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Gaspar Melchor de Jovellanos

jovellanos soneto primero

-- de Gaspar Melchor de Jovellanos --

A clori
sentir de una pasión viva y ardiente
todo el afán, zozobra y agonía;
vivir sin premio un día y otro día;
dudar, sufrir, llorar eternamente;
amar a quien no ama, a quien no siente,
a quien no corresponde ni desvía;
persuadir a quien cree y desconfía;
rogar a quien otorga y se arrepiente;
luchar contra un poder justo y terrible;
temer más la desgracia que la muerte;
morir, en fin, de angustia y de tormento,
víctima de un amor irresistible:
ésta es mi situación, ésta es mi suerte.
¿Y tú quieres, cruel, que esté contento?
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Poema jovellanos  soneto primero de Gaspar Melchor de Jovellanos con fondo de libro

Gonzalo de Berceo

cántica

-- de Gonzalo de Berceo --

¡eya velar, ella velar, ella velar!
velat aljama de los judíos.
¡Eya velar!
que non vos furten al fijo de dios.
¡Eya velar!
ca furtávoslo querrán,
¡eya velar!,
andres e peidro e joan.
¡Eya velar!
non sabedes tanto descanto.
¡Eya velar!
todos son ladronciellos
¡eya velar!
que asechan por los pestiellos.
¡Eya velar!
vuestra lengua tan palabrera,
¡eya velar!,
havos dado mala carrera.
¡Eya velar!
todos son omnes plegadizos,
¡eya velar!
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Poema cántica de Gonzalo de Berceo con fondo de libro

Anónimo

Domingo era de Ramos

-- de Anónimo --

Domingo era de Ramos, la Pasión quieren decir,
cuando moros y cristianos todos entran en lid.
Ya desmayan los franceses, ya comienzan a huir.
¡Oh cuán bien los esforzaba ese Roldán paladin!
--¡Vuelta, vuelta, los franceses con corazon a la lid;
¡mas vale morir por buenos, que deshonrados vivir!--
Ya volvian los franceses con corazon a la lid;
a los encuentros primeros mataron sesenta mil.
Por las sierras de Altamira huyendo va el rey Marsin,
caballero en una cebra, no por mengua de rocin.
La sangre que dél corria las yerbas hace teñir;
las voces que iba dando al cielo quieren subir.
--¡Reniego de tí, Mahoma, y de cuanto hice en tí!.
Hícete cuerpo de plata, pies y manos de un marfil;
hícete casa de Meca donde adorasen en tí,
y por mas te honrar, Mahoma, cabeza de oro te fiz.
Sesenta mil caballeros a tí te los ofreci;
mi mujer la reina mora te ofreció treinta mil.

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Poema Domingo era de Ramos de Anónimo con fondo de libro

Rosalía de Castro

Tiempos que fueron

-- de Rosalía de Castro --

Hora tras hora, día tras día,
entre el cielo y la tierra que quedan
eternos vigías,
como torrente que se despeña,
pasa la vida.

Devolvedle a la flor su perfume
después de marchita;
de las ondas que besan la playa
y que una tras otra besándola expiran,
recoged los rumores, las quejas,
y en planchas de bronce grabad su armonía.

Tiempos que fueron, llantos y risas,
negros tormentos, dulces mentiras,
¡ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
en dónde, alma mía?

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Miguel de Cervantes

A un valentón

-- de Miguel de Cervantes --

Un valentón de espátula y gregüesco
que a la muerte mil vidas sacrifica,
cansado del oficio de la pica,
mas no del ejercicio picaresco,
retorciendo el mostacho soldadesco
por ver que ya su bolsa le repica,
a un corrillo llegó de gente rica
y en el nombre de Dios, pidió refresco.
“Den voacedes, por Dios, a mi pobreza
--les dice--, donde no, por ocho santos
que haré lo que suelo sin tardanza.”
Mas uno que a sacar la espada empieza
“¿Con quién habla—le dijo—el tragacantos?
Si limosna no alcanza,
¿qué es lo que suele hacer en tal querella?”
Respondió el bravonel: “Irme sin ella”

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Francisco de Quevedo

al rey felipe iii

-- de Francisco de Quevedo --

Escondida debajo de tu armada,
gime la mar, la vela llama al viento,
y a las lunas del turco el firmamento
eclipse les promete en tu jornada.
Quiere en las venas del inglés tu espada
matar la sed al español sediento,
y en tus armas el sol desde su asiento
mira su lumbre en rayos aumentada.
Por ventura la tierra de envidiosa
contra ti arma ejércitos triunfantes,
en sus monstruos soberbios poderosa;
que viendo armar de rayos fulminantes,
o júpiter, tu diestra valerosa,
pienso que han vuelto al mundo los gigantes.
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Francisco de Quevedo

salmo xvii quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de larga edad y de vejez cansados,
dando obediencia al tiempo en muerte fría.
Salíme al campo y vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
porque en sus sombras dio licencia al día.
Entré en mi casa y vi que, de cansada,
se entregaba a los años por despojos.
Hallé mi espada de la misma suerte;
mi vestidura, de servir gastada;
y no hallé cosa en que poner los ojos
donde no viese imagen de mi muerte.
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Francisco de Quevedo

salmo xvi quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

Ven ya, miedo de fuertes y de sabios:
irá la alma indignada con gemido
debajo de las sombras, y el olvido
beberán por demás mis secos labios.
Por tal manera curios, decios, fabios
fueron; por tal ha de ir cuanto ha nacido.
Si quieres ser a alguno bien venido,
trae con mi vida fin a mis agravios.
Esta lágrima ardiente, con que miro
el negro cerco que rodea a mis ojos,
naturaleza es, no sentimiento.
Con el aire primero este suspiro
empecé, y hoy le acaban mis enojos,
porque me deba todo al monumento.
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Francisco de Quevedo

a la mar

-- de Francisco de Quevedo --

La voluntad de dios por grillos tienes,
y escrita en la arena, ley te humilla;
y por besarla llegas a la orilla,
mar obediente, a fuerza de vaivenes.
En tu soberbia misma te detienes,
que humilde eres bastante a resistilla;
a ti misma tu cárcel maravilla,
rica, por nuestro mal, de nuestros bienes.
¿Quién dio al pino y la haya atrevimiento
de ocupar a los peces su morada,
y al lino de estorbar el paso al viento?
sin duda el verte presa, encarcelada,
la codicia del oro macilento,
ira de dios al hombre encaminada.
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Francisco de Quevedo

salmo xix quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

¡cómo de entre mis manos te resbalas!
¡oh, cómo te deslizas, vida mía!
¡qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!
ya cuelgan de mi muro tus escalas,
y es tu puerta mayor mi cobardía;
por vida nueva tengo cada día,
que el tiempo cano nace entre las alas.
¡Oh mortal condición! ¡oh dura suerte!
¡que no puedo querer ver la mañana
sin temor de si quiero ver mi muerte!
cualquier instante de la vida humana
es un nuevo argumento que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, y cuán vana.
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Francisco de Quevedo

salmo ii quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

¡cuán fuera voy, señor, de tu rebaño,
llevado del antojo y gusto mío!
llévame mi esperanza viento frío,
y a mí con ella disfrazado engaño.
Un año se me va tras otro año:
y yo más duro y pertinaz porfío
por mostrarme más verde mi albedrío,
la torcida raíz de tanto daño.
Llámasme, gran señor: nunca respondo.
Sin duda mi respuesta sólo aguardas,
pues tanto mi remedio solicitas.
Mas, ¡ay!, que sólo temo en mar tan hondo,
que lo que en castigarme ahora aguardas,
doblando los castigos lo desquitas.
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Francisco de Quevedo

a una adúltera

-- de Francisco de Quevedo --

Sólo en ti, lesbia, vemos que ha perdido
el adulterio la vergüenza al cielo,
pues que tan claramente y tan sin velo
has los hidalgos huesos ofendido.
Por dios, por ti, por mí, por tu marido,
que no sepa tu infamia todo el suelo:
cierra la puerta, vive con recelo,
que el pecado nació para escondido.
No digo yo que dejes tus amigos,
mas digo que no es bien que sean notados
de los pocos que son tus enemigos.
Mira que tus vecinos, afrentados,
dicen que te deleitan los testigos
de tus pecados más que tus pecados.
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Francisco de Quevedo

enseña a morir antes

-- de Francisco de Quevedo --

Senor don juan, pues con la fiebre apenas
se calienta la sangre desmayada,
y por la mucha edad, desabrigada,
tiembla, no pulsa, entre la arteria y venas;
pues que de nieve están las cumbres llenas,
la boca, de los años saqueada,
la vista, enferma, en noche sepultada,
y las potencias, de ejercicio ajenas,
salid a recibir la sepoltura,
acariciad la tumba y monumento;
que morir vivo es última cordura.
La mayor parte de la muerte siento
que se pasa en contentos y locura,
y a la menor se guarda el sentimiento.
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Francisco de Quevedo

salmo xxi quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

Las aves que, rompiendo el seno a eolo,
vuelan campos diáfanos ligeras;
moradoras del bosque, incultas fieras,
sujetó tu piedad al hombre sólo.
La hermosa lumbre del lozano apolo
y el grande cerco de las once esferas
le sujetaste, haciendo en mil maneras
círculo firme en contrapuesto polo.
Los elementos que dejaste asidos
con un brazo de paz y otro de guerra,
la negra habitación del hondo abismo,
todo lo sujetaste a sus sentidos;
sujetaste al hombre tú en la tierra,
y huye de sujetarse él a sí mismo.
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Francisco de Quevedo

salmo i quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

Un nuevo corazón, un hombre nuevo
ha menester, señor, el alma mía:
desnúdame de mí, que ser podría
que a tu piedad pagase lo que debo.
Dudosos pies por ciega noche llevo,
que ya he llegado a aborrecer el día,
y temo que he de hallar la muerte fría
envuelta en (bien que dulce) mortal cebo.
Tu imagen soy, tu hacienda propia he sido,
y si no es tu interés en mí, no creo
que otra cosa defiende mí partido.
Haz lo que pide el verme cual me veo,
no lo que pido yo: que de perdido,
aún no fío mi salud a mi deseo.
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Francisco de Quevedo

diana y acteón

-- de Francisco de Quevedo --

Estábase la efesia cazadora
dando en aljófar el sudor al baño,
en la estación ardiente, cuando el año
con los rayos del sol el perro dora.
De sí (como narciso) se enamora;
(vuelta pincel de su retrato extraño),
cuando sus ninfas, viendo cerca el daño,
hurtaron a acteón a su señora.
Tierra le echaron todas por cegalle,
sin advertir primero que era en vano,
pues no pudo cegar con ver su talle.
Trocó en áspera frente el rostro humano,
sus perros intentaron de matalle,
mas sus deseos ganaron por la mano.
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Francisco de Quevedo

salmo xxvi quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

Después de tantos ratos mal gastados,
tantas obscuras noches mal dormidas;
después de tantas quejas repetidas,
tantos suspiros tristes derramados;
después de tantos gustos mal logrados
y tantas justas penas merecidas;
después de tantas lágrimas perdidas
y tantos pasos sin concierto dados,
sólo se queda entre las manos mías
de un engaño tan vil conocimiento,
acompañado de esperanzas frías.
Y vengo a conocer que en el contento
del mundo, compra el alma en tales días,
con gran trabajo, su arrepentimiento.
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Francisco de Quevedo

salmo vii quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

¿dónde pondré, señor, mis tristes ojos
que no vea tu poder divino y santo?
si al cielo los levanto,
del sol en los ardientes rayos rojos
te miro hacer asiento;
si al manto de la noche soñoliento,
leyes te veo poner a las estrellas;
si los bajo a las tiernas plantas bellas,
te veo pintar las flores;
si los vuelvo a mirar los pecadores
que tan sin rienda viven como vivo,
con amor excesivo,
allí hallo tus brazos ocupados
más en sufrir que en castigar pecados.
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Francisco de Quevedo

algunos años antes de su prisión última, me envió este excelente soneto, desde la torre

-- de Francisco de Quevedo --

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don josef!, docta la imprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquella el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.
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Francisco de Quevedo

salmo xxii quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

Pues le quieres hacer el monumento
en mis entrañas a tu cuerpo amado,
limpia, suma limpieza, de pecado,
por tu gloria y mi bien, el aposento.
Si no, retratarás tu nacimiento,
pues entrado en mi pecho disfrazado,
te verán en pesebre acompañado
de brutos apetitos que en mí siento.
Hoy te entierras en mí con propia mano,
que soy sepulcro, aunque a tu ser estrecho,
indigno de tu cuerpo soberano.
Tierra te cubre en mí, de tierra hecho;
la conciencia me presta su gusano;
mármol para cubrirte dé mi pecho.
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Francisco de Quevedo

salmo xviii quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

Todo tras sí lo lleva el año breve
de la vida mortal, burlando el brío
al acero valiente, al mármol frío,
que contra el tiempo su dureza atreve.
Aún no ha nacido el pie cuando se mueve
camino de la muerte, donde envío
mi vida oscura: pobre y turbio río
que negro mar con altas ondas bebe.
Cada corto momento es paso largo
que doy a mi pesar en tal jornada,
pues parado y durmiendo siempre aguijo.
Corto suspiro, último y amargo,
es la muerte forzosa y heredada;
mas si es ley y no pena, ¿qué me aflijo?
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Esto es aplicable en todo el mundo debido a que su autor falleció hace
más de 100 años. La traducción de la obra puede no estar en dominio
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José Cadalso

unos pasan, amigo

-- de José Cadalso --

Unos pasan, amigo,
estas noches de enero
junto al balcón de cloris,
con lluvia, nieve y hielo;
otros la pica al hombro,
sobre murallas puestos,
hambrientos y desnudos,
pero de gloria llenos;
otros al campo raso,
las distancias midiendo
que hay de venus a marte,
que hay de mercurio a venus;
otros en el recinto
del lúgubre aposento,
de newton o descartes
los libros revolviendo;
otros contando ansiosos
sus mal habidos pesos,
atando y desatando
los antiguos talegos.
Pero acá lo pasamos
junto al rincón del fuego,
asando unas castañas,
ardiendo un tronco entero,
hablando de las viñas,
contando alegres cuentos,
bebiendo grandes copas,
comiendo buenos quesos;
y a fe que de este modo
no nos importa un bledo
cuanto enloquece a muchos,
que serían muy cuerdos
si hicieran en la corte
lo que en la aldea hacemos.
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