

Poem

Dime, niño adorado de los labios de rosa, de ojos grandes y verdes como el verde del mar: De qué estrella caíste y en qué trágica fosa: Tan bello eres que, al verte, dan ganas de llorar.

Tal vez porque al mirarte con tan hondo cariño, pienso en el mal del mundo, pienso en tu porvenir ¡Los niños tan hermosos como tú, dulce niño, no debieran ser hombres, se debieran morir.



Julio Flórez

¡Y no temblé al mirarla!

-- de Julio Flórez --

Poem

¡Y no temblé al mirarla! El tiempo había su tez apenas marchitado; hacía tanto... Que ni de lejos la veía...

Vago tinte de aurora su semblante inundó de repente, en el instante en que me vio tan cerca... Y tan distante!...

Las luchas interiores, no los años, revelaban también sus desengaños, que absortos tuvo a todos los extraños.

Llevaba en el regazo un pobre niño, trémulo y silencioso y sin aliño, pero bello, y más blanco que un armiño.

¡Todo lo adiviné!... Y aquella hermosa que fue hasta ayer inmaculada rosa, única a quien llamado hubiera esposa...

Pero que nunca a mi reclamo vino, que me odió y en mi lóbrego camino del desprecio glacial sembró el espino;

aquella esquiva flor que en una grieta de mis ruinas nació, cual la violeta, y a un tiempo me hizo pérfido y poeta,

en el momento en que los rayos rojos del triste sol de ocaso, los despojos de la tarde alumbraban, de sus ojos

vertió al bajar del tren, como rocío, un diluvio de lágrimas... ¡Dios mío! Pero yo estaba como el mármol... ¡Frío!



Julio Herrera Reissig

Nirvana crepuscular

-- de Julio Herrera Reissig --

Con su veste en color de serpentina,
reía la voluble Primavera...
Un billón de luciérnagas de fina
esmeralda, rayaba la pradera.

Bajo un aire fugaz de muselina,
todo se idealizaba, cual si fuera
el vago panorama, la divina
materialización de una quimera...

En consustaciación con aquel bello
nirvana gris de la Naturaleza,
te inanimaste... Una ideal pereza

mimó tu rostro de incitante vello,
y al son de mis suspiros, tu cabeza
durmióse como un pájaro en mi cuello!...



Evaristo Ribera Chevremont

definición

-- de Evaristo Ribera Chevremont --

La frente, el ojo, el cuello y el cabello.
Fúlgidos oros el cabello exuda.
En luz desnuda el cuello se desnuda.
En luz desnuda se desnuda el cuello.

No sé que gracias a su gracia anuda
el semblante elegido, que no hay sello
que no sea de gracia en cuanto es bello
en la belleza sin posible muda.

No hay muda en la belleza. La mirada
-claror del ojo-, en honda y desvelada
dulzura, ciñe mundos de pureza.

No hay muda en la belleza. Consecuente
con sus tantas virtudes. Ojo y frente,
cabello y cuello en perennal belleza.



Federico García Lorca

canción menor

-- de Federico García Lorca --

Diciembre de 1918
(granada)
tienen gotas de rocío
las alas del ruiseñor,
gotas claras de la luna
cuajadas por su ilusión.
Tiene el mármol de la fuente
el beso del surtidor,
sueño de estrellas humildes.
Las niñas de los jardines
me dicen todas adiós
cuando paso. Las campanas
también me dicen adiós.
Y los árboles se besan
en el crepúsculo. Yo
voy llorando por la calle,
grotesco y sin solución,
con tristeza de cyrano
y de quijote,
redentor
de imposibles infinitos
con el ritmo del reloj.
Y veo secarse los lirios
al contacto de mi voz
manchada de luz sangrienta,
y en mi lírica canción
llevo galas de payaso
empolvado. El amor
bello y lindo se ha escondido
bajo una araña. El sol
como otra araña me oculta
con sus patas de oro. No
conseguiré mi ventura,
pues soy como el mismo amor,
cuyas flechas son de llanto,
y el carcaj el corazón.
Daré todo a los demás
y lloraré mi pasión
como niño abandonado
en cuento que se borró.



Fernando de Herrera

Al Betis

-- de Fernando de Herrera --

Igual al Tebro, al Arno y al Metauro;
superior al Tajo, Duero y Ebro,
sagrado Ispalo río, a quien celebro,
corre ufano al ondoso ponto mauro.

Tu bello mirto rinde al verde lauro
y a las mejores hojas del enebro;
cuanto es mayor el lauro que el enebro
tanto es el mirto inferior el lauro.

Sólo falta, conforme a tu alta gloria,
lugar en el luciente y firme cielo
con el nombre de Eridano trocado.

Mas, ya que se te niegue esta victoria,
serás en el dichoso hesperio suelo
cual Eliconio Olmeo venerado.



Fernando de Herrera

Ardientes hebras do se ilustra el oro

-- de Fernando de Herrera --

Ardientes hebras do se ilustra el oro,
de celestial ambrosía rociado
tanto mi gloria sois y mi cuidado
cuanto sois del amor mayor tesoro,

luces que al estrellado y alto coro
prestáis el bello resplandor sagrado,
cuanto es Amor por vos más estimado
tanto humildemente os honro más y adoro.

Purpúreas rosas, perlas de Oriente,
marfil terso y angélica armonía,
cuanto os contemplo tanto en vos me inflamo

y cuanta pena el alma por vos siente
tanto es mayor valor y gloria mía,
y tanto os temo cuanto más os amo.



Fernando de Herrera

En vano error de dulce engaño espero

-- de Fernando de Herrera --

En vano error de dulce engaño espero,
y en la esperanza de mi bien porfío,
y aunque veo perderme, el desvarío
me lleva del Amor a donde muero.

Ojos de mi deseo, fin postrero,
sola ocasión del alto furor mío,
tended la luz, romped aqueste frío
temor, que me derriba en dolor fiero;

porque mi pena es tal que tanta gloria
en mí no cabe, y desespero cuando
veo que el mal no debo merecello,

pues venzo mi pasión con la memoria
y con la honra de saber penando,
que nunca a Troya ardió fuego tan bello.



Fernando de Herrera

Luz en cuyo esplendor el alto coro

-- de Fernando de Herrera --

Luz en cuyo esplendor el alto coro
con vibrante fulgor está apurado,
de dulces rayos bello ardor sagrado,
do enriqueció Eufrosina su tesoro;

Ondoso cerco que purpura el oro,
de esmeraldas y perlas esmaltado
y en sortijas lucientes encrespado,
a quien me inclino humilde, alegre adoro;

cuello apuesto, serena y blanca frente,
gloria de amor, gentil semblante y mano,
que desmaya la rosa y nieve pura,

es esta por quien fuerzo el mal presente
que pruebe su furor, y siempre en vano
aventajar intento mi ventura.



Fernando de Herrera

Vuela y cerca la lumbre y no reposa

-- de Fernando de Herrera --

Vuela y cerca la lumbre y no reposa,
y huye y vuelve, a su beldad rendida,
figura simple suya, y encendida
siente que fue a su muerte presurosa;

mas yo, alegre en mi luz maravillosa,
a consagrar osando voy mi vida,
que espera, de su bello ardor vencida,
o perderse o cobrarse venturosa.

Amor, que en mí engrandece su memoria,
entibia mi esperanza en lento engaño
y en llama ingrata ufano me consumo.

Cuidé (¡tal fue mi mal!) ganar la gloria
del bien que vi, y al fin hallo en mi daño
que sólo de mi incendio resta el humo.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 51

-- de Francisco de Quevedo --

Soñé que el brazo de rigor armado,
filis, alzaba contra el alma mía,
diciendo: «este será el postrero día
que ponga fin a tu vivir cansado».
Y que luego, con golpe acelerado,
me dabas muerte en sombra de alegría,
y yo, triste, al infierno me partía,
viéndome ya del cielo desterrado.
Partí sin ver el rostro amado y bello;
mas despertose de este sueño un llanto,
ronca la voz, y crespo mi cabello.
Y lo que más en esto me dio espanto
es ver que fuese sueño algo de aquello
que me pudiera dar tormento tanto.



Francisco Sosa Escalante

13 de agosto de 1521

-- de Francisco Sosa Escalante --

Del bello Anáhuac la gentil señora,
La gran Tenoxtitlan que en oro y flores
La frente reclinaba á los fulgores
Del sol radiante que sus cumbres dora,

Ya es presa de Cortés; ya la invasora
Hueste que siembra por doquier horrores,
Los templos profanó, y en sus furores
Nada respeta, ni a mujer que llora.

Cayó el imperio que Tenoch un dia
Fundó á la orilla del sereno lago,
Y Cuauthemoc heroico defendía.

Callad! no importa! pues el aire vago
Difunde la tremenda profecía:
.



Francisco Sosa Escalante

En un álbum (Sosa Escalante III)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Aunque nunca la luz de tu mirada
Derramó sobre mí sus resplandores,
Ni oí jamás tu voz, los trovadores
Que estás, me dicen, de belleza ornada.

Yo sé tambien por ellos, que es morada
De la virtud, tu corazón; que flores
Te ofrecen la amistad y los amores
Y que eres entre todas celebrada;

Que es la luz de tus ojos clara aurora.
Como la noche negra, tu cabello,
Y tus labios cual flor encantadora.

Por eso al recibir tu libro bello
Como una ofrenda á tu beldad, señora,
Con este canto tus elogios sello.



Francisco Sosa Escalante

Hogar desierto

-- de Francisco Sosa Escalante --

¡Cuán triste y sola, sin el bello aliño
Que imprime la beldad en los hogares,
Se encuentra mi mansión! ¿dó los cantares
Están, que ensaya maternal cariño?

El grato alborotar del tierno niño,
Más dulce que los tumbos de los mares,
¿Por qué no escucho aquí, y en mis pesares
Conmigo solo, cual demente, riño?

Ay! que temiendo al porvenir oscuro
A los goces de amor cerré mi puerta.
Cual en presencia de infernal conjuro!

De su letargo el corazón despierta,
Miro imposible el bienestar seguro
Y está la flor de mi esperanza muerta.



José Asunción Silva

Adriana

-- de José Asunción Silva --

Noble como la cándida adorada
del inmortal poeta florentino,
corona de la frente inmaculada
el dorado cabello
que sobre el hombro flota en blondos rizos,
perdida en el espacio la mirada
como se pierde en su conjunto bello
la de aquél que contempla sus hechizos.

Hay infinita luz que reverbera
en el azul de sus divinos ojos
cual de limpio zafiro en los cristales.
Una expresión de majestad serena
de pudor y recato virginales
vela la gracia de sus labios rojos,
¡y es a la vez misterïoso encanto,
lumbre, murmullo, vibración y canto!

Su voz tiene las notas armoniosas
de la del ave que en blando nido
de su impotencia de volar se queja,
llena de suavidad, llena de calma
su cariñosa frase siempre deja
una estela de perlas en el alma.

Tiene la delicada transparencia
de las húmedas hojas de las lilas
y ni una leve mancha en la conciencia
y ni una leve sombra en las pupilas.

Es una reunión encantadora
de lo más dulce que la vida encierra
a los rosados rayos de la aurora
hecha, del aire en los azules velos,
¡con lo más delicado de la tierra
y lo más delicado de los cielos!



José Gautier Benítez

el manzanillo

-- de José Gautier Benítez --

Hay en los campos de mi hermosa antilla
en el suelo feliz donde he nacido
como un error de la natura, un bello
arbusto que se llama el manzanillo.

Tiene el verde color de la esmeralda
y su tupida, su redonda copa
esparce a su alredor en la llanura
fresca, apacible, deliciosa sombra.

Mas, ¡ay!, el ave al acercarse tiende
para otros sitios el cansado vuelo
porque su instinto natural le indica
que su sombra es mortífero veneno.

Todas las plantas en la selva umbría
entrelazan sus ramas y sus hojas
y al halago del viento se acarician
y se apoyan las unas en las otras.

Y unidas crecen en amante lazo
y unidas dan al aire su fragancia
y el manzanillo solo en la ribera
y el manzanillo solo en la montaña.

¡Ay!, cuántas veces al mirarlo, cuántas
con honda pena, con dolor he dicho
¿si será mi existencia en esta vida
la existencia fatal del manzanillo?



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