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José Ángel Buesa

órbita

-- de José Ángel Buesa --

Allí estaba el silencio, de rodillas
en un rincón de la luz. ¿Oraba? un gesto
le floreció las manos transparentes.
En sus ojos dos circulos de ausencia,
se irisaba un perfume. Y en sus labios
inmóviles dos pétalos de sombra,
se ensortijaba un eco de rocío...
Allí estaba el silencio. Sus cabellos
luz crespa, sol de fibras, fronda de oro,
le iluminaba el perfil exangüe.
Allí estaba el silencio. Allí, sin sombra
en la luz. Fue un instante.
Y ascendía
su mirada una ráfaga de aroma.
Allí estaba el silencio. Fue un instante...

Poema órbita de José Ángel Buesa con fondo de libro

Pedro Bonifacio Palacios

A la Libertad

-- de Pedro Bonifacio Palacios --

Como del fondo mismo de los cielos
el sol eterno rutilante se alza,
como el seno turgente de una virgen
al fuego de la vida se dilata:
Así radiosa,
y así gallarda
se levantó del mar donde yacía
la exuberante tierra americana.
Como prende su túnica de raso
con su joya mejor, la soberana,
como entre todas las estrellas reina
el lucero magnífico del alba;
Así pulida,
y así gallarda
sobre todos los pueblos de su estirpe,
resplandor y joyel, ¡surge mi patria!
Como buscan la luz y el aire libre
las macilentas hierbas subterráneas,
como ruedan tenaces y tranquilas
al anchuroso piélago, las aguas;
Así sedienta,
y así porfiada,
la triste humanidad se precipita
al pie de la bandera azul y blanca.
¡Allí van congregándose a la sombra,
para formar después una montaña!
¡Allí van adhiriéndose en el tiempo
partícula a partícula las razas!
Allí se funde,
y allí se amasa
el hombre, tal como surgió en la mente
del autor de los orbes y las almas.
Que así pulida,
y así gallarda
sobre todos los pueblos de su estirpe,
resplandor y joyel, ¡surgió mi patria!

Poema A la Libertad de Pedro Bonifacio Palacios con fondo de libro

Líber Falco

Regreso (Falco)

-- de Líber Falco --

Allí golpea lejos sobre el mar la lluvia.
Desde siempre y siempre.
Desde quién sabe qué oscuro designio,
allí golpea y golpea la lluvia sobre el mar.

Oh! inmemorial paisaje.
Monstruo paciente y solitario,
mar amargo, agua última
donde un hombre y su miedo
huyen, beben y vuelven
en secreto y solos.

Cuando de allí se vuelve
nada alcanza en la Tierra y todo es triste.
Sin embargo, con ugencias de ahogado
uno pregunta y llama, y otros nos oyen;
porque es preciso juntos, enterrar la muerte.

Y aunque llueve también sobre la Tierra
y sobre los campos y ciudades llueve,
lejos quedó lo que no tiene nombre
y alguien, con visceral memoria
se rescata y vive.

Entonces, sí, qué alegría, sentir que estamos vivos,
ir por las calles con cantos de borracho
y sobre tantas cosas inefables y tristes,
poder de nuevo y otra vez, recuperar los días.

Así de oscuro, de embebido o muerto,
un hombre lleva su alegría por la tierra.

Poema Regreso (Falco) de Líber Falco con fondo de libro

Jorge Manrique

coplas por la muerte de su padre 3

-- de Jorge Manrique --

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
↑ Principales



Pablo Neruda

soneto lxviii cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

(mascarón de proa)
la niña de madera no llegó caminando:
allí de pronto estuvo sentada en los ladrillos,
viejas flores del mar cubrían su cabeza,
su mirada tenía tristeza de raíces.
Allí quedó mirando nuestras vidas abiertas,
el ir y ser y andar y volver por la tierra,
el día destiñendo sus pétalos graduales.
Vigilaba sin vernos la niña de madera.
La niña coronada por las antiguas olas,
allí miraba con sus ojos derrotados:
sabía que vivimos en una red remota
de tiempo y agua y olas y sonidos y lluvia,
sin saber si existimos o si somos su sueño.
Ésta es la historia de la muchacha de madera.



Pablo Neruda

piedras antárticas

-- de Pablo Neruda --

Allí termina todo
y no termina:
allí comienza todo:
se despiden los ríos en el hielo,
el aire se ha casado con la nieve,
no hay calles ni caballos
y el único edificio
lo construyó la piedra.
Nadie habita el castillo
ni las almas perdidas
que frío y viento frío
amedrentaron:
es sola allí la soledad del mundo,
y por eso la piedra
se hizo música,
elevó sus delgadas estaturas,
se levantó para gritar o cantar,
pero se quedó muda.
Sólo el viento,
el látigo
del polo sur que silba,
sólo el vacío blanco
y un sonido de pájaros de lluvia
sobre el castillo de la soledad.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xxxvii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Antes que tú me moriré: escondido
en las entrañas ya
el hierro llevo con que abrió tu mano
la ancha herida mortal.
Antes que tú me moriré: y mi espíritu,
en su empeño tenaz,
sentándose a las puertas de la muerte,
allí te esperará.
Con las horas los días, con los días
los años volarán,
y a aquella puerta llamarás al cabo...
¿Quién deja de llamar?
entonces que tu culpa y tus despojos
la tierra guardará,
lavándote en las ondas de la muerte
como en otro jordán.
Allí, donde el murmullo de la vida
temblando a morir va,
como la ola que a la playa viene
silenciosa a expirar.
Allí donde el sepulcro que se cierra
abre una eternidad...
¡Todo lo que los dos hemos callado
lo tenemos que hablar!



Gutierre de Cetina

a don juan de rojas sarmiento, enviándole a pedir ciertos papeles que le pidió

-- de Gutierre de Cetina --

Cuando oro bajo y de grosera mina
suele hallar tal vez minero experto,
si con otro metal sale cubierto,
al fuego lo consagra y lo destina;
allí se purifica, allí se afina,
allí descubre su valor más cierto;
si del acaso está dudoso, incierto,
el fuego lo quilata y determina.
Yo, que a pesar de febo y de parnaso,
de helicona hallé, no digo vena,
mas cierto humor peor que de locura,
para saber si debo dar más paso
en seguirla, o dejar tan loca pena,
consagro al fuego vuestro esta escriptura.



Gutierre de Cetina

cuando del grave golpe es ofendido

-- de Gutierre de Cetina --

El cuerpo, de improviso es lastimado,
o por nuevo accidente es alterado
por caso de que no fue prevenido,
la sangre corre luego al desvalido
corazón como a miembro señalado,
y de allí va a parar do el golpe ha dado,
de do nace el quedar descolorido.
Hizo en mi pecho amor mortal herida;
corrió luego la sangre allí alterada
y reparóse donde estaba el daño.
De allí quedé con la color perdida:
al rostro el corazón se la ha usurpado
para favorescer su mal extraño.



Ventura Ruiz Aguilera

La Patria

-- de Ventura Ruiz Aguilera --

Queriendo yo un dia
Saber qué es la Pátria,
Me dijo un anciano
Que mucho la amaba:

«La Patria se siente;
No tienen palabras
Que claro la expliquen
Las lenguas humanas.

»Allí, donde todas
Las cosas nos hablan
Con voz que hasta el fondo
Penetra del alma;

»Allí, donde empieza
La breve jornada
Que al hombre en el mundo
Los cielos señalan;

»Allí, donde el canto
Materno arrullaba
La cuna que el Ángel
Veló de la guarda;



Anónimo

En las almenas de Toro...

-- de Anónimo --

En las almenas de Toro,
allí estaba una doncella,
vestida de negros paños,
reluciente como estrella;
pasara el rey don Alonso,
namorado se había de ella,
dice: -Si es hija de rey
que se casaría con ella,
y si es hija de duque
serviría por manceba.
Allí hablara el buen Cid,
estas palabras dijera:
-Vuestra hermana es, señor,
vuestra hermana es aquella.
-Si mi hermana es, dijo el rey,
fuego malo encienda en ella.
Llámenme mis ballesteros,
tírenle sendas saetas,
y aquel que la errare
que le corten la cabeza.
Allí hablara el buen Cid,
de esta suerte respondiera:
-Mas aquel que la tirare,
pase por la misma pena.
-Ios de mis tiendas, Cid,
no quiero que estéis en ellas.
-Pláceme, respondió el Cid,
que son viejas, y no nuevas;
irme he yo para las mías
que son de brocado y seda,
que no las gané holgando,
ni bebiendo en la taberna,
ganélas en las batallas
con mi lanza y mi bandera.



Amado Nervo

perlas negras - rindióme al fin el batallar continuo

-- de Amado Nervo --

Rindióme al fin el batallar continuo
de la vida social; en la contienda,
envidiaba la dicha del beduino
que mora en libertad bajo su tienda.
Hui del mundo a mi dolor extraño,
llevaba el corazón triste y enfermo,
y busqué, como pablo el ermitaño,
la inalterable soledad del yermo.
Allí moro, allí canto, de la vista
del hombre huyendo, para el goce muerto,
y bien puedo decir como el bautista:
¡soy la voz del que clama en el desierto!



Amado Nervo

eternidad

-- de Amado Nervo --

¡la muerte! allí se agota todo esfuerzo,
allí sucumbe toda voluntad.
¡La muerte! ¡lo que ayer fue nuestro todo
hoy sólo es nuestra nada!... ¡Eternidad!
¡silencio!... El máximo silencio
que es posible encontrar.
¡Silencio!... ¡Ultrasilencio,
y no más! ¡oh, no más!
¡ni una voz en la noche
que nos pueda guiar!
ana, razón suprema de mi vida,
¿dónde estás, dónde estás,dónde estás?
se abisma en el abismo el pensamiento,
se enlobreguece, ¡al fin!, todo mirar
en esta lobreguez inexorable,
y desespera, a fuerza de esperar,
la más potente de las esperenzas.
¡Eternidad,eternidad!



Lope de Vega

Cuando pensé que mi tormento esquivo

-- de Lope de Vega --

Cuando pensé que mi tormento esquivo
hiciera fin, comienza mi tormento,
y allí donde pensé tener contento,
allí sin él, desesperado vivo.

Donde enviaba por el verde olivo,
me trujo sangre el triste pensamiento;
los bienes que pensé gozar de asiento
huyeron más que el aire fugitivo.

Cuitado yo, que la enemiga mía,
ya de tibieza en hielo se deshace,
ya de mi fuego se consume y arde.

Yo he de morir, y ya se acerca el día:
que el mal en mi salud su curso hace,
y, cuando llega el bien, es poco y tarde.



Lope de Vega

Sangrienta la quijada, que por ellas

-- de Lope de Vega --

Sangrienta la quijada, que por ellas
Adán comenzó a ser inobediente,
Caín deja mil bocas en la frente
del tierno Abel, para formar querellas.

Tiran del manto de Josef las bellas
manos de una mujer, y, de impaciente,
por adúltero prende al inocente
que cegó con la capa las estrellas.

Allí los padres muerto al mártir vieron;
allí al vendido, en carro de oro, el año
estéril, los hermanos piden trigo.

Muere Abel, Josef triunfa, porque fueron
Caín hermano y faraón extraño,
y no hay cuchillo como el propio amigo.



Manuel del Cabral

camina

-- de Manuel del Cabral --

Camina el jefe del pueblo
después de beber café.
Y una voz que no se ve,
grita al oído:
-mire, jefe, que hay un hombre
que allí está herido.

-Lo sé.

Camina el jefe del pueblo
después de beber café.

Y vuelve la voz y dice:
-jefe, que un hombre no ve;
tiene llanto entre los ojos,
y tiene plomo en los pies.

-Lo sé.

Sigue caminando el jefe
después de beber café.
Y la misma voz le grita:

-murió un hombre allí de sed.
¿Qué haremos, ahora, jefe?

-que haga pronto el hoyo usted.

Y el jefe sigue su rumbo,
pero también
el jefe sigue pensando ...

Piensa sólo a qué hora es
la otra taza
dc café...



Manuel del Palacio

La historia del pollo

-- de Manuel del Palacio --

Se levanta y almuerza de una á dos,
Se viste y se va al Círculo á las tres,
Habla allí de política en francés,
Y un poco en castellano contra Dios.

Sale, y compra unos guantes á Dubós,
Encarga unas babuchas al Leonés,
Y en la Carrera instálase después,
Fumando un puro que le causa tos.

Allí encuentra á Ventura y á Tomás,
Se burla del atraso del país,
Y hace muecas á niñas y á mamás.

Come á las ocho á estilo de París,
Va al teatro si hay baile, y nada más:
— ¿Pero son éstos hombres, ó titís?



Jaime Sabines

en la sombra estaban sus ojos

-- de Jaime Sabines --

Y sus ojos estaban vacíos
y asustados y dulces y buenos
y fríos.
Allí estaban sus ojos y estaban
en su rostro callado y sencillo
y su rostro tenía sus ojos
tranquilos.
No miraban, miraban, qué solos
y qué tiernos de espanto, qué míos,
me dejaban su boca en los labios
y lloraban un aire perdido
y sin llanto y abiertos y ausentes
y distantes distantes y heridos
en la sombra en que estaban, estaban
callados, vacíos.
Y una niña en sus ojos sin nadie
se asomaba sin nada a los míos
y callaba y miraba y callaba
y sus ojos abiertos y limpios,
piedra de agua, me estaban mirando
más allá de mis ojos sin niños
y qué solos estaban, qué tristes,
qué limpios.
Y en la sombra en que estaban sus ojos
y en el aire sin nadie, afligido,
allí estaban sus ojos y estaban
vacíos.



Jaime Sabines

allí había una niña

-- de Jaime Sabines --

Allí había una niña.
En las hojas del plátano un pequeño
hombrecito dormía un sueño.
En un estanque, luz en agua.
Yo contaba un cuento.

Mi madre pasaba interminablemente
alrededor nuestro.
En el patio jugaba
con una rama un perro.
El sol -qué sol, qué lento-
se tendía, se estaba quieto.

Nadie sabía qué hacíamos,
nadie, qué hacemos.
Estábamos hablando, moviéndonos,
yendo de un lado a otro,
las arrieras, la araña, nosotros, el perro.
Todos estábamos en la casa
pero no sé por qué. Estábamos. Luego el silencio.

Ya dije quién contaba un cuento.
Eso fue alguna vez porque recuerdo
que fue cierto.



César Vallejo

ha triunfado otro ay. la verdad está allí

-- de César Vallejo --

lxxiii
ha triunfado otro ay. La verdad está allí.
Y quien tal actúa ¿no va a saber
amaestrar excelentes dijitígrados
para el ratón sí... No...?
Ha triunfado otro ay y contra nadie.
Oh exósmosis de agua químicamente pura.
Ah míos australes. Oh nuestros divinos.
Tengo pues derecho
a estar verde y contento y peligroso, y a ser
el cincel, miedo del bloque basto y vasto;
a meter la pata y a la risa.
Absurdo, sólo tú eres puro.
Absurdo, este exceso sólo ante ti se
suda de dorado placer.



Dulce María Loynaz

la sonrisa

-- de Dulce María Loynaz --

Viendo allí todavía la sonrisa
de aquel cristo tan pálido yo estaba:

y era apenas sonrisa la imprecisa
medialuna que el labio dibujaba,
la albura melancólica y sumisa
de los dientes, que un poco se dejaba
ver la boca entreabierta...

La camisa
de brocado violeta le tiraba
de los frágiles hombros.

(Plata lisa
y oro rizado en el altar...)

Flotaba
en el silencio el eco de una risa,
de un murmullo que el aire no acababa
de llevar, mientras lánguida y remisa
la gente entre los bancos desfilaba.
Hacía ya algún tiempo que la misa
había terminado y aun volaba
leve el incienso; el soplo de la brisa
deshojaba las rosas y apagaba
los cirios...

La gran puerta de cornisa
barroca lentamente se cerraba
como un plegar de alas...

Indecisa,
sobre la faz del cristo agonizaba
la luz... Despacio, luego más aprisa,
se puso todo obscuro... No quedaba
más que el cristo sonriendo en la repisa.

Y cuando el cristo se borró... Yo estaba
viendo allí todavía la sonrisa.



Pablo Neruda

soneto lxx cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Soneto lxx
tal vez herido voy sin ir sangriento
por uno de los rayos de tu vida
y a media selva me detiene el agua:
la lluvia que se cae con su cielo.
Entonces toco el corazón llovido:
allí sé que tus ojos penetraron
por la región extensa de mi duelo
y un susurro de sombra surge solo:
quién es? quién es? pero no tuvo nombre
la hoja o el agua oscura que palpita
a media selva, sorda, en el camino,
y así, amor mío, supe que fui herido
y nadie hablaba allí sino la sombra,
la noche errante, el beso de la lluvia.



Pedro Salinas

luz de la noche

-- de Pedro Salinas --

Estoy pensando, es de noche,
en el día que hará allí
donde esta noche es de día.
En las sombrillas alegres,
abiertas todas las flores,
contra ese sol, que es la luna
tenue que me alumbra a mí.
Aunque todo está tan quieto,
tan en silencio en lo oscuro,
aquí alrededor,
veo a las gentes veloces
prisa, trajes claros, risa
consumiendo sin parar,
a pleno goce, esa luz
de ellos, la que va a ser mía
en cuanto alguien diga allí
«ya es de noche».
La noche donde yo estoy
ahora,
donde tú estás junto a mí
tan dormida y tan sin sol
en esa
noche y luna del dormir,
que pienso en el otro lado
de tu sueño, donde hay luz
que yo no veo.
Donde es de día y paseas
te sonríes al dormir
con esa sonrisa abierta,
tan alegre, tan de flores,
que la noche y yo sentimos
que no puede ser de aquí.



José Ángel Buesa

el pozo seco

-- de José Ángel Buesa --

Dejé mi copa en el brocal maldito.
Grité hacia abajo, hacia el profundo hueco,
pero el coro sarcástico del eco
me devolvió multiplicado el grito.
Llegaba tarde: el pozo estaba seco.
Un gran golpe de viento lleno el pozo,
y, al recorrer su vertical garganta,
en su más honda hondura oí un sollozo,
donde cantaba el agua y ya no canta...
Brillaba entonces la primera estrella,
pero el anochecer amanecía
cuando me puse a comparar aquella
profunda sed del pozo con la mía.
Y allí dejé mi copa abandonada,
con un tardío gesto de homenaje
por quien se supo dar sin pedir nada
al que calmo su sed y siguió viaje...
Y allí, junto al brocal ennegrecido,
y el cubo roto, y la inservible rueda,
comprendí que no cabe en el olvido
la ingratitud de un agua que se ha ido
ni el espanto de un pozo que se queda...



José Ángel Buesa

poema del poema

-- de José Ángel Buesa --

Quizás pases con otro que te diga al oído
esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido
te amaré más que nunca....Y jamás lo sabrás.
La desolada estrofa, como si fuera un ala,
voló sobre el silencio... Y tú estabas allí:
allí en el más oscuro rincón de aquella sala,
estabas tú, escuchando mis versos para ti.
Y tú, la inaccesible mujer de ese poema
que ofrece su perfume pero oculta su flor,
quizás supiste entonces la amargura suprema
de quien ama la vida porque muere de amor.
Y tú, que nada sabes, que tal vez ni recuerdes
aquellos versos tristes y amargos como el mar,
cerraste en un suspiro tus grandes ojos verdes,
los grandes ojos verdes que nunca he de olvidar.
Después, se irguió tu cuerpo como una primavera,
mujer hoy y mañana distante como ayer...
Y vi que te alejabas sin sospechar siquiera
¡que yo soy aquel hombre...Y tú, aquella mujer!



José Ángel Buesa

canción nocturna

-- de José Ángel Buesa --

A los pies de tu cama, como un perro,
se echó mi corazón.
Noche tras noche
gime calladamente su reproche
y sufre injustamente su destierro.
Allí está. Nada importa que lo aparte
tu pie pequeño y cruel.
Allí, en la sombra,
calla el grito de amor con que te nombra,
para no despertarte.
Noche tras noche, hasta que llega el día,
gime un reproche y sufre su destierro.
Tú no lo sabes, nadie lo sabría.
Y a los pies de tu cama, como un perro,
mi corazón espera todavía.



Juan Cruz Varela

Al que desmaya en nuestro sistema

-- de Juan Cruz Varela --

¿Del gran sistema la contraria suerte
tanto te sobrecoge e intimida?
¿Más que la libertad amas la vida?
¿Eliges la cadena, y no la muerte?

El contraste no aflige al varón fuerte,
él a mayor peligro le convida;
dijo perezca el cruel y no trepida,
y en león libio, en furia se convierte.

Su sangre a borbotones mancha el suelo;
él la mira, y el pecho se le inflama,
y allí su atropellar, allí su anhelo.

Al expirar a sus amigos llama,
y despreciando tan funesto duelo,
himnos entona que admiró la fama.

II

¿Tú lleno de pavor pasas el día
los males de tu patria contemplando,
y huyendo de un amigo al ruego blando
buscas ansiosos la melancolía?

¿Qué hiciste infeliz hombre tu alegría
los grillos al romper? ¿a do temblando
llevas la planta con tu sombra hablando?
¡Infeliz para sí de ti confía!

Húndete miserable, a tus hermanos
devuélveles tu mal ceñida espada,
no la profanen tan cobardes manos.

La augusta Libertad con faz airada
te apartará de sus Americanos,
y en su templo jamás tendrás entrada.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lxxv

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

¿será verdad que cuando toca el sueño
con sus dedos de rosa nuestros ojos,
de la cárcel que habita huye el espíritu
en vuelo presuroso?
¿será verdad que, huésped de las nieblas,
de la brisa nocturna al tenue soplo,
alado sube a la región vacía
a encontrarse con otros?
¿y allí desnudo de la humana forma,
allí los lazos terrenales rotos,
breves horas habita de la idea
el mundo silencioso?
¿y ríe y llora y aborrece y ama
y guarda un rastro del dolor y el gozo,
semejante al que deja cuando cruza
el cielo un meteoro?
¡yo no sé si ese mundo de visiones
vive fuera o va dentro de nosotros:
lo que sé es que conozco a muchas gentes
a quienes no conozco!



Andrés Eloy Blanco

Coro de las provincias

-- de Andrés Eloy Blanco --

Violento de armonía, en el tono de la resaca,
llega el coro de las siete provincias,
siete rostros adolescentes
en las siete ventanas
de las estrellas de la Autonomía.
Cantan. Canta con ellas la niñez de la Patria,
que la primera leche de los labios destila,
baja de las estrellas el primer rubio
que cose en los maizales el botón de la espiga;
danza el coro de las provincias,
en el aula republicana.
Pero danzan sobre la yerba
azul de fantasía,
sobre el cielo de Miranda
horadado de mástiles mientras navega la escuadrilla.

La palabra Guayanesa
no está en el coro de las siete ninfas,
y en ellas invierten el camino del cielo
y hacia el Oriente navegan como las siete cabrillas;
y allí ven el milagro de la Tierra,
de un lado, el oro virgen da una franja amarilla,
hacia el Norte, del otro lado,
las Pampas de Oriente, rojas de Reconquista,
y en la mitad un río azul,
y allí se ven copiadas y en su centro se anidan.
Y así fue como el río su franja del cielo
que preside la danza de las siete provincias.



Antonio Machado

A don Francisco Giner de los Ríos

-- de Antonio Machado --

Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?... Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!
Y hacia otra luz más pura
partió el hermanó de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
... ¡Oh, sí!, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas...
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.
Baeza, 21 de febrero de 1915



Anónimo

Romance que dice:Tres cortes armara el rey

-- de Anónimo --

Tres cortes armara el rey,
todas tres a una sazón:
las unas armara en Burgos,
las otras armó en León,
las otras armó en Toledo,
donde los hidalgos son,
para cumplir de justicia
al chico con el mayor.
Treinta días da de plazo,
treinta días, que más non,
y el que a la postre viniese
que lo diesen por traidor.
Veintinueve son pasados,
los condes llegados son;
treinta días son pasados,
y el buen Cid no viene, non.
Allí hablaran los condes:
-Señor, dadlo por traidor.
Respondiérales el rey:
-Eso non faría, non,
que el buen Cid es caballero
de batallas vencedor,
pues que en todas las mis cortes
no lo habría otro mejor.
Ellos en aquesto estando,
el buen Cid allí asomó
con trescientos caballeros,
todos hijosdalgo son,
todos vestidos de un paño,
de un paño y de una color,
si no fuera el buen Cid,
que traía un albornoz.
-Manténgaos Dios, el rey,
y a vosotros, sálveos Dios,
que no hablo yo a los condes,
que mis enemigos son.



Juan Nicasio Gallego

A Zaragoza

-- de Juan Nicasio Gallego --

Viendo el tirano que el valor ferviente
domar no puede del león de España,
ni el lazo odioso de coyunda extraña
dobla el fuerte Aragón la invicta frente,

y juró cruel venganza, y de repente
se hundió en el Orco, y con horrible saña
del reino oscuro que Aqueronte baña
alzó en su ayuda la implacable gente.

De allí el desmayo y la miseria adusta,
de allí la ardiente sed, la destructora
fiebre salieron y el contagio inmundo.

Ellos domaron la ciudad augusta;
no el hierro, no el poder. ¡Decanta ahora
tu triunfo, oh Corso, y tu valor al mundo!



Francisco Sosa Escalante

La escuela (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Oid! en dulce y argentino coro
Parece que se elevan á la altura
Palabras mil y mil que el onda pura
Lleva en sus alas con rumor sonoro.

Los niños allí están; allí el tesoro
Se encierra ¡oh patria! que en edad futura
Formará tu grandeza y tu ventura
Y la prenda será de tu decoro,

¡Bendito el templo do la Ciencia ofrece
Al niño, con amor, sus ricos dones,
Y la razón sublime resplandece!

Funda en la Escuela, Anáhuac, tus blasones,
Que solo al pueblo do el saber florece
Contemplan con respeto las naciones.



José Asunción Silva

Humo

-- de José Asunción Silva --

Bajo los árboles viejos
cuya sombra el suelo baña
miro perdida a lo lejos
una pequeña cabaña.
Todo en quietud allí vese,
la ventana no está abierta
y el musgo grisoso crece
sobre el umbral de la puerta.
Cual tibio aliento aromado
que el frío condensa en nube
humo tenue y azulado
en espiral de ella sube.
Del alma que allí reposa
noticias a Dios le lleva
el humo que de la choza
en espirales se eleva.

20 De Abril de 1883.



José Martí

al extranjero

-- de José Martí --

i
hoja tras hoja de papel consumo:
rasgos, consejos, iras, letras fieras
que parecen espadas: lo que escribo,
por compasión lo borro, porque el crimen,
el crimen es al fin de mis hermanos.
Huyo de mí, tiemblo del sol; quisiera
saber dónde hace el topo su guarida,
dónde oculta su escama la serpiente,
dónde sueltan la carga los traidores,
y dónde no hay honor, sino ceniza:
¡allí, mas sólo allí, decir pudiera
lo que dicen y viven!, ¡que mi patria
piensa en unirse al bárbaro extranjero!
ii
yo callaré, yo callaré: que nadie
sepa que vivo: que mi patria nunca
sepa que en soledad muero por ella:
si me llaman, iré: yo sólo vivo
porque espero a servirla: así, muriendo,
la sirvo yo mejor que husmeando el modo
de ponerla a los pies del extranjero.



José Martí

para aragón, en españa

-- de José Martí --

vii
para aragón, en españa,
tengo yo en mi corazón
un lugar todo aragón,
franco, fiero, fiel, sin saña.
Si quiere un tonto saber
por qué lo tengo, le digo
que allí tuve un buen amigo,
que allí quise a una mujer.
Allá, en la vega florida,
la de la heroica defensa,
por mantener lo que piensa
juega la gente la vida.
Y si un alcalde lo aprieta
o lo enoja un rey cazurro,
calza la manta el baturro
y muere con su escopeta.
Quiero a la tierra amarilla
que baña el ebro lodoso:
quiero el pilar azuloso
de lanuza y de padilla.
Estimo a quien de un revés
echa por tierra a un tirano:
lo estimo, si es un cubano;
lo estimo, si aragonés.
Amo a los patios sombríos
con escaleras bordadas;
amo las naves calladas
y los conventos vacíos.
Amo la tierra florida,
musulmana o española,
donde rompió su corola
la poca flor de mi vida.



Claudio Rodríguez

espuma

-- de Claudio Rodríguez --

Miro la espuma, su delicadeza
que es tan distinta a la de la ceniza.
Como quien mira una sonrisa, aquella
por la que da su vida y le es fatiga
y amparo, miro ahora la modesta
espuma. Es el momento bronco y bello
del uso, el roce, el acto de la entrega
creándola. El dolor encarcelado
del mar, se salva en fibra tan ligera;
bajo la quilla, frente al dique, donde
existe amor surcado, como en tierra
la flor, nace la espuma. Y es en ella
donde rompe la muerte, en su madeja
donde el mar cobra ser, como en la cima
de su pasión el hombre es hombre, fuera
de otros negocios: en su leche viva.
A este pretil, brocal de la materia
que es manantial, no desembocadura,
me asomo ahora, cuando la marea
sube, y allí naufrago, allí me ahogo
muy silenciosamente, con entera
aceptación, ileso, renovado
en las espumas imperecederas.



Roberto Juarroz

hay días en que el aire no existe

-- de Roberto Juarroz --

Hay días en que el aire no existe.
Mineros de la desolación,
respiramos entonces sustancias escondidas.
Y a punto de asfixiarnos,
vagamos con la boca abierta
y no encendemos ningún fuego,
para no consumir el poco oxígeno que nos resta
como un pedazo de pan del día anterior.
No recordamos ya el nombre de nuestra calle,
ni la medida de nuestra ropa,
ni el sonido de nuestra voz,
ni la sensación de nuestro cuerpo.
Pero de pronto,
como si también se hubieran quedado sin aire,
se vacían a la vez la memoria y el olvido
y encontramos entonces
la mínima densidad posible,
las partículas sabias donde entran en contacto
el vacío y la vida.
Y es allí, sólo allí,
donde descubrimos la salvación por el vacío.



Adelardo López de Ayala

Aviso a mi persona

-- de Adelardo López de Ayala --

Adelardo, sutiliza;
investiga; inquiere; vela;
tu fiereza martiriza...
¡Mira que el odio te cela;
mira que la envidia atiza
la leña de su candela!

¡Nada importa que te estés
encerrado en tu aposento,
si allí te entregas después
a uno y otro pensamiento....
Y al empeño en que te ves
no te dedicas atento!

¡Aunque te encierres un mes,
ese desvanecimiento
no es trabajar!... ¡Antes es
holgar sin remordimiento!



Alfonsina Storni

El sueño 2

-- de Alfonsina Storni --

Máscara tibia de otra más helada
sobre tu cara cae y si te borra
naces para un paisaje de neblina
en que tus muertos crecen, la flor corre.

Allí el mito despliega sus arañas;
y enflora la sospecha; y se deshace
la cólera de ayer y el iris luce;
y alguien que ya no es más besa tu boca;

Que un no ser, que es un más ser, doblado,
prendido estás aquí y estás ausente
por praderas de magias y de olvido.

¿Qué alentador sagaz, tras el reposo,
creó este renacer de la mañana
que es juventud del día volvedora?



Alfonsina Storni

El sueño 2 (Storni)

-- de Alfonsina Storni --

Máscara tibia de otra más helada
sobre tu cara cae y si te borra
naces para un paisaje de neblina
en que tus muertos crecen, la flor corre.

Allí el mito despliega sus arañas;
y enflora la sospecha; y se deshace
la cólera de ayer y el iris luce;
y alguien que ya no es más besa tu boca;

Que un no ser, que es un más ser, doblado,
prendido estás aquí y estás ausente
por praderas de magias y de olvido.

¿Qué alentador sagaz, tras el reposo,
creó este renacer de la mañana
que es juventud del día volvedora?



Alfonsina Storni

El canal

-- de Alfonsina Storni --

En la dulce fragancia
De la dulce San Juan,
Recuerdos de mi infancia
Enredados están.

Mi casa hacia los fondos
Tendía su vergel;
Allí canales hondos
Entre abejas y miel.

De enrojecidas ondas
Y pequeño caudal
Era el mío, entre frondas,
Predilecto canal.

Vagas melancolías
Llevábanme a buscar
En los oscuros días
Aquel dulce lugar.

Barquitos trabajaba
En nevado papel
Y en el agua soltaba
Tan menudo bajel.

Y navegaban hasta
Que un recodo fugaz
Se interponía: ¡basta!
No los veía más.

Y al perder mi barquito
Solíanme embargar
Ideas de infinito
Y rompía a llorar.

Niña: ya presentías
Lo que ocurrir debió:
Todo, por otras vías,
Se ha ido y no volvio.



Alfonsina Storni

Frase

-- de Alfonsina Storni --

Fuera de la ley, mi corazón
A saltos va en su desazón.

Ya muerde acá, sucumbe allí,
Cazando allá, cazando aquí.

Donde lo intente yo dejar
Mi corazón no se ha de estar.

Donde lo deba yo poner
Mi corazón no ha de querer.

Cuando le diga yo que sí,
Dirá que no, contrario a mí.

Bravo león, mi corazón
Tiene apetitos, no razón.



Alfonsina Storni

Ojo

-- de Alfonsina Storni --

Reposa.
El crepúsculo
muere más
allí, donde, pájaro quieto,
aguarda.

Mares tristes,
apretados,
mueven
en él
sus olas.

Los paisajes
del día
lo navegan
lentos.



Alfonsina Storni

Y tú

-- de Alfonsina Storni --

Sí, yo me muevo, vivo, me equivoco;
Agua que corre y se entremezcla, siento
El vértigo feroz del movimiento:
Huelo las selvas, tierra nueva toco.

Sí, yo me muevo, voy buscando acaso
Soles, auroras, tempestad y olvido.
¿Qué haces allí misérrimo y pulido?
Eres la piedra a cuyo lado paso.



Amado Nervo

perlas negras - amiga, mi larario está vacío

-- de Amado Nervo --

Amiga, mi larario está vacío:
desde que el fuego del hogar no arde,
nuestros dioses huyeron ante el frío;
hoy preside en sus tronos el hastío
las nupcias del silencio y de la tarde.
El tiempo destructor no en vano pasa;
los aleros del patio están en ruinas;
ya no forman allí su leve casa,
con paredes convexas de argamasa
y tapiz del plumón, las golondrinas.
¡Qué silencio el del piano! su gemido
ya no vibra en los ámbitos desiertos;
los nocturnos y scherzos han huido...
¡Pobre jaula sin aves! ¡pobre nido!
¡misterioso ataúd de trinos muertos!
¡ah, si vieras tu huerto! ya no hay rosas,
ni lirios, ni libélulas de seda,
ni cocuyos de luz, ni mariposas...
Tiemblan las ramas del rosal, medrosas;
el viento sopla, la hojarasca rueda.
Amiga, tu mansión está desierta;
el musgo verdinegro que decora
los dinteles ruinosos de la puerta,
parece una inscripción que dice: ¡muerta!
el cierzo pasa, suspirando: ¡llora!



Leandro Fernández de Moratín

epigrama. a un escritor desventurado, cuyo libro nadie quiso comprar

-- de Leandro Fernández de Moratín --

En un cartelón leí,
que tu obrilla baladí
la vende navamorcuende...
No has de decir que la vende;
sino que la tiene allí.



Leandro Fernández de Moratín

Julio Bruto

-- de Leandro Fernández de Moratín --

Suena confuso y mísero lamento
por la ciudad; corre la plebe al foro,
y entre las faces que le dan decoro
ve al gran Senado en el sublime asiento.

Los cónsules allí. Ya el instrumento
de Marte llama la atención sonoro;
arde el incienso en los alteres de oro,
y leve el humo se difunde al viento.

Valerio alza la diestra; en ese instante
al uno y otro joven infelice
hiere el lictor, y sus cabezas toma.

Mudo terror al vulgo circunstante
ocupa. Bruto se levanta, y dice:
«Gracias, Jove inmortal; ya es libre Roma.»



Lope de Vega

A las ardientes puertas de diamante

-- de Lope de Vega --

A las ardientes puertas de diamante,
coronado del árbol de Peneo,
mostraba en dulce voz llorando Orfeo
que allí puede llorar un tierno amante.

Suspendidas las furias de Atamante
y parado a sus lágrimas Leteo,
en carne, que no en sombra, su deseo,
vio su querida Eurídice delante.

¡Oh dulces prendas de perder tan caras!
tú, Salicio, ¿qué dices?, ¿amas tanto,
que por la tuya a suspender barajas

los tormentos del reino del espanto?
Paréceme que dices que cantaras
que el doblaran la prisión y el llanto.



Lope de Vega

Gertrudis, siendo Dios tan amoroso

-- de Lope de Vega --

Gertrudis, siendo Dios tan amoroso
que está en el hombre por amor ardiente
y el hombre en Él, no es mucho que aposente
tan abrasado corazón su esposo.
Amor le ha dado en vos dulce reposo,
que allí quiere vivir y estar presente,
que nadie amara y estuviera ausente,
si fuera como Dios tan poderoso.
Si al que pregunta al mismo Dios, que adónde
le podrá hallar, después del blanco velo,
«en vuestro santo corazón» responde.
Custodia sois, mientras gozáis el suelo,
y pues que todo Dios en él esconde,
mayor tenéis el corazón que el cielo.



Luis Cernuda

quisiera estar solo en el sur

-- de Luis Cernuda --

El sur
quizá mis lentos ojos no verán más el sur
de ligeros paisajes dormidos en el aire,
con cuerpos a la sombra de ramas como flores
o huyendo en un galope de caballos furiosos.
El sur es un desierto que llora mientras canta,
y esa voz no se extingue como pájaro muerto;
hacia el mar encamina sus deseos amargos
abriendo un eco débil que vive lentamente.
En el sur tan distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz son bellezas iguales.



Luis Cernuda

donde habite el olvido

-- de Luis Cernuda --

Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueñoa imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.



Luis Gonzaga Urbina

¡ave césat!

-- de Luis Gonzaga Urbina --

Herido voy, herido; no me alienta
la muchedumbre que en el circo clama,
y entona canto a la verde rama
que allí en la sien del vencedor se ostenta.

La misma multitud es la que afrenta
al que en la lucha desigual, se inflama,
y al fin sucumbe, sin honor ni fama,
la espada rota y la cerviz sangrienta.

Yo entré a la lid intrépido y gozoso.
Los muertos te saludan, dije al mundo.
Miré a las fieras; me sentí coloso:

luché; me hirió la duda en lo profundo,
y entre el polvo del carro victorioso,
ya ruedo por la arena, moribundo.



Luis Rosales

memoria del tránsito

-- de Luis Rosales --

Herido de amor huido
f. García lorca
abril, porque siento, creo,
pon calma en los ojos míos,
¿los montes, mares y ríos,
qué son sino devaneo?;
mirando la nieve veo
memoria de tu hermosura,
y cuando vi en su blancura
tu inmediata eternidad,
¿fuiste si no claridad,
temblor, paciencia y dulzura?
tu leve paso indolente
deja en mis ojos su aroma,
los ojos en donde toma
revelación permanente;
bienaventuradamente
nacieron para el olvido,
tu piel de asombro encendido,
tus ojos de limpio viento,
y esta ternura que siento
«herido de amor huido».
Los sitios donde has estado
en la memoria los llevo
sólo para ver de nuevo
el rastro que allí has dejado;
la tierra que tú has pisado
vuelvo a pisar; nada soy
más que este sueño en que voy
desde tu ausencia a la nada.
Me hizo vivir tu mirada:
fiel al tránsito aquí estoy.



Luis Rosales

y escribir tu silencio sobre el agua

-- de Luis Rosales --

Y escribir tu silencio sobre el agua
sólo florece el agua que está queda
miguel de unamuno
no sé si es sombra en el cristal, si es sólo
calor que empaña un brillo; nadie sabe
si es de vuelo este pájaro o de llanto;
nadie le oprime con su mano, nunca
le he sentido latir, y está cayendo
como sombra de lluvia, dentro y dulce,
del bosque de la sangre, hasta dejarla
casi acuñada y vegetal, tranquila.
No sé, siempre es así, tu voz me llega
como el aire de marzo en un espejo,
como el paso que mueve una cortina
detrás de la mirada; ya me siento
oscuro y casi andado; no sé cómo
voy a llegar, buscándote, hasta el centro
de nuestro corazón, y allí decirte,
madre, que yo he de hacer en tanto viva,
que no te quedes huérfana de hijo,
que no te quedes sola allá en tu cielo,
que no te falte yo como me faltas.



Líber Falco

Pensando en Luis A. Cuesta

-- de Líber Falco --

Es muy triste estar solo,
oir cómo se queja obstinadamente el viento
y remontar los tiempos.

Pero no puedo,
solo, yo, no puedo.
Venid vosotros,
Luis, Alberto, Mario,
venid a detener los días,
y entre los días, sólo aquella tarde.

Porque ya no olvido,
ni he de olvidar tampoco,
la tarde en que por una calle apareciste.
Venías como siempre, amigo,
paro ya no la olvido.

Era pobre tu casa.
Era tu calle, pobre.
Pero allí, y entonces,
era más cielo el cielo.

Y sin embargo, ahora,
¿para quién esa risa
de seis años de muerto?
Esa novia y la calle
gimiendo a tu cintura.

Todo pasa en la vida.
Pasó tu inmerecida muerte.
Pasaron días y pasaron noches.
Todo pasa.
Mas yo quisiera
verte de nuevo, aunque murieras.



Líber Falco

Regresó al fondo, hueco y eco de la nada

-- de Líber Falco --

Regresó al fondo, hueco y eco de la nada.
Allí el dolor antiguo le esperaba.
–Hijo, tú cerraste indiferente la puerta,
pero yo te esperaba.
¿Acaso crees que no me debes tu alegría?
Un hombre nace y de su dolor toma nombre.
Y luego su alegría, también de su dolor toma nombre.
Lo que fue tuyo siempre será tuyo.
Y lo que un hombre busca olvidar amando,
ni los demás lo saben, ni apenas tú lo sabes.

Si para huir de mí pones una losa
sobre el hueco y cantas y bailas,
no olvides que yo velo.
Tuya es la embriaguez,
pero yo soy tu padre y no te olvido.



Líber Falco

Tres apuntes

-- de Líber Falco --

I

¿Era aquel un hombre?
Me acerqué y le dije:
¿Ha visto que tiene usted
la cara de papel?
Me miró con odio,
pero alzó una mano; allí.

¡Ah! Oí crujir su rostro,
quebrársele la nariz
y rodar sus ojos por el suelo.

Quedó detrás del mostrador;
espantoso!
Yo me fui,
triste.

II

El hombre me miró de costado.
Como viese que era yo
lo que era, lo que soy,
me miró de costado...
Luego de frente, y me dijo:
Váyase!
Retrocedí.
Dí contra una pared.
Reboté hacia él
y desesperadamente,
le escupí mi asco.

Ahora...
Ando calles.

III

No parecía que aquel ojo viese.
Pero estaba ahí, mirándome.
Sin brillo, sin sentido.
Ojo de perro muerto.
De cosa que Dios no ha creado.
De bestia inédita.

Estaba el hombre mirándome.
Abrió su boca, rió.
Y con sus dientes de oro
mascó mi corazón,
como si fuese un trapo.



Manuel de Zequeira

Al mismo asunto

-- de Manuel de Zequeira --

Sumar la cuenta del total tesoro,
ver si están los talegos bien cabales,
aquí poner los pesos, allí los reales,
y de la plata separar el oro:

advertir cual doblón es más sonoro,
calcular los escudos por quintales,
distribuirlos en filas bien iguales
fundando en esto su mayor decoro:

ver de cerca y de lejos este objeto,
notar si el oro es más subido o claro,
registrar de las onzas el secreto,

y en fin sonarlas con deleite raro;
todo esto es describir en un soneto
la vida miserable del avaro.



Manuel del Palacio

A un reo

-- de Manuel del Palacio --

Odio, miseria, estupidez, codicia,
Pusieron el puñal entre tus manos,
Y por lavar tu crimen los humanos
Otro cometen que tu juez inicia.

— ¡La sangre pide sangre! en su malicia
Gritan los que blasonan de cristianos,
Y fuertes con el débil y tiranos
Muerte le dan con bárbara delicia.

¡Tú al patíbulo vas! Cortejo impío
Sigue tus huellas y á admirar se lanza
Ese cuadro patético y sombrío:

Reo, ¡valor, dulzura y esperanza!
Dios perdona del hombre el desvarío,
Y allí es justicia lo que aquí venganza!



Manuel del Palacio

El fin del pavo

-- de Manuel del Palacio --

¡Pasó! De su hermosura sólo queda
Un pálido recuerdo en la cocina;
Allí su pluma está rizada y fina
Con la que veces mil hizo la rueda.

Su piel rosada y tersa cual la seda
Muy pronto rasgará mano asesina:
¿Por qué no fué al nacer ave dañina
Del bosque secular en la arboleda?

Mártir de sus domésticos deberes
Él al capricho bárbaro se inmola
Del más feroz y torpe de los seres.

Yo ceñiré á su sien una aureola;
Lector, ¿lo dudas? ¿Convencerte quieres?
Regálamelo asado, á la española.



Manuel del Palacio

La recompensa

-- de Manuel del Palacio --

Hay en el valle que mi Laura habita
Un rincón entre arbustos escondido,
Donde tienen las tórtolas su nido
Y las auras se dan amante cita.

Levántase en su centro una casita,
Cuyo tejado, por el sol herido,
Brilla con el matiz de oro bruñido
Como torre de arábiga mezquita.

Cerca de esa mansión tan hechicera
Se abre en el bosque pabellón esbelto
Vestido de jazmin y enredadera.

Allí fué donde impávido y resuelto
Pinté á Laura mi afán de tal manera...
Que me dio un bofetón de cuello vuelto.



Jaime Sabines

dice rubén

-- de Jaime Sabines --

Dice rubén
dice rubén que quiere la eternidad, que pelea por esa memoria delos hombres para un siglo, o dos, o veinte. Y yo pienso que esa eternidadno es más que una prolongación, menguada y pobre, de nuestraexistencia.
Hay que estar frente a un muro. Y hay que saber que entre nuestros puñosque golpean y el lugar del golpe, allí está la eternidad.
Creer en la supervivencia del alma, o en la memoria de los hombres,es lo mismo que creer en dios, es lo mismo que cargar su tabla mucho antesdel naufragio.



Jaime Sabines

tlaltelolco - cubierto de hojas de periódicos

-- de Jaime Sabines --

Cubierto de hojas de periódicos,
con televisores, con radios, con banderas olímpicas.

El aire denso, inmóvil,
el terror, la ignominia.
Alrededor las voces, el tránsito, la vida.
Y el crimen está allí.



Joaquín Nicolás Aramburu

El componte

-- de Joaquín Nicolás Aramburu --

Ved la víctima allí. Sangran sus brazos
bajo la cruel presión de las esposas;
hieren su oído frases injuriosas
y su espalda terrible latigazos.

Ya le arrancan las ropas a pedazos,
ya le imputan mil faltas bochornosas;
no son hombres: son águilas sañosas
que desgarran su carne a picotazos.

Ya rodó en tierra. De su triunfo ahíta
se yergue y ríe la insolente saña
y en pos de nuevas víctimas se agita.

¡Cómo nos burla la cultura extraña,
al ver que aún la Inquisición maldita
funciona en tierras de la pobre España!



Jorge Isaacs

Apólogo

-- de Jorge Isaacs --

A mi amigo el doctor Florentino Vezga

En el artesón dorado
De una oscura sacristía
Un murciélago tenía
Blando nido acomodado.
Al través del enrejado
Cierta mañana decía
A los pájaros que oía
Cantar en el emparrado:

"Turba de herejes, malsines,
¿A qué Dios allí alabáis
Cuando interrumpiendo estáis
Con chillidos los maitines?
Dejad uvas, galopines:
Sin vino al guardián dejáis
Y nunca un grano sembráis
Del convento en los jardines".

Un gran lechuzo que oyó
La filípica tremenda
Dijo: "Merece prebenda;
Este bicho es un Veuillot!"



Jorge Isaacs

La tumba del soldado

-- de Jorge Isaacs --

El vencedor ejército la cumbre
Salvó de la montaña,
Y en el ya solitario campamento
Que de lívida luz la tarde baña,
Del negro terranova,
Compañero jovial del regimiento
Resuenan los aullidos
Por los ecos del valle repetidos.

Llora sobre la tumba del soldado,
Y bajo aquella cruz de tosco leño
Lame el césped aún ensangrentado
Y aguarda el fin de tan profundo sueño.

Meses después, los buitres de la sierra
Rondaban todavía
El valle, campo de batalla un día.
Las cruces de las tumbas ya por tierra
Ni un recuerdo ni un nombre...
¡Oh!, no: sobre la tumba del soldado,
Del negro terranova
Cesaron los aullidos,
Mas del noble animal allí han quedado
Los huesos sobre el césped esparcidos.
1874



César Vallejo

Trilce: XVI

-- de César Vallejo --

Tengo fe en ser fuerte.
Dame, aire manco, dame ir
galoneándome de ceros a la izquierda.
Y tú, sueño, dame tu diamante implacable,
tu tiempo de deshora.

Tengo fe en ser fuerte.
Por allí avanza cóncava mujer,
cantidad incolora, cuya
gracia se cierra donde me abro.

Al aire, fray pasado. Cangrejos, zote!
Avístase la verde bandera presidencial,
arriando las seis banderas restantes,
todas las colgaduras de la vuelta.

Tengo fe en qué soy,
y en que he sido menos.

Ea! Buen primero!



César Vallejo

Trilce: XXVI

-- de César Vallejo --

El verano echa nudo a tres años
que, encintados de cárdenas cintas, a todo
sollozo,
aurigan orinientos índices
de moribundas alejandrías,
de cuzcos moribundos.

Nudo alvino deshecho, una pierna por allí,
más allá todavía la otra,
desgajadas, y
péndulas.
Deshecho nudo de lácteas glándulas
de la sinamayera,
bueno para alpacas brillantes,
para abrigo de pluma inservible
¡más piernas los brazos que brazos!

Así envérase el fin, como todo,
como polluelo adormido saltón
de la hendida cáscara,
a luz eternamente polla.
Y así, desde el óvalo, con cuatros al hombro,
ya para qué tristura.

Las uñas aquellas dolían
retesando los propios dedos hospicios.
De entonces crecen ellas para adentro,
mueren para afuera,
y al medio ni van ni vienen,
ni van ni vienen.

Las uñas. Apeona ardiente avestruz coja,
desde perdidos sures,
flecha hasta el estrecho ciego
de senos aunados.

Al calor de una punta
de pobre sesgo ESFORZADO,
la griega sota de oros tórnase
morena sota de islas,
cobriza sota de lagos
en frente a moribunda alejandría,
a cuzco moribundo.



César Vallejo

Trilce: XXXVIII

-- de César Vallejo --

Este cristal aguarda ser sorbido
en bruto por boca venidera
sin dientes. No desdentada.
Este cristal es pan no venido todavía.

Hiere cuando lo fuerzan
y ya no tiene cariños animales.
Mas si se le apasiona, se melaría
y tomaría la horma de los sustantivos
que se adjetivan de brindarse.

Quienes lo ven allí triste individuo
incoloro, lo enviarían por amor,
por pasado y a lo más por futuro:
si él no dase por ninguno de sus costados;
si él espera ser sorbido de golpe
y en cuanto transparencia, por boca ve
nidera que ya no tendrá dientes.

Este cristal ha pasado de animal,
y márchase ahora a formar las izquierdas,
los nuevos Menos.
Déjenlo solo no más.



César Vallejo

Trilce: XLI

-- de César Vallejo --

La Muerte de rodillas mana
su sangre blanca que no es sangre.
Se huele a garantía.
Pero ya me quiero reír.

Murmúrase algo por allí. Callan.
Alguien silba valor de lado,
y hasta se contaría en par
veintitrés costillas que se echan de menos
entre sí, a ambos costados; se contaría
en par también, toda la fila
de trapecios escoltas.

En tanto; el redoblante policial
(otra vez me quiero reír)
se desquita y nos tunde a palos,
dale y dale,
de membrana a membrana,
tas
con
tas.



César Vallejo

Trilce: LVII

-- de César Vallejo --

Craterizados los puntos más altos, los puntos
del amor, de ser mayúsculo, bebo, ayuno ab-
sorbo heroína para la pena, para el latido
lacio y contra toda corrección.

¿Puedo decir que nos han traicionado? No.
¿Qué todos fueron buenos? Tampoco. Pero
allí está una buena voluntad, sin duda,
y sobre todo, el ser así.

Y qué quien se ame mucho! Yo me busco
en mi propio designio que debió ser obra
mía, en vano: nada alcanzó a ser libre.

Y sin embargo, quién me empuja.
A que no me atrevo a cerrar la quinta ventana.
Y el papel de amarse y persistir, junto a las
horas y a lo indebido.

Y el éste y el aquél.



César Vallejo

Trilce: LXII

-- de César Vallejo --

Alfombra
Cuando vayas al cuarto que tú sabes,
entra en él, pero entorna con tiento la mampara
que tánto se entreabre,
cása bien los cerrojos, para que ya no puedan
volverse otras espaldas.

Corteza
Y cuando salgas, di que no tardarás
a llamar al canal que nos separa:
fuertemente cojido de un canto de tu suerte,
te soy inseparable,
y me arrastras de borde de tu alma.

Almohada
Y sólo cuando hayamos muerto ¡quién sabe!
Oh nó. Quién sabe!
entonces nos habremos separado.
Mas si, al cambiar el paso, me tocase a mí
la desconocida bandera, te he de esperar allá;
en la confluencia del soplo y el hueso,
como antaño,
como antaño en la esquina de los novios
ponientes de la tierra.

Y desde allí te seguiré a lo largo
de otros mundos, y siquiera podrán
servirte mis nós musgosos y arrecidos,
para que en ellos poses las rodillas
en las siete caídas de esa cuesta infinita,
y así te duelan menos.



César Vallejo

Trilce: LXXIII

-- de César Vallejo --

Ha triunfado otro ay. La verdad está allí.
Y quien tal actúa ¿no va a saber
amaestrar excelentes dijitígrados
para el ratón Sí ...No ... ?

Ha triunfado otro ay y contra nadie.
Oh exósmosis de agua químicamente pura.
Ah míos australes. Oh nuestros divinos.
Tengo pues derecho
a estar verde y contento y peligroso, y a ser
el cincel, miedo del bloque basto y vasto;
a meter la pata y a la risa.

Absurdo, sólo tú eres puro.
Absurdo, este exceso sólo ante ti se
suda de dorado placer.



César Vallejo

este cristal aguarda ser sorbido

-- de César Vallejo --

xxxviii
este cristal aguarda ser sorbido
en bruto por boca venidera
sin dientes. No desdentada.
Este cristal es pan no venido todavía.
Hiere cuando lo fuerzan
y ya no tiene cariños animales.
Mas si se le apasiona, se melaría
y tomaría la horma de los sustantivos
que se adjetivan de brindarse.
Quienes lo ven allí triste individuo
incoloro, lo enviarían por amor,
por pasado y a lo más por futuro:
si él no dase por ninguno de sus costados;
si él espera ser sorbido de golpe
y en cuanto transparencia, por boca ve
nidera que ya no tendrá dientes.
Este cristal ha pasado de animal,
y márchase ahora a formar las izquierdas,
los nuevos menos.
Déjenlo solo no más.



César Vallejo

la muerte de rodillas mana

-- de César Vallejo --

xli
la muerte de rodillas mana
su sangre blanca que no es sangre.
Se huele a garantía.
Pero ya me quiero reír.
Murmúrase algo por allí. Callan.
Alguien silba valor de lado,
y hasta se contaría en par
veintitrés costillas que se echan de menos
entre sí, a ambos costados; se contaría
en par también, toda la fila
de trapecios escoltas.
En tanto, el redoblante policial
(otra vez me quiero reír)
se desquita y nos tunde a palos,
dale y dale,
de membrana a membrana,
tas
con
tas.



César Vallejo

tengo fe en ser fuerte

-- de César Vallejo --

xvi
tengo fe en ser fuerte.
Dame, aire manco, dame ir
galoneándome de ceros a la izquierda.
Y tú, sueño, dame tu diamante implacable,
tu tiempo de deshora.
Tengo fe en ser fuerte.
Por allí avanza cóncava mujer,
cantidad incolora, cuya
gracia se cierra donde me abro.
Al aire, fray pasado. Cangrejos, zote!
avístase la verde bandera presidencial,
arriando las seis banderas restantes,
todas las colgaduras de la vuelta.
Tengo fe en que soy,
y en que he sido menos.
Ea! buen primero!



César Vallejo

craterizados los puntos más altos, los puntos

-- de César Vallejo --

lvii
craterizados los puntos más altos, los puntos
del amor, de ser mayúsculo, bebo, ayuno ab-
sorbo heroína para la pena, para el latido
lacio y contra toda corrección.
¿Puedo decir que nos han traicionado? no.
¿Qué todos fueron buenos? tampoco. Pero
allí está una buena voluntad, sin duda,
y sobre todo, el ser así.
Y qué quien se ame mucho! yo me busco
en mi propio designio que debió ser obra
mía, en vano: nada alcanzó a ser libre.
Y sin embargo, quién me empuja.
A que no me atrevo a cerrar la quinta ventana.
Y el papel de amarse y persistir, junto a las
horas y a lo indebido.
Y el éste y el aquél.



César Vallejo

alfombra

-- de César Vallejo --

lxii
alfombra
cuando vayas al cuarto que tú sabes,
entra en él, pero entorna con tiento la mampara
que tánto se entreabre,
cása bien los cerrojos, para que ya no puedan
volverse otras espaldas.
Corteza
y cuando salgas, di que no tardarás
a llamar al canal que nos separa:
fuertemente cojido de un canto de tu suerte,
te soy inseparable,
y me arrastras de borde de tu alma.
Almohada
y sólo cuando hayamos muerto ¡quién sabe!
oh nó. Quién sabe!
entonces nos habremos separado.
Mas si, al cambiar el paso, me tocase a mí
la desconocida bandera, te he de esperar allá;
en la confluencia del soplo y el hueso,
como antaño,
como antaño en la esquina de los novios
ponientes de la tierra.
Y desde allí te seguiré a lo largo
de otros mundos, y siquiera podrán
servirte mis nós musgosos y arrecidos,
para que en ellos poses las rodillas
en las siete caídas de esa cuesta infinita,
y así te duelan menos.



César Vallejo

Yeso

-- de César Vallejo --

Silencio. Aquí se ha hecho ya de noche,
ya tras del cementerio se fue el sol;
aquí se está llorando a mil pupilas:
no vuelvas; ya murió mi corazón.
Silencio. Aquí ya todo está vestido
de dolor riguroso; y arde apenas,
como un mal kerosene, esta pasión.

Primavera vendrá. Cantarás «Eva»
desde un minuto horizontal, desde un
hornillo en que arderán los nardos de Eros.
¡Forja allí tu perdón para el poeta,
que ha de dolerme aún,
como clavo que cierra un ataúd!

Mas... Una noche de lirismo, tu
buen seno, tu mar rojo
se azotará con olas de quince años,
al ver lejos, aviado con recuerdos
mi corsario bajel, mi ingratitud.
Después, tu manzanar, tu labio dándose,
y que se aja por mí por la vez última,
y que muere sangriento de amar mucho,
como un croquis pagano de Jesús.

¡Amada! Y cantarás;
y ha de vibrar el femenino en mi alma,
como en una enlutada catedral.



Diego Hurtado de Mendoza

Gasto en males la vida, y amor crece

-- de Diego Hurtado de Mendoza --

Gasto en males la vida, y amor crece,
En males crece amor y allí se cría,
Esfuerza el alma, y á hacer se ofrece
De la pena costumbre y compañía.

No me espanto de vida que padece
Tan brava servidumbre y que porfía;
Mas espántome cómo no enloquece
Con el bien que ve en otros cada dia.

En dura ley, en conocido engaño,
Huelga el triste, Señora, de vivir,
Y tú, que le persigas la paciencia.

¡Oh cruda tema! Oh áspera sentencia!
Que por fuerza me fuerzas á sufrir
Los placeres ajenos y mi daño.



Dulce María Loynaz

tierra cansada

-- de Dulce María Loynaz --

La tierra se va cansando,
la rosa no huele a rosa.
La tierra se va cansando
de entibiar semillas rotas,
y el cansando de la tierra
sube en la flor que deshoja
el viento... Y allí, en el viento
se queda...

La mariposa
volará toda una tarde
para reunir una gota
de miel...

Ya no son las frutas
tan dulces como eran otras...
Las canas enjutas hacen
azúcar flojo... Y la poca
uva, vino que no alegra...
La rosa no huele a rosa.
La tierra se va cansando
de la raíz a las hojas,
la tierra se va cansando.
(Rosa, rosita de aromas...,
La de la virgen de mayo,
la de mi blanca corona...
¿Que viento la deshojo?)
¡me duele el alma de sola!...

(La virgen se qued6 arriba
toda cubierta de rosas...)

¡No me esperes si me esperas,
rosa mas linda que todas!...

La tierra se va cansando...
El corazón quiere sombra...



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