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Se han encontrado 31 poemas con la palabra amable

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Amado Nervo

gratia plena

-- de Amado Nervo --

Todo en ella encantaba, todo en ella atraía
su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar...
El ingenio de francia de su boca fluía.
Era llena de gracia, como el avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
ingenua como el agua, diáfana como el día,
rubia y nevada como margarita sin par,
el influjo de su alma celeste amanecía...
Era llena de gracia, como el avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
cierta dulce y amable dignidad la investía
de no sé qué prestigio lejano y singular.
Más que muchas princesas, princesa parecía:
era llena de gracia como el avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
yo gocé del privilegio de encontrarla en mi vía
dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar
y cadencias arcanas halló mi poesía.
Era llena de gracia como el avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
¡cuánto, cuánto la quise! ¡por diez añosfue mía;
pero flores tan bellas nunca pueden durar!
¡era llena de gracia, como el avemaría,
y a la fuente de gracia, de donde procedía,
se volvió... Como gota que se vuelve a la mar!

Poema gratia plena de Amado Nervo con fondo de libro

Lope de Vega

la muerte para aquél será terrible

-- de Lope de Vega --

La muerte para aquél será terrible
con cuya vida acaba su memoria,
no para aquél cuya alabanza y gloria
con la muerte morir es imposible.
Sueño es la muerte y paso irremisible,
que en nuestra universal humana historia
pasó con felicísima vitoria
un hombre que fue dios incorruptible.
Nunca de suyo fue mala y culpable
la muerte a quien la vida no resiste;
al malo, aborrecible; al bueno, amable.
No la miseria en el morir consiste;
solo el camino es triste y miserable,
y si es vivir, la vida sola es triste.

Poema la muerte para aquél será terrible de Lope de Vega con fondo de libro

Luis Cernuda

qué ruido tan triste

-- de Luis Cernuda --

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman,
parece como el viento que se mece en otoño
sobre adolescentes mutilados,
mientras las manos llueven,
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
cataratas de manos que fueron un día
flores en el jardín de un diminuto bolsillo.
Las flores son arena y los niños son hojas,
y su leve ruido es amable al oído
cuando ríen, cuando aman, cuando besan,
cuando besan el fondo
de un hombre joven y cansado
porque antaño soñó mucho día y noche.
Mas los niños no saben,
ni tampoco las manos llueven como dicen;
así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,
invoca los bolsillos que abandonan arena,
arena de las flores,
para que un día decoren su semblante de muerto.

Poema qué ruido tan triste de Luis Cernuda con fondo de libro

Luis Gonzaga Urbina

dones

-- de Luis Gonzaga Urbina --

Mi padre fue muy bueno: me donó su alegría
ingenua; su ironía
amable: su risueño y apacible candor.
¡Gran ofrenda la suya! pero tú, madre mía,
tú me hiciste el regalo de tu suave dolor.

Tú pusiste en mi alma la enfermiza ternura,
el anhelo nervioso e incansable de amar;
las recónditas ansias de creer; la dulzura
de sentir la belleza de la vida, y soñar.

Del ósculo fecundo que se dieron dos seres
-el gozoso y el triste- en una hora de amor,
nació mi alma inarmónica; pero tú, madre, eres
quien me ha dado el secreto de la paz interior.

A merced de los vientos, como una barca rota
va, doliente, el espíritu; desesperado, no.
La placidez alegre poco a poco se agota;
mas sobre la sonrisa que me dio el padre, brota
de mis ojos la lágrima que la madre me dio.



Luisa de Carvajal y Mendoza

Espiritual de afectos de amor encendidísimo y deseos de martirio

-- de Luisa de Carvajal y Mendoza --

Esposas dulces, lazo deseado,
ausentes trances, hora victoriosa,
infamia felicísima y gloriosa,
holocausto en mil llamas abrasado.
Di, amor, ¿por qué tan lejos apartado
se ha de mí aquesta suerte venturosa,
y la cadena amable y deleitosa
en dura libertad se me ha trocado?
¿Ha sido por ventura haber querido
que la herida que al alma penetrada
tiene con dolor fuerte, desmedido,
no quede socorrida ni curada,
y el afecto aumentado y encendido,
la vida a puro amor sea desatada?



Jacinto de Salas y Quiroga

El ingrato (Salas y Quiroga)

-- de Jacinto de Salas y Quiroga --

(Música de Romagnesi.)

Ese ingrato que tanto quieres
imita al fin tu ligereza;
él te abandona, y tú prefieres
su veleidad a mi firmeza.
¡Ay! El que te hace así penar
no merece, no, tu ternura;
a mí, que adoro tu hermosura,
vuélveme a amar, vuélveme a amar.

Amable Rosa, ¿por qué lloras?
Ese cruel que te entristece,
al ver cuan firme tú le adoras,
de ti se ríe y se envanece.
¡Ah! Más valiera despreciar
al que tus penas ha causado;
yo nunca olvido lo pasado;
vuélveme a amar, vuélveme a amar.

Si largo tiempo en mi dolor
tu alevosía he repetido;
si fuiste ingrata con mi amor,
padeces ya... Todo lo olvido.
Bella Rosa, vuelve a tomar
mi corazón y mi fortuna;
deja el rubor... Amor nos una;
vuélveme a amar, vuélveme a amar.



Jorge Riechmann

23

-- de Jorge Riechmann --

Para olga
en la espera de la vida nueva
el dios egipcio bes
tiene la barba hirsuta y las patas cortas
cola de león
greñas espeluznantes
y rápidas muecas torvas le alborotan la jeta.
Nadie lo tomaría por un dios
sino por un demonio muy poco frecuentable.
Y sin embargo bes
es el más amable de los dioses:
ayuda en los partos
promueve la belleza de las mujeres
protege a los durmientes
y siembra alegría por todas partes bailando y tocandomúsica.
En la fealdad suma de este benefactor sin tacha
veo la prueba suprema de su delicadeza de espíritu:
como verdadero artista que es
no ha querido ponernos las cosas demasiado fáciles.
A su lado el apolíneo violador apolo por poner un ejemplo
se revela ridículamente insensible para el matiz
y su grosera suficiencia asesina
sea en asuntos de canto o de mujeres
no corresponde a una persona discreta
sino a algún hampón de altos vuelos en un bar de alterne.
No adoraré nunca a bes
pero le daré la mano
y apenas se presente ocasión me iré de vinos con él
por alguna ciudad de calles fértiles.



José María Blanco White

A Dorila

-- de José María Blanco White --

Te engañas, mi Dorila,
si juzgas que rendido
de amar sin esperanza
se verá el pecho mío;
que no, no es tan tirano,
cual dicen, el Dios niño,
y sabe aun con las ansias
dar premios exquisitos.
Son necios los amantes
que llaman su dominio
cruel, y que maldicen
sus cadenas y grillos.
Dorila, yo te adoro;
y el ardor en que vivo,
es el premio y la gloria
que el adorarte pido.
Peno ¡ay triste! mas tengo
en tu rostro divino
de mis crueles ansias
un dulce y cierto alivio:
pues aun cuando mi pecho
más agitado miro,
volviendo a ti los ojos
ledo que da y tranquilo.
Y si del rostro amable
el influjo benigno
me es negado, y ausente
mi fuego es más activo,
tu dulce nombre entonces
tiernamente repito,
y un nuevo fuego enciendo,
con que aplaco el antiguo.
¡Ay! de esta suave llama
los amantes deliquios
sólo es dado gozarlos
a quien sabe sentirlos.
Zagala, no te engañes,
que aun el más afligido
pagado está, si logra
dar a tiempo un suspiro.



José María Heredia

el ay de mí. letrilla

-- de José María Heredia --

¡cuán difícil es al hombre
hallar un objeto amable
con cuyo amor inefable
pueda llamarse feliz!
y si este objeto resulta
frívolo, duro, inconstante
¿qué resta al mísero amante
sino exclamar ¡ay de mí!
el amor es un desierto
sin límites, abrasado,
en que a muy pocos fue dado
pura delicia sentir.
Pero en sus mismos dolores
guarda mágica ternura,
y hay siempre cierta dulzura
en suspirar ¡ay de mí!



José María Heredia

El ay de mí

-- de José María Heredia --

¡Cuán difícil es al hombre
hallar un objeto amable
con cuyo amor inefable
pueda llamarse feliz!

Y si este objeto resulta
frívolo, duro, inconstante
¿Qué resta al mísero amante
sino exclamar ¡ay de mí!

El amor es un desierto
sin límites, abrasado,
en que a muy pocos fue dado
pura delicia sentir.

Pero en sus mismos dolores
guarda mágica ternura,
y hay siempre cierta dulzura
en suspirar ¡ay de mí!



José María Eguren

la canción del regreso

-- de José María Eguren --

Mañana violeta.

Voy por la pista alegre
con el suave perfume

del retamal distante.
En el cielo hay una
guirnalda triste.

Lejana duerme
la ciudad encantada
con amarillo sol.

Todavía cantan los grillos
trovadores del campo
tristes y dulces
señales de la noche pasada;

mariposas oscuras
muertas junto a los faroles;

en la reja amable
una cinta celeste;
tal vez caída
en el flirteo de la noche.

Las tórtolas despiertan,
tienden sus alas;
las que entonaron en la tarde
la canción del regreso.

Pasó la velada alegre
con sus danzas

y el campo se despierta
con el candor; un nuevo día.

Los aviones errantes,
las libélulas locas
la esperanza destellan.

Por la quinta amanece
dulce rondó de anhelos.

Voy por la senda blanca
y como el ave entono,

por mi tarde que viene
la canción del regreso.



José Ángel Buesa

poema del desencanto

-- de José Ángel Buesa --

Y comenzamos juntos un viaje hacia la aurora
como dos fugitivos de la misma condena.
Lo que ignoraba entonces no he de callarlo ahora:
no valías la pena.
Ya llegaba el otoño y ardía el mediodía.
Sentí sed. Vi tu copa. Pensé que estaba llena,
pero acerqué mis labios y la encontré vacía.
No valías la pena.
Te di a guardar un sueño, pero tú lo perdiste,
o acaso abrí mis surcos en la llanura ajena.
Es triste, pero es cierto. Por ser tan cierto, es triste:
no valías la pena.
Fuiste el amor furtivo que va de lecho en lecho,
y el eslabón amable que es más que una condena.
Pero hoy puedo decirlo, sin rencor ni despecho:
no valías la pena.
Me alegré con tu risa; me apené por tu llanto,
sin pensar que eras mala ni creer que eras buena.
Te canté en mis canciones, y, a pesar de mi canto,
no valías la pena.
Me queda el desencanto del que enturbió una fuente,
o acaso el desaliento del que sembró en la arena.
Pero yo no te culpo. Te digo, simplemente:
no valías la pena.



Juan Bautista Arriaza

Brindando en un banquete de bodas

-- de Juan Bautista Arriaza --

Gime la prensa cuna al pliego ajusta
vuestro nombre, Isabel, y el de Fernando;
gime, y es de placer de estar gozando
de ambos monarcas la presencia augusta.

Materia hallar quisiera más robusta
en que imprimir, la gloria eternizando
de un rey al pueblo tan benigno y blando,
de una reina tan bella, amable y justa.

Mas no, Fernando, no la huella intensa
del buril, ni pincel en sus matices
cede en su obsequio la afanosa prensa;

que es su blasón con tipos y matices
llevar tu voz a una distancia inmensa,
y a doquier que la lleve hacer felice.



Juan Cruz Varela

A la muerte del Dr. D. Juan N. Sola

-- de Juan Cruz Varela --

¡Providencia adorable! ¿por qué dejas
en manos de la Parca fementida
a la más despreciable, hermosa vida
del pastor más amante a sus ovejas?

Insensible a su llanto ¿por qué alejas
al dulce padre, que a sus hijos cuida,
a una región en donde nunca oída
será la voz de sus sentidas quejas?

¡Oh providencia, árbitra infalible
del destino del hombre! tú lo hiciste.
Conformes recibimos el terrible

desapiadado golpe con que heriste
al pastor y al rebaño. Premio eterno
al pastor vigilante, al padre tierno.

II

Rebaño humilde, llora inconsolable
de tu amante pastor la eterna ausencia.
Su caridad, su celo, su paciencia
harán su pérdida siempre irreparable.

Su carácter suave, dulce, amable,
su apacible genial condescendencia,
su candidez con visos de inocencia,
le hicieron ejemplar inimitable.

¿Oh tú que viste dilatados días
su ejemplo, su virtud siempre en aumento,
empapa en llanto sus cenizas frías.

Víctima del dolor y el sentimiento,
clama al Eterno: Dios de bondad lleno
salva el rebaño, salva al pastor bueno.



Félix María Samaniego

El Viejo y la Muerte

-- de Félix María Samaniego --

NTRE montes, por áspero camino,
Tropezando con una y otra peña,
Iba un viejo cargado con su leña.
Maldiciendo su mísero destino.

Al fin cayó, y viéndose de suerte
Que apenas levantarse ya podía.
Llamaba con colérica porfía
Una, dos y tres veces a la muerte.

Armada de guadaña, en esqueleto,
La Parca se le ofrece en aquel punto;
Pero el viejo, temiendo ser difunto.
Lleno más de terror que de respeto.

Trémulo la decía y balbuciente:
i Yo... Señora... Os llamé desesperado;
Pero...» — «Acaba; ¿qué quieres, desdichado?»
— «Que me cargues la leña solamente».

Tenga paciencia quien se crea infelice;
Que, aun en la situación más lamentable ,
Es la vida del hombre siempre amable.
El viejo de la leña nos lo dice.



Manuel Machado

La manzanilla

-- de Manuel Machado --

La manzanilla es mi vino
porque es alegre, y es buena
y porque -amable sirena-
su canto encanta el camino.

Es un poema divino
que en la sal y el sol se baña...
La médula de una caña
más rica que la de azúcar...

El color que da Sanlúcar
a la bandera de España.



Juan Nicasio Gallego

Al hijo del Duque de Frías

-- de Juan Nicasio Gallego --

Precioso niño, si al templar mi pena
basta el recuerdo de tan fausto día,
y al cielo llega la plegaria mía
en vez de lira al son de mi cadena;

dará benigno a tu niñez serena,
delicias de tu casa y su alegría,
más que soñado néctar o ambrosía
de salud y placer la copa llena.

Tu brazo un tiempo blandirá brioso
de tu padre el acero, cuando altivo
batas la ijada al alazán fogoso.

Docto cual él serás y ardiente y vivo;
cual tu madre gentil, discreto, hermoso;
cual ambos bueno, amable, compasivo.



Juan Ramón Jiménez

las dos alegrías

-- de Juan Ramón Jiménez --

¡qué alegre, en primavera,
ver caer de la carne
del invierno el vestido,
dejándola en errante
amistad con las rosas,
también de carne amable!
ahora, en el otoño,
¡qué alegre es ver cuál cae
la carne del estío,
del espíritu, dándole
por amigas las hojas
secas inmateriales!



Juan Ramón Molina

Nada es todo

-- de Juan Ramón Molina --

Hermano mío en el arte y en la lira sagrada
Que de la vieja estigia sentado en un recodo
Me dices que las cosas de este mundo son nada
Pero que las del otro, las del celeste, todo

No siembres esa lívida seta emponzoñada
En mi jardín de sueños, con tan amable modo
Sino una vid de vida, de racimos cargada
Que de alegría deje el corazón beodo



Evaristo Carriego

Filtro rojo

-- de Evaristo Carriego --

Porque hasta mí llegaste silenciosa,
la ardiente exaltación de mi elocuencia
derrotó la glacial indiferencia
que mostrabas, altiva y desdeñosa.

Volviste a ser la de antes. Misteriosa,
como un rojo clavel tu confidencia
reventó en una amable delincuencia
con no sé que pasión pecaminosa.

Claudicó gentilmente tu arrogancia,
y al beber el locuaz vino de Francia,
— ¡oh, las uvas doradas y fecundas! —

una aurora tiñó tu faz de armiño,
¡y hubo en la jaula azul de tu corpiño
un temblor de palomas moribundas!



Evaristo Carriego

Vulgar sinfonía

-- de Evaristo Carriego --

Como las extraordinarias
pero irreales doncellas
que vieron en las estrellas
las hostias imaginarias
de sus noches visionarias,
así tus blancas patenas
quedarán tan sólo llenas
de tu gesto de mujer,
porque hoy no podría hacer
de segador de azucenas.

Y bien puedo adivinar
— pese a una amable indulgencia
bajo tu leve elocuencia,
que, en la décima vulgar
que aquí me atrevo a dejar,
tu gentil alma de Francia
no ha de aplaudir la arrogancia



Francisco de Quevedo

parnaso español 15

-- de Francisco de Quevedo --

Yo vi la grande y alta jerarquía
del magno, invicto y santo rey tercero
en esta casa, y conocí lucero
al que en sagradas púrpuras ardía.
Hoy desierta de tanta monarquía,
y del nieto, magnánimo heredero,
yace; pero arde en glorias de su acero,
como la pompa en que ostentar solía.
Menos envidia teme aventurado
que venturoso; el mérito procura;
los premios aborrece escarmentado.
¡Oh, amable, si desierta arquitectura,
más hoy al que te ve desengañado,
que cuando frecuentada en tu ventura!



Francisco Sosa Escalante

A la soledad (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Tregua buscando al anhelar que siento
A tí un refugio, soledad, te pido;
Rueden mis horas en quietud y olvido,
Halle descanso en tí mi pensamiento.

Los que gozan de dicha y de contento
Disfrutando el amor de un sér querido,
Los que felices son, entre el rüido
Del mundo, vivirán sin mi tormento.

Mas yo que miro conjurarse airadas
Las penas todas contra el alma mía,
Busco tus horas tristes y calladas.

Amable soledad, oculta pía
Mis lágrimas que corren desbordadas;
Que de ellas nadie por mi mal se ría.



Francisco Sosa Escalante

Canta

-- de Francisco Sosa Escalante --

Tal como suele de la noche umbría
Interrumpir el ruiseñor canoro
La calma y soledad, con el sonoro
Canto de amores que á su bien envía;

Como vaga en los bosques la armonía
De arpadas aves en amable coro,
Llegó á mí tu voz, y allí un tesoro
Hallé de encantos para el alma mía.

¡Oh niña hermosa! si cantando hiciste
Latir mi corazón endurecido
Por las tormentas del pasado triste,

Canta otra vez y del placer perdido
Las horas volverán, pues nada existe
Cual de tu voz angélica el sonido.



José Cadalso

oda sáfico adónica. a la nave en que se embarcó ortelio en bilbao para inglaterra

-- de José Cadalso --

A la nave en que se embarcó ortelio en bilbao para inglaterra
ya deja ortelio la paterna casa,
ya le recibes, navecilla humilde,
ya queda lejos la jamás domada
cántabra gente.
Nave que llevas tan amable vida,
céfiro grato llévete sereno,
hasta que pongas a la amiga costa
áncora firme.
Alce neptuno el húmido tridente,
abra las ondas para darte paso,
salgan en coros ninfas y tritones
para guiarte.
Ni toques costa, ni movible arena,
ni sople hinchado contra tu velamen,
gúmena y jarcia, desde el alto polo
hórrido norte.
Las naves altas de cañón tremendo,
con la bandera del amado carlos,
no te abandonen al atroz pirata
que áfrica cría.
Ni temas golpes de la suerte aleve.
Yo pido al cielo para ti bonanza,
y al que le ruega por su dulce amigo,
júpiter oye.



José Joaquín de Olmedo

A Eliza

-- de José Joaquín de Olmedo --

¿No ves cuán pronto por la azul esfera
el vuelo de las horas se desliza?,
¿no ves, amable Eliza,
marchitarse al nacer las tiernas flores
de la fugaz y alegre primavera?
Pues ¡ay!, con más presteza
nacen, desaparecen los amores,
las gracias de la edad y la belleza.
Feliz en todas partes
quien con el grato estudio de las artes
mezclando las lecciones
de virtud y piedad, engaña, burla
del tiempo y de sus hijas estaciones
la ciega rapidez y la inconstancia.

Así cuando la bella primavera
pierde su gala y virginal sonrisa
y se retira triste
de tu jardín, Eliza,
huyendo del invierno los enojos,
al fuego de tu genio y de tus ojos
con sus vivos colores y fragancia
bajo de tu pincel nace en tu estancia.

En tu estancia feliz que yo contemplo
será con tu presencia
el más hermoso templo
del gusto, la piedad y la inocencia,
a cuyo culto y plácidos misterios
vestal sacerdotisa
con tu graciosa hermana será Eliza.



José Martí

poética

-- de José Martí --

La verdad quiere cetro. El verso mío
puede, cual paje amable, ir por lujosas
salas, de aroma vario y luces ricas,
temblando enamorado en el cortejo
de una ilustre princesa o gratas nieves
repartiendo a las damas. De espadines
sabe mi verso, y de jubón violeta
y toca rubia, y calza acuchillada.
Sabe de vinos tibios y de amores
mi verso montaraz; pero el silencio
del verdadero amor, y la espesura
de la selva prolífica prefiere:
¡cuál gusta del canario, cuál del águila!



José Martí

antes de trabajar

-- de José Martí --

Antes de trabajar, como el cruzado
saludaba a la hermosa en la arena,
la lanza de hoy, la soberana pluma
embrazo, a la pasión, corcel furioso
con mano ardiente embrido, y de rodillas
pálido domador, saludo al verso.
Después, como el torero, al circo salgo
a que el cuerno sepulte en mis entrañas
el toro enfurecido. Satisfecho
de la animada lid, el mundo amable
merendará, mientras expiro helado,
pan blanco y vino rojo, y los esposos
nuevos se encenderán con las miradas.
En las playas el mar dejará en tanto
nuevos franos de arena: nuevas alas
asomarán ansiosas en los huevos
calientes de los nidos: los cachorros
del tigre echarán diente: en los preñados
arboles de la huerta, nuevas hojas
con frágil verde poblarán las ramas.
Mi verso crecerá: bajo la yerba
yo también creceré: ¡cobarde y ciego
quien del mundo magnífico murmura!



José Martí

águila blanca

-- de José Martí --

Águila blanca
de pie, cada mañana,
junto a mi áspero lecho está el verdugo.
Brilla el sol, nace el mundo, el aire ahuyenta
del cráneo la malicia,
y mi águila infeliz, mi águila blanca
que cada noche en mi alma se renueva,
al alba universal las alas tiende
y, camino del sol, emprende el vuelo.
.............................................................
.............................................................
.............................................................(1)
Y en vez del claro vuelo al sol altivo
por entre pies ensangrentada y rota,
de un grano en busca el águila rastrea.
Oh noche, sol del triste, amable seno
donde su fuerza el corazón revive
perdura, apaga el sol, toma la forma
de mujer, libre y pura, a que yo pueda
ungir tus pies, y con mis besos locos
ceñir tu frente y calentar tus manos.
Librame, eterna noche, del verdugo,
o dale a que me dé con la primera
alba una limpia y redentora espada.
Que con qué la has de hacer? con luz de estrellas!



José Martí

cuentan que antaño

-- de José Martí --

Cuentan que antaño,y por si no lo cuentan,
invéntologo, un labriego que quería
mucho a un zorzal, a quien dejaba libre
surcar el aire y desafiar al viento
de cierto bravo halcón librarlo quiso
que en cazar por el ala adestró astuto
un señorín de aquellas cercanías,
y púsole al zorzal el buen labriego
sobre sus alas, otras dos, de modo
que el vuelo alegre al ave no impidiesen.
Salió el sol, y el halcón rompiendo nubes,
tras el zorzal, que a la querencia amable
del labrador inquieto se venía:
ya le alcanza: ya le hinca: ya estremece
en la mano del mozo el hilo duro:
mas guay del señorín!: el halcón sólo
prendió al zorzal, que diestro se le escurre,
por las alas postizas del labriego.
Así, quien casa por la rima, aprende
que en sus garras se escapa la poesía!



Ramón López Velarde

A una ausente seráfica

-- de Ramón López Velarde --

Estos, amada, son sitios vulgares
en que en el ruido mundanal se asusta
el alma fidelísima, que gusta
de evocar tus encantos familiares.

Añoro dulcemente los lugares
en donde imperas cual señora justa,
tu voz real y tu mirada augusta
que ungieron con su gracia mis pesares.

Y recuerdo que en época lejana,
por tus raras virtudes milagrosas
y tu amable modestia provinciana,

ebrio de amor te comparó el poeta
con la mejor de las piedras preciosas
oculta en pobres hojas de violeta.

Tuviste, en la delicia de mi sueño,
fuerza de mano que se da al caído
y la piedad de un pájaro agoreño
que en la rama caduca pone el nido.

De tu falda al seráfico pergeño
cual párvulo medroso estoy asido,
que en la infantil iglesia de mi ensueño
las imágenes rotas han caído.

Yo sé que en mis catástrofes internas
no más quedas tú en pie, señora alta,
de frente noble y de miradas tiernas.

Condúceme en las noches inclementes
porque sin ti, para marchar, me falta
el óleo de las vírgenes prudentes.



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Ariiba