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Se han encontrado 33 poemas con la palabra augusta

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Amado Nervo

expectación

-- de Amado Nervo --

Siento que algo solemne va a llegar a mi vida.
¿Es acaso la muerte? ¿por ventura el amor?
palidece mi rostro, mi alma está conmovida,
y sacude mis miembros un sagrado temblor.
Siento que algo sublime va a encarnar en mi barro
en el mísero barro de mi pobre existir.
Una chispa celeste brotará del guijarro,
y la púrpura augusta va el harapo a teñir.
Siento que algo solemne se aproxima, y me hallo
todo trémulo; mi alma de pavor llena está.
Que se cumpla el destino, que dios dicte su fallo,
para oír la palabra que el abismo dirá.

Poema expectación de Amado Nervo con fondo de libro

Amado Nervo

la santidad de la muerte

-- de Amado Nervo --

La santidad de la muerte
llenó de paz tu semblante,
y yo no puedo ya verte
de mi memoria delante,
sino en el sosiego inerte
y glacial de aquel instante.
En el ataúd exiguo,
de ceras a la luz fatua,
tenía tu rostro ambiguo
qiuetud augusta de estatua
en un sarcófago antiguo.
Quietud con yo no sé qué
de dulce y meditativo;
majestad de lo que fue;
reposo definitivo
de quién ya sabe el porqué.
Placidez, honda, sumisa
a la ley; y en la gentil
boca breve, una sonrisa
enigmática, sutil,
iluminando indecisa
la tez color de marfil.
A pesar de tanta pena
como desde entonces siento,
aquella visión me llena
de blando recogimiento
y unción..., Como cuando suena
la esquila de algún convento
en una tarde serena...

Poema la santidad de la muerte de Amado Nervo con fondo de libro

Amós de Escalante

Medir mi pobre espíritu no sabe

-- de Amós de Escalante --

Medir mi pobre espíritu no sabe
la vasta inmensidad del cristal frío,
ni en el menguado pensamiento mío
¡oh mar! la suma de tus leyes cabe.

Ciencia no alcanzo que en mi mente grabe
de pueblos, nautas en tu azul bravío,
el nombre, historia, lengua y poderío,
su henchida vela y carenada trabe.

Ansia de contemplarte no vencida,
en lid sañuda o reposo inerte,
tráeme a tu ribera entristecida;

y halagan mi ilusión sin comprenderte
tus hondas voces, aye de la vida,
tu augusta paz, silencio de la muerte.

Poema Medir mi pobre espíritu no sabe de Amós de Escalante con fondo de libro

Góngora

A Juan Rufo, de su Austríada

-- de Góngora --

Cantastes, Rufo, tan heroicamente
De aquel César novel la augusta historia,
Que está dudosa entre los dos la gloria
Y a cuál se deba dar ninguno siente.

Y así la Fama, que hoy de gente en gente
Quiere que de los dos la igual memoria
Del tiempo y del olvido haya victoria,
Ciñe de lauro a cada cual la frente.

Debéis con gran razón ser igualados,
Pues fuistes cada cual único en su arte:
Él solo en armas, vos en letras solo,

Y al fin ambos igualmente ayudados:
Él de la espada del sangriento Marte,
Vos de la lira del sagrado Apolo.



Manuel Acuña

Hidalgo

-- de Manuel Acuña --

Sonaron las campanas de Dolores,
voz de alarma que el cielo estremecía,
y en medio de la noche surgió el día
de augusta libertad con los fulgores.

Temblaron de pavor los opresores
e Hidalgo audaz al porvenir veía,
y la patria, la patria que gemía,
vió sus espinas convertirse en flores.

¡Benditos los recuerdos venerados
de aquellos que cifraron sus desvelos
en morir por sellar la independencia;

aquellos que vencidos, no humillados,
encontraron el paso hasta los cielos
teniendo por camino su conciencia!



Manuel de Zequeira

La Ilusión

-- de Manuel de Zequeira --

OÑÉ que la fortuna en lo eminente
Del más brillante trono me ofrecía
El imperio del orbe, y que ceñía
Con diadema inmortal mi augusta frente.

Soñé que hasta el Ocaso desde Oriente
Mí formidable nombre discurría,
Y que del Septentrión al Mediodía
Mi poder se adoraba humildemente.

De triunfantes despojos revestido,
Soñé que de mi carro rubicundo
Tiraba César con Pompeyo uncido.

Despertóme el estruendo furibundo,
Solté la risa y dije en mi sentido:
«Así pasan las glorias de este mundo.»



Manuel del Palacio

A varios amigos

-- de Manuel del Palacio --

¿Sabéis lo que es, amigos, el garrote?
Pues es un aparato muy sencillo,
En que un hombre sentado en un banquillo
Siente como le aprietan el cogote.

Despues el alma vá de bote en bote
Y salva de los cielos el rastrillo,
Quedando el cuerpo en tierra ¡pobrecillo!
Donde gusanos mil sacan su escote.

De esa felicidad el gran presente
Hoy os ofrece la persona augusta
Á quien la historia llamará clemente.

¡Oh! ¡sacra majestad tierna y robusta!
No al garrote acostumbres á la gente,
Que eso en cabeza propia nunca gusta.



Delmira Agustini

La estatua (Agustini)

-- de Delmira Agustini --

Miradla, así, sobre el follaje oscuro
recortar la silueta soberana...
¡No parece el retoño prematuro
de una gran raza que será mañana?

¡Así una raza inconmovible, sana,
tallada a golpes sobre mármol duro,
de las vastas campañas del futuro
desalojará a la familia humana.

¡Miradla así -¡de hinojos!- en augusta
calma imponer la desnudez que asusta!...
¡Dios!... ¡Moved ese cuerpo, dadle un alma!

ved la grandeza que en su forma duerme...
¡Vedlo allá arriba, miserable, inerme.
Más pobre que un gusano, siempre en calma!



Rafael María Baralt

A Alberto Lista

-- de Rafael María Baralt --

¡Bien haya la piedad que augusta ofrenda
de oliva y lauro a tu inmortal memoria
justiciera dedica y tu alma gloria
a las celestiales musas encomienda!

¡Que en la patria infeliz acaso encienda
espíritu vital tu clara historia
y trueque en oro nuestra vil escoria,
llama de honor, que de virtud sea prenda!

Mas no será; que envejecida España
varones como tú ya no concibe,
ni en fecunda labor produce un hombre.

Murió la ínclita edad, ni héroe, ni hazaña
la presente enaltece, y triste vive
sin amor y sin fe, sin Dios, sin nombre.



Rafael María Baralt

Al nacimiento de la Princesa de Asturias

-- de Rafael María Baralt --

¡La Reina es madre! Venturoso día
luce por fin en el Oriente hispano:
présago de salud, con hondo arcano
a Trono y Pueblo el Hacedor le envía.

Cesa la guerra; la Discordia impía
huye al profano; y del bifronte Jano
cerrado el templo, con augusta mano
la regia prole a la virtud nos guía.

Y la patria revive; árbitro y dueño
es de la tierra; y su blasón divino
brilla otra vez con inmortal hazaña.

Ángel querido, así al mirarte, el ceño
la suerte depondrá, y alto destino
de honor y gloria labrarás a España.



José Tomás de Cuellar

Jesucristo en la cruz

-- de José Tomás de Cuellar --

El que ha podido hacer adorar una
cruz, el que ha ofrecido por culto á
los hombres la humanidad doliente y
la virtud perseguida, éste, lo juramos,
no puede menos de ser un Dios.

CHATEAUBRIAND.

¡Calle el mundo á mi voz! El arpa mía
Va á repetir el eco del Calvario
Con mágico concento,
Que en alas de la mística poesía
Se eleve presuroso y solitario
Hasta tocar el alto firmamento.

¡Calle el mundo á mi voz! Altivos reyes,
Pueblos que venerais la augusta enseña
Con júbilo infinito,



José Zorrilla

aparta de tus ojos la nube perfumada

-- de José Zorrilla --

Aparta de tus ojos la nube perfumada
que el resplandor nos vela que tu semblante da,
y tiéndenos, maría, tu maternal mirada,
donde la paz, la vida y el páramo está.
Tú, bálsamo de mirra; tú, cáliz de pureza;
tú, flor de paraíso y de los astros luz,
escudo sé y amparo de la mortal flaqueza
por la divina sangre del que murió en la cruz.
Tú eres, oh maría!, un faro de esperanza
que brilla de la vida junto al revuelto mar,
y hacia tu luz bendita desfallecido avanza
el náufrago que anhela en el edén tocar.
Impela, oh madre augusta!, tu soplo soberano
la destrozada vela de mi infeliz batel;
enséñale su rumbo con compasiva mano,
no dejes que se pierda mi corazón en él.



José Zorrilla

a maría plegaria

-- de José Zorrilla --

Aparta de tus ojos la nube perfumada
que el resplandor nos vela que tu semblante da,
y tiéndenos, maría, tu maternal mirada,
donde la paz, la vida y el paraíso está.
Tú, bálsamo de mirra; tú, cáliz de pureza:
tú, flor del paraíso y de los astros luz,
escudo sé y amparo de la mortal flaqueza
por la divina sangre del que murió en la cruz.
Tú eres ¡oh maría! un faro de esperanza
que brilla de la vida junto al revuelto mar,
y hacia tu luz bendita desfallecido avanza
el náufrago que anhela en el edén tocar.
Impela ¡oh madre augusta! tu soplo soberano
la destrozada vela de mi infeliz batel;
enséñale su rumbo con compasiva mano,
no dejes que se pierda mi corazón en él.



Juan Bautista Arriaza

Brindando en un banquete de bodas

-- de Juan Bautista Arriaza --

Gime la prensa cuna al pliego ajusta
vuestro nombre, Isabel, y el de Fernando;
gime, y es de placer de estar gozando
de ambos monarcas la presencia augusta.

Materia hallar quisiera más robusta
en que imprimir, la gloria eternizando
de un rey al pueblo tan benigno y blando,
de una reina tan bella, amable y justa.

Mas no, Fernando, no la huella intensa
del buril, ni pincel en sus matices
cede en su obsequio la afanosa prensa;

que es su blasón con tipos y matices
llevar tu voz a una distancia inmensa,
y a doquier que la lleve hacer felice.



Juan Cruz Varela

A don Martín Rodríguez

-- de Juan Cruz Varela --

No fue ilusoria, no, nuestra esperanza
cuando creímos, Rodríguez, que algún día,
de tu mano a la patria le vendría
la gloria, el honor y la alabanza.

Tú has roto, sí, la poderosa lanza
que la atroz Discordia embrazado había;
y tú de la ominosa, bárbara anarquía
alcanzaste la más feliz venganza.

De la paz augusta el símbolo sagrado,
la oliva y el laurel de la victoria,
tu prudencia y esfuerzo se han ganado.

Tu nombre en los anales de la historia
celebrado será; y en nuestros pechos
graba la gratitud tus nobles hechos.



Juan Cruz Varela

Al que desmaya en nuestro sistema

-- de Juan Cruz Varela --

¿Del gran sistema la contraria suerte
tanto te sobrecoge e intimida?
¿Más que la libertad amas la vida?
¿Eliges la cadena, y no la muerte?

El contraste no aflige al varón fuerte,
él a mayor peligro le convida;
dijo perezca el cruel y no trepida,
y en león libio, en furia se convierte.

Su sangre a borbotones mancha el suelo;
él la mira, y el pecho se le inflama,
y allí su atropellar, allí su anhelo.

Al expirar a sus amigos llama,
y despreciando tan funesto duelo,
himnos entona que admiró la fama.

II

¿Tú lleno de pavor pasas el día
los males de tu patria contemplando,
y huyendo de un amigo al ruego blando
buscas ansiosos la melancolía?

¿Qué hiciste infeliz hombre tu alegría
los grillos al romper? ¿a do temblando
llevas la planta con tu sombra hablando?
¡Infeliz para sí de ti confía!

Húndete miserable, a tus hermanos
devuélveles tu mal ceñida espada,
no la profanen tan cobardes manos.

La augusta Libertad con faz airada
te apartará de sus Americanos,
y en su templo jamás tendrás entrada.



Salvador Díaz Mirón

Lance

-- de Salvador Díaz Mirón --

Es un viejo borracho que me provoca,
que me cierra el camino y al diablo evoca,
recio, locuaz, inmundo, descalzo y fiero,
con terribles ojazos de un gris de acero
y con una calvicie de yerma roca.
-La testa perdió greña, razón y toca.

Hasta el pecho la barba se le desliza,
como espuma de arroyo por cana y riza.
La diestra dura y fuerte, como una marra,
enseña entre uñas corvas, como de garra,
pipa roja con aire de cruenta triza.
-La mano es tan aleve como maciza.

Paro el corcel fogoso y alzo la fusta...
-Occiduo el Sol corona cúspide augusta,
y el ebrio tiene al rubro y oblicuo rayo
sangre a linfas rebelde que aun pinta el sayo-.
Y me afirmo en el potro, y él se me asusta,
y el anciano derriba y en lodo incrusta.



Vicente Wenceslao Querol

A un filósofo cristiano

-- de Vicente Wenceslao Querol --

Ni el bien pasado ni el dolor presente
nunca turbaron tu impasible calma,
y, en excelsa región puesta la mente,
no hay una sombra en tu serena frente
ni hay una duda que te angustie el alma.

Tal, de las nubes traspasando el velo,
para bañarse en la perpetua lumbre
del sol, huyendo del rumor del suelo,
alzan los Alpes la nevada cumbre
triste, infecunda y solitaria, al cielo.

Mas de la cima estéril se desata
el agua en hilos de bruñida plata,
para ser luego- fecundante río,
lago que el cielo espléndido retrata,
fuente que llora en ángulo sombrío.

Tal de tus labios la verdad ignota
desde tu augusta soledad desciende
sobre los pueblos que el error azota,
y el sacro fuego de la fe se enciende
y el santo amor entre los hombres brota.



Antonio Almendros Aguilar

La cruz

-- de Antonio Almendros Aguilar --

Muere Jesús del Gólgota en la cumbre,
con amor perdonando al que le hería,
siente deshecho el corazón María
del dolor en la inmensa pesadumbre.

Se aleja con pavor la muchedumbre
cumplida ya la Santa Profecía,
tiembla la tierra, el iluminar del día
cegando a tal horror, pierde su lumbre.

Se abren las tumbas, se desgarra el velo,
y a impulsos de un amor grande y fecundo
parece estar la cruz, signo de duelo,

cerrando augusta con el pie el profundo,
con la excelsa cabeza abriendo el cielo
y con los brazos abarcando el mundo.



Manuel Machado

Las mujeres de Romero de Torres

-- de Manuel Machado --

Rico pan de esta carne morena, moldeada
en un aire caricia de suspiro y aroma...
Sirena encantadora y amante fascinada,
los cuellos enarcados, de sierpe o de paloma...

Vuestros nombres, de menta y de ilusión sabemos:
Carmen, Lola, Rosario... Evocación del goce,
Adela... Las Mujeres que todos conocemos,
que todos conocemos ¡y nadie las conoce!

Naranjos, limoneros, jardines, olivares,
lujuria de la tierra, divina y sensüal,
que vigila la augusta presencia del ciprés.

En este fondo, esencia de flores y cantares,
os fijó para siempre el pincel inmortal
de nuestro inenarrable Leonardo cordobés.



Manuel Reina

La estatua (Reina)

-- de Manuel Reina --

En medio del jardín yérguese altiva,
en riquísimo mármol cincelada,
la figura de un dios de ojos serenos,
cabeza varonil y formas clásicas.
En el invierno, la punzante nieve
y el viento azotan la soberbia estatua;
pero ésta, en su actitud noble y severa,
sigue en el pedestal, augusta, impávida.
En primavera, el aureo sol le ofrece
un manto de brocado; las arpadas
aves con sus endechas la saludan;
los árboles le tejen con sus ramas
verde dosel; el cristalino estanque
la refleja en sus ondas azuladas,
y los astros colocan en su frente
una diadema de bruñida plata.
Mas la estatua impasible está en su puesto
sin cambiar la actitud ni la mirada.
¡Así el genio inmortal, dios de la tierra,
siempre blanco de envidias o alabanzas,
impávido, sereno y arrogante,
sobre las muchedumbres se levanta!



Miguel Unamuno

Rima descriptiva

-- de Miguel Unamuno --

Es á la sombra del silencio santo
bajo el silencio de la sombra augusta,
lánguidamente va volando el canto
de una campana sobre la robusta

rocosa serranía á la que el llanto
reviste de las nubes; en la adusta
cima la tierra ciñe el negro manto
que cuando muere el sol al pecho ajusta.



Juan Nicasio Gallego

A Zaragoza

-- de Juan Nicasio Gallego --

Viendo el tirano que el valor ferviente
domar no puede del león de España,
ni el lazo odioso de coyunda extraña
dobla el fuerte Aragón la invicta frente,

y juró cruel venganza, y de repente
se hundió en el Orco, y con horrible saña
del reino oscuro que Aqueronte baña
alzó en su ayuda la implacable gente.

De allí el desmayo y la miseria adusta,
de allí la ardiente sed, la destructora
fiebre salieron y el contagio inmundo.

Ellos domaron la ciudad augusta;
no el hierro, no el poder. ¡Decanta ahora
tu triunfo, oh Corso, y tu valor al mundo!



Juan Nicasio Gallego

Al primer pintor de Camara don Vicente López

-- de Juan Nicasio Gallego --

Si plugo a Carlos con la regia mano,
que a Marte arrebató palmas sin cuento,
alzar del suelo el mágico instrumento
a que gloria inmortal debe Tiziano;

si vio Velázquez de su dicha ufano
premiar todo a Filipo su talento,
dando a su efigie en ínclito ornamento
la roja insignia del Patrón hispano:

hoy a despecho de la envidia injusta
te ofrece, López, tan feliz destino
de otro monarca la bondad augusta,

que a favor desusado y peregrino
da a tus desvelos recompensa justa
y nuevos timbres al pincel divino.



Juan Ramón Jiménez

la muerte es sólo un reposo,

-- de Juan Ramón Jiménez --

Más que el sueño. De ella, un día
¡aurora augusta y completa!,
saldremos fuertes, exactos,
para un vivir tan eterno
como ella,
para un trabajo inmortal.



Julio Zaldumbide Gangotena

A las flores (Zaldumbide)

-- de Julio Zaldumbide Gangotena --

Prole gentil del céfiro y la aurora,
nacida con el don de la belleza;
gracias con que la gran naturaleza
ríe, y su augusta majestad decora.

La luz del sol, que el universo dora,
no tanto de su frente en la grandeza,
cuanto en vosotras linda se adereza,
y con matiz más gayo se colora.

En el campo del éter las estrellas
son flores celestiales, y en el suelo
vosotras sois estrellas de colores.

Tan puras sois, en fin, al par que bellas,
que pienso que del mundo el claro cielo
no tiene cosas más... Que almas y flores.



Francisco de Quevedo

parnaso español 19

-- de Francisco de Quevedo --

Aquella frente augusta que corona
cuanto el mar cerca, cuanto el sol abriga
(pues lo que no gobierna lo castiga
dios con no sujetarlo a su persona),
pudo, vistiendo a flora y a pomona,
mandar que el tiempo sus colores siga,
haciendo que el invierno se desdiga
de los yelos y nieves que blasona.
Pudo al sol que a diciembre volvió mayo
volverle, de envidioso, al occidente,
la luz con ceño, el oro con desmayo.
Correr galán y fulminar valiente
pudo; la caña en él, ser flecha y rayo;
pudo lope cantarle solamente.



Francisco de Quevedo

parnaso español 1

-- de Francisco de Quevedo --

¡oh cuánta majestad! ¡oh cuánto numen,
en el tercer filipo, invicto y santo,
presume el bronce que le imita! ¡oh cuánto
estos semblantes en su luz presumen!
los siglos reverencian, no consumen,
bulto que igual adoración y espanto
mereció amigo y enemigo, en tanto
que de su vida dilató el volumen.
Osó imitar artífice toscano
al que a dios imitó de tal manera,
que es, por rey y por santo, soberano.
El bronce, por su imagen verdadera,
se introduce en reliquia, y éste, llano,
en majestad augusta reverbera.



José Joaquín de Mora

El estío (Joaquín de Mora)

-- de José Joaquín de Mora --

Hermosa fuente que al vecino río
sonora envías tu cristal undoso,
y tu blanda, cual sueño venturoso,
yerba empapada en matinal rocío.

Augusta soledad del bosque umbrío
que da y protege el álamo frondoso,
amparad de verano riguroso
al inocente y fiel rebaño mío.

Que ya el suelo feraz de la campiña
selló julio con planta abrasadora
y su verdura a marchitar empieza;

y alegre ve la pámpanos aviña
en sus venas la savia bienhechora,
nuncio feliz de la otoñal riqueza.



Abate Marchena

Así cuando el alcázar del Olimpo

-- de Abate Marchena --

Así cuando el alcázar del Olimpo,
el soberbio Mimante y los Titanes,
hórridos hijos de la dura tierra,
escalar intentaron, y de Atlante
el grave Pelïón agobió el hombro;
cuando cien lanzas blandeó Briareo,
de Encélado la mano poderosa,
arranca sierras y montañas lanza
contra el sagrado cielo, y ni el tremendo
rayo que Jove por los aires vibra
no le amedrenta, ni el feroz bramido
del Noto por Eolo desatado,
ni las olas que heridas del tridente
de Neptuno las tierras anegaban;
no el reluciente casco de Mavorte,
no le asustan de Apolo las saetas;
de Apolo que a la sierpe en otro tiempo
traspasó el cuerpo duro con mil flechas,
y en angustia rabiosa exhaló el alma
en negra podre y en veneno envuelta.
Tres veces tiembla la morada augusta
de las deidades: Venus y las Gracias
a lo último del cielo huyen medrosas;
las otras diosas siguen: los amores
se acogen a sus brazos, o en sus senos
se esconden, temerosos del peligro.



Clemente Althaus

A Elena (1 Althaus)

-- de Clemente Althaus --

Labios tienes cual púrpura rojos,
tez de rosa y de fresco azahar,
y rasgados dulcísimos ojos
del color de los cielos y el mar.
Oro es fino la riza madeja
que hollar puede el brevísimo pie,
y flor tierna tu talle semeja
que temblar al favonio se ve.
La hija bella del Cisne y de Leda,
te pudiera envidiar cuerpo tal;
pero en él más bella alma se hospeda,
Que no empaña ni sombra de mal.
Prole augusta tal vez me pareces
de himeneo entre dios y mujer:
¡ah! ¡dichoso, dichoso mil veces
quien amado de ti logre ser!
No yo, indigno de tanta ventura,
a cuya alma pesó, cada vez
que te viera, no ser ya tan pura
cual lo fue en su primera niñez.



Clemente Althaus

A Martín de Porres

-- de Clemente Althaus --

En vano, gran Martín, la Noche fría
vistió tu rostro con su sombra oscura;
mas que la nieve era tu alma pura,
y más clara que sol de mediodía.
Y hoy en la gloria perennal te alegras,
mientras gimen sin tregua en el profundo
mil y mil que tuvieron en el mundo
los rostros blancos y las almas negras.
Si, como vil, el orgulloso suelo
y como infame, tu color rechaza,
igual es en honores cada raza
en la feliz república del cielo.
Y hasta permiten las divinas leyes
que aquellos cuya vida más se humilla
allá reciban más augusta silla,
del mundo esclavos y del cielo reyes.
¿Qué corona de sol resplandeciente
hay que perder su resplandor no tema,
ante la luz de la inmortal diadema
que hoy enguirnalda tu gloriosa frente?
Y son nuestras mas fúlgidas estrellas
bosquejo apenas y confusa sombra
de esas que tú, como brillante alfombra,
o cual dorado pavimento, huellas.



Ramón López Velarde

A una ausente seráfica

-- de Ramón López Velarde --

Estos, amada, son sitios vulgares
en que en el ruido mundanal se asusta
el alma fidelísima, que gusta
de evocar tus encantos familiares.

Añoro dulcemente los lugares
en donde imperas cual señora justa,
tu voz real y tu mirada augusta
que ungieron con su gracia mis pesares.

Y recuerdo que en época lejana,
por tus raras virtudes milagrosas
y tu amable modestia provinciana,

ebrio de amor te comparó el poeta
con la mejor de las piedras preciosas
oculta en pobres hojas de violeta.

Tuviste, en la delicia de mi sueño,
fuerza de mano que se da al caído
y la piedad de un pájaro agoreño
que en la rama caduca pone el nido.

De tu falda al seráfico pergeño
cual párvulo medroso estoy asido,
que en la infantil iglesia de mi ensueño
las imágenes rotas han caído.

Yo sé que en mis catástrofes internas
no más quedas tú en pie, señora alta,
de frente noble y de miradas tiernas.

Condúceme en las noches inclementes
porque sin ti, para marchar, me falta
el óleo de las vírgenes prudentes.



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Ariiba