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Se han encontrado 39 poemas con la palabra audaz

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Adelardo López de Ayala

A Isabel

-- de Adelardo López de Ayala --

De Málaga la tierra encantadora
puso en tu frente cuantas rosas crías,
y el espléndido sol de Andalucía,
en tus ardientes ojos se atesora.

Cuando la risa endulza y aminora
el rayo audaz que tu mirada envía,
el alma se estremece de alegría,
bañada en luz de la primer aurora.

Un espejo te mando... -¡Error profundo!
Si al retratarte, el gozo te despierta
de admirar en tu rostro un paraíso,

mustio después encontrarás el mundo,
y temo que el espejo se convierta
en la encantada fuente de Narciso.

Poema A Isabel de Adelardo López de Ayala con fondo de libro

Adelardo López de Ayala

Ausencia (López de Ayala)

-- de Adelardo López de Ayala --

La piedra imán recibe de una estrella
el influjo en que busca su gobierno
la nave audaz, y, en éxtasis eterno,
contempla enamorada su luz bella.

Siente en su espalda el mar la blanda huella
de la luna gentil, y, amante tierno,
suspira y gime, o, con furor interno,
en cien montañas a la par se estrella.

¡Ama una flor al luminar del día;
dispersas y apartadas, sus amores
se comunican las flexibles palmas...

¿Por qué, ausente, no escuchas la voz mía?
¿Por qué sienten mejor el mar, las flores,
y hasta las mismas piedras que las almas?

Poema Ausencia (López de Ayala) de Adelardo López de Ayala con fondo de libro

Leopoldo Lugones

El picaflor

-- de Leopoldo Lugones --

Run ... Dun, run ... Dun ... Y al tremolar sonoro
Del vuelo audaz y como un dardo, intenso,
Surgió de pronto, ante una flor suspenso,
En vibrante ascua de esmeralda y oro.

Fue color... Luz... Color... A un brusco giro,
Un haz de sol lo arrebató al soslayo;
Y al desaparecer con aquel rayo,
Su ascua fugaz carbonizó en zafiro.

Poema El picaflor de Leopoldo Lugones con fondo de libro

Góngora

A unos álamos blancos

-- de Góngora --

Verdes hermanas del audaz mozuelo
por quien orilla el Po dejastes presos
en verdes ramas ya y en troncos gruesos
el delicado pie, el dorado pelo:

pues entre las rüinas de su vuelo
sus cenizas bajar en vez de huesos,
y sus errores largamente impresos
de ardientes llamas vistes en el cielo,

acabad con mi loco pensamiento
que gobernar tal carro no presuma,
antes que lo desate por el viento

con rayos de desdén la beldad suma,
y las reliquias de su atrevimiento
esconda el desengaño en poca espuma.



Luis Muñoz Rivera

turba multa

-- de Luis Muñoz Rivera --

Bajo los anchos pliegues de una bandera
invicta en arapiles y en ceriñola
una turba se ampara tosca y logrera,
hija degenerada de la altanera
raza española.

Gente que audaz persigue lucro mezquino
que en altos ideales su afán escuda;
que siembra odios eternos en su camino
que de climas remotos hambrienta vino
pobre y desnuda,

y hoy que sus ricas tiendas aquí levanta
del colono pretende mofarse impía;
contemplar en el tajo nuestra garganta
y hacer que en nuestra tierra fije su planta
la tiranía.

Esos no representan al pueblo hispano
noble, viril, altivo, franco y sincero,
convertido, a esta margen del océano,
en montón de burócratas, rudo, inhumano
torpe y artero.

Montón a que los parias rinden tributo;
que en éxitos menguados te pavoneas;
que de tu negra infamia logras el fruto
en días tempestuosos de sangre y luto!
¡maldito seas!



Manuel Acuña

Hidalgo

-- de Manuel Acuña --

Sonaron las campanas de Dolores,
voz de alarma que el cielo estremecía,
y en medio de la noche surgió el día
de augusta libertad con los fulgores.

Temblaron de pavor los opresores
e Hidalgo audaz al porvenir veía,
y la patria, la patria que gemía,
vió sus espinas convertirse en flores.

¡Benditos los recuerdos venerados
de aquellos que cifraron sus desvelos
en morir por sellar la independencia;

aquellos que vencidos, no humillados,
encontraron el paso hasta los cielos
teniendo por camino su conciencia!



Manuel del Palacio

La bandera española

-- de Manuel del Palacio --

De rojo y amarillo está partida;
Dice el rojo del pueblo la fiereza;
El amarillo copia la riqueza
Con que su fértil suelo nos convida.

Plegada alguna vez, jamás rendida,
Ningún borrón consiente su pureza:
Y aun al mirarla doblan la cabeza
Los que á su sombra fiel hallan cabida.

Si hoy, como en otra edad, al mundo entero
Leyes no dicta desde polo á polo,
Ni el sol la manda su fulgor primero,

Cuando con vil traición ó torpe dolo
Pisarla intente audaz el extranjero,
¡Teñida la vereis de un color solo!



Manuel del Palacio

La erupción

-- de Manuel del Palacio --

Hierve la sangre en las hinchadas venas,
Fuego brotar parecen las mejillas,
Se doblan hácia el suelo las rodillas
Y el hombre más audaz respira apenas.

Rompiera, á hallarse preso, sus cadenas
Y de valor hiciera maravillas;
Pero siente en el cuerpo unas cosquillas
Que vértigo le dan y angustia y penas.

Arroja espuma su entreabierta boca,
Retuércese en las sienes el cabello,
Todo le hiela y todo le sofoca;

Su bronco respirar es ya resuello...
Rompe al fin la erupción, y sólo toca
Un grano en la nariz y otro en el cuello.



Jacinto de Salas y Quiroga

A *** (Salas y Quiroga)

-- de Jacinto de Salas y Quiroga --

Sublime virgen, a mi canto atiende,
y si mi nombre el eco de la fama
repite un día y te alboroza el pecho,
di, virgen mía, que tu amor me inflama.

Tu amor es quien mi párpado humedece,
tu amor el que da sones a mi lira,
tu amor es el que acalla mis pesares,
tu amor quien este cántico me inspira.

Por Delia suspiró Tibulo versos,
el Petrarca por Laura, y por Elvira
suspiró Alfonso, el cisne de la Francia,
y sus nombres por siempre tendrán vida.

¡Dichosa la beldad que ama el poeta!
Es eterna cual él... O virgen pura,
si los siglos audaz mi canto vence,
tu nombre será eterno y mi ternura.

Y en los remotos siglos una amante
repetirá a su amante tiernamente:
«Ámame cual Fileno amó...» Y entonces
tu nombre sabrá el mundo solamente.



César Vallejo

al cavilar en la vida, al cavilar

-- de César Vallejo --

Al cavilar en la vida, al cavilar
despacio en el esfuerzo del torrente,
alivia, ofrece asiento el existir,
condena a muerte;
envuelto en trapos blancos cae,
cae planetariamente
el clavo hervido en pesadumbre; cae!
(acritud oficial, la de mi izquierda;
viejo bolsillo, en sí considerada, esta derecha).
¡Todo está alegre, menos mi alegría
y todo, largo, menos mi candor,
mi incertidumbre!
a juzgar por la forma, no obstante, voy de frente,
cojeando antiguamente,
y olvido por mis lágrimas mis ojos (muy interesante)
y subo hasta mis pies desde mi estrella.
Tejo; de haber hilado, héme tejiendo.
Busco lo que me sigue y se me esconde entre arzobispos,
por debajo de mi alma y tras del humo de mi aliento.
Tal era la sensual desolación
de la cabra doncella que ascendía,
exhalando petróleos fatídicos,
ayer domingo en que perdí mi sábado.
Tal es la muerte, con su audaz marido.



Dolores Veintimilla

Sufrimiento

-- de Dolores Veintimilla --

Pasaste, edad hermosa
En que rizó el ambiente
Las hebras del cabello por mi frente
Que hoy anubla la pena congojosa.
Pasaste, edad de rosa,
De los felices años,
Y contigo mis gratas ilusiones....
Quedan en su lugar los desengaños
Que brotó el huracán de las pasiones.

Entonces ay! entonces, madre mía,
Tus labios enjugaban
Lágrimas infantiles que surcaban
Mis purpúreas mejillas....Y en el día
¡Ay de mí! no estás cerca para verlas....
¡Son del color alquitaradas perlas....

Madre! madre! no sepa la amargura
Que aqueja el corazón de tus Dolores,
Saber mi desventura
Fuera aumentar tan solo los rigores
Con que en ti la desgracia audaz se encona.
En mi nombre mi sino me pusiste!
Sino, madre, bien triste!
Mi corona nupcial, está en corona
De espinas ya cambiada....
Es tu Dolores ay! tan desdichada!!!



Emilio Bobadilla

El valor de la vida

-- de Emilio Bobadilla --

Del frío y de la nieve con temor te resguardas
y al amago tan sólo de una fiebre benigna,
llamas de prisa al médico, cual si fuese maligna,
y arropado hasta el cuello, cama afligido guardas.

Si te roban o atentan a tu vida, castigan
a presidio o al palo al audaz delincuente,
y si cualquiera en público te grita o te desmiente
le mandas los padrinos y a batirse le obligan.

Aun en defensa propia matar a alguien te aterra.
En la guerra, al contrario, matar es un deporte:
no es lo mismo la vida en la paz que en la guerra.

Qué más da que te maten, que caigas prisionero,
o que un médico ignaro una pierna te corte...
En la paz eres alguien; en la guerra eres cero...



Pedro Antonio de Alarcón

En el muladar

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Mendigo: tu blasfemia me estremece...
Deja que olvide a Dios el venturoso;
pero tu labio hambriento y asqueroso
con renovada fe bendiga y rece:

Todo, menos su Dios, le pertenece
al opulento, sano y poderoso,
y el pobre, enfermo, triste y haraposo,
de todo, excepto de su Dios, carece

Dios es al cabo el único enemigo
del vano, del audaz, del sibarita,
y la sola esperanza, el solo amigo

del que llora, padece y necesita...
¡Sin Dios, el universo se anonada!
¡Sin Dios, el rico es Dios, y el pobre nada!



Pedro Antonio de Alarcón

La palma

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

La palma audaz que en el desierto crece
hospitalaria acoge al caminante:
grata sombra le presta, y abundante,
sabroso fruto pródiga le ofrece.

Al son del huracán fiera se mece,
y cuanto recia más, más arrogante
resiste, y más hermosa y elegante
en los azares de la lid parece.

Premio de la virtud es cada rama
del árbol inmortal, don a que aspira
el que trueca su paz por la victoria.

Y ese don eres tú, perfecta dama,
para el esposo que en tu amor se inspira,
viendo en ti misma a tu rival la Gloria.



Pedro Bonifacio Palacios

intima

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

Ayer te vi... No estabas bajo el techo
de tu tranquilo hogar,
ni doblando la frente arrodillada
delante del altar,
ni reclinando la gentil cabeza
sobre el augusto pecho maternal.
Te vi... Si ayer no te siguió mi sombra
en el aire, en el sol,
es que la maldición de los amantes
no la recibe dios,
o acaso, el que roba tus caricias,
tiene en el cielo mas poder que yo!

otros te digan palma del desierto,
otros te llamen flor de la montaña,
otros quemen incienso a tu hermosura:
yo te diré mi amada!
ellos buscan un pago a sus vigilias,
ellos compran tu amor con sus palabras,
ellos son elocuentes porque esperan;
¡y yo no espero nada!

¡yo sé que la mujer es vanidosa,
yo sé que la lisonja la desarma,
y yo se que un esclavo de rodillas
más que todos alcanza!...

Otros te digan palma del desierto,
otros compren tu amor con sus palabras;
yo seré más audaz, pero más noble:
¡yo te diré mi amada!



Pedro Bonifacio Palacios

Íntima

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

Ayer te vi... No estabas bajo el techo
de tu tranquilo hogar
ni doblando la frente arrodillada
delante del altar,
ni reclinando la gentil cabeza
sobre el augusto pecho maternal.
Te vi...Si ayer no te siguió mi sombra
en el aire, en el sol,
es que la maldición de los amantes
no la recibe Dios,
o acaso el que me roba tus caricias
tiene en el cielo más poder que yo!

Otros te digan palma del desierto,
otros te llamen flor de la montaña,
otros quemen incienso a tu hermosura,
yo te diré mi amada.

Ellos buscan un pago a sus vigilias,
ellos compran tu amor con sus palabras;
ellos son elocuentes porque esperan,
¡y yo no espero nada!
Yo sé que la mujer es vanidosa,
yo sé que la lisonja la desarma,
y sé que un hombre esclavo de rodillas
más que todos alcanza...

Otros te digan palma del desierto,
otros compren tu amor con sus palabras,
yo seré más audaz pero más noble:
¡yo te diré mi amada!



Rafael María Baralt

Al sol (2-Baralt)

-- de Rafael María Baralt --

Mares de luz por la sonante esfera,
triunfador de la noche, el carro de oro
lanza del sol, y su perenne lloro
suspende el mundo y su aflicción severa.

Dichosa al firmamento va ligera,
cual despedida flecha audaz condoro,
y esparce al viento su cantar sonoro
del umbroso pensil ave parlera.

Y la tierra y el mar y el claro cielo
en alegre bullir hierven de amores,
cuando fecundo el luminar su vuelo.

¿Quién la lumbre te da? ¿Quién los ardores?
El ser a quien tu luz, que nos asombra,
es fuego sin calor, es mancha, es sombra.



José Zorrilla

con el hirviente resoplido moja

-- de José Zorrilla --

Con el hirviente resoplido moja
el ronco toro la tostada arena,
la vista en el jinete ata y serena,
ancho espacio buscando el asta roja.
Su arranque audaz a recibir se arroja,
pálida de valor la faz morena,
e hincha en la frente la robusta vena
el picador, a quien el tiempo enoja.
Duda la fiera, el español la llama;
sacude el toro la enastada frente,
la tierra escarba, sopla y desparrama;
le obliga el hombre, parte de repente,
y herido en la cerviz, húyele y brama,
y en grito universal rompe la gente.



Juan Bautista Arriaza

Soñaba yo

-- de Juan Bautista Arriaza --

Soñaba yo; y en lecho damasquino
una hermosa matrona vi dormida
y entre su misma prole acometida
por un tirano y pérfido Tarquino.

En vano intentan del fatal destino
sus hijos redimir a la afligida;
que ellos sin armas luchan por su vida,
y armado estaba el bárbaro asesino.

Ya el traidor casi su maldad corona;
cuando junto a las márgenes del Duero
se alza un hijo de Marte y de Belona:

Vuela, llega, derriba al monstruo fiero;
y era la Iberia la infeliz matrona,
y era Wellington el audaz guerrero.



Juan Bautista Arriaza

Virtudes militares más dignamente premiadas

-- de Juan Bautista Arriaza --

Tú que audaz recorriste sin cansarte
los reinos de Cibeles y Neptuno,
superando los riesgos uno a uno
que al constante valor presenta Marte.

Tú que de Iberia un tiempo baluarte,
y hoy rayo a los rebeldes importuno,
lidias porque en el orbe no haya alguno
que de tu patria insulte al estandarte.

Yo te saludo ¡oh bravo sin pretextos!
Soldado entre soldados sin segundo,
norma igual de leales y modestos;

y de mi pecho digo en lo profundo:
ciña mi rey muchos laureles de estos,
y yo le fío rey de todo el mundo.



Félix María Samaniego

Soneto a Nice

-- de Félix María Samaniego --

No te quejes, oh Nice, de tu estado
porque te llamen puta a boca llena,
pues puta ha sido mucha gente buena
y millones de putas han reinado.

Dido fue puta de un audaz soldado,
a ser puta Cleopatra se condena,
y el nombre lucrecial, que tanto suena,
no es tan honesto como se ha pensado.

Esa de Rusia emperatriz famosa
que fue de los carajos centinela,
entre más de dos mil murió orgullosa;

y pues ya lo dan todas sin cautela,
haz tú lo mismo, Nice vergonzosa,
que esto de honra y virgo es bagatela.



Gabriela Mistral

amo amor

-- de Gabriela Mistral --

anda libre en el surco, bate el ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:
¡le tendrásque escuchar!
habla lengua de bronce y habla lengua de ave,
ruegos tímidos, imperativos de mar.
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:
¡lo tendrásque hospedar!
gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.
No te vale decirle que albergarlo rehúsas:
¡lo tendrásque hospedar!
tiene argucias sutiles en la réplica fina,
argumentos de sabio, pero en voz de mujer.
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:
¡le tendrásque creer!
te echa venda de lino; tú la venda toleras.
Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras
¡que eso paraen morir!



Salvador Díaz Mirón

Engarce

-- de Salvador Díaz Mirón --

El misterio nocturno era divino.
Eudora estaba como nunca bella,
y tenía en los ojos la centella,
la luz de un gozo conquistado al vino.

De alto balcón apostrofóme a tino;
y rostro al cielo departí con ella
tierno y audaz, como con una estrella...
!Oh qué timbre de voz trémulo y fino!

¡Y aquel fruto vedado e indiscreto
se puso el manto, se quitó el decoro,
y fue conmigo a responder a un reto!

¡Aventura feliz! La rememoro
con inútil afán; y en un soneto
monto un suspiro como perla en oro.



Vicente Wenceslao Querol

A un árbol

-- de Vicente Wenceslao Querol --

El día en que yo vi la luz primera,
plantó mi padre en su risueño huerto
ese árbol que admiráis en primavera,
de tiernas hojas y de flor cubierto.

Yo entré en la sociedad, donde hoy batallo,
con la esperanza audaz de los mancebos,
cuando él ennoblecía el fuerte tallo
cada nueva estación con ramos nuevos.

Yo abandoné, buscando horas felices,
mi pobre hogar por la mansión extraña,
y él, inmutable, ahondaba sus raíces
junto al arroyo que sus plantas baña.

Hoy, rugosa la frente y seca el alma,
cuando hasta el eco de mi voz me asombra,
vengo a encontrar la apetecida calma
del tronco amigo a la propicia sombra.

Y evoco las memorias indecisas
de la edad juvenil, sueños perdidos,
mientras juegan sus ramas con las brisas
y al alegre rumor cantan los nidos.

Mi vida agosta ese dolor interno
con que los ojos y la frente enluto:
él abre en mayo su capullo tierno
y da en octubre el aromado fruto.



Vicente Wenceslao Querol

El genio (Querol)

-- de Vicente Wenceslao Querol --

«Quien coja audaz el fruto de la ciencia
perderá el Paraíso.»
Tal fue del cielo eterna la sentencia.
¡Ay!, ¡infeliz de aquel a quien consume
la llama de su genio! ¡Ay de quien quiso
ceñir laurel amargo y sin perfume!
Que hoy no evita la frente que lo lleva,
cual otro tiempo, el rayo; hoy es la fama
un crimen: ¡ay del que a su altar se atreva!
Quien roba el fuego a Dios, gime protervo
atado a estéril roca: en él se ceba,
buitre voraz, el infortunio acerbo.
¡Funesto don! ¡Llorad los que en el alma
ansia sentís de tan fugaz victoria!
Cuerdos los hombres dieron igual palma,
que al martirio, a la gloria.



Marilina Rébora

cuéntame un cuento, madre...

-- de Marilina Rébora --

Cuéntame un cuento, madre...
Madre: cuéntame un cuento de ésos que se relatan
de un curioso enanito o de una audaz sirena;
tantos que de los genios maravillosos tratan.
Esas lindas historias que conoces. ¡Sé buena!
dime de caballeros que a princesas rescatan
del dominio de monstruos dragón, buitre, ballena;
donde nadie se muere y los hombres no matan,
historias en países que no saben de pena.
Cuéntame un cuento, madre, que me quiero dormir
escuchando tu voz, asido de tu mano;
como hansel y gretel, seré en sueños tu hermano,
aunque en sombra andaremos tras de la misma senda
y escribiremos juntos nuestra propia leyenda,
y, tal vez, como chicos, dejarás de sufrir.



Miguel Ángel Corral

Un vuelo de mi alma

-- de Miguel Ángel Corral --

Sopla el austro. Las cumbres despejadas
lucientes se alzan tras dorado velo,
y las plantas y flores en el suelo
a los rayos del sol están dobladas.

En tanto que las nubes incrustadas
en el inmenso azul del claro cielo,
montañas fingen de escarpado hielo
por las manos de un Dios acá lanzadas.

Y yo volviendo mi tostada frente
miro el mundo en la bóveda vacía,
del sur a septentrión, de ocaso a oriente;

pero al cruzarle audaz el alma mía
con desprecio le ve, porque se siente
más grande aun que el mundo todavía.



Juan Pablo Forner

Ves, Lauso, desalado un vulgo impío

-- de Juan Pablo Forner --

¡Ves, Lauso, desalado un vulgo impío
correr furioso a la batalla horrenda,
desnudo, hambriento, y sin que el alma venda
a esperazas del propio poderío?

¿Ves tolerar del fatigado estío
la ardiente lumbre al recoger la ofrenda
de las espigas con audaz contienda
tostada plebe en mísero atavío?

¿Ves arados los mares al arrojo
de duras almas, que salvar presumen
vida y tesoro en frágiles maderos?

Pues si no lo has, mi Lauso, por enojo,
tanto afán, tantas vidas se consumen
para que engorden fatuos altaneros.



Evaristo Carriego

En el patio

-- de Evaristo Carriego --

Me gusta verte así, bajo la parra,
resguardada del sol del medio día,
risueñamente audaz, gentil, bizarra,
como una evocación de Andalucía.

Con olor a salud en tu belleza,
que envuelves en exóticos vestidos,
roja de clavelones la cabeza
y leyendo novelas de bandidos.

— ¡Un carmen andaluz, donde florecen,
en los viejos rincones solitarios,
los rosales que ocultan y ensombrecen
la jaula y el color de tus canarios! —

¡Cuántas veces no creo al acercarme,
todo como en un patio de Sevilla,
que tus más frescas flores vas a darme,
y a ofrecerme después miel con vainilla!



Francisco Sosa Escalante

En el mar (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Del mar cerúleo en la extensión la nave
Veloz deslisa la cortante quilla;
Un sol de fuego en el espacio brilla
Y en el erguido mástil posa el ave.

Siente de la brisa el beso suave
El marinero audaz; con fé sencilla
Ante las obras del Señor se humilla
Y un himno entona con acento grave.

Un instante despues, fatal tormenta
El mar agita, se oscurece el cielo
Y el rayo destructor brilla y retumba.

La horrible tempestad su furia aumenta,
Y el mísero marino sin consuelo
Halla en las ondas ignorada tumba.



Francisco Villaespesa

a rogelio buendía manzano. poeta joven III

-- de Francisco Villaespesa --

Si yo fuese un orfebre florentino,
sobre el cristal de una esmeralda clara
con unción religiosa, cincelara
la línea audaz de tu perfil latino.
Y en el más puro oro, en el más fino,
después, como una lágrima engarzara
la verde gema, para que brillara
en medio de tu seno alabastrino.
Y si fuera pintor, ¡con qué cuidado,
con mi pincel, por el amor guiado,
diluiría en la cándida vitela
de un abanico tu sutil figura,
entre el rosa fragante y la frescura
de un florido paisaje de acuarela!



José de Diego

fuerzas irresistibles

-- de José de Diego --

Cantando va la musa de la tierra,
cantando va la audaz locomotora,
que difunde, con voz atronadora,
todo el poder que el universo encierra,

si oscura masa el horizonte cierra,
sus entrañas graníticas perfora
y surge coronada y triunfadora
del corazón de la temblante sierra.

La idea es el vapor: vapor divino,
que invisible y potente, como el viento,
marcha seguro a su inmortal destino.

¿Quién osa detener su movimiento?
si se alza una montaña en su camino,
abre un túnel y pasa el pensamiento!



José Eustasio Rivera

soy un grávido río...

-- de José Eustasio Rivera --

Soy un grávido río, y a la luz meridiana
ruedo bajo los ámbitos reflejando el paisaje;
y en el hondo murmullo de mi audaz oleaje
se oye la voz solemne de la selva lejana.

Flota el sol entre el nimbo de mi espuma liviana;
y peinando en los vientos el sonoro plumaje,
en las tardes un águila triunfadora y salvaje
vuela sobre mis tumbos encendidos en grana.

Turbio de pesadumbre y anchuroso y profundo,
al pasar ante el monte que en las nubes descuella
con mi trueno espumante sus contornos inundo;

y después, remansado bajo plácidas frondas,
purifico mis aguas esperando una estrella
que vendrá de los cielos a bogar en mis ondas.



José Eustasio Rivera

en un bloque saliente

-- de José Eustasio Rivera --

En un bloque saliente de la audaz cordillera
el cóndor soberano los jaguares devora;
y olvidando la presa, las alturas explora
con sus ojos de un vivo resplandor de lumbrera.

Entre locos planetas ha girado en la esfera;
vencedor de los vientos, lo abrillanta la aurora,
y al llenar el espacio con su cauda sonora,
quema el sol los encajes de su heroica gorguera.

Recordando en la roca los silencios supremos,
se levanta al empuje colosal de sus remos;
zumban ráfagas sordas en las nubes distantes,

y violando el misterio que en el éter se encierra,
llega al sol, y al tenderle los plumones triunfantes
va corriendo una sombra sobre toda la tierra.



José Martí

¡vivir en sí, qué espanto!

-- de José Martí --

¡vivir en sí, qué espanto!
salir de sí desea
el hombre, que en su seno no halla modo
de reposar, de renovar su vida,
en roerse a sí propia entretenida.
La soledad ¡qué yugo!
del aire viene al árbol alto el jugo:
de la vasta, jovial naturaleza
al cuerpo viene el ágil movimiento
y al alma la anhelada fortaleza.
¡Cambio es la vida! vierten los humanos
de sí el fecundo amor: y luego vierte
la vida universal entre sus manos
modo y poder de dominar la muerte.
Como locos corceles
en el cerebro del poeta vagan
entre muertos y pálidos laureles,
ansias de amor que su alma recia estragan
de anhelo audaz de redimir repleto
buscar en el aire bueno a su ansia objeto
y vive el triste, pálido y sombrío,
como gigante fiero
a un negro poste atado,
con la ración mezquina de un jilguero
por mano de un verdugo alimentado.
¡Fauce hambrienta y voraz, un alma amante!
y aquí, enredado entre sus hierros, rueda
y el polvo muerde, el aire tasca y queda
atado al poste el mísero gigante.



José Martí

la copa envenenada

-- de José Martí --

¡desque toqué, señora, vuestra mano
blanca y desnuda en la brillante fiesta,
en el fiel corazón intento en vano
los ecos apagar de aquella orquesta!
del vals asolador la nota impura
que en sus brazos de llama suspendidos
rauda os llevaba al corazón sin cura,
repítenla amorosos mis oídos.
Y cuanto acorde vago y murmurío
ofrece al alma audaz la tierra bella,
fíngelos el espíritu sombrío
tenue cambiante de la nota aquella.
¡Óigola sin cesar! al brillo, ciego,
en mi torno la miro vagarosa
mover con lento son alas de fuego
y mi frente a ceñir tenderse ansiosa.
¡Oh! mi trémula mano bien sabría
al aire hurtar la alada nota hirviente
y, con arte de dulce hechicería,
colgando adelfas a la copa ardiente,
en mis sedientos brazos desmayada
daros, señora, matador perfume:
mas yo apuro la copa envenenada
y en mí acaba el amor que me consume.
4 De marzo.



Carolina Coronado

a una estrella

-- de Carolina Coronado --

Chispa de luz que fija en lo infinito
absorbes mi asombrado pensamiento,
tu origen, tu existencia, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.
Si eres ardiente, inamovible hoguera,
¿dónde el centro descansa de tu lumbre?
si eres globo de luz, ¿cómo en la cumbre
no giras tú de la insondable esfera?
¿por qué la tierra sin descanso rueda?
¿por qué la luna el globo majestoso
mueve, mientras tu carro misterioso
inmóvil, fijo en el espacio queda?
¿es que mi vista de mortal no alcanza
a percibir desde su oscuro asiento
allá en la altura suma el movimiento
de tu carroza que en lo inmenso avanza?
¡ah, sí! que por espíritu movida
la creación sin descanso se sostiene,
y todo en la creación marcado tiene
forma y destino, movimiento y vida.
Tú giras, sí: tus alas soberanas
sulcan el mundo y sus confines tocan...
Mas ¿cómo en tu carrera no se chocan
tus millares sin número de hermanas?
más allá de su límite prescrito
sediento avanza, audaz el pensamiento,
y tu origen, tu vida, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.



Carolina Coronado

el salto de léucades

-- de Carolina Coronado --

El sol a la mitad de su carrera
rueda entre rojas nubes escondido;
contra las rocas la oleada fiera
rompe el leucadio mar embravecido.
Safo aparece en la escarpada orilla,
triste corona funeral ciñendo:
fuego en sus ojos sobrehumano brilla,
el asombroso espacio audaz midiendo.
Los brazos tiende, en lúgubre gemido
misteriosas palabras murmurando;
y el cuerpo de las rocas desprendido
«faón» dice, a los aires entregando.
Giró un punto en el éter vacilante;
luego en las aguas se desploma y hunde:
el eco entre las olas fluctuante
el sonido tristísimo difunde.



Invocación

-- de Clementina Isabel Azlor --

¡Oh Divino Pastor de las canciones!
Guía serás de mi rebaño lírico.
Confío más en tu saber empírico
que en el acierto de mis previsiones.
Estoy cansada ya de estas laderas,
y siento que mi vida se quebranta...
Para mí el manantial ¡gime!... ¡No canta!
Llévanos, ¡oh Pastor!, donde tú quieras.
¡Lejos, lejos!... Allá cerca del cielo
donde su vuelo audaz el cóndor tiende...
¡Oh! ¡Nada habrá que mi fervor no ofrende
por el goce instantáneo de mi anhelo!...
¿Riesgos?... ¡Avanza! Mi inquietud flamea,
y al paso seguirá mi mansedumbre,
sabiendo que un momento allá en la cumbre,
ebria de luz retozará la Idea.



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